Valeryan tomó las disposiciones necesarias para que sólo un grupo reducido de guardias pudiera acceder al complejo subterráneo y para iluminar los nuevos niveles descubiertos. Con la estancia ya iluminada, pudieron observar mejor los detalles: las runas de gran tamaño talladas en la pared no estaban en realidad talladas, sino que consistían en un material iridiscente incrustado de alguna manera en la roca; además, no cabía duda de que el gran bloque de mármol situado en el centro y sepultado en gran parte por rocas, era alguna especie de sarcófago. En la parte superior del trozo visible se podían observar dos piernas talladas, calzadas con botas altas. Desde luego, si era un sarcófago en realidad, debía de albergar a alguien enorme, de la talla de un gigante de al menos seis metros de alto; además, por más que investigó Daradoth, no fue capaz de encontrar ninguna abertura que permitiera abrir la tapa ni uno de los laterales: parecía tallado de una sola pieza. Lo que sí percibió gracias a sus habilidades fue el poder que albergaban las runas, difuminado y disminuido, supuso que por el tiempo y los desperfectos. El sofocante calor no permitía hacer grandes esfuerzos allí abajo, y el agotamiento hacía pronto mella en todos ellos, lo que dificultaba la investigación.
En el exterior, lo primero que oyó Yuria fueron los rumores acerca de derrumbes bajo la Torre de la Iglesia. Extrañada, se dirigió hacia allí y al encontrarse por el camino con Valeryan, éste se lo explicó todo. Por supuesto, el noble no tuvo inconveniente en que la mujer bajara, por el contrario se dirigía a proponérselo cuando la encontró. Recuperada de la sorpresa, semidesnuda debido al calor, la ercestre estudió con ojo experto la estancia y los derrumbes, y a petición de Valeryan comenzó a hacer cálculos sobre el despeje de la estancia. Según ella, podrían abrir un túnel en la roca avanzando un metro cada tres o cuatro días aproximadamente. Pocas horas más tarde, un número seleccionado de trabajadores comenzaría a trabajar en la excavación, y se daban las órdenes necesarias para propagar el rumor de que lo que se había descubierto eran en realidad los túneles que los vestalenses estaban cavando para socavar los cimientos de la fortaleza.
Con la intención de que le ayudaran a expandir el rumor, Symeon visitó a Ravros en el campamento improvisado de los errantes, donde se veían cada vez más carromatos construidos. Aquella noche correspondía a una de las muchas fiestas que el pueblo errante celebraba, y se estaba celebrando un baile. Symeon miró hacia donde las parejas danzaban alrededor de los fuegos con una punzada en el corazón. Ravros le ofreció de nuevo un hogar en su caravana, si él así lo deseaba, pero Symeon contestó con evasivas, muy amablemente y profundamente agradecido al viejo patriarca; Ravros no puso pegas al esparcimiento del rumor, y aseguró que al día siguiente todo el mundo hablaría de las minas descubiertas. Despidiéndose del viejo, Symeon hizo gesto de marcharse, pero en ese momento vio a Azalea, bellísima como siempre y bailando con varios jóvenes de un atractivo innegable. Se unió al baile, ante la sincera sonrisa de la muchacha; pronto, Symeon se embriagó con la danza; un cambio de pareja, otro, y otro; una vuelta y un paso lateral, la mano de una muchacha cogiendo la suya… recordó, y una lágrima asomó a sus ojos; la muchacha que se encontraba ante él se dio cuenta y lo miró con preocupación, y acto seguido Symeon rompió a llorar calladamente; la chica, dándose cuenta de su tristeza lo abrazó, y él recibió su contacto con gratitud. Al instante regresó al presente y apartando gentil pero firmemente a la muchacha, se marchó entre sollozos.
Al llegar a su habitación, Symeon decidió entrar de nuevo al Mundo Onírico para intentar averiguar algo sobre la estancia subterránea y, por qué no, evadirse de los dolorosos recuerdos. Contra todo pronóstico, consiguió acceder a él, pero seguía tan inestable o más que las noches anteriores: pronto se encontraba cayendo en un vacío infinito y llegando a un océano de color verde azulado que le causó un dolor insoportable. Por la mañana no despertó.
Tras el desayuno, un sirviente avisó a Valeryan de que Symeon no despertaba esa mañana. Efectivamente, su buen amigo se encontraba en un coma profundo del que no parecía poder salir. Sin saber muy bien qué hacer, Valeryan convocó a Daradoth, que comentó algo sobre el Mundo Onírico, y llamó también a Ravros, el patriarca errante, que apareció con un bellísima muchacha de bucles negros azabache y olor a jazmín que se presentó ante lord Valeryan como Azalea Stavroslâva. Al ver a Symeon postrado en la cama, el rostro de la muchacha se ensombreció al instante, transmitiendo su preocupación. El sanador de Rheynald, Storan, sólo acertó a proponer un tratamiento con sanguijuelas, ante lo que Ravros propuso llamar a su propia curandera, Rosa. La mujer, ya madura, investigó a fondo el cuerpo de Symeon, y a los pocos segundos, llamaba la atención de los presentes sobre una especie de venitas o sarmientos de color verde azulado que surgían de las axilas de Symeon, y que parecían crecer lentamente; desgraciadamente, Rosa no conocía tratamiento para aquello que fuera que aquejaba al joven errante. Valeryan, preocupado por su amigo y deduciendo la relación entre Azalea y Symeon, susurró al oído de la muchacha que intentara traerlo de vuelta, que le hablara para ver si reaccionaba de alguna manera. Azalea no lo dudó ni un instante y se sentó en la cama, inclinándose sobre el oído de Symeon y cogiendo su mano. El contacto físico pareció causar una reacción extraña en la muchacha. Entró en una especie de trance y su rostro adquirió enseguida un rictus de dolor; lágrimas acudieron a su rostro, y empezó a temblar hasta que fue apartada de Symeon. Sin aliento, susurró que el pobre debía de estar pasando un infierno si era aquello lo que sentía. Mientras Azalea se recuperaba, Daradoth y los demás intentaron conectar con Symeon igual que lo había hecho ella, pero sin éxito. Así que Azalea no tuvo más remedio que volver a intentarlo, y lo hizo de buen grado; se le notaba genuinamente preocupada por el joven. A los pocos instantes de coger la mano de Symeon, Azalea comenzó a estremecerse de dolor. Aun así, se sobrepuso y comenzó a susurrar en su oído.
Perdido en un infierno de dolor verdemar, Symeon oyó a lo lejos una voz familiar; una voz deformada por las punzadas ardientes de millones de alfileres en su piel, pero aun así familiar. Guiado por la voz y con la esperanza de alcanzar a su propietaria, cuyo rostro comenzaba a tomar forma difusa en su mente, Symeon se esforzó de una manera de la que nunca se habría creído capaz, y consiguió llegar a la orilla de aquel océano metafísico, mientras varias figuras de su pasado le rogaban que no se marchara, que se quedara con ellos en la oscuridad que lo rodeaba ahora. Por un momento sintió el deseo de abandonarse allí, pero la voz era insistente, no cejaba en su empeño de guiarlo.
Con un estertor, Symeon recuperaba la consciencia a la vez que Azalea caía inerte por el dolor y Daradoth la sujetaba. La muchacha lo había conseguido; no sabían muy bien qué había hecho, pero Symeon estaba vivo y con un sueño estable, lo que alegró a todos. Mientras Rosa se quedaba a cuidar a Azalea en otra estancia, Daradoth, Valeryan y Ravros permanecieron con Symeon hasta que éste despertó, media hora después. Aliviados, le explicaron lo que había hecho Azalea, y al punto Symeon salió a buscarla, bamboleante y sin recordar apenas nada de su sueño. Se sentó en la cama de la muchacha, profundamente agradecido, y besó su frente mientras le susurraba que su dulce voz le había mostrado el camino; ella despertó levemente y sonrió al reconocer en la bruma del sueño el rostro de Symeon; le pidió que se quedara con ella, y el errante se recostó, quedándose dormido también casi al instante. Rosa, que había estado cuidando de Azalea, se marchó discretamente.
Mientras tanto, Valeryan y los demás partieron para ir al encuentro del marqués de Strawen, con el que se había citado poco después del funeral para tratar de algún asunto desconocido que requería de un sitio discreto. Tras una ligera cabalgata, pronto llegaron a la casa de pastores donde les esperaba lord Alexadar. Éste se encontraba acompañado por su hijo, Alexann, y se reunió a solas con Valeryan. La información que Strawen transmitió a Valeryan era tan sensible, que al volver de la reunión prefirió no compartirla con nadie hasta que no hubiera meditado bien sus consecuencias. El camino de vuelta transcurrió en un silencio sepulcral, mientras el señor de Rheynald meditaba sobre lo que le había dicho Strawen.
Al llegar al Rheynald, el duque Elydann se interesó por las razones de su ausencia. Valeryan le respondió con evasivas, diciendo que había ido a conseguir refuerzos del marqués de Strawen para ayudarles en su lucha. Elyhdann, más avispado de lo que Valeryan se imaginaba, se ofendió al considerar que el marqués de Rheynald le estaba ocultando algo y se marchó airado.
A continuación, el grupo tuvo una reunión de urgencia (todos excepto Aldur, que se encontraba ausente). Valeryan les contó lo que le había revelado el marqués de Strawen, y recalcó la importancia que tendría una decisión. Alexadar le había hablado de la inconveniencia de las cruzadas, pues en unas costas que no había querido precisar, pero muy cercanas a su posición, había naufragado un barco de la Confederación de Príncipes Comerciantes llevando a bordo un cargamento que demostraba que estaban a punto de enfrentarse a un enemigo mucho más grande que los vestalenses. De hecho, lo mejor según la reina (contraviniendo las órdenes del rey) sería hacer la paz con los vestalenses para prepararse para lo que viniera. El marqués había hablado de elfos oscuros -muertos- a bordo del barco, de seres horriblemente deformados, de cartas portadas por los elfos en un idioma desconocido pero sin duda horrible, de una bolsita de unas extrañas gemas negras fuertemente custodiadas, y de una daga negra que era lo más protegido del barco. Sin duda, debía de tratarse de un objeto terrible, pues Strawen se había mostrado especialmente vehemente en lo que se sentía cuando uno se encontraba en presencia de la daga. Daradoth se estremeció al oír esto; les habló de las Kothmorui, las dagas oscuras de los kaloriones, pero sin duda aquella no podía ser una de ellas… ¿o sí? Strawen también había hablado de extraños rumores que llegaban del lejano norte, más allá del Pacto de los Seis, acerca de un reino llamado “Cónclave del Dragón”, que al parecer preparaba un ataque a gran escala contra el Pacto, que quizá estuviera relacionado con todo aquello. Valeryan pasó a evaluar las consecuencias: alinearse con la reina y Strawen supondría traicionar al rey, y aquello no sabía a donde podía llevarles; lo cierto es que Strawen le había prácticamente convencido, y le había convocado a otra reunión en un plazo indeterminado junto con otros nobles en un sitio por determinar; Valeryan había accedido a acudir a la cita, así que de momento lo dejarían todo en suspenso hasta que esa reunión se celebrara, y decidirían entonces. Daradoth se encontraba intrigado y nervioso por la revelación, y afirmó vehementemente que si se daba tal conflicto contra el enemigo desconocido, debían ser los elfos los que comandaran las filas de sus ejércitos. Los demás se miraron incómodos ante las grandilocuentes palabras y la insistencia del elfo, pero no dijeron nada.
Tras la reunión, Symeon volvió a encontrarse con Azalea, pidiéndole que le recordara algo de lo que había pasado. La muchacha le habló de vaguedades, en realidad, de una sensación de dolor verdemar intensísima, de presencias extrañas y de una especie de mano imaginaria que había tendido a Symeon para sacarlo de allí. Symeon expresó de nuevo su profundo agradecimiento.
El día siguiente por la mañana llegaba a Rheynald un emisario real, anunciando una comitiva que llegaría a Rheynald en dos días, con órdenes del rey Randor. Valeryan ordenó que prepararan todo para recibirlos con honores.
Mientras esperaban al enviado del rey, intentaron abrir un agujero en el sarcófago; el herrero más fuerte con el que contaban lo golpeó con un pico de hierro, y no fue muy buena idea: el sarcófago pareció estallar allí donde había recibido el golpe, impactando a todos los presentes y destrozando el pico que lo había golpeado; el herrero tuvo que ser llevado urgentemente a los sanadores. Durante unos minutos, todos quedaron cegados y ensordecidos.
Durante esos dos días, Symeon pasó gran parte del tiempo con Azalea, sintiéndose cada vez más atraídos el uno por el otro.
En el momento previsto, llegó el enviado real, entre fanfarrias y grandilocuentes anuncios. La comitiva estaba formada por el líder, Sir Carven de Rowal, el gran maestre de la orden Argion lord Gwintar de Hasalon, el general de los Argion Sir Awald de Tharenn, y algunos caballeros más entre los que se encontraba Sir Wodhran de Narvan. Tras los recibimientos y bienvenidas adecuados, el grupo y el duque Elydann se reunieron con la comitiva ansiosos por saber cuáles eran las órdenes que el rey deseaba transmitir al señor de Rheynald. A petición de Sir Carven, se reunieron en un lugar especialmente seguro, y entonces vino la sorpresa.
Quitándose un par de postizos, Sir Wodhran reveló su verdadera identidad: se trataba ni más ni menos que del propio rey, Lord Randor Undasil, cabeza insigne de la casa Undasil, señor de Esthalia, defensor del reino y abanderado de Emmán en la tierra. Al punto, Valeryan y los demás pusieron rodilla en tierra, intimidados por la magnitud de la figura que tenían delante; lord Randor era todo lo que se suponía que debía ser un rey: alto, fuerte, atractivo, con una personalidad magnética que cautivaba allá donde iba. Daradoth fue el único que respondió con una sencilla reverencia, ante la mirada de reprobación del rey y sus acompañantes; hasta que descubrieron su verdadero origen. Tanto lord Randor como su séquito se interesaron por los asuntos que podían haber traído a un representante de la legendaria raza élfica a Rheynald, y las explicaciones que dieron los personajes (por supuesto no muy concretas) parecieron satisfacerle. Superada la sorpresa de la presencia de Daradoth, el rey pasó a exponerles sus órdenes, pues realmente había venido con una misión para Valeryan y su cada vez más famosa “pintoresca compañía”. La fama de Rheynald había crecido como la espuma en el reino a raíz de su enconada defensa del paso, y las maravillas que se contaban de lord Valeryan y sus ayudantes habían decidido al rey a hacer aquel viaje para conocer de primera mano su destacado baluarte y los objetos de las habladurías. Según sus palabras, por sus proezas y sus pasados, eran los más adecuados para llevar a cabo la misión que les iba a encomendar. Pasó a hablar del Ra’Akarah, el profeta vestalense y la inspiración que causaba en sus enemigos; el grupo respondió que ya conocían la información acerca de él y de su peligro. Conforme hablaban, Valeryan se fue imaginando qué pretendía el rey que hicieran, pero cuando la petición se concretó, no pudo por menos que sentir algo de temor y frustración. Lord Randor quería que Valeryan, Symeon y quien tuviera que acompañarles se adentraran en Vestalia y acabaran con la vida del maldito profeta que había exaltado los corazones vestalenses hasta tal punto de atreverse a golpear con una fuerza inaudita la frontera Esthalia. Según la información que tenía, el Ra’Akarah estaba en esos momentos comenzando un viaje de peregrinaje desde Denarea hasta los Santuarios de Creá, y se presentaba ante ellos una oportunidad inmejorable de acabar con su vida (o capturarlo si era posible). Sería Valeryan el encargado de organizarlo todo para traerle la cabeza del Profeta, tenía fe ciega en él y su capacidad; y, según sus palabras, viendo la valía de los hombres de los que se había rodeado, estaba seguro de que tendría éxito. Mientras tanto, varias legiones se dirigían al frente para contener los puntos donde los vestalenses habían roto la línea de fortalezas esthalias.
Varias horas después, tras enseñar al rey el estado de la fortaleza y los bastiones y conseguir una promesa de tropas de refresco, la comitiva real partía con el monarca de nuevo disfrazado. Tras entregar al duque el mando de la fortaleza mientras se encontraban fuera, el grupo se reunió para prepararlo todo, digiriendo todavía la importancia de la misión que les habían encomendado…
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