La Regencia de Dársuma
Disfrutaron de una noche de sueño que, aunque inquieto, fue bastante reparador. A partir de ese momento, Yuria y Genhard compartieron su lecho cada noche, ante los contenidos (pero evidentes para Symeon) celos de Faewald.
Muy temprano, por la mañana, Yuria y Galad se dirigieron a la sala de Cónclaves para empezar su regencia. El paladín llevaba consigo el búho de ébano confiado por Daradoth para poder comunicarse en cualquier momento entre sí. En la sala se encontraron con lady Arinêth y algunos de los nobles, que esperaban para dar sugerencias y recibir instrucciones.
Pronto hizo acto de presencia Genhard, que se integró en las conversaciones apoyando a Yuria en todas sus decisiones. Al cabo de aproximadamente una hora, entró en la sala Svarald, el que parecía el más fiel de los tres ayudas de campo del general, sobre cuya actitud Genhard ya había expuesto sus temores. El recién llegado susurró algo al oído del recio general, que enseguida miró a Yuria y Galad, y los llevó aparte.
—Parece que tenemos un problema con los prisioneros —anunció.
—¿De qué se trata?
—Aparentemente, todos los elfos han desaparecido. No hay señales; se han esfumado.
—¿Ginalôr también? —inquirió Yuria.
—No, parece que solo han desaparecido los elfos.
Se desplazaron hasta los calabozos, donde los guardias juraron y perjuraron que no habían visto pasar a nadie a través de las puertas. Las puertas de las celdas estaban cerradas a cal y canto cuando se habían dado cuenta. El propio Svarald había sido testigo de ello. Y ni rastro de túneles ni barrotes forzados; nada.
—¿Cómo es posible? —se preguntó Genhard.
—Magia —respondió lacónicamente Galad.
Pronto aparecieron Symeon y Daradoth, que habían podido escuchar todo a través del Ebyrïth.—Quizá han escapado de alguna manera a través del mundo onírico, igual que hicieron una vez conmigo —dijo el errante.
Una voz les interrumpió desde el otro lado de los calabozos:
—No os lo preguntéis más —se trataba de Ginalôr, que no tenía visión hasta donde ellos estaban, pero hablaba alto para que lo escucharan—. Lord Symeon está en lo cierto. Los transportaron a través del mundo onírico. Es estúpido intentar ocultarlo.
—¿Estáis seguro de que fue así? —preguntó Galad que, con el resto, se desplazaron hasta la celda de Ginalôr.
—Sí. Yo podría haber escapado también.
—¿Os lo ofrecieron?
—Sí.
—¿Quién fue? —espetó Daradoth.
—Eso no puedo decíroslo.
El grupo (incluyendo por iniciativa de Yuria a Genhard, cosa que incomodó a alguno), se reunió para tratar entre murmullos el asunto, evaluando la posibilidad de que aquello hubiera sido cosa de los centauros, los hidkas, o incluso los kaloriones. Pocos minutos después, Galad retomaba la conversación con Ginalôr:
—¿Por qué no escapasteis con ellos, si tuvisteis la oportunidad?
—La situación ha cambiado mucho, con vuestras revelaciones de ayer. No podía decirles nada para ser fiel a mi palabra, así que me quedé sin dar más explicaciones. No creo que sea necesario huir, y si en algún momento lo es, prefiero estar aquí para oponerme a mi padre.
—¿Y debemos preocuparnos por que hayan escapado?
—Creo que no, pero no soy en absoluto su líder. Si os lo aseguro, mentiría.
Callaron unos segundos, consternados. Galad expresó su preocupación:
—Si son tan poderosos, ¿por qué no han acabado con todos nosotros ya?
—No es tan fácil afectar a personas no cooperantes con las habilidades oníricas, Galad —aportó Symeon.
—Además —añadió Daradoth, dorannio de nacimiento—, si los visitantes del mundo onírico son realmente centauros, estoy convencido de que su sentido del honor les impediría hacernos daño. Son seres honorables y rectos. Si son de Luz, claro...
—Si fueran de Sombra ya nos habrían atacado, seguro —coincidió Symeon—. Tiene sentido lo que acabas de decir, sí.
Genhard miraba a unos y a otros, con los ojos muy abiertos y a duras penas pudiendo contener su asombro ante todo lo que oía.
—Y si pueden llevar gente físicamente hacia y desde el mundo onírico, la única razón de que no nos hayan atacado ya de forma devastadora, tiene que ser la buena voluntad de los centauros. —Añadió Daradoth—. Si son centauros.
—En cualquier caso —dijo Symeon—, es muy difícil hacer eso, y la ventana de oportunidad es muy pequeña, pues cuanto más se alejen de la "hora más oscura" de la noche, más complicado se hace.
—Aun así, no está demás que redoblemos las guardias —sugirió Galad.
—Por supuesto, las redoblaremos —confirmó Yuria. Le hizo una seña a Genhard, y este, después de salir de su estado de sorpresa, partió a dar las órdenes pertinentes. A continuación, el grupo al completo se dirigió de nuevo a la sala de cónclaves, desde donde se dedicaron a dirigir la ciudad.
A media mañana hacían acto de presencia Galan y Eleria, acompañados de los nobles ercestres. Acudieron básicamente para ofrecer su apoyo al grupo (pues desde Creä, lord Galan estaba firmemente convencido de la necesidad de detener el avance de la Sombra) y para interesarse por el estado de salud de Ginathân. A continuación, Eleria y el archiduque hicieron un aparte con Yuria y Galad:
—No he podido evitar fijarme, Yuria —empezó la duquesa, con voz queda y preocupada—, en que Genhard y tú estáis trabando una relación realmente... cercana.
Lord Galan Mastaros, archiduque y valido de Ercestria |
—¿De verdad crees que los Cuervos pueden cambiar de bando? ¿Y romper su contrato?
—Al menos hay que intentarlo.
—Está claro que Genhard y tú sois ya más que amigos, Yuria...
—No lo niego.
—Y evidentemente, hay posibilidades de que él sí haga lo que deseas. Pero... ¿sus mil quinientos hombres lo harán? E incluso el propio Genhard, ¿será capaz de renunciar a una vida de honor y respeto a sus contratos?
—Se está luchando por cosas mucho más importantes, y él lo sabe. La existencia misma está en juego.
—Una afirmación grandilocuente, expresada así. ¿Y respecto a mi propuesta...?
—Imaginarás ya cuál es mi contestación —el rostro de Yuria mudó en un sincero gesto de consternación—. Mi honor y la lucha contra la Sombra está por encima de todo. Por supuesto, quiero lo mejor para Ercestria, y espero que podamos trabar una firme y honesta alianza, para ayudarnos en todo lo posible.
—Ya veo. —Eleria miró a su protegida fijamente—. No puedo decir que me parezca una decisión acertada, pero tampoco que la repruebe del todo. Me entristece, pero te comprendo. Aunque también es cierto que necesitamos ayuda. Sé que Galan negará esto —miró al archiduque, que esbozó una media sonrisa—, pero nuestro ejército no puede contener a tantos enemigos. Si nos quedamos aislados, Ercestria no durará más que unos pocos años; quizá meses. No podemos permitir bajo ninguna circunstancia que Darsia caiga en manos del Káikar. Bajo ninguna circunstancia.
—Entendido, mi señora.
—Yo querría añadir algo —intervino Galad—. Sería de gran utilidad tener alguna prueba de que el Káikar colabora con la Sombra, de cara a convencer a Ginathân de volverles la espalda. ¿Contáis con alguna?
—Pruebas en sentido estricto no —contestó Eleria—. Tenemos testimonios de presencia de extraños barcos negros en las costas del Káikar, y de hecho sabemos que uno naufragó y se encontraron a bordo muertos varios elfos oscuros y algunos cadáveres de los seres llamados drakken. Aberraciones. Pero pruebas, aparte de testimonios, no.
—Es una pena —volvió a retomar la conversación Yuria—. Y repecto a la orden de mi exilio... ¿creéis que podríais revocarlo?
En esta ocasión fue Galan quien contestó:
—No lo creo. Lo intentaremos, pero, de hecho, no vamos a comentar nada al príncipe Aryatar sobre vuestra decisión de no volver con nosotros. Estábamos convencidos de que volveríais con nosotros. No podíamos imaginarnos que renunciaríais al cargo de mariscal.
—Si hubierais visto y vivido lo que yo, también antepondríais la lucha contra la Sombra a todo lo demás. Debo declinar vuestra oferta, pues con Ilaith puedo dedicarme en cuerpo y alma a ella.
Acto seguido, Eleria y Galan conversaron privadamente durante un par de minutos. Cuando volvieron a acercarse, la duquesa propuso algo:
—Sé que tu relación con Elitena no es muy fraternal, pero, ¿creéis que sería posible que Rania os acompañara hasta Tarkal para ejercer como diplomática ante lady Ilaith? —Galad torció un poco el gesto ante la perspectiva de que su madre adoptiva los acompañara durante varias semanas, pero no dijo nada.
—Quizá —lord Galan continuó donde lo había dejado Eleria— si pudiéramos coordinarnos y tomar partido, o intervenir de alguna manera, rápidamente, en la situación en Esthalia... Quizá así podríamos sofocar rápidamente el conflicto y recuperar el país para nuestra causa. Sería muy importante.
—¿Y no créeis que el asunto es lo suficientemente importante para acompañarnos vos misma en persona? —Yuria lanzó la sugerencia a lady Eleria.
Eleria y Galan lo pensaron seriamente durante unos instantes, pero cuando el grupo habló de sus planes más inmediatos, que los dirigían a la Gran Biblioteca de Doedia, descartaron la posibilidad.
—Acudiré yo mismo en persona a lady Ilaith —dijo el propio Galan—. No obstante, será mejor que nos desplacemos a Eskatha por nuestros propios medios, no podemos esperar a que vosotros resolváis vuestros asuntos —zanjó finalmente Galan.
Tras esto, conversaron durante un rato más o menos largo sobre el sobrecogedor episodio con los mediadores. Poco pudieron explicar acerca de él, así que los ercestres se despidieron hasta el día siguiente.
Por la tarde, Galad mantuvo una breve conversación con Somara, preguntándole por el estado de Ectherienn en la pequeña redoma. La errante, acariciando ausente su abultado vientre de siete meses de embarazo, le dijo que había habido un par de episodios de crisis, pero se espaciaban cada vez más, y había podido superarlos sin un esfuerzo demasiado acusado.
La mañana siguiente aprovecharon para hablar con los nobles que todavía estaban presos en los calabozos. A instancias de Ginathân y tras recibir promesas de colaboración y renuncia a intentos de fuga, decidieron mudarlos a uno de los edificios de la ciudadela para ponerlos en arresto domiciliario y no dañar más su dignidad. Galad aprovechó para interesarse por el estado de la relación de Genhard con sus ayudas de campo:
—Parece que Svarald ha aceptado de buen grado nuestra... colaboración —dijo el general—. Pero Vythen y Svaston no están tan de acuerdo. Temo que puedan organizar una rebelión para deponerme. Me respetan después de décadas a mi servicio, pero realmente comprendo que este cambio de rumbo los pueda haber descolocado. —Genhard miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie estaba escuchando, y añadió en voz baja:— Además, hay un problema añadido. Junto con los Cuervos, hay tropas regulares de las casas Nastren y Vynkavos, y su lealtad ya entenderéis que no es para mí.
—Ya veo. ¿Y tenéis alguna idea del curso de acción a tomar?
—De momento no creo que haya peligro, ha pasado muy poco tiempo, y las casas del Káikar confían en mí. Por cierto, que mi cambio de opinión no va a anular mi honor. No voy a traicionar a mis empleadores, los contratos firmados por los Cuervos son sacrosantos. Antes dejaría el mando que hacer tal cosa.
—De hecho, me alegra oír eso, quiere decir que sois una persona de fiar. ¿Y podría saber cuáles son los detalles de ese contrato?
—A grandes rasgos, conseguir que Ginathân tome el poder de Darsia, y luego protegerlo de posibles contraataques. El contrato está firmado por Ginathân, pero hay un segundo acuerdo firmado con las casas insignes del imperio.
—Está bien. Tendremos que intentar solucionar este tema lo antes posible, ahora mismo hay mucho que hacer. Os agradezco la sinceridad, Genhard —se despidió Galad—. Si podemos hacer algo para mejorar la situación con vuestros oficiales, contad conmigo.
Poco tiempo después, el grupo se reunía de nuevo con lord Galan y los ercestres, para discutir sobre la posibilidad de su desplazamiento a la Confederación de Príncipes Comerciantes con una breve parada en Doedia para dejar a Symeon y Faewald en la Gran Biblioteca. Finalmente, dada la necesidad del archiduque de viajar con un séquito adecuado a su rango y sus necesidades de seguridad, se reafirmó en viajar con medios propios. Una vez que partieran de Dársuma hacia Ercestria, el viaje hasta Eskatha les llevaría entre tres y cuatro semanas embarcando en el puerto de Aucte.
El día siguiente discurrió relativamente tranquilo, con Yuria y Galad tomando firmemente las riendas de la ciudad. Los guardias que Daradoth había enviado para recabar información sobre la tos negra volvieron con noticias. Informaron de que habían descubierto varios casos, pero parecían aislados; además, todos los casos que habían descubierto afectaban a niños. No había adultos contagiados; por algún motivo aquel brote afectaba más a los menores. Los casos, además, se concentraban en la parte oriental de la ciudad, fuera de la ciudadela. La escasez y desconexión de los casos era tranquilizadora. Galad dio órdenes para que los clérigos de la ciudad atendieran por un precio razonable a pagar por el gobierno a todos los niños afectados.
La mañana siguiente, con los tañidos de todas las campanas de la ciudad, docenas de heraldos corrieron por toda Dársuma con buenas nuevas:
—¡Lord Ginathân ha despertado! ¡Por fin, lord Ginathân se ha recuperado! ¡Honrad a Burkadûn, a Anûdras y a Mitálmo! ¡Ginathân nos guiará!
Somara y Symeon se encontraban con el recién nombrado gobernador cuando el resto acudieron allí. La errante los llevó aparte para susurrarles algo:
—Ginathân me ha dicho que recuerda perfectamente un sueño que tuvo mientras estaba inconsciente, y que le angustió hasta casi detener su corazón. Al parecer, soñó con que cinco mediadores nos mataban a mí y a su hijo no nato. Dice que no le pareció un sueño, sino algo muy real. Y cinco mediadores...
—...fueron los que aparecieron en la sala de cónclaves, sí —terminó la frase Symeon—. Y por la descripción que ha dado, los de su sueño eran los mismos. Evidentemente, los sucesos están relacionados, sería muy inocente por nuestra parte pretender lo contrario. Pero, por el bien del gobernador, lo mejor es que nos mantengamos firmes en que no fue más que una simple pesadilla —con esto, dieron por zanjada la conversación.
Gracias a los cuidados de Symeon y Somara, Ginathân pudo ponerse en pie en un par de horas y en un par de horas más salía a las almenas de la muralla principal con el cetro en sus manos. La multitud reunida lo aclamó entre vítores.
Poco después, Ginathân se reunía con el grupo y los nobles en la sala de cónclaves.
—Os agradecería —dijo con voz cansada, dirigiéndose a Yuria y Galad— que permanecierais en la regencia al menos una jornada más, hasta que tenga las fuerzas suficientes para ejercer mi cargo.
—Claro, mi señor —contestó Yuria, mirando al resto; «otro día más de retraso», pensó—. Contad con nosotros.
A continuación, fue puesto en antecedentes de todo lo que había pasado, y de la situación de la ciudad. Luego, anunció que se retiraba a descansar. «Es un momento tan bueno como cualquier otro», pensó Galad.
—Mi señor —le susuró, acompañándolo fuera junto al resto del grupo—, hay algo que debemos hablar con vos en privado.
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