La Primera Victoria
En otro punto del Empíreo, Symeon se aproximó a Daradoth y Fajjeem (el elfo se encontraba informando de todo al vestalense), intrigado por la letanía de nombres que la extraña elfa de la mirada perdida había repetido sin cesar durante toda la conversación.
—¿Se trataba de nombres élficos, o quizá lugares? —preguntó el errante.
—Estoy convencido de que eran nombres, alguno de ellos incluso me suena que se utiliza en la actualidad.
—¿Recuerdas alguno?
—Neldor... Saerën... Sarasthiann... poco más. Intentaré consultarlo con Irainos o Eraitan.
—Esperemos que baste con eso. El otro asunto que me inquitó fue lo que tradujiste: «hacía siglos que no hablábamos, y últimamente lo hemos hecho demasiado», o algo así. Quizá eso indique que han hablado con más gente recientemente.
—Es posible, sí.
—Yo apostaría por ello —interrumpió Galad, que se incorporó a la conversación junto a Aldur.
Fajjeem tomó la palabra.
—Ah, cómo me gustaría haber podido hablar con ellos. Por mi parte añadiría que, por lo que habéis contado, parecen invencibles. Pero lo cierto es que cuando Ariyah y yo los encontramos hace tantos años, los encontramos en una especie de trance, y es posible que en ese momento fueran vulnerables. Quizá la clave para derrotarlos esté en encontrarlos de nuevo en el mismo estado.
—Pero seguramente tendrán protecciones —dijo Daradoth.
—Aun así, es una propuesta muy interesante —intervino Yuria—. Quizá podría acercarme a ellos y actuar.
—Merecería la pena intentarlo —coincidió Symeon—. Pero no podemos depender de la suerte en estos temas. Debemos informar a lady Ilaith, porque, si su destino es Safelehn, tiene que saberlo cuanto antes.
La conversación derivó después en la necesidad, o la conveniencia, de utilizar en un posible conflicto a Églaras o a Nirintalath, discutiendo largo y tendido sobre la forma en que podrían hacerlo, o si realmente deberían.
En un momento dado, Yuria tomó la palabra, dejando a Suras el mando del dirigible.
—Yo pienso que deberíamos tomar la iniciativa, y llevar el combate a su territorio. Estoy harta de reaccionar a sus movimientos. No quiero esperar a ver qué hacen esos seis elfos, o el Brazo de Sombra. Tenemos prácticamente todas nuestras fuerzas concentradas aquí, y no podemos arriesgarnos a que nos ataquen en otro lugar. Debemos pasar a la ofensiva.
Todos callaron, notando la sensatez de la propuesta de Yuria. No podían arriesgarse a ser flanqueados, o a ser atacados a través del mundo onírico.
Al atardecer del día siguiente, llegaron a Safelehn y se reunieron con Ilaith y el consejo de guerra. Daradoth les explicó con todos los pormenores de los que fue capaz el encuentro con los seis elfos peregrinos. Ceños de preocupación se fruncieron por doquier. Symeon también expresó su preocupación:
—En mi opinión, tienen como objetivo este lugar o, más bien, a vos misma, mi señora. A vos o quizá a lo que representáis. La líder de la Luz.
Ilaith, que permanecía de pie mientras escuchaba atentamente, se irguió inconscientemente.
—Entonces, ¿qué sugerís que hagamos? Por lo que decís, son extremadamente poderosos.
—Mi señora —tomó la palabra Yuria—, si me permitís sugerir algo...
—Adelante, no es necesario tanto protocolo, amiga mía. Sabes que confío en ti más que en nadie más.
Yuria se sorprendió ante la sinceridad y la cercanía de Ilaith ante el consejo al completo, pero no dejó traslucir ninguna emoción. Continuó:
—No puedo insistir lo suficiente en la necesidad de pasar a la acción. Mi consejo es lanzar un durísimo ataque en algún punto estratégico del frente que les haga retroceder y dejarles claro que vamos en serio, para que no puedan distraer fuerzas a otros lugares.
Galad apretó el puño de Églaras y se santiguó.
Loreas Rythen se mostró indeciso ante la sugerencia de Yuria, pero Theodor Gerias se mostró totalmente contrario.
—No tenemos la flota que sería necesaria para...
—No es necesaria la flota —lo interrumpió Yuria, harta ya de las reticencias y las objeciones a sus planes—. Si golpeamos lo suficientemente duro en uno de los vados, tendrán que retirar tropas y nosotros podremos golpear una segunda vez. Tenemos los dirigibles. He estado repasando mentalmente los mapas y tengo claro incluso el punto donde atacar.
—¿Mentalmente? ¿Me tomáis el pelo? —preguntó Gerias arqueando una ceja.
—Sí a lo primero y no a lo segundo, mi señor; tengo muy buena memoria. —Se giró hacia los criados—: Traed el mapa del quinto tramo.
«Está en su salsa», pensó Galad, «y Gerias y Rythen han concedido, están totalmente vencidos. Espero que nos lleves a buen puerto, Yuria».
La ercestre señaló un lugar, cerca del vado más septentrional, el último siguiendo el curso del río Davaur.
—Aquí. Con el Empíreo y las habilidades de mi grupo, podemos quitar de en medio dos torres de vigilancia, lo que nos permitiría el paso libre mediante un pontón de botes para dos o tres legiones y asaltar o asediar esta fortaleza. Con el Horizonte podemos transportar todos los paladines que sean necesarios para facilitar el asalto y no perder tiempo. De esa manera, tendríamos ya el vado libre para nuestras tropas y podríamos internarnos en su territorio. Debemos aprovechar la ventaja de los dirigibles mientras la tengamos y el enemigo no disponga de esos malditos corvax. Es posible que encontremos ogros o elfos oscuros atrincherados, pero no creo que sea nada que no puedan manejar los paladines o un par de nuestras mejores legiones.
La explicación se extendió un poco más, relatando los pormenores de las tropas implicadas, las acciones a realizar y las maniobras que tendrían lugar cuando el enemigo reaccionara, siempre vigilado desde el cielo. Nadie osó pronunciar palabra, ningún gesto quebró la tensión; ni un solo parpadeo interrumpió aquel instante suspendido, hasta que Yuria se alzó de nuevo, corta de estatura pero imponente, una verdadera mariscal de leyenda.
—Así lo haremos —zanjó, sin dejar lugar a la duda.
A esas alturas, ya nadie podía oponerse a ella. Los consejeros, generales y estrategas estaban totalmente desarbolados. Ilaith, entregada.
—Así lo haremos —la secundó Ilaith, con un gesto afirmativo. Se volvió hacia el consejo—: Dad las órdenes necesarias, y seguid las instrucciones de Yuria. Nos ponemos en marcha.
El consejo al completo se inclinó, saludó marcialmente, y se disgregó para llevar a cabo las acciones necesarias.
—En cuanto todo esté preparado —continuó Yuria cuando quedaron a solas con Ilaith— y las tropas en posición, nos infiltraremos con el Empíreo tras el río y acabaremos con dos de las torres de vigilancia. Para eso, tus habilidades son fundamentales Daradoth. Supongo que podemos contar contigo.
—Por supuesto.
El día siguiente, el Ebiryth de Daradoth transmitió la voz de Irainos. El anciano contactaba con él porque por fin había conseguido hablar con Eraitan (o, como él lo llamaba todavía por su nombre de exilio, Igrëithonn) sobre esa comitiva de extraños elfos.
—Confirmó lo que ya conocíamos, añadiendo algún dato —informó Irainos—. Según me dijo, sí que había oído hablar de una casa de apellido Alastarinar, que en tiempos remotos quebró algún tipo de juramento, y eso acarreó grandes desgracias sobre la familia. Pero me extrañó muchísimo ver que Igrëithonn parecía un poco confundido, no parecía recordar bien los detalles, a pesar de que está convencido de que conoció a varios miembros de la casa. Más tarde pareció recordar que el episodio del juramento aconteció durante la Guerra de la Fractura, la guerra civil entre elfos, cuyos pormenores tampoco parecía recordar muy bien. Algo raro.
—Ya veo. ¿Y mencionó algún nombre de los miembros de la casa?
—El único que mencionó fue el nombre del patriarca, Neldor Alastarinar. Que parece que derivó en el nombre que más tarde se dio a la estirpe, los "neldorith". —«Uno de los nombres de la letanía de la elfa llorosa», recordó Daradoth—. Y al que Igrëithonn asegura que conoció personalmente, pero al que apenas recuerda.
—Sí que es extraño, la verdad.
—Así es. Y además, Eyruvëthil, que se encontraba también en la conversación, aunque no conoció a ninguno de los neldorith, sí que intervino en la Guerra de la Fractura, pero por más que se esforzó no pudo recordar ningún detalle, ninguna causa, ningún episodio ni experiencia relacionada con la Guerra. Es como si todo lo relacionado con ella hubiera sido enterrado en su subconsciente.
—Pues debo informaros de que hace un par de jornadas tuvimos un encuentro con esos... neldorith. Con lo que queda de ellos, media docena. Y sobrevivimos a duras penas; solo cuando les confirmé que los cuatro somos shae'naradhras se avinieron a razones y pudimos marcharnos.
—Shae'naradhras... eso explica bastantes cosas. Vaya. Esperemos que no tengáis tal encuentro de nuevo.
—No sé si estará en nuestra mano evitarlo, pero será lo que Luz quiera. Muchas gracias por vuestra ayuda, Irainos.
Sin tardanza, Daradoth compartió toda esta información con el resto del grupo. Se planteó la conveniencia de establecer una conversación con lady Arëlieth, que se encontraba alojada en Tarkal, pero tendrían que dejarlo para unos días después, pues ahora tenían cosas urgentes de las que encargarse allí.
Por fin, dos jornadas después de la reunión con el consejo, con las legiones y las compañías de ingenieros enanos en sus posiciones, el grupo remontó el vuelo con noche cerrada en el Empíreo, en compañía de una docena de paladines. Aproximadamente una hora después sobrevolaban una de las atalayas de vigilancia objetivo. Por fortuna, no había elfos oscuros presentes, y los dos vigilantes no fueron ningún reto para las habilidades sobrenaturales y marciales de Daradoth. Una media hora después, repitieron el proceso en la segunda de las torres de madera.
Ya sin vigilantes que pudieran percibir movimientos en el río, volvieron a cruzar a la otra ribera y realizaron las señales acordadas para que los ingenieros construyeran los pontones. Allá a lo lejos podían ver también el movimiento de las legiones, y poco después el Horizonte, cargado de paladines de Emmán y de Ammarië, y el Surcador, con la guardia de élite de maestros de esgrima, se unían a ellos y descendían en tierra enemiga.
Con una eficiencia magnífica, cuatro legiones de humanos y una de enanos comenzaron a cruzar el cauce con toda la discreción de que fueron capaces. En un momento determinado, algo llamó la atención de Daradoth por el rabillo del ojo. Dos cuervos sobrevolaban la zona, con un leve brillo en sus ojos que delataba la presencia de un hechizo. Llamó la atención del resto, descorazonado al creer que tendrían que cancelar la operación, pero cuando los cuervos ya se retiraban, Arakariann entró en escena. Dos certeros tiros con su arco largo acabaron con los dos animales espías. Un suspiro de alivio . «Espero que, fuera quien fuera, no estuviera viendo todo en tiempo real y los cuervos tuvieran que volver para informar
Poco después del amanecer, las tropas al completo se organizaron en la ribera oeste y marcharon hacia la fortaleza que custodiaba el vado desde su retaguardia. Los paladines fueron desembarcados a una distancia prudencial para mantener la implicación de los dirigibles en secreto todo el tiempo que fuera posible, y en pocas horas, pasado el mediodía, las cinco legiones tomaban posiciones alrededor de la fortaleza. El único conato de resistencia lo plantearon dos destacamentos de ogros y de elfos oscuros, que pronto fueron abatidos por los poderes divinos de los paladines de Emmán y de Ammarië; la superioridad numérica de las tropas y la ferocidad de los enanos hicieron el resto, rindiendo la fortaleza prácticamente sin combate.
«Nuestra primera victoria ha sido más fácil de lo que esperaba», pensó Yuria.
—Ahora no podemos descansar —dijo en voz alta a sus compañeros y a los capitanes de los dirigibles, reunidos en la ribera este del vado—. Tenemos que poner en marcha el cruce del vado, el avance hacia el norte, y reorganizarnos para explotar cualquier posible reacción del enemigo. Cada uno ya sabe lo que debe hacer. ¡Embarcad!