El grupo mantuvo una reunión más o menos acalorada después de que Daradoth ofreciera solucionar aquel asunto por la vía rápida quitando de en medio a los científicos ercestres haciendo uso de sus habilidades arcanas. No todo el grupo estaba de acuerdo con aquello, por descontado, y el general Gerias, apoyado por Faewald, sugirió la posibilidad de una reunión con lady Ilaith una vez que esta hubiera regresado de su viaje a las tierras del norte del principado. El general seguía siendo de la opinión de que una alianza con Ercestria sería una oferta que Ilaith dudaría en rechazar, mientras que la mayoría del resto del grupo albergaba serias dudas al respecto.
La discusión no acabó con ninguna decisión concreta, y al caer la noche, el grupo se reunió con maese Meravor, el dueño del circo con el que habían compartido tantas cosas en el Imperio Vestalense. La reunión tuvo lugar en una discreta taberna, donde Meravor abrazó a todos, alegrándose sinceramente de verlos vivos. Tras ponerse al día de sus distintas vivencias, pidieron consejo al dueño del circo sobre una posible reunión con lady Ilaith. Le explicaron todo lo que había pasado hacía unos meses y cómo ella les había instado a no cruzarse de nuevo en su camino. Meravor pensó durante unos segundos, y como ya había revelado a Symeon, les contó que la princesa estaba realmente interesada en sus habilidades y tenían un trato bastante cercano; si él estaba presente, podrían estar tranquilos, porque lady Ilaith se mostraría más receptiva a todo lo que tuvieran que decirle. Esbozó una media sonrisa, dejando entrever que utilizaría sus especiales capacidades para beneficiarlos en todo lo posible. Galad y Yuria intercambiaron una mirada, visiblemente aliviados por las palabras de Meravor. Por otro lado, Symeon relató lo que la noche anterior había percibido en el Mundo Onírico: uno de los artefactos que lady Ilaith había traído desde vestalia, la espada verdemar, estaba actuando como una potentísima baliza en esa realidad que según él, no tardaría en atraer a las fuerzas de la Sombra hasta Tarkal, seguramente encabezadas por algún kalorion; si, como había dicho Meravor, este no sentía la necesidad de desplazarse a ningún otro sitio como sí la había sentido en Creä, quizá era porque sus capacidades iban a ser requeridas en breve en Tarkal, y aquello preocupaba al errante. Desde luego, de lo que estaba seguro era de que era extremadamente peligrosos mantener aquel objeto allí sin una protección adecuada en el Mundo Onírico.
Tras despedirse de Meravor y regresar a su posada, Symeon volvió a entrar en el Mundo Onírico, intrigado por el poder de aquella espada. Volvió a ver el resplandor verdoso que procedía del palacio y se acercó; millones de alfileres atravesaron cada poro de su piel, pero consiguió mantener la compostura y consiguió acercarse un poco más, hasta que sintió un pulso de dolor que recorrió todo su cuerpo y decidió salir de allí. Pero el errante era testarudo, y la noche siguiente lo volvería a intentar. Esa vez decidió (y consiguió) resistir un poco más, sintiendo el latido de dolor recorrer todo su cuerpo. Pero eso no era todo; por debajo del pulso, muy levemente, como un quedo lamento, pudo escuchar lo que parecía la voz de una mujer joven: "sacadme de aquí", decía. Pero en realidad no era un lamento, sino más bien una exigencia; cada palabra de la letanía parecía taladrar la mente de Symeon, que por un momento quedó aturdido "sacadme de aquí...sacadme de aquí... sacadme de aquí...". Y cada repetición, acompañada por un pulso de dolor que prometía sufrimiento infinito... Symeon tuvo que salir a la vigilia, bañado en sudor.
Durante aquellos dos días fue recurrente la discusión sobre la conveniencia de reunirse con Ilaith o en su lugar, acabar cuanto antes con los dos científicos. Daradoth abogaba por esta opción para continuar cuanto antes su viaje hacia el Pacto de los Seis y volver a la Región del Pacto con refuerzos, pero después de la conversación con Meravor, el resto del grupo se mostraba prácticamente convencido de que deberían reunirse con la princesa. Y finalmente, transcurridos los dos días, lady Ilaith volvió a Tarkal entre fanfarrias y vítores de la multitud. Parecía muy querida por su pueblo. La comitiva se componía de varios carruajes, orgullosos soldados y varios cetreros, y lo que más llamaba la atención: una media docena de juglares sermios. Algunos de ellos lucían un colgante en forma de arpa dorada. En deferencia a la multitud, comenzaron a cantar con estentóreas voces lo que debía de ser el himno de Tarkal, porque pronto fueron acompañados por centenares de personas en el canto, voces que sin embargo no eran capaces de apagar el torrente de sonido de las gargantas de los juglares; una escena realmente emocionante.
Transcurridas pocas horas, un guardia hacía acto de presencia portando una carta remitida por Meravor. En la carta les informaba de que lady Ilaith les recibiría en un acto lo más discreto posible el día siguiente en la séptima campanada de la tarde.
Una escolta armada acompañó al grupo hasta palacio. Cuando atravesaron el segundo bastión, accedieron a un inmenso complejo donde se veían multitud de grúas, cadenas y cabestrantes, operadas por humanos y enanos. El sonido de las forjas restallaba por doquier, además de otros sonidos más difícilmente identificables. Algunos capataces rugían órdenes en diversos idiomas.
El tercer bastión, un muro más bien estrecho pero excepcionalmente pulido (casi imposible de escalar con medios convencionales), daba acceso a una fortaleza de corte moderno, con ángulos rectos y basada en geometrías octogonales. Un senescal los recibió ante una puerta ornamentada de forma minimalista, y los anunció con voz profunda, dándoles acceso a la Sala del Trono. Como todo en Tarkal, la sala era bella pero contenida, sin caer en excesos. Meravor los recibió con una sonrisa y apretones de manos, y encabezó la comitiva ante el trono de lady Ilaith. Al menos tres docenas de personas se encontraban en la sala, y Meravor les aseguró entre susurros que realmente era una reunión discreta para lo que era habitual allí. Lady Ilaith se encontraba en su Trono, majestuosa como siempre; a su lado, dos de sus consejeros, un hombre y una mujer, y sus dos protectores: una de las paladines de Osara y un hombre maduro, bajo y delgado, que lucía en la vaina de su espada la runa Falmor, lo que le identificaba como un Maestro de la Esgrima. Realmente lady Ilaith se estaba rodeando de una fuerza muy significativa. Otro hecho que llamó la atención de Yuria y Galad fue que en Tarkal se estaba intentando reproducir también el tipo de vestimenta del ejército ercestre; los guardias de élite presentes en la sala ya lucían las casacas de cuero propias de su tierra natal.
El recibimiento fue frío (incluso intimidatorio, pues Ilaith se puso de pie con gesto adusto cuando se acercaron a ella), pero mucho menos de lo esperado; se arrodillaron ante ella al modo ercestre, excepto Daradoth, que solamente se inclinó. La influencia de Meravor se hizo notar desde el primer momento, y sus palabras presentando al grupo como "unos viejos amigos que milagrosamente nos han encontrado de nuevo" suavizaron las facciones de la Princesa Comerciante, que descendió un par de escalones y les dio la bienvenida, diciendo alegrarse de que Osara los hubiera traído sanos y salvos hasta Tarkal después de la odisea vivida en vestalia. Odisea de la que pidió más detalles, y Yuria no dudó en dárselos. Le habló de su misión para acabar con el Ra'Akarah y cómo eso había hecho que hubiera tenido que rechazar su oferta; como sabía, el conflicto que rodeaba al mesías vestalense y sus seguidores iba más allá de los intereses físicos o políticos, y muy a su pesar aquella misión había prevalecido sobre todas las demás cosas, incluso sobre la tentadora oferta de Ilaith. También le explicaron la misión en la que se encontraban embarcados en ese momento, intentando conseguir refuerzos para la defensa de la Región del Pacto contra los invasores vestalenses. La Princesa les escuchó sin interrumpirlos, y atenta el largo tiempo que les llevó contar toda su historia; de vez en cuando les pedía más detalles, y ellos se los daban.
Cuando acabaron su exposición, lady Ilaith ordenó desalojar la sala a todos los presentes excepto a sus consejeros y sus protectores, e hizo que se dispusiera una gran mesa para cenar. Ella se sentó a la cabecera, y la conversación derivó a un tono más informal, pero igualmente importante. Satisfecho el apetito y la sed, Ilaith cambió de nuevo el tono y avisó que lo que hablaran allí no debería llegar a oídos indiscretos.
Primero enfocó la conversación en Galad, interesada en establecer una colaboración con el paladín, a la cual este no se opuso, siempre que no implicara entrar a su servicio y perder su libertad. Ilaith hizo un gesto y su consejera le alargó un papel con un lacre roto: una carta ya leída.
—Como paladín de Emmán, me interesa vuestra opinión acerca de esta carta que recibí hace unos días; si tenéis a bien leerla, os lo agradecería sobremanera —la consejera pasó la carta a Galad.
La carta estaba escrita en Erceste, y lo primero que llamó la atención de Galad y casi le hizo dar un salto fue la firma: Davinios Oriasthos; ¿Qué querría su amigo de la infancia de lady Ilaith? La misiva se enviaba desde la ciudad de Margen, a donde Galad había sido convocado por su amigo; este mencionaba la oferta que Ilaith había hecho a los paladines de Emmán para trasladarse desde Emmolnir a Tarkal y que los hijos de Emmán habían rechazado. A continuación pasaba a ofrecer los servicios, o la colaboración y posible traslado de varias decenas de paladines que no estaban de acuerdo con las políticas y decisiones adoptadas por la jerarquía de Emmolnir. Galad se quedó pensativo unos instantes, sorprendido; la carta parecía genuina, desde luego, y así se lo hizo saber a Ilaith, recomendándole contactar con Davinios y conversar con él. La Princesa le miró fijamente, y al cabo de unos segundos sonrió e hizo un gesto de asentimiento; acto seguido, pidió a Galad el favor de ser él quien hablara con Davinios en su nombre portando una carta de su puño y letra, a lo que el paladín accedió gustoso.
Ilaith puso a continuación su atención en Yuria. Ofreció solucionar (al menos de momento) el problema de los refuerzos a la región del Pacto poniendo a disposición del grupo dos compañías enteras de su ejército; incluso mejoró la oferta ofreciendo una compañía de regulares y los mercenarios adastritas Alas Grises al completo. El grupo se miró entre sí, sorprendido y agradecido a la vez. No obstante, Ilaith no había terminado, y lanzó una oferta que dejó a todos con la boca abierta: quería que Yuria entrara a su servicio como mariscal y comandante en jefe de sus ejércitos, o al menos en principio como co-comandante, junto con el mariscal Rythen. Deseaba contar con sus conocimientos de tácticas e ingeniería; no habían podido reproducir el dirigible del que le habló en vestalia, y según ella, así tendría un papel decisivo en la lucha entre Luz y Sombra que estaba a punto de entablarse. Yuria sintió que el corazón le daba un vuelco. El anhelo de su vida estaba a su alcance, tendría la oportunidad de demostrar a todos su verdadera valía; no podía rechazarlo, pero no quiso dar una respuesta afirmativa todavía, hasta pensarlo bien. Ilaith la miró muy seria, y le concedió hasta el día siguiente para pensarlo; pero sus palabras dejaban bien claro que no esperaba un "no" por respuesta esta vez. Ni tampoco Yuria quería dárselo, de todas formas. Por otra parte, la oferta de las dos compañías resolvería el asunto de la Región del Pacto de forma inmediata de momento, con lo que todos salían ganando. Además, Ilaith accedió también a la petición de Yuria de no revelar secretos ercestres y únicamente trabajar en diseños nuevos; se notaba que quería los servicios de la ercestre a toda costa.
Por último tomó la palabra el general Gerias. Expuso el problema de la compañía ercestre acampada en el segundo bastión encabezada por su hijo Alexandras, y la necesidad de que retornara o ejecutara a los dos científicos que había traído consigo. Además, exigía la cabeza de Alexandras en una pica por alta traición y la destrucción de cualesquiera documentos o diseños ercestres que le hubieran proporcionado.
Durante unos instantes, la tensión se hizo palpable, e Ilaith quedó seria y pensativa. Por un momento, temieron que fuera a arrestar al general y la situación se convirtiera en insostenible. Pero ese momento no llegó.
Para la enorme sorpresa de todos, y sobre todo del general, Ilaith aceptó sus peticiones. Y solamente puso una condición. Si tanto Yuria como el antiguo general entraban a su servicio (y cualquier otro miembro de su grupo sería bienvenido también), todo lo que pedía Theodor Gerias sería concedido (a excepción de ejecuciones sumarias, cosa mal vista en Tarkal). Por supuesto, respetaría la petición de no desvelar secretos ercestres y partir de cero con los diseños que Yuria pudiera crear. Gerias miró a Yuria de forma muy valorativa, intrigado por el interés de Ilaith en ella y temiendo haberse equivocado con ella en el pasado.
Se hizo un silencio valorativo, y Symeon tomó la palabra. Preguntó a Ilaith si creía estar realmente preparada para defender Tarkal contra la Sombra, relatándole el episodio de los dos kaloriones en la frontera de la Región del Pacto y cómo eran capaces de transportarse por medios "mágicos". Ilaith se consideraba preparada, pero afirmó que no tenía que ser ella sola la que luchara contra la Sombra, sino que el resto de naciones deberían aportar su granito de arena -miró ligeramente al general Gerias y a Galad-. Ante la pregunta de Symeon y la mención de los kaloriones, Meravor se creyó en la obligación de informar a Ilaith acerca de las confidencias que había compartido con él Symeon un par de días antes. Contó a la Princesa que el errante era capaz de entrar en el Mundo Onírico del que ya le había hablado alguna vez, y lo que había visto en él en relación a la Espada Verdemar y cómo podía ser un foco de atracción de la Sombra. Symeon, que hasta entonces había pasado totalmente desapercibido para Ilaith, ahora recibía toda su atención; la princesa sonrió, y por supuesto incluyó al errante en los tratos que se estaban estableciendo...
Lady Ilaith Meral |
Tras despedirse de Meravor y regresar a su posada, Symeon volvió a entrar en el Mundo Onírico, intrigado por el poder de aquella espada. Volvió a ver el resplandor verdoso que procedía del palacio y se acercó; millones de alfileres atravesaron cada poro de su piel, pero consiguió mantener la compostura y consiguió acercarse un poco más, hasta que sintió un pulso de dolor que recorrió todo su cuerpo y decidió salir de allí. Pero el errante era testarudo, y la noche siguiente lo volvería a intentar. Esa vez decidió (y consiguió) resistir un poco más, sintiendo el latido de dolor recorrer todo su cuerpo. Pero eso no era todo; por debajo del pulso, muy levemente, como un quedo lamento, pudo escuchar lo que parecía la voz de una mujer joven: "sacadme de aquí", decía. Pero en realidad no era un lamento, sino más bien una exigencia; cada palabra de la letanía parecía taladrar la mente de Symeon, que por un momento quedó aturdido "sacadme de aquí...sacadme de aquí... sacadme de aquí...". Y cada repetición, acompañada por un pulso de dolor que prometía sufrimiento infinito... Symeon tuvo que salir a la vigilia, bañado en sudor.
Durante aquellos dos días fue recurrente la discusión sobre la conveniencia de reunirse con Ilaith o en su lugar, acabar cuanto antes con los dos científicos. Daradoth abogaba por esta opción para continuar cuanto antes su viaje hacia el Pacto de los Seis y volver a la Región del Pacto con refuerzos, pero después de la conversación con Meravor, el resto del grupo se mostraba prácticamente convencido de que deberían reunirse con la princesa. Y finalmente, transcurridos los dos días, lady Ilaith volvió a Tarkal entre fanfarrias y vítores de la multitud. Parecía muy querida por su pueblo. La comitiva se componía de varios carruajes, orgullosos soldados y varios cetreros, y lo que más llamaba la atención: una media docena de juglares sermios. Algunos de ellos lucían un colgante en forma de arpa dorada. En deferencia a la multitud, comenzaron a cantar con estentóreas voces lo que debía de ser el himno de Tarkal, porque pronto fueron acompañados por centenares de personas en el canto, voces que sin embargo no eran capaces de apagar el torrente de sonido de las gargantas de los juglares; una escena realmente emocionante.
Transcurridas pocas horas, un guardia hacía acto de presencia portando una carta remitida por Meravor. En la carta les informaba de que lady Ilaith les recibiría en un acto lo más discreto posible el día siguiente en la séptima campanada de la tarde.
Una escolta armada acompañó al grupo hasta palacio. Cuando atravesaron el segundo bastión, accedieron a un inmenso complejo donde se veían multitud de grúas, cadenas y cabestrantes, operadas por humanos y enanos. El sonido de las forjas restallaba por doquier, además de otros sonidos más difícilmente identificables. Algunos capataces rugían órdenes en diversos idiomas.
El tercer bastión, un muro más bien estrecho pero excepcionalmente pulido (casi imposible de escalar con medios convencionales), daba acceso a una fortaleza de corte moderno, con ángulos rectos y basada en geometrías octogonales. Un senescal los recibió ante una puerta ornamentada de forma minimalista, y los anunció con voz profunda, dándoles acceso a la Sala del Trono. Como todo en Tarkal, la sala era bella pero contenida, sin caer en excesos. Meravor los recibió con una sonrisa y apretones de manos, y encabezó la comitiva ante el trono de lady Ilaith. Al menos tres docenas de personas se encontraban en la sala, y Meravor les aseguró entre susurros que realmente era una reunión discreta para lo que era habitual allí. Lady Ilaith se encontraba en su Trono, majestuosa como siempre; a su lado, dos de sus consejeros, un hombre y una mujer, y sus dos protectores: una de las paladines de Osara y un hombre maduro, bajo y delgado, que lucía en la vaina de su espada la runa Falmor, lo que le identificaba como un Maestro de la Esgrima. Realmente lady Ilaith se estaba rodeando de una fuerza muy significativa. Otro hecho que llamó la atención de Yuria y Galad fue que en Tarkal se estaba intentando reproducir también el tipo de vestimenta del ejército ercestre; los guardias de élite presentes en la sala ya lucían las casacas de cuero propias de su tierra natal.
El recibimiento fue frío (incluso intimidatorio, pues Ilaith se puso de pie con gesto adusto cuando se acercaron a ella), pero mucho menos de lo esperado; se arrodillaron ante ella al modo ercestre, excepto Daradoth, que solamente se inclinó. La influencia de Meravor se hizo notar desde el primer momento, y sus palabras presentando al grupo como "unos viejos amigos que milagrosamente nos han encontrado de nuevo" suavizaron las facciones de la Princesa Comerciante, que descendió un par de escalones y les dio la bienvenida, diciendo alegrarse de que Osara los hubiera traído sanos y salvos hasta Tarkal después de la odisea vivida en vestalia. Odisea de la que pidió más detalles, y Yuria no dudó en dárselos. Le habló de su misión para acabar con el Ra'Akarah y cómo eso había hecho que hubiera tenido que rechazar su oferta; como sabía, el conflicto que rodeaba al mesías vestalense y sus seguidores iba más allá de los intereses físicos o políticos, y muy a su pesar aquella misión había prevalecido sobre todas las demás cosas, incluso sobre la tentadora oferta de Ilaith. También le explicaron la misión en la que se encontraban embarcados en ese momento, intentando conseguir refuerzos para la defensa de la Región del Pacto contra los invasores vestalenses. La Princesa les escuchó sin interrumpirlos, y atenta el largo tiempo que les llevó contar toda su historia; de vez en cuando les pedía más detalles, y ellos se los daban.
Cuando acabaron su exposición, lady Ilaith ordenó desalojar la sala a todos los presentes excepto a sus consejeros y sus protectores, e hizo que se dispusiera una gran mesa para cenar. Ella se sentó a la cabecera, y la conversación derivó a un tono más informal, pero igualmente importante. Satisfecho el apetito y la sed, Ilaith cambió de nuevo el tono y avisó que lo que hablaran allí no debería llegar a oídos indiscretos.
Primero enfocó la conversación en Galad, interesada en establecer una colaboración con el paladín, a la cual este no se opuso, siempre que no implicara entrar a su servicio y perder su libertad. Ilaith hizo un gesto y su consejera le alargó un papel con un lacre roto: una carta ya leída.
—Como paladín de Emmán, me interesa vuestra opinión acerca de esta carta que recibí hace unos días; si tenéis a bien leerla, os lo agradecería sobremanera —la consejera pasó la carta a Galad.
La carta estaba escrita en Erceste, y lo primero que llamó la atención de Galad y casi le hizo dar un salto fue la firma: Davinios Oriasthos; ¿Qué querría su amigo de la infancia de lady Ilaith? La misiva se enviaba desde la ciudad de Margen, a donde Galad había sido convocado por su amigo; este mencionaba la oferta que Ilaith había hecho a los paladines de Emmán para trasladarse desde Emmolnir a Tarkal y que los hijos de Emmán habían rechazado. A continuación pasaba a ofrecer los servicios, o la colaboración y posible traslado de varias decenas de paladines que no estaban de acuerdo con las políticas y decisiones adoptadas por la jerarquía de Emmolnir. Galad se quedó pensativo unos instantes, sorprendido; la carta parecía genuina, desde luego, y así se lo hizo saber a Ilaith, recomendándole contactar con Davinios y conversar con él. La Princesa le miró fijamente, y al cabo de unos segundos sonrió e hizo un gesto de asentimiento; acto seguido, pidió a Galad el favor de ser él quien hablara con Davinios en su nombre portando una carta de su puño y letra, a lo que el paladín accedió gustoso.
Ilaith puso a continuación su atención en Yuria. Ofreció solucionar (al menos de momento) el problema de los refuerzos a la región del Pacto poniendo a disposición del grupo dos compañías enteras de su ejército; incluso mejoró la oferta ofreciendo una compañía de regulares y los mercenarios adastritas Alas Grises al completo. El grupo se miró entre sí, sorprendido y agradecido a la vez. No obstante, Ilaith no había terminado, y lanzó una oferta que dejó a todos con la boca abierta: quería que Yuria entrara a su servicio como mariscal y comandante en jefe de sus ejércitos, o al menos en principio como co-comandante, junto con el mariscal Rythen. Deseaba contar con sus conocimientos de tácticas e ingeniería; no habían podido reproducir el dirigible del que le habló en vestalia, y según ella, así tendría un papel decisivo en la lucha entre Luz y Sombra que estaba a punto de entablarse. Yuria sintió que el corazón le daba un vuelco. El anhelo de su vida estaba a su alcance, tendría la oportunidad de demostrar a todos su verdadera valía; no podía rechazarlo, pero no quiso dar una respuesta afirmativa todavía, hasta pensarlo bien. Ilaith la miró muy seria, y le concedió hasta el día siguiente para pensarlo; pero sus palabras dejaban bien claro que no esperaba un "no" por respuesta esta vez. Ni tampoco Yuria quería dárselo, de todas formas. Por otra parte, la oferta de las dos compañías resolvería el asunto de la Región del Pacto de forma inmediata de momento, con lo que todos salían ganando. Además, Ilaith accedió también a la petición de Yuria de no revelar secretos ercestres y únicamente trabajar en diseños nuevos; se notaba que quería los servicios de la ercestre a toda costa.
Por último tomó la palabra el general Gerias. Expuso el problema de la compañía ercestre acampada en el segundo bastión encabezada por su hijo Alexandras, y la necesidad de que retornara o ejecutara a los dos científicos que había traído consigo. Además, exigía la cabeza de Alexandras en una pica por alta traición y la destrucción de cualesquiera documentos o diseños ercestres que le hubieran proporcionado.
Durante unos instantes, la tensión se hizo palpable, e Ilaith quedó seria y pensativa. Por un momento, temieron que fuera a arrestar al general y la situación se convirtiera en insostenible. Pero ese momento no llegó.
Para la enorme sorpresa de todos, y sobre todo del general, Ilaith aceptó sus peticiones. Y solamente puso una condición. Si tanto Yuria como el antiguo general entraban a su servicio (y cualquier otro miembro de su grupo sería bienvenido también), todo lo que pedía Theodor Gerias sería concedido (a excepción de ejecuciones sumarias, cosa mal vista en Tarkal). Por supuesto, respetaría la petición de no desvelar secretos ercestres y partir de cero con los diseños que Yuria pudiera crear. Gerias miró a Yuria de forma muy valorativa, intrigado por el interés de Ilaith en ella y temiendo haberse equivocado con ella en el pasado.
Se hizo un silencio valorativo, y Symeon tomó la palabra. Preguntó a Ilaith si creía estar realmente preparada para defender Tarkal contra la Sombra, relatándole el episodio de los dos kaloriones en la frontera de la Región del Pacto y cómo eran capaces de transportarse por medios "mágicos". Ilaith se consideraba preparada, pero afirmó que no tenía que ser ella sola la que luchara contra la Sombra, sino que el resto de naciones deberían aportar su granito de arena -miró ligeramente al general Gerias y a Galad-. Ante la pregunta de Symeon y la mención de los kaloriones, Meravor se creyó en la obligación de informar a Ilaith acerca de las confidencias que había compartido con él Symeon un par de días antes. Contó a la Princesa que el errante era capaz de entrar en el Mundo Onírico del que ya le había hablado alguna vez, y lo que había visto en él en relación a la Espada Verdemar y cómo podía ser un foco de atracción de la Sombra. Symeon, que hasta entonces había pasado totalmente desapercibido para Ilaith, ahora recibía toda su atención; la princesa sonrió, y por supuesto incluyó al errante en los tratos que se estaban estableciendo...
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