La Biblioteca Inaccesible
Después de que Galad se recuperara del retroceso que había sufrido al intentar manipular el tejido de la realidad, Symeon y él mismo se desplazaron hasta el punto donde el errante había visto a los nuncios de los Medidadores la noche anterior. Allí intentaron encontrar algún rastro que delatara hacia dónde se habían dirigido, o qué habían hecho.
—Espero que no hayan ocultado su rastro de alguna manera sobrenatural —deseó Symeon.
—Si lo han hecho, no creo que...
Galad se detuvo a mitad de frase. En cuestión de pocos segundos, se vieron envueltos en una niebla espesa que pareció formarse de la nada. En lo alto de la escalinata, Daradoth, Yuria y Anak también fueron engullidos por ella.
Tanto Galad como Daradoth se apresuraron a prepararse para algún tipo de ataque, pero nada ocurrió. Tras poco más de un minuto, la niebla se evaporó tan rápido como se había formado.
Poco después el grupo se reunía de nuevo. Todos juntos insistieron en buscar el rastro de los nuncios.
—No sé qué más podemos hacer —dijo Symeon.
—Sí, yo tampoco —Daradoth estaba frustrado, pues ninguno de sus intentos de detección de poder, sombra o modificación de la Vicisitud había tenido éxito, y estaba desesperado por encontrar algo que los sacara de la vía muerta donde se encontraban.
Les llevó un largo tiempo, pero, finalmente, Symeon señaló algo, que para el resto apenas era nada más que hierba movida por el aire.
—Aquí... alguien llegó mientras los nuncios aguardaban. Y luego... —el errante caminó unos pasos hacia le norte— luego se dirigieron hacia la colina, en aquella dirección, hacia una escalinata secundaria. —Tras caminar hasta el pie de la escalinata con el resto del grupo siguiéndole, Symeon anunció—: Aquí pierdo el rastro, pues sus huellas se confunden con las de la gente que ha pasado por aquí después, pero es evidente que subieron por estos escalones. Es interesante esto...
Symeon guardó silencio, ensimismado.
—¿Qué es interesante? —lo instó Yuria, impaciente.
—¿Eh? Ah, perdonadme. Estas huellas. —Symeon señaló unas marcas en el suelo, apenas visibles pero evidentes para él—. Son un poco más profundas. Y más grandes. Un tamaño de pie... enorme. Parecen los pies de Aldur —hizo referencia a su antiguo y enorme compañero paladín—. De lo que estoy casi convencido es de que una vez que subieron, no volvieron a bajar. Al menos por este acceso.
—Pues —empezó Daradoth—, si los mediadores entraron al complejo y subieron, seguramente combatirían (o quizá sigan combatiendo) a Ashira, así que quizá lo mejor sería dejarles hacer.
—¿Pero de verdad no tienes curiosidad por saber qué está pasando? —inquirió Symeon—. No me lo creo. Y no creo que podamos confiar plenamente en los mediadores.
Acto seguido, ascendieron por la escalinata hasta llegar al segundo nivel del complejo. En ese momento, dejaron de sentir la necesidad de seguir ascendiendo. Se detuvieron.
—Hace rato que perdí el rastro —anunció Symeon—. Es posible que tomaran otro camino, o incluso que hayan quedado atrapados allí arriba.
—Sí, cualquiera de las opciones es posible —coincidió Galad. Notaba algo extraño, pero por su mente ni se pasaba la idea de seguir ascendiendo, igual que les ocurría a todos los demás.
Retornaron a palacio. Daradoth planteó la posibilidad de que abandonaran ya Doedia y viajaran hacia el norte, para intentar resolver la situación del Vigía de una vez por todas. Pero Yuria y los demás se mostraron en contra de marcharse aún, al menos mientras los reyes no estuvieran recuperados para salvaguardar el reino.
—Esta noche intentaré averiguar algo desde el mundo onírico —dijo Symeon—. Tal vez tenga posibilidades que no tengo en vigilia.
Al llegar a la ciudad, un grupo de guardias reales se dirigió rápidamente hacia ellos. Estaban buscando a Yuria.
—Mi señora, nos envía el capitán Garlon para informaros de que ha llegado una delegación vestalense a la ciudadela. Parece que han venido con una oferta de alianza, y el consejo regente os reclama urgentemente.
Efectivamente, al entrar en el patio de la ciudadela vieron un grupo de corceles claramente de raza vestalense para el ojo experto de Galad. Algunos soldados extranjeros se encargaban de ellos, vigilados por un grupo de guardias. Yuria se dirigió rápidamente hacia la sala del trono, ahora llamada "sala de regencia". Allí se encontró con la duquesa Sirelen y los demás, y acordaron celebrar la reunión con los vestalenses el día siguiente. Los reyes mejoraban con cada hora que pasaba, pero todavía no habían despertado.
—La delegación de vestalenses —le informó la duquesa— llegó con el estandarte de Harejet1 acompañado de una bandera blanca, y al parecer tuvieron un encontronazo con los hombres de Datarian, pues varios de ellos resultaron heridos. Según nos contaron, pudieron finalmente esquivarlos y llegar hasta Doedia.
—Intersante —Yuria se mesaba un rizo, pensativa—. Supongo que deben de pertenecer al movimiento rebelde, o eso nos quieren hacer creer. En fin, mañana intentaremos dilucidar algo más abiertamente.
Ya en sus aposentos, el resto del grupo se preparó para vigilar el sueño de Symeon, que no tuvo problemas en acceder al mundo onírico y camuflar su presencia. Salió de palacio con un pensamiento, y miró hacia la colina de la Biblioteca. La nieve había desaparecido, y de las criaturas oníricas que parecían haber llegado con Norren ya no había rastro. Se acercó hacia la colina, y se detuvo extrañado. La colina donde se erguía antes una fortaleza resplandeciente de conocimiento presentaba ahora un aspecto muy diferente: no había ni rastro de tal fortaleza, y la colina ahora era más baja que la que había podido ver las noches anteriores. Era como si algún ser gigantesco se hubiera llevado buena parte de la cima consigo. Siguió aproximándose.
Cuando se encontraba todavía a una distancia considerable, el errante percibió un grupo de presencias, calculó que más o menos en el lugar donde había visto el grupo de nuncios la noche anterior. Al acercarse un poco más, vio una media docena de siluetas evanescentes que, aunque eran casi transparentes, no variaban su aspecto en ningún momento. Su aspecto era una especie de mezcla extraña entre caballo y humanoide, con un leve resplandor blanco. «Estos deben de ser los nuncios de nuevo», supuso. «Y tienen representación onírica continua, como nosotros».
Symeon permaneció a la espera, tranquilo pues los nuncios no podrían detectarlo con aquella representación. «O eso espero». Pasadas dos o tres horas, varias siluetas más se reunieron con las anteriores. Todas ellas se movieron hacia la colina, y Symeon las siguió de cerca. Al pie de la colina, algunas figuras se detuvieron y otras emprendieron la ascensión. Las siguió, hasta que se detuvieron.
Unos segundos después, Symeon notó la aparición de una presencia muy fuerte en algún punto de la ciudad. No creía que tuviera nada que ver con los nuncios o los mediadores. «Esa... esa vibración... me recuerda a cuando aparecieron Trelteran y Selene en el Imperio Vestalense. Maldición». Aun así, aguardó hasta que finalmente las siluetas continuaron la subida. Subieron unas docenas de escalones más, hasta que al llegar cerca de la nueva cima de la colina, las siluetas desaparecieron de repente. Ni rastro de ellas.
Symeon se detuvo, confundido. «Lo mejor será que vuelva con los demás, aquí poco podré averiguar ya». Pero todavía podía sentir la poderosa presencia que había aparecido de repente en la ciudad. Se aproximó con mucho cuidado. A varios cientos de metros de distancia ya pudo percibirla con claridad. «Apostaría todo mi dinero a que es un kalorion, o algo parecido», pensó. Para su sorpresa, al visualizar un poco más allá desde una altura a la que se transportó, identificó que la presencia debía de encontrarse en la mansión de Datarian. En ese instante, la vibración que percibía desapareció, y Symeon decidió despertar rápidamente, por si acaso.
Era pasada la una de la mañana cuando Daradoth se sobresaltó al despertar el errante e incorporarse de repente.
—He visto bastantes cosas, Daradoth —dijo, despertando a Galad y a Yuria—. Falta la parte alta de la colina de la Biblioteca, y he seguido a unos nuncios (posiblemente acompañados de mediadores) que han desaparecido, y además he percibido una presencia fortísima en la mansión de Datarian, seguramente un kalorion, o algo parecido en poder.
Daradoth y Symeon miraron por la ventana, instintivamente. Una espesa niebla impedía la visión más allá de unos metros.
—Esperemos que el kalorion, o lo que sea, tenga su propia agenda y no le llamemos la atención —deseó Yuria, que en realidad comenzaba a sentir deseos de enfrentarse cara a cara con uno de los generales de la Sombra equipada con su talismán. «Estoy harta de esconderme como un ratón cada vez que aparece uno de ellos».
Despertaron ya entrada la mañana siguiente, relativamente descansados. Una breve mirada al exterior bastó para que se dieran cuenta de que la niebla que ya habían visto de madrugada, seguía allí. Espesa, apenas dejaba ver nada más allá de una veintena de metros.Y no era natural. El sol estaba alto y ya debería haber levantado cualquier nube a ras de tierra. Se miraron, con gesto serio. Se vistieron y se aprestaron a seguir a Yuria para el encuentro con la delegación vestalense.
Con la parafernalia pertinente, los vestalenses se presentaron como un grupo de "fieles al imperio", que buscaban salvar su tierra de los invasores desconocidos y del falso Ra'Akarah. El líder se presentó como Bidhëd ra’Ishfah, y presentó al resto de sus acompañantes, los nobles Erahl ra’Ibrahan y Khedeema ri’Yuram, y el clérigo Ahmafar ri’Wareer.
—Perdonad nuestra intromisión en los asuntos del reino de Sermia —dijo en un momento dado ra'Ishfah, pero vengo a hablar en nombre de su magnificencia el excelso Wadeem ra'Alfadah, Badir de Harejet y señor de Denarea. Suponemos que sus excelencias ya están en conocimiento de lo ocurrido en el Imperio en los últimos meses, con el asesinato del presunto Ra'Akarah y el cisma que se ha producido en nuestras tierras desde entonces.
El vestalense guardó silencio, y varios de los presentes contestaron con señas afirmativas.
» Pues bien, el motivo de que acudamos a Doedia en esta hora complicada es que necesitamos el auxilio de los señores del Reino de Sermia. Los Fieles somos valientes, pero no tenemos los medios para enfrentarnos a todos nuestros enemigos juntos, con sus salvajes criaturas voladoras y sus hechiceros malignos.
—¿Salvajes criaturas voladoras? —inquirió la duquesa Sirelen, que no creía haber entendido bien el fuerte acento de Bidhëd.
—Sí, lady Sirelen —Yuria se adelantó al vestalense en la respuesta, recordando demsiado tarde el tratamiento de "mi señora"; la duquesa no pareció darle importancia—. Se refiere a lo que los extranjeros llaman corvax, una especie de cuervos negros enormes que montan unos jinetes capaces de manipular el poder. Los vimos con nuestros propios ojos en nuestro periplo por tierras del imperio.
—Así es, mi señora —confirmó el vestalense—. Aparte de los extraños y brutales animales de las selvas del sur, los hombres pálidos, los varlagh de más allá de los desiertos... multitud de enemigos intentan hacerse con nuestro imperio. Los nobles que nunca vimos al falso Ra'Akarah como enviado del Creador atravesamos por serias dificultades, y aunque el orgullo nos hace tragar amarga hiel, reconocemos que necesitamos ayuda. Más ahora, que las fuerzas expedicionarias han vuelto para reforzar las filas de los traidores.
La mente de Yuria iba a toda velocidad, evaluando alternativas y posibles pactos. «Al menos, Rheynald y la Región del Pacto estarán ahora a salvo», pensó. «Eso si es que Gerias y los paladines consiguieron mantener la defensa de Svelên hasta que los invasores volvieran grupas».
» De momento —continuó ra'Ishfah—, nos hemos hecho fuertes en la propia Creä y en el sur, en Harejet, pero no podremos mantener nuestra causa durante mucho tiempo ante enemigos tan viles.
La duquesa esperó a que fuera Yuria quien hablara. La ercestre no dejaba de sorprenderse por el ascendiente que había logrado prácticamente sin buscarlo. Decidió enseguida su contestación:
—Muy bien, gracias por la información que nos habéis proporcionado, nobles señores. Nos habéis dado mucho en lo que pensar, y como tal, organizaremos otra reunión la jornada de mañana. De esa manera, el consejo tendrá tiempo para evaluar adecuadamente la situación y os podremos dar una contestación adecuada.
—Os lo agradezco mucho, mi señora —ra'Ishfah se despidió con una sonrisa y una reverencia.
El consejo y el grupo mantuvieron entonces una larga discusión para estudiar el curso de acción a tomar. La duquesa y el resto de nobles confirmaron que sus agentes les habían informado sobre el enfrentamiento de las distintas facciones, así que por aquella parte, el discurso de los vestalenses había sido veraz. Daradoth fue el más reticente a ayudarlos, primero por la posibilidad de que fuera una trampa y segundo por el estado del reino y de los propios reyes. Sin olvidar que gran parte del ejército debía de seguir siendo fiel a Datarian, para quien ya se había emitido una orden de arresto.
—Desplegad en la sala mapas detallados del Imperio Vestalense —ordenó Yuria—, y mañana discutiremos largo y tendido la situación. De momento, tenemos que ver qué sucede en la colina de la Gran Biblioteca.
Partieron de nuevo hacia la colina, envueltos por la niebla en todo momento. El volumen de gente era menor debido a la niebla, que dificultaba los quehaceres diarios. Subieron por la escalinata secundaria hasta el punto donde Symeon había perdido el rastro de los nuncios en el mundo onírico, que precisamente coincidía con el punto donde sus mentes olvidaban la necesidad de seguir subiendo. Allí, todos se concentraron para poder sentir los hilos de la Vicisitud. Fue Yuria quien esta vez consiguió trascender sus sentidos terrenales, con un notable éxito.
Sintió los millones y millones de hebras que formaban cada piedra, cada brizna de hierba, cada soplo de aire, cada gota de sudor, cada objeto, cada persona. Le llamó la atención un grupo —millares— de hilos que vibraba de forma... distinta, extraña. «Estos son los que forman la niebla», pensó convencida. Todos esos hilos procedían de lo alto de la colina, donde una maraña de hebras titilantes abrumaba su percepción. «Estos deben de ser los que forman la barrera que no podemos cruzar».
—Veo miles de hilos que forman la bruma que nos rodea —dijo en voz alta, concentrada, a sus amigos—, y muchos millones de aspecto totalmente distinto que forman una especie de barrera. ¿Queréis que intente cortarlos?
—Por supuesto —contestó Daradoth sin dudar.
Pero Yuria sí que dudó:
—¿No os parece un poco locura? Los hilos están imbricados con la realidad, y no sé si voy a ser capaz de controlar el corte.
—Entonces no lo hagas —instó Galad.
—Si no lo tienes claro, mejor no hagamos locuras —secundó Symeon.
Yuria abandonó la concentración y dejó de percibir el tapiz.
—Es demasiado arriesgado, no puedo hacerlo.
Daradoth resopló, frustrado.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
—Yo buscaría a los nuncios y hablaría con ellos, no se me ocurre nada más —dijo Symeon.
Decidieron por tanto esperar a la noche escondidos entre las ruinas cercanas al punto donde se encontraban. Descansaron el resto de la tarde y cuando se puso el sol se aprestaron en posiciones discretas, pero lo suficientemente cerca para que la niebla les dejara ver hasta la escalinata. Si es que podían ver algo en la oscuridad de la noche. Al menos Daradoth podría describirles lo que viera.
Varias horas después del atardecer, Daradoth llamó la atención de los demás.
—Alguien se acerca, veo luces entre la niebla. Son tres, muy débiles. Suben por la escalinata.
—Veremos lo que podamos —dijo Symeon—. Luego nos describes lo que veas, de momento, mejor silencio.
Tres luces titilantes subían a buen paso por la escalinata. Eran claramente sobrenaturales, y flotaban entre el grupo que se acercaba. Lo primero que vieron aparecer fue uno de los puntos de luz y, tras él, dos nuncios completamente pertrechados. A continuación, otro punto de luz y dos figuras más, un hombre y una mujer más altos y grandes de lo normal para estándares humanos, ambos con una balanza en su muñeca y mirando atentos a su alrededor.
Tras los dos mediadores venía otra figura aún más enorme. Su rostro y su cuerpo se ocultaban bajo una túnica con capucha negras como la noche más cerrada. Su presencia era como un empujón que se podía sentir físicamente. «Debe de medir no menos de dos metros y medio», pensó Daradoth, que en ese instante, recordó las figuras con rasgos reptilianos que había visto en la visión que habían compartido con Ashira y sintió un escalofrío a lo largo de su espina dorsal. Detrás de él iban otros dos nuncios.
Encapuchado
Algo llamó la atención en el límite opuesto de la visión de Daradoth. Por la escalinata, desde arriba, bajaban dos mediadores y otra figura encapuchada con exactamente el mismo tipo de túnica e igual de enorme que la que ascendía. Ambas comitivas se saludaron brevemente, hablando quedamente en una lengua desconocida, y se cruzaron, los que venían de abajo siguieron ascendiendo, y los que bajaban continuaron su descenso con los nuncios que hasta ahora habían acompañado a los que ascendían. En breves segundos, todos se perdieron de vista. Daradoth se dio cuenta de que había dejado de respirar hacía ya un rato, y se obligó a calmarse y a inspirar profundamente.
1: Harejet. La región del Imperio Vestalense donde se adscribe la capital, Denarea.