Ataque onírico. Preparación del Asalto.
Durante la conversación del grupo, en la que Galad y Daradoth relataron cómo había ido la reunión con el duque Datarian, salió a relucir el nombre de su nuevo consejero, Norren. Symeon sintió un pequeño escalofrío. Un nombre de su pasado.
—Ya había escuchado ese nombre antes —dijo, algo balbuceante—. Por la descripción, esa persona es la misma que se incorporó a mi caravana cuando yo era solo un muchacho, lo encontramos colgando de un arbusto en un precipicio, se había intentado suicidar. Me inició en las artes de los onirámbulos. Y, si recordáis, hace unos pocos meses fui atrapado en el mundo onírico por un grupo de encapuchados que intentaron hacerme víctima de alguna especie de ritual. Estoy convencido de que escapé de aquello porque él apareció y me ayudó.
» De muchacho llegué a tener un vínculo bastante fuerte con él, Norren el de las muchas lenguas, una persona sumamente atormentada, aunque noble, que de hecho se intentó suicidar un par de veces más. Decía —esbozó una leve sonrisa— que mi presencia lo tranquilizaba. Pero si decís que la Sombra lo hinche ahora de tal forma, temo que haya sucumbido totalmente a ella.
—Si es tu mentor en el mundo onírico, esto dificulta entonces mucho más la posibilidad de recuperar a los reyes —dijo Galad, con tono grave.
—Extremadamente, sí —confirmó Symeon—. Es una confrontación onírica que creo que no podemos ganar.
—Bueno, no seamos tan derrotistas —les recriminó Daradoth.
—Exacto —coincidió Yuria—. Hasta ahora hemos encontrado solución a todos los problemas, por imposibles que parecieran.
—¿Crees que te reconocería, Symeon? —intervino Faewald.
—Creo que sí, nuestro vínculo fue fuerte, y en el episodio reciente del mundo onírico seguramente me auxilió al reconocerme.
—Respecto a los reyes —volvió a intervenir Yuria—, ¿no creéis que pueden estar utilizando las mismas artes que ya descubrimos en Eskatha? ¿Recordáis las esquirlas de plata que llevaban Nercier Ramtor y algún otro noble en el cabello?
—Sí —afirmó Symeon—. Es muy posible. Pero tendríamos que llegar a ellos de alguna manera.
Finalmente, Yuria y Symeon, agotados por las largas horas de análisis de los pergaminos, se retiraron a descansar. Era escasamente pasada la hora de comer.
—El temor que tengo ahora —comentó Daradoth a Galad y Faewald, mientras volvían a la ciudad—, es que mucha más gente pueda caer víctima de ese extraño coma inducido. Según recuerdo, Datarian no es el primero en la línea de sucesión y, si fuera yo, quitaría de en medio rápidamente a todos los que me precedieran. Y no somos rival para ese Norren en el mundo onírico.
—Tendremos que acabar con él entonces mediante otros medios —afirmó, tajante, Galad.
—Necesitamos aprender a controlar la Vicisitud.
—No creo que eso suceda a corto plazo, y siempre que lo hemos hecho ha sido un desastre. Por no hablar de los mediadores. Quizá podamos aprovechar ese vínculo con Norren del que ha hablado Symeon.
—De cualquier modo, no creo que dispongamos de más de un par de jornadas antes de que levanten el veto sobre Ashira. Tendríamos que darnos mucha prisa. Y necesitamos acabar el análisis de los pergaminos.
—Ahora deberíamos descansar para sincronizar nuestro horario con Symeon y Yuria —sugirió Galad—. Pero antes quiero dar una vuelta por el palacio.
Y así lo hizo. Tenía hambre, así que fue a buscar algo al comedor de los barracones. Y allí, en una mesa, vio un pequeño cónclave de tres hombres que le interesó. Distintivos azules en la parte alta de sus brazos derechos los identificaban claramente como caballeros esthalios de la orden argion. Galad sonrió, dando gracias por su fortuna. Se acercó a ellos y los saludó; ellos, por supuesto, lo reconocieron y, sonrientes, lo invitaron con deferencia a sentarse.
—Es un honor, hermano Galad —dijo el que parecía el mayor de ellos—; mi nombre es Candann, y estos son Faewann y Waldick. Os hemos seguido a vos y a lord Daradoth en casi todas las conferencias en la biblioteca.
—Dejadme deciros que os admiramos por todas las ordalías que habéis superado —intervino Waldick, con un leve fulgor en los ojos; «¿demasiada cerveza, o algo más?»—. Sois una verdadera inspiración.
—Muchas gracias por vuestras amables palabras —respondió Galad con humildad—. A decir verdad, os vi hace semanas entrenando a las tropas sermias y quería haberme reunido con vosotros mucho antes, pero como comprenderéis, me ha sido imposible.
—Por supuesto, por supuesto. Desde que vos y vuestros amigos llegasteis a la ciudad, no han parado de sucederse eventos extraordinarios —sonrió Candann.
—Y esas conferencias —intervino Faewann, que presentaba una profunda cicatriz en su frente— han sido... impresionantes. —Pareció acordarse de algo, y torció el gesto—. Pero esto de los reyes...
—¿Sabéis algo de eso? —lo interrumpió Galad—. Hemos intentado verlos, pero no se nos ha permitido. Ni siquiera a mí.
—No gran cosa. Pero entre las noticias de la rebelión en Esthalia y esto de los reyes sermios, estamos planteándonos volver aunque no hemos recibido ninguna orden. Con esta situación, no sabemos en qué situación quedamos nosotros aquí, y más con todo este asunto del conflicto entre Luz y Sombra, Datarian y Ashira, la regencia... estamos indecisos.
—¿Cuántos caballeros argion hay en Sermia?
—Deben de quedar menos de cincuenta. En Doedia, solo nosotros tres —Candann se llevó una jarra a la boca—. ¿Tenéis vos algún dato que pueda sernos de ayuda?
—Bueno —empezó Galad, dubitativo—, la situación es muy delicada, y no conocemos con exactitud las aspiraciones del duque. Mi recomendación es que permanezcáis unos días más a la expectativa, porque es posible que nos haga falta vuestra ayuda. De momento no puedo deciros más.
Candann asintió con la cabeza, y miró a sus compañeros, que imitaron su gesto. A continuación bebieron unas cervezas y tras saciar Galad su apetito, el paladín se retiró a descansar.
Con la noche recién caída, el grupo se unió de nuevo en la biblioteca. Galad les contó sobre la conversación con los caballeros esthalios, y Faewald intervino:
—Solo son tres, parece poco, pero si contamos con su ayuda y la complicidad de la guardia real...
—Podemos forzar nuestra entrada a los aposentos reales, sí —confirmó Galad—. Si actuamos rápido. Cada minuto que pasa acerca a los reyes a la muerte.
Symeon y Yuria, con la ayuda de Aythara y los habituales, continuaron con el análisis de los pergaminos.
Galad, Daradoth y Faewald se dirigieron a palacio para intentar encontrarse con alguno de los sanadores que atendían a los reyes. Mientras caminaban por los pasillos, se dieron cuenta de que los estaban observando. Parecía que allá donde fueran hubiera un par de ojos observándolos, de guardias, soldados, sirvientes, comerciantes o transeúntes. No les quedó más remedio que ignorarlo. Poco tiempo después, un par de sanadores que finalizaban su turno aparecían a la luz de los faroles por la puerta que daba acceso desde el ala regia al patio principal. Daradoth se dirigió a hablar con ellos con su escaso sermio. Preguntó por el estado de los reyes, pidiendo que les dejaran verlos, pero pronto vieron cómo por el rabillo del ojo se acercaba un grupo de soldados. Los sanadores respondieron que no era posible, visiblemente preocupados. Cuando Daradoth los dejó marchar, los soldados que habían hecho amago de acercarse se detuvieron.
Galad sintió un intenso mareo y una sensación de desmayo. Daradoth cayó inconsciente a su lado, por suerte Faewald (que parecía indemne) pudo cogerlo a tiempo.
—Daradoth, Dardoth, ¿qué pasa? —el esthalio dio unos ligeros golpes en la cara del elfo—. Galad, ¿estás bien?
—Más... o menos... uf, todo me da vueltas... —le costaba hablar; algo oprimía su mente, como si quisieran arrancársela—. Tenemos que salir de aquí.
Avanzaron a duras penas hacia la salida del complejo. Varias personas se acercaron a ayudarles, preguntándoles qué sucedía.
—Nos atacan —dijo a duras penas Galad—, la Sombra está atacándonos desde otra dimensión. Ayudadnos.
En el mundo onírico, Daradoth se vio a sí mismo como una figura plateada con una espada extendiéndose desde su brazo. Intentó moverse y no lo consiguió. Estaba inmovilizado y rodeado de varias figuras etéreas cuyos rasgos no se distinguían. Parecían estar protegidas por unas capuchas que no paraban de ondear. En lo alto, un enorme engendro compuesto de jirones de humo emitió un sonido ensordecedor, parecido a un graznido. Daradoth sentía un aturdimiento profundo, apenas era capaz de procesar lo que veía, pues tenía la sensación de que caía continuamente al vacío. Pero aun así, se movía, o sería más correcto decir que el entorno se movía a su alrededor. Un poco a su derecha, una figura en forma de cruz con un destello rojizo, se desplazaba al unísono con él. Dos encapuchados extendían sus manos, hacia ella. Pero no podían evitar su movimiento.
Con un esfuerzo titánico por parte de Galad, Faewald y él, ayudados de varios sirvientes y un senescal, atravesaron el patio de armas. Mientras lo atravesaban, Faewald llamó la atención del paladín, que apenas podía mirar a su alrededor. Pero le bastó con un vistazo para ver que varias figuras extremadamente pálidas iniciaban una aproximación hacia ellos. No obstante, varios segundos después parecieron pensarlo mejor y retrocedieron.
Por fin consiguieron salir de palacio e internarse rápidamente en las calles anexas. Daradoth despertó. Relató rápidamente lo que había visto en el mundo onírico.
—Entonces, debemos venir solo cuando el sol esté alto —sugirió Galad, mirando el cielo estrellado de la noche cerrada.
—Sí —dijo Daradoth, lacónico. Su visión volvía a destellar de vez en cuando, tornándose roja por momentos.
En la biblioteca, Symeon y Yuria habían seguido descartando pergaminos a un ritmo muy alto, pero sin encontrar nada de interés. Galad, Daradoth y Faewald llegaron al filo de la medianoche.
—Nos han atacado desde el mundo onírico —anunció secamente Galad— y casi consiguen llevarse a Daradoth. No podemos volver a palacio de noche.
Symeon se fijó en el rostro de Daradoth, tenso y con la vista algo perdida.
—¿Estás bien, Daradoth?
—No, no estoy bien, la verdad. Estoy cansado de lo que ocurre aquí y creo que debemos tomar medidas inmediatas y radicales. Voy a explotar, y como explote, van a rodar cabezas.
—Estoy de acuerdo —lo apoyó Galad—, pero conservemos la mente fría.
—De momento, mantengámonos despiertos esta noche y aprovechemos la mañana —dijo Symeon.
Acto seguido, pasaron a discutir diferentes formas de infiltración en los aposentos reales, sugiriendo que Daradoth utilizara sus poderes para colarse por las ventanas (rompiéndolas, no había más remedio) y buscara las supuestas esquirlas de plata que debían albergar los reyes en alguna parte de sus cuerpos. Pero con cada vía de acción surgían más problemas. Finalmente, Galad dijo:
—Si esta situación es igual que la que vivimos con Nercier y los príncipes comerciantes, no despertarán en el acto, tardarán un par de días. Se darán cuenta de que, como dice Symeon, su representación onírica habrá disminuido y simplemente alojarán otra esquirla.
—Efectivamente —acordó Daradoth.
—Según yo lo veo —continuó Galad—. Tenemos que atacar con todo. Que Daradoth se infiltre es imprescindible, pero tenemos que apoyarle para evitar problemas una vez dentro o cuando libremos a los reyes de su influencia.
—Está bien —zanjó Yuria—. Enviemos un menaje al senescal Aereth con una hora de convocatoria, como nos dijeron. Ejecutar todo rápida y discretamente será muy difícil, pero tenemos que intentarlo.
Y así lo hicieron, enviaron a Faewald con un mensaje para el senescal indicando la hora nona, cambiando los planes de permanecer despiertos por la noche. Volvieron a dormir en la celda de Symeon, con la incomodidad que aquello suponía pero a salvo de atacantes indeseados. Revivieron el sueño de la nieve abriéndose a sus pies, como siempre, y llegó la mañana.
Después de comer algo para aliviar el hambre, se reunieron con lady Serilen, el capitán Garlon y el bardo real Stedenn Dastar. La duquesa se interesó por su estado:
—Nos enteramos de lo que pasó anoche. ¿Estáis todos bien?
—Más o menos —contestó un malhumorado Daradoth.
Galad fue directo al grano:
—La situación es mucho más grave de lo que nos esperábamos. Debemos actuar ya, y necesitamos toda la ayuda posible. La vida de los reyes está en extremo peligro, y somos su única esperanza. No sabemos si el duque actúa pérfidamente o de forma sincera, pero debemos suponer lo peor. El reino corre peligro de caer bajo la Sombra.
—Desde luego, esos nuevos consejeros del duque son preocupantes —dijo Stedenn.
—Son agentes de la Sombra —añadió Daradoth—, y el tal Norren es prácticamente Sombra pura.
—¿Qué sugerís entonces que hagamos? —inquirió sir Garlon—. A pesar del ascendiente y el carisma del duque, pondría la mano en el fuego a que la guardia real todavía sigue siendo fiel a los reyes y a mí, así que contad con nosotros. Unos quinientos efectivos, trescientos en palacio.
—¿Cuántos soldados tiene Datarian en palacio? —espetó Daradoth.
—Más o menos los mismos, unos trescientos.
—Tendremos que reunir entonces a los efectivos de fuera de palacio, la mayoría de los que estén en la biblioteca y en los edificios de la ciudadela —dijo Yuria—. Necesitamos esa superioridad numérica y la necesitamos de forma rápida y muy discreta. Quizá deberían disfrazarse de civiles.
—Está bien, no os preocupéis —dijo Garlon—. Yo me encargo de eso.
—Una vez infiltrados los guardias del exterior, Daradoth incursionará en los aposentos reales mientras el resto lanzamos un ataque sorpresa para llegar allí lo antes posible. Y todo debe ser ejecutado de día.
Serilen y Garlon se miraron, preocupados.
—Será difícil...
—Pero no imposible —la interrumpió Daradoth.
—Está bien, hagámoslo, no nos queda más remedio —zanjó Stedenn—. Irmele y yo os ayudaremos con nuestras... habilidades, claro.
—Que serán muy apreciadas, os lo aseguro —dijo Yuria—. Muy bien, mañana entonces con las once campanadas, con el sol alto. ¿Os dará tiempo a prepararlo todo, capitán?
—Creo que sí. Sí.
—Habrá que tener especial cuidado con esos recién llegados tan pálidos, mis señores —dijo Galad—. Tienen tratos con los demonios y son poderosos. Igual que Norren. Y contactad también con los tres caballeros argion de Esthalia, nos ayudarán si les decís que los necesitamos.
Tras concretar algunos detalles del plan de forma sorprendentemente rápida, Yuria dio por terminada la reunión.
—Entonces, esperemos vernos mañana de nuevo en el palacio, mis señores. Con las once campanadas. Cada uno ya sabe lo que tiene que hacer.
Los sermios se marcharon, y confiando en ellos, el grupo continuó ese día con el análisis de los pergaminos. A media tarde, descubrieron algo. Una especie de registro de acontecimientos datado hace muchos siglos. Varios pasajes llamaban la atención.
Últimamente he empezado a notar una sensación extraña. Un frío intenso recorre mi cuerpo.
Estoy intentando recorrer las galerías interiores en busca de las estancias primigenias, la construcción anterior, pero no he tenido éxito. Seguiré intentándolo.
Algo pasa, algo pasa. El espacio se retuerce. Las galerías de la academia parecen cambiar conforme avanzo en su interior. No lo entiendo, debería haber descubierto ya el acceso.
Anoche, mientras ordenaba pergaminos en la sección octava, experimenté una extraña visión. Un frío intenso y una intensa nevada. La nieve se abría a mis pies y caía en un abismo insondable, infinito. No sé qué me está pasando, pero creo que la obsesión por la búsqueda me ha cambiado.
Creo que ya sé que está pasando. Se debe entrar en un momento determinado, y por lo que entiendo, tiene que ser en algún momento del invierno, seguramente el solsticio. Esperaré y entonces intentaré entrar otra vez.
Estamos casi en el momento. Las sombras se han vuelto más pronunciadas, y adoptan formas que desafían la lógica. Parece que me persigan. No tengo muy claro qué está pasando, pero algo está detectando mis intentos de entrar. No sé qué hacer, pero lo que puedo conseguir es mucho. Vale la pena.
—Esto hace referencia claramente a lo que busca Ashira —afirmó Symeon—. El solsticio de invierno.
—Si eso es verdad, por lo menos sabemos que Ashira no podrá encontrarlo en muchos meses —dijo Galad.
—A no ser que la locura la posea —contestó Symeon— y manipule la Vicisitud para crear un invierno ficticio, o para acelerar el tiempo, o cualquier otra media desesperada.
Se miraron, intuyendo la verdad en las palabras del errante.
—En cualquier caso, lo tendrá que deducir por sí misma, eso nos da tiempo —dijo Yuria, enrollando el pergamino y poniéndolo a buen recaudo.
Por la tarde siguieron analizando el resto de pergaminos, y acabaron con ellos. Ni rastro del ritual por el que habían acudido a Doedia.
—Maldición —dijo Symeon, apretándose los ojos con el índice y el pulgar—. Habría jurado... en fin, es tarde para lamentaciones. Tendremos que continuar la búsqueda en Doranna o en Irza.
—Hemos perdido ya tres semanas desde que llegamos aquí —escupió las palabras Daradoth—. Tres semanas que la Sombra ha ganado.
—No seas tan negativo —dijo Galad—. Si no hubiéramos venido, Ashira y Datarian habrían campado a sus anchas. El viaje ha sido muy productivo.
Daradoth calló, pensativo.
Al atardecer, Galad y Daradoth plantearon la conveniencia de dormir en el monasterio de Sairethas para volver a primera hora de la mañana con Taheem, Arakariann, los tres muchachos del Vigía, y un par de los soldados del Empíreo. Y quizá también el bardo Anak Résmere. Todos juntos formarían una fuerza nada desdeñable para el asalto del día siguiente. El grupo al completo partió hacia allá al galope. Allí se reunieron con sus compañeros y les explicaron la gravedad de la situación. Todos se ofrecieron voluntarios para acompañarles, incluido Anak.
Por la mañana, la comitiva de trece personas abandonaba temprano el monasterio y viajaba discretamente hasta la ciudad a pie, acompañados de un par de carromatos para infiltrarse sin ser vistos. Todo parecía tranquilo.