Lady Ilaith también manifestó su deseo de que Symeon se quedara en Tarkal como guardián del Mundo Onírico de la ciudad.
A continuación tuvo lugar una nueva acalorada conversación del grupo en su totalidad. Daradoth expresó su desacuerdo en aceptar las ofertas de Ilaith, pero el resto del grupo no vio otra opción y decidió aceptarlas. Poco después se reunían de nuevo con la princesa en palacio para mostrar su aquiescencia. Symeon puso algunas condiciones sobre la libertad de movimientos de sus compañeros y él mismo, y tras llegar a un acuerdo la princesa concedió un puesto en su consejo al errante y a Yuria. A esta última, como habían acordado, la convirtió en la co-comandante de sus ejércitos e ingeniera jefe.
Esa misma noche, tras la aceptación de la mayoría del grupo, un sirviente pidió a Daradoth que le acompañara hasta los jardines de palacio, donde le esperaba lady Ilaith. La princesa lo saludó, educada. Ilaith se interesó por los motivos por los que se encontraba fuera de Doranna y que le habían llevado hasta allí en unas circunstancias tan peculiares. Daradoth reveló su condición de exiliado en una búsqueda forzosa, y su ambición de volver para hacerse con el mando cuando demostrara la escasa capacidad como gobernante del Alto Rey Lord Natarin. Ante las palabras del elfo, la princesa rebulló interesada, y después de algunos circunloquios y medias palabras abordó el tema directamente asegurando a Daradoth que ella quería ayudarlo; así que le preguntó qué necesitaba. El elfo le contestó que si realmente quería prestarle su ayuda, solamente podría hacerlo si llegara a ser la reina de toda Aredia, pues solo con ese poder podría someter a Doranna. Tras pensarlo unos instantes, Ilaith le respondió con los ojos brillantes, conminándole a ayudarla a convertirse en la reina de toda Aredia para después conseguir su objetivo de derrocar a Natarin. Acto seguido, ofreció a Daradoth un puesto en su consejo que el elfo rechazo, pues no quería presentarse a sí mismo como sometido a una gobernante humana; así que acordaron una ayuda mutua tácita, sin títulos de por medio; Daradoth sería presentado como un "noble aliado elfo".
Una vez acordados los términos de su colaboración, Ilaith expresó su deseo de que Daradoth la acompañara un mes después a la Asamblea de los Príncipes Comerciantes en Eskatha para cumplir sus planes de hacerse con el mando de la Confederación. La princesa se mostró tan convencida de que Daradoth vería la conveniencia de colaborar con ella, que le reveló sus planes: en breve establecería una alianza con dos de los principados más poderosos, e invadiría en corto plazo otros dos principados limítrofes; estos principados, entre algunos otros, estaban comerciando con un metal nuevo descubierto en unas remotas islas en el lejano oeste, metal que tenía propiedades extraordinarias para repeler los efectos mágicos. Daradoth pensó al instante en el colgante de Yuria, pues la descripción coincidía hasta cierto punto con el material del que estaba construido. Lo peor no era eso, sino que Ilaith decía tener constancia de que esos principados estaban comerciando con el Cónclave del Dragón, traficando con una cantidad considerable del extraño metal. Este hecho acabó de convencer a Daradoth, que asintió solemnemente aceptando la petición de la princesa. Esta también le pidió que transmitiera a Galad el mismo requerimiento para acompañarla a Eskatha; el elfo lo haría pocos minutos después, no sin antes revelar a Ilaith la existencia de la Kothmorui, la Daga Negra de los kaloriones encontrada en el Kaikar y la disputa entre el rey y la reina de Esthalia. La princesa le prometió encargarse de aquello tan pronto como fuera posible.
El día siguiente, Galad, Daradoth, Taheem y Faewald se trasladaron a la residencia de tropas dentro del segundo bastión, y el resto del grupo era alojado en el ala oeste de palacio, la más lujosa. Poco después tenía lugar una ceremonia formal en la que la propia Ilaith puso los galones de mariscal en las mangas de Yuria entre los aplausos un poco tímidos de los asistentes. A continuación se organizó una fiesta para celebrar el nombramiento de Yuria, Symeon y Theodor, con el estado mayor del ejército al completo y muchas personalidades importantes del principado. Durante la fiesta también fue presentado Daradoth como nuevo aliado de Tarkal, y se le hizo entrega formalmente de una bellísima espada forjada con un nuevo metal, llamado Kuendar, y con varias runas enanas visibles en su hoja; Daradoth se inclinó, agradeciendo el presente y diciendo unas palabras para afirmar su colaboración con Ilaith.
Yuria pasó los siguientes tres días encerrada en sus aposentos aprehendiendo todos los detalles sobre el ejército de Tarkal, sus recursos, sus instalaciones y sus proyectos actuales. Tomó posesión de su cargo como ingeniera jefe y dejó que sus subordinados la guiaran, explicándole lo que hacían allí. Se cancelaron los desarrollos basados en secretos ercestres como parte del acuerdo con el grupo, y se arrojó a una celda a los científicos ercestres y al hijo del general Gerias, Alexandras.
Se destinó a una compañía de regulares y a los Alas Grises al refuerzo de la Región del Pacto, bajo el mando del general Theodor por sugerencia de Yuria. En poco más de cuarenta y ocho horas las dos compañías partían discretamente en ayuda de los paladines y los Leales del Pacto.
Muchos secretos fueron revelados a Yuria, entre ellos el descubrimiento de la Kregora (así llamaban al metal antimágico descubierto en las lejanas islas occidentales, pues Kregora era el nombre antiguo de una criatura mitológica negra como la noche que se alimentaba de energía vital) y de oro y nuevos metales en las minas de las Ádracen, además de los objetos mágicos desarrollados por los alquimistas enanos. Ilaith pidió a la ercestre el desarrollo de nuevas armas y de nuevas tácticas para sus ejércitos que pudieran incorporar a sus recursos especiales, como los paladines de Osara y los guerreros enanos (de los que poseía una compañía). La prioridad de Yuria sería desarrollar el ingenio volador que en Tarkal no habían podido reproducir para poder transportar tropas y suministros rápidamente a los campos de batalla o donde hicieran falta.
A requerimiento de Symeon, el día siguiente Ilaith los condujo a la cámara acorazada, una enorme estancia donde se podían ver riquezas sin parangón. Y en el centro, dos cajas cerradas. Cuando abrieron la primera, una luz dorada los alumbró: Églaras, la espada del Profeta. En el instante en que la caja se abrió, Galad comenzó a escuchar una música celestial, y quedó como hipnotizado. Sus compañeros pudieron sacarlo del trance y el paladín, sorprendido, no pudo sino preguntarles si eran capaces de oír los cánticos que sonaban; todos se miraron y nadie manifestó poder oírlos, así que era evidente que la espada debía de estar afectando a Galad de alguna forma. Este pidió permiso para empuñarla, y así lo hizo. Al tenerla en la mano, algo comenzó a increparlo en su mente: "¡Asciende! ¡Asciende! ¡Emmán te escucha! ¡Por fin alguien digno!". El poder pareció llenar todos sus vasos sanguíneos y henchir sus músculos de pura fuerza celestial. El resto del grupo dio un paso atrás cuando Galad comenzó a destellar con una luz dorada y unas alas luminosas comenzaron a desplegarse en su espalda. A los pocos segundos, el paladín se tambaleó, cayó inconsciente y dejó caer la espada.
No tardó en recuperarse más que unos pocos minutos, y una vez que lo hizo se abría la segunda caja. En ella se encontraba otra espada que brillaba con un resplandor verdemar y en el acto todos (excepto Yuria) rebulleron incómodos por la sensación de picor en su piel. Esta vez fue Symeon quien escuchó una voz, un quedo susurro que no alcanzaba a entender, pero estaba seguro de que era la espada quien trataba de comunicarse con él. El errante decidió acudir a la Casa de los Paladines de Osara y allí entró en el Mundo Onírico; se acercó hacia el palacio con la sensación de dolor de siempre, pero este desapareció de repente, así que aprovechó para acercarse hasta la representación onírica de la cámara acorazada; esta aparecía vacía excepto por una muchacha joven sentada en una austera silla; la piel de la joven era pálida como la leche, y su pelo y ojos de color verde azulado. Con voz suave, la muchacha pidió a Symeon que la ayudara a salir de allí, extendiendo hacia él sus manos, que el errante tocó levemente.
Tras salir del Mundo Onírico, Symeon pidió permiso a lady Ilaith para esgrimir la espada verdemar, a lo que esta se negó en principio por el peligro que suponía (ya habían muerto dos personas por accidente, y no quería perder un recurso tan valioso como Symeon). No obstante, las explicaciones del errante la convencieron y dio su permiso. Cerraron la puerta de la cámara, dejando solo en ella a Symeon. Empuñar la espada resultó ser mala idea, pues el infierno de dolor resultante casi acaba con la vida del errante [punto de destino].
A continuación, pasaron a trazar planes: Daradoth, Galad, Faewald y quizá Taheem partirían a Margen para hablar con Davinios y después reunirse con el marqués de Strawen para tratar el asunto de la Daga Negra. Symeon se quedaría en Tarkal y quizá partiría a la Gran Biblioteca de Doedia para investigar más sobre los artefactos. Yuria, por su parte, tendría que dedicar al menos dos semanas al desarrollo del ingenio volador.
A continuación tuvo lugar una nueva acalorada conversación del grupo en su totalidad. Daradoth expresó su desacuerdo en aceptar las ofertas de Ilaith, pero el resto del grupo no vio otra opción y decidió aceptarlas. Poco después se reunían de nuevo con la princesa en palacio para mostrar su aquiescencia. Symeon puso algunas condiciones sobre la libertad de movimientos de sus compañeros y él mismo, y tras llegar a un acuerdo la princesa concedió un puesto en su consejo al errante y a Yuria. A esta última, como habían acordado, la convirtió en la co-comandante de sus ejércitos e ingeniera jefe.
Esa misma noche, tras la aceptación de la mayoría del grupo, un sirviente pidió a Daradoth que le acompañara hasta los jardines de palacio, donde le esperaba lady Ilaith. La princesa lo saludó, educada. Ilaith se interesó por los motivos por los que se encontraba fuera de Doranna y que le habían llevado hasta allí en unas circunstancias tan peculiares. Daradoth reveló su condición de exiliado en una búsqueda forzosa, y su ambición de volver para hacerse con el mando cuando demostrara la escasa capacidad como gobernante del Alto Rey Lord Natarin. Ante las palabras del elfo, la princesa rebulló interesada, y después de algunos circunloquios y medias palabras abordó el tema directamente asegurando a Daradoth que ella quería ayudarlo; así que le preguntó qué necesitaba. El elfo le contestó que si realmente quería prestarle su ayuda, solamente podría hacerlo si llegara a ser la reina de toda Aredia, pues solo con ese poder podría someter a Doranna. Tras pensarlo unos instantes, Ilaith le respondió con los ojos brillantes, conminándole a ayudarla a convertirse en la reina de toda Aredia para después conseguir su objetivo de derrocar a Natarin. Acto seguido, ofreció a Daradoth un puesto en su consejo que el elfo rechazo, pues no quería presentarse a sí mismo como sometido a una gobernante humana; así que acordaron una ayuda mutua tácita, sin títulos de por medio; Daradoth sería presentado como un "noble aliado elfo".
Una vez acordados los términos de su colaboración, Ilaith expresó su deseo de que Daradoth la acompañara un mes después a la Asamblea de los Príncipes Comerciantes en Eskatha para cumplir sus planes de hacerse con el mando de la Confederación. La princesa se mostró tan convencida de que Daradoth vería la conveniencia de colaborar con ella, que le reveló sus planes: en breve establecería una alianza con dos de los principados más poderosos, e invadiría en corto plazo otros dos principados limítrofes; estos principados, entre algunos otros, estaban comerciando con un metal nuevo descubierto en unas remotas islas en el lejano oeste, metal que tenía propiedades extraordinarias para repeler los efectos mágicos. Daradoth pensó al instante en el colgante de Yuria, pues la descripción coincidía hasta cierto punto con el material del que estaba construido. Lo peor no era eso, sino que Ilaith decía tener constancia de que esos principados estaban comerciando con el Cónclave del Dragón, traficando con una cantidad considerable del extraño metal. Este hecho acabó de convencer a Daradoth, que asintió solemnemente aceptando la petición de la princesa. Esta también le pidió que transmitiera a Galad el mismo requerimiento para acompañarla a Eskatha; el elfo lo haría pocos minutos después, no sin antes revelar a Ilaith la existencia de la Kothmorui, la Daga Negra de los kaloriones encontrada en el Kaikar y la disputa entre el rey y la reina de Esthalia. La princesa le prometió encargarse de aquello tan pronto como fuera posible.
El día siguiente, Galad, Daradoth, Taheem y Faewald se trasladaron a la residencia de tropas dentro del segundo bastión, y el resto del grupo era alojado en el ala oeste de palacio, la más lujosa. Poco después tenía lugar una ceremonia formal en la que la propia Ilaith puso los galones de mariscal en las mangas de Yuria entre los aplausos un poco tímidos de los asistentes. A continuación se organizó una fiesta para celebrar el nombramiento de Yuria, Symeon y Theodor, con el estado mayor del ejército al completo y muchas personalidades importantes del principado. Durante la fiesta también fue presentado Daradoth como nuevo aliado de Tarkal, y se le hizo entrega formalmente de una bellísima espada forjada con un nuevo metal, llamado Kuendar, y con varias runas enanas visibles en su hoja; Daradoth se inclinó, agradeciendo el presente y diciendo unas palabras para afirmar su colaboración con Ilaith.
Yuria pasó los siguientes tres días encerrada en sus aposentos aprehendiendo todos los detalles sobre el ejército de Tarkal, sus recursos, sus instalaciones y sus proyectos actuales. Tomó posesión de su cargo como ingeniera jefe y dejó que sus subordinados la guiaran, explicándole lo que hacían allí. Se cancelaron los desarrollos basados en secretos ercestres como parte del acuerdo con el grupo, y se arrojó a una celda a los científicos ercestres y al hijo del general Gerias, Alexandras.
Se destinó a una compañía de regulares y a los Alas Grises al refuerzo de la Región del Pacto, bajo el mando del general Theodor por sugerencia de Yuria. En poco más de cuarenta y ocho horas las dos compañías partían discretamente en ayuda de los paladines y los Leales del Pacto.
Muchos secretos fueron revelados a Yuria, entre ellos el descubrimiento de la Kregora (así llamaban al metal antimágico descubierto en las lejanas islas occidentales, pues Kregora era el nombre antiguo de una criatura mitológica negra como la noche que se alimentaba de energía vital) y de oro y nuevos metales en las minas de las Ádracen, además de los objetos mágicos desarrollados por los alquimistas enanos. Ilaith pidió a la ercestre el desarrollo de nuevas armas y de nuevas tácticas para sus ejércitos que pudieran incorporar a sus recursos especiales, como los paladines de Osara y los guerreros enanos (de los que poseía una compañía). La prioridad de Yuria sería desarrollar el ingenio volador que en Tarkal no habían podido reproducir para poder transportar tropas y suministros rápidamente a los campos de batalla o donde hicieran falta.
A requerimiento de Symeon, el día siguiente Ilaith los condujo a la cámara acorazada, una enorme estancia donde se podían ver riquezas sin parangón. Y en el centro, dos cajas cerradas. Cuando abrieron la primera, una luz dorada los alumbró: Églaras, la espada del Profeta. En el instante en que la caja se abrió, Galad comenzó a escuchar una música celestial, y quedó como hipnotizado. Sus compañeros pudieron sacarlo del trance y el paladín, sorprendido, no pudo sino preguntarles si eran capaces de oír los cánticos que sonaban; todos se miraron y nadie manifestó poder oírlos, así que era evidente que la espada debía de estar afectando a Galad de alguna forma. Este pidió permiso para empuñarla, y así lo hizo. Al tenerla en la mano, algo comenzó a increparlo en su mente: "¡Asciende! ¡Asciende! ¡Emmán te escucha! ¡Por fin alguien digno!". El poder pareció llenar todos sus vasos sanguíneos y henchir sus músculos de pura fuerza celestial. El resto del grupo dio un paso atrás cuando Galad comenzó a destellar con una luz dorada y unas alas luminosas comenzaron a desplegarse en su espalda. A los pocos segundos, el paladín se tambaleó, cayó inconsciente y dejó caer la espada.
No tardó en recuperarse más que unos pocos minutos, y una vez que lo hizo se abría la segunda caja. En ella se encontraba otra espada que brillaba con un resplandor verdemar y en el acto todos (excepto Yuria) rebulleron incómodos por la sensación de picor en su piel. Esta vez fue Symeon quien escuchó una voz, un quedo susurro que no alcanzaba a entender, pero estaba seguro de que era la espada quien trataba de comunicarse con él. El errante decidió acudir a la Casa de los Paladines de Osara y allí entró en el Mundo Onírico; se acercó hacia el palacio con la sensación de dolor de siempre, pero este desapareció de repente, así que aprovechó para acercarse hasta la representación onírica de la cámara acorazada; esta aparecía vacía excepto por una muchacha joven sentada en una austera silla; la piel de la joven era pálida como la leche, y su pelo y ojos de color verde azulado. Con voz suave, la muchacha pidió a Symeon que la ayudara a salir de allí, extendiendo hacia él sus manos, que el errante tocó levemente.
Tras salir del Mundo Onírico, Symeon pidió permiso a lady Ilaith para esgrimir la espada verdemar, a lo que esta se negó en principio por el peligro que suponía (ya habían muerto dos personas por accidente, y no quería perder un recurso tan valioso como Symeon). No obstante, las explicaciones del errante la convencieron y dio su permiso. Cerraron la puerta de la cámara, dejando solo en ella a Symeon. Empuñar la espada resultó ser mala idea, pues el infierno de dolor resultante casi acaba con la vida del errante [punto de destino].
A continuación, pasaron a trazar planes: Daradoth, Galad, Faewald y quizá Taheem partirían a Margen para hablar con Davinios y después reunirse con el marqués de Strawen para tratar el asunto de la Daga Negra. Symeon se quedaría en Tarkal y quizá partiría a la Gran Biblioteca de Doedia para investigar más sobre los artefactos. Yuria, por su parte, tendría que dedicar al menos dos semanas al desarrollo del ingenio volador.
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