Éxtasis y Ruptura
Otra de las cosas de las que fue testigo Galad durante el encuentro del Ra’Akarah con las fuerzas vivas de la ciudad fue la presentación que el Mesías hizo de sus apóstoles: entre ellos se contaban Alenius Exardas, un anciano viejo y muy pálido; algunos de los miembros de los clérigos vestidos de negro y algunos de los que lucían llamas en sus ropajes.
Poco después el enviado de Vestán comenzaba a convocar a su presencia en la Basílica a las delegaciones reunidas en Creá. Primero fue el turno de los páctiros, tras los que fueron convocados los Príncipes Comerciantes. Antes de acudir a la Basílica, Ilaith comunicó a Yuria y a Galad su deseo de que fueran parte de la comitiva que la acompañaría a presencia del Ra’Akarah. Ante tal oportunidad, no pudieron negarse, y a los pocos minutos ambos entraban a la Basílica formando parte de la compañía de los Príncipes. Galad notaba la tensión entre Progeryon y el resto de sus compatriotas, y eso le preocupaba. Sin embargo, nada malo sucedió durante el encuentro. El mesías vestalense se encontraba junto a varios de sus apóstoles, algunos Susurros, el Supremo Badir (que dormitaba a ratos) y la esposa de éste en el ábside de la Basílica, ante el altar de Vestán. Alto, bien parecido, con una barba untada perfectamente recortada, musculoso y orgulloso sin duda cumplía con todas las expectativas que los vestalenses esperaban de él; la reunión discurrió por unos cauces de cordialidad que sorprendieron a todos, y no hubo lugar a que Progeryon expresara su descontento, por suerte.
Ya estaban a punto de despedirse cuando el Ra’Akarah reclamó la atención de Ilaith y Galad, mirando fijamente a éste. Con un semblante más serio, expresó su deseo de que Galad permaneciera un poco más en su presencia, despidiendo a los demás; el paladín rebulló, nervioso. La subsiguiente conversación con el Mesías fue críptica y de segundas intenciones; el vestalense interrogó a Galad varias veces por las verdaderas razones de su presencia allí, hasta que para sorpresa del paladín, el Ra’Akarah le “hizo el honor” de ser elegido personalmente por él para ser miembro de sus Guardianes del Paraíso, su guardia de élite personal. Algo había visto el Mesías en él, pero Galad no era capaz de adivinar qué. A continuación, Galad fue conducido por uno de los Guardianes a sus cuarteles, en uno de los edificios anexos al monasterio.
Después de los Príncipes Comerciantes, el Ra’Akarah recibió a los ercestres, después a los varlagh y finalmente al resto de delegaciones menores o personas influyentes. Acto seguido recibió por segunda vez al Pacto de los Seis, y después por fin le llegó el turno a Daradoth.
La sensación de Daradoth hacia el Mesías fue muy parecida a la que había tenido Galad. Éste incluso le llamó Primero Nacido, una expresión que hacía siglos que no se utilizaba para referirse a los elfos. Tras las presentaciones pertinentes, pasaron a asuntos más comprometidos, y a la pregunta de si era un buen vestalense, el elfo no respondió lo que el Ra’Akarah esperaba oír; Daradoth notó entonces cómo era presa de los efectos de un hechizo, mientras el vestalense lo intimidaba; no pudo evitar decir la verdad a sus preguntas: entre balbuceos, admitió no ser un vestalense convencido, y una vez desmontada su careta, alguien le hizo perder el conocimiento, también con medios sobrenaturales.
De vuelta en la mansión del shaikh, Ilaith confió a Yuria su preocupación por la ausencia de Galad. Yuria también mostró su preocupación, y más convencida como estaba de que el Ra’Akarah era un servidor de la Sombra; volvió a insistir sobre el tema a Ilaith, que asintió ante lo que la ercestre le decía.
Symeon se enteró por la noche gracias a sus pilluelos de que a Daradoth no se le había vuelto a ver después de que entrara a su reunión con el Ra’Akarah. Los niños también le informaron de que habían contactado con un guardia que decía haber estado presente en la resurreción del Mausoleo de Ra’Khameer. El Errante encargó a Sharëd la labor de contactar con ese guardia y averiguar lo que pudiera.
Esa noche, Galad recibió la visita de uno de los clérigos de túnicas negras, uno de los llamados Verdaderos Creyentes. Venía con uno de los miembros de la comitiva del Ra’Akarah, uno de un grupo de extranjeros extremadamente pálidos. Lo hicieron acompañarlos a los jardines del exterior de los cuarteles. Allí, lo interrogaron sobre su presencia en los Santuarios, y también le preguntaron acerca de si no había notado nada especial en presencia del Mesías. Galad respondió a todo negativamente y poco después se encontraban con otro de los extranjeros pálidos, el anciano llamado Alenius Exardas (el nombre era a todas luces de origen Daarita), que gozaba de una posición de privilegio ante el Ra’Akarah. Al punto, Alenius comenzó a hablar en una lengua desconocida y de matices horripilantes; Galad no tardó en verse inmerso en una especie de trance inducido por las artes del anciano que, secundado por el otro individuo pálido, incrementó la intensidad de su sortilegio. Aturdido, el paladín se vio inmerso en una regresión hasta el momento de su propio nacimiento; aterrorizado, presenció una ceremonia oscura en unas ruinas en medio de un bosque retorcido e impío en una noche oscura de luna nueva. Poco después de llegar al mundo, el dolor lacerante en el hombro derecho casi lo lleva a la inconsciencia; en medio del insoportable ardor, un portal comenzaba a abrirse ante los ojos de Galad, no sabía si en el pasado o en el presente, pero lo cierto es que notaba como por momentos Emmán se alejaba de él, y eso era lo que mayor terror le provocaba, por encima del dolor y el intenso frío. [Punto de Destino] No obstante, la Fe de Galad acudió en su ayuda justo a tiempo; no permitió que la Luz de Emmán lo abandonara, sino que se aferró a ella y tiró con todas sus fuerzas, hasta casi desgarrar su alma; de repente, cuando todo parecía perdido, la oscuridad, el frío y el dolor fueron consumidos por la calidez de su dios; podía sentir el poder de Emmán fuerte en él, mientras los repugnantes hombrecillos pálidos lo miraban con los ojos muy abiertos. Criaturas impías, no merecían más que la muerte; haciendo uso de todas sus fuerzas, proyectó la Luz de Emmán hacia ellos, brutal, incontrolada; los extranjeros quedaron inconscientes, y haciendo uso de sus últimas fuerzas consiguió noquear al tercero; tras enfundarse la túnica de este último consiguió escabullirse fuera de los Santuarios. No se le ocurrió otra cosa que dirigirse al circo de Meravor, el punto “seguro” que se encontraba más cercano.
En el circo, Meravor recibió al extenuado paladín, proporcionándole cobijo, té y comida. Reconfortado, Galad agradeció las atenciones del jefe del circo y su mujer. En un momento dado, Meravor se quedó mirando al paladín fijamente, y cuando este le interrogó al respecto, aquél le reveló que percibía un cambio en él; era como si su aura fuera ahora más luminosa, menos… opaca. Ahora que se fijaba, Galad notaba un escozor en el hombro, donde toda la vida había tenido la mancha de nacimiento, así que pidió a Meravor que la inspeccionase. Para sorpresa del paladín, el hombre le dijo que ya no tenía ninguna mancha allí, sino una cicatriz donde antes se encontraba. Galad elevó una oración a Emmán, dándole las gracias por lo que fuera que hubiera pasado.
Esa misma noche, Symeon percibió en su sueño una llamada de auxilio desde el Mundo Onírico. A pesar de que normalmente le costaba un esfuerzo intenso entrar en él, esta vez entró sin ningún problema, quizá guiado por la llamada de alerta. En el lugar del que procedía la llamada se encontró con lady Merediah, la astróloga centaura que acompañaba a la delegación de los elfos acampados con el contingente de ástaros de lord Amâldir. La centaura sospechó inicialmente de las intenciones de Symeon, pero pronto salió a la luz que éste era amigo de Daradoth, lo que unido a sus habilidades de “percepción” la convenció de confiar en él. Merediah contó al Errante que después de su segundo encuentro con el Ra’Akarah, la actitud de los ástaros había cambiado y los elfos habían tenido que huir a toda prisa del campamento, confundidos por la situación. Mientras conversaban, un par de centauros más hicieron acto de aparición, contestando a la llamada de auxilio de Merediah. Pero en cuanto ésta acabó de exponer la situación las alarmas de todos los presentes se dispararon cuando una figura envuelta en penumbra irrumpió en la escena y atacó sin mediar aviso. Lady Merediah consiguió retener lo suficiente al enemigo como para que sus dos congéneres consiguieran huir, hasta que un zarcillo de sombra la arrastró lejos; Symeon consiguió despertar justo en ese instante.
Sin tardanza, el errante buscó a Taheem y a Yuria para informarles de todo. El vestalense y Symeon partieron de inmediato en busca de los elfos, no podían perder ningún posible aliado.
Mientras tanto, Daradoth despertaba en una silla, sentado a una mesa en cuyo extremo opuesto se encontraba, sonriente, el Ra’Akarah. Este, además de sacarle toda la información que pudo, le informó de los dos días de purificación que necesitaría para convertirse en un vestalense digno y del papel tan importante que iba a jugar en la ceremonia de Aceptación, como “enviado de los elfos”. Acto seguido, Daradoth entró en un duermevela a todas luces sobrenatural, y entre brumas pudo ver cómo varias figuras se situaban en torno a él: los seis resucitados Ra’Khameer, dos clérigos negros y un tercero que llevaba el mando extendían sus brazos, apuntando con sus puños hacia él. El frío lo invadió y la inconsciencia se adueñó de él, dando paso a brutales pesadillas. Los dos días siguientes transcurrirían para Daradoth en un trance agotador invadido por el frío, el terror y una tensión casi insoportable. No obstante, contra todo pronóstico, el elfo consiguió superar lo que fuera que era aquello bastante bien.
Entre tanto, Symeon y Taheem pasaron horas y horas rastreando el posible camino que habían seguido los elfos en su huida de Creá. Cuando dieron con el rastro, pudieron ver cómo un grupo de páctiros también se encontraba siguiéndolo. Por fin, en un bosquecillo muchos kilómetros al nordeste de Creá consiguieron entablar contacto con el reducido grupo de elfos, que estuvo a punto de acabar con ellos. Symeon les habló de Daradoth y la complicada situación que debía de estar pasando, y que seguramente necesitarían su ayuda; los elfos accedieron, pero primero deberían hacer cambiar de actitud a los ástaros, que estaban extrañamente influenciados por el Ra’Akarah. Al errante se le ocurrió una idea; sonrió y les dijo a los elfos que creía saber cómo hacerlo.
En Creá, Symeon se reunió con Galad, con Yuria y con Meravor. Les contó todo lo que había descubierto y expuso como única alternativa que Meravor utilizara sus habilidades para hacer cambiar de actitud a los páctiros. Dicho y hecho, con subterfugios y medias verdades el grupo consiguió reunirse con la cúpula de los ástaros; una vez allí, a Meravor no le costó demasiado (aparentemente) deshacer el influjo del Ra’Akarah sobre ellos. Los ástaros, sobrecogidos por su propia actitud, se apresuraron a ensillar caballos para partir en busca de los elfos huidos, y pocas horas más tarde los traían de vuelta a Creá junto a ellos. Una vez juntos, se ultimaron los planes de la infiltración del grupo en los Santuarios, y se acordó que ástaros y elfos intervendrían de la mejor forma posible en el más que probable caso de que hubiera problemas después de que el grupo llevara a cabo su intento de quitar de enmedio al Mesías vestalense.
Y por fin, llegó el alba que anunciaba la ceremonia de Aceptación. Una mañana fresca, de cielos nublados, recibió a la ingente multitud reunida en los alrededores de los Santuarios de Creá. Todo el mundo tomó sus posiciones. Para sorpresa de todos, Daradoth se encontraba de pie, aparentemente tranquilo, en el púlpito principal donde el Ra’Akarah se dirigiría a la multitud y donde también se encontraban el Supremo Badir y su esposa, el Sumo Vicario y cuatro guardias Ra’Khameer en los pequeños torreones que lo rodeaban. Aquí y allá se veían las sombras de Susurros apostados en las inmediaciones. Las delegaciones reunidas en la ciudad tomaron sus posiciones en los primeros peldaños de la Escalera del Cielo, los elfos camuflados entre los ástaros del Pacto; en el interior de los Santuarios, filas y filas de clérigos comenzaban a elevar sus cánticos como ya habían hecho antes en la ceremonia de circuncisión de Daradoth. Y sus efectos no tardaron en hacerse notar. Entre ellos, Symeon y Taheem habían podido infiltrarse gracias a los vigilantes comprados por el antiguo compañero del segundo con la ayuda de los ercestres. Galad acudió camuflado también en la delegación de los Príncipes Comerciantes. Los cánticos de los clérigos pronto fueron subiendo de intensidad, elevando los espíritus de la multitud en un éxtasis cada vez más profundo; el grupo también fue afectado, sobre todo Galad, más sensible a las manifestaciones de poder divino, pero su experiencia pasada en la ceremonia de Daradoth les sirvió para estar prevenidos y resistir mejor el efecto. Symeon fue quien lo tuvo más fácil para sobreponerse, pues de su cuello colgaba el talismán de Yuria.
Mientras el éxtasis se adueñaba de la masa de gente reunida ante los Santuarios, Yuria se dirigía junto a Sharëd a la mansión del Gobernador, como habían acordado la noche previa. Cuando se desencadenaran los acontecimientos, habría que huir con los libros que habían conseguido sacar de la biblioteca; el grupo los consideraba demasiado importantes como para dejarlos allí sin más.
Los cánticos bajaron de intensidas cuando el Ra’Akarah se dirigió a la multitud, profiriendo un discurso maniqueo y efectista, que todos acogieron con ovaciones. Esto permitió a Daradoth despejar un poco su mente y a Taheem reaccionar. Era evidente que la multitud iba a aceptar a Ishfahäd Ra’Kahmeer como su verdadero Mesías, enviado por Vestán para expandir la Verdadera Fe mediante la Guerra Santa, y más aún cuando arengó a la masa presentando a Dararadoth como la prueba de que hasta los míticos elfos aceptaban ese hecho. El Mediador que Daradoth había visto la noche anterior lo contemplaba todo desde una de las torres cercanas sin dejar traslucir ni una sola emoción. Cuando el Ra’Akarah se dio por satisfecho con los vítores y las loas de sus fieles, dejó que los cánticos de los clérigos ascendieran de tono una vez más, más incluso que antes de su discurso. La gente entró de nuevo en el éxtasis de Fe; muchos reían, otros muchos lloraban; su señor Vestán estaba entre ellos y les hacía sentirse embriagados de poder.
Y entonces, Symeon actuó.
Haciendo gala de una agilidad en los límites de lo humano, subió rapidísimamente las escaleras que lo separaban del Ra’Akarah; Taheem se encargó de contener al Susurro más cercano, impidiéndole obstaculizar el camino de su amigo. En un abrir y cerrar de ojos, Symeon llegó a lo alto del púlpito; uno de los guardianes Ra’Khameer saltó hacia él, alertado por la daga que llevaba discretamente el errante en la mano. Pero fue Daradoth quien actuó entonces: esquivando a otro de los guardias, arremetió contra el que intentaba atacar a Symeon, haciendo uso de uno de sus sobrenaturales saltos, y elevándose en el aire. Esto permitió a Symeon llegar a la espalda del Mesías y, en un acto inusitado para un errante, tocar su espalda con el talismán de Yuria y acto seguido, aprovechando la confusión y repentina debilidad del hombre, cortar limpiamente su garganta con la daga. Los dos guardias Ra’Khameer restantes se lanzaron hacia el púlpito; uno de ellos fue presa del fuego cuando uno de los elfos de la delegación de los ástaros le lanzó una especie de rayo de fuego. Del otro se encargó Galad, canalizando el poder de Emmán y haciendo que cayera por la muralla.
Cuando los clérigos fueron dándose cuenta del caos en el que se había sumido el púlpito principal, fueron apagando sus voces; sin embargo, la gente no pareció salir de su estado de ensimismamiento; Galad pronto comprendió lo que sucedía, cuando miró en la dirección en la que debía encontrarse Meravor entre la multitud y detectó un potente destello de poder que procedía de allí. Sin embargo, el resto de guardias Ra’Khameer y la gente en el interior de los Santuarios sí que parecía estar saliendo del éxtasis; lord Amâldir dio la orden y al punto los ástaros se pusieron en movimiento, con los elfos entre ellos, asegurando la puerta de los Santuarios y enfrentándose a los guardias y Susurros que encontraban en su camino.
—¡Maldito! —oyó Symeon que gritaba una voz de mujer, a su espalda.
El Supremo Badir miraba sorprendido a su esposa, que desprendiendo un aura de frío intenso y con una expresión de increíble odio en su rostro apuntaba a Symeon con su mano extendida. El errante sintió algo, como si alrededor suyo resbalara algo invisible que no podía llegar a tocarlo, y la mujer abrió mucho los ojos, incrédula ante lo que había ocurrido. Volvió a intentar lo que fuera que estaba haciendo una vez más, pero sin éxito. Mientras tanto, Daradoth había podido alejar a los guardias Ra’Khameer con los que se estaba enfrentando y llegó al púlpito con expresión amenazadora; Taheem también logró llegar a la altura de Symeon mientras los ástaros establecían un perímetro alrededor del pie de las escaleras; Sarahid, la esposa del Supremo Badir, comenzó a gritar en una lengua oscura y terrible, con una voz potente como el trueno; podían sentir como su poder iba creciendo y un frío intenso los atería y retrasaba sus acciones.
De repente, sin más, el poder desapareció. Sarahid miró a su alrededor, genuinamente confundida, con lágrimas en los ojos y preguntando qué estaba sucediendo. Daradoth y Symeon se miraron, comprendiendo silenciosamente.
Entre tanto, Yuria había conseguido con la ayuda de Sharëd y alguno de los guardias de la Mansión que había conseguido sobornar, hacerse con los libros que el shaikh guardaba en su caja fuerte. Rápidamente se dirigió hacia el punto de encuentro, viendo a la ingente multitud en trance y oyendo el escándalo procedente de los Santuarios, provocado por los clérigos que huían en todas direcciones y los guardias que seguían luchando...