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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 26 de mayo de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 6

El Albergue Orfeo. Reunión con Taipán.

Ante la urgencia que le había transmitido Patrick, Tomaso llamó por teléfono a su primo Dominic, el párroco de la Iglesia del Salvador. Cuando le preguntó acerca de la posibilidad de contactar con algún exorcista, Dominic le contestó que a priori le parecía imposible.

Dominic Bonelli, primo de Tomaso
 —Todos los exorcistas de Nueva York —afirmó—, y prácticamente todos los de la Costa Este, fueron reclamados a Roma hace unos días, Tomaso. Quizá quede alguno en el estado, pero no tengo ni idea de quién, si es que lo hay. De todas maneras, te voy a dar el teléfono de uno de ellos; un buen amigo pero que, como te digo, seguramente se encontrará en el Vaticano ahora mismo.

Tomaso le dio las gracias y llamó al teléfono que le proporcionó. Tras un par de intentos, una voz le contestó en italiano: el padre Giuliano De Luca, uno de los exorcistas que hasta hace poco se encontraba en Nueva York, y que ahora, efectivamente, le confirmó que se encontraba en la Ciudad Santa. Cuando le dijo que llamaba de parte de Dominic Bonelli, De Luca se mostró solícito en todo momento, y dejó que Tomaso le contara su caso; este le comentó que algo muy gordo estaba a punto de suceder en la ciudad de Nueva York, y necesitaban urgentemente los servicios de un sacerdote exorcista, intentando convencerlo para ver si podía volver de nuevo a EEUU a ayudarles. 

 —De verdad que me gustaría poder ayudarte, hijo —contestó el padre De Luca—, y más siendo primo de mi buen amigo Dominic. Pero ahora mismo la Iglesia... nuestras filas... —dudó al elegir las palabras—, están sometidas a un... proceso de "reestructuración" que requiere de nuestra presencia aquí.

La conversación prosiguió con Tomaso insistiendo sobre la importancia de lo que estaba a punto de suceder en la Gran Manzana; pero cuando De Luca le pidió más detalles y Belgrano le comentó que "era como si Dios mismo se lo estuviera diciendo", el exorcista cambió su tono, se disculpó de manera educada y colgó. "Mierda", pensó Tomaso, "creo que me he pasado de vehemente...". Decidió dejar pasar un tiempo antes de volver a intentar hablar con el padre Giuliano.

Pero volvió a llamar a su primo, a Dominic, interesado por el "proceso de reestructuración" del que le había hablado De Luca. Si aquello había dejado prácticamente sin exorcistas a todo el mundo, debía de tratarse de algo muy gordo. Bonelli dudó y le contestó con evasivas, pero ante la insistencia de su primo no le quedó más remedio que ceder. Al parecer, se había demostrado por fin que las mujeres tenían una mayor capacidad para realizar exorcismos que los hombres, y ese hecho había causado conmoción en las filas de una entidad (los exorcistas, y por extensión, la Iglesia) profundamente reaccionaria y machista.

 —Por lo que he oído —prosiguió Dominic bajando instintivamente la voz—, ha estallado una verdadera guerra en el seno de la Iglesia entre los partidarios y los detractores de incorporar a las mujeres a las filas de los exorcistas.

"Con la mierda hasta el cuello", pensó Tomaso, "y que tengamos que aguantar esto a estas alturas". Dio las gracias a su primo por la información, y prosiguió:

 —Pero, Dominic, tengo un amigo, un muy buen amigo, que necesita con urgencia los servicios de un exorcista. Si los sacerdotes se han marchado a Roma, ¿no podríamos conseguir los servicios de otra persona? ¿Un iniciado? ¿Quizá una mujer, como has dicho?

Dominic calló durante unos segundos, consternado. Tomaso insistió, subrayando la urgencia del asunto, y su primo transigió por fin, pero antes exigió una vídeoconferencia para ver a Patrick y hacerle unas preguntas. 

En poco tiempo, Patrick y Tomaso hablaban en una videollamada con Dominic, y tras conversar unos minutos, este les comentó que seguramente podrían conseguir los servicios de alguna "monja dotada" en alguno de los tres conventos de Manhattan. Uno de los tres conventos era el de la Iglesia del Redentor, donde se encontraba internada Lupita. Patrick insistió en que se encontraran al día siguiente a primera hora, pero Dominic se excusó, diciendo que tenía una audiencia con el Obispo y no podría ser hasta la tarde. El profesor le pidió que hiciera todo lo que pudiera para posponer la audiencia y acudir al convento a primera hora, quizá incluso hasta rayar en la mala educación con su insistencia, ante lo cual, Dominic no le prometió nada.

Sigrid, mientras tanto, recibió por fin una llamada de Ramiro. Este se disculpó por no haberle podido coger el teléfono, pero había tenido unas últimas horas realmente difíciles. Poco después de llegar a Viena, el grupo de Jacobsen y de la logia europea se había reunido con Franz Liszt, que era el Bibliomante cuya biblioteca había sido saqueada. Sigrid sintió un escalofrío, al reconocer el nombre de una vida anterior. Durante la reunión, alguien les había atacado, realizando descargas de poder a diestro y siniestro. Afortunadamente, algunos de ellos (incluido el propio Franz Liszt) habían podido escapar y ponerse a salvo en un sitio llamado "Hotel Orfeo".

 —¿Cómo? —dijo Sigrid, sorprendida—. Repíteme el nombre.

 —"Hotel Orfeo", ¿por qué?

 —No lo sé muy bien, pero ya sabes que no creo en las casualidades, Ramiro, y últimamente me he encontrado ese nombre demasiadas veces. Salid de ahí en cuanto podáis, por favor.

 —Sí, no te preocupes —la tranquilizó Ramiro, con un deje de extrañeza; y bajó la voz:—, mañana intentaremos recuperar la Biblioteca de Liszt y rastrearemos los ejemplares que se hayan llevado, así que no creo que pasemos aquí mucho tiempo.

Sigrid aprovechó para comentarle también que había hecho que Esther viajara hasta Londres, preocupada por los dos extraños que habían sido grabados borrosamente por las cámaras de seguridad de su tienda. Ramiro intentó tranquilizarla sobre eso también, asegurándole que "Martha e Irving la cuidarían bien". Sigrid se relajó, ante la mención de sus dos viejos amigos.

Derek destinó a una pareja de agentes de la CCSA a vigilar el apartamento de Tomaso donde se encontraba Jimmy "el Sonriente". Pidió también que le consiguieran unos planos más antiguos del alcantarillado, para ver si podía fijarse en algún túnel que hubiera sido cegado y que condujera bajo el edificio en un nivel inferior, pero le informaron de que no había planos más antiguos que los que ya tenían.

Esa noche, en el hospital, un susurro despertó a Patrick. Su mujer hablaba en sueños, con aquella voz grave y horrenda. El profesor se concentró, e intentó observar el aura de su esposa. Pero algo fue muy mal; de repente, una sensación de extremo vértigo y náuseas lo dejaron inconsciente.

Se despertó cuando el teléfono vibró y sonó en su bolsillo, mareado y con un fuerte dolor de cabeza. Cuando al otro lado de la línea el padre Dominic le informó de que no podría acudir al Convento hasta las seis de la tarde, Patrick explotó y le habló de muy mala manera. Acto seguido, Dominic llamó a Tomaso para tratar de que este tranquilizara a Patrick, cosa que consiguió a medias, haciéndole ver que sin su primo, sería imposible conseguir ayuda de las hermanas del convento.

Por fin, el sábado había llegado, y Sigrid debía hacer frente a los encargos de van Dorn y de Jacobsen. Reunidos todos de nuevo en la CCSA, decidieron que Sigrid acudiría a la reunión de las doce del mediodía (la de van Dorn) y Patrick se reuniría con Taipán a las tres de la tarde, fingiendo ser el enviado de Jacobsen. Tomaso le quitó la petaca a Patrick en un brusco gesto, viendo que el profesor se estaba pasando con los tragos; no serviría de mucho, porque este pronto compraría otra.

Después de la reunión, Derek y Tomaso partieron con varios efectivos de la CCSA de nuevo hacia las alcantarillas, donde con un martillo neumático intentarían perforar el primero de los muros para franquearse el paso hacia el edificio del albergue Orfeo. Al cabo de unas pocas horas, conseguirían hacer el hueco suficiente en el muro para pasar, y unos cuantos metros hacia delante llegarían hasta la rejilla en el techo que daba acceso a la subida al jardín del albergue. La rejilla estaba asegurada con cadena y candado, así que tendrían que volver con una buena cizalla o una radial, pero al menos ya sabían que contaban con la posibilidad de acceder por allí.

Mientras tanto, Sigrid acudía a mediodía al "albergue". En la verja exterior, dos guardias solicitaron ver su tarjeta, y la anticuaria la mostró. No le pidieron nada más de momento, y le franquearon el acceso. Pasó al jardín interior, y un camino recto de unos veintipocos metros la condujo hasta la puerta giratoria que daba acceso al edificio. Varias cámaras observaban sus pasos. Tras atravesar la puerta giratoria, fue recibida en un vestíbulo decorado de forma sorprendentemente moderna por tres tipos, todos muy bien vestidos: dos muy fornidos (casi tanto como Derek), y otro que parecía un gigante aun al lado de sus dos compañeros; Sigrid reprimió un respingo cuando el tipo gigantesco parpadeó y la miró; aquella no era una mirada ni un gesto humano, sin duda se trataba de una especie de autómata a semejanza de aquella Tina Lovac que los había perseguido en la otra realidad. Los dos guardias menos grandes se dirigieron a ella con una sonrisa en la cara, y uno de ellos, un tipo atractivo con perilla y pelo largo, le pidió amablemente su tarjeta. Sigrid se la proporcionó, y a continuación se la pasó al enorme autómata; este observó la tarjeta durante unos cuantos segundos, y finalmente asintió silenciosamente y se guardó la tarjeta en un  bolsillo interior.

 —Bienvenida —dijo el tipo de la perilla, con su atractiva sonrisa—, disfrute de su estancia.

Sigrid soltó un suspiro de alivio, y se dirigió a la recepción, donde dos mujeres atendían a los clientes. Una de ellas le pidió su nombre, y no tardó en encontrar su cita.

 —Aquí está, Sigrid Olafson —dijo—. Su reunión tendrá lugar en el reservado número 3 de la cafetería, puede pasar, la tiene al fondo a la izquierda.

Atravesó la cafetería, donde había varias personas tomando unas copas, hasta una puerta donde figuraba la inscripción "R3". Pasó y se sentó, abriendo el maletín con su material, sus catálogos y documentación. Al cabo de unos minutos, se abrió la puerta, pero no era una mujer la que llegaba, sino un hombre: ¡el propio Salvatore Leone!, a quien la anticuaria reconoció por las fotos que habían visto en la CCSA. "Algo ha ido mal", pensó, "¿debería huir?". Sopesó todas las opciones que tenía, pero viendo que era imposible escapar de allí sin enfrentarse a los gorilas del vestíbulo y más tranquila cuando Salvatore le sonrió y se sentó, desechó la idea.

 —Estoy encantado de conocerla, señora Olafson —al menos la conversación empezaba amistosamente—. Su fama como marchante de libros es... como decirlo... muy importante. Permítame que me presente —alargó su mano, que Sigrid estrechó—, soy Salvatore Leone.

Salvatore explicó que llevaba muy poco tiempo en "el mundillo" (Sigrid no supo demasiado bien a qué se refería, pero prefirió no abundar en el tema), y que ella era muy "admirada" en los círculos que presentaban interés por las antigüedades y, concretamente, por los libros.

 —Como ve, hemos construido aquí un refugio para la gente que desempeña... ciertas actividades, usted ya me entiende —Sigrid asintió, con el rostro serio—. Y a mí... a nosotros... nos gustaría saber que podemos contar con sus servicios, si eso no entra en conflicto con su deber para con Paul van Dorn, claro.

 —Mi relación con van Dorn no es problema —contestó Sigrid con su habitual aire de superioridad—. Evidentemente soy libre de aceptar otros encargos, señor Leone.

 —Me alegra oir eso, señora Olafson; siendo así, aquí tiene mi tarjeta —Salvatore alargó un trozo de cartón hacia Sigrid, y esta hizo lo propio con una de sus tarjetas—. Muchas gracias por su atención, estaremos en contacto. Encantado.

Salvatore se marchó del reservado, y pocos momentos después llegaba "Taipán" (no era más que un apodo, el nombre de una de las serpientes más venenosas del mundo), una menuda pero muy bella mujer vietnamita que debía de rondar los treinta y cinco años y que Sigrid reconoció al instante gracias a las fotos que van Dorn y Jacobsen le habían proporcionado.

Tras proceder a las oportunas presentaciones, Taipán sacó de su maletín la "joya" que iba a presentar para su compra a muy poca gente. Desenvolvió un paño de algodón, y reveló un libro bastante ajado y sin inscripciones  en la cubierta ni en el lomo.

 —Esto, señora Olafson —dijo la vietnamita—, es un verdadero tesoro. Al parecer, Napoleón Bonaparte escribió un diario secreto durante sus campañas, y me atrevería a decir que se pueden contar con los dedos de una mano las personas que conocen su existencia...

Alargó el manuscrito hacia Sigrid, y esta sacó su lupa y su portátil. Efectivamente, el libro estaba manuscrito en francés, e incluso presentaba algunas ilustraciones; en una página, la anticuaria pudo ver un esbozo de las pirámides de Guiza. Tras unos veinte minutos de análisis y cotejo, Sigrid concluyó con cierto asombro que el libro era efectivamente auténtico; pudo traducir algunos pasajes que efectivamente daban a entender que se trataba de un diario muy personal de Napoleón. Taipán observó todo el proceso bebiendo una copa de vodka y con una media sonrisa.

 —Efectivamente —anunció Sigrid—, es auténtico y sorprendentemente desconocido. Estoy en posición para ofrecer por cuenta de mi cliente dos millones ochocientos mil dólares —sus cálculos de tasación ascendían a unos tres millones—.

Los ojos de la vietnamita brillaron al escuchar la oferta, pero mantuvo el semblante lo más inexpresivo posible. Le dio las gracias a Sigrid, y le dijo que la avisaría en cuanto terminara la ronda de contactos. Acto seguido, le dio las gracias y se despidió.

Timofei Nóvikov
Sigrid recogió todo su material en su maletín y salió del reservado. Apenas había dado unos pasos cuando oyó una voz a su espalda, que reclamaba su atención. Se giró, y se quedó helada; aquel que le hablaba y que se dirigía hacia ella no era otro que Timofei Novikov, el ruso que en otra vida le había dado el escarabajo de acero que era capaz de detener balas al vuelo. Tuvo que recordarse a sí misma que esta era otra existencia, y no se conocían de nada.

No obstante, Novikov sí que parecía conocerla, pues la llamó por su nombre, y se presentó. El ruso lucía exactamente el mismo aspecto peligroso que Sigrid ya conocía, y sin duda conocía el motivo de su presencia allí. Novikov se presentó con un nombre falso y la invitó a tomar algo; se sentaron.

 —Señora Olafson, no me andaré con rodeos; sé por qué está usted en este... "albergue", y me interesa saber a cuánto asciende la oferta que le ha hecho a Taipán.

Sigrid rebulló en el asiento, incómoda. Pero finalmente optó por decirle la verdad. Acto seguido, Novikov sacó de su bolsillo una chequera, y pidió un bolígrafo a uno de los hombres que lo escoltaban. escribió algo en ella, arrancó la hoja y se la ofreció a Sigrid.

 —Es un cheque por valor de dos millones ochocientos mil dólares extendido a su nombre —aclaró el ruso—. Lo podrá cobrar sin problemas si le transmite a van Dorn que no merece la pena comprar el libro de Taipán.

Sigrid aceptó; ¿qué otra cosa podía hacer? Además, ¿qué importaba proporcionarle aquel libro a van Dorn o no? Era un trato extremadamente lucrativo. Estrecharon las manos, y Sigrid cogió el cheque mientras se levantaba.

 —Solo una cosa más —se despidió Novikov, haciendo un gesto hacia su bolígrafo—; como usted comprenderá debo cubrirme las espaldas, así que esta conversación ha sido grabada.

 —Por supuesto; no tiene usted de qué preocuparse, señor Novikov.

Sigrid le dedicó la mejor de sus sonrisas, mientras notaba la confusión del ruso cuando se dirigió a él por su nombre real. Una pequeña victoria; pírrica, pero la hizo sentir mejor.

En ese mismo instante, Patrick sintió un vértigo que iba mucho más allá de la simple sensación física. Algo había ido tremendamente mal. Temió por sus amigos, pero a través del vínculo kármico detectó que estaban todos bien, así que debía de haber sido algo distinto.

Los demás sintieron la angustia y posterior alivio de Patrick a través de su vínculo, incluida Sigrid, que más tarde relacionaría junto a Patrick el momento de la aceptación del trato con Novikov como el acontecimiento que había desatado la angustia del profesor. Ya en la CCSA, Sigrid adiestró en una escasa media hora a Patrick en lo que tenía que hacer para aparentar ser un experto en libros antiguos; tenía mucho ganado, pues ya sabían de qué libro se trataba y en cuánto había sido tasado. Hablaron también del hecho de que ese libro era algo importante, y no parecía bueno para nadie que cayera en manos de Novikov.

Así que Patrick llegó puntual a las tres de la tarde al Albergue Orfeo, justo en el momento en que Derek y Tomaso conseguían llegar a la reja encadenada que les separaba del acceso al jardín. Al contrario que Sigrid, Patrick no reparó (afortunadamente, dada su fobia a la inteligencia artificial) en que el gigantón de la entrada era en realidad un autómata, y accedió a la recepción. Allí surgió algo de lío, porque el registro de la reunión estaba también a nombre de Sigrid. Tuvo que llamar a esta por teléfono y contestar a algunas preguntas incómodas antes de que le admitieran como sustituto de ella. Pero finalmente, pocos minutos después se encontraba en el mismo reservado de la cafetería, esperando a Taipán. Cuando la vietnamieta llegó esbozó una sonrisa irónica, bromeando con que "la señora Olafson parecía muy ocupada", y que esperaba que Patrick le hiciera justicia. El profesor procedió a ejecutar el paripé que Sigrid le había enseñado cuando Taipán le alargó el libro, y teniendo presente lo que había sentido cuando su amiga había renunciado al libro, tomó una decisión; "ese libro no puede caer en malas manos bajo ningún concepto", pensó.

 —Mi cliente está en posición de ofrecer tres millones y medio de dólares —dijo gravemente.

 —Y, si no le molesta la pregunta... ¿quién es ese cliente del que hablamos? —la sonrisa traviesa volvió a acudir a los labios de la mujer, y la hacía endiabladamente atractiva.

 —El señor Emil Jacobsen, evidentemente.

Taipán clavó sus profundos ojos marrones en los de Patrick durante unos segundos, obervándolo valorativamente. Finalmente asintió y, dándole las gracias por la generosa oferta, se despidió diciéndole que le llamaría ("a él o a Sigrid, jejeje")  en cuanto hubiera recibido todas las ofertas. El profesor salió del hotel sin más problemas; afortunadamente, Novikov no apareció; quizá esperaba de nuevo a Sigrid y que fuera él en su lugar había trastocado sus planes; Patrick esperaba que fuera así...




miércoles, 13 de mayo de 2020

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 5

El Suicidio de Helen. Refugiando a Jimmy.

Helen Atkin, la esposa de Patrick
Aún pasaron un buen rato en las alcantarillas, buscando recovecos y posibles pasadizos disimulados por donde pasar hacia los subterráneos del edificio gótico al que, según la tarjeta que ya obraba en posesión de Sigrid, habían dado en llamar "Albergue Orfeo"Patrick y Derek se dedicaron a buscar en los alrededores del primer muro, mientras que Sigrid y Tomaso lo hacían en torno al segundo.

Finalmente, Sigrid palpó algo que le pareció una trampilla en el suelo bajo el agua opaca y sucia del túnel donde se encontraban. Así lo transmitio a Tomaso, pero por más esfuerzos que hicieron, la fuerza del agua, unida a la repugnante suciedad y a la escasa visibilidad hicieron que finalmente desistieran de intentar acceder a la trampilla. Lo dejaron para una mejor ocasión, cuando trajeran un equipo más adecuado para abrirla. 

Fatigados, el grupo al completo se reunió a la salida de las alcantarillas, donde esperaban varios operarios de la CCSA. Sigrid compartió con los demás su descubrimiento, y decidieron que volverían a intentar abrir la posible compuerta; eso sí, Derek mostró sus dudas, porque en los mapas del alcantarillado no habían visto ningún acceso a la zona en un nivel inferior.

Mientras se encontraban cambiándose y aseándose en la carpa, Patrick oyó una voz a sus espaldas.

 —¿¿Esto es lo que haces, Patrick?? ¿¿En serio?? —era su esposa, Helen—. ¡¿Me dejas tirada, y dejas tu trabajo con nuestra hija poseída?! ¡Sabes que hay que pagar el convento, ¿no?! ¡¡Eres un malnacido y un desagradecido!! ¡¡Malnacido!!

Patrick miraba a su alrededor, afrontado, y Helen salió corriendo, entre sollozos y gritos de rabia. El profesor restó importancia al episodio, y afirmó que "ya lo arreglaría al volver a casa", encogiéndose de hombros. Volvieron a la CCSA, donde descansaron merecidamente durante un par de horas.

Por la tarde, Sigrid recibió un mensaje, que le daba instrucciones para recoger un paquete de parte de Emil Jacobsen en una de las oficinas de FedEx. Lo recogió rápidamente, y de él extrajo la mima foto de la tal Taipán que ya le había enviado Paul van Dorn, y el habitual dossier con instrucciones para la operación. Sigrid ya era persona de confianza de Emil, y sabía que este confiaba en ella para saltarse las instrucciones del documento si lo juzgaba conveniente; pero si se enteraba de que estaba haciendo negocios con van Dorn a la vez... un escalofrío le recorrió la columna vertebral solo de pensarlo; "no vale la pena preocuparse, saldré de esto, como siempre", pensó. En el fondo del paquete, como ya sospechaba, había también una pequeña tarjeta dorada, también idéntica a la que ya había recibido de van Dorn. La miró fijamente durante unos segundos, abstraída; acto seguido, soltó un suspiro, metió todo en el paquete y se encaminó junto con Jonathan hacia la Biblioteca Pública, a leer todo lo que pudiera.

Tomaso, por su parte, llamó a Jimmy "el sonriente", pero este no le contestó. Al cabo de una hora aproximadamente, el guardaespaldas le devolvió la llamada. Hablaba en voz baja.

 —Me están siguiendo, Tomaso, estoy en peligro. Me tienes que ayudar, por favor.

Quedaron en una esquina del West Side, previa advertencia de que debería esconderse bien y evitar que nadie le siguiera. Tomaso disponía de un apartamento seguro en Brooklyn, por si en algún momento había alguna emergencia, y había llegado el momento de utilizarlo. Derek lo llevó hasta el punto de encuentro. 

Allí, en un portal, en la sombra, se encontraba Jimmy. Corrió hacia el coche, como le indicaba Tomaso, y entró rápidamente. Le dieron ropa nueva, y detectaron un localizador en su zapato, así que tiraron el calzado por la ventana y le proporcionaron un nuevo par. Le preguntaron por el "albergue", pero él poco les pudo decir; había entrado unas pocas veces acompañando a Luciano, el hermano pequeño de Salvatore, y allí había presenciado (incluso participado) en sus orgías. Pero había áreas en las que incluso él tenía vetado el acceso, y no tenía ni idea de qué se llevaba a cabo en ellas. Eso sí, sabía de buena tinta (aunque no lo había visto con sus propios ojos) que gente muy importante había visitado en los últimos tiempos el Albergue, y entre ellos se contaba el mismísimo alcalde de Nueva York, Dan Simmons.

Dando un par de vueltas, llegaron por fin al apartamento de Tomaso en Brooklyn, donde dio instrucciones concretas a Jimmy para que no saliera y mantuviera el móvil apagado para usarlo solo en caso de emergencia extrema. Jimmy se lo agradeció encarecidamente, llamándolo "fratello" ("hermano", también era italiano)  y abrazándolo.

Por la noche, la agente Lewis proporcionó a Derek un dossier con las direcciones de Patrick O'Leary y Saul Elvas, los dos periodistas que se habían hecho eco de la muerte de Howard Clarkson, misteriosamente sin rastro. Patrick, por su parte, se fue a casa, sin ninguna gana de llegar allí. Pero cuando llegó se le heló la sangre. Su mujer se encontraba tendida en la cama, sin respirar, con los ojos abiertos y la mirada perdida, y un bote de pastillas vacío sobre la mesa.

El profesor se precipitó hacia la botella de whisky, de la que empezó a dar largos tragos mientras llamaba a una ambulancia e intentaba hacer reaccionar a su mujer a base de palmadas en la cara. Le metió los dedos en la boca, pero no hubo manera de que vomitara. Cuando la ambulancia llegó, no tardó en reunirse un grupo de vecinos curiosos, que murmuraban muy serios, mencionando sus continuas discusiones estos últimos días. Los ojos de Patrick estaban húmedos, y no solo por el efecto de la bebida; no esperaba que Helen intentara suicidarse, y se sentía como una mierda. Y apestaba a whisky, cosa que los vecinos y los sanitarios no tardaron en percibir. Subió a la ambulancia y se dejó llevar, en la bruma de la embriaguez.

El ruido de los electroshocks que aplicaban a Helen le sacó de su ensimismamiento.

 —¡Diablos! —gritó alguien, un tipo vestido con bata—. ¡No hace efecto, no hace efecto! ¡La perdemos!

 —Solo un intento más, Mike —contestó su compañero, un poco desganado—. Si no, mala suerte.

Algo se removió dentro de Patrick. Sobreponiéndose al mareo y el embotamiento, hizo uso de sus extrañas habilidades, vestigio de una vida pasada. Percibió los átomos que componían las placas del electroshock, los flujos de corriente eléctrica, la respiración entrecortada del sanitario, la circulación sanguínea detenida de su mujer, el calor que se extinguía de su cuerpo... e hizo bailar todo eso y muchas cosas más cuando la descarga sacudió el cuerpo de Helen; la electricidad se dirigió de forma precisa a su corazón y a su cerebro.

 —¡Hay pulso! ¡Hay pulso! ¡Respira! —gritó el compañero, más animado—. Increíble Mike, no habría dado un centavo por que esta mujer viviera.

Una lágrima resbaló por el rostro de Patrick, cuyo cuerpo empezó a doler con fuertes pinchazos; la maniobra había requerido un nivel de esfuerzo supremo, y había tensado dolorosamente cada uno de sus músculos, sobre todo los de la espalda. Se dejó caer agotado, dolorido y ebrio. Pasaría esa noche en el hospital, como buenamente pudiera.

Mientras tanto, Sally y Tomaso, ignorantes de la epopeya de Patrick y previamente ayudados por el propio profesor, investigaban todo lo posible sobre la tal Taipán. No encontraron demasiado. Al parecer, era vietnamita y en unos círculos muy reducidos se la mencionaba como ladrona y contrabandista que hacía uso de muy malas artes para sus negocios. Si esa era la mujer con la que tenía que tratar Sigrid, la anticuaria tendría que tener mucho cuidado.

Esa misma noche volvieron a la CCSA los agentes Margaret y Stuart, procedentes del lugar donde se había producido el atentado contra Weiss, Crane & Assocs. Informaron de que había acudido mucha gente muy influyente por allí.

 —No teníamos ni idea de que WCA fuera tan importante —dijo Margaret—. Allí acudió la flor y nata: concejales, dirigentes de grandes empresas, el gobernador, el alcalde...

Según informaban todos los medios, y también la policía, el atentado se había producido por medio de una bomba fabricada con explosivo plástico pero que parecía de fabricación casera, y había afectado al menos a una docena de trabajadores del bufete además del personal de limpieza, mantenimiento, etcétera. Y todo eso, a las dos de la madrugada... nada común.

De madrugada, Patrick llamó a los padres de Helen, Robert y Martha. Estaba borracho, y sus explicaciones debieron de ser bastante confusas. Creía recordar que Martha había empezado a llorar mientras hablaba, y suponía que saldrían hacia Nueva York lo antes posible. Se sentía como una mierda, y mientras la cabeza le daba vueltas, se quedó dormido.

Amaneció por fin el viernes 30 de diciembre. Sigrid se dirigió a la Biblioteca y Patrick permaneció en el hospital junto a su mujer. Llamó por fin a los demás para explicarles lo que había ocurrido, y para decirles que todo estaba bien, que no se preocuparan.

Derek ordenó preparar el operativo para buscar y abrir la puerta de la alcantarilla con la que había dado Sigrid. Reunir la maquinaria y el equipo necesarios llevaría algo de tiempo, mejor empezar cuanto antes. Por la mañana, Tomaso y él mismo acudieron a visitar los domicilios de los periodistas que habían conseguido la noche anterior. 

El primero se encontraba en Bronx, y cuando llegaron allí vieron que la casa se encontraba a la venta. Preguntaron a los vecinos, y les contaron que O'Leary se marchó de repente, sin avisar y sin dar ninguna señal, hacía unos tres meses. La dirección de Saul Elvas se encontraba en Queens, y al llegar se encontraron con que la casa había sido pasto de un incendio y todo lo que quedaba eran unas ruinas ennegrecidas. Los vecinos les contaron que Elvas no era una persona muy sociable y que el incendio había ocurrido hacía unos tres meses. Derek y Tomaso se miraron, suspicaces. Según les informaron, Elvas había sufrido quemaduras muy graves y había sido evacuado en una ambulancia, seguramente hacia el hospital St. Louis.

Por la tarde, Tomaso y Derek, acompañados de varios operativos, volvieron a las alcantarillas, donde montaron de nuevo la carpa y entraron con equipo de buceo y linternas potentes. Ya ante el segundo muro, Tomaso se sumergió, y lo que habían tomado por una trampilla en realidad era una tapa de alcantarilla, que debía de llevar a un colector en una cota inferior. Haciendo uso de las palancas que habían traído y con muchísimo esfuerzo, consiguieron abrirla. La corriente de agua resultante casi se lleva por delante a Tomaso y a Derek, pero ayudándose mutuamente pudieron evitar caer a plomo por el hueco y esperar a que el agua se estabilizara, agotados. Una vez todo calmado, Tomaso se descolgó con ayuda de una cuerda y arnés. Quince metros más abajo llegó a otro colector que discurría en perpendicular al túnel de arriba (no se dirigía hacia el edificio, pues) y por él dicurría un nutrido flujo de aguas fecales. Decidieron dar por terminada la misión y volver a la CCSA a reponerse.

Mientras tanto, en la Biblioteca, Sigrid recibió a mediodía una llamada de Esther, su hija. Los recuerdos de la anterior encarnación acudieron a su mente, aturdiéndola. Esther le informó de que hacía un rato, un par de tipos con ojeras muy pronunciadas habían entrado en la tienda, mirándolo todo muy fijamente. Le habían dado "muy mal rollo", y al final ella y Lucía (la dependienta) habían tenido que insistirles en comprar algo o marcharse.

 —Salid de ahí ya, Esther —la instó Sigrid—. No os quedéis ahí ni un minuto más; cerrad, activad la alarma y salid hacia Londres.

 —De acuerdo, mamá —contestó Esther, sin discutir nada, detectando la urgencia en el tono de su madre—, no te preocupes, ahora mismo cerramos.

Aproximadamente un par de horas más tarde, Sigrid hablaba de nuevo con su hija, que se dirigía ya hacia el aeropuerto. Sigrid ya había podido ver las grabaciones de seguridad, y los rostros de los visitantes aparecían en todo momento difusos, igual que ya había pasado con el rostro de Pierre Lesnes en su visita a la tienda de Madrid en la realidad anterior, cuando había secuestrado a Esther para protegerla de sus enemigos. Esther también mencionó que los tipos hablaban muy raro; no un idioma raro, que a eso estaba acostumbrada, sino con una entonación y una pronunciación que no parecían normales. Sigrid insistió en que cogiera el primer avión a Londres; Lucía no podría, porque tenía una familia de la que cuidar, pero ahora lo importante era poner a salvo a Esther. A lo largo del resto del día, llamó varias veces a Ramiro por teléfono, pero no obtuvo contestación.

Más o menos también a mediodía, el vello de Patrick se erizó. Por pura casualidad, se le había ocurrido ver el aura de su esposa, y sin duda presentaba los primeros síntomas de una posesión. Corrió a recepción, donde habló con la encargada de planta, preguntando por las pruebas de posesión. La encargada le contestó que las pruebas habían sido realizadas sobre Helen Atkin, como era habitual en cualquier ingreso que hubiera implicado una cercanía a la muerte, y no habían revelado nada. De hecho, preguntó con cara de pocos amigos a Patrick por qué "ahora le venía con aquello", a lo que este contestó con evasivas.

Así que decidió acudir al Convento del Redentor, donde estaba ingresada Lupita, con la intención de encontrar algún exorcista con el que hablar. Allí le recibió la hermana Teresa, que intentó calmarlo, sin éxito. Patrick insistía en ver a un exorcista; según la monja, aquel no era el procedimiento, pero haría todo lo posible por ayudarlo; lo dejó esperando en una sala austera pero bien iluminada. Al cabo de una hora y media, la monja volvió, desolada; no había podido conseguir ningún exorcista. Estaban colapsados, como habitualmente pasaba, así que tendría que pedir cita, como todo el mundo. Frustrado, Patrick desestimó lo de la cita, pero pidió ver a Lupita. Por supuesto, lo condujeron hasta su celda. Allí, la niña presentaba su habitual aspecto enfadado y sombrío; mostraba cada vez menos su verdadero aspecto de niña adorable, y eso causaba un dolor indecible en el corazón de Patrick, que buscó inconscientemente la petaca en el bolsillo de su chaqueta; afortunadamente, no lo había traído. Su familia se había desmoronado..."¿Pero es mi familia?", pensó, "¿en serio?". Conforme pasaba el tiempo, los recuerdos de esta realidad se hacían más vívidos, y los de la anterior se difuminaban... "no voy a dejar que ocurra eso, ¡ni hablar!". Lupita, o más bien el ser que habitaba en su interior, pareció percibir la zozobra de Patrick, y esbozó una sonrisa malévola.

 —Tu mujer pronto estará con nosotros —dijo con una voz rasposa, muy distinta de la voz que debería tener una niña de seis años—. Y no podrás hacer nada por evitarlo, malnacido.

Malnacido. Así lo había llamado su mujer el día anterior. Patrick apretó los dientes, mientras no podía evitar que las lágrimas acudieran a sus ojos. 

 —Sé que has probado el sexo anal, malnacido —prosiguió el monstruo—. Y sé también que te ha...

A un gesto suyo, los guardias cerraron el ventanuco de la celda de Lupita. Se marchó, compungido, y volvió al hospital, donde realizó una visita al bar y llamó a Tomaso, para ver si este conocía algún exorcista. El italiano contestó que había tenido contacto con dos; uno de ellos había muerto, y con el otro había perdido el contacto hacía tiempo, pero haría todo lo posible por localizarlo. Patrick se lo agradeció, y pronto se quedó dormido ante su vaso, agotado después de dos días sin apenas dormir.