Tras la Coronación. Un Secreto se desvela.
El Grupo de Personajes Jugadores |
El niño estaba profundamente traumatizado. Yuria intentó tranquilizarlo, con cierto éxito, pero el tiempo apremiaba y no tuvieron más remedio que sedarlo y extraer la sangre que necesitaban. Symeon tardó varias horas en fabricar el remedio que necesitaban, y finalmente consiguieron inyectarle una dosis que lo estabilizó definitivamente.
Mientras tanto, Yuria hizo compañía al chiquillo. El nombre del pequeño de cinco años de edad era Thomarian, y solo pudo decir que lo habían hecho correr a esconderse mientras un par de encapuchados mataban a sus padres, tíos y primos. Lloraba desconsolado. El corazón de Yuria casi se rompió de dolor, y durante esa jornada se dedicó a cuidarlo y consolarlo.
Por otro lado, Genhard se encargó de encerrar en los calabozos a todos los que eran sospechosos de haber intentado el golpe de estado. Ginalôr, Arinêth, varios líderes del Vigía y parte de las delegaciones de Hêtera, Arlaria y Galmia, entre ellos Dûnethar y Cirantor.
Galad se desplazó con un grupo de guardias hasta la casa de la familia, acompañado de Avriênne, la ástara del Vigía que los acompañaba. Sintió un escalofrío al ver los cadáveres de adultos y niñas. Fue precisamente Avriênne la que, observando minuciosamente la casa familiar, indicó a Galad en un rincón unos pequeños hilos plateados, que alguna vez habían formado parte de un bordado. Parecían fuera de lugar en una casa tan pobre.
—Buen trabajo, Avriênne —dijo el paladín—. Esto sin duda era parte de un bordado de las capas del Vigía.
—Sí que lo parece. Pero, entonces... ¿quieres decir que hermanos del Vigía han asesinado niños? No puede ser, deben de haberlos suplantado.
—Es posible. Tendremos que ser extremadamente cautos. Porque el trabajo que hicieron fue muy efectivo; sin duda eran asesinos con experiencia.
Galad dio órdenes para que los cuerpos fueran enterrados dignamente, y para que la casa fuera quemada en previsión de enfermedades. Acto seguido, volvieron a la ciudadela y Galad compartió la información con el resto, exponiendo sus temores sobre miembros del Vigía infectados por la Sombra. No tuvieron tiempo de discutirlo demasiado, porque alguien llamó a la puerta. Era Genhard. Y venía acompañado de Somara y Svarald, uno de sus lugartenientes.
—Disculpad la interrupción —dijo el general—. Solo quería deciros que Ginathân se encuentra estable y parece que sanará sin problemas, aunque, como dijo Symeon, la recuperación se prolongará varios días. Mientras tanto, tenemos varios problemas. Uno, tenemos que decidir qué hacer con los prisioneros. Dos, alguien tiene que hacerse cargo de la ciudad.
—Yo no quiero hacerlo, no me veo capaz —interrumpió Somara.
—Ahora mismo, en la sala de cónclaves —continuó Genhard— se encuentran discutiendo acaloradamente lord Aelar, lady Eyruvëthil y los demás nobles para decidir quién se hace cargo de la regencia. Ya os adelanto que mi apoyo no va a ser para ninguno de ellos; así que creo que deberíais acompañarnos a la reunión, urgentemente.
No pusieron ninguna objeción. Al llegar a la sala de cónclaves, se sorprendieron al ver presentes en la reunión a Galan Mastaros y los nobles ercestres Yoredas Vaseros y Saena Orgas. El archiduque esbozó una levísima sonrisa al verlos aparecer. «¿Es una sonria de alivio o de socarronería?», pensó Yuria. La discusión era acalorada, y no cesó mientras se sentaban.
Genhard golpeó la mesa, instando a los presentes a callarse:
—Mis disculpas por las formas, mis señores. Solo quiero dejar bien claro que, por mi parte, no voy a apoyar a ninguno de los presentes, excepto a lady Yuria, y puede que a lord Daradoth. Son los únicos que pueden regir este país con buen tino en ausencia de Ginathân. Nadie más es digno aquí de mi confianza.
Todos se miraron. Algunos sorprendidos, otros atemorizados, otros indignados. El grupo consiguió a duras penas guardar la compostura, asombrados como estaban por las palabras de Genhard. Daradoth rechazó educadamente tal responsabilidad, lanzando un alegato a favor de Yuria. El general kairk sonreía cuando el elfo acabó de hablar. Todos miraban a Yuria.
—Está bien —dijo ella—. Por el bien de la ciudad, acepto la responsabilidad si nadie se muestra en contra.
Nadie alegó nada.
—Lo primero es garantizar la seguridad de la población y la distribución de alimentos.
Acto seguido, se llamó a los oficiales y cargos civiles, para darles las órdenes pertinentes. «Esto ha sido más fácil de lo que pensaba», pensó Daradoth, que de repente se fijó en que todos los presentes abrían mucho los ojos y centraban su mirada a la pared que había detrás de Yuria y él. A la vez, sintió un escalofrío en la nuca, y vio un gesto de náusea en el rostro de sus compañeros. «¿Qué pasa ahora?». Se giró a la vez que los demás, que también habían advertido la situación.
Se estremecieron al ver que, ante la pared, cinco figuras muy altas, de ojos grises y balanzas colgando de sus muñecas, contemplaban la escena con los brazos cruzados sobre el pecho. Se pusieron todos en pie, perturbados por aquellas miradas severas e impersonales. Reconociendo a uno de los cinco, Daradoth habló con tono levemente tembloroso:
—Bienvenido, Eyr'Riazann. ¿Qué se os ofrece?
El mediador observó a Daradoth con aquellos funestos ojos, y luego se dirigió a sus compañeros en su idioma, el ancestral.
—Les ha dicho "este es parte de la anomalía" —susurró Symeon rápidamente.
El que parecía el líder tomó la palabra, y dijo amenazante en lândalo:
—¿Qué estáis haciendo?
—Organizar la ciudad para...
—No. ¿¿Qué estáis haciendo con la Vicisitud?? —su tono se hizo mucho más agresivo.
—Podemos hablar en otro lugar..
—¡No! Esto se dirimirá aquí y ahora. ¡No podéis seguir derribando los Velos!
Daradoth intentó explicar lo que les había sucedido en Essel, pero antes de que acabara la primera frase, los mediadores extendieron sus manos al unísono. Sus espadas desaparecieron de sus vainas para ser instantáneamente empuñadas. Algunos en la sala empezaron a gritar.
—¡Esperad, por favor, calmaos! —intentó seguir Daradoth.
—¡¡NO!! ¡Tiene que acabar! ¡Acabar! —gritó el mediador.
De repente, uno de los cinco miró hacia un lado. Preguntó algo, y al instante dejó caer su arma y se llevó las manos a la cabeza, mientras aullaba con un grito de agonía y caía de rodillas. Una fuerza física impactó contra los presentes, afectando sobre todo a Daradoth y Galad, que notaron cómo sus órganos internos se revelaban. Muchos de los nobles reunidos sintieron algo parecido, solo que con un efecto aún mayor.
Reprimiendo las náuseas, pudieron ver cómo un segundo mediador, sin ninguna causa aparente, salía despedido contra el muro que tenía detrás con tal ímpetu que, con un crujido estruendoso, incluso abrió grietas en él a lo largo de todo el perfil de su cuerpo.
Los otros tres mediadores miraban a su alrededor, aturdidos por la sorpresa. De repente uno de ellos se abalanzó sobre el grupo:
—¡Parad esto ya! —bramó.
Galad sacó su espadón lo más rápido que pudo, dispuesto a soportar el embate, mientras Daradoth lanzaba uno de sus hechizos, Yuria se disponía a empuñar su talismán y Symeon aprestaba su cayado de aglannävyr.
De repente, la luz desapareció, y todo se hizo oscuro. Un segundo de silencio, y aún más estruendo de gritos y caos en la sala. Galad notó cómo un potente cuerpo pasaba junto a él, desequilibrándole y chocando brutalmente contra la enorme mesa de reuniones.
Symeon utilizó el poder de su diadema élfica y consiguió, no sin gran esfuerzo, alumbrar lo suficiente como para que la oscuridad se convirtiera en una penumbra cerrada. «El poder desatado aquí debe de ser ingente si esto es todo lo que mi diadema es capaz de alumbrar», pensó. Rechinó los dientes, y la tensión pudo notarse en su rostro cuando intentó mantener la tenue iluminación, pero finalmente no lo consiguió: cuando sintió un latigazo de dolor en la cabeza, dejó ir el poder y la oscuridad volvió a adueñarse de la sala. No obstante, en los breves segundos que Symeon había podido mantener la penumbra, Galad vio cómo el líder de los mediadores miraba fijamente al errante, y con un gesto de rabia se abalanzaba sobre él. Saltó para interponerse en su trayectoria, en plena oscuridad. Daradoth hizo lo mismo, viendo peligrar la vida de su amigo.
Pero ninguno llegó a tiempo. Los gritos se multiplicaron, y el suelo se hundió a sus pies. Con una sensación repugnante en sus estómagos, cayeron al vacío de oscuridad moviéndose en espirales descendentes. «Santo Señor, ¿qué está sucediendo?», la mente de Galad apenas podía procesar tal sucesión de eventos exóticos y buscó a Emmán, desesperado. Algo explotó allá abajo, y sintieron la onda expansiva alcanzándoles. La onda expansiva se convirtió en suelo sólido, y con un vértigo brutal rebotaron contra él, destrozando sus cuerpos.
Galad levantó la vista del suelo, irguiéndose. Todos a su alrededor en la sala de reuniones se encontraban tumbados en el suelo, muchos de ellos inconscientes. Somara lloraba desconsolada. Yuria, acostumbrada ya a no sentir los efectos sobrenaturales, y que apenas había notado el efecto de los gritos de los mediadores, estaba conmocionada pues sí que había sido afectada por la oscuridad y la caída. El paladín recordó la situación en la que se habían encontrado, y se enderezó rápidamente, mirando a su alrededor, alerta. Ni rastro de los mediadores. ¿Había sido todo aquello una simple ilusión? El pitido en sus oídos debido al estruendo de la última explosión lo desmentía.
—¡Lord Aelar no se mueve, no se mueve! ¡Ayuda! —gritó alguien.
Tras atender a los más afectados y superar el estado de nerviosismo en el que se habían visto inmersos, sacaron a toda la gente de allí. A pesar de todos los cuidados y tratamientos, lord Aelar permaneció en coma, no fueron capaces de reanimarlo.
—No sabemos lo que ha ocurrido —se dirigió Daradoth a todos ellos, con una vehemencia fuera de toda medida—, pero las cosas no han cambiado. Yuria regirá la ciudad hasta que Ginathân se recupere lo suficiente, y nos encargaremos de preservar el orden y la estabilidad. Tenemos que intentar transmitir tranquilidad a la plebe.
Todos los presentes asintieron levemente, mirando fijamente al elfo, con solemnidad, con el mayor de los respetos. «Por fin me reconocen como el gran líder que soy», pensó Daradoth, convencido de que cada vez se acercaba más a su objetivo final de destronar a Natarin. Ninguno puso objeciones por el hecho de que Yuria no tenía ni rastro de sangre ástara. Genhard, con el corazón henchido por las palabras de Daradoth, rugió:
—¡Enviad heraldos con las nuevas! ¡Lady Yuria es la nueva regente de la ciudad, con el apoyo unánime del consejo! ¡Lord Daradoth lo ordena!
Poco después llegaron el resto de los ercestres, interesándose por lo que había pasado. El grupo les dio una versión resumida de los hechos, y Eleria ("Selaria") quedó impresionada por la narración. Miró valorativamente a Daradoth, sopesando pensamientos que solo ella conocía.
Algunas horas después, ya más tranquilos, Genhard planteó la urgencia de encargarse de unos prisioneros que proclamaban ser fieles a Ginathân, y que los habían encarcelado por error. Entre los prisioneros también estaban todos los miembros del Vigía que habían podido capturar. Esto hizo que Daradoth mantuviera una conversación con Eyruvëthil:
—¿Qué ha sucedido con el Vigía, mi señora? —le preguntó.
—Bueno, supongo que vos nos abristeis los ojos a varios de nosotros, Daradoth. Existía un plan para sabotear la ceremonia, en el que se provocaría un accidente no mortal, pero al renegar algunos de nosotros de él, el resto debió de continuar con él, aunque con un enfoque más radical, como ya habéis visto.
—¿Os encargasteis vos de contactar con los carpinteros?
—No, no sabría deciros quién fue, quizá lord Anâthur se encargó. No estoy segura.
Acto seguido, armados y preparados, se dirigieron a los calabozos a interrogar a los prisioneros. Lo primero que oyeron al acceder, fue la voz de Dûnethar, increpándolos. Él y Cirantor habían sido detenidos por Genhard, al implicarlos lord Cirenâth en la trama, como coordinadores de las delegaciones reunidas allí. Pero el malentendido se solucionó rápidamente; los dos ástaros habían cambiado su opinión tras la famosa reunión con Daradoth en la sala de cónclaves, y fueron inmediatamente liberados, con las disculpas pertinentes. Al requerirles que les dieran todos los detalles de los planes que habían urdido en el pasado, Dûnethar se los dio:
—El plan de sabotear la ceremonia fue de lord Kânar, de Hêtera. El estrado debía derrumbarse provocando heridas en Ginathân, pero sin matarlo. Eso permitiría ganar tiempo. Pero esos planes, que nosotros sepamos, se cancelaron.
»El mayor problema que tenéis ahora es que Ginalôr, el hijo de Ginathân, tiene el apoyo incondicional del gobernador Hiesher de Galmia, y sospechamos que también el de Girandanâth de Arlaria. No obstante, hemos acudido aquí como diplomáticos y hemos firmado un acuerdo vinculante, con lo que sus puntos deberían ser respetados por los gobernadores, pero realmente no somos validos, tampoco os podemos asegurar que se respeten.
—¿Tenéis idea de quién pudo coordinar todo con el Vigía y los nobles para continuar con el plan?
—Si tuviera que apostar, diría que lady Yorîth.
Poco después, liberaban también a lord Anâthur, lord Cirenâth, y a todos los que estuvieron en la reunión y fueron convencidos para la causa de Ginathân.
Anâthur les habló de los contactos con los carpinteros, y cómo lady Yorîth se había encargado de tratar con ellos, así que se dirigieron al punto a interrogar a la noble de Hêtera.
—Imagino que sabéis por qué estáis aquí —empezó Daradoth.
—Eso creo. Pero si pretendéis que os dé información, no lo voy hacer. Su majestad Hiesher jamás aceptará el acuerdo firmado, esto es aberrante. Y muy extraño todo.
—Pero vuestros compañeros... no, vuestros superiores lo aceptaron.
—No sé qué brujerías utilizaríais para convencerlos, pero fue extremadamente raro. Qué casualidad que allá donde está vuestro grupo suceden cosas fuera de lo común.
—Esto nos está haciendo perder mucho tiempo, para nosotros lo importante es centrarse en la lucha del norte...
—Efectivamente —interrumpió Yorîth, resoplando burlona—, eso os digo yo. Estáis dificultando la lucha en el norte.
—Sois vos y vuestros aliados quienes la están dificultando.
—Sois más ciego de lo que pensaba. Y lanzáis un distrito entero en brazos del Káikar.
Daradoth calló durante unos segundos.
—No llegaremos a nada así —continuó—. ¿Quién maquinó para acabar con la vida de lord Ginathân?
—Todos. ¿Queréis el nombre de un líder?
—Sí.
—Fui yo —reconoció Yorîth sin atisbo de temor o arrepentimiento.
—¿Y cómo conseguisteis el veneno?
—No os diré eso.
—¿Pero fue cosa vuestra?
—Por supuesto.
«Está mintiendo descaradamente», juzgó Galad, que no pudo evitar espetar:
—Dejad de mentirnos. No os va a ayudar.
—Ni lo pretendo —contestó ella con una sonrisa torcida—. Espero que muráis todos muy pronto. Por traidores y apóstatas a todo lo que representa el Pacto. Estáis acabando con nosotros, recordad mis palabras.
—Asesinar a una familia de carpinteros inocentes merece el mayor de los castigos, es un acto de la Sombra; y no arrepentirse, aún más. Sois viles y crueles.
«La luz también es capaz de actos execrables, sin embargo», pensó Daradoth, que observó fijamente a la noble.
—Si finalmente, como decís, murieron, desapruebo esa acción —contestó ella, sincera—. Sin embargo, en ocasiones las cosas escapan a nuestro control.
—¿Y qué va a ocurrir a partir de ahora? —preguntó Daradoth—. ¿Había algún otro plan?
—Ninguno. Supongo que ahora los demás distritos enviarán sus legiones y os aplastarán. Al menos lo deseo con todas mis fuerzas, por el bien de nuestra nación. Olara lo quiera así, aunque en el ínterin perdamos territorio en el norte.
—Ginathân cuenta con las legiones de los Cuervos.
—Mercenarios kairks —escupió—. Enviados por un país aliado de la Sombra. Tenemos informaciones que lo confirman.
—¿Tenéis pruebas? Nos vendrían muy bien.
—Ninguna, pero hay información fiable. Preguntad a vuestros amigos ercestres.
Ante la imposibilidad de llegar a nada más, se marcharon.
—Nos va a costar encontrar al responsable del intento de magnicidio —comentó Daradoth con los demás.
—Quizá ni siquiera esté en Dársuma y haya huido —sugirió Yuria.
—Me sigue rechinando todo lo relacionado con la tos negra, pero supongo que no averiguaremos más.
—Lo que deberíamos hacer —añadió Galad— es enviar a lady Eyruvëthil con Dûnethar, Cirantor y los diplomáticos de vuelta a los distritos fronterizos para intentar convencerlos de que respeten el pacto alcanzado.
—Sí —concordó Yuria—. Con que convencieran a uno de ellos la situación se estabilizaría.
Poco después, organizaban todo para enviar la delegación conjunta hacia el norte e intentar mediar con los gobernadores norteños y con los disidentes del Vigía. Siempre por el tiempo durante el que se prolongara la lucha contra la Sombra en el norte. Cuando lo comentaron con Eyruvëthil, la elfa decidió que primero se dirigirían hacia Arlaria, pues el gobernador Hiesher de Galmia, a su juicio, quedaba fuera del alcance; tenía una implicación demasiado personal con Ginalôr. Saldrían la jornada siguiente a caballo.
Al anochecer volvieron a los calabozos para hablar con Ginalôr, el hijo de Ginathân. El ástaro, cargado de cadenas, tenía una actitud excesivamente orgullosa que parecía algo fuera de lugar.
—¿Os parece bien haber intentado matar a vuestro propio padre? —inquirió Daradoth, sin preámbulos.
—Mi padre es un traidor y un mezquino. Tuvo en los calabozos a su propio hijo durante semanas, solo por mostrar mi desacuerdo con él. No es mi padre. Pero yo no sabía nada de ese plan para asesinarlo.
—¿No sabíais nada, entonces?
—En absoluto.
—Entonces, no sois tan importante como para liderar esta rebelión.
—Seguramente. Solo deseo evitar el hundimiento de Darsia.
—Pero entonces... ¿solo sois otro peón de los rebeldes?
—Ya os lo he dicho. Sí. Mi padre lo ha echado todo a perder por esa... furcia —Daradoth apretó los dientes al oír esto—, y mi única pretensión es hacerle pagar y reparar el distrito.
—Queremos saber quién es el responsable del intento de asesinato.
—Yo lo conocía, pero no soy el responsable. No os puedo ayudar.
Daradoth se apretó los ojos, cansado. Galad continuó:
—Al final, ¿todo se resume a una historia de venganza entonces? Por estar enamorado de una mujer, ¿decidís que vuestro padre debe morir?
—No solo por eso, pero sí.
—¿No sabéis nada de su ascendencia ni de su pasado?
—Basta con saber que es una errante.
En ese momento, Galad tomó una importante decisión. «No podemos retener esto mucho más», pensó.
—¿Y si os dijera que Somara tiene sangre élfica? —Daradoth, Symeon y Yuria intentaron reprimir su conmoción al escuchar estas palabras.
—Me reiría.
—¿Por qué?
—Porque claramente sería la afirmación de un loco.
Galad sonrió.
—¿Os dais cuenta de con quién habláis? Un paladín de Emmán. ¿Dudáis?
Ginalôr se quedó sin palabras por primera vez. Al cabo de unos largos momentos, continuó:
—Sangre... sangre élfica. ¿Qué queréis decir? Acaso...
—Como sabéis —le interrumpió Galad—, o deberíais saber, los paladines puros y leales tenemos ciertas capacidades que nos concede nuestro señor. Emmán me concedió una visión sobre el padre de Somara. Y os aseguro por mi honor y la gloria de mi señor que su padre es un elfo.
—Realmente... ¿realmente gozáis del favor de Emmán? —Ginalôr, con la voz ronca por la impresión, tragó saliva.
Galad lo miró muy serio. Recitó una pequeña oración en voz baja, y un aura plateada envolvió todo su ser, iluminando la celda durante unos segundos.
Una lágrima asomó a una de las mejillas del ástaro. Apretaba mucho los dientes, posando su mirada en Yuria, Symeon y Daradoth.
—Si os fijáis en sus ojos —intervino Symeon—, si os fijáis bien, se nota el brillo especial en el iris, y sus manos... son evidentemente élficas.
—Pero... pero... eso lo cambia... ¡lo cambia todo! —La emoción poseía ya claramente las palabras de Ginalôr—. ¿Por qué... por qué no lo habéis dicho antes? ¡Podíais haber acabado con todo esto sin conflicto alguno!
—No queríamos hacerlo más que como último recurso, porque no creemos que ni siquiera Somara lo sepa, mucho menos vuestro padre.
—Así es —rubricó Galad.
—Aparte de que con esta revelacióin, perpetuaremos lo que vuestro padre quería cambiar —añadió Daradoth.
—No os equivoquéis. Los motivos de mi padre eran totalmente egoístas, pues la revolución era motivada por su amor. Nunca fue un revolucionario convencido, os lo aseguro.
—Sí, pero ahora que está en marcha, esta revelación puede provocar un gran desastre.
—El caso es que vuestro padre sigue vivo, y se va a recuperar —dijo Galad—. Y tenemos que meditar cómo tratar esta información. Os ruego que no la reveléis a nadie mientras lo hacemos en los próximos días. Os lo pido por el bien de todos.
—Está bien. No sé de qué forma podría revelárselo a nadie desde aquí y cargado de cadenas, pero os lo juro por mi honor.
Después de dar órdenes para que descargaran a Ginalôr del suplicio de las cadenas y dejarlo con las justas y necesarias, se marcharon. Y poco después se reunían con Somara y Violetha.
Daradoth se acercó a la errante y la tomó de la mano. «Ah, qué sensación», pensó.
—Mi señora. La información que os vamos a revelar a continuación es muy importante. Muy sensible. Os pido que confiéis en nosotros, porque todo lo que os vamos a decir es cierto, por nuestro honor y nuestra esperanza de renacimiento.
»La situación actual va a cambiar, todo va a cambiar cuando os diga lo que tengo que deciros. —Percibiendo la agitación de Somara, Daradoth decidió continuar sin pausa alguna—. Nuestro señor Emmán, a través del hermano Galad, que goza de su favor, nos confió una visión en la que descubrimos que vuestro padre no era un buscador, sino un elfo. Un noble elfo, aunque no sabemos exactamente quién.
Somara miró a todos, y a punto estuvo de derrumbarse.
—Sangre élfica corre por vuestras venas. No es una suposición, ni una invención. Es la realidad.
—¿Estáis... estáis seguros de esto? —se sentó, con las piernas temblorosas.
—Absolutamente —corroboró Galad.
—Entonces... ¿no hay posibilidad de que esa visión fuera interpretable? ¿No hay posibilidad de error?
—Ninguna, mi señora —volvió a confirmar.
—Entonces, esto... esto lo cambia todo. Claro... —pensó en voz baja—, por eso de pequeña siempre dejaba a todos atrás, y saltaba más que nadie... ¿Desde cuándo lo sabéis?
—Hace un tiempo.
—¿¿Pero por qué no lo dijisteis?? ¿Sabéis lo que significa esto? ¡Mi esposo está luchando por una causa falsa!
—No es una causa falsa —rebatió Yuria—. Quizá sí para vuestro caso personal, pero no en general.
—¿Y por qué me lo decís ahora?
—Se lo hemos confiado hace unos minutos al hijo de Ginathân...
—¿¿Cómo??
—... y queremos acabar con las rencillas y el conflicto. Queremos controlar la información para decidir la mejor forma de utilizarla y enderezar la situación.
—Esperaremos que Ginathân despierte —dijo Galad.
—No creo que sea buena idea esa, Galad —rebatió Daradoth—. Sería mejor hacerlo antes, para evitar rumores y demostrar que Ginathân no tiene nada que ver con esto. Eso jugará a nuestro favor.
—Yo estoy con Galad —dijo Symeon—. Es mejor que Ginathân despierte.
—Si me permitís una sugerencia —intervino Violetha, para sorpresa de todos—, puedo ayudaros. Las doncellas tenemos oídos en todas partes; si os preocupa que la información se descontrole y dé lugar a rumores, podemos estar ojo avizor y avisaros si algo raro pasa. Así podréis esperar a que Ginathân despierte y decidir. Nadie se enterará de ningún rumor antes que yo, os lo aseguro.
—Está bien, así lo haremos si pensáis que es lo mejor —aceptó un sorprendido Daradoth.
En ese momento, Genhard reclamó a Yuria para revisar unos asuntos de organización de la ciudad, y la ercestre tuvo que marcharse. Abrazó y besó a Somara, como buenas amigas que eran, y se despidió.
—Por favor, Yuria —dijo la errante a su oído—, cuidad de la ciudad, y de todos nosotros. Y suerte con él —se refería a Genhard.
—Claro que sí, tranquila —sonrió.
Ya con Yuria y Genhard ausentes, Somara susurró:
—Veremos qué sucede cuando Genhard se entere de todo esto.
Poco después, Daradoth conversaba a través del búho de ébano con Irainos, para informarle de todo, incluyendo la misión de Eyruvëthil hacia el norte. Omitió la información sobre Somara. Irainos anunció que intentaría enviar a Eraitan para ayudar a la antigua princesa élfica.
Ya disponiéndose para irse a descansar, Symeon comentó a sus compañeros:
—Solo hay una cosa que me no me cuadra en todo esto. Y es que, aquellos centauros a los que me enfrenté en el mundo onírico me parecieron demasiado poderosos para ser enviados del Vigía.