El capitán Virren comenzó a rugir órdenes desde el puente, sobre el sonido de los truenos y las olas. En la cubierta de remeros, el cómitre comenzó a percutir su tambor de manera acelerada, y la galera giró bruscamente a estribor, hacia la costa y los arrecifes. Pero las galeras enemigas estaban muy cerca. Breon no tardó en ver el primer proyectir encendido salir describiendo una parábola hacia su barco, que por suerte falló por poco. Enseguida salió otro despedido del segundo barco, y éste sí acertó sobre el palo de trinquete, llevándose por delante el mastelero. Proyectiles de escorpión comenzaron a silbar a su alrededor, pequeñas lanzas tremendamente mortíferas, capaces de atravesar cuerpos con armaduras como si fueran de mantequilla.
La nave comenzó a describir un semicírculo que, con suerte, la alejaría del peligro de los arrecifes y quizá de sus perseguidores. Pero, de repente, dio un fuerte bandazo que la dejó casi horizontal y enfilada directamente hacia la costa. La corriente y los vientos la llevaban a su antojo; sin duda, algo le debía de haber sucedido al timonel en el castillete de popa. Varios remos se rompieron y las jarcias atraparon a varios de los marineros. Cuando la galera rozó un arrecife con la proa, Jeremiah esquivó justo a tiempo una de las botavaras que estuvo a punto de arrojarlo por la borda.
Intentaron subir junto al capitán al castillete de popa para intentar conttrolar el barco de nuevo, y un nuevo bandazo estuvo a punto de dar con ellos en el mar. Finalmente, lograron subir y efectivamente, allí estaba el timonel clavado al soporte del timón atravesado por un proyectil de escorpión que, de paso, había destrozado una cuarta parte de la rueda.
Con gran esfuerzo, entre el capitán y los dos caballeros pudieron enderezar el rumbo. Virren emprendió una arriesgada maniobra de giro que lo llevó directamente hacia una de las galeras enemigas mientras la tripulación se afanaba por disparar sus propios escorpiones; afortunadamente, el oleaje lo ayudó a esquivar la nave rival, y de repente se encontraron a popa de los navíos de velas negras, liberados. Pero no iba a durar mucho; tenían el viento en contra, y los enemigos no habían sufrido apenas daños, ni en el casco ni en los remos, mientras que ellos habían perdido al menos la cuarta parte de estos últimos y tenían una vía de agua en la bodega.
Tras dar la orden a los remeros de que dejaran de bogar, ya caída la noche y con el tiempo más tranquilo se aprestaron para el abordaje. Pero éste no llegó. Las dos naves enemigas se situaron una a cada lado de su galera, rodeándoles, y al poco rato oyeron una voz procedente de una de ellas, enaltecida con un alzavoz myriense: les demandaba la entrega en un bote de Jeremiah y Megara Seabreeze y de Melina Raer.
Tras pensarlo un rato, Jeremiah se embarcó con Berormane para negociar con los extraños, pero no fueron recibidos a bordo; el capitán quería a Megara y Melina, y no a un maestre. No les quedó más remedio que volver. De vuelta al barco, disfrazaron a dos de las damas de compañía como si fueran las dos muchachas nobles, y tras infundirles valor de la mejor forma posible, Jeremiah partió con ellas en un bote. Esta vez sí que fueron subidos a bordo, y el caballero se encontró cara a cara con el capitán, un hombre bajito y recio, con calvicie incipiente y una perilla bien recortada, que les recibió con una falsa sonrisa en el rostro. Tras evaluar un momento a sus prisioneros, se presentó como el capitán Jhorgo Darr. Iba escoltado por dos hombres más altos, caballeros en apariencia: ser Munn y ser Quinton. Alto y espigado el primero, con una ligera espada braavosi al cinto, ancho y fuerte el segundo.
El capitán hizo pasar a Jeremiah a su camarote, y puso a buen recaudo a las muchachas. En el camarote tampoco había ningún blasón ni símbolo incriminador: sólo un candelabro con tallas de grifos en los posavelas. Jhorgo parecía saber mucho acerca de quién viajaba a bordo del galeón de los Raer, y preguntó a Jeremiah por qué había acudido con dos muchachas que no eran ni Melina ni Megara, lo que sorprendió al caballero. Los dos espadachines que acompañaban al capitán llevaron la mano a sus espadas. Sin embargo, los siguientes minutos presenciaron una elocuencia fuera de lo habitual en Jeremiah [sacrificio de un punto de destino para imponerse automáticamente en la intriga]. Era indudable que el capitán estaba ansioso por conseguir prosperar en poniente. El Seabreeze no sabía lo que sus actuales patrones le habían ofrecido, pero él lo nombraría caballero al instante y haría oficial un compromiso con su hermana Megara. Los ojos de Jhorgo centellearon con codicia. Ser Munn y ser Quinton, que rebullían incómodos, serían los testigos. Ambos se miraban, incómodos. Ser Munn mostró su desacuerdo a Jeremiah alegando que Jhorgo no era digno de pertenecer a la caballería, pero el Seabreeze prestó oídos sordos. En una rápida ceremonia, Jhorgo quedó armado caballero y acordó poner su barco al servicio de los Seabreeze, al menos de momento. No obstante, no admitiría ninguna pregunta sobre sus actuales empleadores. Ser Munn decidió poner fin a aquello y atacó a Jeremiah, mientras Quinton hacía lo propio con el capitán, que retrocedió se defendió como buenamente pudo. Desde luego, su capacidad con la espada y su forma de luchar no eran dignas de un caballero. Tras una encarnizada lucha con el estilo braavosi de ser Munn y con el más brutal de ser Quinton, Jeremiah pudo imponerse a ambos sufriendo sólo heridas superficiales. Jhorgo murmuró en voz baja..."lord Casper no va a mostrarse muy contento, no señor". No pareció darse cuenta de que Jeremiah lo había escuchado. Éste sólo conocía a un lord Casper: lord Casper de la casa Wylde, con los que los Seabreeze ya habían tenido problemas en el pasado. Prefirió guardar silencio.
Después de recuperar la compostura, el capitán salió a hacer el anuncio a la tripulación. Varios de ellos no se mostraron de acuerdo y tuvieron que abandonar la embarcación en un bote tras algunos momentos tensos.
Amparándose en la oscuridad, consiguieron traspasar a la tripulación de la galera Raer medio hundida, y con una velocidad endiablada embistieron a la otra galera. Impactaron de lleno, y un cruento combate se estableció entre las dos tripulaciones. En ambas había varias decenas de guerreros muy competentes. Breon fue malherido, y Jeremiah también hubo de retirarse al cabo de unos minutos a ser atendidos por el maestre Berormane, pero por fortuna los enemigos ya estaban quebrantados y se tiraban al mar o huían en botes. La victoria fue costosa, pero fue victoria al fin y al cabo. Entre los cadáveres descubrieron varios blasones sin importancia, ocultos bajo túnicas o sobrevestes sin escudo, pero uno en concreto les llamó la atención: el remolino de la casa Wylde en el pecho de un joven y orgulloso caballero al que le habían amputado un brazo y había muerto en el acto.
Tras incendiar la galera destrozada, continuaron su marcha hacia Bastión de Tormentas, con un esperanzado e insistente ser Jhorgo Darr, que parloteaba sin cesar sobre adoptar la galera en llamas como su blasón, y acerca de cuándo se haría oficial su compromiso con Megara. Jeremiah era un hombre de honor, pero casar a su hermana con aquel petimetre no era una opción.
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