Pocos minutos después, varios mensajeros propagaban por la ciudad la designación del Hemiciclo como "Gran Sala de Guerra" por orden de Ilaith, y conminaban a todas las delegaciones a reunirse indefinidamente en el insigne edificio para coordinar la crisis en la que se hallaba inmersa la ciudad.
Yuria y Loreas expresaron pronto su preocupación por las tres legiones establecidas en la pequeña elevación y bosquecillos del noreste de Eskatha. Sin duda eran las que más peligro corrían, y si perdían esas tropas, la ciudad quedaría completamente aislada. Dieron órdenes de construir todas las fortificaciones de que fueran capaces, aunque no serían un obstáculo serio en caso de que los enemigos decidieran concentrar sus ataques sobre ellas.
Otro tema importante era el de la toma de la ciudadela. Si las legiones del exterior entraban en Eskatha, esta sería asediada y, en ese caso, necesitarían las provisiones que se guardaban en su interior y sus pozos. Dorias seguía acantonado en ella, y no podían correr el riesgo de un ataque desde el interior mientras se encargaban de la defensa exterior. Tras evaluar diferentes opciones (que implicaban, entre otras, el uso de las finas habilidades de Daradoth y de Symeon), Galad propuso la opción que se aceptó por gran mayoría: asaltarla utilizando el Empíreo, el dirigible de Tarkal. Una unidad de las mejores tropas sería descargada de noche en el interior de la ciudadela y con suerte podrían abrir las puertas para el resto de tropas. Pero obviamente, necesitarían una distracción desde fuera para no ser detectados demasiado pronto.
Esa noche Symeon entró al Mundo Onírico tras varias jornadas sin hacerlo, y lo primero que le llamó la atención fue que la ciudadela se encontraba mucho más definida, mucho más... nítida. Destacaba sin duda sobre el resto de edificios. Se acercó, con cuidado, y tocó el muro. Algo pasó. Symeon no pudo definirlo, pero supo con certeza que había provocado algún efecto oculto; así que decidió salir al mundo de vigilia sin más dilación, por suerte sin más problemas.
El día siguiente se ordenó la construcción de pequeñas catapultas para utilizar aceite y fuego y generar las distracciones necesarias para el descenso del dirigible. A mediodía llegaba un mensajero de Rakos Ternal, aceptando el parlamento que había propuesto Ilaith. Tras un tira y afloja y el envío de varios mensajes, se decidió que el parlamento se celebraría en la esquina sureste de la ciudad, unos desde lo alto de las murallas y otros desde la explanada ante ellas, en un terreno que garantizaba la seguridad de ambos bandos en caso de alguna agresión.
Se puso bajo estrecha vigilancia a la delegación de Armir, de la que todos sospechaban, y por la tarde el príncipe Nercier acudió por fin al hemiciclo; presentaba un aspecto un poco desmejorado, pero recuperaba fuerzas a ojos vista. Muchos le expresaron su alegría por poder reincorporarse a la vida política y militar de Eskatha. Justo a tiempo para acudir al cónclave de líderes de ambos bandos, que se celebraría a media tarde.
En primera línea sobre las murallas formaron los príncipes comerciantes acompañados cada uno de una persona de confianza, dejando al resto de integrantes del parlamento en segundo plano. El bando de Undahl hizo lo mismo, destacando un pequeño grupo de personas. A Rakos Ternal lo acompañaba la elfa oscura Helitzzë; el minotauro Hrarrh'Snagh, aún convaleciente de las heridas que Yuria le había causado; los príncipes de Mírfell y Trapan; los comandantes de las dos legiones de Nímthos fieles a Dorias; y cuatro semathalios con extraños peinados, trenzas y llamativos tatuajes: líderes de sus respectivos clanes, acompañados de sus segundos.
Rakos Ternal conminó a Ilaith a rendir la ciudad, vista la desventaja que obviamente tenía. Evidentemente, la nueva Gerente de la Confederación se negó a tal punto, y entraron en un tira y afloja que fue subiendo de tensión. Wontur Serthad apoyó a Ilaith sin dudas en aquel asunto, a pesar de sus reticencias hacia la princesa de Tarkal. Ya avanzada la conversación, Nercier tomó por fin la palabra, y comenzó a gritar a los líderes de clan semathalios en su idioma, que ninguno de los presentes parecía conocer aparte de ellos (y su intérprete, obviamente). Luego serían informados de que el príncipe de Mervan les había echado en cara aliarse con extranjeros y que se había mofado de ellos porque aquello no era sino una muestra de debilidad. Los semathalios se indignaron, como no podía ser de otra manera, e intercambiaron duros insultos con Nercier, que este pareció recibir divertido. Todos se miraron, confundidos y sorprendidos de la soltura con la que el príncipe de Mervan parecía relacionarse con los señores de los caballos.
Eudorya también intentó convencer a los comandantes de las dos legiones de Nímthos que acompañaban a los líderes de la Sombra de que ella era la nueva princesa legítima y debían abandonar sus posiciones. Evidentemente, los comandantes, presionados por la situación, hicieron caso omiso de la muchacha.
Esa noche Symeon volvió a entrar al Mundo Onírico. Y esta vez, en el interior de la ciudadela sí que detectó unas perturbaciones preocupantes; presencias de gran entidad se encontraban allí ahora mismo, y no pudo sino reparar en el lejanísimo murmullo de Nirintalath que repetía con insistencia: "tráemelo, tráemelo, tráemelo". Temeroso de que los presentes en la ciudadela le pudieran detectar, se desplazó rápidamente a las cercanías de Nirintalath en Tarkal. El murmullo que había oído levemente en Eskatha devino entonces en un arrollador grito que casi abruma sus sentidos oníricos. No obstante, consiguió mantener la compostura lo suficiente como para percibir una poderosa presencia que se materializaba muy cerca de él. Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad salió al mundo de vigilia, bañado en sudor.
Esa misma madrugada, los vigilantes avisaron de que las tropas del exterior habían empezado a moverse. Había llegado el momento que temían, el ataque a sus tropas fuera de las murallas. Yuria y Loreas reunieron a todo el consejo de guerra al punto, y aceleraron los acontecimientos. La ercestre se vistió para la batalla y se puso al frente de la legión interior, preparada en un tiempo récord para apoyar a sus aliados en el campo de batalla. Galad y sus paladines embarcaron en el Empíreo lo más discretamente posible en un rincón alejado del puerto y se elevaron, en espera de la señal que indicaría que debían asaltar la ciudadela.
Mientras Yuria, acompañada a todas partes por los paladines de Olara, impartía órdenes en la plaza de acceso este de la ciudad, Nercier Rantor hacía acto de presencia con una nutrida escolta y la delegación esthalia; saludó a la ercestre y con mirada decidida salió de la ciudad para ponerse al mando de su legión de tropas, preparada ya para el combate en lo alto del cerro noreste. También apareció Wontur Serthad, embutido en su impresionante armadura de placas y seguido por su guarnición, y Diyan Kenkad, quien, con un brillo anhelante en los ojos, expresó su deseo de luchar codo con codo junto a Ilaith y Yuria. La princesa de Tarkal también se encontraba allí, con un aspecto impresionante, pero Yuria se aseguraría de dejarla en todo momento a salvo en segunda línea.
Los príncipes Nercier y Wontur cabalgaron rápidamente a lo alto de la colina y tomaron el mando de la legión de Mervan. Ilaith, Yuria y Diyan se colocaron a la cabeza de las tropas que saldrían de la ciudad con la señal establecida.
Con cuernos sonando y trompetas bramando anunciando el inminente choque de las tropas del exterior, el dirigible descendió rápidamente sobre la zona despejada de la ciudadela, cuyos guardias seguían con atención las maniobras del exterior a la tenue luz del amanecer. Daradoth saltó, aterrizando grácilmente y acallando a los pocos guardias que hubieran podido apercibirse de la presencia del ingenio volador. Acto seguido, Galad y los paladines descendieron haciendo uso de varias escalas. Una vez dentro, no tardaron en ser detectados por los guardias, que dieron la voz de alarma mientras los hombres de Galad se acercaban a la puerta y las tropas del exterior se concentraban en aquella parte. Lo que sucedió a continuación no lo esperaban, a pesar de estar prevenidos por Symeon de que algo raro había sucedido en la ciudadela la pasada noche. Dorias y lo que parecía su guardia personal salieron al imponente balcón del edificio principal y, con un rugido, el arribista de Nímthos y sus hombres se lanzaron al vacío, cayendo pesadamente sobre el pavimento del patio de armas. Lejos de sufrir ninguna herida por la caída de veinticinco metros, todos se pusieron en pie al instante y corrieron gritando hacia los paladines. Cuando estuvieron más cerca, se hicieron evidentes para todos sus ojos negros como el carbón; sin duda habían sido poseídos por entidades de la Sombra. Así que las pocas dudas que hubieran albergado los paladines se disiparon al punto: enlazados en círculos de seis efectivos, dirigieron todo su poder hacia los enemigos que se aproximaban, y Emmán respondió a sus oraciones. Una oleada de voluntad divina sacudió a Dorias y sus compañeros, abatiendo a la mayoría de ellos; el resto dirigió a su vez su poder oscuro contra los paladines, dejando inconscientes a varios y asesinando a uno de ellos. Por suerte, una segunda canalización barrió a los demonios restantes y los paladines que todavía no estaban agotados por el esfuerzo pudieron correr junto a Daradoth, los maestros de la Esgrima y Symeon y abrir las puertas y el rastrillo para que las tropas de Eudorya pudieran acceder al complejo. En ese momento, cerca de una veintena de barcos aparecían en el puerto: diez con la bandera esthalia y seis más con los colores de Korvan. Ninguna de las naves ancladas en el puerto de Eskatha era rival para los galeones esthalios, y las defensas portuarias habían sido desguarnecidas para reforzar otros frentes, así que poco a poco las escuadras fueron acabando con los enemigos y desembarcaron tropas de apoyo para los fieles a Ilaith entre vítores de la guarnición.
Con cuernos sonando y trompetas bramando anunciando el inminente choque de las tropas del exterior, el dirigible descendió rápidamente sobre la zona despejada de la ciudadela, cuyos guardias seguían con atención las maniobras del exterior a la tenue luz del amanecer. Daradoth saltó, aterrizando grácilmente y acallando a los pocos guardias que hubieran podido apercibirse de la presencia del ingenio volador. Acto seguido, Galad y los paladines descendieron haciendo uso de varias escalas. Una vez dentro, no tardaron en ser detectados por los guardias, que dieron la voz de alarma mientras los hombres de Galad se acercaban a la puerta y las tropas del exterior se concentraban en aquella parte. Lo que sucedió a continuación no lo esperaban, a pesar de estar prevenidos por Symeon de que algo raro había sucedido en la ciudadela la pasada noche. Dorias y lo que parecía su guardia personal salieron al imponente balcón del edificio principal y, con un rugido, el arribista de Nímthos y sus hombres se lanzaron al vacío, cayendo pesadamente sobre el pavimento del patio de armas. Lejos de sufrir ninguna herida por la caída de veinticinco metros, todos se pusieron en pie al instante y corrieron gritando hacia los paladines. Cuando estuvieron más cerca, se hicieron evidentes para todos sus ojos negros como el carbón; sin duda habían sido poseídos por entidades de la Sombra. Así que las pocas dudas que hubieran albergado los paladines se disiparon al punto: enlazados en círculos de seis efectivos, dirigieron todo su poder hacia los enemigos que se aproximaban, y Emmán respondió a sus oraciones. Una oleada de voluntad divina sacudió a Dorias y sus compañeros, abatiendo a la mayoría de ellos; el resto dirigió a su vez su poder oscuro contra los paladines, dejando inconscientes a varios y asesinando a uno de ellos. Por suerte, una segunda canalización barrió a los demonios restantes y los paladines que todavía no estaban agotados por el esfuerzo pudieron correr junto a Daradoth, los maestros de la Esgrima y Symeon y abrir las puertas y el rastrillo para que las tropas de Eudorya pudieran acceder al complejo. En ese momento, cerca de una veintena de barcos aparecían en el puerto: diez con la bandera esthalia y seis más con los colores de Korvan. Ninguna de las naves ancladas en el puerto de Eskatha era rival para los galeones esthalios, y las defensas portuarias habían sido desguarnecidas para reforzar otros frentes, así que poco a poco las escuadras fueron acabando con los enemigos y desembarcaron tropas de apoyo para los fieles a Ilaith entre vítores de la guarnición.
En el exterior, las tropas de la Sombra ya habían cargado contra las tres legiones fieles y la batalla rugía con toda su violencia. Nercier y los demás se veían obligados a recular poco a poco ante el empuje del contingente de minotauros y elfos oscuros. Yuria dirigió su legión hacia el flanco de los enemigos, pero las maniobras no fueron afortunadas y tardó más de lo previsto en llegar a entablar combate; no obstante, su llegada alivió la presión a la que estaban sometidas las tropas de Mervan y Korvan y pudieron recuperar el aliento durante unos minutos. Pero el alivio duró poco, pues varios cuernos anunciaron la carga de los jinetes de Semathâl, que salían de los bosquecillos dispersos del sur a toda velocidad hacia la zona de lucha. Las tropas montadas no parecían tener fin, y Yuria estuvo tentada de ordenar la retirada de las tropas para evitar una aniquilación total. Sin embargo, su experto ojo de táctica militar detectó algo extraño; parecía que una parte de los efectivos de Semathâl se mostraban reticentes a la lucha y se separaban del cuerpo principal. Aun así, el impacto de los jinetes fue brutal y a duras penas fue retenido por los lanceros de las legiones. La pura fuerza del liderazgo de Yuria, Ilaith y Nercier fue lo único que evitó que sus filas sucumbieran a la desmoralización. En la distancia, las miradas de la ercestre y del príncipe de Mervan se cruzaron, y este ¡sonrió! ¿Acaso se había vuelto loco? ¿La fiebre del combate lo había poseído? A pesar de su reciente recuperación, empuñaba firmemente la espada, que chorreaba sangre, y su mueca era sin duda una sonrisa; extraña, pero una sonriza al fin y al cabo. Dio una orden a alguien que cabalgaba a su lado, un músico. Este se llevó un cuerno a los labios y lo hizo sonar.
Varios cuernos más sonaron en las filas de la confederación. Y a esa llamada respondieron otros cuernos. Yuria se giró, con un escalofrío de regocijo. Eran cuernos de las tropas de Semathâl, del contingente que había evitado el combate. Como si fueran un ser vivo enorme, como una bandada de estorninos sincronizados perfectamente, los jinetes de segunda línea giraron y aumentaron su velocidad, cargando contra la retaguardia de las tropas de Undahl. Yuria rugió, alzando su espada con alegría, y ordenando a sus tropas un contraataque. Así lo hicieron también Nercier y Wonthur, arracimando las tropas enemigas entre ellos mismos y los jinetes de Semathâl. Tras un par de horas de intenso combate, las tropas de la Sombra se batían en retirada y las tropas de la Confederación estallaban en gritos de júbilo. Pocos minutos después Yuria veía cómo Nercier se encontraba con el líder de los jinetes que les habían ayudado y ambos estrechaban sus antebrazos en gesto de amistad.
"Vaya vaya, Nercier, eres una caja de sorpresas"—pensó la ercestre, que vio también cómo Ilaith observaba fijamente al príncipe.
Poco después se oían nuevas trompetas desde el este. Dos legiones esthalias procedentes de Mervan llegaban en ese momento a Eskatha para unirse al combate, y sus comandantes pronto se reunían con el duque Estigian, Yuria, Nercier, Ilaith y los demás. La llegada de los dos nuevos contingentes decantó definitivamente la balanza a favor de Ilaith (que ahora contaba también con cuatro mil jinetes de Semathâl), así que pocas horas más tarde las tropas de la Sombra levantaban sus campamentos del sur y se marchaban controladamente por donde habían llegado. La euforia se desató en Eskatha, con vítores a Ilaith y los otros líderes que les habían conducido a una improbable y épica victoria.
Mientras tanto, en el interior la Ciudadela ya había caído y Galad había apresado a Dorias quien, aparentemente, había sido liberado de su posesión. La legión que controlaba hasta ese momento la parte oeste de la ciudad se había rendido y se había puesto por fin a las órdenes de Eudorya; los propios soldados habían puesto la cabeza del capitán Velyas en una pica y habían nombrado a un nuevo capitán, un tal Starasias.
Ilaith reunió sin tardanza al consejo de guerra de nuevo en el Hemiciclo, rebautizado como Gran Salón de Guerra. Habló de la necesidad de adoptar acciones de castigo y de los próximos movimientos militares que habría que planificar. Como ya había predicho Karela Cysen cuando se discutía si sería conveniente atacar a las legiones de la Sombra, el príncipe Knatos Tilad de Armir juró por fin lealtad a Ilaith como nueva Gerente y ofreció su ayuda para las expediciones de castigo. También conversaron en privado con Nercier Rantor sobre su inesperada alianza con los jinetes sureños y transmitieron el malestar por que lo hubiera mantenido en secreto. Él contestó que lo había hecho por mera seguridad, y aprovechó para presentarles a Arzsan, el líder del Mîsh-Roah-Khan, el Clan de la Crin Blanca, con quien al parecer le unía una estrecha amistad.
Más tarde, Ilaith transmitiría a Yuria su preocupación acerca del inesperado giro del príncipe Nercier y sus imprevistos aliados. Pero por el momento, lo que contaba era que habían logrado una gran victoria y que Ilaith había conseguido el primer objetivo en sus planes. Así lo atestiguaban los vítores que recibió la nueva Gerente a su salida del Hemiciclo...