Llegó el día de Nochebuena. Patrick había "despertado" a su nueva vida la madrugada del día 22 de diciembre, el solsticio de invierno, justo cuando había tenido lugar el ritual de Tunguska, y tanto él como Sigrid, acompañados de sus parejas, decidieron visitar a sus respectivos hijos poseídos por demonios. Ambos se encontraban custodiados casualmente (o quizá no tan casualmente) en el mismo convento, el convento de la Iglesia del Redentor, en Brooklyn. Patrick prefirió interactuar mínimamente con Lupita, muy a su pesar; por su parte, Sigrid consiguió entablar unos momentos de conversación con su hijo a través de la ventana de su habitación, e incluso pudo acariciarlo con lágrimas en sus ojos cuando él le pidió que lo sacara de allí; pero cuando el adolescente cogió la mano de su madre con una fuerza excesiva, sus ojos se tornaron sombras y su voz cambió a un tono más grave para proferir varias blasfemias, la monja supervisora dio una orden al guardián, que liberó a Sigrid del agarrón y cerró la ventana. El peso de los acontecimientos y los nuevos recuerdos cayó de lleno sobre la anticuaria, que sufrió una crisis de ansiedad. Afortunadamente, Patrick consiguió aliviarla con unos minutos de charla.
Convento de la Iglesia del Redentor |
El día siguiente, después de pasar una noche agridulce con sus familias, todos se reunieron de nuevo en la sede de la CCSA. Decidieron echar un vistazo entre todos a los informes sobre los que el congresista Ackerman había llamado la atención de Derek. No tardaron en poner en común los nombres de los principales sospechosos de cada caso: Edward H.(Henry) Freeman, Henry Count y Rebecca Clarkson. Intercambiaron miradas de preocupación, pero también una renovada esperanza acudía a sus ojos; alguna parte del nombre de Henry Clarkson aparecía en cada uno de los sospechosos... ¿Qué querría decir aquello? No lo sabían, pero estaban dispuestos a averiguarlo. No había fotos ni de Clarkson ni de Freeman, y donde debería haber estado la foto de Count adjunta al dossier, alguien la había perdido o arrancado. Así que la apariencia de los sospechosos les era esquiva. En los expedientes Clarkson y Freeman se daban algunos datos sobre los posibles domicilios de los sospechosos, pero muy vagamente; el dato más fiable estaba en el dossier de Count; en él se reseñaba que este se encontraba ingresado en el hospital psiquiátrico Grasshopper Hills, sito en el condado de Westchester; Sigrid se sintió extraña al reconocer el nombre del sanatorio donde su hermana había estado internada en su anterior vida. Al parecer, los doctores habían diagnosticado a Henry Count con el único caso conocido en el mundo de Dejà Vu constante, lo que le incapacitaba para llevar una vida normal; eso, unido al hecho de que lo perseguían los acontecimientos extraordinarios, había provocado que el estado lo internara en una habitación de vigilancia intensiva.
Mientras departían acerca de los nombres y de lo extraño de la ausencia de fotos surgió el tema de las diferencias en el mundo en que vivían en ese momento y el de su vida anterior; era evidente que todo parecía más... oscuro, más sombrío, en esta nueva realidad; sin duda, los demonios presentes durante la ceremonia de Tunguska habían tenido algo que ver con ello. Además, Patrick sugirió que deberían tener claro qué había cambiado en los hechos históricos de uno y de otro. En esto, los conocimientos de Sigrid resultaron importantes, puesto que era la única con los conocimientos (y recuerdos) de historia necesarios procedentes de la realidad anterior. Varios hechos resultaron haber cambiado entre una encarnación de la realidad y otra: primero, la existencia del Imperio Bizantino se había prolongado al menos un par de siglos más que en la realidad anterior, y además su disolución se había producido de forma pacífica, disgregándose en estados más pequeños o anexándose a los de su alrededor; se decía que los bizantinos habían contraído matrimonio con las líneas sucesorias de todos los reinos y estados importantes de la historia. Además, algo había cambiado a partir del reinado del emperador León IV, conocido como "el Jázaro" (¡ese nombre otra vez!). Mientras que en la realidad anterior León había sido asesinado por Juan I Tzimiskes, en esta existencia había sido totalmente al revés. De esa manera, la dinastía de León (descendientes de los Jázaros por el matrimonio de los padres de León, Constantino V e Irene Tzitzak) había perdurado hasta el final del Imperio... Por otro lado, como más tarde averiguaría Tomaso, en varias páginas web conspiranófilas se hablaba de que la sangre de León se había mantenido pura hasta la actualidad, y que sus descendientes formaban la élite que controlaba el mundo en la sombra. Y no solo eso, sino que a lo largo de la historia se les conectaba con multitud de movimientos relacionados con la brujería, artes ocultas y filosofías esotéricas; incluso se afirmaba en algunas fuentes que el Gran Mago y otrora Gran Maestre del Ordo Templi Orientis Aleister Crowley no era sino uno más de los descendientes de la línea jázara. El corazón de Tomaso latió más rápido; ¿era posible que aquello fuera el origen de todo Mal?
Al parecer, los Jázaros, de los que ya les habían hablado Anne Rush y St. Germain antes de Tunguska, debían de haber conseguido al menos uno de sus objetivos con el ritual, si todo aquello era cierto.
Las diferencias en la historia no acababan allí; Sigrid también encontró disparidades en la Revolución Francesa, el Imperio de Napoleón, la Segunda Guerra Mundial (que se había prolongado un par de años más) y la Unión Soviética, pero no parecían tan importantes como las encontradas en la línea del Imperio Bizantino. También encontraron referencias al Conde St. Germain en esta realidad, referencias datadas en los siglos XVII y XVIII, semejantes a las de la realidad anterior.
Poco antes de la hora de comer, y a petición de Tomaso, los cuatro se trasladaron al domicilio de Sally. Allí, los tres compañeros del italiano corroboraron y apoyaron la historia que le había contado a la periodista, y a ella, tras muchos años de confianza, no le quedó otro remedio que creerlos. No tardó en preguntarles acerca de detalles de "la otra realidad", interesándose por qué relación tenían, cómo era ella... tras responderle lo mejor que pudieron, le prometieron que harían todo lo que fuera posible para que recordara. Por otra parte, después de que Patrick le explicara los detalles de la recreación de la existencia, Sally se quedó pensativa; a los pocos momentos se levantó, diciendo que había recordado algo. Cuando regresó, llevaba en la mano un ejemplar de la revista llamada Nuevo Amanecer, que Tomaso conocía muy bien, pues trataba sobre temas esotéricos y ocultistas. En la portada podía leerse el título de varios artículos que daban a entender que los articulistas estaban bastante bien informados sobre la realidad del Submundo Ocultista... así lo daban a entender títulos como "El poder simbólico de los Libros" y "Parásitos dimensionales: ¿entre nosotros?". Pero el artículo que más llamaba la atención era uno titulado "¿Es esta realidad una farsa?", firmado por un tal ¡H. Clarkson! La "H" correspondía al nombre "Howard", pero otra vez se trataba de una casualidad demasiado extraña. En el artículo, Clarkson hacía referencias a la recreación cíclica del Universo y a una figura que el grupo entendió que correspondía al Conde St Germain.
Tras una breve investigación, Sally y Tomaso averiguaron que el tal
Howard Clarkson había sido asesinado poco después de la publicación de su artículo, hacía un par de meses. Su cara había resultado destrozada y
no había fotos de él ni ningún registro en internet antes de su
colaboración en Nuevo Amanecer, así que metieron al articulista en el mismo saco que los sospechosos de la CCSA.
Al atardecer se trasladaron por fin al sanatorio "Grasshopper Hills" con la intención de visitar al tal Henry Count. Pero las identificaciones de la CCSA probaron no ser lo suficientemente intimidatorias, así que el encargado de planta les impidió el paso sin una orden judicial. El grupo se reunió con uno de los doctores encargados del tratamiento de Count, un tal Williams, intentando convencerle de que había un problema de alerta sanitaria relacionado con él, pero no lo consiguieron.
—Vaya, alguien ha metido la pata aquí —dijo el doctor Williams, con cara de pocos amigos.
El doctor les mostró el informe de Count que traía consigo, y justamente donde debería haber estado su rostro en la foto, alguien había derrmado un poco de café que impedía su identificación. La frustración fue en aumento cuando, consultando el dossier informático, todas las fotos del paciente parecían haberse corrompido. Increíble.
Para complicar aún más la situación, Derek pudo ver por el rabillo del ojo cómo uno de los dos guardas de seguridad que les habían recibido en la entrada sacaba una foto del grupo mientras hablaban con el doctor. El guarda se marchó rápidamente, sin dar tiempo a reaccionar al director de la CCSA NY. Finalmente, Patrick consiguió un acuerdo con el doctor por el que le permitirían echar un rápido vistazo a la habitación de Count al menos para tratar de identificarlo físicamente; así lo hicieron, pero en los breves segundos en los que permitieron la apertura de la puerta de la habitación Patrick no pudo ver al paciente, porque se encontraba sentado en un sillón de espaldas; parecía que las casualidades conspiraban para que no pudieran ver el rostro de ninguno de los sospechosos de los expedientes. Ante la negativa del doctor y los vigilantes a abrir de nuevo la puerta debido a la peligrosidad de interactuar con Count, Patrick desistió y se marchó, frustrado.
—Vaya, alguien ha metido la pata aquí —dijo el doctor Williams, con cara de pocos amigos.
El doctor les mostró el informe de Count que traía consigo, y justamente donde debería haber estado su rostro en la foto, alguien había derrmado un poco de café que impedía su identificación. La frustración fue en aumento cuando, consultando el dossier informático, todas las fotos del paciente parecían haberse corrompido. Increíble.
Para complicar aún más la situación, Derek pudo ver por el rabillo del ojo cómo uno de los dos guardas de seguridad que les habían recibido en la entrada sacaba una foto del grupo mientras hablaban con el doctor. El guarda se marchó rápidamente, sin dar tiempo a reaccionar al director de la CCSA NY. Finalmente, Patrick consiguió un acuerdo con el doctor por el que le permitirían echar un rápido vistazo a la habitación de Count al menos para tratar de identificarlo físicamente; así lo hicieron, pero en los breves segundos en los que permitieron la apertura de la puerta de la habitación Patrick no pudo ver al paciente, porque se encontraba sentado en un sillón de espaldas; parecía que las casualidades conspiraban para que no pudieran ver el rostro de ninguno de los sospechosos de los expedientes. Ante la negativa del doctor y los vigilantes a abrir de nuevo la puerta debido a la peligrosidad de interactuar con Count, Patrick desistió y se marchó, frustrado.
Escamados por cómo se habían desarrollado los acontecimientos en el sanatorio, Derek y Jonathan decidieron quedarse por la noche para vigilar. Alejaron el vehículo (en las calles de la zona no había prácticamente automóviles aparcados, mucho menos por la noche) y se apostaron tras unos arbustos. Efectivamente, tal y como habían supuesto, no tardó mucho en haber movimiento. Sobre la una de la madrugada, varios vehículos hacían acto de aparición: dos coches de policía encabezando y cerrando una comitiva compuesta por dos todoterrenos negros y una ambulancia, en completo silencio. Transcurridos cuarenta minutos, la comitiva se marchó por donde había venido, igual de discreta.
El día siguiente, Derek consiguió con algunos problemas una orden judicial para poder visitar a Henry Count en el sanatorio, aunque el grupo ya no tenía muchas dudas de que debían de haberlo trasladado. Y así era: una vez que llegaron allí, otro de los doctores encargados de su supervisión les confirmó que el paciente había sido trasladado por la noche. En el registro informático figuraba su traslado a eso de la una de la mañana con destino al hospital militar de Saint John. Al parecer, los traslados nocturnos no eran la norma, pero tampoco podía decirse que fuera algo excepcional. Irritados, pidieron que les dejaran ver las grabaciones de seguridad de la noche anterior, y contra todo pronóstico, los encargados accedieron. Tomaso sintió un escalofrío cuando de uno de los todoterrenos bajó un tipo delgado, cetrino y bien vestido que identificó como Salvatore Leone. Salvatore era el hijo de don Francesco Leone, uno de los mafiosos más importantes del estado de Nueva York, que había contratado sus servicios en más de una ocasión. Nadie más del grupo reconoció a ningún otro de los individuos que salieron de los coches. Al cabo de una media hora, la comitiva volvió a salir del hospital llevando en una camilla al que debía ser Henry Count; no obstante, fueron incapaces de identificarlo porque en ningún momento su rostro fue captado por la cámara: durante todo el intervalo de grabación algún obstáculo (uno de los guardianes, su propio pelo...) interfería en la visión de su cara. Y eso era todo; un equipo de enfermeros y tipos trajeados se había llevado de un sanatorio mental a un interno bajo la supervisión de un importante mafioso... aquello apestaba a podrido.
Por supuesto, más tarde se trasladarían al hospital de Saint John, pero antes querían hablar con el guardia de seguridad que les había tomado la foto el día anterior. Al infomarse de que el guarda no entraría hasta el turno de noche, decidieron ir a su casa; su nombre (Robert Heart) y dirección fueron proporcionados por uno de los celadores a cambio de unos pocos billetes.
El tal Heart resultó vivir en un edificio de apartamentos bastante aceptable en Bronx. El grupo no tardó en plantarse en el rellano ante su puerta. Dentro, se oía la televisión. Llamaron al timbre varias veces, pero no recibieron contestación alguna. Así que Tomaso y Derek decidieron echar la puerta abajo. Algunos vecinos salieron al rellano e increparon al grupo por el ruido, aunque los ánimos se acallaron cuando se identificaron como "agentes federales". Derek y Tomaso se quedaron petrificados cuando accedieron al apartamento y vieron a Heart y a las que debían de ser su mujer y su hija muertos sobre sus platos de comida, en una mesa ante el televisor. Todo daba a entender que la familia había sido envenenada, seguramente con la bebida; una inspección rápida reveló un broche con motivos orientales que se apresuró a recoger. Parecía estar hueco y seguramente había contenido el veneno que acabó con la vida de los tres comensales. En la habitación del matrimonio encontraron dinero y armas, y justo antes de que llegara la policía a la escena se apropiaron del teléfono de la mujer; el de Robert había desaparecido, como ya esperaban.
Tras esquivar sin mayores problemas a la policía gracias a su condición de agentes federales y dando unas erráticas explicaciones sobre emergencias sanitarias, se dirigieron al hospital militar donde la comitiva nocturna había trasladado a Henry Count. Allí no tuvieron problemas en acceder utilizando la orden judicial y en que les permitieran la entrada a la habitación de Count. Este no hablaba, mostraba un estado de catatonia bastante avanzado. Patrick por fin pudo ver su rostro, pero su aura delataba una normalidad que no coincidía con los sucesos extraordinarios que provocaba. Sin duda habían ingresado allí a un sustituto; eran bastante parecidos físicamente, por lo poco que habían podido ver de espaldas y en fotos corrompidas, pero evidentemente aquel no era Henry Count. Decidieron disimular y marcharse satisfechos con lo que habían visto, por si acaso alguien los observaba, pero por dentro la desesperación era mayúscula.
Visitaron también la empresa a la que pertenecía la ambulancia que presuntamente había trasladado al paciente desde Westchester (y que, como les informó Tomaso, pertenecía a la familia Leone), pero el joven que estaba allí a cargo no parecía saber nada ni les puso ningún impedimento para inspeccionar el vehículo, que se encontraba allí aparcado. Tampoco extrajeron ninguna información útil del GPS, así empezaron a darle vueltas a la idea de que quizá tendrían que acudir directamente a la única pista que tenían, a Salvatore Leone.
El día siguiente, Derek consiguió con algunos problemas una orden judicial para poder visitar a Henry Count en el sanatorio, aunque el grupo ya no tenía muchas dudas de que debían de haberlo trasladado. Y así era: una vez que llegaron allí, otro de los doctores encargados de su supervisión les confirmó que el paciente había sido trasladado por la noche. En el registro informático figuraba su traslado a eso de la una de la mañana con destino al hospital militar de Saint John. Al parecer, los traslados nocturnos no eran la norma, pero tampoco podía decirse que fuera algo excepcional. Irritados, pidieron que les dejaran ver las grabaciones de seguridad de la noche anterior, y contra todo pronóstico, los encargados accedieron. Tomaso sintió un escalofrío cuando de uno de los todoterrenos bajó un tipo delgado, cetrino y bien vestido que identificó como Salvatore Leone. Salvatore era el hijo de don Francesco Leone, uno de los mafiosos más importantes del estado de Nueva York, que había contratado sus servicios en más de una ocasión. Nadie más del grupo reconoció a ningún otro de los individuos que salieron de los coches. Al cabo de una media hora, la comitiva volvió a salir del hospital llevando en una camilla al que debía ser Henry Count; no obstante, fueron incapaces de identificarlo porque en ningún momento su rostro fue captado por la cámara: durante todo el intervalo de grabación algún obstáculo (uno de los guardianes, su propio pelo...) interfería en la visión de su cara. Y eso era todo; un equipo de enfermeros y tipos trajeados se había llevado de un sanatorio mental a un interno bajo la supervisión de un importante mafioso... aquello apestaba a podrido.
Por supuesto, más tarde se trasladarían al hospital de Saint John, pero antes querían hablar con el guardia de seguridad que les había tomado la foto el día anterior. Al infomarse de que el guarda no entraría hasta el turno de noche, decidieron ir a su casa; su nombre (Robert Heart) y dirección fueron proporcionados por uno de los celadores a cambio de unos pocos billetes.
El tal Heart resultó vivir en un edificio de apartamentos bastante aceptable en Bronx. El grupo no tardó en plantarse en el rellano ante su puerta. Dentro, se oía la televisión. Llamaron al timbre varias veces, pero no recibieron contestación alguna. Así que Tomaso y Derek decidieron echar la puerta abajo. Algunos vecinos salieron al rellano e increparon al grupo por el ruido, aunque los ánimos se acallaron cuando se identificaron como "agentes federales". Derek y Tomaso se quedaron petrificados cuando accedieron al apartamento y vieron a Heart y a las que debían de ser su mujer y su hija muertos sobre sus platos de comida, en una mesa ante el televisor. Todo daba a entender que la familia había sido envenenada, seguramente con la bebida; una inspección rápida reveló un broche con motivos orientales que se apresuró a recoger. Parecía estar hueco y seguramente había contenido el veneno que acabó con la vida de los tres comensales. En la habitación del matrimonio encontraron dinero y armas, y justo antes de que llegara la policía a la escena se apropiaron del teléfono de la mujer; el de Robert había desaparecido, como ya esperaban.
Tras esquivar sin mayores problemas a la policía gracias a su condición de agentes federales y dando unas erráticas explicaciones sobre emergencias sanitarias, se dirigieron al hospital militar donde la comitiva nocturna había trasladado a Henry Count. Allí no tuvieron problemas en acceder utilizando la orden judicial y en que les permitieran la entrada a la habitación de Count. Este no hablaba, mostraba un estado de catatonia bastante avanzado. Patrick por fin pudo ver su rostro, pero su aura delataba una normalidad que no coincidía con los sucesos extraordinarios que provocaba. Sin duda habían ingresado allí a un sustituto; eran bastante parecidos físicamente, por lo poco que habían podido ver de espaldas y en fotos corrompidas, pero evidentemente aquel no era Henry Count. Decidieron disimular y marcharse satisfechos con lo que habían visto, por si acaso alguien los observaba, pero por dentro la desesperación era mayúscula.
Visitaron también la empresa a la que pertenecía la ambulancia que presuntamente había trasladado al paciente desde Westchester (y que, como les informó Tomaso, pertenecía a la familia Leone), pero el joven que estaba allí a cargo no parecía saber nada ni les puso ningún impedimento para inspeccionar el vehículo, que se encontraba allí aparcado. Tampoco extrajeron ninguna información útil del GPS, así empezaron a darle vueltas a la idea de que quizá tendrían que acudir directamente a la única pista que tenían, a Salvatore Leone.