Según lady Ilaith, Fajeema y su esposo Rashid le habían ofrecido un nuevo producto, la tela de los varlagh por la que se había interesado Yuria unos días atrás. El comerciante, que ya tenía algunos acuerdos con los varlagh, había llegado en pocos días a formalizar unos tratos por los que se hacía con el monopolio de la tela, instado por su mujer, a su vez intrigada por la curiosidad que había despertado en su amiga ercestre. Y tras la conversación que Ilaith habia mantenido con Yuria, la intriga por la utilidad que ésta le querría dar a la tela también había hecho mella en ella. La princesa comerciante se había dado cuenta de la gran capacidad de Yuria para la innovación militar, y quería saber por qué motivo se había mostrado tan sumamente interesada en algo aparentemente tan mundano. Durante toda la explicación, Fajeema había mostrado un rostro culpable, pues evidentemente había traicionado la confianza de Yuria a sus espaldas.
Taheem, antiguo guardia y Señor de la Esgrima |
Cuando Yuria requirió quedarse a solas con lady Ilaith, ésta no se lo pensó e hizo salir a todo el mundo de la habitación. A cambio de la sinceridad de la ercestre, la princesa también se sinceró: explicó que los tiempos que se avecinaban eran inciertos, que el Ra’Akarah podía complicar mucho la situación en Aredia, y que las relaciones entre los propios Príncipes Comerciantes eran tirantes. Así que había decidido prepararse para lo que fuera que se avecinara, y rodearse de las mejores mentes y soldados que fuera posible conseguir; por supuesto, estaba interesada en los servicios de Yuria como comandante de sus tropas, y si ésta aceptaba, además de la previsible gloria que podría ganar, tendría riquezas como nunca había llegado a imaginar. Ante esto, Yuria tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para permanecer impasible y responder a Ilaith con respuestas vagas para dejar el asunto en suspenso. A continuación explicó a la princesa su idea del globo aerostático, y las posibilidades que podría tener para las operaciones militares y el transporte. Para contrastar informacion y opiniones, lady Ilaith convocó a su mejor asesor científico, un antiguo marino del Imperio del Káikar de cabeza despoblada y largo bigote, llamado Methan. Durante la conversación, el kairk no dejó de poner trabas a las explicaciones científicas de Yuria, basándose en sus conocimientos de náutica, pero la vehemencia y los superiores conocimientos de la ercestre terminaron por silenciar al hombre. Ilaith sonrió, complacida por la confirmación de no haberse equivocado con Yuria, y renovó su oferta por los servicios de la mujer. Yuria consiguió darle largas y dejar el asunto pendiente hasta que pasara todo el asunto del Ra’Akarah, pero mientras se dirigía a reunirse con el resto del grupo, su sonrisa era amplia; no era mala cosa que alguien tan poderoso como Ilaith se hubiera dado cuenta de su verdadera valía. Por supuesto, no todo eran buenas noticias: según había afirmado la princesa comerciante, no iba a renunciar a hacerse con el comercio de la exótica tela, e iba a aceptar el trato con Rashid; así que si la promesa de riquezas y gloria no era suficiente, tenía otro factor de presión: la única manera de que Yuria pudiera construir su globo aerostático era ponerse bajo las órdenes de Ilaith y tener así acceso ilimitado a las reservas de la manufactura varlagh, que ellos llamaban verr-ko-intag.
Cuando Yuria abandonaba la preencia de Ilaith, ésta se despidió con una inesperada frase: “recuerdos para lady Eleria”. La ercestre no pudo sino esbozar una sonrisa al sentirse halagada: Ilaith creía que era una espía de Ercestria nada más y nada menos que bajo el mando directo de la jefa del servicio; pero su sonrisa se borró enseguida cuando cayó en la cuenta de que el puesto de Eleria era un secreto de estado y se suponía que nadie debía saber que ella era la cabeza de su espionaje. Sin embargo, tenía preocupaciones más acuciantes y eso sería algo de lo que ocuparse más adelante.
Horas más tarde, con el grupo reunido al completo, Yuria les explicó todo lo que había sucedido durante la conversación con Ilaith y la generosa oferta que le había hecho. El grupo tomó la noticia con cautela, y para sorpresa de todos, fue Faewald quien se mostró más a favor de considerarla seriamente. Desde el principio del viaje, el hermano de sangre de Valeryan y Symeon había tenido el convencimiento de que el rey les había encomendado aquella misión para conducirlos a su muerte, y según sus palabras, quizá ya era tiempo de buscar nuevos horizontes fuera de Esthalia. Además, expresó su temor de que cuando volvieran a Rheynald, el duque o el hermano de Valeryan hubieran ocupado el puesto de éste al frente de la marca. Esto hizo pensar al resto sobre el futuro si conseguían sobrevivir al Ra’Akarah.
Después pasaron a compartir las experiencias extrasensoriales que la mayoría de ellos, excepto Yuria, habían sentido durante la ceremonia de circuncisión de Daradoth. La conversación derivó hacia la extraña resistencia que Yuria exhibía ante los fenómenos sobrenaturales, y dedicaron unos minutos a intentar clarificar aquel asunto. Daradoth intentó canalizar poder hacia ella, sin éxito, y al preguntársele, afirmó que no creía llevar nada encima que fuera capaz de hacerla inmune a tales fenómenos, pero pensaría seriamente sobre aquello. Todos sospecharon que Yuria sabía más de lo que afirmaba conocer, pero decidieron darle tiempo para sincerarse.
Poco rato después, al anochecer, se reunieron en un lugar discreto con Ishfahän, el antiguo compañero de Taheem en la guardia de los Santuarios. Como este último les había dicho, Ishfahän había perdido a un hermano a manos de los Inquisidores, acusados de brujería, y no sólo eso, sino también un par de parientes más. El hombre albergaba un odio profundo hacia los inquisidores y el giro que había adoptado el vestalismo con los últimos decretos; justo lo que necesitaban, sin duda. Pero lograr que les ayudara a entrar a los Santuarios traicionando a sus superiores era harina de otro costal, y el vestalense les preguntó insistentemente por sus motivaciones hasta que Faewald, desesperado, decidió contarle la verdad y revelarle su intención de matar al Ra’Akarah o, al menos, desenmascararlo como un farsante. Unos segundos de tenso silencio siguieron a esta revelación, hasta que Ishfahän movió la cabeza afirmativamente y cada uno de ellos lanzó un imperceptible suspiro de alivio. Sin embargo, el guardia afirmó que aquello no sería fácil y seguramente necesitaría rehacer su vida lejos de allí si les ayudaba; su ayuda tendría un precio: 100 monedas de oro para él y otras 100 para sobornos y posibles gastos imprevistos. El grupo se miró con preocupación; no reunían ni de lejos aquella suma, pero aquello era demasiado importante para dejarlo pasar por unas cuantas monedas, así que estrecharon la mano de Ishfahän, cerrando el trato.
Discutiendo después los pormenores, Ishfahän les sugirió que se olvidaran de los túneles bajo la colina, pues desde unos meses a esta parte, la mayoría habían sido cegados o cerrados con rejas; algunos seguían abiertos, pero la vigilancia era demasiado numerosa e intensa como para plantearse pasar por allí; no obstante, intentaría sobornar a suficientes guardas para poder pasar por uno de ellos si era necesario; pero la opción más segura pasaba por atravesar la parte oriental de los Santuarios, el monasterio donde los monjes cumplían sus votos más difíciles. Pero sin el dinero no se podría hacer nada. Se despidieron, acordando un lugar de reunión donde proporcionarían el dinero al guardia.
Tras esto, los ercestres convocaron al grupo a una reunión clandestina, como siempre. En el lugar se encontraron con Rania Talos y uno de los hombres de confianza del duque, con cara de preocupación. Los habían convocado porque tenían noticias que darles: desde varias fuentes muy fiables, les había llegado un preocupante rumor; meses atrás no le habrían dado importancia, tachándolo de exagerado y fantasioso, pero la conversación que habían tenido semanas atrás con Daradoth había cambiado la percepción que ahora tenían de todo. Al parecer, el Ra’Akarah y toda su comitiva se habían detenido en el Mausoleo de Ra’Khameer. En él se encontraban enterrados los descendientes de Khameer, el profeta y mártir fundador de la religión vestalense. Hasta ahí todo normal. El problema es que, según se contaba, el Ra’Akarah había invocado y canalizado el poder de Vestán y habían conseguido resucitar a los descendientes de Khameer, que ahora le acompañaban en su peregrinaje, como silenciosos guardianes de la Fe. La noticia era en verdad inquietante si era cierta, y en esto insistía vehementemente Rania. Daradoth sintió un escalofrío, preocupado por lo que podía significar aquello, y compartió sus preocupaciones con el resto. Que Rania también les contara que cada vez recibían menos informaciones de sus contactos en la Comitiva Sagrada aún contribuyó a preocuparlos aún más.
Al atardecer, Symeon decidió por iniciativa propia viajar a través del Mundo Onírico hasta el Mausoleo de Ra’Khameer, para investigar que podía estar sucediendo allí.
Y no fue una buena idea.
En las inmediaciones del Mausoleo todavía se encontraba acampada la comitiva del Ra’Akarah, con todo lo que eso significaba si éste era un ente de Poder o un servidor de la Sombra. En cuanto Symeon se Deslizó a través de la realidad onírica hasta las cercanías del monumento (que se mostraba claro y brillante en aquella realidad), pudo ver una pequeña multitud de figuras grises y borrosas alrededor; y lo peor, una fuerte presencia que le erizó el vello y le causó escalofríos, una presencia que a su vez se mostró sorprendida y soltó una imprecación al percibir al Errante. Éste intentó concentrarse para Deslizarse lejos de allí en cuanto percibió la amenaza, mientras giraba la cabeza para verla; no pudo ver mucho, pues la presencia se mostraba como una silueta oscura con una luz brillante detrás, un efecto que Symeon no tenía ni idea de cómo lograr tan perfectamente. Se desesperó cuando su Deslizamiento no tuvo efecto; algo le impedía progresar, algo lo retenía en aquel lugar; la presencia soltó una queda risa. No era oponente para aquel ser.
Por la mañana, Symeon no despertó. Por más que intentaron despertarlo, no lo consiguieron. Aquello sí que era un problema grave, pues Yuria supuso que algo le había sucedido en aquél Mundo Onírico que el Errante era capaz de visitar en sueños.
En el exterior, una alegre musiquilla y varios payasos anunciaban por fin una noticia que el grupo había estado esperando con ansiedad: el circo de maese Meravor llegaba por fin a Creá.
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