Antes de decidirse a partir hacia México o Europa, decidieron que debían averiguar más datos sobre la relación entre los vikingos y los abenaki, y para ello, en teoría estaban en el lugar ideal. Haciendo una pequeña búsqueda en internet, se encontraron con que precisamente en la universidad de Montreal se encontraba uno de los mayores expertos sobre el tema, si no el mayor: el doctor John Hawk, que además era descendiente de nativos americanos canadienses.
En la Universidad, el doctor Hawk les atendió amablemente, y en una distendida conversación mientras tomaban un café mencionó a su padre. Su padre, el doctor Abornaz Hawk, había estado obsesionado durante décadas (¡más de cincuenta años!) con la relación entre los vikingos y los abenaki en una época muy anterior a la llegada de Eric el Rojo a Vinland; a estas alturas, John afirmaba con lágrimas asomando a sus ojos que todavía no entendía por qué su padre había estado convencido de tal relación, ni por qué tal cosa había llegado a convertirse en una obsesión de la magnitud que afectó a su padre. De hecho, tal obsesión había acabado por erosionar la relación de Abornaz con su más estrecho colaborador, Pierre Nicolás, que hace unos veinte años abandonó la investigación y se marchó a Francia hacía más o menos veinte años.
Muy amablemente, utilizando sus influencias, John concedió al grupo acceso a la biblioteca y también al reservado donde se encontraba toda la documentación de la investigación de su padre. Les comentó también que la biblioteca había dado un plazo breve para que John se llevara todo el material, pues la mayoría eran escritos estériles que no habían dado ningún fruto científico y había que despejar espacio en el edificio. Sigrid y Patrick se apresuraron a devorar toda la información que pudieran de los más de cincuenta años de investigación. Derek y Tomaso ayudarían en lo que pudieran. Tomaso investigó un poco sobre el colaborador del padre de John, el tal Pierre Nicolás, y efectivamente, hacía 23 años que se había trasladado a una plaza en la Faculad de Historia de Burdeos; además, parecía que había renunciado a publicar, pues su actividad se reducía a dar clases y poco más.
Más tarde, hablando más profundamente acerca de su padre, John reconoció (con una actitud ya no tan amistosa) que estaba recluido en un sanatorio mental. No quiso darles más detalles, pues cuando el grupo manifestó su deseo de visitar al doctor Hawk padre, John lo rechazó y se cerró en banda sobre el tema.
Esa misma tarde recibieron un enlace a un vídeo en la nube que enviaba el padre Borkowski. En el vídeo se podía ver a Daniel sano y salvo, aunque aquejado del extraño mal. Todo a su alrededor era oscuro y la cámara no parecía poder penetrar las tinieblas que provocaba. La mente de Sigrid no se vio afectada apenas por la visión, lo que mostraba el buen trabajo que había hecho Lebescque. Por lo demás todo parecía normal; sin embargo, minutos más tarde, Omega Prime les revelaba que aunque el vídeo no había sufrido manipulación en sus imágenes, sí que había evidencia de que alguien había borrado los datos de localización GPS. Esto indujo a sospechar al grupo de la veracidad del vídeo, o al menos de su localización en Boston.
Por su parte, Robert, extrañado porque ya hacía más de veinticuatro horas que no recibía mensajes ni llamadas relacionadas con el trabajo, decidió ponerse en contacto con sus consejeros más allegados. Todos ellos reaccionaron de forma más o menos parecida: la primera impresión fue de extrañeza por la llamada de Robert, y por información que parecía desconocer. Algunos de ellos incluso le respondieron de malas maneras porque “no eran estúpidos” y “no les gustaba que les tomara el pelo”. Otros aguantaron la conversación a pesar de su extrañeza, y eso permitió a Robert hacerse una imagen general de la situación. Según le habían confirmado, él mismo se encontraba en esos momentos, o escasa media hora antes, en Nueva York; además, había dado las órdenes necesarias para la cesión de todos sus derechos, propiedades y capital (excepto las ONG y todo lo inocuo) a Michael Stevenson, el que había sido su mano derecha durante tantos años. Incluso ya habían aparecido noticias en algunos medios económicos, dado lo insólito de tal decisión; según parecía, Robert había anunciado que se dedicaría en adelante sólo a obras filantrópicas.
Cuando el químico puso en común con el resto del grupo todos los detalles de sus conversaciones, enseguida salió a relucir la posibilidad de que hubieran sustituido a Robert por un doble. Dado lo que sabían gracias al vídeo que les había enseñado Philip Ackerman, no podían ni siquiera descartar que tal doble no fuera sino un ente artificial. Se miraron unos a otros, preocupados.
La mañana siguiente, mientras Robert decidía si marcharse de nuevo solo hacia Nueva York o no, Sigrid se estremeció cuando reconoció en el correo electrónico un mensaje de su antiguo enemigo, Paul van Dorn. El librero la instaba a ponerse en contacto con él ante la imposibilidad de hacerse con ella en el número de móvil que tenía. Por fin alguien importante y relacionado con su vida anterior a la subasta daba señales de vida. Con el corazón palpitándole, llamó al despacho de van Dorn; su secretaria pasaba en pocos segundos la llamada. La conocida voz de van Dorn al otro lado del auricular, por extraño que pareciera, reconfortó a Sigrid. La conversación fue breve, y en ella ambos expusieron su deseo de encontrarse en una reunión. Sigrid quería concertar una reunión en algún lugar de Europa, a lo que van Dorn no se opuso, pero de todas formas, el librero le proporcionó unas coordenadas donde podrían reunirse antes si ella lo deseaba. Las coordenadas se encontraban en algún lugar al norte del estado de Nueva York, lugar que debía corresponder a la mansión de veraneo de van Dorn o algún sitio cercano. Se despidieron educadamente.
Cuando Tomaso y Derek volvieron al hotel después de dejar a Patrick y Sigrid en la Universidad, se encontraron con que Robert había vuelto a desaparecer. Tomaso le llamó y no le fue difícil averiguar que se había dirigido al aeropuerto con la intención de volver a Nueva York. Afortunadamente, pudieron localizar rápidamente al magnate y hacerle entrar en razón: si volvía a Nueva York lo peor no sería que lo mataran, sino que lo capturaran o torturaran y le sacaran el secreto del Polvo de Dios. Gracias a su elocuencia, Robert entró en razón y decidió volver con sus compañeros.
Mientras tanto, la revisión de la pequeña parte del trabajo de Abornaz Hawk no había dado los frutos deseados. Aparte de algunas referencias al alfabeto de símbolos abenaki, Patrick y Sigrid no descubrieron nada interesante aún. Por la tarde, se dirigieron a una clínica privada donde Sigrid por fin pudo hacerse una resonancia de la nuca. Los médicos se mostraron sorprendidos. La anticuaria tenía un extraño cuerpo óseo adosado en la juntura de dos de sus vértebras a la altura de la nuca; además, algunos ligeros destellos mostraban la presencia de filamentos que partían desde el “parásito” a través del sistema nervioso de Sigrid, filamentos biológicos que contenían una ligerísima proporción de metal. Por un momento, Sigrid fue presa de la desesperación; los doctores no sabían qué podría acarrear la extirpación de una cosa tan extraordinaria, pero si realmente se trataba de un parásito, recomendaban extirparlo cuanto antes, además de poner el caso en conocimiento de expertos. Sigrid y Patrick salieron de allí rápidamente, dando las gracias a todos, sin querer que el asunto tuviera más transcendencia.
Tras reunirse con el resto del grupo e informarles sobre el parásito, Patrick y Tomaso decidieron visitar subrepticiamente al padre del doctor Hawk. Sally no había tardado en averiguar en qué sanatorio psiquiátrico se encontraba, y hacia allí fueron. Fingiendo ser un cliente interesado en ingresar a su padre, Tomaso pudo seducir a Laura Kraller, la encargada de nuevos clientes. Aprovechando tal cosa, Patrick subió hasta la planta donde se encontraba Hawk, que en psiquiátrico era apodado “el doctor”, y consiguió que una enfermera le franqueara el paso. Como le había dicho la enfermera, encontró a Abornaz dibujando; al parecer, estaba obsesionado y era su única interacción con el exterior. Siempre dibujaba lo mismo: una ominosa sombra humanoide en cada hoja de rayaba, rodeada por extraños símbolos (estos sí que variaban de folio a folio). Patrick reconoció las extrañas figuras al instante: se trataba sin duda de los símbolos que habían visto en la caverna del monolito. A pesar de los esfuerzos de Patrick el anciano no salía de su rutina de dibujo, hasta que el profesor decidió pintar un símbolo él mismo en un folio. En ese momento, el doctor se detuvo y lo miró fijamente, pero no hizo nada más. Observando un poco más, Patrick descubrió un portarretratos con una foto antigua en él, pero enseguida reconoció la imagen: sin duda se trataba de la remota mansión bajo la que se encontraba el monolito. Sin pensarlo demasiado, Patrick la cogió y en ese instante, el doctor pareció sufrir un ataque de pánico; empezó a chillar y a llorar como un poseso. Tras el incidente, Tomaso y Patrick fueron expulsados del lugar sin contemplaciones.
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