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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

viernes, 26 de septiembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 13

Avance hacia el Sur. Un Poder inesperado.

Yuria tomó todas las medidas necesarias para proteger la fortaleza recién conquistada contra un avance enemigo por el norte, y ordenó a las tropas un breve descanso para avanzar en cuanto pudieran hacia el sur. Aprovecharían así para esperar el cruce del vado del resto de legiones comandadas por lord Theodor Gerias. Estas tres legiones deberían seguir la marcha de las suyas, que irían en vanguardia.

Galad, por su parte, interrogó a los prisioneros, para intentar averiguar el número de tropas que podrían encontrarse en la siguiente fortaleza hacia el sur. Haciendo uso de los poderes concedidos por Emmán, consiguió estimar las fuerzas en dos legiones de undahlos y una tercera de la Sombra. Uno de los interrogados, presa de los hechizos de Galad, incluso le confesó que no todos los soldados humanos iban a luchar convencidos por la causa de lord Rakos, pues su alianza con la Sombra y la represión impuesta habían levantado muchas animosidades, como bien sabía ya el grupo por el gran número de refugiados que cruzaban el río a diario.

A mitad de tarde pusieron a las tropas en marcha, hasta entrada la noche, recorriendo casi la mitad del camino que los separaba de la siguiente fortaleza situada hacia el sur. Gerias saldría al frente de sus tropas y la logística la mañana siguiente, en pos de las legiones en vanguardia.

Durante el descanso nocturno Symeon entró como era habitual en el mundo onírico. A pocos metros pudo ver la figura acurrucada en un resplandor dorado que identificó como Norafel, el arcángel personificado en la espada de Galad, Églaras. Aparte de eso, respiró aliviado al no identificar ningún ser ni hecho extraño en muchos kilómetros a la redonda.

Reanudaron la marcha poco antes del amanecer, y antes del mediodía, ya en terreno despejado y levemente accidentado, las legiones de Yuria se encontraron frente a frente con los defensores de la fortaleza. 

Las tropas de criaturas de la Sombra formaban en el flanco derecho de las tropas enemigas, así que Yuria y Galad dieron las órdenes necesarias para reforzar al máximo su flanco izquierdo, dirigiendo hacia allí a los enanos y los paladines. El centro y el flanco derecho realizarían maniobras conservadoras mientras el grueso de sus tropas se lanzaría con todo su poder para romper a los elfos oscuros y a los ogros, una parte de los cuales se encontraba a lomos de unas extrañas criaturas acorazadas. Los paladines formaron en grupos que no tardaron en enlazarse para maximizar sus poderes; Galad se unió a ellos y Yuria y su estado mayor tomaron posiciones en una elevación a la izquierda. Dieron la orden de lanzarse al ataque antes de que sus contrincantes pudieran mejorar su situación. Las legiones humanas, inquietas y amedrentadas por la visión de los ogros jinetes, no habrían avanzado si no hubiera sido por los paladines de Emmán y Osara que los arengaban y exaltaban, y por la gloriosa visión de Galad empuñando a Églaras, que salió de su vaina como un rayo purificador, envolviéndolo en la sobrecogedora aura dorada y las divinas alas de luz.

—¡Por Emmán! —rugió el paladín—. ¡Acabemos con esas aberraciones!

Fanfarrias celestiales envolvieron a los paladines de una y otro dios. Mientras los jinetes ogros se lanzaban al ataque y los hechiceros elfos oscuros conjuraban sus poderes, relámpagos divinos comenzaron a caer sobre sus filas. Algunos ogros cayeron víctimas del poder crudo de Emmán canalizado por sus acólitos. 

La voluntad de Galad se vio sacudida por la de Norafel, cuyos pensamientos entraron como un alud en su mente.

"Todo esto está mal. Está mal. Tenemos que acabar con ellos. ¡Tenemos que acabar con todo!".

El paladín sintió cómo un torrente de poder surgió de la espada, convertida ahora en un vínculo directo con la Esfera Celestial. El fulgor lo consumía y lo purificaba al mismo tiempo, abrasando su carne mientras elevaba su espíritu. De sus ojos emanaba un resplandor cegador; destellos de Luz, como volutas de humo sagrado, se alzaban desde las comisuras, desbordándose hacia el mundo. Lanzó ese poder hacia delante, intentando afectar solo a los enemigos, apretando los dientes contra el deseo de acabar con todo y con todos. Una onda de pura fuerza surgió en forma de arco, y se extendió hacia delante.

Symeon, cerca de Galad y Yuria y atento a su entorno, pudo ver el conflicto interno que aquejó al paladín en el momento en que sacó la espada. Pocos segundos después, una especie de onda de fuerza translúcida que deformaba todo lo que se encontraba a su paso surgió de Galad y se extendió desde la loma donde se encontraban hacia el campo de batalla. «Algo no va bien», pensó el errante, teniendo en cuenta todas las visiones y profecías que habían recibido al respecto de Galad y Églaras. 

—¡Yuria! ¡Cuidado! —interpeló a su amiga, haciendo gestos hacia el paladín.

La ercestre rugió órdenes para que sus tropas se echaran cuerpo a tierra en el momento en que vio la extraña onda deformadora. Algunos no tuvieron tiempo de reaccionar, y parecieron comenzar a asfixiarse. 

A la velocidad del pensamiento, la onda llegó hasta las filas enemigas. Los primeros, los ogros jinetes, se deshicieron violentamente en volutas de humo negro que se disipó al instante. El resto de ogros y los elfos oscuros no tardaron en sufrir el mismo destino, mientras la vegetación a su alrededor se marchitaba y desaparecía, y el suelo más allá se sacudía con el impacto, estremeciéndose y provocando un terremoto y un estallido que aturdió y dejó a todos sin visión por unos segundos en el campo de batalla.

«Por Nassaroth, ¿qué ha pasado?», pensó Daradoth, mientras luchaba por recuperar la visión entre destellos cegadores.

El cataclismo duró unos momentos, hasta que un chorro de lava surgió con fuerza en el campo donde se habían encontrado los enemigos, y poco después pareció revertir su dirección para introducirse de nuevo en la tierra. El flanco derecho y el centro del contingente enemigo estallaron en una huida sin control, aterrados por lo que estaba sucediendo.

De repente, allí donde había habido lava, el suelo pareció hundirse, llevándose todo consigo y convirtiéndose en un gran vació oscuro. Symeon habría jurado que podía ver estrellas en la negrura. El vacío comenzó a ejercer una gran fuerza de atracción, y pronto engulló a varios soldados, tanto enemigos como de sus propias filas. Daradoth notó cómo el aire escapaba de sus pulmones, y cayó de rodillas, aferrándose como pudo a las rocas, pero perdiendo el conocimiento poco a poco.

—¡Galad! ¡Tienes que parar esto! —gritó Symeon mientras hacía que su bastón hundiera raíces en tierra y se agarraba fuerte para evitar la atracción. Varios árboles fueron arrancados y engullidos por el vacío allá abajo—. ¡Por favor!

Yuria arrancó su talisman del cuello y lo empuñó, pero comenzó a resbalar por la pendiente terrosa, atraída hacia aquel extraño vacío. «Maldición», pensó con lágrimas de rabia asomando a sus ojos, «nos habían advertido, y ahora no voy a poder hacer nada». Uniéndose a Symeon, increpó a Galad:

—¡Galad! ¡Estás matando a todos! ¡Detén esto, maldita sea! ¡¡Detenlo!!

Galad oía en la lejanía los gritos de sus amigos. «Pero tengo que acabar de una vez con esto. Emmán así lo desea». Con el poder celestial ardiendo en su interior, se giró para crear una nueva onda aún más poderosa. Entonces vio a Yuria, resbalando hacia abajo, a Daradoth allá a lo lejos a punto de ceder a la fuerza del vacío, y a Symeon, cerca de él, gritándole mientras se aferraba desesperadamente al bastón. «Mi señor, por favor, esto no puede ser».

«EMMÁN LO QUIERE ASÍ», los pensamientos de Norafel eran absolutos... titánicos. «HAY QUE REHACER. HAY QUE RECREAR. ¡AHORA!». 

Galad notó cómo alguien ponía la mano en su hombro. Abrió mucho los ojos, sorprendido. Era Aldur.

—Emmán lo quiere así, Galad —dijo el enorme paladín en voz baja—. Debemos hacer su voluntad. Recrear lo corrompido. 

—¡NOOOOOO! —la voluntad de Galad resurgió con una fuerza inesperada—. ¡Quizá sea así, pero no asesinaré a mis amigos y a tantos inocentes! ¡Este no es el camino! ¡NO!. 

Con un esfuerzo supremo, Galad consiguió reformar ese inmenso poder, mientras Norafel abrasaba su mente, iracundo y sorprendido. Era uno con la Vicisitud. Las hebras vibraban a su alrededor, incontables, infinitas, muchísimas rotas, otras retorcidas. Una nueva onda volvió a surgir de él.

Symeon gritó, Yuria gritó, todos a su alrededor gritaron, Daradoth cayó inconsciente y se soltó, saliendo despedido hacia el vacío. Aquello era el fin.  

Pero la segunda ondulación, aunque idéntica en aspecto a la primera, tuvo realmente el efecto contrario. El campo que había desaparecido se restauró, sustituyendo al vacío y trayendo la tranquilidad a su alrededor. Se cubrió de nuevo de hierba, pero los árboles y plantas que habían desaparecido, lo habían hecho definitivamente; también los muertos, tanto amigos como enemigos. 

Apoyándose en la última brizna de su fuerza, Galad giró la espada y la envainó, en un movimiento desesperantemente lento, mientras apretaba los dientes y cerraba los ojos con fuerza. Entonces, cayó de rodillas, totalmente agotado. Llorando y negando con la cabeza. Aldur también lloraba y se arrodilló con él. Todos corrieron hacia él.

Daradoth se puso de rodillas, todavía aterrorizado por la agonía que había padecido. Varios cuerpos de soldados muertos se extendían a su alrededor. Los enemigos habían desaparecido y el propio campo de batalla había cambiado. Miró hacia arriba, y vio cómo Yuria y Symeon corrían hacia Galad. Se levantó pesadamente y arrastró los pies hacia allí. 

Yuria a un lado y Aldur a otro levantaron a Galad y lo condujeron hacia el rudimentario campamento que la intendencia había levantado en retaguardia. Todo el mundo parecía aterrado, y los comandantes intentaban propagar palabras tranquilizadoras. Mientras caminaban hacia la tienda principal, Aldur susurró:

—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué te has detenido?

—Estaban muriendo inocentes —murmuró Galad, sollozando—. Y no los pude traer de vuelta.

—Pero te has opuesto a la voluntad de nuestro señor...

—Tiene que haber otra forma. No puedo soportar hacer daño a inocentes. Ya lo hice en tiempos más oscuros, y no lo volveré a hacer.

Aldur se mantuvo unos segundos pensativo, ante la atención de Yuria, que había escuchado toda la conversación. Al cabo de unos instantes, Galad notó cómo su descomunal amigo apretaba su hombro en señal de reconocimiento. Yuria pudo ver cómo, con lágrimas resbalando por sus mejillas y los ojos cerrados, afirmaba con la cabeza. 

—Esperemos que no nos abandone  —dijo, con apenas un hilo de voz.

Sentaron a Galad en un banco y se reunieron todos en la tienda. En ese momento, el paladín recordó a Eudorya, la mujer que una vez había amado, y la tristeza lo arrastró. Los sentimientos por ella habían vuelto ahora con fuerza, y sintió un dolor desgarrador al pensar que, a esas alturas, quizá se habría casado ya. Lanzó a Églaras sobre el jergón, ante las miradas preocupadas de sus amigos.

Symeon recogió la espada para mantenerla alejada de su compañero y, aterrado no solo por lo que había pasado, sino por lo que estaba seguro que iba a pasar a continuación, no pudo esperar:

—Debemos mover el campamento. Ahora. Esos engendros del mundo onírico seguramente ya estarán desplazándose hacía aquí. Muchos morirán si no lo hacemos. 

—Es cierto —coincidió Yuria, que, sin tardanza, salió a dar las órdenes necesarias para poner a las tropas en marcha hacia el norte. 

—Tendremos que dar una explicación a las tropas —dijo Daradoth.

—Sin duda, pero la supervivencia es primero. Galad, debes levantarte, aprender de lo ocurrido y seguir adelante. Te necesitamos.

Daradoth miraba a Galad fijamente.

—No es culpa de Galad lo que ha pasado —las palabras de Aldur quebraron de repente el silencio. 

—¿A qué te refieres? —espetó Daradoth.

—Nuestro señor... nuestro señor Emmán... Él quiere... no sé cómo decirlo. O, más bien, me da miedo decirlo. No quiero caer de la gracia.

—¿Estás insinuando que todo esto es culpa de vuestro señor? ¿Y tienes miedo de decírnoslo? —la voz de Daradoth se elevó peligrosamente.

—Tranquilo, Daradoth —intervino Symeon. 

La discusión fue en aumento, con palabras cada vez más tensas, hasta que Galad los instó a dejarlo solo. Decidieron que lo mejor sería hacerlo, y salieron de la tienda. Yuria aprovechó para transmitir una explicación a los generales de las legiones, que de ese modo tranquilizarían, al menos en parte, a las tropas, que habían sufrido unas ciento cincuenta bajas.

Mientras tanto, Daradoth insistió a Aldur para que les contara lo que sabía. No podían permanecer ignorantes a algo tan importante.

—Todo se remonta al tiempo en que viajábamos por el Imperio Vestalense —dijo el enorme paladín—. Recuerdas que desaparecí durante una de aquellas tormentas oscuras, ¿verdad? —Daradoth hizo un gesto de asentimiento—. Pues no solo desaparecí; realmente morí. Mi cuerpo fue destrozado por la fuerza del demonio Khamorbôlg. Morí, y fui enviado de vuelta, por la gracia de Emmán.

—Extraordinario. 

—Y no puedo deciros nada más, lo siento. Pero quiero que sepáis que lo que acaba de hacer Galad —pensó por unos instantes, intentando encontrar las palabras adecuadas—, se sale de toda escala de heoricidad. Sus actos han sido más propios de un semidiós que de un mortal.

—¿A qué te refieres exactamente? Porque han muerto cientos de aliados y miles de enemigos...

—Me refiero a haber tenido la voluntad de no acabar con todo. Y cuando digo todo es... todo. No sé qué mas deciros.

—Églaras es peligrosísima, por tanto. El problema es que la necesitamos. 

Poco tiempo más tarde, con los caídos ya enterrados y honrados, iniciaron la marcha hacia el norte, esperando evitar la influencia de los horrorosos entes oníricos que ya habían sufrido al reencontrase con Sharëd, Fajjeem y los demás. Un par de horas más tarde se encontraban con el contingente de Theodor Gerias, avanzando rápidamente para unirse a ellos. Tras explicarle lo que había sucedido, reanudaron la marcha hacia el norte todos juntos. Yuria aprovechó para dirigirse formalmente a las tropas sobre el extraño episodio que habían vivido durante la batalla. Explicó que contaban con un arma de gran poder, que había salido de su control; afortunadamente, Galad había podido controlarlo, no sin poder evitar algunos efectos colaterales. Aseguró también que aquello no volvería a ocurrir y que, al fin y al cabo, la batalla había concluido con muchas menos bajas de las que habrían tenido de transcurrir por los cauces normales.

A unos veinte kilómetros al norte del campo de batalla, con el día ya acabando, acamparon. 

Galad, ya más calmado, pidió disculpas al resto por lo que había sucedido, y se mostró maltrecho mentalmente por el trance ocasionado. Todos lo consolaron lo mejor que pudieron, conscientes de que habían intervenido fuerzas superiores y el paladín había hecho un esfuerzo sobrehumano por combatirlas. 

—¿Puede pasar esto otra vez? —preguntó Daradoth.

—Me temo que sí. Debo encontrar alguna explicación; aunque sentía la voluntad de Emmán, estoy seguro de que él no querría eso.

—Sí lo quería —intervino Aldur. Todos se giraron hacia él.

—¿Por qué querría algo así? —inquirió Galad—. ¿Sacrificar inocentes? Seguro que hay otro camino para acabar con la Sombra.

Aldur, visiblemente atormentado, pensó durante unos instantes.

—Él... me hizo volver, para ayudarte.

—¿Ayudarle a qué? —espetó Daradoth.

Aldur pareció armarse de valor.

—A acabar con todo.

—¿Con todo? 

—Recuerdo pocas cosas de mi tránsito —Aldur luchaba contra sí mismo para revelar lo que sabía—, pero sí recuerdo un concepto claramente: RECREAR. Deshacer para volver a hacer.

El enorme paladín calló, temeroso, mirando inconscientemente hacia arriba. Al cabo de unos instantes, respiró aliviado. «Teme perder el favor de su dios», pensó Symeon. «Pobre Aldur, debe de estar pasando por un infierno para revelarnos todo esto».

—Recordad también la visión de Ilwenn —por primera vez Faewald intervino—. La espada clavada, y la tierra sangrando.

—Así es —coincidió Yuria—. Esa espada es peligrosa.

—Lo que no comprendo —añadió Symeon— es, si has actuado en contra de la voluntad de Emmán, por qué cuentas todavía con su gracia.

—Tengo mi propia teoría al respecto —dijo Aldur, para sorpresa de todos—. Vuestra... capacidad de alterar la realidad, el hecho de que seáis esos... nudos de la Vicisitud. Quizá esas habilidades de Galad son las que necesita nuestro señor, y nadie más tenga las posibilidades que tiene él.

—Sí, la verdad es que tiene lógica —dijo Yuria.

Aldur, viendo la situación, decidió no guardar ya nada en secreto, y añadió:

—La sensación que se me transmitió en mi tránsito, y que aún persiste, es que la realidad está mal. Y la única solución es intentar rehacerla.

—Pero destruirlo todo no es una opcion —añadió Galad—. Al menos, no para mí. 

—Pues yo pienso —dijo Symeon— que Emmán no os ha retirado su gracia porque piensa que al final os daréis cuenta de algo y os plegaréis a su voluntad.

—También es posible. A mí lo que más me preocupaba era el cambio de actitud de Galad.

—Sí, creo que era la influencia de Norafel —dijo Galad—. O quizá de Emmán, no lo sé, acceder a un estado de consciencia superior. Pero ahora me doy cuenta. Y tendría que haber buscado a Eudorya en su momento. 

—Estoy totalmente de acuerdo con la visión de Galad —anunció Aldur—. No obstante, también deberíamos plantearnos la posibilidad de que cualquier otro camino sea una opción peor. Y que el mundo acabe peor que si fuera recreado. Los seres divinos deben de percibir cosas más allá de nuestro alcance.

—El problema es que si pensamos...

Las palabras de Symeon fueron interrumpidas por una enorme explosión. Salieron rápidamente de la tienda, donde varios soldados se encontraban mirando hacia el sur. A lo lejos, a unos veinte kilómetros, podían ver una colosal acumulación de nubes negras como la noche y miles de relámpagos que caían sin cesar sobre el suelo. De repente, un rayo mayor surgió de los cúmulos, y poco después un estruendo parecido al anterior y una onda de choque les alcanzó.

—Ahí están —dijo Symeon—. Menos mal que nos hemos apresurado a marcharnos. 

 

 

 

 

 


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 12

La Primera Victoria

En otro punto del Empíreo, Symeon se aproximó a Daradoth y Fajjeem (el elfo se encontraba informando de todo al vestalense), intrigado por la letanía de nombres que la extraña elfa de la mirada perdida había repetido sin cesar durante toda la conversación. 

—¿Se trataba de nombres élficos, o quizá lugares?  —preguntó el errante.

—Estoy convencido de que eran nombres, alguno de ellos incluso me suena que se utiliza en la actualidad.

—¿Recuerdas alguno? 

—Neldor... Saerën... Sarasthiann... poco más. Intentaré consultarlo con Irainos o Eraitan.

—Esperemos que baste con eso.  El otro asunto que me inquietó fue lo que tradujiste: «hacía siglos que no hablábamos, y últimamente lo hemos hecho demasiado», o algo así. Quizá eso indique que han hablado con más gente recientemente.

—Es posible, sí.

—Yo apostaría por ello —interrumpió Galad, que se incorporó a la conversación junto a Aldur.

Fajjeem tomó la palabra. 

—Ah, cómo me gustaría haber podido hablar con ellos. Por mi parte añadiría que, por lo que habéis contado, parecen invencibles. Pero lo cierto es que cuando Ariyah y yo los encontramos hace tantos años, los encontramos en una especie de trance, y es posible que en ese momento fueran vulnerables. Quizá la clave para derrotarlos esté en encontrarlos de nuevo en el mismo estado.

 —Pero seguramente tendrán protecciones —dijo Daradoth.

—Aun así, es una propuesta muy interesante —intervino Yuria—. Quizá podría acercarme a ellos y actuar.

—Merecería la pena intentarlo —coincidió Symeon—. Pero no podemos depender de la suerte en estos temas. Debemos informar a lady Ilaith, porque, si su destino es Safelehn, tiene que saberlo cuanto antes.

La conversación derivó después en la necesidad, o la conveniencia, de utilizar en un posible conflicto a Églaras o a Nirintalath, discutiendo largo y tendido sobre la forma en que podrían hacerlo, o si realmente deberían. 

En un momento dado, Yuria tomó la palabra, dejando a Suras el mando del dirigible.

—Yo pienso que deberíamos tomar la iniciativa, y llevar el combate a su territorio. Estoy harta de reaccionar a sus movimientos. No quiero esperar a ver qué hacen esos seis elfos, o el Brazo de Sombra. Tenemos prácticamente todas nuestras fuerzas concentradas aquí, y no podemos arriesgarnos a que nos ataquen en otro lugar. Debemos pasar a la ofensiva.

Todos callaron, notando la sensatez de la propuesta de Yuria. No podían arriesgarse a ser flanqueados, o a ser atacados a través del mundo onírico. 

Al atardecer del día siguiente, llegaron a Safelehn y se reunieron con Ilaith y el consejo de guerra. Daradoth les explicó con todos los pormenores de los que fue capaz el encuentro con los seis elfos peregrinos. Ceños de preocupación se fruncieron por doquier. Symeon también expresó su preocupación:

—En mi opinión, tienen como objetivo este lugar o, más bien, a vos misma, mi señora. A vos o quizá a lo que representáis. La líder de la Luz. 

Ilaith, que permanecía de pie mientras escuchaba atentamente, se irguió inconscientemente. 

—Entonces, ¿qué sugerís que hagamos? Por lo que decís, son extremadamente poderosos.

—Mi señora —tomó la palabra Yuria—, si me permitís sugerir algo...

—Adelante, no es necesario tanto protocolo, amiga mía. Sabes que confío en ti más que en nadie más.

Yuria se sorprendió ante la sinceridad y la cercanía de Ilaith ante el consejo al completo, pero no dejó traslucir ninguna emoción. Continuó:

—No puedo insistir lo suficiente en la necesidad de pasar a la acción. Mi consejo es lanzar un durísimo ataque en algún punto estratégico del frente que les haga retroceder y dejarles claro que vamos en serio, para que no puedan distraer fuerzas a otros lugares.

Galad apretó el puño de Églaras y se santiguó.

Loreas Rythen se mostró indeciso ante la sugerencia de Yuria, pero Theodor Gerias se mostró totalmente contrario.

—No tenemos la flota que sería necesaria para...

—No es necesaria la flota —lo interrumpió Yuria, harta ya de las reticencias y las objeciones a sus planes—. Si golpeamos lo suficientemente duro en uno de los vados, tendrán que retirar tropas y nosotros podremos golpear una segunda vez. Tenemos los dirigibles. He estado repasando mentalmente los mapas y tengo claro incluso el punto donde atacar. 

—¿Mentalmente? ¿Me tomáis el pelo?  —preguntó Gerias arqueando una ceja.

—Sí a lo primero y no a lo segundo, mi señor; tengo muy buena memoria. —Se giró hacia los criados—: Traed el mapa del quinto tramo.

«Está en su salsa», pensó Galad, «y Gerias y Rythen han concedido, están totalmente vencidos. Espero que nos lleves a buen puerto, Yuria». 

La ercestre señaló un lugar, cerca del vado más septentrional, el último siguiendo el curso del río Davaur. 

—Aquí. Con el Empíreo y las habilidades de mi grupo, podemos quitar de en medio dos torres de vigilancia, lo que nos permitiría el paso libre mediante un pontón de botes para dos o tres legiones y asaltar o asediar esta fortaleza. Con el Horizonte podemos transportar todos los paladines que sean necesarios para facilitar el asalto y no perder tiempo. De esa manera, tendríamos ya el vado libre para nuestras tropas y podríamos internarnos en su territorio. Debemos aprovechar la ventaja de los dirigibles mientras la tengamos y el enemigo no disponga de esos malditos corvax. Es posible que encontremos ogros o elfos oscuros atrincherados, pero no creo que sea nada que no puedan manejar los paladines o un par de nuestras mejores legiones.

La explicación se extendió un poco más, relatando los pormenores de las tropas implicadas, las acciones a realizar y las maniobras que tendrían lugar cuando el enemigo reaccionara, siempre vigilado desde el cielo. Nadie osó pronunciar palabra, ningún gesto quebró la tensión; ni un solo parpadeo interrumpió aquel instante suspendido, hasta que Yuria se alzó de nuevo, corta de estatura pero imponente, una verdadera mariscal de leyenda. 

—Así lo haremos —zanjó, sin dejar lugar a la duda.

A esas alturas, ya nadie podía oponerse a ella. Los consejeros,  generales  y estrategas estaban totalmente desarbolados. Ilaith, entregada.

—Así lo haremos —la secundó Ilaith, con un gesto afirmativo. Se volvió hacia el consejo—: Dad las órdenes necesarias, y seguid las instrucciones de Yuria. Nos ponemos en marcha.

El consejo al completo se inclinó, saludó marcialmente, y se disgregó para llevar a cabo las acciones necesarias. 

—En cuanto todo esté preparado  —continuó Yuria cuando quedaron a solas con Ilaith— y las tropas en posición, nos infiltraremos con el Empíreo tras el río y acabaremos con dos de las torres de vigilancia. Para eso, tus habilidades son fundamentales Daradoth. Supongo que podemos contar contigo.

—Por supuesto.

 

El día siguiente, el Ebiryth de Daradoth transmitió la voz de Irainos. El anciano contactaba con él porque por fin había conseguido hablar con Eraitan (o, como él lo llamaba todavía por su nombre de exilio, Igrëithonn) sobre esa comitiva de extraños elfos.

—Confirmó lo que ya conocíamos, añadiendo algún dato —informó Irainos—. Según me dijo, sí que había oído hablar de una casa de apellido Alastarinar, que en tiempos remotos quebró algún tipo de juramento, y eso acarreó grandes desgracias sobre la familia. Pero me extrañó muchísimo ver que Igrëithonn parecía un poco confundido, no parecía recordar bien los detalles, a pesar de que está convencido de que conoció a varios miembros de la casa. Más tarde pareció recordar que el episodio del juramento aconteció durante la Guerra de la Fractura, la guerra civil entre elfos, cuyos pormenores tampoco parecía recordar muy bien. Algo raro.

—Ya veo. ¿Y mencionó algún nombre de los miembros de la casa? 

—El único que mencionó fue el nombre del patriarca, Neldor Alastarinar. Que parece que derivó en el nombre que más tarde se dio a la estirpe, los "neldorith". —«Uno de los nombres de la letanía de la elfa llorosa», recordó Daradoth—. Y al que Igrëithonn asegura que conoció personalmente, pero al que apenas recuerda.

—Sí que es extraño, la verdad.

—Así es. Y además, Eyruvëthil, que se encontraba también en la conversación, aunque no conoció a ninguno de los neldorith, sí que intervino en la Guerra de la Fractura, pero por más que se esforzó no pudo recordar ningún detalle, ninguna causa, ningún episodio ni experiencia relacionada con la Guerra. Es como si todo lo relacionado con ella hubiera sido enterrado en su subconsciente.

—Pues debo informaros de que hace un par de jornadas tuvimos un encuentro con esos... neldorith. Con lo que queda de ellos, media docena. Y sobrevivimos a duras penas; solo cuando les confirmé que los cuatro somos shae'naradhras se avinieron a razones y pudimos marcharnos. 

Shae'naradhras... eso explica bastantes cosas. Vaya. Esperemos que no tengáis tal encuentro de nuevo. 

 —No sé si estará en nuestra mano evitarlo, pero será lo que Luz quiera. Muchas gracias por vuestra ayuda, Irainos.

Sin tardanza, Daradoth compartió toda esta información con el resto del grupo. Se planteó la conveniencia de establecer una conversación con lady Arëlieth, que se encontraba alojada en Tarkal, pero tendrían que dejarlo para unos días después, pues ahora tenían cosas urgentes de las que encargarse allí.

 

Por fin, dos jornadas después de la reunión con el consejo, con las legiones y las compañías de ingenieros enanos en sus posiciones, el grupo remontó el vuelo con noche cerrada en el  Empíreo, en compañía de una docena de paladines. Aproximadamente una hora después sobrevolaban una de las atalayas de vigilancia objetivo. Por fortuna, no había elfos oscuros presentes, y los dos vigilantes no fueron ningún reto para las habilidades sobrenaturales y marciales de Daradoth. Una media hora después, repitieron el proceso en la segunda de las torres de madera.

Ya sin vigilantes que pudieran percibir movimientos en el río, volvieron a cruzar a la otra ribera y realizaron las señales acordadas para que los ingenieros construyeran los pontones. Allá a lo lejos podían ver también el movimiento de las legiones, y poco después el Horizonte, cargado de paladines de Emmán y de Ammarië, y el Surcador, con la guardia de élite de maestros de esgrima, se unían a ellos y descendían en tierra enemiga. 

Con una eficiencia magnífica, cuatro legiones de humanos y una de enanos comenzaron a cruzar el cauce con toda la discreción de que fueron capaces. En un momento determinado, algo llamó la atención de Daradoth por el rabillo del ojo. Dos cuervos sobrevolaban la zona, con un leve brillo en sus ojos que delataba la presencia de un hechizo. Llamó la atención del resto, descorazonado al creer que tendrían que cancelar la operación, pero cuando los cuervos ya se retiraban, Arakariann entró en escena. Dos certeros tiros con su arco largo acabaron con los dos animales espías. Daradoth exhaló un suspiro de alivio. «Espero que, fuera quien fuera, no estuviera viendo todo en tiempo real  y los cuervos tuvieran que volver para informar».

Poco después del amanecer, las tropas al completo se organizaron en la ribera oeste y marcharon hacia la fortaleza que custodiaba el vado desde su retaguardia. Los paladines fueron desembarcados a una distancia prudencial para mantener la implicación de los dirigibles en secreto todo el tiempo que fuera posible, y en pocas horas, pasado el mediodía, las cinco legiones tomaban posiciones alrededor de la fortaleza. El único conato de resistencia lo plantearon dos destacamentos de ogros y de elfos oscuros, que pronto fueron abatidos por los poderes divinos de los paladines de Emmán y de Ammarië; la superioridad numérica de las tropas y la ferocidad de los enanos hicieron el resto, rindiendo la fortaleza prácticamente sin combate.

«Nuestra primera victoria ha sido más fácil de lo que esperaba», pensó Yuria.

—Ahora no podemos descansar —dijo en voz alta a sus compañeros y a los capitanes de los dirigibles, reunidos en la ribera este del vado—. Tenemos que poner en marcha el cruce del vado, el avance hacia el norte, y reorganizarnos para explotar cualquier posible reacción del enemigo. Cada uno ya sabe lo que debe hacer. ¡Embarcad!