Decidieron optar por no utilizar el transbordador a plena luz del día y cruar el río de noche, así que entraron en la única taberna que parecía existir en la pequeña barriada a este lado del río y pasaron el resto de la tarde bebiendo e intentando escuchar todos los rumores posibles. Daradoth se acercó discretamente al embarcadero para echar ojeadas al otro lado del río, y en una de ellas algo le llamó claramente la atención: en la orilla opuesta, hacia el norte, se levantaba por sobre los tejados de la ciudad una carpa, la carpa de un circo.
Cuando preguntaron al tabernero acerca de la carpa del otro lado, éste se extrañó de la pregunta mirando a Taheem y se encogió de hombros: por todos era conocido que los artistas, juglares, circos y demás estaban permitidos dentro de las fronteras del imperio, al igual que los peregrinos conversos (a esta afirmación siguió una mirada de complicidad del hombre). El tabernero les habló acto seguido de su intención de ir a visitar el circo sin falta, pues la gente que ya había ido estaba dispuesta a volver: hablaban de enanos que creaban fuego y de actuaciones sin par, y eso en Jeaväh, una ciudad secundaria de vestalia, era algo fuera de lo común que no había que perderse.
Al caer la noche procedieron a ralizar la travesía del transbordador, que más alla de un precio abusivo no supuso un gran problema. Al otro lado del embarcadero dos guardias se encargaban de supervisar la carga y las intenciones de quienes les parecieran sospechosos, pero la pareja no parecía poner mucho interés en su trabajo, con lo que el grupo pudo adentrarse en Jeaväh sin mayores complicaciones. Decidieron seguir el camino que parecía más discreto, la orilla del río hacia el norte, caminando entre modestas cabañas de pescadores. Aunque pasarían muy cerca del circo no creían que tendrían problemas, y podrían salir discretamente de la ciudad. Sin embargo, la enconada curiosidad de Symeon supuso un problema. Al oír Yuria unas voces que hablaban en un idioma extraño y cuyo tono se parecía al entrechocar de piedras y que al poco se silenciaban con un chasquido de fuego, Symeon decidió internarse en la trastienda de la compañía ambulante. Atravesando con un extremado sigilo varias jaulas de animales y recios vagones, sus ojos casi se le salen de las órbitas al presenciar cómo una muchacha metía prisa a dos individuos de poblada barba que no superaban el metro treinta, pero que eran extremadamente recios. Sin duda, estos dos debían de pertenecer a la raza de los legendarios enanos; pero esta sorpresa palidecía en comparación con otra: para los ojos de Symeon, la muchacha era a todas luces una Buscadora. Una Buscadora allí, en aquel lugar, donde no podía esperarlo. No pudo resistirlo. Cuando ella y los enanos comenzaron a caminar y se acercaron a él, salió de las sombras, intentando presentarse; pero los enanos no dieron opción: empezaron a gritar con voces potentes y rasposas, y el tono amenazante junto con los intentos de hacerse oír de Symeon llegaron en el exterior a oídos de los demás. Sin dudarlo, Valeryan se lanzó al rescate de su amigo, atravesando la valla y accediendo al interior del campamento. Eso empeoró las cosas, pues los enanos hicieron honor a su fama, y una llamarada golpeó en el rostro al marqués de Rheynald, que lo dejó inconsciente. Por suerte, la muchacha Errante, que dijo llamarse Serena, consiguió calmar los ánimos de sus dos compañeros, recordándoles que debían actuar en pocos minutos e instando al grupo a marcharse antes de que llegaran a la escena más miembros de la troupe. Intercambió unas breves y emotivas palabras con Symeon y éste pudo llegar al acuerdo de volver a verse al día siguiente a orillas del río. Después de aquello, salieron cautelosamente de la ciudad, alejándose lo suficiente para acampar a salvo.
El día siguiente, más o menos a la misma hora, se encontraron de nuevo con Serena. Ésta intentaba tapar con su pelo un moratón en la mejilla izquierda, pero sin éxito. Según ella, se lo había hecho mientras arreglaba la valla con maese Thoran. La valla efectivamente estaba arreglada, así que decidieron no darle más importancia. Serena, confortada por la presencia de otro miembro de su pueblo, les contó cómo su caravana había sido masacrada inmisericordemente, y cómo maese Meravor la había acogido en su circo, protegiéndola así de todo peligro. Por ello, le estaba profundamente agradecida.
Las mentes de los personajes comenzaron a pensar en no atravesar más desiertos amparados por un viaje a la sombra de la carpa del circo, y al plantear a Serena la posibilidad de tener una reunión con maese Meravor, ésta les dijo que haría todo lo que estuviera en su mano por arreglarles una reunión para el día siguiente. Según ella, Meravor era un hombre buenísimo, dispuesto a ayudar a cualquiera, y no creía que tuviera problemas en encontrarse con ellos. Una reunión antes era imposible, pues estaba a punto de empezar la sesión nocturna habitual, y Meravor se encargaba del último y espectacular número.
Intrigados por las maravillas de las que hablaba la gente, Yuria, Valeryan, Taheem y Symeon decidieron asistir a la actuación. Y no les defraudó. Las acróbatas, los equilibristas, ¡los juglares! Las historias y canciones de estos últimos elevaban y hundían al público en una montaña rusa de emociones que no creían posible. Ante la Historia de dos Amantes la mayoría de la gente rompió a llorar, pero cuando la actuación terminó con El caballero del Brazo de Acero todo el mundo rompió aplaudir después de sentir cómo sus corazones se henchían con los últimos coros. Los enanos Narak y Zandûr tampoco defraudaron; desde luego, parecían crear el fuego de la nada: rayos, muros, círculos, dibujos de extrañas aves fénix aparecían tras unos extraños gestos; la gente los aplaudió a rabiar. Y cuando creían que no podían más, llegó la actuación de lord Meravor, el hipnotista. Entre sombras, Meravor, un hombre bien parecido, de fuerte presencia y largos bigotes conectados con las patillas, sorprendió al público presente. Hizo aparecer animales de la nada, treletransportó a un par de muchachas que lo ayudaban, y realizó un par de trucos espectaculares; la apoteosis final vino cuando, sin adornos, anunció que iba a volar, y así lo hizo. El público seguía las evoluciones del mago volador por el aire. Todos, con una excepción; Yuria, estupefacta, miraba cómo Meravor se alejaba caminando tranquilamente mientras el resto del público miraba al techo, siguiendo las evoluciones de algo que ella simplemente no veía. Eso deslució un poco la actuación para ella, pero cuando fuera lo que fuera aquello acabó, el público, incluyendo a Taheem, Symeon y Valeryan, se puso en pie y aplaudió a rabiar a todos los artistas, que salieron a saludar ante el requerimiento de su audiencia. No cabía duda de que el espectáculo era grandioso y superaba a cualquier otro que los presentes hubieran visto. Quizá eso nutría abundantemente las arcas de la compañía, pero seguramente no era lo mejor para emprender un viaje discreto hacia Creá…
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