Durante el desayuno, con Robert de vuelta ya en la oficina de la CCSA, el grupo conversó acerca de la oferta que Himmel im Erde había ofrecido por Chemicorp y de cuál habría de ser su siguiente movimiento. Patrick manifestó su deseo de dirigirse a México para averiguar todo lo posible sobre su ahijada, contraviniendo las exigencias que los desconocidos les habían pretendido impone; los demás consiguieron convencerle para no actuar precipitadamente y meditar antes y de forma conjunta sus decisiones.
Durante la mañana, una de las agentes de Derek, Stephanie, apareció con novedades sobre la situación de México. Después de realizar una encomiable labor cruzando datos de distintos informes y noticias más o menos oscuras, Stephanie había podido deducir que en la zona de México donde vivía Lupita, varias poblaciones cercanas habían sido atacadas por no se sabía muy bien quién. La teoría más plausible era la de un grupo de narcos paramilitares, pero nadie lo afirmaba con rotundidad. Además, varias docenas de niñas de entre cuatro y seis años habían desaparecido de esos poblados, en un radio de pocos kilómetros. Abrumado por la cantidad de datos y la pericia que su subalterna había demostrado para cotejarlos, Derek la felicitó efusivamente. El descubrimiento de Stephanie, unido a las amenazas de los desconocidos, reafirmaron al director en su convicción de que antes de México deberían viajar a cualquier otro sitio, como por ejemplo a Inglaterra, para visitar a su antiguo conocido, sir Ian Stokehall; como ya había expuesto en alguna ocasión anterior, tenía la esperanza de que el aristócrata les pudiera revelar algo más de información.
Tomaso, por su parte, se marchó a visitar a su primo, el párroco Bonelli. Al manifestarle su intención de abandonar el país con urgencia, Dominic se mostró preocupado y expuso a su vez que en los últimos días parecía haber gente extraña rondando por la iglesia: creía que lo tenían bajo vigilancia, y algunos no habituales demasiado reservados se habían incorporado a las liturgias diarias. Tomado lo tranquilizó, y le aseguró que esa gente se marcharía en cuanto él dejara el país; mientras tanto, dejaba a Dominic encargado de cuidar a su madre. Se despidió y cerró el resto de sus asuntos.
A mediodía, Derek acudió por fin a reunirse con su amigo, el congresista Philip Ackerman. Después de cambiar varias veces de coche a instancias de los miembros del personal de seguridad, llegó a un discreto sitio al este del Bronx donde le esperaba Ackerman acompañado de una mujer joven, desconocida para Derek. Se saludó efusivamente con su amigo, que le presentó a la joven: se trataba de Sally Whitfield, periodista; ante el gesto de desconcierto de Derek, Philip se apresuró a explicarle que Sally le había sido de mucha ayuda pero que eso la había puesto en peligro, y había tenido que traerla a Nueva York. El congresista pasó a realizar una larga exposición sobre cosas extrañas que estaban ocurriendo en el congreso y las altas esferas políticas de los Estados Unidos. Día sí y día también se aprobaban confidencialmente medidas que de haberse hecho públicas habrían tenido un fuerte impacto en la opinión pública: movimientos de tropas, desplazamiento de armas, intervenciones militares… Sally había colaborado en la intención de exponerlas al público, y por eso ahora necesitaba desaparecer un tiempo, así que dejaba encargado a Derek de velar por su seguridad. La iniciativa de la identificación única, por ejemplo, era del dominio público, pero lo que poca gente sabía era que se había hecho en connivencia con los gobiernos de Rusia y de China, que estaban aplicando medidas similares. Además, le habló de lo que en realidad había pretendido al crear la CCSA: tener un organismo independiente de las grandes agencias que se encargara de todos los hechos extraños que estaban sucediendo últimamente. Los hechos extraños de los que Derek también le habló se habían multiplicado en los últimos meses en Washington e incluso en el entorno del gobierno, y eso preocupaba seriamente al congresista, que por otra parte se había apresurado a aglutinar en torno a sí un pequeño grupo de opositores a la política que se estaba llevando a cabo. Gente con miembros amputados, desangrada sin heridas visibles, personas que se comportaban como animales, otros que decían haber visto cómo un tío reventaba a otro con sólo señalarlo con el dedo… los acontecimientos aparentemente sobrenaturales se habían hecho frecuentes y eso no podía ser bueno. Ackerman también se mostró compungido al afirmar que había perdido la lealtad de las delegaciones de la CCSA en Los Ángeles y Chicago, y que sólo confiaba plenamente en Nueva York, donde Derek era el director. El punto álgido de la conversación llegó cuando el congresista dirigió un gesto a uno de sus hombres y éste acercó un portátil, donde el primero insertó un lápiz USB y arrancó la reproducción de un vídeo. El vídeo había sido filmado con una cámara oculta en los servicios del congreso, algo totalmente ilegal, pero que Ackerman, como miembro del comité de seguridad había creído conveniente hacer contraviniendo algunas leyes. A los pocos segundos de grabación, entraba en el servicio el congresista George Patterson, aquejado de una acusada cojera. Cerró la puerta principal del aseo y se situó ante el espejo. Acto seguido se quitaba la chaqueta y la camisa y comenzaba a hurgar en su costado; los ojos de Derek se abrieron mucho cuando, fuera de toda duda, el congresista parecía abrir literalmente sus carnes sin provocar una hemorragia y dejar ver un pequeño brillo en su interior; tras unos segundos de manipulación, volvía a ponerse la ropa y la cojera había desaparecido. Aquel vídeo demostraba que Patterson, al menos en parte, no era humano. Eso convenció totalmente a Derek de lo acertado de las elucubraciones de su amigo.
Con gesto serio, Philip entregó un maletín a Derek: contenía unos cuantos chips que insertados en el correspondiente teléfono encriptaban la comunicación de la forma más segura que existía. A partir de entonces no se comunicarían si no era de aquella manera. Derek también aprovechó para poner al tanto al congresista de su posible salida del país, pero sólo por unos días. Éste insistió en que no la prolongara demasiado, porque seguramente lo necesitaría en el futuro próximo. Al fin, se despidieron y Derek se llevó a Sally a la oficina.
Robert habló con Tomaso por teléfono, dado su bagaje, para intentar convencer al italiano de provocar un “accidente” que quitara de enmedio a los bastardos de Himmel im Erde. No obstante, Tomaso se opuso a tal método, lo que no dejó de sorprender a Robert. Tomaso sí atendió la segunda petición de Derek: que alguien de confianza registrara la sede de WCA; pero cuando el joven contactó con sus amigos de la mafia, todos se opusieron a tal cosa: WCA eran quienes se encargaban de arreglarles todos los asuntos legales.
De vuelta todos en la oficina, Derek les explicó (sin revelar la identidad de su amigo) lo que había averiguado. Presentó a Sally y les contó la verdad sobre la CCSA, de la que él mismo se había enterado hacía un par de horas escasas. La agencia se había creado para ser un organismo aparte de FBI, CIA y NSA, que estaban llenas de influencias de dudosas intenciones, lo que coincidía con los acontecimientos que habían vivido últimamente. Les contó lo de los hechos extraños (incluyendo el vídeo, que turbó profundamente a Patrick y provocó su consumo de una papelina de Polvo de Dios), y que el congresista le había contado que los documentos de la identificación única estarían equipados con chips que seguramente luego pretenderían implantar en las personas. Todos miraron a Sigrid y su dolor de nuca, escamados, pero la detección que habían llevado a cabo había dado resultados negativos y tendrían que volver a intentarlo con más medios (quizá con un TAC).
Tras unos segundos de silencio, Tomaso sugirió que todos los sentados a la mesa deberían sincerarse y exponer sus secretos a los demás. En ese momento, Robert recibió (muy oportunamente) una llamada de Alton Cook, instándole a reunirse; así que el ejecutivo aprovechó para excusarse y ausentarse. Derek, escamado, encargó a dos de sus agentes que lo siguieran.
Con Robert ausente ya, Sally pidió un portátil para presentar a unos amigos al grupo. Tapó la cámara para no revelar las identidades de los presentes y a los pocos segundos, un tipo con una máscara de V de Vendetta se veía en pantalla. Sally lo presentó como “Z”, del grupo de hackers Omega Prime. Gracias a ellos, Sally había podido escapar de un atentado contra su vida, y desde entonces se habían dedicado a ayudar a Ackerman en su particular cruzada. El grupo no tardó en pedirles los primeros trabajos: registros sobre los hermanos desaparecidos de Patrick e información sobre ocultismo y niños de 5 años.
Mientras Sigrid hablaba con la academia militar para sacar a su hijo de allí lo antes posible, Robert se reunía con Alton Cook, Ethan Ward, Michael Johnson y Shelley Goodal. Todos se mostraban en contra de vender la empresa y pedían un curso de acción común. Según Cook, Erde und Mahl era una empresa alemana ya operativa durante la Segunda Guerra Mundial, encargada del desarrollo de armas experimentales. Más tarde fue absorbida por multinacionales, fusionada, comprada… pero extrañamente siempre salió a flote el mismo nombre. Era una empresa de perfil bajo, extremadamente estable en bolsa, y no entendía por qué ahora se interesaban tanto por Chemicorp. Ethan Ward reveló que algunos de los miembros que se mostraban a favor de la venta (los hermanos Callum y Liah Woodman, y Mason Rose) estaban siendo coaccionados de alguna manera para vender su paquete de acciones. Fuentes que no reveló le habían enseñado ciertos correos electrónicos comprometedores, y estaba muy seguro de lo que decía. Robert sumó rápidamente; entre los presentes y los coaccionados sumaban un 54% de las acciones, suficiente para oponerse a la venta.
Acabada la reunión y muy preocupado, Robert tomó la decisión de desvincular sus empresas “fetiche” del grupo Chemicorp, para evitar su venta. Contactó con un bufete en Albany, y concertó una cita para el día siguiente.
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