Una vez reunidos fuera de Ashrakän tuvieron que planear su próximo movimiento. El badir y su contingente habían seguido su camino hacia el norte, dirigiéndose a Torre del Sol con los carromatos que presuntamente contenían a los elfos cautivos. El grupo decidió continuar su camino la noche siguiente, y utilizaron el resto del día para descansar. Volvieron a compartir de nuevo el sueño de la multitud en los Santuarios, pero esta vez se grabó en ellos sólo una ligera sensación, pues la experiencia onírica se había difuminado aún más que en las últimas veces. No obstante, Symeon despertó sobresaltado, acuciado por una sensación nueva: habría jurado que justo antes de despertar, un animal lo estaba olfateando a la altura de la sien. No tardó en relacionar tal sensación con los extraños sabuesos sombríos que habían visto por primera vez en su anterior sueño.
Poco después del anochecer continuaron su camino, hasta que en un momento dado algo llamó la atención de Daradoth: un jinete se erguía en lo alto de una loma lejana, tenuemente iluminado por la luz de la luna y las estrellas (no tan tenuemente para los ojos élficos, por supuesto). Era imposible que un jinete humano los viera desde aquella distancia, así que siguieron unos minutos más por el camino. El ojo experto de Yuria la ayudó a percibir que el ejército que les precedía había tenido algún tipo de problema: un trozo de lo que sin duda era una rueda de carromato se encontraba tirado a un lado del camino, y para ella era evidente que el ejército se había tenido que detener y había avanzado mucho menos de lo que habría podido. Se encontraban más cerca de la loma, y Daradoth pudo percibir, sobrecogido, que el jinete de su cima no era tal; ni siquiera era humano. La figura correspondía sin duda a la de un centauro, que observaba los alrededores con atención. Pocos momentos después, el centauro desaparecía de lo alto del cerro.
Decidieron acampar para no acercarse más al contingente del badir, y Daradoth se adelantó para investigar el lugar donde se había encontrado el centauro, varios kilómetros hacia el noreste. Tras varias horas de búsqueda, pudo detectar algunas huellas del ser mítico, pero pronto las perdió.
Mientras Daradoth estaba ausente, el grupo aprovechó para descansar. Al cabo de un par de horas, Taheem despertaba a Symeon: el vestalense tenía un rostro de gran preocupación, pues estaba seguro de haber notado varios animales, probablemente lobos, alrededor del grupo, acechando. La experiencia de Taheem, unida a la sensación que el errante había tenido la noche anterior, hicieron fruncir el ceño a éste. Aún mostró más preocupación, cuando Yuria se agitó violentamente y se despertó con un gemido de terror. No tardó en recordar por qué se había despertado tan violentamente: en el sueño, un ser que no podía ver sino sólo sentir, pero que estaba segura de que era parecido a un lobo enorme, la perseguía, gruñendo y aullando; justo cuando creía que la iba a atrapar se había despertado. Symeon se convenció de que los extraños sabuesos que habían visto en el sueño habían sido enviados para encontrarlos, y todos aceptaron su sugerencia de mover el campamento inmediatamente, confiando en que Daradoth los encontrara más tarde. Y así fue, aunque no sin esfuerzo por parte del elfo, que tardó un par de horas en reunirse con ellos.
Después de descansar, pasado el mediodía volvieron al camino, que se internaba ya en terreno accidentado, con lomas y colinas alrededor. A media tarde, dos jinetes con uniforme aparecían desde detrás de un recodo. Y detrás de esos dos, tres más. Nada más ver al grupo sofrenaron sus caballos a varias docenas de metros de distancia. La comitiva se detuvo unos instantes, pero siguieron caminando despacio y alerta. Tras realizar una evaluación rápida, tocar los pomos de sus cimitarras y hablar en voz baja entre ellos, sucedió lo inesperado: volvieron grupas y se alejaron rápidamente, desapareciendo detrás del recodo de nuevo. ¿Habrían ido en busca de ayuda? Si era así, debían actuar rápido. Salieron del camino, internándose en las colinas de los alrededores siguiendo una diagonal que divergía poco a poco de la vía. No tardaron en oír sonidos de cuernos en la lejanía. Al cabo de unas horas, Daradoth subió a un cerro para otear los alrededores; y se sobresaltó cuando vio una patrulla de exploradores a menos de cien metros que no lo habían detectado pero que se dirigían directamente hacia donde él se encontraba, sin duda con la intención de observar los alrededores desde esa misma cima. El elfo corrió lo más rápido que pudo para reunirse con sus compañeros y alejarse de allí, poniéndose a salvo; los cuernos redoblaron sus bramidos, amenazadores.
Una vez se sintieron a salvo, volvieron a subir a una loma y observaron los alrededores con ayuda del catalejo de Yuria. Los ojos expertos de la ercestre pudieron detectar una pauta en las pocas patrullas que era capaz de avistar: todas se dirigían hacia un punto de confluencia hacia el norte, quizá obedeciendo a las llamadas de los cuernos que se escuchaban.
Decidieron proseguir camino campo a través, pero pronto tuvieron que desistir, pues el terreno se hacía casi imposible de atravesar por los barrancos y acequias. Viraron hacia el oeste y remontaron una colina que los llevaría de nuevo a la vera del ahora tortuoso camino principal.
Tras caminar varias horas, anocheció justo cuando se encontraban al pie del promontorio. Mientras el resto del grupo montaba el campamento, Daradoth decidió acercarse al lugar tras las colinas donde se percibía el resplandor que suponían procedente de las hogueras del ejército del badir. Tras esquivar con ciertas dificultades a los guardias y exploradores apostados, pudo llegar a un lugar que ofrecía una buena vista del contingente. Habían aprovechado el risco de la falda de una de las colinas, montando una fuerte guardia de soldados y perros alrededor de los carromatos. El elfo decidió retirarse sin arriesgarse más.
Al amanecer levantaron el campamento. Y pudieron ver a lo lejos una treintena de jinetes que aparecían en la cima de la colina, y al menos media docena más por el camino. Por suerte se habían alejado ya, e internándose a través de unos campos de maíz pudieron permanecer ocultos a la vista de los enemigos. Dadas las dificultades en las que se encontraban, decidieron abandonar los caballos y quedarse sólo con las mulas, que les permitirían atravesar terrenos mucho más abruptos. Y así continuaron, a través de las colinas, barrancos y cultivos, evitando el camino.
Tras varias horas de dura caminata, acamparon de nuevo. Al atardecer, pudieron ver cómo un jinete se recortaba claramente sobre un cerro contra la luz del horizonte, bajaba del caballo, comprobaba alguna cosa, y continuaba su camino. La noche transcurrió tranquila, sin sobresaltos por primera vez en mucho tiempo.
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