Galad despertó a Yuria, que dormía a pocos centímetros de él en el barracón que compartían con varios oficiales del Vigía y con el resto del grupo. Daradoth se encontraba despierto y acudió a su lado rápidamente, y también Symeon, que despertó a su vez al escuchar la agitación del paladín.
Este solo alcanzaba a ver un resplandor dorado cuando abría los ojos, que por suerte desaparecía al cerrarlos, y habló entrecortadamente sobre el visitante de su sueño, describiéndolo como un arcángel. Pero había sido muy diferente a como los describía la imaginería emmanita. Le había parecido mucho más... peligroso, más orgulloso, más... despiadado.
Poco después hacían acto de aparición Erythyonn e Igrëithonn, con semblantes preocupados. Cuando el grupo les reveló lo que Galad había relatado, intercambiaron una mirada fugaz, pero que no les pasó inadvertida. Al punto, llamaron a un sanador que intentó recuperar la visión del paladín. Pero la fuerte constitución de este ya había empezado a actuar, y la mancha dorada se fue debilitando poco a poco hasta desaparecer en las siguientes horas.
Después de descansar mal que bien el resto de la noche, por la mañana los llevaron a dar una ronda para que pudieran familiarizarse con las tropas y procedimientos del Vigía. Aunque Yuria expresó su interés y dirigió miradas apreciativas a las tropas, que hacían gala de un adiestramiento envidiable, la ronda no era más que una excusa para alejarse del campamento y poder tener una conversación en privado, resguardados por una docena de soldados de confianza que pronto establecieron un perímetro de seguridad alrededor del grupo y los generales.
—Os pido disculpas por lo que sucedió anoche, maese paladín —dijo Igrëithonn, mirando de reojo sobre su hombro derecho la empuñadura aquilina de su espada, Purificadora—, y siento que os debo una explicación. Veréis —continuó—, hace unos años un contingente del Vigía tuvo que marchar hacia el norte, a lo más profundo del Cónclave del Dragón. Yo lo comandaba.
Igrëithonn les contó cómo su contingente había caído víctima de una emboscada cerca del puerto de Ovam. Sus recuerdos estaban borrosos, y en una secuencia de acontecimientos que apenas recordaba, finalmente él y sus fieles se vieron convocados al Mundo Onírico. Allí apareció el mismísimo Dirnadel, el primer arcángel de Eryontar (el avatar que representaba la locura y el caos incontrolado). De alguna manera, Dirnadel se imbuyó en Purificadora (o quizá la sustituyó) y gracias a sus poderes, unos pocos pudieron salir con vida del enfrentamiento. Igrëithonn suponía que se podía considerar el nuevo Brazo de Eryontar, aunque él nunca se había visto así, pero lo cierto es que Dirnadel había permanecido hasta ese día con la forma de su espada. Tras un lapso de varios segundos en los que pareció hablar consigo mismo, continuó:
—Sin embargo, el ser elegido como Brazo no es algo baladí. Supongo que habréis notado ya cómo Dirnadel me habla a través de la espada, y lo que me cuesta mantenerlo a raya para que su voluntad no se imponga a la mía. Cada vez es más insistente, no obstante, y temo que en algún momento pueda perder el control; ya sabéis cuáles son los valores de Eryontar, y no sé lo que podría pasar en caso de que su arcángel me pudiera usar a su antojo.
Tras sacudir la cabeza, como despejándose, o quizá negando algo, continuó:
—No tengo la más remota idea de por qué aparecería en vuestro sueño anoche, suponiendo que fuera Dirnadel —miró a Galad—, ni de por qué os dejó con esa ceguera temporal, pero al menos ahora ya sabéis la verdad.
Este solo alcanzaba a ver un resplandor dorado cuando abría los ojos, que por suerte desaparecía al cerrarlos, y habló entrecortadamente sobre el visitante de su sueño, describiéndolo como un arcángel. Pero había sido muy diferente a como los describía la imaginería emmanita. Le había parecido mucho más... peligroso, más orgulloso, más... despiadado.
Poco después hacían acto de aparición Erythyonn e Igrëithonn, con semblantes preocupados. Cuando el grupo les reveló lo que Galad había relatado, intercambiaron una mirada fugaz, pero que no les pasó inadvertida. Al punto, llamaron a un sanador que intentó recuperar la visión del paladín. Pero la fuerte constitución de este ya había empezado a actuar, y la mancha dorada se fue debilitando poco a poco hasta desaparecer en las siguientes horas.
Después de descansar mal que bien el resto de la noche, por la mañana los llevaron a dar una ronda para que pudieran familiarizarse con las tropas y procedimientos del Vigía. Aunque Yuria expresó su interés y dirigió miradas apreciativas a las tropas, que hacían gala de un adiestramiento envidiable, la ronda no era más que una excusa para alejarse del campamento y poder tener una conversación en privado, resguardados por una docena de soldados de confianza que pronto establecieron un perímetro de seguridad alrededor del grupo y los generales.
—Os pido disculpas por lo que sucedió anoche, maese paladín —dijo Igrëithonn, mirando de reojo sobre su hombro derecho la empuñadura aquilina de su espada, Purificadora—, y siento que os debo una explicación. Veréis —continuó—, hace unos años un contingente del Vigía tuvo que marchar hacia el norte, a lo más profundo del Cónclave del Dragón. Yo lo comandaba.
Igrëithonn les contó cómo su contingente había caído víctima de una emboscada cerca del puerto de Ovam. Sus recuerdos estaban borrosos, y en una secuencia de acontecimientos que apenas recordaba, finalmente él y sus fieles se vieron convocados al Mundo Onírico. Allí apareció el mismísimo Dirnadel, el primer arcángel de Eryontar (el avatar que representaba la locura y el caos incontrolado). De alguna manera, Dirnadel se imbuyó en Purificadora (o quizá la sustituyó) y gracias a sus poderes, unos pocos pudieron salir con vida del enfrentamiento. Igrëithonn suponía que se podía considerar el nuevo Brazo de Eryontar, aunque él nunca se había visto así, pero lo cierto es que Dirnadel había permanecido hasta ese día con la forma de su espada. Tras un lapso de varios segundos en los que pareció hablar consigo mismo, continuó:
—Sin embargo, el ser elegido como Brazo no es algo baladí. Supongo que habréis notado ya cómo Dirnadel me habla a través de la espada, y lo que me cuesta mantenerlo a raya para que su voluntad no se imponga a la mía. Cada vez es más insistente, no obstante, y temo que en algún momento pueda perder el control; ya sabéis cuáles son los valores de Eryontar, y no sé lo que podría pasar en caso de que su arcángel me pudiera usar a su antojo.
Tras sacudir la cabeza, como despejándose, o quizá negando algo, continuó:
—No tengo la más remota idea de por qué aparecería en vuestro sueño anoche, suponiendo que fuera Dirnadel —miró a Galad—, ni de por qué os dejó con esa ceguera temporal, pero al menos ahora ya sabéis la verdad.
El paladín expresó su sospecha de que el arcángel debía de haberse referido a Emmán (Elernatar para Eraitan) cuando dijo aquello de "no sé por qué él te ha elegido...", y los elfos no pudieron sino encogerse de hombros, manifestando su ignorancia acerca de las intenciones del ente divino.
Después de agradecer a Igrëithonn su sinceridad, pasaron a discutir la conveniencia de dirigirse a la Confederación Corsaria en busca del apoyo de su flota. Pero Yuria les hizo desestimar la idea; ya habían entrado de lleno en el invierno, como lo demostraba el intenso frío que experimentaban en ese momento, y era una locura intentar atravesar las montañas, incluso por los pasos. El Vigía tenía otros métodos para atravesar las montañas, así que deberían encargarse ellos de tal viaje.
Por tanto, decidieron que su siguiente curso de acción sería llevar a cabo la sugerencia de Zarkhu, el enano del consejo del Vigía. En un par de días viajarían hasta Árlaran para intentar convencer al rey de que les acompañara al sur e intentar así poner fin a la revolución de los plebeyos. En la capital de Árlaran, el rey Girandanâth no tuvo más remedio que dejarse convencer por aquel grupo tan variopinto al que acompañaba el propio Igrëithonn en persona, y un desconocido pero egregio elfo de Doranna. Un grupo que llegaba a bordo de un artefacto volador inventado por una de las mujeres que formaba parte de él, y que parecía tan imposible sin la ayuda de alta magia. Así que accedió a acompañarles junto a varios escoltas de élite.
Los siguientes veintiún días transcurrieron rápidamente para el grupo en su viaje por los distritos de Dahl y Katân. Acordaron ignorar a Darsia, que tendría que ser subyugado más adelante, pues no solo se encontraba allí la revolución más recalcitrante, sino que además había presentes al menos dos legiones de Cuervos del Káikar. Symeon sugirió intentar llegar a algún tipo de acuerdo con Ginathân, para expulsar a las tropas del Káikar a cambio de un cese de las hostilidades; el rey Girandanâth quedó pensativo y aceptó intentar llegar a una negociación con el rebelde. Durante aquellas tres semanas visitaron las cortes de los otros dos distritos y las principales ciudades, y ante la amenaza del norte, demostrada gracias al troll encadenado al Empíreo y el cuerpo sin vida del vulfyr, pusieron de su parte a la inmensa mayoría de la opinión pública de Dahl y Katân. Al cabo de un par de semanas todo el mundo hablaba del grupo que viajaba sobre el viento en un artefacto milagroso, enviados por los elfos para oponerse a la Sombra en el Norte. Por allí donde pasaban la gente hacía señales hacia el dirigible y gritaba con júbilo a los héroes enviados para unificar el Pacto.
Así, consiguieron que se firmaran sendos armisticios entre los líderes de las revoluciones y los monarcas de los distritos, vigentes al menos mientras el Pacto se viera amenazado por el Enemigo. Cuatro legiones fueron enviadas desde los distritos sureños hacia el norte para colaborar en la defensa del Meltuan, y el grupo se congratuló por el éxito en su empresa. En cuatro jornadas más se despidieron del rey Girandanâth —que en una rápida ceremonia los invistió como "ciudadanos de honor" y les entregó una carta que les serviría como salvoconducto en el Pacto— y llegaron a la vista de la fortaleza de Tirëlen.
El alma se les cayó a los pies cuando avistaron las primeras columnas de humo. El catalejo ercestre les confirmó lo que ya temían: la fortaleza había caído. Igrëithonn profirió maldiciones en voz baja, incrédulo. Tras un par de horas sobrevolando los bosques a una distancia segura de Tirëlen, recibían por fin señales desde el suelo. Poco después descendían y se encontraban con Erythyonn y el resto de lugartenientes del Vigía.
Afortunadamente, sus tropas habían sufrido muy pocas bajas, y se habían refugiado a tiempo en los bosques. Cuando les preguntaron acerca de lo que había sucedido, Erythyonn dijo, en tono grave:
—Los Erakäunyr han vuelto, mi señor.
El rostro de Igrëithonn se tornó lívido. "Fantasmas de los tiempos antiguos", murmuró, y pareció perderse en una de sus largas conversaciones consigo mismo, sin duda intentando aplacar la furia de Dirnadel.
Acto seguido los elfos explicaron que los Erakäunyr eran unos insectos demoníacos que habían sido utilizados por la Sombra durante las Guerras de la Hechicería y habían sido uno de los principales artífices de la pérdida de los Santuarios de Essel.
Igrëithonn, recuperado de su introspección y visiblemente cansado, les relató:
—Nunca creí volverlos a ver en vida. Eran realmente imparables —este punto lo corroboraron los lugartenientes, que habían visto al enjambre actuar sobre Tirëlen—, y lo único que los pudo detener fue el Orbe de Curassil.
Curassil no era sino otro nombre para el avatar que Daradoth y Symeon conocían como Oltar. Era el avatar de la Luz, la Alegría y la Esperanza. Igrëithonn les contó cómo en la Segunda Guerra, Ecthërienn, por aquel entonces el Brazo de Curassil, había arrasado los enjambres de Erakäunyr gracias a la Luz pura que el orbe proyectaba. Pero en la Tercera Guerra Curassil se había perdido en la Sombra de Essel y nunca más había vuelto.
Symeon propuso una alternativa al Orbe mencionado por Igrëithonn. Habló de lo que había leído (y experimentado él mismo) sobre Nirintalath. La Espada de Dolor era capaz de unos estallidos que afectaban a todo y a todos, y seguramente aquellos insectos no serían inmunes a su poder. Sin embargo, una plétora de objeciones se alzó contra aquella sugerencia, pues nadie sabía cómo controlar el poder de la espada ni cómo hacer que sus estallidos no mataran a todo ser viviente que se encontrara en su radio de acción.
Al cabo de varias horas de evaluación de la situación y trazado de planes, Igrëithonn los reunió de nuevo y anunció:
—Dadas las circunstancias, me temo que nuestras prioridades han cambiado radicalmente. Debemos encontrar el Orbe de Curassil, pues de otro modo me temo que toda Aredia perecerá pronto bajo los enjambres. Yo entraré personalmente en los bosques essselios y en los Santuarios en su busca; quien lo desee podrá acompañarme.
Algunos murmullos de desacuerdo se alzaron entre los elfos del Vigía; se notaba que algunos no consideraban acertada aquella vía de acción, pero la falta de una alternativa mejor y el ascendiente de Igrëithonn provocaron que pronto se desvanecieran.
Esa noche, Galad pidió la inspiración de Emmán para soñar con el Orbe de Curassil.
El Orbe era Luz, y la Luz era el orbe. Todo era alegría y pureza a su alrededor. Las meras sombras a duras penas podían medrar ante su presencia.
Pero finalmente apareció la Sombra, que se cernió sobre la brillante esfera. Muchas manos se alargaron hacia él, intentando cogerlo, siempre distante. Su fulgor palidecía ante la fuerza de la oscuridad que lo rodeaba.
Pero finalmente una mano lo agarró y lo empuñó con fuerza.
El estallido de Luz fue casi como dolor puro, pero un dolor agradable; y el orbe cayó, cayó durante milenios, a lo que parecía ser un pozo sin fondo.
Después de agradecer a Igrëithonn su sinceridad, pasaron a discutir la conveniencia de dirigirse a la Confederación Corsaria en busca del apoyo de su flota. Pero Yuria les hizo desestimar la idea; ya habían entrado de lleno en el invierno, como lo demostraba el intenso frío que experimentaban en ese momento, y era una locura intentar atravesar las montañas, incluso por los pasos. El Vigía tenía otros métodos para atravesar las montañas, así que deberían encargarse ellos de tal viaje.
Por tanto, decidieron que su siguiente curso de acción sería llevar a cabo la sugerencia de Zarkhu, el enano del consejo del Vigía. En un par de días viajarían hasta Árlaran para intentar convencer al rey de que les acompañara al sur e intentar así poner fin a la revolución de los plebeyos. En la capital de Árlaran, el rey Girandanâth no tuvo más remedio que dejarse convencer por aquel grupo tan variopinto al que acompañaba el propio Igrëithonn en persona, y un desconocido pero egregio elfo de Doranna. Un grupo que llegaba a bordo de un artefacto volador inventado por una de las mujeres que formaba parte de él, y que parecía tan imposible sin la ayuda de alta magia. Así que accedió a acompañarles junto a varios escoltas de élite.
Los siguientes veintiún días transcurrieron rápidamente para el grupo en su viaje por los distritos de Dahl y Katân. Acordaron ignorar a Darsia, que tendría que ser subyugado más adelante, pues no solo se encontraba allí la revolución más recalcitrante, sino que además había presentes al menos dos legiones de Cuervos del Káikar. Symeon sugirió intentar llegar a algún tipo de acuerdo con Ginathân, para expulsar a las tropas del Káikar a cambio de un cese de las hostilidades; el rey Girandanâth quedó pensativo y aceptó intentar llegar a una negociación con el rebelde. Durante aquellas tres semanas visitaron las cortes de los otros dos distritos y las principales ciudades, y ante la amenaza del norte, demostrada gracias al troll encadenado al Empíreo y el cuerpo sin vida del vulfyr, pusieron de su parte a la inmensa mayoría de la opinión pública de Dahl y Katân. Al cabo de un par de semanas todo el mundo hablaba del grupo que viajaba sobre el viento en un artefacto milagroso, enviados por los elfos para oponerse a la Sombra en el Norte. Por allí donde pasaban la gente hacía señales hacia el dirigible y gritaba con júbilo a los héroes enviados para unificar el Pacto.
Así, consiguieron que se firmaran sendos armisticios entre los líderes de las revoluciones y los monarcas de los distritos, vigentes al menos mientras el Pacto se viera amenazado por el Enemigo. Cuatro legiones fueron enviadas desde los distritos sureños hacia el norte para colaborar en la defensa del Meltuan, y el grupo se congratuló por el éxito en su empresa. En cuatro jornadas más se despidieron del rey Girandanâth —que en una rápida ceremonia los invistió como "ciudadanos de honor" y les entregó una carta que les serviría como salvoconducto en el Pacto— y llegaron a la vista de la fortaleza de Tirëlen.
El alma se les cayó a los pies cuando avistaron las primeras columnas de humo. El catalejo ercestre les confirmó lo que ya temían: la fortaleza había caído. Igrëithonn profirió maldiciones en voz baja, incrédulo. Tras un par de horas sobrevolando los bosques a una distancia segura de Tirëlen, recibían por fin señales desde el suelo. Poco después descendían y se encontraban con Erythyonn y el resto de lugartenientes del Vigía.
Afortunadamente, sus tropas habían sufrido muy pocas bajas, y se habían refugiado a tiempo en los bosques. Cuando les preguntaron acerca de lo que había sucedido, Erythyonn dijo, en tono grave:
—Los Erakäunyr han vuelto, mi señor.
Erakäunyr, los insectos demoníacos |
Acto seguido los elfos explicaron que los Erakäunyr eran unos insectos demoníacos que habían sido utilizados por la Sombra durante las Guerras de la Hechicería y habían sido uno de los principales artífices de la pérdida de los Santuarios de Essel.
Igrëithonn, recuperado de su introspección y visiblemente cansado, les relató:
—Nunca creí volverlos a ver en vida. Eran realmente imparables —este punto lo corroboraron los lugartenientes, que habían visto al enjambre actuar sobre Tirëlen—, y lo único que los pudo detener fue el Orbe de Curassil.
Curassil no era sino otro nombre para el avatar que Daradoth y Symeon conocían como Oltar. Era el avatar de la Luz, la Alegría y la Esperanza. Igrëithonn les contó cómo en la Segunda Guerra, Ecthërienn, por aquel entonces el Brazo de Curassil, había arrasado los enjambres de Erakäunyr gracias a la Luz pura que el orbe proyectaba. Pero en la Tercera Guerra Curassil se había perdido en la Sombra de Essel y nunca más había vuelto.
Symeon propuso una alternativa al Orbe mencionado por Igrëithonn. Habló de lo que había leído (y experimentado él mismo) sobre Nirintalath. La Espada de Dolor era capaz de unos estallidos que afectaban a todo y a todos, y seguramente aquellos insectos no serían inmunes a su poder. Sin embargo, una plétora de objeciones se alzó contra aquella sugerencia, pues nadie sabía cómo controlar el poder de la espada ni cómo hacer que sus estallidos no mataran a todo ser viviente que se encontrara en su radio de acción.
Al cabo de varias horas de evaluación de la situación y trazado de planes, Igrëithonn los reunió de nuevo y anunció:
—Dadas las circunstancias, me temo que nuestras prioridades han cambiado radicalmente. Debemos encontrar el Orbe de Curassil, pues de otro modo me temo que toda Aredia perecerá pronto bajo los enjambres. Yo entraré personalmente en los bosques essselios y en los Santuarios en su busca; quien lo desee podrá acompañarme.
Algunos murmullos de desacuerdo se alzaron entre los elfos del Vigía; se notaba que algunos no consideraban acertada aquella vía de acción, pero la falta de una alternativa mejor y el ascendiente de Igrëithonn provocaron que pronto se desvanecieran.
Esa noche, Galad pidió la inspiración de Emmán para soñar con el Orbe de Curassil.
El Orbe era Luz, y la Luz era el orbe. Todo era alegría y pureza a su alrededor. Las meras sombras a duras penas podían medrar ante su presencia.
Pero finalmente apareció la Sombra, que se cernió sobre la brillante esfera. Muchas manos se alargaron hacia él, intentando cogerlo, siempre distante. Su fulgor palidecía ante la fuerza de la oscuridad que lo rodeaba.
Pero finalmente una mano lo agarró y lo empuñó con fuerza.
El estallido de Luz fue casi como dolor puro, pero un dolor agradable; y el orbe cayó, cayó durante milenios, a lo que parecía ser un pozo sin fondo.
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