Antes de partir hacia Edimburgo, McNulty llamó a la casa donde sus contactos mantenían a su familia a salvo. Para su sorpresa (y preocupación), la voz que sonó al otro lado le era demasiado conocida: no era otro que su hermano Liam. Después de saber que su mujer había tenido un lío con él no le hacía ninguna gracia que estuviera en la casa. Según le dijo Liam, había limado asperezas con la organización en los últimos años, y había vuelto al redil. McNulty no le creyó del todo, pero no tuvo más remedio que disimular; a continuación, fue su mujer la que se puso al teléfono, con un deje nervioso en la voz. Jonas intentó sonsacarle con preguntas disimuladas si pasaba algo raro, pero lo único que sacó en claro fue que su hermano llevaba allí sólo unos pocos días. También intentó que su mujer comprendiera que acudiría pronto en su rescate, y que intentara estar en el piso de arriba el mayor tiempo posible (pensando en el rescate en helicóptero).
McNulty decidió no esperar más. Nada más colgar el teléfono, se pertrecharon y subieron al avión de von Klausen. Durante el viaje de Berlín a Edimburgo, un par de noticias llamaron su atención en internet y la TV. Una hacía referencia a la opacidad por parte del gobierno egipcio sobre un accidente que había sucedido hacía un par de días en una “obra de rehabilitación” de las pirámides de Gizeh. Al parecer, el gobierno se negaba a dar detalles sobre tal obra, que se había iniciado de repente, y se había levantado una gran barrera que impedía la visión de la misma. Además, el ejército había establecido una zona de exclusión aérea alrededor de los monumentos, cosa que al grupo le olió claramente a UNSUP. La segunda noticia no era menos preocupante: en varios países africanos se había desatado una violencia extrema, que había provocado decenas de miles de muertos en pocos días; los europeos residentes estaban aterrados y las salidas masivas del continente habían colapsado las comunicaciones. La crisis del Uranio ya era generalizada y las bolsas habían comenzado a desplomarse, con la quiebra de varias compañías y el comienzo del recorte energético en ciertos puntos de occidente. La cosa pintaba muy mal.
En un aeródromo militar de Edinburgo, se encontraron con los militares escoceses que les esperaban con dos helicópteros Black Hawk preparados. Dos pilotos y dos artilleros era lo que Novikov había podido conseguir. Debería bastar para sacar a Rachel y Patrick McNulty del país. Tras una breve presentación, los helicópteros alzaban el vuelo, cruzando el mar hasta la casa de campo cerca de Belfast donde se encontraba la familia de McNulty alojada.
Desde lejos, la casa parecía tranquila, con un vigilante ataviado con gafas de sol sentado en el porche. A McNulty y a Finnegan no les hizo falta acercarse mucho más para darse cuenta de que el tipo del porche no estaba vigilando, sino que estaba muerto; varios detalles de su posición así lo señalaban. No iba a ser una extracción limpia; empuñaron las armas y situaron los helicópteros sobre la casa, bajando con los arneses.
Dentro de la casa, los recibió la oscuridad y el silencio. Tres tíos del Sinn Feynn que McNulty reconoció estaban muertos; encontraron a otro agonizante en el baño, que entre estertores y esputos sanguinolentos acertó a darles ciertas pistas de lo que había ocurrido. Entendieron ago así como “eran demonios…”, “Liam no era humano…”, “África, iban a África…”. Acto seguido expiró. McNulty rechinó los dientes de rabia.
Alzaron el vuelo con los helicópteros y contactaron con Novikov. El ruso les proporcionó en tiempo récord un listado de todos los vuelos con destino a África (ahora muy pocos debido a los disturbios) desde aeropuertos cercanos a Belfast. Y tras investigar un poco más, descubrieron que uno de ellos estaba a nombre de una empresa perteneciente al holding de Westchester Associates. Y salía desde el aeropuerto de Derry, al noroeste, así que pusieron rumbo hacia allí. Sin embargo, por la hora que era no iba a ser posible que llegaran a tiempo, así que McNulty decidió llamar a sus contactos para que intentaran retrasarlo. Así lo hicieron: un aviso de alijo de droga había retenido al aeroplano de UNSUP cuando el grupo llegó al aeropuerto.
Dejaron todas las armas que no fueran las “pistolas invisibles” de Novikov y pudieron pasar por los controles. Una vez dentro, McNulty y Jessica tuvieron que emplearse a fondo para engañar a los policías que custodiaban el acceso a la pista y convencerles de que venían de Scotland Yard a inspeccionar el avión. Pero por fin consiguieron acceder a la pista y al aparato. Cuando llegaron a él, algunos policías ya habían accedido al avión y otros se encontraban en el exterior, vigilantes. Fueron estos los que detuvieron al grupo, pidiéndoles identificaciones y explicaciones; pero justo en ese momento, el avión encendió los motores, y estalló el caos. Algunos de los policías sacaron sus armas y se giraron asustados, y Jonas, Jessica y Jack no se lo pensaron. El irlandés saltó por la escalerilla e irrumpió pesadamente en el interior del avión, seguido de cerca por Jack y por Jessica, que tuvieron dificultades para franquear la entrada. En el interior del avión les recibieron varios miembros de UNSUP, entre ellos un enorme subsahariano de la sección S y el hermano de Jonas, cuyos ojos lucían un color negro como el ébano y su boca una expresión de rabia que erizó el pelo de McNulty. Y para poner la guinda al pastel también se encontraba en el avión Jennifer O’Hara, la hermana de Thomas, con la misma expresión aterradora de Liam McNulty. A duras penas, McNulty esquivó los golpes del negro, mientras Jennifer extendía una mano hacia Jessica y recitaba una especie de ensalmo en una lengua desconocida: una expresión de pánico acudió al rostro de la agente cuando su corazón y su respiración parecieron detenerse por unos instantes. Afortunadamente, Jessica pudo resistir lo que fuera que hubiera sido aquello, entre Finnegan y McNulty pudieron echar al negro del avión, y Jennifer no había perdido del todo su humanidad, lo que la hizo dudar al atacar al grupo. El cuarto sicario en el avión amenazó en cierto momento con matar a la mujer y el hijo de Jonas (que también se encontraban a bordo), pero un certero disparo lo abatió, mientras otro tiro dejaba inconsciente a Jennifer. El enorme negro pudo escapar al caer del avión.
Al salir del aeroplano, magullados y heridos, recibieron la ayuda de los policías del exterior, justo para descubrir que a lo lejos se acercaban los verdaderos agentes de Scotland Yard; sin saber ni cómo, consiguieron evadir la vigilancia de los agentes y montando en uno de los camiones de transporte, llegar al avión de Novikov, que despegó inmediatamente. Por fin McNulty se reunía con su mujer e hijo, con los que se fundió en un fuerte abrazo.
Los pilotos de la aeronave consiguieron llevarlos sin más sobresaltos hasta Azerbayán, a la base de Novikov. Allí se asearon y descansaron, agotados. Al recuperarse, Kostas Estepháneos les confirmó lo que ya sospechaban: Jennifer servía como huésped de una o varios demonios; sin duda había sometido al ritual o lo que fuera que hacía UNSUP con sus acólitos. Por su parte, Novikov les transmitió su inmensa preocupación por la situación en Europa y África, y transmitió a Thomas la conveniencia de adelantar la reunión de San Petersburgo. Aprovechando la conversación el grupo le enseñó la copia que habían hecho del texto del diario de Napoleón de von Klausen. Novikov se quedó en shock durante unos instantes; recordaba haber estado allí, pero no recordaba qué buscaba el emperador, era todo una bruma nublada por siglos de distancia. Novikov también les informó de la conveniencia de evitar Egipto, Arabia Saudí y la India en sus viajes, pues eran países donde UNSUP ejercía un control absoluto.
Tras hacer unas cuantas llamadas, Thomas consiguió adelantar la reunión en San Petersburgo y convocar allí a sus clientes en tan sólo tres días. Además, O’Hara aprovechó la llamada a Kupchenko para pedirle ayuda con el príncipe Mohab: le pidió que intentara convencerle de acudir a la reunión; Dimitri, con su voz estentórea y campechana de siempre, preguntó a Thomas si era realmente importante que el príncipe acudiera a la reunión; cuando O’Hara le respondió que era cuestión de vida o muerte, un profundo cambio en la voz de Kupchenko le puso el pelo de punta; con una voz pausada y grave, el lituano le aseguró que “pondría todo de su parte”.
La Mansión-Fortaleza de Timofei Novikov |
Al cabo de tres días, por la mañana comenzaron a llegar los convocados a la reunión en la Mansión/Fortaleza de Novikov en San Petersburgo: Berenice Girard ya se encontraba allí, así como Jürgen von Klausen. A lo largo de la mañana fueron llegando más invitados ilustres: Nicola Ferretti, Louis Lindon, Meredith Gender (la jefa de operaciones de la CIA en África), Andrei Popov (político ruso), Sergei Salenko y Yuri Raskolnikov (destacados miembros de la mafia rusa), Vladimir Vodrov (ex-alto cargo de la KGB), Nursultán Nazarbáyev (el mismísimo presidente de Kazajistán) y varios otros políticos y hombre de negocios menores procedentes de distintos países de Europa Oriental, conocidos de Novikov.
El último en llegar, ya cerca del mediodía, fue Kupchenko. Para regocijo de Thomas y los demás, venía riendo y con una mano dando palmaditas en el hombro del príncipe Mohab ben Azir. Como con el resto de los invitados, O’Hara, Novikov y los demás salieron a su encuentro, presentándose con un apretón de manos.
Y en ese momento, sucedió algo.
Y en ese momento, sucedió algo.
—¡¡¡YA HA LLEGADO!!! ¡¡¡LA NOCHE HA LLEGADO!!!
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