Sigrid insistió sobre la posibilidad de que Emil Jacobsen fuera quien tenía en su poder el De Occultis Spherae, y (mintiendo) afirmó que había descubierto que su hija había mantenido contacto con el librero británico en las últimas semanas, contradiciendo la información que había dado antes sobre que seguramente quien lo tenía era Van Dorn. Fuentes siguió sin creerla, y cuando el clima de la conversación se hizo todavía más tenso, Tomaso intentó ayudarla. Aunque el italiano estaba un poco groggy, afirmó que quien tenía el libro no era Jacobsen, sino Van Dorn, y que a Esther la habían secuestrado y la habían llevado al sur de Francia; si no se daban prisa, perderían la pista de la joven y con ella la del libro, y eso no era lo que quería Fuentes, ¿verdad? Este dudó cuando Tomaso lo interpeló.
En ese momento, otro hombre entró en la sala, reclamando que Fuentes saliera. Tras unos instantes, el primer hombre volvió a entrar pidiendo que disculparan al señor Fuentes, que tenía que atender unos asuntos urgentes. Pasaron unos tensos 25 minutos en los que Patrick se enfrentó a sus custodios y generó algunas escenas de tensión. Tras ese tiempo, Fuentes volvió con otros dos hombres, apresurado. Los hombres iban cargados con sendas cajas metálicas bastante grandes.
—Hay que irse de aquí. Ahora —dijo con tono de urgencia.
Con paso vivo atravesaron un pasillo parecido a uno de hotel, que daba acceso a media docena de habitaciones. En una de las puertas pudieron ver el logo de WCA, pero sobre todo les llamó la atención la última de ellas a la derecha: estaba tallada con siete columnas de símbolos extraños de estilos diferentes; una de ellas resultó conocida para Tomaso, aficionado a las ciencias ocultas; en ella reconoció varios símbolos ocultistas de protección y guarda. Otra de las columnas era más reconocible para Sigrid, compuesta por símbolos muy parecidos a las letras arameas.
La puerta del fondo del pasillo los condujo a una estancia con unas escaleras metálicas que subían, dando acceso a una estancia mucho más grande, que parecía ocupar toda la planta del edificio. Era diáfana y oscura; uno de los hombres de Fuentes se aproximó a un panel y tecleó una combinación. A continuación, el propósito de aquella enorme sala quedó claro: el techo comenzó a abrirse, dejando paso para que aterrizara un helicóptero. Uno de los helicópteros silenciosos que ya habían podido ver en Estados Unidos, pero que en este caso lucía un color azul iridiscente que lo hacía difícil de distinguir contra el cielo. Mientras la aeronave aterrizaba, pudieron oír una explosión que hizo temblar levemente el suelo; sin duda se había producido en el interior del edificio. Alguien venía a por aquellos tipos, pero no necesariamente por un mejor destino para el grupo. Decidieron subir al helicóptero, perdida toda oportunidad de oponer resistencia.
No había salida, ninguna salida posible; ¿habían caído por fin en las garras de sus enemigos? ¿Qué iba a pasar? Sigrid intentó acuchillar al tipo enorme que tenía al lado, pero no tuvo éxito y este se revolvió, propinándole un puñetazo que casi la deja inconsciente. Sin armas y ya en el aire, no había esperanza.
Cuando había pasado apenas medio minuto desde el despegue, una explosión y una sacudida del helicóptero indicó que les habían alcanzado con un proyectil o quizá algo más extraño (¡¿¿alguien mencionó “un mecanomante”??!) [Punto de Destino de Derek]. El impacto averió algún sistema del aparato, y el piloto anunció que intentaría un aterrizaje en campo abierto al norte de la ciudad. Pero más importante aún, la violenta sacudida del helicóptero hizo que varios de los hombres de Fuentes sufrieran fuertes impactos y que una de las maletas metálicas que habían cargado cayera y se abriera. La maleta contenía armas de aspecto extraño; actuaron casi por reflejo. Patrick se lanzó a por una de las armas, y Derek atacó al hombre de su lado mientras Tomaso intentaba dejar inconsciente a otro. El arma que había cogido Patrick resultó ser una especie de rayo capaz de cortar cualquier cosa, y aunque operó durante un corto período de tiempo, causó un enorme daño, tanto a sus enemigos como al vehículo. Entre fuertes sacudidas y pérdidas bruscas de altitud, el grupo pudo prevalecer por fin.
Mientras el piloto intentaba controlar la pérdida de altitud para aterrizar, notaron cómo Jaime Fuentes farfullaba algo; algo en una lengua ininteligible. Cuando Patrick, que era el que más cerca se encontraba, notó cómo la temperatura bajaba bruscamente alrededor del español, le disparó en el hombro, interrumpiendo lo que fuera que estuviera haciendo. Finalmente el helicóptero aterrizó con un fuerte impacto y todos salieron al exterior. Al retirar la ropa del torso de Fuentes para que el médico que los acompañaba (el que había tratado a Robert de su herida) se miraron cuando vieron que el cuerpo del directivo estaba prácticamente totalmente cubierto de escoriaciones que formaban extraños símbolos sobre su piel. Mientras el médico procedía al tratamiento de la herida lo mejor que podía, una inspección de las maletas metálicas reveló que éstas disponían de un apartado aún más seguro donde se encontraba grabado el símbolo de “peligro, radiactividad”; en ese momento se hicieron una idea de cuál era el combustible que proveía de energía a las extrañas armas.
Se alejaron rápidamente del helicóptero siguiendo los consejos de Fuentes. Del grupo de Altamira sólo habían sobrevivido el propio Fuentes, el médico y otros dos hombres, uno de los cuales también se encontraba herido de relativa gravedad.
Llamaron a Sally para que los recogiera con una furgona y, tras alojarse en un hotel rural en un pueblecito perdido, organizaron un intercambio. Fuentes llamaría a la sede de Frankfurt de WCA para que enviaran un “saanador” que pudiera curar el desastre de la pierna de Derek; a cambio, el grupo dejaría marcharse a Jaime y sus hombres con los maletines y su contenido.
Al día siguiente hacían acto de presencia varios hombres con aspecto inconfundiblemente germano. En la casa rural sólo se encontraban Fuentes y Derek; el resto del grupo oiría la conversación desde un lugar cercano. Por suerte, Fuentes fue fiel a su palabra y presentó a Derek como uno de sus hombres que había sufrido el ataque de un epideromante. Los extraños le preguntaron en alemán por la situación de otros miembros importantes de WCA en Barcelona, y el sanador procedió a restaurar la salud de la pierna del norteamericano, que soltó un suspiro de alivio. Tras marcharse los extraños, el grupo también fue fiel a su palabra y dejó que Fuentes y sus hombres se marcharan con las maletas.
Ya tranquilos en una habitación de hotel después de la traumática experiencia, Tomaso los reunió. Con todo el trauma de la tortura y el estrés no lo había recordado hasta entonces, pero un flash le había venido a la mente de repente: en el espejo de la habitación donde se habían alojado Esther y el oniromante Lesnes, había reconocido parcialmente escrita la palabra “Narbonne”.