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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 16 de octubre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 14

Batallas en Undahl

La tormenta se extendió hasta bien entrada la noche, durante un par de horas más. De vez en cuando, la deflagración de una enorme explosión provocada por los sobrenaturales relámpagos sacudía el campamento. Yuria y los demás trataron de tranquilizar a las tropas de la mejor forma que pudieron. Y, aunque la tormenta, los relámpagos y los truenos finalmente pasaron, las colosales nubes nunca desaparecieron. «Tendremos que evitar esa zona a partir de ahora», pensó Symeon.

El día siguiente pusieron al contingente en marcha hacia el sur de nuevo, evitando la zona de las nubes con un rodeo por caminos alejados del río, accidentados por su transcurrir entre las colinas de las primeras estribaciones del macizo central. Su movimiento era protegido por el Empíreo, que viajaba por delante de ellos atento a cualquier problema.

Al cabo de tres jornadas, tras atravesar varias aldeas pequeñas en las que apenas repararon, llegaron a un pueblo más o menos grande, que parecía haber sido desalojado prácticamente en su totalidad. Sin embargo, en él quedaban algunos habitantes que los recibieron con cierta alegría. Según les contaron, Undahl se estaba convirtiendo en un lugar que no les gustaba nada, donde la población autóctona estaba siendo esclavizada por las élites. Tras descansar aquella noche con un poco más de comodidad, continuaron la marcha hacia la fortaleza permanente que había custodiado el puente del curso intermedio, ahora destruido, y el día siguiente llegaron a sus inmediaciones, aprestándose para el asedio y posiblemente, el asalto. En la fortaleza se había reunido una parte de las tropas supervivientes de la batalla donde Galad había perdido el control de Églaras, y mientras se encontraban organizando la construcción de empalizadas y construcción de máquinas de guerra, Daradoth pudo ver a través de la lente ercestre algunos elfos oscuros entre las almenas. Estaban muy lejos, pero sintió cómo el vello de su nuca se erizaba y su corazón se aceleraba, como siempre ocurría en presencia de criaturas de Sombra.

—Tenemos que instarles a rendirse —dijo Yuria con las tropas ya distribuidas según su criterio—. No podemos permitirnos perder días o semanas en un asedio. Un asalto podría ser una opción con los dirigibles y los paladines, pero en algún momento eso nos provocará demasiadas pérdidas.

—Sí, buena idea —coincidió Galad.

Y así lo hicieron. Enviaron varios mensajeros que convocaron a los enemigos en la explanada suroeste para parlamentar. Al atardecer, Yuria y los demás, junto con el general Gerias y algunos oficiales, se reunían a salvo de posibles asesinos o alcance de arcos con la delegación enemiga. Esta estaba encabezada por el capitán de la fortaleza, un undahlita llamado Asevras. Las presentaciones fueron breves; la conversación, en demhano, que a varios de los miembros de la delegación les costaba entender.

—¿Acaso la buena gente de Undahl sirve ahora a la Sombra? —Galad quiso sondear la lealtad de Asevras y los demás, después de haber visto que muchos en el principado no estaban de acuerdo con sus líderes ni con que engendros malcarados se pasearan libremente por allí.

—Yo soy un soldado, y sirvo a mis superiores, que saben lo que hacen mucho mejor que yo —contestó el capitán, tajante—. Y, por lo que he oído, vosotros no sois mucho mejores que la sombra —se estremeció a ojos vista; debía de haber escuchado muchos testimonios de los huidos desde el norte. 

Galad amagó con contestar, pero Yuria lo interrumpió, sin andarse con rodeos: 

—Esta es nuestra oferta, capitán: rendid la fortaleza, y podréis marchar hacia el sur.

—¿Con todas mis tropas? ¿Incluyendo las del campamento exterior?

—Así es —intervino Galad—. Pero sin armas. Deberéis dejarlas en la fortaleza y vuestra impedimenta registrada.

Por su reacción, no habían esperado una oferta tan generosa. 

—Necesitamos tiempo para pensarlo —dijo Asevras—. Debemos evaluar las consecuencias.

—Está bien, tenéis tiempo. Hasta el amanecer.

Poco antes del amanecer, un mensajero llegaba con una bandera blanca. Los enemigos aceptaban la oferta, y saldrían de la fortaleza a mediodía, siempre que el contingente de Ilaith les habilitara un pasaje seguro al sur. Yuria dio inmediatamente las órdenes pertinentes, y a mediodía, con el sol oculto por un penacho de las negras nubes que se extendían al norte, las tropas enemigas iniciaron su periplo. Un centenar de carromatos y vagones los acompañaba, además de población civil, sirvientes y personal de apoyo. Los enanos del general Zarakh se encargaron de registrar lo mejor que pudieron la carga de los enemigos para evitar que llevaran armas. Posiblemente consiguieran deslizar algunas, pero la mayoría fue interceptada. El capitán Asevras, en un gesto simbólico, dio las llaves de la ciudadela a Yuria, que al punto impartió órdenes para ocupar la plaza. Pronto ondearon sobre las torres los nuevos estandartes que Ilaith había mandado confeccionar, representando el emblema de la Federación: partido por faja; en jefe, de azur, un navío antiguo de oro, aparejado y con velas desplegadas de plata; en punta, de sinople, un buey pasante de oro, linguado y uñado de gules, el todo rodeado por un círculo de trece estrellas de plata, representando los trece principados.

Estandarte con el escudo de la Federación de Príncipes Comerciantes

La mañana siguiente, poco después de que desde el otro lado del río hubieran visto los estandartes ondear sobre las torres, un bote atravesó el río procedente de la orilla de Ladris. Traían noticias preocupantes y urgentes. Al sur, en el curso alto del río, los enemigos habían aprovechado la concentración de legiones de Ilaith en el norte para atravesar el primer vado por la noche, y prácticamente arrasar la fortaleza y el campamento que custodiaban la ribera oriental. Había sucedido tres noches atrás, y un gran contingente de engendros de la Sombra marchaba con las legiones de Undahl. Además, también los acompañaba un extraño grupo de seis elfos de enorme poder, y un hechicero con aspecto celestial armado con una gran lanza oscura, extrañamente sobrenatural. Las tropas de Ladris apenas habían podido oponer resistencia.

Galad y los demás se miraron, preocupados. Yuria saltó de su asiento, apenas había podido descansar.

—Gracias por la celeridad de vuestro mensaje, amigos. Volved al otro lado del río y transmitid  claramente mis órdenes: las dos legiones que debían atravesar hoy el cauce para ocupar esta fortaleza y acompañarnos en la campaña, deben permanecer en aquella ribera. Y deben avanzar en paralelo a nosotros por allí. Partiremos hacia el sur en pocas horas, deben seguirnos lo mas emparejadamente posible. Intentaremos alcanzar el vado intermedio antes que ellos, pero si no es así, deberán retrasarlos hasta que lleguemos. Enviad también un mensaje a lady Ilaith para informarla de todo.

—Por supuesto, mi señora, así lo haremos.

Pocas horas después las legiones se pusieron en marcha hacia el sur, intentando alcanzar el segundo vado del río Davaur rápidamente. Pero el vado se encontraría defendido por un gran campamento de tropas, sin duda reforzado por todas las que habían huido desde el norte. Yuria rugió órdenes, acelerando la marcha.

Y así, tras un par de jornadas de marchas forzadas, las tropas de Yuria llegaron a la vista del vado, donde los enemigos ya se aprestaban para la batalla. La ercestre formó a los paladines en el flanco izquierdo, a los enanos en el centro, y al grueso de sus tropas junto a ellos, para oponerse a las fuerzas de la sombra, que se situaron en esa parte del campo de batalla. Esta vez, Galad tuvo buen cuidado de permanecer apartado de Églaras, y ayudó en todo lo posible al mando de Yuria.

Las fuerzas de la Federación superaban en número a las de Undahl, pero la presencia de los ogros y los elfos oscuros compensaba con su ferocidad la inferioridad numérica. Los dos contingentes chocaron en el amplio valle, a la vista del vado y de la orilla oriental. Al otro lado, las dos legiones de Ladris se desplegaban, expectantes. El ojo experto de Yuria vio que formaban en bloques compactos, señal de que esperaban entrar en combate. «Yo no les he ordenado cruzar», pensó. «Eso es que los enemigos deben de encontrarse cerca; razón de más para poner toda la carne en el asador». Se giró hacia las tropas y las arengó sin cesar, con Gerias y Galad recorriendo las líneas y secundándola.

Las primeras horas del combate fueron bastante igualadas, pero, contra todo pronóstico, el flanco derecho y los paladines fueron puestos en desbandada pasado el mediodía.

Afortunadamente, los enanos dieron un rendimiento superior al esperado y, aprovechando el desgaste al que los paladines habían sometido al flanco izquierdo del enemigo, empujaron al resto del contingente y lo hicieron ceder. 

Sin embargo, cuando transcurría la sexta hora de la batalla, al otro lado del río hizo su aparición la fuerza undahlita que había atravesado el río por el sur. Cuatro legiones, con un gran número de tropas de Sombra. «Maldición», pensó Yuria. «Aguantad, por la Luz, dadnos tiempo». Los generales de las dos legiones leales debían de ser extremadamente respetados, o tener unas habilidades fuera de lo común, pues sus tropas aguantaron estoicamente, sin ceder ni un ápice. Trataron de no ser rodeados, pero pronto una de las legiones enemigas superaron su flanco izquierdo.

En la octava hora, Yuria veía con desesperación cómo la mitad de tropas al otro lado del río había caído o se batía en retirada. A este lado del río, los enanos seguían matando arrullados por sus grandiosos cantos de batalla y el sonar de los cuernos. Las legiones aliadas, inspiradas por tan gloriosa visión, seguían con denuedo en el combate.

Dos horas después, Yuria volvía de nuevo su atención observando con la lente al otro lado del río. Suspiró aliviada. Allí, contra todo pronóstico, la legión que había empezado la batalla más alejada del río, todavía resistía a los invasores, que los superaban al menos en una proporción de cuatro a uno.  La atormentaba no poder ayudar a aquellos valientes, pero debía volver su atención a su propio combate.

Finalmente, a la hora décima, las filas enemigas  se quebraron. Gritos de victoria se levantaron por todo el campo de batalla, aunque la mayoría de los soldados estaban agotados. En la otra orilla, la legión todavía resistía. 

«Sois unos héroes», pensó la ercestre, pasando el catalejo a Gerias. 

—Me encargaré personalmente de que, vivos o muertos, se ensalce a esa legión y sus oficiales con los más altos honores. Lo juro. Sin duda nos han salvado.

A continuación, Yuria intentó organizar un contingente para cruzar el vado y ayudar a sus aliados en apuros. Pero la tarea se mostró imposible: una de las legiones enemigas había tomado posiciones defensivas y cruzar el río sin duda se convertiría en un suicidio. Apretó los dientes, frustrada.

Poco después, con la noche ya caída, aquellos héroes no pudieron aguantar más. Con la ayuda de la lente, Yuria pudo ver cómo una parte de ellos conseguía escapar hacia el norte, comandados expertamente por un oficial, quizá su general, aunque no podía estar segura. Aprestó una parte de las tropas a defender el vado, y rápidamente se organizó un campamento para pasar la noche.

Poco antes del amanecer, la brusca voz de uno de los vigías enanos gritaba en un demhano acusadamente rótico:

—¡Atención! ¡Están marchando! ¡Los enemigos se mueven hacia el norte! 

 


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