En el campamento de Mogontiacum, Cayo Cornelio, viéndose en urgente necesidad de aliados, convocó al praefectus castrorum, Apio Herminio, para mantener una conversación con él. En apariencia, el prefecto era un hombre de firmes convicciones inquebrantables en cuanto a su deber para con la legión, y no le había sentado nada bien la irresponsabilidad del nuevo legado, saliendo a buscar legionarios en plena noche. Cornelio le explicó que no había salido a buscar a cualquier persona, sino al propio médico personal de la hermana del emperador, que se encontraba bajo su tutela y del que se sentía responsable. Con ese argumento, Herminio pareció relajarse y comprender mucho mejor la motivación del legado.
Lucio Mercio buscó a Tito Norbano con el fin de que el hermano de Mitra le proporcionara toda la información que pudiera sobre los tribunos de la XXIIª. Norbano no le pudo decir demasiado, pero entre susurros le habló de una esclava, Kara, que quizá le podría informar mejor. Debido a su estatus, la mujer tenía fácil acceso a las dependencias de los tribunos. Sin tardanza, Lucio buscó a Idara y le encargó localizar a la esclava lo más rápido que pudiera.
Mientras, en Gameburg había caído la noche de nuevo y todo discurría tranquilo en el exterior de la casa donde Tiberio Julio, el centurión y otro legionario se encontraban prisioneros. Pero bien entrada la noche, se desató el caos. Varias figuras aparecieron de los lindes del bosque, sembrando el caos entre los germanos con extraños sortilegios que se semejaban en mucho a los poderes que Júpiter concedía a sus teúrgos. Pronto aparecieron en escena bestiales sombras que parecían enormes lobos caminando sobre dos patas. Se enfrentaron a los recién llegados. Aprovechando el escándalo, Tiberio y sus compañeros pudieron escapar. Se dirigieron hacia la casa del líder de los germanos, el tal Ulric. Pero un enorme monstruo lobuno los detuvo, mató al centurión e hirió al legionario. Para colmo, Tiberio pudo ver que en escena habían aparecido nuevos actores: figuras altas con armaduras ajustadas y lacadas en azul, acompañadas de sombras muy parecidas a la encerrada en su talismán. Ésta casi desagarra su mente al exigirle que la liberase. Por suerte, el médico pudo aguantar la presión, y por pura suerte y con la ayuda de Júpiter pudo escapar junto al legionario herido e introducirse en la espesura. Allí permaneció hasta que todo se calmó y amaneció. Al parecer, no quedaba nadie en el campamento, así que volvieron allí para hacerse con provisiones y tratar de encontrar posibles pistas de lo que había pasado. En una de las casas, un movimiento les llamó la atención. Resultó ser una muchacha germana, de nombre Lora, que chapurreaba latín. "¿Me llevaréis ahora a Roma? Os he ayudado, como me dijisteis". El entendimiento con la muchacha fue poco menos que imposible, en parte motivado por el shock que había sufrido por lo acontecido aquella noche. Así que, tras hacerse con algunas provisiones y calmar su hambre y sed, y tratar el maltrecho brazo del legionario, se encaminaron hacia el suroeste junto con la muchacha.
Aquella noche, en el campamento, un centurión despertó a Cornelio: desde la selva, el viento traía extraños sonidos que parecían voces ominosas en extremo. La mitad del campamento se encontraba encaramado a la empalizada intentando discernir algo en la oscuridad. De repente, un potente temblor de tierra lo sacudió todo. Fueron unos minutos terribles, y casi toda la empalizada se derrumbó. Algunos legionarios resultaron heridos, aunque al cabo de un rato todo volvió a la normalidad. El viento ya no traía sonidos.
Por la mañana, un exhausto Cornelio cruzó junto su escolta el puente sobre el Rhin para encontrarse con la delegación germana.
No apareció nadie. Decidieron volver al campamento; se encontraban cruzando el puente de vuelta cuando Idara llamó la atención de sus compañeros: dos figuras habían aparecido en el claro. Marco Meridio, uno de los legionarios, ejerció de traductor. Los dos hombres hablaron atropelladamente sobre un ataque a los poblados y sombras extrañas que lo arrasaban todo. La preocupación se instaló en el rostro de Cornelio.
Tiberio consiguió establecer por fin una ligera conversación con Lora. No pudo hacerse con información relevante, pero ella le preguntó si la llevaría a Roma si a cambio los guiaba a Mogontiacum a través de la selva. Tiberio respondió con promesas vagas, pero fue suficiente, y emprendieron el camino hacia la ciudad.
Durante la tarde, Idara se dedicó a buscar a la esclava Kara. Trabó amistad con una prostituta, una tal Verinia, que le indicó dónde vivía la mujer y además se mostró de acuerdo en ofrecer sus servicios como informadora a la legión. Acto seguido corrió a informar a Lucio de su éxito.
Bien entrada la noche, los guardias dieron la alarma: tres figuras se acercaban por el puente. Tres figuras que resultaron ser Tiberio y sus acompañantes, que fueron recibidos con gran regocijo por el resto del grupo.
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