Cneo Sulpicio Germánico |
La cara de preocupación de Tito Cornelio convenció a Cayo Cornelio cuando el primero le pidió que pasearan juntos por el exterior del campamento para evitar oídos indiscretos. El tribuno se había convencido de la conveniencia de revelar lo que sabía a Cayo por sus últimas acciones, por las palabras del prefecto Apio Herminio y por la certeza de que Tiberio Julio era algo más que un simple médico. Para sorpresa -o no tan sorpresa- del legado, Tito habló de una "guerra en la sombra" que estaba teniendo lugar a su alrededor, más allá del entendimiento mundano, y que implicaba a los propios dioses. Según explicó, él tenía varios contactos en Mogontiacum y otros núcleos de población, algunos de ellos de la gens Cornelia más antigua, y colaboraba a requerimiento de los sacerdotes. Tales contactos no eran otra cosa que teúrgos de la rama Cornelia de Júpiter y por lo que pudo deducir Cayo, también teúrgos de los cultos de Marte y de Vulcano. Los teúrgos habían dedicado gran parte de los últimos meses a localizar los Caern germanos, sus lugares sagrados, intentando anularlos o destruirlos. Sin embargo, hacía unas pocas lunas que habían llegado nuevos enemigos a escena, de los que poco sabían, excepto que estaban intentanod utilzar los Caern de alguna forma y que muchos de ellos lucían armaduras azules muy resistentes y ajustadas; además, en ocasiones se hacían acompañar de extrañas sombras parecidas a la que se encerraba en la estatuilla de Tiberio. Tito también reveló que en las filas de la legión había otros colaboradores e incluso teúrgos que no dudarían en quitarle la vida si se enteraban de que había contado todo aquello, así que pidió la máxima discreción. Por supuesto, Cayo no tardó en compartir tales cofidencias con sus compañeros.
Más tarde tuvo lugar una reunión de Cayo con Lucio Mercio, Marco Linicio y con Cneo Sulpicio. Según palabras de Tito Cornelio, estos dos últimos eran los tribunos que más contactos tenían entre los germanos, y su colaboración sería fundamental para poder contactar con los bárbaros. El legado intentó ganarse el favor de ambos como ya había hecho anteriormente en alguna ocasión, pero la idea de reunirse a solas con los dos tribunos probó no ser demasiado buena y la conversación derivó en una casi violenta discusión. Antes de estropearlo todo irremediablemente, Cayo consiguió dar por terminada la reunión y dejarlo para una mejor ocasión.
Mientras tanto, Idara intentó averiguar más sobre Tito Cornelio siguiendo al tribuno en sus quehaceres, pero éste no dejó entrever nada sospechoso.
El día siguiente, Cayo Cornelio cambió de táctica y convocó juntos a todos los tribunos para tratar el estado de emergencia. Con sus dotes para el liderazgo se ganó a Vario Albino Balbo y a Quinto Marcio Melario. Marco Licinio Draco perdió los papeles en un momento dado, y tuvo que ser apaciguado por Cneo Sulpicio, que [pifia en carisma] por fin se mostró de acuerdo con el legado y lo respaldó en sus planes. Sulpicio sugirió contactar con los germanos Chatti, a cuya tribu pertenecía el poblado de Gameburg antes de que fuera arrasado, e intentar conseguir su colaboración contra los Tencteri , que sin duda eran los que estaban atacando el limes. Sulpicio se pondría inmediatamente a movilizar sus contactos.
Durante ese día y los siguientes empezó a llegar un goteo de huidos de los campamentos del limes. Algunos de los heridos, lucían muy mal aspecto: todo alrededor de los tajos y perforaciones sufridas se les habían puesto negras e hinchadas las venas y los capilares bajo la piel. A medida que pasaba el tiempo, la negrura se extendía. Parecía gangrena, pero no lo era. Tiberio Julio se aprestó a tratarlos lo mejor que pudo.
El día siguiente llegó una paloma con noticias del este. Los campamentos más orientales del Limes también habían sido atacados salvajemente y habían tenido que ser abandonados. Según Cneo Sulpicio, debía de tratarse de los germanos Hermunduri, que se habrían unido a los Tencteri. Contactaría también con sus hombres del este.
Cuando por la mañana Lucio Mercio se dirigió a reunirse con la esclava Kara donde ésta le había citado, no encontró a nadie. Cuando intentó averiguar su paradero, algún otro esclavo le informó que hacía tiempo que la mujer no aparecía por allí. Al decírselo a Tito Norbano, éste se mostró preocupado, y organizaron la búsqueda todo lo discretamente posible, pero sin resultado durante las siguientes jornadas.
Ese mismo día, Idara se encontraba rezando en el templo de Minerva junto a Claudia Valeria. Hacía varios días, desde que Tito Cornelio le había hablado a Cayo de los extraños aparecidos hace poco, que Idara le pedía a Minerva alguna revelación sobre sus enemigos, que parecían omnipresentes y poderosos en extremo. Y la diosa se la concedió por fin. Vio una caravana de carromatos, con hombres y mujeres de aspecto normal, pero todos ellos con al cara tapada por máscaras sonrientes en unos casos y tristes en otros. Entre los integrantes de la caravana, le llamó la atención una figura más pequeña que las demás, con el pelo canoso y apoyada sobre un bastón. La figura se giró hacia ella, mostrando una máscara plateada con gesto triste, y tras quedarse petrificada unos instantes, la señaló con el dedo. A continuación, unas palmadas en la mejilla despertaron a Idara de su inconsciencia. Cuando les contó a sus compañeros teúrgos su visión, ambos se mostraron confundidos, pero sin duda las máscaras indicaban algo relacionado con el teatro.
Casualmente, dos días después, alguien les informaba de una compañía de actores que llegaba a Mogontiacum. La preocupación de Idara fue mayúscula, y compartió con sus compañeros la visión que le había concedido Minerva. Por la noche fue a inspeccionar el campamento, teniendo buen cuidado de permanecer oculta. Sin embargo, se le puso el vello de punta cuando una anciana acompañada de una chica joven y rubia se detuvo en seco, se giró y miró fijamente hacia donde estaba ella. Idara salió corriendo, presa del temor, e insistió a sus compañeros en que había que acabar con aquella compañía teatral. La mayoría de sus componentes parecían griegos, incluida la anciana. Cayo y Lucio intentaron calmarla, y le dijeron que se encargarían por la mañana.
Esa misma noche, murieron dos de los heridos que habían llegado del limes con las heridas aparentemente gangrenadas. Y esa misma noche se levantaron sembrando el terror en el campamento. Las armas no parecían herirles, mientras ellos arañaban y mordían a todo el que se ponía por delante. Por suerte nadie resultó herido, y finalmente pudieron derrotarlos con fuego. Eran engendros generados por artes oscuras, sin ninguna duda, y a partir de entonces, decidieron quemar inmediatamente a todos aquellos que murieran a causa de heridas parecidas.
Por la mañana, Lucio partió al frente de una docena de legionarios para apresar a la anciana de la compañía e interrogarla. No opuso ninguna resistencia, y pidió ser acompañada por dos de sus nietos, Sofía y Heráclides. La muchacha era tan bella que turbó a Lucio, aunque no lo suficiente como para que no se diera cuenta de que la anciana llevaba un colgante con inscripciones idénticas a las del disco de Idara, y que de hecho parecía un fragmento de un disco prácticamente idéntico. Ya en el campamento, se reunieron en el pabellón de Cayo. Y sin ninguna resistencia, la anciana contestó a sus preguntas y les contó cuanto sabía, aunque en ocasiones de forma críptica. Su nombre era Elena Geroclea, nacida en Catsamba, un pueblo cerca de Cnossos, en Creta, hacía más de cien años. El colgante que llevaba había sido un regalo de su padre cuando todavía era muy pequeña, y según él, los símbolos que llevaba inscritos pertenecían al idioma de la antigua Atlántida; lo había encontrado en unas ruinas cerca de Cnossos. La mayoría de los presentes no conocía la leyenda platónica, y Geroclea la relató, enriquecida por historias de su padre. El símbolo de los círculos concéntricos partidos por la línea vertical no era sino el símbolo de la capital atlante, Atlantia, cuyo distrito más interior recibía el nombre de Telmapério. Relató la historia de la Estirpe de Oro y de cómo la Atlántida había caído en desgracia; también de cómo algunos de sus habitantes se salvaron refugiándose entre los humanos, haciéndose cada vez más poderosos y tiránicos. Aunque según le había contado su padre el último atlante había sido un rey de los Tartesios, en el sur de Hispania, Elena estaba segura de que todavía existían, por cosas que había visto a lo largo de sus muchos años; se había encontrado con Taumaturgos, y ella misma había aprendido algo de Areté de algunos filósofos; aquello la había llevado a relacionarse con gente que se movía en oscuros círculos y estaba segura de que en alguna ocasión había dado de refilón con algún fiel atlante. Quizá fuera por el Areté, no lo sabían, pero la anciana también mostraba ciertas dotes de videncia, y por eso había reconocido a Idara como la elegida de Minerva, incluso en la visión, identificó el destino de Lucio que lo abocaría a la muerte, y pudo percibir que Cayo había sido atacado por un atlante maldito en el pasado.
Era bien entrada la tarde cuando la anciana acabó de relatar sus historias, y al salir de su asombro, ordenaron a los esclavos traer algo de comer. Idara se convenció por fin de que la intención de Minerva al mostrarle a la anciana era que obtuviera información sobre sus enemigos. Por desgracia, el asunto parecía más importante, de lo que nunca habrían sospechado. Por la Piedra Negra de Júpiter Óptimo Máximo y la Lechuza de Minerva Ergane, ¿qué era lo que pretendían aquellos atlantes, si es que realmente procedían de la Tierra Sumergida?