Finalmente, tras mucho discutirlo, el grupo optó por no incorporarse a ninguna de las caravanas de peregrinos que viajaban hacia Creá. En vez de eso, decidieron seguir viajando solos y a través del desierto, así que aprovecharían la jornada para aprovisionarse de los suministros que necesitaban en mercados y tiendas lo más discretamente posible.
Mientras Valeryan y Yuria se encontraban en uno de los varios mercados de los alrededores de Edeshet y el resto permanecía a la espera en la posada, comenzaron a sonar trompetas por toda la ciudad. La gente alrededor de la pareja en el mercado y dentro de la posada corrían hacia las fuentes de los sonidos, pues estos anunciaban que los heraldos del Badir de Ahemmu estaban a punto de promulgar un edicto o anunciar algún hecho importante. Valeryan y Yuria acudieron a la plaza donde se podía ver al heraldo y algunos guardias en lo alto de una plataforma, esperando a que se reuniera la multitud. Por supuesto, se quedaron en un discretísimo segundo plano, intentando no llamar la atención.
Una vez se acalló el clamor de las trompetas, el heraldo pasó a anunciar una orden del badir; en resumidas cuentas, ésta instaba a todo varón en edad de empuñar un arma a acudir a los centros de guardia en un plazo de tres días para formar una leva que partiría en pocas jornadas hacia el frente de batalla. La incomparecencia acarrearía penas de prisión. El discurso estuvo adornado por una arenga enalteciendo los valores vestalenses y el advenimiento del Ra’Akarah, que llevaría al imperio a una victoria aplastante. Los rumores de indignación fueron creciendo alrededor de Valeryan y Yuria, que intentaron sonsacar algo más a la gente allí reunida. Al parecer, hacía varios lustros que no se daba la orden de formar una leva en las tierras del imperio, y la gente no estaba nada contenta. Muchos de los presentes se apresuraron a marcharse para salir de la ciudad cuanto antes, y la pareja decidió acudir rápidamente a la posada para establecer un curso de acción.
Allí no hubo lugar a mucha discusión. Decidieron enseguida que debían marcharse, y sin dilación se dirigieron hacia los establos mientras Valeryan saldaba cuentas con la posadera e intentaba sonsacarle más información. Pero la mujer, apocada y discreta no pudo serle de mucha ayuda, sólo alcanzó a recomendarle que tuvieran cuidado porque seguramente en esos momentos el señor de Edeshet estaría aprestando guardias alrededor de la ciudad. Una generosa entrega de monedas por parte de Valeryan aseguró el silencio de la mujer, y éste corrió hacia los establos. Allí ya se encontraban los demás con los camellos casi preparados. El establo estaba medio vacío, se notaba que muchos de los huéspedes ya se habían marchado, espoleados por el anuncio de la leva.
Una pareja de vestalenses se encontraba también allí, sacando sus caballos y ensillándolos. En un momento dado, inesperadamente, el más alto de los dos se acercó al grupo y les saludó. Se presentó a sí mismo como Taheem, y a su acompañante como su hermano Shared. Con aire de complicidad, Taheem les hizo notar que se presentaban a sí mismos como un grupo de peregrinos extranjeros convertidos, pero no llevaban ningún guía espiritual vestalense consigo, lo que denotaba su desconocimiento de la situación en el imperio y las normas tácitas que imperaban en los peregrinajes a Creá por parte de extranjeros. Además, les hizo notar que la presencia entre ellos de un errante, de un gigante y de un ser extraño (un elfo) no les beneficiaba para nada. Acto seguido, Taheem pasó incluso a ofrecerse a acompañarles; tenía cierto bagaje como aprendiz de los caminos de la Fe, y podría hacerse pasar por su guía hacia la Ciudad Santa. La desconfianza acudió al grupo, sobre todo a Daradoth, cuyo ojo experto le revelaba que aquel hombre era mucho más de lo que parecía, pues la gracia de sus movimientos lo delataba como un espadachín extremadamente hábil. No obstante, tras deliberarlo unos momentos, los personajes decidieron que con las debidas precauciones podrían beneficiarse de la compañía de los dos hermanos y aceptaron la oferta.
Taheem y Shared partieron de inmediato, deseosos de no perder tiempo, y quedaron con el grupo en una granja de las afueras. Al grupo le llamó la atención que además de sus caballos de montar, llevaban un enorme percherón cargado hasta los topes con lo que parecía agua y provisiones. Los personajes tardaron algo más al tener que cargar la mayoría de sus suministros todavía, pero en cuestión de media hora estaban ya en camino, alerta por lo que pudieran encontrar.
No tardaron en atravesar lo poco que había hasta la granja. En el camino, pudieron ver cómo una de las caravanas de peregrinos que había intentado huir era detenida por un grupo de guardias, que recurrieron a un conato de violencia para deternerlos.
Pronto llegaron a la vista de la granja donde habían estblecido la cita con los hermanos vestalenses, y mientras se acercaban, vieron que sin duda habían tenido problemas: los dos estaban montados en sus alazanes, rodeados de cinco cuerpos caídos. Se trataba de cinco guardias de la ciudad, y uno de los Inquisidores; éste todavía se encontraba con vida, aunque herido, y eso levantó ciertas sospechas en Daradoth. Valeryan se encargó de acabar con él discretamente, aplastando su cráneo con la pezuña de su camello.
Sin más contratiempos, tras una hora y media siguiendo el camino, se desviaron y comenzaron a atravesar la zona semidesértica que rodeaba a Edeshet. El viaje fue tenso al principio, pero con el paso de las horas la situación se fue relajando, y poco a poco los extraños fueron descubriendo información unos de otros. Los hermanos hablaban estigio con un fuerte acento y, para sorpresa de Yuria y Aldur, un fluido ercestre.
La primera noche se desarrolló una conversación algo tensa cuando los vestalenses plantearon el tema de la confianza, interesados en si podían confiar en el grupo. Tras muchos tiras y aflojas (convencidos también por la presencia de Symeon en el grupo, por razones que serán evidentes más adelante), finalmente los ánimos se calmaron y Taheem decidió sincerarse con ellos. Symeon no pudo disimular su sorpresa cuando los hermanos les revelaron que su presencia en Edeshet se debía a que necesitaban llevar suministros a una caravana de errantes que se encontraba escondida en medio del desierto, protegida por unos pocos vestalenses que no comulgaban con los crueles edictos que se habían promulgado en el imperio últimamente. Taheem y Shared pertenecían al susodicho grupo de guardianes. Los hermanos se habían acercado al grupo al reconocer la presencia Symeon, un errante, con ellos. El silencio se hizo durante unos momentos; Shared desenvainó su espada y con gráciles movimientos se dirigió hacia Symeon; el grupo se puso en guardia, pero se relajaron al ver que clavaba su espada en la arena ante el errante y se arrodillaba, con lágrimas acudiendo a sus ojos. Le pidió perdón encarecidamente. Taheem también murmuró unas palabras de arrepentimiento en vestalense, y pasó a contarles el porqué de aquella acción: los dos hermanos habían servido en la guardia de élite de los Santuarios del Sumo Capellán de Creá, y a lo largo de los años habían cometido algunos actos reprobables, entre ellos la muerte de muchos errantes, hasta que finalmente habían encontrado la iluminación y habían renunciado a seguir con aquello. Symeon, con los ojos vidriosos, les preguntó acerca de la caravana a la que había pertenecido, y también sobre su esposa, pero no supieron darle ninguna información reveladora.
El día siguiente, Daradoth, Taheem, Shared y Valeryan acordaron entrenar un rato con sus espadas. Durante el entrenamiento, fue evidente para el elfo que los vestalenses habían recibido un adiestramiento en combate que iba mucho más allá de lo habitual. Era más evidente en Taheem, con mucho el mejor espadachín de los dos. Ante la insistencia en las preguntas, finalmente el vestalense dio a entender tácitamente que efectivamente los Señores de la Esgrima de las leyendas no habían desaparecido completamente y aún quedaban unos pocos; en ningún momento reconoció ser uno de ellos, y su espadas por otra parte no lucían ningún distintivo, pero la evidencia era difícil de negar. También reveló que había pasado una larga temporada en Ercestria y por eso hablaba tan bien el idioma. Aquellos dos hermanos eran ciertamente interesantes...
La noche del segundo día, Symeon, cuyo pasado había sido dolorosamente removido por las confesiones de los dos hermanos, no pudo aguantar más el peso solitario de sus secretos, y decidió compartirlos en confesión emmanita con el hermano Aldur. No estaba preparado todavía para compartir con el resto del grupo su vergüenza, y de momento se liberaría con el secreto de confesión. Le contó a Aldur la historia de sus robos de reliquias, su obsesión por los artefactos antiguos, y cómo él y su esposa habían irrumpido en los Santuarios de Creá, llevándose el fragmento original del Libro de Aringill. Cuando los Guardias de Creá y los Susurros acudieron para reclamarlo, su esposa había huido con el libro, y su caravana fue masacrada. No sólo eso, sino que aquello degeneró en una espiral de violencia y el asesinato de casi todos los errantes en el Imperio. Symeon sentía que era el culpable de la muerte de cientos, quizá miles de errantes, y aquello estaba a punto de acabar con él. Aldur aceptó su confesión y le otorgó el perdón de Emmán, además de palabras de consuelo, lo que sirvió para calmar la ansiedad de Symeon y hacer más soportable su pena. Tenía que compartir aquello con sus amigos, pero no estaba preparado para que lo juzgaran aún.
A todo esto le siguieron cuatro días más de camino, tras los que llegaron al oasis de Itzar’Hakeem, bastante transitado pero por el que pasaron sin problemas. Tras refrescarse y descansar un poco, siguieron cinco horas más de discreta marcha por el desierto a través de multitud de dunas, hasta que finalmente divisaron lo que eran indudablemente carromatos de errantes, descoloridos por el sol y semienterrados en la arena. Al llegar al círculo de carros, algo sorprendió y horrorizó a Symeon a partes iguales: varios jóvenes errantes se encontraban recibiendo clases de combate con espada de un instructor vestalense. En total se veían aproximadamente una docena de vestalenses acompañando a la caravana; a todas luces insuficientes en caso de sufrir un ataque. Tras levantar miradas curiosas de los acampados, se acercó rápidamente a ellos el líder de los vestalenses reunidos allí: un hombre de avanzada edad pero no anciano todavía, que saludó efusivamente a Taheem y Shared. Lo primero que llamó la atención de Valeryan, Symeon y Faewald fue el colgante en forma de pergamino que colgaba del cuello del vestalense. Éste se presentó como Fajjeem, y confirmó sus sospechas: era uno de los miembros de la Liga del Saber. Según les explicó, los miembros de su hermandad también habían caído víctimas de los edictos que se habían promulgado últimamente en el Imperio, y varias heridas y vendas que lucía él mismo así lo atestiguaban; sólo se había podido salvar gracias a la intervención de Taheem y su hermano. Contentos de encontrar a gente moderada y no haberse metido de cabeza en una trampa, todos se dirigieron al carromato del líder de la caravana, Aravros. El anciano sonrió al ver a recién llegados, pero presentaba un aspecto general de abatimiento y varios vendajes que atestiguaban las dificultades que habían atravesado él y su pueblo últimamente.
Tras las presentaciones se desarrolló una conversación de intercambio de experiencias, en la que Fajjeem les reveló que antes de ser perseguido, había sido uno de los componentes rotativos del Consejo de Palacio en Denarea, y se encontraba en la corte en el momento del advenimiento del Ra’Akarah, un hombre bastante normal por otra parte, pero con un poder de convicción más allá de toda medida. La gente decía que había llegado desde el cielo, que había caminado sobre las aguas y que había resucitado a varios muertos de un poblado arrasado en la frontera con Sermia. Tras un largo rato, Symeon pidió con aire sombrío que lo dejaran a solas con Aravros. Los demás se extrañaron pero respetaron su deseo y salieron del carromato.
Acto seguido, Symeon procedió a contar su historia al anciano errante, cuya consternación fue en aumento hasta casi derramar lágrimas de tristeza. Symeon le transmitió su deseo de ser sometido a juicio por el consejo de la caravana. Aunque Aravros no quería considerarlo como culpable y su voluntad era de perdonarle, se plegó a los deseos de expiación de Symeon y le aseguró que transmitiría su petición al consejo, por otra parte diezmado y compuesto casi todo él de miembros más jóvenes de lo que desearía.
El grupo no tardó en tener una tienda a su disposición, y allí se derrumbaron para descansar, agotados.
Al atardecer, un enviado del consejo apareció reclamando la presencia de Symeon para someterse a juicio. El resto del grupo intercambió miradas de extrañeza, y acompañó al cabizbajo errante hasta el carromato de Aravros, frente al cual se había reunido el consejo. Cuando, ante el sombrío silencio de Symeon, preguntaron a sus acompañantes de qué cargos se le acusaba, estos sólo respondieron con una palabra: “genocidio”.
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