La posición del general Gerias no varió un ápice durante el largo tiempo que estuvieron discutiendo su curso de acción. No dio su brazo a torcer, e instó al grupo repetidas veces a darse cuenta de que la protección de los secretos ercestres debía ser su máxima prioridad si no querían verse rodeados de enemigos sobre los que no tendrían ninguna ventaja.
La conversación se extendió durante horas, hasta que Yuria, muy solemne, alegó que había dado su palabra de honor al capitán Phâlzigar de que volvería con ayuda. A partir de ese momento la actitud de lord Theodor se suavizó. Donde la lógica, la razón y la persuasión no habían tenido ningún efecto, la simple exposición de la fidelidad a la palabra dada por Yuria obró el milagro.
—Nada más lejos de mi intención que una buena ercestre falte a la palabra dada —dijo el general, con una expresión de satisfacción en su rostro.
Los dos grupos se separaron sin más discusiones, y sobre todo, para alivio de los compañeros de Yuria, sin rencores ni reproches. Al menos cada cual partiría a su destino respectivo sin la enemistad del otro.
Sin embargo, más tarde, Yuria tendría nuevos argumentos para exponer ante su compatriota: llevar a los paladines hasta Svelên no debería llevarles más de dos semanas, y el balandro del que disponían era una embarcación más rápida que cualquiera de la que pudiera disponer el general Gerias. Así que se reunió de nuevo con este en su habitación, alegando que si viajaba con ellos en el balandro después de dejar a los paladines en Svelên, recuperaría el tiempo y con toda seguridad incluso ganaría algunos días. Daradoth, de acuerdo con Faewald en acudir a Rheynald, había expresado su desacuerdo en acompañar a lord Theodor a Tarkal, alegando que deberían encargarse antes de la Daga Negra que se encontraba en posesión de la reina Armen de Esthalia, pero se plegó a la decisión de la mayoría.
Cuando Yuria ya prácticamente había convencido al general para que viajara con ellos en el Raudo, alguien llamó violentamente a la puerta. La guardia de la ciudad pedía paso, buscando al "ex-general Gerias". Con gestos y susurros, acordaron el curso de acción: el general se escondió detrás de la puerta mientras Yuria la abría y ponía toda su capacidad de mentir para afirmar que allí "no había ningún general" y sólo estaban ella y su marido. En ese momento, llegó Deir'a'Dekkan, el guardaespaldas de lord Theodor; su físico impresionante intimidó a ojos vista a los dos hombres armados que habían llamado a la puerta. Al adastrita no le costó darse cuenta de la argucia de Yuria, y fingió ser su marido malhumorado. Afortunadamente, los guardias se tragaron la historia y consiguieron salir discretamente de la posada acompañados por el general.
Decidieron pasar la noche en el barco para evitar más problemas, y al ver la calidad de la nave, el general se acabó de convencer de que sería buena idea viajar con el grupo.
El día siguiente partieron pronto hacia Emmolnir con los barcos capitaneados por Varidhos. Allí se organizó todo rápidamente para que, cuando llegaran al día siguiente los barcos que faltaban, el contingente partiera sin dilación hacia la Región del Pacto. Cuando atracaron y pusieron pie en tierra, alguien entregó a Galad una carta de su amigo, el hermano Davinios. En la carta, este instaba a Galad a reunirse con él tan pronto como pudiera en la casa de lady Ergwyn en la ciudad de Margen, en Esthalia.
Tras cargar los suministros, partieron sin más dilación. El viaje les llevó un par de días más de lo esperado; el invierno estaba cerca, y los vientos no fueron tan favorables como en el viaje que les había llevado a Emmolnir. Yuria seguía practicando el cántico y el minorio para poder descifrar algún día el diario del alquimista; Daradoth entrenaba como podía con Taheem en el arte de la esgrima; Faewald no paraba de rezongar, echando de menos su tierra; Galad rezaba, encomendando a Emmán su alma y la de todos aquellos nobles guerreros que le acompañaban; y Symeon aprovechaba las noches para pulir sus habilidades en el Mundo Onírico. Una de las noches fue más allá, y consiguió acceder por fin a la Dimensión de los Sueños, donde millones de esferas de colores variantes flotaban a su alrededor: los sueños de los habitantes de todo el mundo. Como puro ejercicio, intentó encontrar el sueño de su compañera Yuria, sin éxito. Pero Symeon era obstinado, y la noche siguiente no solo consiguió entrar en la Dimensión de los Sueños, sino que con gran esfuerzo, consiguió identificar también el sueño de Yuria. Una esfera de color verdoso a través de la que se veía una escena marina, un barco de guerra atravesando con dificultad una tormenta. Symeon estuvo tentado de intentar entrar al sueño, pero sabía que era algo complicado en grado sumo y además muy peligroso, así que se dio por satisfecho con su recién descubierta habilidad y volvió a su sueño normal.
Aun con las dificultades climáticas, consiguieron llegar a la Región del Pacto en un tiempo más que razonable. En Phazannâth les recibió con los brazos abiertos el capitán Anithôr, que saludó a los nuevos miembros del grupo afablemente. Les comentó que había conseguido hacer llegar a Svelên un centenar de hombres que ahora se encontraban dispuestos a defender el paso del valle, y que las tropas (que habían conseguido en un tiempo récord) eran más que bienvenidas. Todo se llevó a cabo con mucha discreción para evitar posibles informantes de los Terrenales; todos los paladines fueron vestidos con ropas de soldado para evitar su identificación. Al principio, algunos fueron reacios a quitarse sus túnicas, que lucían orgullosamente, pero no tuvieron más remedio que obedecer las órdenes que se les dieron. Yuria, acompañada de lord Theodor, fue a hablar con el maestro herrero, que no había tenido éxito intentando plasmar las ideas de la ercestre (acerca de un escorpión rotatorio dentro de una esfera de metal que pudiera girar en tres dimensiones) en una máquina funcional. Yuria le dio instrucciones para corregir los diseños y conseguir llevar a cabo la construcción, ante la mirada cada vez más valorativa del general, que se convenció definitivamente de la valía de la mujer.
En pocas horas remontaron el río hasta Lagarren, donde tuvieron que desembarcar finalmente. El comodoro Varidhos se despidió con un sentido apretón de manos, y Galad le dio instrucciones para dirigirse a Emmolnir a prestar sus servicios: gente de valía como él siempre era bienvenida.
Emprendieron el camino hacia el valle de Irpah bordeando el río. A sugerencia de Symeon, Daradoth se adelantó al contingente, viajando varios kilómetros en avanzada. Gracias a esto, pudo descubrir a tiempo que en los alrededores de la ciudad de Ystragen, la última antes de llegar al valle, se había levantado un campamento militar sobre el que ondeaba el estandarte del general Imradûn, el comandante de la Región. Por su tamaño, debía de albergar unos seiscientos soldados. Gracias a la velocidad del elfo, la compañía procedente de Emmolnir pudo esquivar sin mayores problemas al contingente páctiro: amparados por la lluvia, atravesaron el río por la noche con la ayuda de un balsero y viajaron por la otra ribera hasta encontrarse a una distancia prudencial; entonces utilizaron un vado y reanudaron su marcha normal.
El viaje les estaba llevando más tiempo del que habían previsto, y todos miraban de reojo atentos a las reacciones de lord Theodor. Pero para su sorpresa, el general se mostraba bastante tranquilo: su descubrimiento de las aptitudes de Yuria había relajado su actitud, aunque evidentemente seguía nervioso, pues con cada segundo que pasaba los secretos ercestres seguían expuestos al enemigo.
Por fin llegaron a la vista de las ciudadelas gemelas. Nârik y Bannâth, los hombres del capitán Phâlzigar, se adelantaron para anunciar su llegada, y al poco tiempo el contingente de paladines, aprovechando la noche y los bosques, llegaba discretamente al interior de Svelên. Allí, Phâlzigar les expresó su infinita gratitud por haberse mantenido fieles a su palabra y haber sido tan veloces trayendo ayuda; sin embargo, albergaba ciertas dudas sobre si el número de refuerzos (400 soldados) sería suficiente para defender el paso del valle. Evidentemente, era ignorante al hecho de que contaba con varias docenas de paladines entre ellos, y así se lo hizo saber Galad. Como el capitán siguió sin parecer demasiado convencido, Galad insistió en que noventa efectivos entre paladines e iniciados eran una fuerza muy superior a su número, y para demostrarlo, la mañana siguiente intentarían llevar a cabo una demostración si uno de los gigantescos Corvax que últimamente siempre sobrevolaban el valle se acercaba lo suficiente.
Después de descansar escasas horas, el grupo subió a una torre para ver el entorno y hacer unos croquis para preparar la defensa. Entre lord Theodor, Stophan y Yuria, consumados tácticos militares, desarrollaron un plan para la defensa. Decidieron que lo más importante era dificultar el paso del contingente vestalense, así que no vieron otra opción que anegar el valle. Yuria pasó la jornada diseñando un sistema a base de grandes troncos y rocas que serviría para tal propósito, y que activarían una vez que el general Imradûn hubiera llegado y, como era previsible, su contingente se hubiese alojado en Jenmarik. Pusieron sin tardanza a una gran cantidad de soldadesca y auxiliares a trabajar en el proyecto, al abrigo del bosque y la noche. También decidieron construir una línea de armas de asedio disimuladas en los bosquecillos de más al norte para poner aún más presión en las filas enemigas, equipadas con proyectiles untados en aceite rigeriano, un tipo de aceite explosivo que los químicos ercestres habían inventado hacía algún tiempo. Los componentes del aceite rigeriano no eran fáciles de encontrar, pero por alguna razón no fueron difíciles de encontrar suficientes para producir unos diez litros en Ystragen y Lagarren, así que todo iba a pedir de boca (lord Theodor concedió un margen de varios días, impresionado por su compatriota).
El otro problema que tendrían que afrontar como discutieron reunidos en consejo, serían los corvax y sus jinetes. Pero Galad los tranquilizó a tal respecto, haciendo referencia a lo que, con suerte, podrían ver en pocas horas.
Galad escogió con ayuda de Orestios a los siete paladines más poderosos del contingente y a tres de los iniciados, y ascendieron a la torre más alta de la ciudadela para reunirse allí con el resto del grupo, y el capitán. Los guardias fueron desalojados en previsión de posibles filtraciones. Daradoth y Yuria con ayuda de la lente ercestre no tardaron en avistar a uno de los grandes pájaros a una distancia considerable. La mujer cedió la lente a Galad para que pudiera ver a gran distancia a su objetivo y hacer lo que tuviera que hacer. Los paladines y los iniciados se dispusieron en un rudimentario círculo, y sus rostros dejaron entrever su concentración; todos rezaban con un quedo murmullo. A todos los presentes les pareció que sonaban en la lejanía ligeras campanillas, seguramente un efecto del poder de Emmán canalizado a través de sus fieles. Habían transcurrido poco más de dos horas cuando el corvax se acercó a una distancia muy considerable de la fortaleza pero a juicio de Galad, al alcance de su poder. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Los paladines refulgieron con un brillo plateado que ascendió en un haz hacia el cielo, y las campanillas que los presentes escuchaban al límite de su audición devinieron potentes trompetas celestiales; todos sintieron un impacto sordo de puro poder. Y el segundo siguiente, nada. Los paladines se tambalearon, agotados a ojos vista; a lo lejos, un punto se desprendió del enorme pájaro y cayó a plomo al suelo. A los pocos segundos, el ave realizaba varias piruetas y se desprendía del resto de sus jinetes, alejándose hacia el horizonte.
Todos los presentes se miraron con cara de estupefacción, pero no tardaron en reaccionar. Phâlzigar mostró vehementemente su satisfacción y volvió a dar las gracias de nuevo al grupo por haberle proporcionado tan excelentes recursos. Galad expresó su preocupación por si sus enemigos habrían detectado de alguna manera el poder desatado y habían perdido el factor sorpresa, pero con suerte no habría sido así, pues todo había sucedido muy rápido. Esperaba que todo pareciera un accidente.
Un grupo de exploradores no tardó en encontrar los cuerpos de los jinetes del corvax, confirmando la eficiencia de las habilidades de los paladines, para satisfacción de todos los presentes.
La tercera jornada llegó el contingente del general Imradûn, que se reunió en el centro del valle con los dos capitanes, Phâlzigar e Inilêth. Todos dejaron salir un suspiro de alivio cuando el general partió junto con la capitana de Jenmarik para alojar sus tropas allí. Al volver a Svelên, Phâlzigar les contó que el general había llamado su atención por las "obras que se estaban llevando a cabo en el río", y parecía haber creído que estaban construyendo un canal para abastecerse más fácilmente de agua; pero no se fiaba, y deberían proceder con el plan lo antes posible. Afortunadamente, parecía que no había reparado en la media docena de catapultas que estaban construyendo en los bosquecillos del norte...
La conversación se extendió durante horas, hasta que Yuria, muy solemne, alegó que había dado su palabra de honor al capitán Phâlzigar de que volvería con ayuda. A partir de ese momento la actitud de lord Theodor se suavizó. Donde la lógica, la razón y la persuasión no habían tenido ningún efecto, la simple exposición de la fidelidad a la palabra dada por Yuria obró el milagro.
—Nada más lejos de mi intención que una buena ercestre falte a la palabra dada —dijo el general, con una expresión de satisfacción en su rostro.
Los dos grupos se separaron sin más discusiones, y sobre todo, para alivio de los compañeros de Yuria, sin rencores ni reproches. Al menos cada cual partiría a su destino respectivo sin la enemistad del otro.
Sin embargo, más tarde, Yuria tendría nuevos argumentos para exponer ante su compatriota: llevar a los paladines hasta Svelên no debería llevarles más de dos semanas, y el balandro del que disponían era una embarcación más rápida que cualquiera de la que pudiera disponer el general Gerias. Así que se reunió de nuevo con este en su habitación, alegando que si viajaba con ellos en el balandro después de dejar a los paladines en Svelên, recuperaría el tiempo y con toda seguridad incluso ganaría algunos días. Daradoth, de acuerdo con Faewald en acudir a Rheynald, había expresado su desacuerdo en acompañar a lord Theodor a Tarkal, alegando que deberían encargarse antes de la Daga Negra que se encontraba en posesión de la reina Armen de Esthalia, pero se plegó a la decisión de la mayoría.
Cuando Yuria ya prácticamente había convencido al general para que viajara con ellos en el Raudo, alguien llamó violentamente a la puerta. La guardia de la ciudad pedía paso, buscando al "ex-general Gerias". Con gestos y susurros, acordaron el curso de acción: el general se escondió detrás de la puerta mientras Yuria la abría y ponía toda su capacidad de mentir para afirmar que allí "no había ningún general" y sólo estaban ella y su marido. En ese momento, llegó Deir'a'Dekkan, el guardaespaldas de lord Theodor; su físico impresionante intimidó a ojos vista a los dos hombres armados que habían llamado a la puerta. Al adastrita no le costó darse cuenta de la argucia de Yuria, y fingió ser su marido malhumorado. Afortunadamente, los guardias se tragaron la historia y consiguieron salir discretamente de la posada acompañados por el general.
Decidieron pasar la noche en el barco para evitar más problemas, y al ver la calidad de la nave, el general se acabó de convencer de que sería buena idea viajar con el grupo.
El día siguiente partieron pronto hacia Emmolnir con los barcos capitaneados por Varidhos. Allí se organizó todo rápidamente para que, cuando llegaran al día siguiente los barcos que faltaban, el contingente partiera sin dilación hacia la Región del Pacto. Cuando atracaron y pusieron pie en tierra, alguien entregó a Galad una carta de su amigo, el hermano Davinios. En la carta, este instaba a Galad a reunirse con él tan pronto como pudiera en la casa de lady Ergwyn en la ciudad de Margen, en Esthalia.
Tras cargar los suministros, partieron sin más dilación. El viaje les llevó un par de días más de lo esperado; el invierno estaba cerca, y los vientos no fueron tan favorables como en el viaje que les había llevado a Emmolnir. Yuria seguía practicando el cántico y el minorio para poder descifrar algún día el diario del alquimista; Daradoth entrenaba como podía con Taheem en el arte de la esgrima; Faewald no paraba de rezongar, echando de menos su tierra; Galad rezaba, encomendando a Emmán su alma y la de todos aquellos nobles guerreros que le acompañaban; y Symeon aprovechaba las noches para pulir sus habilidades en el Mundo Onírico. Una de las noches fue más allá, y consiguió acceder por fin a la Dimensión de los Sueños, donde millones de esferas de colores variantes flotaban a su alrededor: los sueños de los habitantes de todo el mundo. Como puro ejercicio, intentó encontrar el sueño de su compañera Yuria, sin éxito. Pero Symeon era obstinado, y la noche siguiente no solo consiguió entrar en la Dimensión de los Sueños, sino que con gran esfuerzo, consiguió identificar también el sueño de Yuria. Una esfera de color verdoso a través de la que se veía una escena marina, un barco de guerra atravesando con dificultad una tormenta. Symeon estuvo tentado de intentar entrar al sueño, pero sabía que era algo complicado en grado sumo y además muy peligroso, así que se dio por satisfecho con su recién descubierta habilidad y volvió a su sueño normal.
Aun con las dificultades climáticas, consiguieron llegar a la Región del Pacto en un tiempo más que razonable. En Phazannâth les recibió con los brazos abiertos el capitán Anithôr, que saludó a los nuevos miembros del grupo afablemente. Les comentó que había conseguido hacer llegar a Svelên un centenar de hombres que ahora se encontraban dispuestos a defender el paso del valle, y que las tropas (que habían conseguido en un tiempo récord) eran más que bienvenidas. Todo se llevó a cabo con mucha discreción para evitar posibles informantes de los Terrenales; todos los paladines fueron vestidos con ropas de soldado para evitar su identificación. Al principio, algunos fueron reacios a quitarse sus túnicas, que lucían orgullosamente, pero no tuvieron más remedio que obedecer las órdenes que se les dieron. Yuria, acompañada de lord Theodor, fue a hablar con el maestro herrero, que no había tenido éxito intentando plasmar las ideas de la ercestre (acerca de un escorpión rotatorio dentro de una esfera de metal que pudiera girar en tres dimensiones) en una máquina funcional. Yuria le dio instrucciones para corregir los diseños y conseguir llevar a cabo la construcción, ante la mirada cada vez más valorativa del general, que se convenció definitivamente de la valía de la mujer.
En pocas horas remontaron el río hasta Lagarren, donde tuvieron que desembarcar finalmente. El comodoro Varidhos se despidió con un sentido apretón de manos, y Galad le dio instrucciones para dirigirse a Emmolnir a prestar sus servicios: gente de valía como él siempre era bienvenida.
Emprendieron el camino hacia el valle de Irpah bordeando el río. A sugerencia de Symeon, Daradoth se adelantó al contingente, viajando varios kilómetros en avanzada. Gracias a esto, pudo descubrir a tiempo que en los alrededores de la ciudad de Ystragen, la última antes de llegar al valle, se había levantado un campamento militar sobre el que ondeaba el estandarte del general Imradûn, el comandante de la Región. Por su tamaño, debía de albergar unos seiscientos soldados. Gracias a la velocidad del elfo, la compañía procedente de Emmolnir pudo esquivar sin mayores problemas al contingente páctiro: amparados por la lluvia, atravesaron el río por la noche con la ayuda de un balsero y viajaron por la otra ribera hasta encontrarse a una distancia prudencial; entonces utilizaron un vado y reanudaron su marcha normal.
El viaje les estaba llevando más tiempo del que habían previsto, y todos miraban de reojo atentos a las reacciones de lord Theodor. Pero para su sorpresa, el general se mostraba bastante tranquilo: su descubrimiento de las aptitudes de Yuria había relajado su actitud, aunque evidentemente seguía nervioso, pues con cada segundo que pasaba los secretos ercestres seguían expuestos al enemigo.
Por fin llegaron a la vista de las ciudadelas gemelas. Nârik y Bannâth, los hombres del capitán Phâlzigar, se adelantaron para anunciar su llegada, y al poco tiempo el contingente de paladines, aprovechando la noche y los bosques, llegaba discretamente al interior de Svelên. Allí, Phâlzigar les expresó su infinita gratitud por haberse mantenido fieles a su palabra y haber sido tan veloces trayendo ayuda; sin embargo, albergaba ciertas dudas sobre si el número de refuerzos (400 soldados) sería suficiente para defender el paso del valle. Evidentemente, era ignorante al hecho de que contaba con varias docenas de paladines entre ellos, y así se lo hizo saber Galad. Como el capitán siguió sin parecer demasiado convencido, Galad insistió en que noventa efectivos entre paladines e iniciados eran una fuerza muy superior a su número, y para demostrarlo, la mañana siguiente intentarían llevar a cabo una demostración si uno de los gigantescos Corvax que últimamente siempre sobrevolaban el valle se acercaba lo suficiente.
Después de descansar escasas horas, el grupo subió a una torre para ver el entorno y hacer unos croquis para preparar la defensa. Entre lord Theodor, Stophan y Yuria, consumados tácticos militares, desarrollaron un plan para la defensa. Decidieron que lo más importante era dificultar el paso del contingente vestalense, así que no vieron otra opción que anegar el valle. Yuria pasó la jornada diseñando un sistema a base de grandes troncos y rocas que serviría para tal propósito, y que activarían una vez que el general Imradûn hubiera llegado y, como era previsible, su contingente se hubiese alojado en Jenmarik. Pusieron sin tardanza a una gran cantidad de soldadesca y auxiliares a trabajar en el proyecto, al abrigo del bosque y la noche. También decidieron construir una línea de armas de asedio disimuladas en los bosquecillos de más al norte para poner aún más presión en las filas enemigas, equipadas con proyectiles untados en aceite rigeriano, un tipo de aceite explosivo que los químicos ercestres habían inventado hacía algún tiempo. Los componentes del aceite rigeriano no eran fáciles de encontrar, pero por alguna razón no fueron difíciles de encontrar suficientes para producir unos diez litros en Ystragen y Lagarren, así que todo iba a pedir de boca (lord Theodor concedió un margen de varios días, impresionado por su compatriota).
El otro problema que tendrían que afrontar como discutieron reunidos en consejo, serían los corvax y sus jinetes. Pero Galad los tranquilizó a tal respecto, haciendo referencia a lo que, con suerte, podrían ver en pocas horas.
Galad escogió con ayuda de Orestios a los siete paladines más poderosos del contingente y a tres de los iniciados, y ascendieron a la torre más alta de la ciudadela para reunirse allí con el resto del grupo, y el capitán. Los guardias fueron desalojados en previsión de posibles filtraciones. Daradoth y Yuria con ayuda de la lente ercestre no tardaron en avistar a uno de los grandes pájaros a una distancia considerable. La mujer cedió la lente a Galad para que pudiera ver a gran distancia a su objetivo y hacer lo que tuviera que hacer. Los paladines y los iniciados se dispusieron en un rudimentario círculo, y sus rostros dejaron entrever su concentración; todos rezaban con un quedo murmullo. A todos los presentes les pareció que sonaban en la lejanía ligeras campanillas, seguramente un efecto del poder de Emmán canalizado a través de sus fieles. Habían transcurrido poco más de dos horas cuando el corvax se acercó a una distancia muy considerable de la fortaleza pero a juicio de Galad, al alcance de su poder. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Los paladines refulgieron con un brillo plateado que ascendió en un haz hacia el cielo, y las campanillas que los presentes escuchaban al límite de su audición devinieron potentes trompetas celestiales; todos sintieron un impacto sordo de puro poder. Y el segundo siguiente, nada. Los paladines se tambalearon, agotados a ojos vista; a lo lejos, un punto se desprendió del enorme pájaro y cayó a plomo al suelo. A los pocos segundos, el ave realizaba varias piruetas y se desprendía del resto de sus jinetes, alejándose hacia el horizonte.
Todos los presentes se miraron con cara de estupefacción, pero no tardaron en reaccionar. Phâlzigar mostró vehementemente su satisfacción y volvió a dar las gracias de nuevo al grupo por haberle proporcionado tan excelentes recursos. Galad expresó su preocupación por si sus enemigos habrían detectado de alguna manera el poder desatado y habían perdido el factor sorpresa, pero con suerte no habría sido así, pues todo había sucedido muy rápido. Esperaba que todo pareciera un accidente.
Un grupo de exploradores no tardó en encontrar los cuerpos de los jinetes del corvax, confirmando la eficiencia de las habilidades de los paladines, para satisfacción de todos los presentes.
La tercera jornada llegó el contingente del general Imradûn, que se reunió en el centro del valle con los dos capitanes, Phâlzigar e Inilêth. Todos dejaron salir un suspiro de alivio cuando el general partió junto con la capitana de Jenmarik para alojar sus tropas allí. Al volver a Svelên, Phâlzigar les contó que el general había llamado su atención por las "obras que se estaban llevando a cabo en el río", y parecía haber creído que estaban construyendo un canal para abastecerse más fácilmente de agua; pero no se fiaba, y deberían proceder con el plan lo antes posible. Afortunadamente, parecía que no había reparado en la media docena de catapultas que estaban construyendo en los bosquecillos del norte...