Los guardias de la guarnición que habían irrumpido hacía un par de horas en el Hemiciclo desenvainaron sus armas, mirándose inseguros. El que había sido su capitán hasta hacía pocos días, Ayluras, se encaró a ellos como pudo, dado su estado. Sus palabras no surgieron con la fuerza que habría pretendido y Eudorya tampoco pudo ayudarlo en demasía, un poco sobrepasada por la situación.
Aproximadamente un tercio de los guardias de la sala (una docena o poco más) fueron afectados por las palabras de su antiguo capitán y de la hija de Gisaus Athalen. Los otros dos tercios aprestaron sus armas y corrieron para hacer frente a los recién llegados.
Desde las filas de la delegación de Nimthos, Rakos Ternal gritó "¡NO!", pero el minotauro Hrarrh'Snagh no pudo contenerse; se había levantado, y con un rugido saltó por encima de los estrados; sus pezuñas resonaron al subir por la escalera central directo hacia Daradoth. El elfo, aunque impresionado, esbozó una medio sonrisa, mirando de reojo las runas incrustadas en su espada. Mientras los ástaros Dûnethar y Cirantor, el propio Ayluras, Symeon y Taheem se encaraban a los guardias que llegaban por los costados, el elfo hizo uso de sus poderes sobrenaturales y saltó. Sobrepasó las astas de Hrarrh'Snagh y sin apenas tocar el suelo, le asestó un mandoble. El muslo del mastodonte recibió un tajo que le hizo tambalearse y sangrar profusamente.
Dorias gritaba, desgañitándose intentando que los guardias que no habían reaccionado intervinieran. Ilaith le gritó a su vez para acallarlo, y la propia facción del príncipe de Nímthos consiguió hacerlo callar, mientras algunos de ellos se ponían a salvo.
Galad corrió a conseguir una espada de los ujieres, junto con Khain Malavailos y la paladín de Olara, Aznele Erevan. Yuria echó mano de sus pistolas y se dirigió a trompicones al pasillo central, mientras veía con desesperación cómo la elfa oscura Helitzzë (o quizá su hermana gemela, pues Daradoth le había asegurado que había abatido a la elfa en la ciudadela) se dirigía a su vez hacia su amigo como una exhalación esgrimiendo el extraño objeto que siempre portaba y que parecía causar un dolor insoportable. Disparó, acertando a la elfa en un hombro y una pantorrilla, pero esta no pareció ni siquiera percibir las heridas. En breves segundos llegó a la espalda de Daradoth, y tocó su nuca con el objeto cilíndrico. El elfo se desplomó, abrumado por el dolor, dejando caer su espada.
Los dos ástaros ya se encontraban heridos y Symeon acorralado esgrimiendo su bastón cuando Galad, Khain y Aznele llegaron en su ayuda, aliviando un poco su situación. Entre las delegaciones cundía el caos mientras unos se esforzaban por conseguir un arma y otros por ponerse a salvo. Yuria llegó muy pocos segundos después a la espalda de la elfa oscura esgrimiendo su talismán de kregora; el efecto del aro negro sobre Helitzzë fue instantáneo: al tocarla con él cayó fulminada al instante, mientras el extraño sonajero apagaba su brillo verdoso y el minotauro recuperaba el equilibrio, aturdido. La mirada del coloso astado se cruzó con la de Yuria, y esta, temiendo un posible ataque, echó mano de la espada de su amigo elfo. "¡Por Daradoth!" —gritó, descargando un mandoble con todas sus fuerzas sobre el minotauro, que acto seguido rodó por las escaleras malherido. Rakos y su delegación miraron a la ercestre con una furia apreciativa, mientras Ilaith y las delegaciones aliadas intentaba distraer la atención de todo el mundo. Las campanas del hemiciclo comenzaron a tañir por orden de Dorias, llamando a más tropas al Hemiciclo, pero Ilaith hizo uso de toda su autoridad y pronto los ujieres detenían el toque de alarma.
Los maestros de esgrima Khain y Taheem abrieron pronto un hueco a su alrededor y ponían a los guardias a la defensiva, mientras Galad y Aznele brillaban envueltos en el poder de sus dioses e intimidaban a los más cercanos. Tras unos minutos se llegó así a un punto muerto en el que tanto Ayluras como Ilaith como Dorias como Racos gritaron órdenes y consignas. Finalmente, Eudorya subió al estrado y sobreponiéndose a la inseguridad provocada por su juventud y su falta de experiencia, consiguió convencer a más o menos la mitad de los presentes de que su tío no era sino un loco arribista que no merecía su lealtad. Contó cómo la había encerrado en los calabozos sin ningún motivo, y el encarcelamiento y tortura de Symeon y los ástaros. Tras un par de horas de tensión los guardias salieron del gran salón, se atendió a los heridos y los ujieres recuperaron el control del cónclave. Con Eudorya sentada en el extremo opuesto a Dorias de la delegación de Nímthos, el ujier decano anunció que la sesión del día siguiente sería dedicada exclusivamente a la elección de un nuevo gerente, de modo que volviera a existir una figura que impusiera un poco de cordura en todo aquel caos. Todo el mundo se retiró en un silencio sepulcral.
Al salir, las tropas de la plaza se notaban tensas y enfrentadas. Habían llegado más tropas al toque de las campanas, y los tenientes debatían acaloradamente. Eudorya y Ayluras intentaron apaciguar los ánimos, y consiguieron convencer a una parte más de la guarnición para dejar de apoyar a Dorias. Más o menos la mitad de las tropas presentes acompañaron a Eudorya hasta la sede de Nímthos (Dorias se alojaba en la ciudadela), dejando clara su lealtad.
De madrugada, alguien despertó a Yuria y a los demás, informando de que las puertas se habían abierto y había entrado una legión en la ciudad. Poco después, los heraldos decretaban el estado de sitio en Eskatha. En tiempo récord, la legión y la guarnición fiel a Dorias tomaron posiciones en las plazas y esquinas clave de la ciudad, para controlar a los transeúntes. Las puertas se cerraron y las torres de vigilancia recibieron órdenes de abatir cualquier ave mensajera no autorizada. Por suerte, Tarkal contaba con el búho de ónice de Daradoth. Dieron órdenes de que las legiones se pusieran en marcha y tomaran posiciones en el noreste de la ciudad, atacando si era necesario a las tropas enemigas apostadas allí.
En una calma vigilante, las delegaciones se reunieron de nuevo por la mañana en el Hemiciclo, dispuestas a elegir a su nuevo gerente. Todos rebulleron intranquilos cuando se reveló la no comparecencia de las delegaciones de Undahl, Trapan y Mírfell. Nímthos acudió sin su príncipe encabezándola, y con sus miembros separados por su lealtad a Dorias o Eudorya.
Después de un enervante discurso de Ilaith dando cuenta de la situación y lo insostenible que se estaba haciendo, se produjo la votación pues nadie quiso tomar la palabra para apoyarla o rechazarla. Aun faltando tres delegaciones y con otra sin poder votar (Mervan) por la enfermedad de su príncipe, la elección del gerente requeriría de una mayoría contra el total de principados, es decir, al menos siete votos a favor. Armir votó en contra. La propia Tarkal, Korvan, Ëvenlud, Ladris, Krül y Bairien votaron a favor. Faltaba uno y no creían poder conseguirlo. Sin embargo, contra todo pronóstico, Adhëld emitió su voto a favor. Al parecer, el príncipe Wontur Serthad no aprobaba lo que estaba sucediendo bajo el liderazgo de Undahl, y había cambiado su apoyo. Todos suspiraron, aliviados. El ujier decano proclamó a Ilaith nueva gerente de la Confederación, y le dio la palabra. Normalmente, las campanas habrían sonado anunciando la noticia, pero por petición expresa de la princesa se mantuvieron en un discreto silencio para no provocar posibles reacciones de sus enemigos.
Ilaith agradeció los apoyos y declamó un breve discurso en el que aludía a la necesidad de tomar medidas drásticas en el futuro inmediato. Algunos aplaudieron, otros permanecieron expectantes. Tras el discurso y la entrega de la vara de mando por parte de los ujieres, se produjeron las habituales charlas informales de felicitación y agradecimiento. En una de las charlas, pudieron reunirse con cinco de los comerciantes de Nímthos que habían acudido al Hemiciclo a pesar de ser fieles a Dorias. El buen hacer del grupo (y de Meravor) pareció convencer a varios de ellos de la conveniencia de apoyar a Eudorya, aludiendo veladamente al apoyo que le prestaba Bairien y el resto de delegaciones alineadas con Ilaith. Con ellos, Eudorya tendría los apoyos suficientes para proclamarse princesa de Nímthos, pero habría que tratar aquello más en profundidad los días siguientes.
Progerion también tomó la palabra para felicitar a Ilaith y revelar el progreso que había tenido Tarkal en los últimos años. No albergaba dudas de que este era ahora el principado, si no el más rico (de lo cual albergaba solo dudas por el comercio de kregora de los principados occidentales), sí se había convertido en el más poderoso, y como tal habría que reconocerlo en una sesión posterior. Murmullos se alzaron por doquier por las palabras del príncipe, pero ni Ilaith ni Delsin parecían preocupadas; seguramente aquello respondía a sus planes y les beneficiaría haciendo que los demás principados se lo pensaran dos veces antes de cuestionar su autoridad.
Contar con prácticamente la mitad de la guarnición oriental (y el apoyo de siete principados) les daba la tranquilidad necesaria para salir a la plaza y volver a sus sedes sin temor a ser arrestados. A pesar de que los soldados fieles a Dorias los miraban con recelo, los príncipes no tuvieron problemas para volver a sus respectivos complejos en espera de la sesión del día siguiente, donde Ilaith, ya como gerente, plantearía los siguientes pasos a dar.
Poco después se enterarían de que las delegaciones que no habían asistido al hemiciclo habían abandonado la ciudad de madrugada; ello, unido al acantonamiento de Dorias en la ciudadela, parecía evidenciar que todo se encaminaba al conflicto y al uso de la fuerza...