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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 9

Hacia el Norte. El Valle del Exilio.
Decidieron reunirse para evaluar la situación antes de tomar una decisión precipitada. Tendrían tiempo de sobra de alcanzar a Ginathân y sus tropas en el camino a la capital, si decidían acudir allí.

Ya en la intimidad de sus habitaciones, discutieron largo y tendido sobre la conveniencia de apoyar al duque en la capital, quedarse en la casa o marcharse definitivamente del Pacto (los defensores más enérgicos de esta última opción eran, como siempre, Faewald y Taheem). Fue Daradoth quien se mostró más vehemente en su sugerencia acerca de qué rumbo tomar a continuación. El elfo insistió en que deberían viajar hacia la frontera norte del Pacto para intentar contactar con los elfos del Vigía. Y si era posible, llevar a Somara con ellos para que la vieran y pudieran ver el objeto de todo el conflicto que aquejaba al país. Después de que Symeon expusiera su preocupación por lo que pudiera suceder la noche siguiente, pues acababa el plazo que Nirintalath había dado, Galad y Yuria se mostraron de acuerdo en que contactar al Vigía podría ser la mejor opción.

Al cabo de pocos minutos se reunían con Somara para darle cuenta de sus intenciones, y su voluntad de que les acompañara en el dirigible al norte. La errante se mostró asombrada, y preocupada; bajo ningún concepto se marcharía de la mansión sin informar a su marido y a su consejo antes. Tras unos cuantos tiras y aflojas, el grupo no tuvo más remedio que transigir en su petición, así que aprestaron el dirigible y marcharon al encuentro de Ginathân. Cuando este los vio se mostró esperanzado de que le acompañaran hacia la toma de Dársuma, pero su expresión cambió cuando le expresaron sus intenciones, más aún cuando estas implicaban a Somara. No obstante, finalmente convencieron al duque de que la cabina del Empíreo era el lugar donde su esposa se encontraría más segura, mucho más que en la casa o con las tropas, y este accedió a que Somara partiera con ellos; eso sí, dando un plazo de no más de diez días para su retorno, y el juramento solemne de todos ellos de que no la pondrían en peligro en ningún momento. Otra condición fue que los dos maestros de la esgrima, Astholân y Nirûnath, los acompañarían en su viaje y no se separarían de Somara jamás.

Así, con el permiso de Ginathân volvieron a la casa, donde se pertrecharon y aprovisionaron para el viaje; al cabo de cuatro horas, el Empíreo tomaba rumbo norte, ante previsiones de tiempo inestable pero no especialmente malo por parte de Yuria. La ercestre no había podido estar más equivocada; unas seis horas después, el dirigible era sacudido por fuertes vientos que provocaban bruscos bandazos en la cabina y la cubierta, y que a punto estuvieron de provocar la caída de algún que otro tripulante. Y pocos minutos después, sin tiempo a recuperar el aliento, una tormenta estallaba a su alrededor con toda su furia; los relámpagos restallaban alrededor, y el dirigible fue atrapado en una corriente que lo escoró y lo llevó directamente hacia el suelo. Afortunadamente [punto de destino] Yuria pudo recuperar el control en el último momento con ayuda del capitán Suras y mantener el dirigble en el aire hasta que llegaron a un sitio adecuado para descender; la ercestre descendió a la cabina y se dejó caer en un jergón, agotada y temblando todavía por lo cerca que había visto la muerte.

Con el dirigible fuertemente anclado y asegurado pasaron la tormentosa noche en la cabina. Antes de que se cumpliera el plazo a medianoche, Symeon entró en el Mundo Onírico y se dirigió raudo al encuentro de Nirintalath. Ya en Tarkal, lo primero que vio fue que la jaula etérea que parecía encerrarla habitualmente había pasado de un color blanco brillante a un profundo color negro. El espíritu de Dolor se encontraba en el centro, encogida sobre sí misma con su aspecto de muchacha. Levantó la vista cuando percibió a Symeon haciendo todo lo posible por alterar la jaula con sus habilidades y poder sacarla de allí. La muchacha se puso en pie lentamente, mientras realizaba el gesto de hablar; pero ningún sonido salía de su garganta, al igual que había sucedido la última vez que el errante había estado allí.  Ella se fue alterando cada vez más, increpando a Symeon sin voz alguna, gritando cada vez más. Su rostro iba pasando del color verdemar habitual a un verde mucho más lívido, y la expresión era cada vez más aterradora; su aspecto fue cambiando hasta tomar el de una mujer madura. Las venas de su cuello se hincharon como cables, tal era la fuerza de sus gritos mudos. Y Symeon comenzó a sentir las punzadas de los millones de alfileres que ya le eran familiares, provocadas por Nirintalath. Las punzadas fueron en aumento, pero a pesar de ello consiguió levantar un escudo que amortiguó la oleada de dolor. Gracias a eso se salvó, pues el siguiente grito de Nirintalath vino acompañado de un estallido de pura agonía que el escudo de Symeon atenuó lo suficiente para que su yo onírico sobreviviera. Pero el escudo no le ayudaría ante un segundo estallido, así que decidió despertar sin más tardanza. Empapado en sudor, con ojeras de agotamiento y los ojos inyectados en sangre, con un dolor de cabeza palpitante, miró a Galad (quien como siempre lo había protegido parcialmente con uno de sus hechizos) y a los demás e hizo un ligero gesto de negación con la cabeza. Yuria se encogió de hombros:

 —Has hecho cuanto has podido, Symeon —dijo la ercestre—. Solamente nos queda esperar y confiar en que no suceda nada grave. Parece que Ilaith tomó la decisión correcta.

  —No obstante —contestó el errante, con la voz entrecortada de cansancio—, aunque Nirintalath no consiga contactar con nadie, su influencia en el Mundo Onírico debe de estar afectando a centenares de personas allá en Tarkal. No me hace ninguna gracia dejarlos a su suerte.

 —Así tendrá que ser por el momento, amigo —le consoló Galad—. No está en nuestras manos hacer más, confiemos en que lo que sea que haya hecho Ilaith tenga el efecto adecuado; ya intentaremos aplacar la furia del espíritu en mejores momentos.

Mientras en el exterior la tormenta iba amainando, todos intentaron descansar unas horas.

La mañana siguiente retomaron el viaje, sobrevolando las inmensas estepas llamadas Prados de Káikar, cuya extensión les conmovió. Horas después dejaban atrás el Gran Bosque Meltuano y traspasaban el río Meltuan, entrando en las Tierras Anexionadas. Unos cincuenta kilómetros más al norte acababa el bosque y avistaron una fortaleza coronando una colina. Según los cálculos de Yuria, debía de tratarse de la fortaleza de Tirëlen, y con preocupación transmitió que se debían de encontrar prácticamente en la línea de frente. Pocos segundos después sus palabras eran confirmadas; a los pies de la colina, más allá del linde del bosque, maniobraba un ejército. Una hueste de la Sombra compuesta por unos tres mil efectivos que de forma evidente que se aprestaba para un asedio.

Decidieron que era muy arriesgado descender allí, y que de hecho ya se habían expuesto demasiado a sí mismos, al Empíreo y a Somara, recordando la promesa que le habían hecho a lord Ginathân. Así que Yuria dio las órdenes para cambiar el rumbo y volver hasta el río Meltuan, que marcaba la frontera norte del Pacto.

Una vez llegados a la latitud del río, tomaron rumbo hacia el oeste, y no tardaron en avistar una nueva fortaleza, esta mucho más grande, que dominaba la parte sur de un enorme puente que cruzaba las aguas y que por su dimensión debía de ser un vestigio de las eras preimperiales1. Por los estandartes, la forma y la posición, Yuria identificó el colosal castillo como el llamado Meltuamâl ("refugio del Meltuan"). Se desplazaron unos cuantos kilómetros hacia el sur, y con ayuda de la lente ercestre pudieron ver cómo una legión se aproximaba hacia allí por la calzada de Arlaria. Descendieron y dejando en el dirigible a la tripulación, a Somara y a los maestros de la esgrima, llegaron a la población que se extendía al sur de la fortaleza por la misma calzada, que atravesaba el bosque.


Al pie de la muralla entablaron conversación con unos guardias (que como era habitual mostraron su sorpresa ante la presencia de un elfo de Doranna), preguntándoles por la situacion, y pocos minutos después llegaba un jinete ataviado con algún tipo de distintivo real. Los guardias le increparon, y a pesar de su fuerte acento Galad pudo entender casi toda la conversación:

 —Mensajero, ¿traes noticias del sur? ¿Llegarán pronto las cuatro legiones? —el jinete aminoró el paso del caballo y miró gravemente al guardia.

 —Me temo que desde el sur solamente llega una legión, sargento. Una revolución ha estallado allí, y parece que es tan grave que las tropas habrán de dedicarse a sofocarla antes de poder ayudarnos en el frente.

A continuación, el mensajero espoleó su montura y se dirigió al interior del castillo. El guardia soltó un improperio que Galad no consiguió entender. Por suerte, cuando pidieron paso libre y encontrarse con el general al mando, la presencia de Daradoth bastó para que los guardias accedieran y los condujeran a su presencia.

Ya cayendo la tarde, se encontraron con el general en la Sala de Guerra, donde toda la cúpula de la fortaleza acudió ante el reclamo de conocer a un elfo dorannio. Aquello resultaba ya fastidioso hasta para el henchido ego de Daradoth, que despachó las presentaciones de forma algo brusca. Acto seguido, presentando al elfo como un "observador", preguntaron por la situación en el frente. La información era descorazonadora, pues varias fortalezas se encontraban bajo asedio, y las tropas del Cónclave habían llegado hasta el propio río. Como una rúbrica a aquella información, Daradoth y Symeon empezaron a oír en el exterior una plétora de aullidos. Poco más tarde todos los presentes los escuchaban, en un silencio preocupado. Según les explicaron, hacía varias noches que sucedía aquello; los bosques de la ribera norte del río debían de haber sido tomados ya por la Sombra, que había traído lobos consigo. Varias de las partidas de exploradores no habían vuelto, de hecho.

 —Eso no son aullidos de lobos normales ni por asomo —dijo Yuria, con gesto sombrío. Su experiencia como exploradora en el ejército ercestre la había hecho encontrarse con lobos árticos muchísimas veces, y aquellos aullidos eran mucho más profundos y graves.

 —Así es —dijo el maestro de perreras, asintiendo—, ya había advertido que se trata de algo más grande y poderoso. Quizá huargos de la antigüedad, que el Enemigo ha conseguido conservar, o incluso algo peor.

Todos los presentes se miraron, genuinamente preocupados, algunos presa de escalofríos provocados por los espeluznantes aullidos.

—El caso —suspiró el general Egaldâth— es que esperábamos tres o cuatro legiones para proteger con solvencia la ribera del río, pero debido a los acontecimientos en el sur, de los que solo nos han llegado rumores, a corto plazo solo llegará una. Esperemos que la ayuda del Vigía sea suficiente en el ínterin.

Aprovechando la mencion al Vigía, el grupo preguntó al general dónde podrían encontrar a sus líderes. Egaldâth afirmó que más al este, en el bosque que se extendía entre el río y la fortaleza de Tirëlen, tenían muchos pueblos y puestos de guardia, pero que si lo que querían era encontrarse con la cúpula de su hermandad, lo mejor era que remontaran el curso del río hasta el llamado Valle del Exilio, donde el Vigía tenía su "sede central", por decirlo de alguna forma.

Pocas horas después, tras desear suerte al general y sus oficiales, partieron para dirigirse hacia el valle. Su partida se vio demorada durante un par de horas cuando Daradoth llamó la atención del resto del grupo sobre un punto en el cielo, que unos minutos más tarde identificó como una criatura voladora. Estaba demasiado distante para identificarla, pero el elfo aseguraba que no se trataba de uno de aquellos cuervos enormes llamados corvax, sino de algo distinto. Así que decidieron esperar hasta que la diminuta silueta hubo desaparecido hacia el norte, y partieron hacia el oeste.

Afortunadamente, el clima los respetó y tuvieron un viaje tranquilo remontando el curso del Meltuan. Sobrevolaron varias poblaciones y fortalezas, y un segundo puente tan enorme como el que partía de Meltuamân, y una jornada después llegaban a las primeras estribaciones de las Ádracen. Con las indicaciones del general no tardaron en identificar el lugar donde se encontraba el Valle del Exilio, protegido de miradas indiscretas desde el nivel del suelo por unas tupidas arboledas. Vieron cómo el valle estaba excelentemente protegido por varias torres  que se alzaban  en las elevaciones estratégicas.

Decidieron apostar el todo por el todo y descender en las colinas del sur, en un punto muerto; el capitán Suras dirigió el Empíreo con mano diestra y el grupo bajó rápidamente; el dirigible se elevaba de nuevo en un tiempo récord, pero los que quedaron en tierra pudieron ver cómo se acercaban desde la parte superior y de la parte inferior de la colina sendos grupos de elfos armados que corrían como el rayo. Varios de ellos no tardaron en rodearlos y apuntarles con sus largos arcos. Levantaron las manos, y Daradoth tomó la palabra, hablando en idioma irthion:

 —¡Paz, hermanos del Vigía! ¡No debéis temer nada de nosotros! ¡Mi nombre es Daradoth Ithaulgir, y vengo de Doranna para hablar de un asunto de extrema urgencia!

Varias voces se alzaron entre las líneas de elfos, y a pesar del fuerte acento, Daradoth consiguió entender algunas palabras ("traidores", "cobardes"...). Giró la cabeza y miró a sus compañeros de medio lado, diciendo:

 —Ammarië nos guarde... parece que los elfos de Doranna no son bienvenidos aquí...


Valle del Exilio


jueves, 7 de noviembre de 2019

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 8

El Vigía. La frustración aumenta.
 Asesina del Vigía
El lobo hirió a Daradoth en la parte interior del muslo, pero afortunadamente pudo mantener el equilibrio lo suficiente para desviar la estocada del oponente que había aparecido de la nada y recibir una herida superficial en el hombro. El enemigo (a todas luces un elfo), vestido totalmente de negro y embozado de tal manera que solo dejaba al descubierto sus ojos, giró sobre sí mismo, preparando un segundo ataque. Daradoth gritó con toda la potencia que pudo, dando la voz de alarma. Apenas unos segundos después, sendos golpes le hicieron perder la consciencia y caer desplomado.

Symeon despertó, alertado por el escándalo en el pasillo. Se hizo con el bastón y corrió hacia la puerta. Cuando la abrió discretamente, vio cómo enfrente Taheem hacía lo mismo. Intercambiaron una mirada de reconocimiento, y mientras el vestalense salía como una exhalación para ayudar a Daradoth que caía inconsciente, Symeon vio hacia la otra dirección del pasillo cómo dos guardas aparecían y acto seguido, dos figuras embozadas y vestidas de negro se materializaban de la nada a sus espaldas y los abatían con unas largas espadas curvadas. El errante se quedó helado unos instantes, mientras oía cómo Taheem llegaba a luchar con alguien al otro lado del pasillo. Uno de los que habían abatido a los guardias se dio cuenta de que lo estaba observando, y en un brevísimo instante daba un salto sobrenatural como aquellos de los que era capaz Daradoth, llegando sin esfuerzo aparente a la altura de la puerta desde una distancia de doce metros. Por suerte, Symeon reaccionó a tiempo y cerró antes de que el asesino pudiera atacar.

Yuria despertó también, alertada por el cada vez más escandaloso ruido, y no tardó en empuñar su espada y una de sus pistolas. Al salir al pasillo, vio hacia la izquierda un par de guardias abatidos y la puerta del distribuidor abierta, y hacia la derecha a Taheem haciendo uso de todas sus destrezas en el baile de la esgrima, algo que siempre la impresionaba; el vestalense luchaba contra una grácil figura embozada ("¿¿¿un elfo???") y ¡un lobo! El animal intentaba rodear a su amigo mientras el asesino se movía como una pluma. Symeon y Faewald se unieron a ella a los pocos segundos. El presunto elfo los avistó y en ese momento decidió marcharse, con un salto sobrehumano hacia el final del pasillo. El lobo le siguió, soltando una última dentellada. Pero el intruso no contaba con el arma y la puntería de Yuria. Esta, llegando apresuradamente a la altura de un agotado Taheem, disparó su pistola ercestre, que probó su letalidad. La bala impactó en plena nuca del embozado, que cayó fulminado. El lobo dejó escapar un extraño lamento y siguió corriendo hacia una ventana, por donde saltó.

Apenas tuvieron tiempo de recuperarse, pues durante toda la escena no habían dejado de oirse ruidos procedentes del distribuidor y del ala donde se encontraban los aposentos de Ginathân y Somara. Galad apareció por fin en el pasillo (en realidad, había pasado poco más de un minuto) y se apresuró a atender a Daradoth, mientras los demás corrían hacia la otra parte de la casa.

Varios guardias muertos o malheridos alfombraban el suelo del camino hacia las habitaciones del duque y su corte. Siendo el más rápido, Symeon encabezaba el grupo que corría, al que se unieron varios guardias procedentes del piso inferior. Al acceder al pasillo noble, pudo ver que ante la puerta de las habitaciones de Ginathân se encontraba otro de los embozados acompañado por un lobo; cuando este hizo ademán de lanzar al lobo hacia Symeon, el resto de los acompañantes del errante irrumpieron en el pasillo; el extraño lo pensó dos veces y gritando unas palabras en un idioma desconocido (que más tarde identificarían como irthion1, una variante lejana del anridan1) recurrió a alguna habilidad sobrenatural y mientras se alejaba de ellos, se desvaneció junto con su lobo. Escasos segundos después Symeon entraba a las habitaciones de Ginathân seguido de cerca por Faewald y Yuria. En la antesala, uno de los embozados yacía muerto junto a dos guardias y un par de criados; ya desde el acceso a la alcoba pudieron ver cómo dos de los intrusos, un hombre y una mujer que se habían retirado los embozos para poder respirar, se enfrentaban a Ginathân y a uno de sus maestros de la esgrima, el llamado Astholân. El duque había recibido una herida de la mujer y tenía el brazo izquierdo inerte y cubierto de sangre, mientras Astholân ganaba terreno a su rival, sobrepasado por la danza de muerte del ástaro. Somara se encontraba horrorizada viendo la escena desde detrás de un escritorio, aparentemente ilesa.

Symeon lanzó su bastón contra la mujer, una bella elfa de bucles de pelo negro y ojos violeta, que se aprestaba a clavar su hoja curva en el estómago de Ginathân; el golpe hizo que ignorara por el momento al duque y se girase, justo en el momento en que Yuria asomaba por la puerta, pistola en ristre. Las dos mujeres se miraron y con un rápido movimiento la elfa lanzó un cuchillo hacia la ercestre a la vez que esta disparaba su arma.

Ninguna de las dos acertó.

Al instante siguiente, el elfo, agobiado por las figuras del maestro de esgrima, gritó algo a su compañera, y ambos se movieron a la velocidad del rayo para alcanzar la ventana y saltar en un fluido movimiento continuo. Todos corrieron a asomarse, pero los asesinos ya habían desaparecido en la oscuridad. Galad apareció un par de minutos después y atendió también a Ginathân, agotando casi toda su capacidad de canalización en el proceso.

El día siguiente intentaron encontrar algún rastro de la llegada y la salida de los intrusos, pero aunque encontraron algunas huellas, no pudieron seguirlas hasta ningún lugar concreto. Por la mañana, Ginathân los reunió junto a su consejo; tanto él como Daradoth mostraban una recuperación fuera de lo común, cosa que no habría sido posible sin la intervencion de Galad. Tras compatir un ágape pasaron a comentar los detalles del episodio nocturno.

 —Quiero daros las gracias a todos por vuestra ayuda. Y podemos sabernos afortunados de contar con vuestra presencia, maese Daradoth; gracias a vuestro grito de alarma los intrusos no pudieron llevar a cabo su misión —los ojos de Ginathân transmitían un sincero agradecimiento a todos.

 —Suscribo las palabras de mi esposo —añadió Somara—, y os quiero expresar también mi más sentido agradecimiento por haber salvado nuestra vida y la de nuestro retoño no nato.

Galad no pudo evitar añadir:

 —Agradeced también su ayuda a nuestro señor Emmán, mis señores, pues sin su guía haría largo tiempo que nos habríamos marchado de aquí —el paladín se persignó, haciendo el signo de la cruz, y los nobles lo imitaron.

Acto seguido, Ginathân expuso el temor que sentía, pues habían descubierto algo sobre los intrusos. Hizo un gesto y un sirviente le alargó una caja; en ella había dos medallones, que habían pertenecido a los elfos muertos. Ambos tenían forma de ojo, el Ojo del Vigía2. Ese nombre no decía gran cosa al grupo, excepto quizá a Daradoth y a Symeon, que recordaban ligeramente  haberlo oído mencionar en alguna ocasión. Ginathân les explicó que el Vigía era una especie de hermandad compuesta por elfos que habían quedado fuera de la reclusión en Doranna y que habían jurado proteger eternamente el continente de la amenaza de la Sombra. Para ello, se habían establecido en las tierras anexionadas al norte del río Maltuan y ejercían de guardianes y exploradores independientemente del Pacto de los Seis, aunque colaborando con ellos. Desde luego, sus habilidades eran muchas e impresionantes, y lo que había sucedido la noche anterior era una muestra de ello. Ginathân expresó su temor de que aquello no quedara en un simple hecho aislado, y que volvieran a repetir la intentona con un despliegue mayor de medios. Desde luego, si el Vigía había acudido allí era porque sus enemigos ya sabían del liderazgo del duque en la rebelión y habían sido instruidos para hacerlo.

 —Quizá mi hijo Ginalôr tenga algo que ver, pues durante la noche hemos sabido que otro grupo de intrusos pudo acceder a los calabozos y rescatarlo. —Todos se miraron, confundidos; Ginathân continuó—: Ginalôr es mi hijo mayor y el único que me queda con vida, y siempre se mostró, digamos... en desacuerdo con mi matrimonio con Somara. Nuestro nivel de enfrentamiento llegó a tal extremo que no tuvimos más remedio que encerrarlo en los calabozos junto con algunos de sus fieles —el duque hizo una pausa, pensativo—. Os pido disculpas por no haber mencionado esto antes, pero nunca vi la necesidad ni el momento.

La sinceridad en las palabras del noble les conmovió, y no tuvieron más remedio que aceptar sus disculpas. Acto seguido, se tomaron medidas para proteger puertas y ventanas, añadiendo campanillas y cascabeles que alertarían en caso de intrusos invisibles; se proveyó también a la guardia de puñados de harina que emplearían en caso de sospechar la presencia de intrusos con tal capacidad.
Los rastreos y las búsquedas en el Mundo Onírico de Symeon resultaron también infructuosos, así que no les quedó más remedio que construir defensas y protecciones y esperar unos días. Mientras el nerviosismo de Symeon iba en aumento por la cercanía de la fecha límite que le había dado Nirintalath,  Daradoth practicaba esgrima como ya era habitual con Taheem. El vestalense aprovechaba los entrenamientos para exponer al elfo sus dudas acerca de su presencia en aquel lugar:

 —Pienso sinceramente que deberíamos marcharnos, y Faewald me secunda. Ninguno de los dos bandos parece el correcto, y la Luz requiere de nosotros en otras partes. Y para colmo, parece que no avanzamos en ningún sentido en absoluto.

En cada una de estas ocasiones, Daradoth bajaba la mirada. En su fuero interno estaba totalmente de acuerdo con Taheem, pero entonces siempre acudía a su mente el rostro de Somara, y su olor, y su tacto. Y siempre acababa justificando su presencia allí haciendo referencia a las visiones de Galad y Symeon, y a la necesidad de dejar un Pacto fuerte, que sirviera como dique de contención contra la Sombra. E invariablemente, Taheem rebufaba y redoblaba sus esfuerzos en la danza, en una especie de castigo a su discípulo.

Galad volvió a pedir la inspiración de Emmán para soñar de nuevo con Ginathân y Somara. El sueño de intervención divina fue más o menos el mismo que la ocasión anterior, lo cual desesperó al grupo, pues quería decir que no habían anulado las amenazas a la pareja, como muy bien sospechaba el duque.

El día después del ataque, se envió un mensajero hacia el norte para contactar con alguna representación del Vigía e invitarlos a Arbanôr a parlamentar; era un largo trecho, y pasarían al menos diez días antes de tener alguna noticia al respecto. Pocas horas después llegaba un mensaje de la capital informando de que el rey Anerâk se había reunido en secreto con un grupo de elfos (que supusieron que formaban parte del Vigía).

Tres jornadas después llegaba una legión a las tierras de la mansión. Su comandante presentó los respetos de lord Nirithûn, uno de los aliados de Ginathân. El contingente estaba compuesto casi al cincuenta por ciento por soldados y leva, igual que el ejército de Ginathân, y prácticamente sin pausa se puso en marcha hacia Dársuma para coordinar su llegada con la de los Cuervos de Genhard. Pocas horas después Ginathân anunciaría su intención de ponerse al frente de las tropas reunidas en Arbanôr para acudir también a la capital en un plazo no superior a dos jornadas. Si su implicación en la rebelión no era ya un secreto, tendría que tomar el mando rápidamente antes de que los líderes de la plebe -sobre todo, Arkâros) llevaran la revuelta a un punto de no retorno.

Symeon, por su parte, aprovechó para estrechar lazos con los errantes de la caravana, siempre preocupado en el fondo de su mente por lo que fuera que Nirintalath pensara hacer en el Mundo Onírico. La penúltima noche antes del cumplimiento del ultimátum acudió a Tarkal, como hacía cada noche, para ver el estado el espíritu de dolor. Como siempre, Nirintalath se mostraba impasible y no respondía a sus palabras; pero esa noche Symeon fue especialmente insistente en que le hablara y le mirara como antes, y su vehemencia consiguió que la "joven" se girara hacia él y lo taladrara con sus ojos verdeoscuros. Un escalofrío recorrió la espalda del errante, pero se mantuvo firme en su petición. Nirintalath crispó el gesto y le habló.

Pero ningún sonido salió de su boca.

El espíritu con apariencia de muchacha miró a Symeon, y a sí misma, confundida. Intentó hablar de nuevo, con el mismo resultado. Ningún sonido salía de su garganta. Lo intentó una vez más, gritando, cada vez más frustrada, hasta que rayó en la desesperación; sus ojos se oscurecían rápidamente, y su piel por el contrario cada vez lucía un tono más claro. Pequeñas astillas comenzaron a clavarse en la piel de Symeon, que optó por despertar súbitamente cuando nirintalath se convirtió en una mujer madura y con armadura, e hizo ademán de gritar salvajemente. El errante despertó con el corazón desbocado, y no pudo sino pensar en las decenas de habitantes de Tarkal que debían de encontrarse manifestadas en el Mundo Onírico en el momento en que Nirintalath debía de haber estallado. Muertos en su sueño, sin duda.

Mientras tanto, esa misma noche, Galad pidió de nuevo la ayuda de Emmán para recibir visiones oníricas sobre el rey Anerâk. El paladín y alguno de sus compañeros estaban preocupados porque no habían comparado la importancia de un bando respecto al otro, así que esa noche soño.

Un atardecer. Un crepúsculo dorado y sereno.

Fue todo cuanto pudo recordar. La mañana siguiente compartiría con el grupo la sencilla ensoñación, que daba lugar a múltiples interpretaciones. ¿Era acaso la hora de que Anerâk dejara el poder? ¿O significaba el ocaso de la Aredia si el rey fracasaba? ¿Alguna otra cosa? Se revelaban más preguntas que respuestas. Esa misma mañana llegó un nuevo mensaje de la capital: informaba de que Anerâk había ordenado la retirada de tres legiones en el norte y media docena de barcos de guerra. También informaba del avistamiento de las legiones de los Cuervos, que se cernían ya sobre Dársuma.

Durante la reunión del grupo en la que trataron el sueño de Galad y la información sobre Nirintalath, Taheem y Faewald aprovecharon para transmitir sus preocupaciones y su desacuerdo con su permanencia indefinida en aquel lugar. El vestalense expresó ante todos lo que ya había discutido con Daradoth durante los entrenamientos, y Faewald insistió en que tenían pendiente una reunión muy importante con el marqués de Strawen, además de la necesidad de visitar Rheynald para comprobar qué tal iba todo por allí. Además pusieron una nueva cuestión sobre la mesa:

 —Si el rey muere —dijo Faewald—, ¿qué pasará? ¿Tendrá Ginathân el ascendiente necesario para controlar a la turba, o por el contrario Arkâros, Denârin y los demás demagogos provocarán una revolución desmedida? Si pasa esto último, el Pacto se debilitará, ¡o incluso desaparecerá!

Todos se mostraban de acuerdo y preocupados por aquellos puntos, pero las visiones de Galad seguían atándolos allí; pasaron a sopesar opciones para mover aquel conflicto a favor de un bando u otro. Incluso se llegaron a plantear utilizar el dirigible para extraer al rey Anerâk, pero en realidad, no sabían si aquello sería beneficioso o perjudicial para el devenir de los acontecimientos.

A mediodía, Ginathân se despedía de las gentes de Arbanôr. Al frente de su legión de soldados y leva, el duque ofrecía una visión magnífica embutido en su armadura, con el yelmo en forma de pegaso y con su capa azul con bordados de plata. Somara se quedaba en la mansión protegida por las tropas y los guardias restantes. El grupo debía afrontar una decisión rápida: ¿partir con Ginathân hacia la capital o quedarse allí protegiendo a la errante con sangre élfica?