Sigrid, con el rostro lívido, enseñó el mensaje de correo electrónico a sus compañeros. Evidentemente, ella no admitiría nada que no fuera viajar a Madrid inmediatamente en busca de su hija Esther; después de sopesar el resto de opciones que tenían someramente, reservaron los billetes de avión para el día siguiente, lo más pronto que fue posible.
Yuval Sayas/Simeon Bar Yohai |
También decidieron que el viaje a Madrid sería el momento ideal para que Sigrid tuviera la reunión pendiente con Paul Van Dorn, postergada ya durante demasiado tiempo. Patrick volvió a expresar sus reticencias a tratar con un tío del que Sigrid decía que era tan poderoso y con tan pocos escrúpulos, pero finalmente la necesidad de encontrar un aliado fue más fuerte y la anticuaria llamó por teléfono al librero a su móvil personal. Van Dorn dijo estar muy ocupado al día siguiente, pero viajaría a Madrid dos días después en su jet privado para encontrarse con Sigrid en un lugar público y discreto.
Se desplazaron a Madrid sin avisar previamente a Lucía, la dependienta de la tienda de Sigrid, para evitar posibles escuchas. Una vez en la capital española, quedaron con ella en un restaurante donde podrían disponer de un reservado, para así de paso seguirla y comprobar que nadie la seguía. Derek y Jonathan permanecerían separados del grupo para poder reaccionar en caso de que sufrieran algún ataque y poder vigilar discretamente posibles sospechosos.
Lucía rompió a llorar cuando vio a Sigrid, y se abrazó a ella desconsolada. Tras tranquilizarse, fue presentada al resto del grupo y entraron en detalles. La dependienta relató el episodio entre sollozos; insistió en que el rostro del hombre (de raza negra) daba miedo de lo demacrado y ojeroso que estaba, en contraposición a su forma de vestir, bastante elegante. Habló con Esther breves instantes y parecían conocerse, con lo que no juzgó necesario intervenir cuando la muchacha lo acompañó a la calle. Patrick recurrió a varios trucos para lograr que Lucía se relajara y recordara las cosas con más claridad: así les pudo concretar que el hombre parecía hablar con acento francés y que se presentó como “Pierre”.
La siguiente parada que hicieron fue en la tienda, donde intentaron encontrar alguna pista que les aclarara algo de lo que les había sucedido, pero sin éxito. Tras encargar a Lucía que siguiera abriendo la tienda normalmente, se dirigieron al piso de Sigrid.
Ya en su casa, investigaron sobre los contactos de Esther en las redes sociales, y Tomaso repasó sus círculos en la universidad, y posibles hechos fuera de lo común en el campus o en el mundillo de las antigüedades. No encontraron nada.
Al poco tiempo, Derek y Jonathan llamaron por teléfono. Alguien a quien ya habían visto rondar en la tienda mientras el grupo había estado allí, había aparecido de nuevo. Se encontraba en un café justo al otro lado de la calle. Patrick, Sigrid y Tomaso bajaron para confrontarlo directamente.
Sigrid y Patrick se sorprendieron al entrar en el café y reconocer al individuo: era un hombre maduro, en torno a los cincuenta años, que sin duda había estado en la subasta y al que habían visto varias veces antes de la explosión. No se andaron con rodeos y se acercaron a la mesa, mientras el individuo parecía disfrutar despreocupadamente de su taza de té. Al preguntarle por qué les estaba siguiendo, el hombre, impertérrito, respondió que parecían interesarle a mucha gente, y que era extraño que con los pocos medios que parecían tener hubieran sido de los pocos que habían salido bien librados de la explosión en el Excelsior. Se presentó como Yuval Sayas, aunque tanto Patrick como Sigrid estaban seguros de que ese no era su verdadero nombre; en alguna ocasión lo habían oído mencionar durante la subasta, pero no conseguían recordarlo. En la conversación que siguió, Sayas preguntó insistentemente sobre sus creencias religiosas y por lo que dijo dedujeron que se trataba de un numerólogo, quizá de un cabalista, pues era bastante evidente su origen judío. Su frase favorita era la de “los números no mienten”, y en varias ocasiones mencionó que los números le habían revelado la importancia del grupo en los acontecimientos que se estaban desarrollando. En un momento dado, Sayas se dirigío a Sigrid y le hizo una críptica pregunta: quería saber qué era para ella una determinada secuencia de números y letras griegas que detalló lentamente. Sigrid no pudo responder, y eso minó su autoestima [disparó su estímulo del miedo] y salió precipitadamente del local. Tomaso salió detrás de ella para tranquilizarla. Sigrid volvería pasado un tiempo; mientras tanto, Patrick aprovechó para intentar que el hombre arrojara toda la luz posible sobre la oscuridad de lo que les rodeaba. Insinuó la mutua ayuda una posible alianza entre ellos, a lo que Sayas no dijo que no, pero tampoco que sí; humilde, le sugirió que buscara aliados entre gente más poderosa que él, porque según dijo, él no era más que un simple estudioso en busca de conocimiento. Aseguraba que prefería no inmiscuirse en el sórdido mundo de las facciones enfrentadas que eran capaces de emplear la “magia posmoderna”. Patrick también insinuó que por sus palabras parecía tener mucho más de los cincuenta años que aparentaba, a lo que el judío hizo oídos sordos.
Poco después de regresar Sigrid y Tomaso, este le preguntó a Sayas sin más ambages “qué ascensión se había producido en Tel Aviv en el 99”. Sayas lo miró fijamente unos momentos y dijo que casi con total seguridad había sido la del “Guerrero Sagrado”. La conversación derivó luego a lo que había sucedido en la subasta y la explosión en el Excelsior; el judío estaba seguro de que la bomba había sido cosa de Alex Abel, que “no era más que un avatar frustrado con demasiado dinero”, y que había tenido la intención de hacer “una limpieza en el submundo ocultista”. Abel había intentado ascender y por algún motivo el proceso se había frustrado.
Por último, Sayas ofreció a Sigrid su ayuda para ponerla en la pista de su hija a cambio de que le dejara entrar al sótano de su tienda, donde guardaba las posesiones más valiosas. La anticuaria aceptó, desesperada por encontrar a Esther.
A primera hora de la mañana recibieron una llamada telefónica de Lucía; alguien había irrumpido en la tienda durante la noche, y las cámaras habían grabado la escena. La alarma no había sonado y habían abierto la caja fuerte del sótano. Se desplazaron allí rápidamente. Las imágenes mostraban cómo dos hombres y una mujer habían entrado en la tienda sin que sonara la alarma, y se habían dirigido al despacho, donde habían revuelto todo, y al sótano, donde habían ojeado todos los libros y antigüedades; uno de los hombres se había agachado ante la caja fuerte y había sido capaz de abrirla en aproximadamente un minuto: según Tomaso, demasiado tiempo si conocía la combinación y demasiado poco para forzarla con medios mundanos. Finalmente, se habían llevado el ordenador del despacho y algunas estatuillas valiosas del antiguo Egipto. Claramente, buscaban información más que robar mercancía. Dejaron a Lucía encargada de hablar con la policía, mientras ellos se dirigían al encuentro de Yuval Sayas.
Este les aseguró que, según sus cálculos, Esther había sido trasladada a Barcelona, y en el presente o un futuro próximo sería trasladada al sur de Francia. Pasadas un par de horas, cuando la policía ya había abandonado la tienda, Sigrid franqueó el paso de Sayas al sótano de su tienda. Este realizó una rápida exploración de los objetos y, sobre todo, los libros, y apenas media hora después hacía un gesto de negación con la cabeza mientras murmuraba en hebreo (que Sigrid pudo entender): “pues no lo entiendo”. Agradeciéndoles haber podido echar un vistazo, se despidió; Tomaso y Sigrid le proporcionaron sus teléfonos, y la despedida dejó entrever que era posible que no tardaran mucho en volverse a encontrar.
Sigrid estaba impaciente por seguir la pista de Esther, pero tendría que contenerse, porque la reunión con Paul Van Dorn no sería hasta el día siguiente, no creía que fuera buena idea retrasarla de nuevo...