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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 19 de junio de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 21

Un Anuncio inesperado. Intento de Salida.

Se retiraron rápidamente de la muralla principal y se reunieron de nuevo en la Sala del Trono, donde mantuvieron una breve conversación sobre el episodio de la negociación y el presunto ataque con el que había acabado todo abruptamente.

—Mi mayor preocupación —dijo en un momento dado Symeon— es la noche. Si esa presencia que detecté sigue estando presente y se pone de parte de los elfos oscuros, no tendremos posibilidades de resistir.

Tras unos momentos de valorativo silencio, Galad anunció:

—Creo que ha llegado el momento de hacer caso los sueños inspirados por mi señor. Si te parece bien, Yuria, usaré el Empíreo para viajar a Tarkal e intentar traer a Églaras.Y también a Davinios y cuantos paladines pueda traer.

—Si no hay más remedio y todos estáis de acuerdo en que es la única forma de salvar Doedia, por supuesto —contestó Yuria.

Plantearon la situación a los reyes y a los nobles. El plan inicial sería que Galad viajara con Suras, la tripulación y Taheem hasta Tarkal esa misma noche. Los monarcas plantearon sus reservas, pero no tuvieron más que palabras de agradecimiento y admiración hacia el grupo, que había hecho mucho más de lo que le hubiera correspondido en una situación como aquella.

—La presencia de los elfos oscuros lo cambia todo —dijo Daradoth en tono grave—. Sus habilidades abren la puerta a ataques sobrenaturales, y no podremos resistir eso sin ayuda.

Estas palabras terminaron de convencer a los reyes, que en  realidad no intentaron impedir el plan del grupo en ningún momento, y despidieron el consejo deseando suerte a Galad en su empresa.

Más tarde, con el sol ya descendiendo hacia el atardecer, el grupo fue convocado a presencia de los reyes. Pero no en la Sala del Trono, que habría sido lo habitual, sino en la antesala de sus aposentos. 

Galad, Dardoth, Symeon y Yuria pasaron con uno de los senescales, que a continuación dio orden a los sirvientes de desalojar la estancia.

—Nos tenéis en ascuas, majestades —dijo Yuria, viendo que habían quedado completamente a solas con los reyes—. ¿Qué deseáis?

La sonrisa del rey los tranquilizó.

—Hemos requerido vuestra presencia —dijo en voz baja, previniendo la presencia de oídos indiscretos— porque, aprovechando el viaje del hermano Galad, querríamos que transmitiera un mensaje muy importante a lady Ilaith. Un mensaje excelente.

—Por fin estoy encinta —dijo la reina, radiante.

El grupo se miró. «Vaya», pensó Symeon, con la mente de repente presa de una pléyade de pensamientos sobre la larga estancia de los reyes en el mundo onírico.

—Nuestras más sinceras felicitaciones, sus majestades —dijo Yuria, muy educada, secundada por el resto inmediatamente. «Si no hay imprevistos, eso resuelve el problema de la sucesión y evitamos problemas».

—No os preocupéis, haré todo lo que esté en mi mano para informar a lady Ilaith de las buenas nuevas —aseguró Galad.

Más tarde, Symeon se reunió a solas con Galad para sugerirle que Violetha abandonara el monasterio y viajara con él. Ninguno de los dos confiaba plenamente en lady Ilaith una vez que amasara una gran cantidad de poder, y Violetha podría tejer una red de influencia que los mantuviera al tanto de todo lo que ocurría. Pero finalmente, desecharon la idea: que el Empíreo descendiera al monasterio era una forma de llamar la atención sobre él que nadie deseaba. Violetha debería esperar junto a la reina élfica y los demás.

Esa misma noche, Daradoth dio la orden a través del Ebyrïth para que el Empíreo descendiera sobre el patio de armas de la ciudadela. Galad se despidió de su padre, quien por primera vez en mucho tiempo se sentía útil de nuevo, ayudando a Yuria en la defensa de la fortaleza. Garedh lo miró fijamente, y espetó:

—Pero no estarás pensando en ir tú solo, ¿verdad?

—La verdad es que no, me acompañará Taheem y la tripulación. Y tú.

—Ya sé que no irás solo, zoquete —Garedh sacudió la cabeza—, no puedes dirigir el chisme ese tú solo. Me refiero a otro nivel de "solo". Y sabes a lo que me refiero. A tus verdaderos compañeros de viaje. Alguno debería acompañarte, pues tengo un mal presentimiento. ¿Lord Daradoth, quizá?

Galad no quiso contrariar a su padre. Explicó la situación a sus amigos, y Daradoth se mostró de acuerdo:

—Sí, te acompañaré. Intuyo sabiduría en las palabras de tu padre, Galad. Y es muy posible que el viaje no sea apacible. 

Poco más tarde, ya caída la noche, mientras el Empíreo descendía entre la fina lluvia lo más verticalmente posible hacia el patio de amas, Daradoth, Galad y Taheem se despedían de sus compañeros. Daradoth entregó el búho de ébano a Symeon para que pudieran mantener el contacto durante el tiempo que durase el viaje, y una vez aprestadas las escalas ascendieron y abordaron la nave.

Unos minutos después, el Empíreo ascendía majestuoso hacia el cielo de Doedia, en una trayectoria diagonal que lo alejaría lo máximo posible de los ejércitos enemigos. Galad y Daradoth salieron del área iluminada por las numerosas fogatas y almenaras que Yuria había ordenado encender, y finalmente perdieron de vista entre la lluvia a sus compañeros y la ciudadela. El viento era suave y las gotas de lluvia, frescas y agradables. 

—Con suerte, en un par de días como máximo estaremos ya estacionados en Tarkal —anunció, optimista como siempre, el capitán Suras. Esta vez más animado si cabía, pues iba a retornar a su ciudad natal después de una prolongada ausencia.

El dirigible empezó a estabilizarse tras el ascenso. En ese momento, Garedh puso una mano sobre su hijo, llamando también la atención de Daradoth.

—Ssssssh —chistó, y añadió en voz baja—: ¿No oís eso? Como si hubiera alguien ahí fuera.

Daradoh y Galad afinaron el oído. El elfo no tardó en escuchar cómo allá arriba, alguien estaba rasgando la tela del dirigible.

—Están arriba —susurró, y en un fluido movimiento, desenvainando la espada, utilizó su hechizo de salto, que le hizo perderse de la vista tras la masa del globo aerostático.

Haciendo uso de la multitud de aparejos y cuerdas que rodeaban al globo trepó rápidamente pero con cuidado. Y no tardó en ver cómo un elfo oscuro (¡volando!) rasgaba trabajosamente la fuerte tela del dirigible con su cimitarra. No pareció darse cuenta de su presencia, así que Daradoth, que consiguió contener su visión roja, saltó de nuevo hacia él, describiendo un amplio arco con Sannarialáth. El brillo de la espada hizo que el elfo oscuro se girase poco antes del ataque, pero no bastó para salvarlo; Daradoth cortó limpiamente su brazo derecho con un destello de luz plateada. El engendro no pareció comprender lo que pasaba hasta que su espada y su brazo salieron despedidos; gritó y, perdiendo el conocimiento, cayó al vacío.

Por desgracia, Daradoth no había podido controlar su salto, y ahora se encontraba lejos del globo; llegó al punto culminante de su ascensión (¡desde donde vio a otro elfo oscuro cortando la tela al otro lado del Empíreo!) y emprendió la caída hacia el vacío. Afortunadamente, Garedh y Galad, asomados a la borda para ver si podían ver algo, lo vieron aparecer a tiempo y arrojaron una escalerilla a la que el elfo se pudo agarrar, chocando contra el casco con estrépito, pero ileso. Inmediatamente gritó:

—¡Hay otro elfo allá arriba Galad!

El paladín, su padre y Taheem empuñaron sus armas y se pusieron en guardia. El dirigible comenzaba a dar tumbos, pues el capitán Suras controlaba la altitud a duras penas por efecto de los daños causados por los elfos oscuros. 

Por el rabillo del ojo, Daradoth detectó un movimiento y un destello. Saltó a tiempo de evitar el ataque del enemigo, y esta vez no tuvo dificultad para aterrizar sobre cubierta, sobresaltando durante un segundo a Galad y los demás.

—Ojo avizor —advirtió—. Ha intentado matarme ahí abajo.

—¡Preparad las ballestas! —ordenó Galad a los tripulantes.

De repente, el capitán Suras gritó:

—¡Arrgh!

Y se oyó cómo caía sobre el suelo. El Empíreo dio un bandazo. El elfo oscuro volaba sobre el capitán con una cimitarra ensangrentada en su mano. Uno de los marineros acertó a disparar su ballesta contra él, pero falló el tiro.

Daradoth aumentó su velocidad mediante sus poderes sobrenaturales, y, con la velocidad de un parpadeo, subió al castillo de popa. Una de las escalerillas del dirigible obstaculizó por un momento el vuelo del elfo oscuro, lo suficiente como para que Daradoth pudiera lanzarse con Sannarialáth sobre él. El engendro se defendió cual gato panza arriba, pero la espada de los Santuarios de Essel probó su valía y cortó salvajemente el pecho del enemigo, que a continuación fue presa de su inercia y cayó por la popa.

Galad se precipitó lo más rápidamente que pudo a tratar la fea herida en la pierna del capitán Suras, mientras el Empíreo perdía altura rápidamente.

—¡Alguien que tome los mandos! ¡Egrenia! —rugió Taheem.

La navegante, que se había escondido cuando el elfo había atacado a Suras se precipitó sobre el timón, requiriendo la ayuda de Taheem y de algún otro marinero. Tras unos segundos de agonía en los que el dirigible se agitó violentamente y bajó de cota, por fin consiguieron estabilizando.

—¡Vamos, hacia la ciudadela de nuevo! —rugió alguien.

Egrenia consiguió cambiar el rumbo del Empíreo y volver hacia la ciudadela sin perder demasiada altura, mientras allá abajo se podían ver claramente las fogatas de los campamentos de los enemigos. Dos rayos de fuego fueron lanzados desde alguna parte contra el dirigible, pero Daradoth y Galad pudieron repelerlos con sus poderes.

Prácticamente rozando las almenas, la nave pudo entrar en el complejo de la fortaleza y aterrizar violentamente sobre el patio de armas, que había sido evacuado rápidamente. Mientras tanto, Galad, con la impagable ayuda de su señor Emmán, consiguió sanar todas las heridas de Suras; el capitán estaría en plena forma en breve plazo, apenas una hora. El poder de Emmán era enorme. Suras miró al paladín con agradecimiento; tocó su hombro, reconfortado.

Poco después se reunieron con Yuria y Symeon y les explicaron todo lo que había pasado.

—Afortunadamente, habéis podido volver todos a salvo —dijo la ercestre—. Menos mal.

—Lo malo son los desperfectos que le han causado al Empíreo —dijo Galad—. ¿Cómo lo ves?

—Bueno... afortunadamente la tela del globo es más fuerte de lo que ellos debieron suponer. Con las herramientas adecuadas, buenos tejedores y una vez hayamos sacado todo el aire, no creo que lleve más de veinticuatro horas repararlo.

—Me alegro de oír eso.

—Supongo que podréis volver a intentarlo pasado mañana.

—Lo volveremos a intentar, pero esta vez a mediodía —anunció Daradoth—. Para que esos malditos elfos oscuros tengan dificultades si intentan algo.

Antes de retirarse a descansar, Symeon estableció alarmas en el mundo onírico por todo el perímetro de murallas de la ciudadela. Afortunadamente, no había ni rastro de aquella presencia tan poderosa que había percibido un par de noches antes. Yuria, por su parte, dio órdenes para tomar medidas contra posibles incursores invisibles y para prevenir a los guardias contra seres voladores.


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