El Medidor Eyr'Mattren |
Agiond fue el primero en hablar; el príncipe de Bairien hacía gala de una retórica y una oratoria exquisitas, aunque no tan emocionante como las de Ilaith, que había probado ser una oradora de un nivel inigualable para los presentes. No obstante, el discurso fue sólido y sin dudas: Agiond aseguró que hacía muchos años que él mismo no se encargaba de la gestión del complejo de Asyra Sottran —cuya creación simplemente intentó emular los placeres proporcionados en Asyr Esthos, el complejo de placer de Undahl—, y que en todo ese tiempo lo había dejado en manos de un tal Torusan Erkall, uno de sus hombres de confianza. Ya había ordenado arrestar a aquel hombre y cesar la actividad depravada de la isla. Se mostró indignado por el trato que le había sido dispensado, a él, que llevaba más de dieciocho años como gerente, dedicando su vida a la prosperidad de la Confederación. Los Mediadores escucharon el discurso atentamente, intercalando de vez en cuando preguntas a las que Agiond contestaba con toda amabilidad, con su pinta de anciano bonachón.
Keriel y Delsin expresaron luego su preocupación, pues no contaban con ese tipo de argumentación por parte de Agiond, que parecía haber sido bien recibida por los Mediadores y por gran parte de los presentes.
Después de Agiond tomó la palabra Gisaus, que también se mostró escandalizado por las acusaciones que se habían hecho contra su persona. Aseguró que sus continuas visitas a Bairien se debían exclusivamente a las partidas de caza que organizaba con Agiond y huidas a lo más profundo del Valle del Bairien, donde ponían a prueba sus capacidades cinegéticas. No dejó de aprovechar el momento para recordar veladamente que él era el anfitrión de aquel cónclave, y que las consecuencias que podría tener una falsa acusación podían ser catastróficas.
A continuación tomaron la palabra los expertos en leyes de Bairien y de Nímthos, que soltaron largas diatribas seguidas muy atentamente por los Mediadores y los altos ujieres, pero mucho menos por el resto del hemiciclo.
Aquella noche, Symeon detectó de nuevo en el Mundo Onírico un gran número de balizas, que tuvo que deshacer otra vez, con gesto aburrido. Pero pocos instantes después de terminar su trabajo, una figura hizo acto de aparición: una mujer de largo cabello negro, ojos de belleza indescriptible y un fulgor plateado, que sin duda era el yo onírico de la kalorion Selene. Por suerte, no pasó ni un latido de corazón antes de que el errante reaccionara y despertara al mundo de vigilia. Aquello sí que era algo muy preocupante. Al punto, avisó al resto del grupo de la presencia de la comandante de la Sombra, con el correspondiente gesto de preocupación de Daradoth, Galad y Yuria.
Mientras tanto, Galad se había encontrado (casi como cada noche) con Eudorya. La muchacha se mostraba preocupada por las acusaciones que se habían vertido contra su padre, pero mucho más por el temor de que fueran ciertas; el paladín hizo todo lo posible por convencer de tal cosa a su amada, y la muchacha pareció aceptar tal hecho. Llegado el momento, tendría que tomar el mando de Nímthos, y cuanto antes lo aceptara, mejor para todos. Como casi siempre, se despidieron con un beso.
El día siguiente saltó la sorpresa cuando hizo acto de presencia en la mansión de Tarkal un ujier; traía el mensaje de que la siguiente sesión se retrasaba al menos veinticuatro horas por la necesidad de deliberación de los Mediadores. Todos se extrañaron, pero los juicios de los Mediadores eran tan poco frecuentes que no estaban seguros de que aquello no entrara dentro de la normalidad. Por otro lado, los dos testigos más importantes, Serthas Ónethas y Nemaros Cernad, no despertaron esa mañana. Intentaron hacerles reaccionar por todos los medios, pero se encontraban en una especie de estado comatoso del que no podían salir. Symeon expresó su sospecha de que aquello no podía ser cosa sino de Selene, que justamente había llegado la noche anterior al Mundo Onírico de Eskatha. Si era así, tendrían que proseguir el juicio sin ellos, o arriesgar a Symeon en una misión suicida en el Mundo Onírico para tratar de recuperarlos.
El grupo aprovechó para reunirse con Progerion al anochecer, pues Keriel había sugerido que quizá sería buena idea que él mismo testificara, acusando a su padre bajo juramento. Progerion se mostró contrario a aquella idea, reservándola como último recurso en caso de que todo lo demás fallara. No podía arriesgarse a parecer un traidor a su propia familia y que los comerciantes de Bairien le retiraran su favor.
Esa noche Yuria se despertó sobresaltada al sentir un leve pero incómodo cosquilleo en su cuello. Ya lo había sentido otras veces, cuando el collar que le había regalado su padre la había protegido de algún encantamiento o hechizo. Sin duda, había vuelto a pasar. Se levantó rápidamente, para comprobar que todo estuviera bien. Abrió la puerta de sus aposentos y salió al pasillo. No había ni rastro de los dos guardias que tenían que estar a ambos lados de su puerta (ni de los que tenían que formar en el resto de habitaciones del pasillo), y se detuvo en seco al ver a pocos metros de distancia a Aznele Ereben —la paladín de Olara—, vestida con un camisón y que se giró también sorprendida al escucharla. Yuria abrió mucho los ojos cuando Aznele levantó una mano hacia ella, susurrando algo ininteligible, y acto seguido notaba un cosquilleo en el cuello bastante más intenso que el anterior. La paladín se quedó congelada unos instantes, aparentemente sorprendida; esos preciosos momentos fueron aprovechados por Yuria para atrancar la puerta de su habitación y dar la voz de alarma por las ventanas; a los pocos minutos el edificio hervía de soldados apresurados a ayudar a su comandante, que rápidamente impartió órdenes.
Los guardias que debían haber estado vigilando ante las puertas de las habitaciones de los miembros de la delegación fueron encontrados minutos después, desperdigados y dormidos en los más variopintos lugares. Aznele se encontraba a su vez dormida en su cama, y juraba no recordar nada de lo que Yuria relataba. Una detección de enemigo por parte de Galad no reveló nada raro en la mujer, y tampoco parecía ser presa de ningún hechizo en aquel momento. Más tarde mantuvieron una conversación en la que discutieron las posibilidades de que Aznele hubiera sido, o bien suplantada, o bien poseída.
El día siguiente los ujieres convocaron de nuevo a las delegaciones para continuar con las sesiones del juicio a Agiond y Gisaus. Los testigos que quedaban fueron interrogados por las dos partes, y los Mediadores escucharon atentamente. Escucharon sin hacer ni una sola pregunta, cosa que extrañó al grupo, pues el primer día habían estado realmente activos al respecto. Sin embargo, ninguno de los testigos que quedaba con capacidad para exponer su testimonio podía implicar directamente a Agiond o a Gisaus sin mentir; aunque Suarren juró que era el propio Agiond quien proporcionaba las contraseñas para entrar a la isla, eso no demostraba que estuviera enterado de las depravaciones que allí se producían. Seguro que Nemaros o Serthas habrían podido dar testimonios mucho más determinantes, y si su incapacidad era cosa de Selene, ¿a qué clase de trato habría llegado Agiond con los aliados de la kalorion (presumiblemente Rakos y la delegación de Undahl)? La sesión concluyó con un sabor amargo para los partidarios de Ilaith.
Esa noche, Symeon se arriesgó. Tras entrar al Mundo Onírico, accedió al nivel siguiente: la Dimensión de los Sueños, donde los sueños de todos los seres sentientes del mundo se mostraban como pequeñas estrellas a modo de enorme galaxia. Con mucho esfuerzo, consiguió realizar la proeza de encontrar el sueño de Serthas Ónethas, el hermano de Agiond. Efectivamente, como había sospechado, alguien lo había manipulado: la esfera de cambiante superficie se encontraba rodeada de una especie de cadenas translúcidas que debían de ser las que impedían que Serthas despertara. Parecía que el propio sueño debilitaba las cadenas con el tiempo, pero no sabía cuánto aguantarían todavía. Intentó romperlas, hacerlas desaparecer, retorcerlas y doblarlas, pero no consiguió nada a pesar de sus titánicos esfuerzos. Agotado, decidió retirarse y volver al sueño normal, agradecido por que Selene no hubiera hecho acto de aparición.
En una nueva reunión de madrugada, el resto del grupo decidió que en la sesión del día siguiente, si no tenían la suerte de que los testigos despertaran, debería testificar Progerion para implicar directamente a su padre; no les quedaba más remedio que arriesgarse si querían convencer a los Medidadores.
*****
La delegación de Tarkal intercambió miradas de extrañeza al iniciarse la sesión del día siguiente: en la mesa presidencial solamente se sentó uno de los tres Mediadores: Eyr'Mattren. Todos los presentes se miraron, confundidos, hasta que uno de los altos ujieres anunció que el juicio sería presidido por Mattren en solitario y que debía continuar.
Keriel Danten subió al estrado, donde realizó un alegato previo explicando la extrañeza de la situación de los testigos más importantes, y anunciando que iban a llamar a testificar a un nuevo sujeto. Pero antes de que pudiera decir el nombre de Progerion, Eyr'Mattren se puso de pie y la interrumpió:
—No será necesario interrogar a ningún nuevo testigo —dijo con estentórea voz—. Tengo los datos suficientes para emitir un veredicto —Keriel se retiró del estrado, inclinándose respetuosamente.
Un ligero murmullo se propagó por la sala. Muchos no entendían lo que estaba sucediendo. El Mediador prosiguió:
—Príncipe Agiond, príncipe Gisaus, habéis cometido la...
Un potente golpe en la puerta del hemiciclo le interrumpió. Un segundo golpe hizo que los ujieres retirasen el tablón que la atrancaba y que un tercer golpe la abriera bruscamente. Entraron al hemiciclo los otros dos Mediadores, Nyr'Sontaras y Nyr'Vuredan.
Los tres jueces supremos empezaron a discutir en idioma ancestral, desconocido por todos los presentes. Solo Symeon y Daradoth entendían algunas palabras sueltas, el primero gracias a su conocimiento del idioma minorio, emparentado con el ancestral, y el segundo por sus ligeros conocimientos de este último. La discusión pareció ir subiendo de tono mientras los recién llegados bajaban las escaleras del hemiciclo hasta quedar a media altura, no muy lejos de donde se encontraba sentada la delegación de Tarkal. Lo poco que entendieron el elfo y el errante fue que Mattren hablaba de ser un Eyr, que los Nyr no podían socavar su autoridad, y que lo que les había ocurrido no era normal.
Con un silbido de metal, los Nyr sacaron sus espadas en un visto y no visto. Daradoth, que estaba prevenido para aquel momento, saltó haciendo uso de sus capacidades sobrenaturales. Tomó prestada una espada de uno de los ujieres y cargó contra el llamado Vuredan. Mientras tanto, dos detonaciones asustaron a todos los que se encontraban alrededor de Yuria; uno de los proyectiles disparado por sus pistolas rompió una de las costillas del Mediador Sontaras. Eso permitió a Mattren desenvainar a su vez y cargar contra ellos en un silencio estremecedor. Cuando Daradoth descargó un golpe contra Vuredan, que se había girado hacia él, un destello cegador hizo que perdiera la visión durante varios instantes. A una velocidad endiablada, Eyr'Mattren y Nyr'Sontaras, herido por la bala de Yuria, descargaron varios golpes el uno contra el otro, con los destellos cegadores correspondientes; finalmente Mattren se impuso y derribó a su contrincante. Estentóreamente lo "declaró culpable" y clavó su espada en su cuerpo; con un nuevo destello mucho más fuerte que los que ya se habían producido y que dejó temporalmente invidentes a muchos en la sala, Sontaras desapareció por completo. Por su parte, Yuria corrió hacia Vuredan, que estaba arrinconando a Daradoth; sacó el colgante de su cuello y tocó la nuca del Mediador con él; este cayó fulminado al instante, para sorpresa de todos los testigos de la escena. Mattren se detuvo, asimilando lo que había ocurrido, y se acercó lentamente, mirando fijamente con esos horribles ojos grises a Yuria. Y repitió la acción que había realizado con Sontaras: anunciando que encontraba a Vuredan culpable, clavó su espada en el pecho del caído, que también desapareció tras un violento estallido cegador. Con un gesto de asentimiento hacia Yuria y Daradoth, comenzó a bajar las escaleras y a hablar de nuevo a todos los reunidos allí:
—Esto no cambia mi decisión. Agiond, Gisaus, sois declarados culpables de los cargos presentados y, lo que es peor, ¡¡culpables de mentir a un Mediador!! —hizo una pausa y miró alrededor—; y la pena por mentir a un mediador es la muerte.
Un murmullo incontrolable se adueñó de la sala, mientras Agiond y Gisaus mostraban su sorpresa y mucha gente que se había sentado de nuevo mientras los ujieres tomaban posiciones se levantaba para dar su opinión. Eudorya lloraba, lágrimas resbalaban por sus mejillas, pero su gesto era serio, de una determinación de hierro. Rakos Ternal intentó encontrar argumentos para intentar hacer cambiar de opinión al juez.
No obstante, por mucho que la gente gritara y quisiera hacer cambiar de opinión a Mattren, la sentencia de un Mediador era inquebrantable. A continuación, este dio órdenes para que los ujieres construyeran un cadalso en la plaza ante el hemiciclo, y para que los culpables quedaran bajo la custodia de Ilaith en la sede de Tarkal. En veinticuatro horas se ejecutaría la sentencia.
Custodiados hasta la sede de Tarkal, Agiond y Gisaus intentaron negociar desesperadamente con Ilaith un acuerdo para que los dejara marchar. Pero la princesa comerciante se mostró impermeable a las peticiones de ambos y no podía arriesgarse a incumplir las órdenes de un Mediador, así que los arrojó al calabozo, diciéndoles que deberían afrontar las consecuencias de sus actos. Yuria redobló la vigilancia esa noche, y dio órdenes para que la gente permaneciera despierta el máximo tiempo posible.
La noche no fue tranquila; cuando cundió el rumor de lo que había pasado en la Asamblea, estallaron disturbios por toda la ciudad e incluso volaron algunas antorchas hasta el interior de la sede de Tarkal. Afortunadamente, los soldados de Nímthos consiguieron restablecer el orden entrada la madrugada. Galad supuso que Eudorya habría dado las órdenes y de ese modo habría mantenido la lealtad de los guardias del principado, evitando su rebelión.
Aparte de los disturbios y los problemas, la sede de Tarkal recibió la visita de varias delegaciones a lo largo de la noche. Krül, Undahl, Nímthos, y algunas más. Rakos, el príncipe de Undahl, pidió a Ilaith que dejara escapar a los prisioneros, no podían permitir que murieran unos príncipes, era demasiado. Ilaith no accedió a ninguna petición, pero se comprometió a reunirse al día siguiente con todos los príncipes para pedir de nuevo piedad a Eyr'Mattren. Y así lo hizo, pero no sirvió de nada, porque Mattren se mantuvo firme en su sentencia.
Así que, con una multitud reunida en la plaza silbando y abucheando, el Mediador subió al cadalso y les dirigió unas palabras, hablando de la gravedad de mentir a un Mediador y la necesidad de afrontar las consecuencias de las acciones realizadas. La gente fue callando poco a poco, hasta hacerse un silencio sepulcral. En silencio, Mattren ejecutó la sentencia cortando las cabezas de Agiond y Gisaus. Eudorya ya era una roca a esas alturas, asqueada por lo que había descubierto de su padre y su "tío". El silencio apenas se rompió mientras la gente de la plaza se retiraba cabizbaja.
Una vez tranquilos, Mattren respondería a las preguntas de Daradoth y Yuria en deferencia a la ayuda que le habían prestado y que posiblemente le había salvado la vida. El elfo y la ercestre le preguntaron por lo que había sucedido entre él y sus compañeros, y les explicó que Sontaras y Vuredan no habían detectado las mentiras de Agiond y Gisaus igual que lo había hecho él, y eso sí que era algo insólito. Por su parte, el grupo intentó que Mattren se interesara por la presencia de uno de los kaloriones allí y por el conflicto entre Luz y Sombra que se estaba produciendo, pero el Mediador no pareció querer profundizar en esos temas. Se despidió y se marchó, caminando.