Tras hacer algunos preparativos e investigaciones, partieron hacia el motel Green Oaks, siguiendo las instrucciones que la distorsionada voz había indicado a Patrick por teléfono. Derek encargó a un grupo de sus hombres que les siguiera a varios minutos de distancia por si ocurría algo.
El Motel Green Oaks |
Partieron en dos coches, Derek en un cuatro por cuatro y el resto en un coche convencional. Se aseguraron de que nadie les seguía, y a pocos kilómetros del punto de encuentro intentaron acercarse por caminos distintos. Derek se desvió, tomando unas sendas que habían visto en imágenes satélite, pero no tardó en encontrarse con una barrera que le impedía el paso; un gran tronco bloqueaba el sendero que conducía hacia el motel por el este, y era evidente que alguien lo había situado así para evitar visitas inesperadas. El agente no tuvo más remedio que volver a la carretera y alcanzar a sus compañeros a toda prisa. Estos llegaron sin problemas al hotel, tras tomar el desvío que indicaba un desvencijado poste anunciador. Llegaron a la altura del edificio de recepción, donde una barrera impedía el paso. Tomaso levantó la barrera y pudieron echar un primer vistazo al lugar; el motel estaba abandonado desde hacía unos años, y el camino describía una amplia curva a cuya vera se levantaban una docena de bungalows, cada cual más desvencijado. No pudieron dejar de notar que una de las casas lucía un aspecto más cuidado que las otras. El camino se curvaba hasta volver hasta el edificio de recepción y la barrera. Cuando llegaban de nuevo a la entrada pudieron oír un motor: Derek llegaba por el camino, pisando a fondo.
Fuera de los coches pudieron disfrutar de una visión más amplia del lugar. A pocos metros se alzaba un poste de iluminación, y el ojo experto de Derek no tardó en detectar que sobre cada uno de los destrozados focos se encontraban cámaras en perfecto estado que seguramente estarían grabando cada uno de sus pasos.
Tras discutirlo unos instantes, y ante la manifiesta ausencia de cualquier presencia indeseada, decidieron entrar al bungalow que habían reconocido como más cuidado. Condujeron con todo el cuidado y el sigilo del mundo hasta la puerta. Pero una vez allí no se anduvieron con chiquitas: la puerta estaba cerrada, así que la reventaron con una escopeta recortada. Al abrir la puerta, la escena que contemplaron no era en absoluto lo que esperaban. La luz estaba encendida en la amplia estancia, que había sido vaciada y tenía por todo mobiliario una mesa con media docena de sillas. Y tres televisores colgados de sendas paredes. Patrick se estremeció cuando en uno de ellos reconoció la silueta de Sigrid, al parecer inconsciente pero viva. En las otras dos pantallas se podía ver la silueta de dos hombres en penumbra. Uno de ellos —la voz distorsionada— les invitó a pasar y sentarse a la mesa; así lo hicieron, mirando suspicazmente alrededor.
Lo primero que hicieron los desconocidos, ambos con la voz alterada, fue disculparse ante Robert y los demás por lo sucedido el día anterior en la mansión; les aseguraron que los responsables de tamaño salvajismo habían sido “debidamente amonestados” y apartados de su camino. A continuación siguió una conversación salpicada de amenazas veladas (y no tan veladas) sobre el papel que el grupo estaba tomando en ciertos acontecimientos que escapaban a su comprensión, en un entorno al que los desconocidos se refirieron como “círculos ocultistas” o “mundo oscuro”. Exigieron también detalles sobre lo sucedido en la subasta y no respondieron a ninguno de los requerimientos del grupo. Durante su discurso, se refirieron específicamente a cada uno de los presentes con distintos argumentos: se preguntaron qué hacía un señor como Robert con tales compañeros; a Derek le exigieron que acabara con la relación que le unía con el congresista Philip Ackerman; a Patrick le amenazaron con acabar con él si intentaba encontrar a “la niña” (Lupita, obviamente) y a Tomaso le dieron a entender que podrían perjudicar su vida de formas que no alcanzaría ni a imaginar. Para no llevar a cabo sus amenazas (según afirmaban estaban cansados de muerte y cadáveres), todo lo que pedían era que el grupo se apartara de los asuntos ocultistas en los que se estaban entrometiendo, y que salieran del país y mantuvieran un perfil bajo en adelante; además, como ya habían mencionado, que Derek cortara su contacto con Ackerman y que Patrick se olvidara definitivamente de Lupita. Se deberían marchar del país a Europa, a Sudamérica o a donde quiera que fuera, pero lo importante es que no volvieran a cruzarse en su camino.
—Podrán encontrar a su amiga en el edificio de recepción, sana y salva. Tomen esto como un acto de buena voluntad por nuestra parte —con esta frase, los televisores y la luz se apagaron, dejando al grupo en una incómoda penumbra.
Salieron de allí a toda prisa, y pudieron ver otro helicóptero negro como el que les había atacado muy arriba, apenas un punto. Como les habían dicho, en una mecedora situada en el porche del edificio de recepción se encontraba Sigrid, totalmente sedada. La recogieron y se largaron sin entretenerse.
Ya en las oficinas de la CCSA Sigrid consiguió recuperar la consciencia totalmente y recordar todo lo sucedido durante la subasta. Se alegró al reconocer a Patrick, y se apresuró a llamar a sus hijos y su marido. Éste no contestó a sus llamadas, y sus hijos parecían estar bien, aunque preocupados. En concreto, Daniel le comentó algunas cosas que le habían parecido extrañas en la academia militar y Sigrid, preocupada, envió algunos mensajes con la intención de sacarlo de allí durante unos meses.
Más calmada, la anticuaria se reunió con el resto del grupo para compartir sus experiencias mutuas. Durante la conversación, acabado el efecto de los sedantes, Sigrid comenzó a notar un dolor leve pero punzante en la nuca, como en algunos otros sitios de su cuerpo; no habían sido pocos los cascotes que la habían alcanzado en la explosión, y diversos moratones y brechas cosidas así lo atestiguaban. No obstante, en la nuca no parecía tener ninguna cicatriz.
Poco después, Robert recibía una llamada de uno de los miembros del consejo de administración de Chemicorp que menos odiaba, Alton Cook. El hombre le instaba a correr a la central “si quería conservar su empresa”. Aterrado, Robert ni siquiera se despidió de los demás; salió como una exhalación y no tardó en llegar a la sede, en el distrito financiero. Entró sin ceremonias en la sala de reuniones del consejo, donde doce de los catorce miembros le esperaban ya, avisados por recepción. Lewis Griffith, el subdirector del consejo y una de las personas más detestadas por Robert, le presentó a los dos únicos desconocidos presentes: Joel Harrod y Susan Coburn, de la multinacional Erde & Mahl. Robert arqueó las cejas: E&M era una empresa muy poco conocida, pero sobe la que él sí había investigado en el pasado; llamaba la atención su nivel de cotización en bolsa, un nivel estable incluso en épocas de crisis. Griffith le expuso también la situación: E&M estaba interesada en adquirir Chemicorp, ofreciendo por el paquete de acciones de control la bonita suma de un billón de dólares, además algunas otras prebendas complementarias. A continuación, pasaron a discutir los detalles de la posible operación, en un tira y afloja que duró un par de horas.
Mientras tanto, Patrick, indignado por la condescendencia con que habían sido tratados, decidió oponerse con todas sus fuerzas a aquellos malnacidos que intentaban controlarlos. Así que se reunió con Tomaso, a todas luces mucho más que un representante de modelos, y le pidió ayuda para tratar de encontrar a Lupita, investigar la situación en México, y averiguar algo más sobre el mundo ocultista. Derek, por su parte, recibía un mensaje de Robert pidiéndole que averiguara todo lo que pudiera sobre una empresa llamada Erde & Mahl.
Durante la conversación en la que los representantes de Erde & Mahl expusieron los detalles de la adquisición de Chemicorp, a Robert le quedaron claras algunas posturas: siete de los miembros del consejo (entre ellos Lewis Griffith) se posicionaban claramente a favor de la venta, y dos de ellos, Alton Cook y Nathan Ward, se mostraron absolutamente en contra. Cook expuso a Robert en voz baja sus sospechas de que algo olía a podrido en la rapidez con la que Griffith quería solventar la transacción, y que no iba a consentir que aquello tuviera lugar.
Una vez finalizada la exposición y limados varios puntos de fricción expuestos por los consejeros, Harrod y Coburn se despidieron de los reunidos. El primero, sonriente, estrechó la mano de Robert y se inclinó para poner su otra mano en su hombro.
—Tengo esperanzas de que lleguemos a un acuerdo satisfactorio para todos, señor McMurdock —dijo Harrod, e inclinándose aún más, susurró—, y más teniendo en cuenta que pronto tendrá que salir del país.
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