Una vez que Anne Rush y la mayoría de Hijos habían llegado a Moscú, se convocó una reunión en el restaurante del hotel para decidir los pasos a seguir. El hotel había sido reservado en su totalidad por St. Germain, así que los reunidos estaban a salvo de oídos indiscretos (a excepción del propio personal del hotel, debidamente desalojado durante aquellos cónclaves).
Durante el encuentro, se intentó hacer un recuento de todos los posibles aliados que podrían conseguir; Patrick mencionó a los Atlantes, Tomaso a los Adeptos de San Miguel (aunque tuvo cuidado de no revelar su nombre ni su naturaleza de momento, fiel al juramento que les había hecho en su juventud) y también a Jan Borkowski y la Orden de San Cecilio. Sigrid, por su parte, informó de que ya había contactado con los librero Van Dorn y Jacobsen y estaba esperando una contestación. Dan Simmons también informó que sus contactos con "sus amigos japoneses" y "sus colegas norteamericanos" seguían por buen camino.
El grupo también describió con todo lujo de detalles su odisea en Tunguska de hacía un par de meses. A medida que iban relatando la experiencia, los rostros de los reunidos expresaban una mayor preocupación. Si aquel lugar provocaba unas visiones y unas experiencias tan extremas —dijo Anne Rush— no podrían sobrevivir sin algún tipo de protección. Acto seguido pasaron a evaluar sus alternativas, y mientras se discutía sobre cómo entrar a la devastación del lugar, Patrick recordó que Lazarev y los rusos estaban extrayendo una gran cantidad de komerievo con la intención evidente de crear Polvo de Dios; eso quería decir que el Polvo debía de proteger de alguna manera de las enloquecedoras experiencias sobrenaturales. Y así lo expuso a los presentes. Dan Simmons esbozó una media sonrisa cuando el profesor reveló que les quedaban varias dosis, y que tenían la posibilidad de hacer más. Simmons afirmó que a aquellas alturas era una tontería andarse con tapujos y que él mismo y algunos más de los reunidos allí ya sabían que era Robert quien fabricaba el Polvo. Revelada aquella información, pronto se harían los preparativos para que Robert dispusiera de un laboratorio lo antes posible. También se decidió que con las dosis disponibles se llevaría a Tunguska a dos sujetos de prueba para ver si la sustancia realmente era efectiva para protegerse de los efectos de la Estadosfera. Como Robert afirmó que, por su experiencia, más de una dosis de Polvo era inútil en una persona "normal", se decidió que los sujetos de prueba serían un "normal", John Ashton, y un adepto, Gerard. El día siguiente partirían junto con media docena de Hijos hacia Tunguska. Esa noche, ya a solas, tendría lugar una fuerte discusión entre Sigrid y Patrick por decidir cuántas de las cuatro dosis de las que disponían se proporcionarían para la prueba, y finalmente el profesor se marcharía molesto a emborracharse, arrojando las bolsitas de polvo rojo al suelo.
Una vez zanjado ese tema, Derek continuó ofreciendo opciones sacando de su bolsillo la esquirla del monolito que habían conseguido en la casa del profesor Nicholas. Lanzó al aire la cuestión de si a alguien se le ocurría cómo usar aquello. St Germain rebulló incómodo al reconocer el pequeño fragmento, pero no pudo encontrar ninguna utilidad para él. Solo que, según él, cuando acabaran con el asunto de Tunguska, "habría que dedicar todos los esfuerzos posibles a destruir aquel monolito del que hablaban".
También se mencionó la situación en Roma, pero aquello ya eran demasiados problemas para ser tratados a la vez. Así que, de madrugada ya, se desconvocó la reunión con diversos encargados de conseguir todos los aliados posibles, entre ellos varios de los miembros del grupo.
La mañana siguiente, Derek conseguía contactar por fin con Dulce da Silva, a la que expuso toda la situación e insistió sobre su gravedad. Consiguió convencerla de ello sin muchas dificultades, y ella le aseguró que haría todo lo posible por que "Cardoso" (el líder Atlante, Daniel Cardoso) accediera a mantener una conversación.
Derek, Patrick, Sigrid y Tomaso |
Durante el encuentro, se intentó hacer un recuento de todos los posibles aliados que podrían conseguir; Patrick mencionó a los Atlantes, Tomaso a los Adeptos de San Miguel (aunque tuvo cuidado de no revelar su nombre ni su naturaleza de momento, fiel al juramento que les había hecho en su juventud) y también a Jan Borkowski y la Orden de San Cecilio. Sigrid, por su parte, informó de que ya había contactado con los librero Van Dorn y Jacobsen y estaba esperando una contestación. Dan Simmons también informó que sus contactos con "sus amigos japoneses" y "sus colegas norteamericanos" seguían por buen camino.
El grupo también describió con todo lujo de detalles su odisea en Tunguska de hacía un par de meses. A medida que iban relatando la experiencia, los rostros de los reunidos expresaban una mayor preocupación. Si aquel lugar provocaba unas visiones y unas experiencias tan extremas —dijo Anne Rush— no podrían sobrevivir sin algún tipo de protección. Acto seguido pasaron a evaluar sus alternativas, y mientras se discutía sobre cómo entrar a la devastación del lugar, Patrick recordó que Lazarev y los rusos estaban extrayendo una gran cantidad de komerievo con la intención evidente de crear Polvo de Dios; eso quería decir que el Polvo debía de proteger de alguna manera de las enloquecedoras experiencias sobrenaturales. Y así lo expuso a los presentes. Dan Simmons esbozó una media sonrisa cuando el profesor reveló que les quedaban varias dosis, y que tenían la posibilidad de hacer más. Simmons afirmó que a aquellas alturas era una tontería andarse con tapujos y que él mismo y algunos más de los reunidos allí ya sabían que era Robert quien fabricaba el Polvo. Revelada aquella información, pronto se harían los preparativos para que Robert dispusiera de un laboratorio lo antes posible. También se decidió que con las dosis disponibles se llevaría a Tunguska a dos sujetos de prueba para ver si la sustancia realmente era efectiva para protegerse de los efectos de la Estadosfera. Como Robert afirmó que, por su experiencia, más de una dosis de Polvo era inútil en una persona "normal", se decidió que los sujetos de prueba serían un "normal", John Ashton, y un adepto, Gerard. El día siguiente partirían junto con media docena de Hijos hacia Tunguska. Esa noche, ya a solas, tendría lugar una fuerte discusión entre Sigrid y Patrick por decidir cuántas de las cuatro dosis de las que disponían se proporcionarían para la prueba, y finalmente el profesor se marcharía molesto a emborracharse, arrojando las bolsitas de polvo rojo al suelo.
Una vez zanjado ese tema, Derek continuó ofreciendo opciones sacando de su bolsillo la esquirla del monolito que habían conseguido en la casa del profesor Nicholas. Lanzó al aire la cuestión de si a alguien se le ocurría cómo usar aquello. St Germain rebulló incómodo al reconocer el pequeño fragmento, pero no pudo encontrar ninguna utilidad para él. Solo que, según él, cuando acabaran con el asunto de Tunguska, "habría que dedicar todos los esfuerzos posibles a destruir aquel monolito del que hablaban".
También se mencionó la situación en Roma, pero aquello ya eran demasiados problemas para ser tratados a la vez. Así que, de madrugada ya, se desconvocó la reunión con diversos encargados de conseguir todos los aliados posibles, entre ellos varios de los miembros del grupo.
La mañana siguiente, Derek conseguía contactar por fin con Dulce da Silva, a la que expuso toda la situación e insistió sobre su gravedad. Consiguió convencerla de ello sin muchas dificultades, y ella le aseguró que haría todo lo posible por que "Cardoso" (el líder Atlante, Daniel Cardoso) accediera a mantener una conversación.
Previamente, Tomaso había hablado de madrugada con Jan Borkowski, a quien también había expuesto la situación en Tunguska y el posible apocalipsis al que se enfrentaban. Fue lo suficientemente incisivo para convencer a Jan de la urgencia de la situación y celebrar una reunión con él en el pueblecito cercano a su villa al norte de Roma. Así mataría dos pájaros de un tiro: se reuniría con Borkowski e intentaría contactar con los Adeptos de San Miguel.
Poco antes de mediodía, Sigrid recibía una llamada de Ramiro. Este puso el manos libres, y acto seguido, al otro lado de la línea saludaron Paul Van Dorn, Emil Jacobsen, Ian Stokehall, Jack y Rose y algunos más. Tras una primera tentativa fallida en la que los libreros colgaron el teléfono sospechando una trampa, la insistencia de Ramiro pudo vencer sus suspicacias. Sigrid se mostró gravísima en su exposición de la situación, y aquello pareció tener su efecto sobre los reunidos. Derek se unió a la conversación un poco más tarde, y saludó efusivamente a Stokehall, que pareció alegrarse sinceramente de oírle. Tras meditar unos momentos las palabras de Sigrid, los libreros y Stokehall le prometieron llamar de nuevo cuando hubieran discutido entre ellos el mejor curso de acción. No pasarían más de un par de días antes de que contactaran de nuevo con Sigrid y manifestaran su intención de acudir a Moscú en breve plazo; y no solo eso, sino que también les acompañaría la "familia Hamilton" y varios miembros de los Durmientes. Un éxito mayor que el esperado.
En Italia, Tomaso, Derek, Sally, Sigrid y Esther llegaban sin mayores complicaciones a la villa del primero. Allí Derek abrazó largamente a sus hijos y su mujer, y todos pudieron sentir por primera vez en meses una atmósfera de paz y felicidad. Tanta, que cada un de ellos sintió en algún momento la tentación de tomar un descanso indefinido allí; pero las urgencias eran grandes, y el deseo quedó simplemente en eso. La hermana de Tomaso y su esposo seguían en paradero desconocido, y aprovechó el tiempo para consolar a sus sobrinos. El día siguiente a su llegada se reunían con Jan Borkowski en la iglesia del pueblecito cercano; el polaco apareció con cinco hermanos de San Cecilio y su aspecto denotaba un agotamiento extremo. Tomaso y Derek consiguieron convencerle de la urgencia de lo que estaba sucediendo en Tunguska, a pesar de las reticencias del sacerdote. Según Borkowski, la Orden era el baluarte más poderoso en contra de los que abogaban por la destrucción total de Roma, y su partida sería catastrófica. Pero sus interlocutores le aseguraron que Tunguska superaba en importancia a todo, asi que Borkowski decidió acompañarles a Moscú con una docena de hermanos, y dejar al padre Luis Sierra al mando de las operaciones en la capital italiana.
Durante los siguientes dos días, Tomaso se dedicó a transitar el camino de peregrinos en el que había encontrado por primera vez a los miembros de los Adeptos de San Miguel. Rezó intensamente para que el Señor le pusiera en contacto con ellos, y, según él, sus súplicas fueron oidas, pues dos hombres lo detuvieron en el camino y le preguntaron acerca de "sus urgencias".
El día siguiente, Tomaso se personaba en una villa que le habían indicado los dos extraños. Allí reconoció a varios de los adeptos de San Miguel que le habían consolado muchos años atrás, y las lágrimas afloraron a sus ojos. Derek le acompañaba, ya que le habían dado permiso para traerlo. Ambos, adiestrados por Anne Rush y ya casi expertos, reconocieron entre los presentes a un par de Avatares (el avatar del "Creyente", y el avatar del "Hombre Santo", aunque ni Derek ni Tomaso llegaron a conocer los detalles de sus arquetipos). Los ojos de los Miguelitas brillaron cuando la pareja les habló de lo que estaba sucediendo en Tunguska. Su líder, un hombre alto y moreno llamado Ángelo, planteó si no sería aquella la prueba definitiva que Dios les enviaba para proteger al mundo del Mal Supremo, y los reunidos no tardaron en convencerse de que así era. Así que Tomaso y Derek volvían por la noche a su residencia con el compromiso de los Miguelitas de viajar con ellos a Moscú. Todo parecía ir a pedir de boca en la búsqueda de aliados en Italia.
El día siguiente, Tomaso se personaba en una villa que le habían indicado los dos extraños. Allí reconoció a varios de los adeptos de San Miguel que le habían consolado muchos años atrás, y las lágrimas afloraron a sus ojos. Derek le acompañaba, ya que le habían dado permiso para traerlo. Ambos, adiestrados por Anne Rush y ya casi expertos, reconocieron entre los presentes a un par de Avatares (el avatar del "Creyente", y el avatar del "Hombre Santo", aunque ni Derek ni Tomaso llegaron a conocer los detalles de sus arquetipos). Los ojos de los Miguelitas brillaron cuando la pareja les habló de lo que estaba sucediendo en Tunguska. Su líder, un hombre alto y moreno llamado Ángelo, planteó si no sería aquella la prueba definitiva que Dios les enviaba para proteger al mundo del Mal Supremo, y los reunidos no tardaron en convencerse de que así era. Así que Tomaso y Derek volvían por la noche a su residencia con el compromiso de los Miguelitas de viajar con ellos a Moscú. Todo parecía ir a pedir de boca en la búsqueda de aliados en Italia.
Mientras tanto, en Moscú, Robert trabajaba ya a toda prisa en su laboratorio para crear unas 80 dosis de Polvo de Dios, las que el komerievo restante le permitía. Patrick se refugiaba en el bar del hotel más horas al día de las que sería conveniente; no obstante, eso le permitió estrechar su relación con Henry Clarkson, que siempre daba buenos consejos, y sobre todo trabar contacto con Stephanie Favre, la Hija de St. Germain que se había enfrentado a la autómata Tina Lovac en el museo d'Orsay. El profesor se sorprendió al descubrir a una joven inteligente, cultivada y refinada, y notaba que junto a ella sonreía más de lo que lo había hecho en los últimos seis meses. El tercer día que cenaron (y bebieron) juntos acabaron acostados en la habitación de Patrick (que se empezaba a sentir intensamente atraído por ella), donde este besó las cicatrices de Stephanie dulcemente y acabaron haciendo el amor dejándose llevar por la pasión.
Tras la reunión con los Adeptos de San Miguel, Derek recibía por fin la llamada de Dulce y de Cardoso. Los atlantes estaban preocupados por los ataques que habían recibido últimamente. Por los helicópteros que Dulce describió, los atacantes habían sido sin duda enviados por UNSUP. Como en ocasiones anteriores, Derek les habló del asunto Tunguska y no tardó en convencerles de la gravedad de la situación, avalado por la confianza de Dulce en él. Cardoso aceptó viajar a Moscú en el plazo de una semana. Derek colgó el teléfono, agotado pero satisfecho, mientras su mujer lo abrazaba desde detrás.
En Moscú, Patrick mantenía una charla con Dan Simmons. Le preguntó acerca del tal Timofei Novikov y la conveniencia de intentar conseguirlo como aliado. El Hombre Malo pareció más alterado de lo que nunca lo había visto Patrick cuando empezaron a hablar del ruso. Le aseguró que Novikov era una persona extremadamente peligrosa y uno de los pocos que habían sido capaces de "darle una tunda", y "una tunda especialmente fuerte". Se notaba el rencor en sus palabras, pero también la sinceridad cuando Simmons le dijo que Novikov tenía su propia agenda y era absolutamente incontrolable, ni siquiera por St. Germain.
Por fin, transcurrida poco más de una semana, Tomaso y los demás volvieron de Italia acompañados de Borkowski y los suyos y de los Adeptos de San Miguel. Poco después hacía acto de aparición otra pequeña multitud encabezada por los libreros, que se hacían acompañar de un nutrido número de guardaespaldas (entre ellos Mr Thorn y Meryl Shepherd), la familia Hamilton, Ian Stokehall y los Durmientes. Stokehall y Derek se saludaron con alegría contenida pero sinceramente, y más tarde mantuvieron una larga conversación sobre los años pasado. Con los Durmientes venía un viejo conocido, Nikos Kostas, y otro más, Simeon Bar Yohai, a quien habían conocido en Madrid.
El día siguiente el hotel se llenaba definitivamente con la llegada de los atlantes, encabezados por Dulce da Silva e Isabela Cardoso, hermana de Daniel, y con los aliados de Dan Simons, los yakuza japoneses y las bandas norteamericanas.
Las dos jornadas siguientes hubo dos reuniones multitudinarias en el restaurante del hotel que se prolongaron durante casi todo el día. En ellas, Van Dorn, el mayor experto en rituales de los reunidos (a excepción del propio St. Germain, que tenía un conocimiento intuitivo) afirmó que lo que quisiera que fuese aquel ritual del Tunguska debía de encontrarse ya en marcha (de ahí los seísmos), y que sin duda, la fecha límite de la que disponían era el solsticio de invierno. También trataron el tema de las pruebas: el grupo que había viajado a Tunguska ya había vuelto, y la misión había sido un gran fracaso. Bernard Tasse, el adepto, había tomado dos dosis del Polvo y tras adentrarse en la zona no había vuelto; el otro individuo, Ashton, había caído a los pocos minutos en un estado catatónico y habían tenido que correr a sacarlo de allí. Con las cosas así, a petición de Henry Clarkson, Patrick no tuvo más remedio que revelar su extraordinaria capacidad de alterar el Continuo.
—Es posible que con la potencia que me proporciona el Polvo, pueda utilizar mi capacidad de alterar la realidad para proteger a toda la comitiva —dijo con reticencia el profesor. Tras unos segundos de silencio, todo el mundo empezó a hablar acaloradamente.
Muchos expresaron su preocupación por lo inseguro que parecía aquel método para entrar a Tunguska, otros transmitieron su confianza ciega en Patrick y St. Germain, y finalmente consiguieron mantener una conversación civilizada con los pros y los contras de aquel método. En realidad, no les quedaba más remedio que confiar en que funcionara, pues no tenían ninguna otra alternativa.
Cuando apenas faltaban un par de días para el solsticio, entre silencios incómodos y rostros adustos, la comitiva partía en caravana a bordo de una veintena de vehículos hacia Krasnoyarsk. Iban a llegar muy justos si realmente el solsticio era el límite de tiempo del que disponían, como había dicho Van Dorn. Además de algo cansados, porque evitaron detenerse en ninguna población de camino a Tunguska. Evitando los controles de carretera gracias a las capacidades de los oniromantes, llegaron por fin al límite sur de la desolación. De las 120 personas que habían viajado a Krasnoyarsk, un contingente de unas setenta, entre las que se contaban efectivos de los yakuza, los gangsters americanos, los atlantes, la CCSA, los Adeptos de San Miguel, los Hijos de St. Germain, la Orden de San Cecilio y los libreros, se aprestó a adentrarse en la zona mientras el resto quedaría allí formando una especie de "campamento base". Esperaron a que Patrick consumiera las dosis pertinentes de Polvo (tres en concreto) y estabilizara sus habilidades. Pocos minutos después, con un extraño resplandor rojizo en sus ojos, el profesor asentía y los Hijos de St. Germain daban la orden de avanzar, con el propio St. Germain protegido en el centro del pequeño ejército junto a Patrick y Derek, y con Dan Simmons acompañándole como su sombra.
A medida que se adentraban en el área devastada, Patrick notaba cómo la realidad iba ejerciendo una presión cada vez mayor sobre su "burbuja" de realidad. Pronto la presión se fue tornando en un regular y creciente batir que distraía sus sentidos. Cada dos horas aproximadamente, renovaba la dosis de Polvo.
Pronto empezaron los problemas. Nada más entrar en la devastación del antiguo evento, la tormenta de nieve había dejado de existir y sobre sus cabezas podían ver, con un poco de vértigo, el cielo oscuro sin estrellas. Y cuando apenas llevaban recorridos unos pocos kilómetros, empezaron a ver y notar una especie de "jirones de nieve" que se movían sin viento y parecían danzar alrededor de ellos. Según los libreros, aquello debía de ser lo que los rusos llamaban "Beliyye Teni" ("Sombras Blancas"). Aquellas sombras tenían la capacidad de congelar el alma de los humanos y hacer que se unieran a ellas, y pronto, una parte de la comitiva empezó a caer. Una de las primeras en quedar inconsciente fue Stephanie Favre, y a requerimiento de Patrick, Derek la cargó sobre un hombro para no dejarla atrás; aunque allí no había tormenta, el frío seguía siendo intenso, y sin la protección de Patrick, todo aquel que dejaran atrás no tardaría en enloquecer.
Durante varias horas caminaron con la agonía de ver cómo algunos de sus seres queridos quedaban atrás, tendidos sobre el suelo helado. Finalmente, llegaron al lugar donde los rituales de Sigrid revelaban que se encontraba el libro, pero no había rastro de nada ni de nadie. Patrick luchaba contra los embates que amenazaban con hundir su protección. Pronto dedujeron, recordando los túneles a los que habían caído en su anterior visita a la zona, que el libro se debía de encontrar en algún subterráneo, así que se aprestaron a buscarlo. En el ínterin, Stephanie, su hermano y algunos más que habían caído y el resto había juzgado demasiado valiosos para dejar atrás, fueron despertando.
Tras aproximadamente una hora, alguien dio la voz de alarma. Desde detrás de un macizo de rocas a a poco menos de un kilómetro de distancia había empezado a aparecer gente. En principio parecían humanos, pero pronto se dieron cuenta, por la velocidad con que algunos se movían hacia ellos, que no todos debían de serlo. Con un rugido, Tomaso y Dan Simmons corrieron al frente seguidos de los yakuza para oponerse a los que llegaban. Desde atrás, los adeptos y los religiosos comenzaron a lanzar sus pequeños rituales y pronto se unían también a la lucha. Se emplearon a fondo. Las figuras que se movían tan rápido no eran sino demonios, que manifestaban sus poderes descaradamente, suponían que ayudados por la especial situación de la realidad en aquella zona. La lucha fue cruenta y pronto empezó a diezmar las filas de los yakuza y los gangsters. Dan Simmons se encontró con un demonio enorme y el golpe que este le propinó en el esternón lo lanzó varias decenas de metros hacia atrás, para preocupación del grupito que acompañaba a St. Germain. Derek abandonó este grupo cuando se incorporó también a la lucha. Cuando ante los ojos del director de la CCSA Dan Simmons parecía a punto de sucumbir a las garras del demonio que lo había abatido, un brutal rayo negro procedente del este arrancó la cabeza del engendro. Un tercer grupo se incorporaba a la lucha, rodeados de una nube de pequeños ingenios mecánicos: Timofei Novikov y sus acólitos atacaban a un lado y a otro indistintamente, con una fuerza y un poder que no parecían poder ser igualados.
Mientras tanto, Patrick y el conde se dirigían sin detenerse hacia el macizo de rocas donde suponían que estaba la entrada de la que no paraba de salir aquella gente. Además de los demonios, y los efectos arcanos de la gente de Novikov, las balas sonaban a su alrededor, respondidas por disparos de sus propios hombres.
Desde un punto indeterminado en su retaguardia, alguien dio la voz de alarma: ¡¡¡Misil!!! Alguien equipado con un lanzamisiles había lanzado un proyectil hacia la zona donde se encontraba St. Germain; con un esfuerzo que le hizo sangrar la nariz, Patrick consiguió desviarlo evitando que causara bajas masivas en sus filas. Antes de que sus hombres pudieran acabar con el enemigo fuertemente armado, un segundo misil fue disparado. De nuevo Patrick desvió su trayectoria, aunque esta vez un poco menos, y el impacto afectó a varios de los suyos y de Novikov. La línea de atlantes e Hijos de St Germain entraron por fin de lleno en la refriega y (cayendo muchos en el esfuerzo) unidos a un Dan Simmons potenciado por una dosis de Polvo de Dios, dieron el empuje final necesario para que Patrick y St. Germain llegaran a la entrada de los túneles, de donde seguían saliendo enemigos. Afortunadamente, el vínculo que unía al grupo desde el rescate de Derek era fuerte y consiguió mantenerlos unidos durante toda la travesía hasta acceder a la entrada. Dan Simmons, Derek y Tomaso abrían paso por pura fuerza física hasta que en un momento dado alguien arrojó algo contra St. Germain. Uno de los endemoniados arrojó una pequeñísima esquirla negra muy parecida (si no igual) a la que Derek llevaba en el bolsillo y que había enseñado en la reunión del hotel. La esquirla alcanzó al conde en algún punto, y este se detuvo, lo suficiente como para recibir un tiro en la frente que...
El corazón de Patrick subió casi hasta su boca al ver la muerte de St. Germain tan de cerca, y su reacción fue prácticamente inconsciente e instantánea: sacando fuerzas de no sabía dónde, hizo retroceder el tiempo a su alrededor unos diez segundos, lo justo para poder advertir al conde que se agachara. El esfuerzo hizo que tuviera que consumir una nueva dosis del Polvo. Por fin, un último arreón de Dan Simmons y Tomaso enaltecidos por el Polvo de Dios y un túnel abierto en diagonal gracias a la capacidad de alterar el entorno de Patrick, permitió que el grupo se viera libre de enemigos a su alrededor y pudiera recuperar el aliento. A la escasa luz de sus linternas, se miraron unos a otros, con los músculos agarrotados; el contingente se había reducido al propio St. Germain, Patrick, Sigrid, Tomaso, Derek, Anne Rush y Dan Simmons.
Reanudaron penosamente la marcha, desembocando en otro túnel donde enseguida pudieron oir, además del estruendo de la batalla, cánticos a lo lejos. A medida que se acercaron a ellos pudieron distinguir las palabras, y a Sigrid no le costó reconocer que el idioma era, sin duda, latín. El corazón le dio un vuelco: si aquella gente había encontrado el De Occultis original en latín, sin duda el mundo estaba en un gran aprieto. Instó a sus compañeros a que se apresuraran, compartiendo con ellos sus sospechas.
Finalmente llegaron al final del túnel, una abertura más o menos amplia que se abría a una gran caverna de paredes extrañamente lisas, del tamaño de un campo de fútbol, iluminada por antorchas y fuegos y a la que confluían centenares de túneles como aquel en el que se encontraban. Los cánticos se habían hecho ya estruendosos, y la escena que se desarrollaba les sobrecogió. Al otro extremo de la sala, un hombre de mediana edad, moreno, con barba y ojos azules se sentaba en lo alto de un trono tallado con simbología judía, el único mobiliario presente en la caverna a excepción del atril situado unos tres metros delante y debajo de él, donde un grupo de cinco personas sostenía el De Occultis Spherae y recitaba los rituales de sus páginas con estentóreas voces. En el centro de la caverna, en una depresión, se podía ver una roca de unos cinco metros de diámetro negra como la más oscura noche, muy parecida al monolito de Quebec. Y alrededor de ella una multitud de personas reunida. Pululando entre la gente distinguieron a Paolo, el hermano de Tomaso poseído por entidades demoníacas, y varios sujetos más con su mismo aspecto; algunos de ellos custodiaban a un grupo de seis personas entre los que Patrick reconoció a ¡Lupita! y a un anciano japonés que ya había visto en su incursión a la Estadosfera. Con las pocas fuerzas que le quedaban y lo poco que le permitía la enorme concentración en protegerse del entorno, susurró a sus compañeros que aquellos debían de ser sin duda los Nacidos Relevantes. Los demonios los mantenían muy cerca de la roca negra, encarados hacia ella. Lupita y otro niño lloraban desconsolados; eso le partía el corazón, y también el de Tomaso. El resto de la congregación lo componían gente en su mayoría desconocida, pero pudieron reconocer a los miembros del círculo neosuabo, varios humanos biomodificados, más poseídos, acólitos de Weiss & Crane (entre ellos ¡¡los propios Valentine Weiss y Alexander Crane!!), un nutrido grupo de avatares, y al otro lado de la roca negra —el corazón de Sigrid se desbocó al ver esto— ¡¡la autómata Tina Lovac sosteniendo a Daniel del Hierro, amordazado!! La anticuaria rebulló, desesperada por no poder correr hacia su hijo.
—Tenemos que saltar —dijo St. Germain, con urgencia—. Tenemos que detener esto, o la existencia perecerá. Vamos. ¡Vamos! —se miraron unos a otros, agobiados con la idea de meterse en aquel nido de víboras.
De repente, los cánticos cesaron. El suelo tembló con violencia y las cinco figuras encargadas de su lectura comenzaron a gritar salvajemente, pero de forma metódica. Sin duda debían darse prisa, porque los demonios pusieron en pie a los Nacidos Relevantes y Tina Lovac aflojaba la mordaza de Daniel. Derek lanzó un par de granadas hacia el trono, pero no explotaron (dejaban de funcionar al salir del área de influencia de Patrick), y lo que era peor, revelaron su presencia.
Providencialmente, una gran explosión desde otro de los túneles que desembocaba en la caverna precedió la aparición de varios de los acólitos de Novikov. Una parte de los demonios de Paolo corrieron a enfrentarse a ellos, igual que los acólitos de Weiss & Crane. Era la oportunidad del grupo, pero alguien cercano gritó "¡¡¡Están aquí!!!" refiriéndose a ellos; el resto de demonios corrió hacia su posición. Sin pensarlo más, Tomaso saltó, angustiado por el destino de Lupita y los niños; Derek le siguió de cerca; Dan Simmons saltó tras él con la intención de seguir las órdenes de St Germain y acabar con los Nacidos Relevantes. Mientras tanto, el conde comenzó a disparar contra los Nacidos intentando acabar con ellos antes de que los arrojaran a la piedra negra, pero falló todos sus intentos. Uno de los disparos, dirigido a Lupita, fue interceptado por Tomaso quien, como un titán, arrastraba a cuatro demonios que lo laceraban y lo intentaban derribar; él se los quitaba de encima con golpes más propios de un ente sobrenatural que de un humano, pero otros salían a su encuentro. Dan Simmons, poseído todavía por el éxtasis del Polvo de Dios, consiguió también abrirse paso hasta la fila de Nacidos, donde acabó con la vida de una mujer china poco antes de caer abatido por las descargas de los adeptos de los neosuabos. Sigrid siguió el ejemplo de St Germain y, muy a su pesar, consiguió abatir de un disparo al anciano japonés. En ese momento, un demonio saltaba sobrenaturalmente hacia el conde y soltaba una pequeña astilla como la que ya le había afectado a la entrada de los túneles; con sus últimas fuerzas, Patrick consiguió desviarla y permitir así que el primer hombre rechazara al enemigo con un fuerte impacto. Entre tanto, Timofei Novikov y sus seguidores hacían una pequeña masacre en las filas de los avatares, que también se defendían cruentamente.
Finalmente la rémora de demonios consiguió tumbar a Tomaso, pero no antes de que este consiguiera gracias a la ayuda de Derek apartar a Lupita del entorno de la roca negra. El suelo tembló, esta vez haciendo que todos perdieran el equilibrio, y un pitido intensísimo taladró sus cerebros; Patrick tuvo que soltar por fin la protección, destrozado por el esfuerzo, y se encogió de dolor, igual que todos los demás.
Despertó en su habitación, con Helen a su lado, con la sensación de que todo había sido un sueño. Se levantó confundido. Fue a la habitación de su hija Lupita antes de recordar que había sido poseída por un demonio y se encontraba custodiada en un convento. Pero eso no lo había vivido... ¿o sí? Algo estaba terriblemente mal, y fue totalmente consciente cuando recordó lo que había sucedido en la caverna en Rusia, su vida pasada y sus amigos —más bien familia—, a los que podía sentir en el fondo de su mente... lloró durante largo tiempo, frustrado, pero al fin se levantó, decidido a corregir lo que fuera que hubiera pasado. Lo primero era reunir el grupo de nuevo... esperaba que, como él, fueran capaces de recordar...
Tras la reunión con los Adeptos de San Miguel, Derek recibía por fin la llamada de Dulce y de Cardoso. Los atlantes estaban preocupados por los ataques que habían recibido últimamente. Por los helicópteros que Dulce describió, los atacantes habían sido sin duda enviados por UNSUP. Como en ocasiones anteriores, Derek les habló del asunto Tunguska y no tardó en convencerles de la gravedad de la situación, avalado por la confianza de Dulce en él. Cardoso aceptó viajar a Moscú en el plazo de una semana. Derek colgó el teléfono, agotado pero satisfecho, mientras su mujer lo abrazaba desde detrás.
En Moscú, Patrick mantenía una charla con Dan Simmons. Le preguntó acerca del tal Timofei Novikov y la conveniencia de intentar conseguirlo como aliado. El Hombre Malo pareció más alterado de lo que nunca lo había visto Patrick cuando empezaron a hablar del ruso. Le aseguró que Novikov era una persona extremadamente peligrosa y uno de los pocos que habían sido capaces de "darle una tunda", y "una tunda especialmente fuerte". Se notaba el rencor en sus palabras, pero también la sinceridad cuando Simmons le dijo que Novikov tenía su propia agenda y era absolutamente incontrolable, ni siquiera por St. Germain.
Por fin, transcurrida poco más de una semana, Tomaso y los demás volvieron de Italia acompañados de Borkowski y los suyos y de los Adeptos de San Miguel. Poco después hacía acto de aparición otra pequeña multitud encabezada por los libreros, que se hacían acompañar de un nutrido número de guardaespaldas (entre ellos Mr Thorn y Meryl Shepherd), la familia Hamilton, Ian Stokehall y los Durmientes. Stokehall y Derek se saludaron con alegría contenida pero sinceramente, y más tarde mantuvieron una larga conversación sobre los años pasado. Con los Durmientes venía un viejo conocido, Nikos Kostas, y otro más, Simeon Bar Yohai, a quien habían conocido en Madrid.
El día siguiente el hotel se llenaba definitivamente con la llegada de los atlantes, encabezados por Dulce da Silva e Isabela Cardoso, hermana de Daniel, y con los aliados de Dan Simons, los yakuza japoneses y las bandas norteamericanas.
Las dos jornadas siguientes hubo dos reuniones multitudinarias en el restaurante del hotel que se prolongaron durante casi todo el día. En ellas, Van Dorn, el mayor experto en rituales de los reunidos (a excepción del propio St. Germain, que tenía un conocimiento intuitivo) afirmó que lo que quisiera que fuese aquel ritual del Tunguska debía de encontrarse ya en marcha (de ahí los seísmos), y que sin duda, la fecha límite de la que disponían era el solsticio de invierno. También trataron el tema de las pruebas: el grupo que había viajado a Tunguska ya había vuelto, y la misión había sido un gran fracaso. Bernard Tasse, el adepto, había tomado dos dosis del Polvo y tras adentrarse en la zona no había vuelto; el otro individuo, Ashton, había caído a los pocos minutos en un estado catatónico y habían tenido que correr a sacarlo de allí. Con las cosas así, a petición de Henry Clarkson, Patrick no tuvo más remedio que revelar su extraordinaria capacidad de alterar el Continuo.
—Es posible que con la potencia que me proporciona el Polvo, pueda utilizar mi capacidad de alterar la realidad para proteger a toda la comitiva —dijo con reticencia el profesor. Tras unos segundos de silencio, todo el mundo empezó a hablar acaloradamente.
Muchos expresaron su preocupación por lo inseguro que parecía aquel método para entrar a Tunguska, otros transmitieron su confianza ciega en Patrick y St. Germain, y finalmente consiguieron mantener una conversación civilizada con los pros y los contras de aquel método. En realidad, no les quedaba más remedio que confiar en que funcionara, pues no tenían ninguna otra alternativa.
Cuando apenas faltaban un par de días para el solsticio, entre silencios incómodos y rostros adustos, la comitiva partía en caravana a bordo de una veintena de vehículos hacia Krasnoyarsk. Iban a llegar muy justos si realmente el solsticio era el límite de tiempo del que disponían, como había dicho Van Dorn. Además de algo cansados, porque evitaron detenerse en ninguna población de camino a Tunguska. Evitando los controles de carretera gracias a las capacidades de los oniromantes, llegaron por fin al límite sur de la desolación. De las 120 personas que habían viajado a Krasnoyarsk, un contingente de unas setenta, entre las que se contaban efectivos de los yakuza, los gangsters americanos, los atlantes, la CCSA, los Adeptos de San Miguel, los Hijos de St. Germain, la Orden de San Cecilio y los libreros, se aprestó a adentrarse en la zona mientras el resto quedaría allí formando una especie de "campamento base". Esperaron a que Patrick consumiera las dosis pertinentes de Polvo (tres en concreto) y estabilizara sus habilidades. Pocos minutos después, con un extraño resplandor rojizo en sus ojos, el profesor asentía y los Hijos de St. Germain daban la orden de avanzar, con el propio St. Germain protegido en el centro del pequeño ejército junto a Patrick y Derek, y con Dan Simmons acompañándole como su sombra.
A medida que se adentraban en el área devastada, Patrick notaba cómo la realidad iba ejerciendo una presión cada vez mayor sobre su "burbuja" de realidad. Pronto la presión se fue tornando en un regular y creciente batir que distraía sus sentidos. Cada dos horas aproximadamente, renovaba la dosis de Polvo.
Pronto empezaron los problemas. Nada más entrar en la devastación del antiguo evento, la tormenta de nieve había dejado de existir y sobre sus cabezas podían ver, con un poco de vértigo, el cielo oscuro sin estrellas. Y cuando apenas llevaban recorridos unos pocos kilómetros, empezaron a ver y notar una especie de "jirones de nieve" que se movían sin viento y parecían danzar alrededor de ellos. Según los libreros, aquello debía de ser lo que los rusos llamaban "Beliyye Teni" ("Sombras Blancas"). Aquellas sombras tenían la capacidad de congelar el alma de los humanos y hacer que se unieran a ellas, y pronto, una parte de la comitiva empezó a caer. Una de las primeras en quedar inconsciente fue Stephanie Favre, y a requerimiento de Patrick, Derek la cargó sobre un hombro para no dejarla atrás; aunque allí no había tormenta, el frío seguía siendo intenso, y sin la protección de Patrick, todo aquel que dejaran atrás no tardaría en enloquecer.
Durante varias horas caminaron con la agonía de ver cómo algunos de sus seres queridos quedaban atrás, tendidos sobre el suelo helado. Finalmente, llegaron al lugar donde los rituales de Sigrid revelaban que se encontraba el libro, pero no había rastro de nada ni de nadie. Patrick luchaba contra los embates que amenazaban con hundir su protección. Pronto dedujeron, recordando los túneles a los que habían caído en su anterior visita a la zona, que el libro se debía de encontrar en algún subterráneo, así que se aprestaron a buscarlo. En el ínterin, Stephanie, su hermano y algunos más que habían caído y el resto había juzgado demasiado valiosos para dejar atrás, fueron despertando.
Tras aproximadamente una hora, alguien dio la voz de alarma. Desde detrás de un macizo de rocas a a poco menos de un kilómetro de distancia había empezado a aparecer gente. En principio parecían humanos, pero pronto se dieron cuenta, por la velocidad con que algunos se movían hacia ellos, que no todos debían de serlo. Con un rugido, Tomaso y Dan Simmons corrieron al frente seguidos de los yakuza para oponerse a los que llegaban. Desde atrás, los adeptos y los religiosos comenzaron a lanzar sus pequeños rituales y pronto se unían también a la lucha. Se emplearon a fondo. Las figuras que se movían tan rápido no eran sino demonios, que manifestaban sus poderes descaradamente, suponían que ayudados por la especial situación de la realidad en aquella zona. La lucha fue cruenta y pronto empezó a diezmar las filas de los yakuza y los gangsters. Dan Simmons se encontró con un demonio enorme y el golpe que este le propinó en el esternón lo lanzó varias decenas de metros hacia atrás, para preocupación del grupito que acompañaba a St. Germain. Derek abandonó este grupo cuando se incorporó también a la lucha. Cuando ante los ojos del director de la CCSA Dan Simmons parecía a punto de sucumbir a las garras del demonio que lo había abatido, un brutal rayo negro procedente del este arrancó la cabeza del engendro. Un tercer grupo se incorporaba a la lucha, rodeados de una nube de pequeños ingenios mecánicos: Timofei Novikov y sus acólitos atacaban a un lado y a otro indistintamente, con una fuerza y un poder que no parecían poder ser igualados.
Mientras tanto, Patrick y el conde se dirigían sin detenerse hacia el macizo de rocas donde suponían que estaba la entrada de la que no paraba de salir aquella gente. Además de los demonios, y los efectos arcanos de la gente de Novikov, las balas sonaban a su alrededor, respondidas por disparos de sus propios hombres.
Desde un punto indeterminado en su retaguardia, alguien dio la voz de alarma: ¡¡¡Misil!!! Alguien equipado con un lanzamisiles había lanzado un proyectil hacia la zona donde se encontraba St. Germain; con un esfuerzo que le hizo sangrar la nariz, Patrick consiguió desviarlo evitando que causara bajas masivas en sus filas. Antes de que sus hombres pudieran acabar con el enemigo fuertemente armado, un segundo misil fue disparado. De nuevo Patrick desvió su trayectoria, aunque esta vez un poco menos, y el impacto afectó a varios de los suyos y de Novikov. La línea de atlantes e Hijos de St Germain entraron por fin de lleno en la refriega y (cayendo muchos en el esfuerzo) unidos a un Dan Simmons potenciado por una dosis de Polvo de Dios, dieron el empuje final necesario para que Patrick y St. Germain llegaran a la entrada de los túneles, de donde seguían saliendo enemigos. Afortunadamente, el vínculo que unía al grupo desde el rescate de Derek era fuerte y consiguió mantenerlos unidos durante toda la travesía hasta acceder a la entrada. Dan Simmons, Derek y Tomaso abrían paso por pura fuerza física hasta que en un momento dado alguien arrojó algo contra St. Germain. Uno de los endemoniados arrojó una pequeñísima esquirla negra muy parecida (si no igual) a la que Derek llevaba en el bolsillo y que había enseñado en la reunión del hotel. La esquirla alcanzó al conde en algún punto, y este se detuvo, lo suficiente como para recibir un tiro en la frente que...
El corazón de Patrick subió casi hasta su boca al ver la muerte de St. Germain tan de cerca, y su reacción fue prácticamente inconsciente e instantánea: sacando fuerzas de no sabía dónde, hizo retroceder el tiempo a su alrededor unos diez segundos, lo justo para poder advertir al conde que se agachara. El esfuerzo hizo que tuviera que consumir una nueva dosis del Polvo. Por fin, un último arreón de Dan Simmons y Tomaso enaltecidos por el Polvo de Dios y un túnel abierto en diagonal gracias a la capacidad de alterar el entorno de Patrick, permitió que el grupo se viera libre de enemigos a su alrededor y pudiera recuperar el aliento. A la escasa luz de sus linternas, se miraron unos a otros, con los músculos agarrotados; el contingente se había reducido al propio St. Germain, Patrick, Sigrid, Tomaso, Derek, Anne Rush y Dan Simmons.
Reanudaron penosamente la marcha, desembocando en otro túnel donde enseguida pudieron oir, además del estruendo de la batalla, cánticos a lo lejos. A medida que se acercaron a ellos pudieron distinguir las palabras, y a Sigrid no le costó reconocer que el idioma era, sin duda, latín. El corazón le dio un vuelco: si aquella gente había encontrado el De Occultis original en latín, sin duda el mundo estaba en un gran aprieto. Instó a sus compañeros a que se apresuraran, compartiendo con ellos sus sospechas.
Finalmente llegaron al final del túnel, una abertura más o menos amplia que se abría a una gran caverna de paredes extrañamente lisas, del tamaño de un campo de fútbol, iluminada por antorchas y fuegos y a la que confluían centenares de túneles como aquel en el que se encontraban. Los cánticos se habían hecho ya estruendosos, y la escena que se desarrollaba les sobrecogió. Al otro extremo de la sala, un hombre de mediana edad, moreno, con barba y ojos azules se sentaba en lo alto de un trono tallado con simbología judía, el único mobiliario presente en la caverna a excepción del atril situado unos tres metros delante y debajo de él, donde un grupo de cinco personas sostenía el De Occultis Spherae y recitaba los rituales de sus páginas con estentóreas voces. En el centro de la caverna, en una depresión, se podía ver una roca de unos cinco metros de diámetro negra como la más oscura noche, muy parecida al monolito de Quebec. Y alrededor de ella una multitud de personas reunida. Pululando entre la gente distinguieron a Paolo, el hermano de Tomaso poseído por entidades demoníacas, y varios sujetos más con su mismo aspecto; algunos de ellos custodiaban a un grupo de seis personas entre los que Patrick reconoció a ¡Lupita! y a un anciano japonés que ya había visto en su incursión a la Estadosfera. Con las pocas fuerzas que le quedaban y lo poco que le permitía la enorme concentración en protegerse del entorno, susurró a sus compañeros que aquellos debían de ser sin duda los Nacidos Relevantes. Los demonios los mantenían muy cerca de la roca negra, encarados hacia ella. Lupita y otro niño lloraban desconsolados; eso le partía el corazón, y también el de Tomaso. El resto de la congregación lo componían gente en su mayoría desconocida, pero pudieron reconocer a los miembros del círculo neosuabo, varios humanos biomodificados, más poseídos, acólitos de Weiss & Crane (entre ellos ¡¡los propios Valentine Weiss y Alexander Crane!!), un nutrido grupo de avatares, y al otro lado de la roca negra —el corazón de Sigrid se desbocó al ver esto— ¡¡la autómata Tina Lovac sosteniendo a Daniel del Hierro, amordazado!! La anticuaria rebulló, desesperada por no poder correr hacia su hijo.
—Tenemos que saltar —dijo St. Germain, con urgencia—. Tenemos que detener esto, o la existencia perecerá. Vamos. ¡Vamos! —se miraron unos a otros, agobiados con la idea de meterse en aquel nido de víboras.
De repente, los cánticos cesaron. El suelo tembló con violencia y las cinco figuras encargadas de su lectura comenzaron a gritar salvajemente, pero de forma metódica. Sin duda debían darse prisa, porque los demonios pusieron en pie a los Nacidos Relevantes y Tina Lovac aflojaba la mordaza de Daniel. Derek lanzó un par de granadas hacia el trono, pero no explotaron (dejaban de funcionar al salir del área de influencia de Patrick), y lo que era peor, revelaron su presencia.
Providencialmente, una gran explosión desde otro de los túneles que desembocaba en la caverna precedió la aparición de varios de los acólitos de Novikov. Una parte de los demonios de Paolo corrieron a enfrentarse a ellos, igual que los acólitos de Weiss & Crane. Era la oportunidad del grupo, pero alguien cercano gritó "¡¡¡Están aquí!!!" refiriéndose a ellos; el resto de demonios corrió hacia su posición. Sin pensarlo más, Tomaso saltó, angustiado por el destino de Lupita y los niños; Derek le siguió de cerca; Dan Simmons saltó tras él con la intención de seguir las órdenes de St Germain y acabar con los Nacidos Relevantes. Mientras tanto, el conde comenzó a disparar contra los Nacidos intentando acabar con ellos antes de que los arrojaran a la piedra negra, pero falló todos sus intentos. Uno de los disparos, dirigido a Lupita, fue interceptado por Tomaso quien, como un titán, arrastraba a cuatro demonios que lo laceraban y lo intentaban derribar; él se los quitaba de encima con golpes más propios de un ente sobrenatural que de un humano, pero otros salían a su encuentro. Dan Simmons, poseído todavía por el éxtasis del Polvo de Dios, consiguió también abrirse paso hasta la fila de Nacidos, donde acabó con la vida de una mujer china poco antes de caer abatido por las descargas de los adeptos de los neosuabos. Sigrid siguió el ejemplo de St Germain y, muy a su pesar, consiguió abatir de un disparo al anciano japonés. En ese momento, un demonio saltaba sobrenaturalmente hacia el conde y soltaba una pequeña astilla como la que ya le había afectado a la entrada de los túneles; con sus últimas fuerzas, Patrick consiguió desviarla y permitir así que el primer hombre rechazara al enemigo con un fuerte impacto. Entre tanto, Timofei Novikov y sus seguidores hacían una pequeña masacre en las filas de los avatares, que también se defendían cruentamente.
Finalmente la rémora de demonios consiguió tumbar a Tomaso, pero no antes de que este consiguiera gracias a la ayuda de Derek apartar a Lupita del entorno de la roca negra. El suelo tembló, esta vez haciendo que todos perdieran el equilibrio, y un pitido intensísimo taladró sus cerebros; Patrick tuvo que soltar por fin la protección, destrozado por el esfuerzo, y se encogió de dolor, igual que todos los demás.
*****
Despertó en su habitación, con Helen a su lado, con la sensación de que todo había sido un sueño. Se levantó confundido. Fue a la habitación de su hija Lupita antes de recordar que había sido poseída por un demonio y se encontraba custodiada en un convento. Pero eso no lo había vivido... ¿o sí? Algo estaba terriblemente mal, y fue totalmente consciente cuando recordó lo que había sucedido en la caverna en Rusia, su vida pasada y sus amigos —más bien familia—, a los que podía sentir en el fondo de su mente... lloró durante largo tiempo, frustrado, pero al fin se levantó, decidido a corregir lo que fuera que hubiera pasado. Lo primero era reunir el grupo de nuevo... esperaba que, como él, fueran capaces de recordar...