Translate

Publicaciones

La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 3 de julio de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 5

La Revelación de Nerémaras. La Valida de Ilaith.

El Arpa de Plata era una posada realmente lujosa, lo que en Doedia, una ciudad rica de por sí, la situaba entre las más suntuosas del continente. La estancia era cara, pero el cofre de joyas que llevaban en el Empíreo estaba precisamente para estas ocasiones. La pequeña multitud que componía el grupo y sus acompañantes era un negocio demasiado jugoso para que maese Hanil, el dueño, lo dejara pasar, así que tomó las disposiciones necesarias para que todos ellos tuvieran varias de las mejores habitaciones del edificio. La presencia de varios elfos y elfas entre ellos también facilitaba en gran medida la deferencia de los habitantes locales.

El edificio donde se alojaron parecía un pequeño castillo con multitud de salas y una enorme sala comunal donde un par de juglares amenizaban la velada. Como ya sabían, los juglares y bardos eran las personas más respetadas en Sermia, y distaban mucho de ser los artistas callejeros que podían verse en otros países. En consonancia con ello estaba su arte, pues sus voces, sus canciones y composiciones aceleraban el corazón o excitaban la imaginación a su voluntad.

Se sentaron a cenar, una comida excelente, y pronto se retiraron a sus habitaciones, pues los elfos atraían demasiadas miradas y preguntas de los presentes, y el estado anímico de Symeon no era el mejor en ese momento.

Antes de dormir, Galad aprovechó, como ya había hecho en menor medida durante las jornadas de viaje,  para conversar tranquilamente con su padre y repasar la situación en Ercestria. Garedh seguía siendo un ateo recalcitrante, y se negaba a atenerse a razones a pesar de las demostraciones de su hijo, que prefirió dejar ese tema para más adelante.

El día siguiente disfrutaron de un excelente desayuno.

—Quiero partir hacia la Confederación lo antes posible para informar a lady Ilaith de todo, aquí me siento un poco fuera de lugar —dijo Yuria en un momento dado.

—Sí, te comprendo, yo siento algo parecido —contestó Galad, saboreando un untuoso panecillo. A su mente acudieron Eudorya y Églaras—, y deseo acompañarte. Pero si puedo sugerirlo, creo que es mejor que esperemos un par de días a ver que todo está bien aquí y Symeon no corre peligro.

—Está bien, sí —aceptó la ercestre.

Tras desayunar, salieron hacia la Biblioteca. Atravesaron la ciudad, que no estaba completamente amurallada, y tomaron el camino del norte para llegar a la colina de la multitud de escalinatas.

La Gran Biblioteca de Doedia

—Debemos encontrarnos con Svadar, el Gran Bibliotecario —dijo Symeon—. Y si no es posible, con Nerémaras, uno de los más altos cargos en el complejo. Ellos nos podrán ayudar a encontrar la información que necesitamos —ante estas palabras, Galad hizo ademán de palpar la redoma donde se encontraba el alma de Ecthërienn, pero recordó que se había quedado con Somara en Dársuma. «Espero que esté a salvo hasta que volvamos»—. Tal vez deba contarles nuestro motivo para haber venido.

—Preferiría que no lo hicieras —dijo Yuria.

—Seré precavido, pero no creo que sea buena idea ocultarles información.

 Ascendieron la colina por la enorme escalinata principal, a la que rodeaban unas cuantas fuentes y multitud de estatuas y pórticos, y que conectaban con varias explanadas, plazas y jardines.

—Me sigue sorprendiendo la belleza de este lugar —dijo Galad.

—La Biblioteca existe desde hace más de dos mil años —contestó Symeon—. Dos mil años de historia. Construcción tras construcción y reconstrucción. Es magnífico.

Por fin, algo faltos de aliento, llegaron a la explanada principal, que daba acceso a varios edificios del complejo. Una pequeña multitud de gente se aprestaba a realizar sus tareas, fueran cuales fuesen. A su derecha podían ver los eclécticos templos dedicados a los grandes héroes, bardos y cronistas de antaño. A la izquierda quedaba el enorme edificio dedicado exclusivamente a la preservación y ampliación de la obra cumbre de la literatura sermia: El Ciclo de las Eras; pretendía ser una completa historia del mundo desde los albores hasta la actualidad (en ese momento, constaba de unos mil doscientos volúmenes), y para ello, trabajaban en él varios centenares de escribas, eruditos y cronistas. De hecho, estos tenían vía libre para abordar a cualquier visitante del complejo de la Biblioteca e interrogarle acerca de la situación en otros lugares de Aredia. El trabajo en El Ciclo de las Eras era importantísimo para los sermios, y todos los visitantes estaban obligados tácitamente a atender a los cronistas del Ciclo por el tiempo que fuera necesario.

—De hecho —dijo Symeon—, una de las pruebas para que un juglar pueda convertirse en bardo en Sermia es que pueda recitar de memoria al menos un centenar de volúmenes del Ciclo.

—Qué barbaridad —exclamó Galad.

—Y qué buena memoria —añadió Yuria.

En ese momento, Daradoth se detuvo.

—Siento algo extraño —dijo—. No sé deciros qué; es parecido a lo que siento al estar en Rheynald, pero de otro modo. No sé, no sé si es peligroso.

El resto también se detuvo y se concentró durante unos instantes.

—Sí, es verdad —dijo Galad—. Es como... como un hormigueo.

—Yo también lo siento —dijo Symeon.

—Y yo —anunció Yuria, para sorpresa de todos, pues llevaba el talismán al cuello.

—¿Estás segura? —preguntó Galad—. Eso sí que es extraño.

—En Rheynald es como una comezón —siguió Daradoth—. Aquí sí... efectivamente es un leve hormigueo.

—¿Qué hacemos entonces? —preguntó Yuria.

—La verdad es que es bastante leve, es posible que por la experiencia con la Vicisitud seamos más sensibles a ciertas cosas. 

—Sí, quizá esté sucediendo algo, o vaya a suceder —sugirió Galad.

—Especulemos en otro momento, debemos avanzar —instó Symeon.

El sol comenzaba a despuntar sobre las colinas circundantes. Atravesaron los grandiosos jardines y dejaron atrás la extraordinaria fuente central para dirigirse hacia uno de los edificios anexos a la Biblioteca. Esta se extendía hacia la parte norte de la colina y era difícilmente apreciable en todo su volumen. El edificio al que se dirigían, una especie de ala occidental de la Biblioteca, era blanco prístino, como todo el resto, construido en roca caliza y mármol exquisito. Más allá se alzaban unos barracones de la compañía de la Guardia Real destinada a preservar la seguridad del complejo. De hecho, pasaron ante varios de los guardias de capas doradas y largas lanzas para poder acceder al pórtico de su destino. Tras subir media docena de escalones, se encontraron con un par de bibliotecarios que controlaban el acceso. Se encontraban de pie, escribiendo sobre un atril alto. El vello de la nuca de Galad se erizó; notaba una especie de... vibración. «Hay algo poderoso activo aquí», pensó.

Symeon sujetó ambos extremo de su capa con su broche de Maestro del Saber, asegurándose de que estuviera bien visible. Los bibliotecarios lo vieron enseguida. Dijeron algo en sermio, pero Symeon les contestó en estigio, y no tuvieron problema en cambiar de idioma.

—¿Qué se os ofrece, mi señor? —dijo uno de ellos.

—Deseo ver al maestro Nerémaras.

—Disculpadme, mi señor, pero debéis de ser nuevo en las filas de los sapientes, ¿seríais tan amable de decirme a quién debo anunciar?

—Por supuesto. He estado fuera mucho tiempo. Mi nombre es Symeon Symavrosláv. Me acompañan Galad Talos, Yuria Meristhenos y Daradoth Ithaulgir.

Los bibliotecarios se inclinaron al reconocer a Daradoth como elfo. Hablaron entre ellos, llamaron a un tercer bibliotecario que corrió al interior del edificio, y poco después volvió.

—El maestro Nerémaras os puede recibir ahora, mi señor —anunció el bibliotecario que había hablado en primer lugar—. Si sois tan amables de acompañarme, por favor —los invitó a seguirlo, y se apresuraron tras él. 

Antes de entrar, los guardias reales les pidieron sus armas, y nadie se opuso a dejarlas.

El edificio era tan hermoso por dentro como por fuera, con multitud de tapices y estatuas por todos lados.

—Daradoth —susurró Symeon—, cuando veamos a Nerémaras, haznos un gesto con el índice si detectas sombra en él como en Ashira, por favor.

—Por supuesto —contestó el elfo.

—Pediré la ayuda de Emmán para detectar cualquier ente hostil —dijo en voz baja Galad, que se concentró y susurró una pequeña plegaria al ver a Nerémaras saliendo a su encuentro, esperando que su dios le iluminara ante la presencia de cualquier enemigo.

El pasillo se oscureció de repente, y la luz volvió con más intensidad, cegadora. Les aturdió. En cuestión de segundos, sonido de botas retumbó en el pasillo y eran rodeados por varios guardias.

—¿Habéis esgrimido el poder? —preguntó uno de ellos, suspicaz.

—He sido yo —reconoció Galad, entornando los ojos para recuperarse de la ceguera temporal—. Lo lamento mucho.

—Solo estaba entonando una plegaria a Emmán, es uno de sus paladines —aclaró Symeon.

—¿Sois un paladín de Emmán? Es raro ver un paladín sin su túnica.

—Sí, solo hemos venido a hacer una visita rápida, no pude ataviarme con ella.

—Está bien, solo recordad que el complejo está protegido y debéis avisar cuando queráis... 

—Tranquilos, ya se han dado por enterados —era Nerémaras, que se había acercado a ellos, sonriendo—. Qué alegría veros de nuevo, Symeon. Y al resto. Pero pasad, pasad, ardo en deseos de que me informéis sobre vuestro viaje.

El maestro bibliotecario los condujo hasta su despacho. Symeon y Daradoth se miraron, y el elfo hizo un leve gesto de negación con la cabeza. «Bueno, menos mal, una cosa menos de la que preocuparnos», pensó el errante, que procedió a presentar a todos sus compañeros.

—Hemos estado varios meses ausentes, ha sido un viaje bastante largo —empezó Symeon—. Y han pasado muchas cosas. Algunas peligrosas. Algunas extraordinarias.

—Sí, ya lo había supuesto, pues os veo muy cambiado, y no solo a vos —miró a Daradoth.

Lentamente, Symeon quitó la tela con la que llevaba envuelto su cayado, evitando que llamara la atención. Al ver la madera viva, Nerémaras arqueó las cejas.

—Extraordinario. ¿Es madera de...? —lo tocó levemente.

—De Aglannävyr, sí. Fue un regalo del propio árbol, en los Santuarios de Essel.

—Increíble.

—Sí. Los dioses nos llevaron hasta allí dándonos la ayuda de la Luz, y nos permitieron encontrar el Orbe de Curassil. Una poderosa herramienta para la lucha contra los invasores de Sombra que quieren destruir nuestra forma de vida.

—Impresionante.

—El caso es que para poder utilizar el Orbe necesitamos información sobre un ritual muy específico, un ritual que permita restaurar un alma separada de su cuerpo en un cuerpo nuevo.

—Nunca he oído hablar de tal cosa —se notaba que Nerémaras estaba prácticamente aturdido por las revelaciones de Symeon.

—Parece ser que los antiguos elfos eran capaces de hacerlo, y queremos intentar encontrar ese conocimiento en la Biblioteca. Quizás el Gran Bibliotecario Svadar nos podría ayudar en el empeño. Como ya os hemos dicho, muchas cosas dependen de ello. Incluso demonios y muertos vivientes han llegado a Aredia, y debemos evitar que puedan prosperar. Debemos erradicarlos.

—¿Demonios? ¿Muertos vivientes? Desde luego, esperaba que me trajerais noticias de vuestro viaje, pero esto supera todas mis expectativas.

—Y es una información que me gustaría mantener en privado por el momento —advirtió Symeon—. A ser posible, compartirla solo con maese Svadar. Y preferiblemente, de forma muy urgente; hay demasiados enemigos en todas partes. Es solo cuestión de tiempo que lleguen aquí si no actuamos.

Nerémaras permaneció dubitativo unos segundos.

—Bueno —dijo—, ya sabéis que el Gran Bibliotecario os tiene en gran estima, incluso ofició personalmente vuestra ceremonia de sapiencia, pero creo que va a ser imposible que os reciba hoy, pues se encuentra en la corte para un encuentro con sus majestades los reyes. Tendrá que ser mañana seguramente.

—Está bien —aceptó Symeon—. Es importante que sea lo antes posible. 

—Por supuesto. Mandaré en vuestra busca en cuanto sepa algo.

Agradecieron a Nerémaras su atención y se giraron para marcharse, pero en ese momento el maestro bibliotecario pareció recordar algo.

—Una cosa que quería comentaros, Symeon.

—Claro, decidme.

—¿Os suena de algo una tal... Ashira? —el corazón de Symeon dio un vuelco.

—Sí. Por fortuna o por desgracia, sí.

—Es una errante como vos. ¿Me equivoco?

—No, estáis en lo cierto. Es una errante, sí.

—Ya me parecía a mí —sonrió levemente, como regocijándose por un logro privado—. No es una comerciante oriunda de la Confederación, estaba seguro. Sentaos de nuevo, por favor —esperó a que el grupo tomara asiento de nuevo—. Lo que os voy a decir es por confianza plena que os tengo a vos y a vuestros compañeros, Symeon. Os tengo por una persona de gran confianza, y por todo lo que me habéis dicho creo que no hay otra persona en la que pueda confiar más.

El grupo se miró. ¿Los nudos en la Vicisitud actuaban de nuevo? Posiblemente.

—Aunque —continuó Nerémaras— no puedo desvelar algo que me preocupa tanto sin tener antes un poco más de información. ¿Qué sabéis de Ashira? ¿Cuál es vuestro vínculo?

Symeon frunció los labios. Su corazón se aceleró y sintió una leve náusea.

—Es mi esposa.

—¿Cómo? —Nerémaras no pudo evitar que la sorpresa se reflejara en su rostro—. ¿Vuestra... vuestra esposa?

—Sí —contestó Symeon gravemente—. Fuimos matrimonio varios años, pero hace mucho tiempo que se marchó y no he sabido nada de ella hasta ahora.

—Vaya, lo siento —se compadeció el bibliotecario cuando vio que los ojos de Symeon se tornaban vidriosos con el recuerdo.

—Oficialmente somos matrimonio aún, pero en la práctica no. Y por desgracia, ha cambiado. Supongo que estaréis enterado del genocidio del Pueblo Errante en tierras vestalenses que sucedió hace unos diez o doce años.

—Sí, un suceso terrible, registrado pertinentemente en El Ciclo de las Eras.

—Ashira y yo fuimos los causantes.

Nerémaras no acertó a contestar, tal fue su sorpresa. Pero el dolor en el rostro de Symeon era tan evidente, que descartó cualquier reacción que no fuera la compasión. Galad puso una mano en el hombro de su amigo.

—Lo siento... lo siento de verdad —dijo el bibliotecario en voz baja.

—Gracias. Estoy cumpliendo mi castigo por ello, aparte de mi penitencia interior. En fin, os preguntaréis qué causó tal genocidio. Claro. Ashira y yo robamos la copia del Libro de Aringill de los Santuarios de Creä, y cuando la guardia vino a reclamarlo, ella desapareció con él, abandonándome a mí y a su pueblo, y dejándonos a merced de la venganza de los vestalenses —Symeon no pudo reprimir una lágrima, que resbaló por su mejilla.

—¿Y puedo preguntar por qué hicisteis tal cosa?

—¿Robar el libro? Mi intención, como todo en aquel momento, era averiguar algo que nos permitiera encontrar el Camino de Vuelta. Ya sabéis, nuestro...

—Sí, por supuesto.

—Bien. Creo que las intenciones de Ashira no eran tan... elevadas. Se divertía con los robos. Quería riquezas. Y sospecho que también poder. Y no supe nada más de ella hasta ayer, cuando la vimos en la lejanía acompañada de dos sapientes. No confiéis en ella, ha cambiado y tiene algo que la hace peligrosa.

—Ya veo. Muchas gracias por vuestra sinceridad —agradeció Nerémaras—, estas revelaciones son realmente estremecedoras. Por supuesto, os corresponderé explicándoos todo, pero dejad que me recomponga, pues no creía que ibais a decirme todo esto.

Nerémaras sirvió unas bebidas en sendas copas, y las ofreció a todos. Tras unos sorbos, continuó:

—Bien. Dejadme deciros que relacioné a Ashira con vos debido a algunas sospechas sobre sus rasgos físicos y un ligerísimo acento remanente en el habla. Además, en un descuido pude ver un pequeño fragmento de un tatuaje en su brazo que parecía representar un laberinto, como los vuestros; ponía mucho cuidado en no mostrarlos, lo que me extrañó. En realidad ella llegó a Doedia afirmando ser una rica comerciante de la Confederación —Symeon afirmó, sorprendido pero silencioso—. De hecho, llegó con un séquito importante de sirvientes y guardias. Aún más sorprendente es que se aloja en casa del duque Datarian. Y, además de todo eso, el hecho que para mí tiene más relevancia es que va a ser nombrada Maestra del Saber en un tiempo récord; está previsto que la ceremonia se oficie pasado mañana.

—¿Y quién la oficiará? —preguntó Symeon, asombrado y empezando a sentirse enojado, pues sospechaba cuál iba a ser la respuesta.

—El propio Gran Bibliotecario, maese Svadar.

—Ya veo —Symeon apretó los dientes—. Y supongo que sabéis que perteneciendo a las filas de los sapientes, podrá llegar a profundidades de la Biblioteca con conocimientos que nos podrían poner en peligro a todos...

—Hace unos minutos no lo habría dicho así, pero sí, claro. Me alegro de que el azar haya puesto esas palabras en mi boca.

«El azar», pensó Yuria dejando escapar una queda risita. «Ojalá solo fuera una cuestión de azar».

—Todo esto significa que Ashira busca algo —continuó Symeon—. Y ahora sí que es urgente que podamos encontrarnos con Svadar cuanto antes.

—Pues, como ya os he dicho, Svadar se encuentra en palacio en visita a sus majestades, y según tengo entendido también se encuentra allí el duque Datarian junto con su huésped, Ashira.

Symeon resopló. El grupo intercambió miradas, rebullendo en sus asientos.

—Qué casualidad —soltó Yuria, irónica.

—Por supuesto —siguió Nerémaras ignorando el comentario—, a mí todo me ha parecido muy irregular. La mayoría de los sapientes han accedido a ascender a Ashira en un tiempo demasiado corto, algo nada normal. E incluso están contraviniendo las normas de facto de la Biblioteca, pues algunos están sacando libros del complejo para el uso personal de ella.

»Realmente es una mujer muy culta, y su conocimiento sobre los artefactos y la historia oculta es apabullante. Eso debe de haber obnubilado a los sapientes. No sé deciros más, pues yo no he intercambiado palabras apenas con ella.

—¿Y Svadar? ¿Ha hablado con ella? —inquirió Symeon.

—Sí, Svadar ha mantenido varias conversaciones.

—Ya habrá caído bajo su influjo —murmuró Daradoth en cántico.

Discutieron durante unos minutos más, y finalmente Symeon sugirió:

—Nerémaras, ¿qué os parece si acudimos a palacio con la excusa de que nos habéis confiado un mensaje importante para maese Svadar? ¿Creéis que nos dejarían encontrarnos con él?

El maestro bibliotecario meditó unos segundos.

—Bueno, sois uno de los sapientes, os acompañaría un elfo y un paladín... a mi parecer, sí. Además, podría destinar dos guardias reales para escoltaros.

—Perfecto, pues haremos eso entonces.

—Mantenedme informado, por favor.

—Desde luego —aseguró Symeon—. Y otra cosa, ¿creéis que los escribas de la entrada podrían borrar mi nombre del libro de registro?

—Por supuesto, lo ordenaré ahora mismo.

Cuando el grupo ya se encontraba en la explanada exterior, mientras caminaban, Yuria sugirió:

—Creo que será mejor acudir a palacio pero poniendo como excusa que traemos un mensaje de lady Ilaith. Así podríamos entrar todos en palacio.

—Sí, no es mala idea.

Tras discutir durante un rato la conveniencia de acudir a palacio ese mismo día o el día siguiente, finalmente decidieron ir hacia allá lo antes posible. No podían arriesgarse a que Ashira pudiera pasar un día entero influyendo o corrompiendo a los monarcas. Como delegación enviada por Ilaith, tendrían que hacer una entrada apropiada. Así que, tras un breve paso por la posada, se dirigieron bajo la lluvia hacia el Empíreo. Un par de horas después se encontraban con el capitán Suras y los tripulantes, y les explicaron todo. Los marinos desplegaron el espléndido estandarte de lady Ilaith con el símbolo de su casa, una "M" de plata estilizada sobre fondo azul marino, y levantaron el vuelo.

Pocos minutos después, ante el asombro y maravilla de la multitud presente en la ciudad, el Empíreo sobrevoló la parte norte dirigiéndose hacia el palacio real. Se aseguraron de llamar la atención haciendo sonar a todo pulmón los cuatro cuernos que llevaban a bordo. El estruendo que provocaba el gentío era audible incluso a bordo del dirigible.

Finalmente, quedaron flotando sobre el patio principal del complejo palaciego.

—¡Ah del palacio! —bramó Yuria con soltura en idioma demhano—. ¡Pedimos a su majestad Menarvil I permiso para aterrizar como enviados de lady Ilaith Meral, canciller de la Confederación de Príncipes Comerciantes!

Al cabo de unos minutos, un oficial de la guardia les hacía señas para que aterrizaran. Y así lo hicieron.

—Vaya —dijo en voz queda Yuria a sus compañeros—. La última vez que estuvimos aquí se veía un buen puñado de caballeros esthalios, y ahora no veo ni uno.

—Es cierto —abundó Galad—. Esperemos que sea simplemente por efecto de la situación en su país.

Antes de echar el ancla, Yuria entró rápidamente en su camarote para abrir un pequeño cofre en un rincón secreto y sacar la acreditación que Ilaith le había proporcionado como su representante. Symeon se puso la diadema élfica y esgrimió su bastón de madera viva. Daradoth se aseguró de que la empuñadura de Sannarialáth fuera visible, y Galad vistió sus impresionantes atavíos de paladín. Una vez en tierra, fueron recibidos por el senescal Aereth, al que ya conocían de la anterior ocasión en la que habían estado en Doedia. El mayordomo se mostró amable y solícito, así como la nutrida comitiva que lo acompañaba. Desde todos los puntos visibles había personas que observaban la escena.

—Traemos un mensaje de Ilaith que debemos tratar inmediatamente con sus majestades.

Yuria no perdió el tiempo: sacó de su estilizado gabán ercestre el pergamino con el sello de la canciller. Aereth ni siquiera hizo amago de agarrarlo; no tuvo más que posar la mirada sobre él para comprender la situación. Aunque gritó en Sermio y el grupo no lo entendió, su tono y expresión no dejaba lugar a dudas sobre el contenido:

—¡Abrid paso! ¡Abrid paso a la insigne valida de T... —dudó un momento, pues estuvo a punto de decir "Tarkal"—, la cancillería comerciante!

Fueron conducidos por el senescal y un grupo de guardias hacia el interior del palacio. Durante la marcha, Galad pudo ver dos caballeros Argion de Esthalia entre la multitud reunida. Se lo hizo notar a Yuria. «Bueno, menos mal, parece que los vínculos no se han roto del todo», pensó la ercestre.

El palacio era barroco y suntuoso, como ya habían comprobado en su anterior visita, con multitud de estatuas heroicas y tapices representando momentos míticos. Cada pocos pasos, los heraldos anunciaban su presencia:

—¡Dejad paso! ¡Dejad paso a la valida de lady Ilaith!

Llegaron al pie de la magnífica escalinata que daba acceso al nivel de la sala del trono. Levantaron la vista, y Symeon sintió un escalofrío en la columna.

Desde lo alto de la escalinata, iniciaba el descenso otro grupo, con cara de pocos amigos. Lo encabezaba el duque Datarian, el gran bibliotecario Svadar y una hermosísima mujer pelirroja, que se detuvo al verlos. «Me ha reconocido por fin», pensó Symeon, intentando sobreponerse a la oleada de caóticas emociones. Todos ellos mostraban un gesto adusto; sin duda, les había contrariado que los recién llegados interrumpieran lo que fuera que habían venido a hacer allí. No obstante, al ver al grupo, lo variopinto de sus miembros y sus impresionantes pertrechos, sus rostros tornaron en un gesto de sorpresa y estupefacción.

Los dos grupos se cruzaron más o menos a mitad de la ascensión; Symeon pudo advertir cómo Ashira dirigía miradas confusas hacia Daradoth, hacia Galad, y hacia su diadema y su bastón. Olía a jazmín, y seguía tan bella como siempre. Quizá más.

 

No hay comentarios: