Helen Atkin, la esposa de Patrick |
Aún pasaron un buen rato en las alcantarillas, buscando recovecos y posibles pasadizos disimulados por donde pasar hacia los subterráneos del edificio gótico al que, según la tarjeta que ya obraba en posesión de Sigrid, habían dado en llamar "Albergue Orfeo". Patrick y Derek se dedicaron a buscar en los alrededores del primer muro, mientras que Sigrid y Tomaso lo hacían en torno al segundo.
Finalmente, Sigrid palpó algo que le pareció una trampilla en el suelo bajo el agua opaca y sucia del túnel donde se encontraban. Así lo transmitio a Tomaso, pero por más esfuerzos que hicieron, la fuerza del agua, unida a la repugnante suciedad y a la escasa visibilidad hicieron que finalmente desistieran de intentar acceder a la trampilla. Lo dejaron para una mejor ocasión, cuando trajeran un equipo más adecuado para abrirla.
Fatigados, el grupo al completo se reunió a la salida de las alcantarillas, donde esperaban varios operarios de la CCSA. Sigrid compartió con los demás su descubrimiento, y decidieron que volverían a intentar abrir la posible compuerta; eso sí, Derek mostró sus dudas, porque en los mapas del alcantarillado no habían visto ningún acceso a la zona en un nivel inferior.
Mientras se encontraban cambiándose y aseándose en la carpa, Patrick oyó una voz a sus espaldas.
—¿¿Esto es lo que haces, Patrick?? ¿¿En serio?? —era su esposa, Helen—. ¡¿Me dejas tirada, y dejas tu trabajo con nuestra hija poseída?! ¡Sabes que hay que pagar el convento, ¿no?! ¡¡Eres un malnacido y un desagradecido!! ¡¡Malnacido!!
Patrick miraba a su alrededor, afrontado, y Helen salió corriendo, entre sollozos y gritos de rabia. El profesor restó importancia al episodio, y afirmó que "ya lo arreglaría al volver a casa", encogiéndose de hombros. Volvieron a la CCSA, donde descansaron merecidamente durante un par de horas.
Por la tarde, Sigrid recibió un mensaje, que le daba instrucciones para recoger un paquete de parte de Emil Jacobsen en una de las oficinas de FedEx. Lo recogió rápidamente, y de él extrajo la mima foto de la tal Taipán que ya le había enviado Paul van Dorn, y el habitual dossier con instrucciones para la operación. Sigrid ya era persona de confianza de Emil, y sabía que este confiaba en ella para saltarse las instrucciones del documento si lo juzgaba conveniente; pero si se enteraba de que estaba haciendo negocios con van Dorn a la vez... un escalofrío le recorrió la columna vertebral solo de pensarlo; "no vale la pena preocuparse, saldré de esto, como siempre", pensó. En el fondo del paquete, como ya sospechaba, había también una pequeña tarjeta dorada, también idéntica a la que ya había recibido de van Dorn. La miró fijamente durante unos segundos, abstraída; acto seguido, soltó un suspiro, metió todo en el paquete y se encaminó junto con Jonathan hacia la Biblioteca Pública, a leer todo lo que pudiera.
Tomaso, por su parte, llamó a Jimmy "el sonriente", pero este no le contestó. Al cabo de una hora aproximadamente, el guardaespaldas le devolvió la llamada. Hablaba en voz baja.
—Me están siguiendo, Tomaso, estoy en peligro. Me tienes que ayudar, por favor.
Quedaron en una esquina del West Side, previa advertencia de que debería esconderse bien y evitar que nadie le siguiera. Tomaso disponía de un apartamento seguro en Brooklyn, por si en algún momento había alguna emergencia, y había llegado el momento de utilizarlo. Derek lo llevó hasta el punto de encuentro.
Allí, en un portal, en la sombra, se encontraba Jimmy. Corrió hacia el coche, como le indicaba Tomaso, y entró rápidamente. Le dieron ropa nueva, y detectaron un localizador en su zapato, así que tiraron el calzado por la ventana y le proporcionaron un nuevo par. Le preguntaron por el "albergue", pero él poco les pudo decir; había entrado unas pocas veces acompañando a Luciano, el hermano pequeño de Salvatore, y allí había presenciado (incluso participado) en sus orgías. Pero había áreas en las que incluso él tenía vetado el acceso, y no tenía ni idea de qué se llevaba a cabo en ellas. Eso sí, sabía de buena tinta (aunque no lo había visto con sus propios ojos) que gente muy importante había visitado en los últimos tiempos el Albergue, y entre ellos se contaba el mismísimo alcalde de Nueva York, Dan Simmons.
Dando un par de vueltas, llegaron por fin al apartamento de Tomaso en Brooklyn, donde dio instrucciones concretas a Jimmy para que no saliera y mantuviera el móvil apagado para usarlo solo en caso de emergencia extrema. Jimmy se lo agradeció encarecidamente, llamándolo "fratello" ("hermano", también era italiano) y abrazándolo.
Por la noche, la agente Lewis proporcionó a Derek un dossier con las direcciones de Patrick O'Leary y Saul Elvas, los dos periodistas que se habían hecho eco de la muerte de Howard Clarkson, misteriosamente sin rastro. Patrick, por su parte, se fue a casa, sin ninguna gana de llegar allí. Pero cuando llegó se le heló la sangre. Su mujer se encontraba tendida en la cama, sin respirar, con los ojos abiertos y la mirada perdida, y un bote de pastillas vacío sobre la mesa.
El profesor se precipitó hacia la botella de whisky, de la que empezó a dar largos tragos mientras llamaba a una ambulancia e intentaba hacer reaccionar a su mujer a base de palmadas en la cara. Le metió los dedos en la boca, pero no hubo manera de que vomitara. Cuando la ambulancia llegó, no tardó en reunirse un grupo de vecinos curiosos, que murmuraban muy serios, mencionando sus continuas discusiones estos últimos días. Los ojos de Patrick estaban húmedos, y no solo por el efecto de la bebida; no esperaba que Helen intentara suicidarse, y se sentía como una mierda. Y apestaba a whisky, cosa que los vecinos y los sanitarios no tardaron en percibir. Subió a la ambulancia y se dejó llevar, en la bruma de la embriaguez.
El ruido de los electroshocks que aplicaban a Helen le sacó de su ensimismamiento.
—¡Diablos! —gritó alguien, un tipo vestido con bata—. ¡No hace efecto, no hace efecto! ¡La perdemos!
—Solo un intento más, Mike —contestó su compañero, un poco desganado—. Si no, mala suerte.
Algo se removió dentro de Patrick. Sobreponiéndose al mareo y el embotamiento, hizo uso de sus extrañas habilidades, vestigio de una vida pasada. Percibió los átomos que componían las placas del electroshock, los flujos de corriente eléctrica, la respiración entrecortada del sanitario, la circulación sanguínea detenida de su mujer, el calor que se extinguía de su cuerpo... e hizo bailar todo eso y muchas cosas más cuando la descarga sacudió el cuerpo de Helen; la electricidad se dirigió de forma precisa a su corazón y a su cerebro.
—¡Hay pulso! ¡Hay pulso! ¡Respira! —gritó el compañero, más animado—. Increíble Mike, no habría dado un centavo por que esta mujer viviera.
Una lágrima resbaló por el rostro de Patrick, cuyo cuerpo empezó a doler con fuertes pinchazos; la maniobra había requerido un nivel de esfuerzo supremo, y había tensado dolorosamente cada uno de sus músculos, sobre todo los de la espalda. Se dejó caer agotado, dolorido y ebrio. Pasaría esa noche en el hospital, como buenamente pudiera.
Mientras tanto, Sally y Tomaso, ignorantes de la epopeya de Patrick y previamente ayudados por el propio profesor, investigaban todo lo posible sobre la tal Taipán. No encontraron demasiado. Al parecer, era vietnamita y en unos círculos muy reducidos se la mencionaba como ladrona y contrabandista que hacía uso de muy malas artes para sus negocios. Si esa era la mujer con la que tenía que tratar Sigrid, la anticuaria tendría que tener mucho cuidado.
Esa misma noche volvieron a la CCSA los agentes Margaret y Stuart, procedentes del lugar donde se había producido el atentado contra Weiss, Crane & Assocs. Informaron de que había acudido mucha gente muy influyente por allí.
—No teníamos ni idea de que WCA fuera tan importante —dijo Margaret—. Allí acudió la flor y nata: concejales, dirigentes de grandes empresas, el gobernador, el alcalde...
Según informaban todos los medios, y también la policía, el atentado se había producido por medio de una bomba fabricada con explosivo plástico pero que parecía de fabricación casera, y había afectado al menos a una docena de trabajadores del bufete además del personal de limpieza, mantenimiento, etcétera. Y todo eso, a las dos de la madrugada... nada común.
De madrugada, Patrick llamó a los padres de Helen, Robert y Martha. Estaba borracho, y sus explicaciones debieron de ser bastante confusas. Creía recordar que Martha había empezado a llorar mientras hablaba, y suponía que saldrían hacia Nueva York lo antes posible. Se sentía como una mierda, y mientras la cabeza le daba vueltas, se quedó dormido.
Amaneció por fin el viernes 30 de diciembre. Sigrid se dirigió a la Biblioteca y Patrick permaneció en el hospital junto a su mujer. Llamó por fin a los demás para explicarles lo que había ocurrido, y para decirles que todo estaba bien, que no se preocuparan.
Derek ordenó preparar el operativo para buscar y abrir la puerta de la alcantarilla con la que había dado Sigrid. Reunir la maquinaria y el equipo necesarios llevaría algo de tiempo, mejor empezar cuanto antes. Por la mañana, Tomaso y él mismo acudieron a visitar los domicilios de los periodistas que habían conseguido la noche anterior.
El primero se encontraba en Bronx, y cuando llegaron allí vieron que la casa se encontraba a la venta. Preguntaron a los vecinos, y les contaron que O'Leary se marchó de repente, sin avisar y sin dar ninguna señal, hacía unos tres meses. La dirección de Saul Elvas se encontraba en Queens, y al llegar se encontraron con que la casa había sido pasto de un incendio y todo lo que quedaba eran unas ruinas ennegrecidas. Los vecinos les contaron que Elvas no era una persona muy sociable y que el incendio había ocurrido hacía unos tres meses. Derek y Tomaso se miraron, suspicaces. Según les informaron, Elvas había sufrido quemaduras muy graves y había sido evacuado en una ambulancia, seguramente hacia el hospital St. Louis.
Por la tarde, Tomaso y Derek, acompañados de varios operativos, volvieron a las alcantarillas, donde montaron de nuevo la carpa y entraron con equipo de buceo y linternas potentes. Ya ante el segundo muro, Tomaso se sumergió, y lo que habían tomado por una trampilla en realidad era una tapa de alcantarilla, que debía de llevar a un colector en una cota inferior. Haciendo uso de las palancas que habían traído y con muchísimo esfuerzo, consiguieron abrirla. La corriente de agua resultante casi se lleva por delante a Tomaso y a Derek, pero ayudándose mutuamente pudieron evitar caer a plomo por el hueco y esperar a que el agua se estabilizara, agotados. Una vez todo calmado, Tomaso se descolgó con ayuda de una cuerda y arnés. Quince metros más abajo llegó a otro colector que discurría en perpendicular al túnel de arriba (no se dirigía hacia el edificio, pues) y por él dicurría un nutrido flujo de aguas fecales. Decidieron dar por terminada la misión y volver a la CCSA a reponerse.
Mientras tanto, en la Biblioteca, Sigrid recibió a mediodía una llamada de Esther, su hija. Los recuerdos de la anterior encarnación acudieron a su mente, aturdiéndola. Esther le informó de que hacía un rato, un par de tipos con ojeras muy pronunciadas habían entrado en la tienda, mirándolo todo muy fijamente. Le habían dado "muy mal rollo", y al final ella y Lucía (la dependienta) habían tenido que insistirles en comprar algo o marcharse.
—Salid de ahí ya, Esther —la instó Sigrid—. No os quedéis ahí ni un minuto más; cerrad, activad la alarma y salid hacia Londres.
—De acuerdo, mamá —contestó Esther, sin discutir nada, detectando la urgencia en el tono de su madre—, no te preocupes, ahora mismo cerramos.
Aproximadamente un par de horas más tarde, Sigrid hablaba de nuevo con su hija, que se dirigía ya hacia el aeropuerto. Sigrid ya había podido ver las grabaciones de seguridad, y los rostros de los visitantes aparecían en todo momento difusos, igual que ya había pasado con el rostro de Pierre Lesnes en su visita a la tienda de Madrid en la realidad anterior, cuando había secuestrado a Esther para protegerla de sus enemigos. Esther también mencionó que los tipos hablaban muy raro; no un idioma raro, que a eso estaba acostumbrada, sino con una entonación y una pronunciación que no parecían normales. Sigrid insistió en que cogiera el primer avión a Londres; Lucía no podría, porque tenía una familia de la que cuidar, pero ahora lo importante era poner a salvo a Esther. A lo largo del resto del día, llamó varias veces a Ramiro por teléfono, pero no obtuvo contestación.
Más o menos también a mediodía, el vello de Patrick se erizó. Por pura casualidad, se le había ocurrido ver el aura de su esposa, y sin duda presentaba los primeros síntomas de una posesión. Corrió a recepción, donde habló con la encargada de planta, preguntando por las pruebas de posesión. La encargada le contestó que las pruebas habían sido realizadas sobre Helen Atkin, como era habitual en cualquier ingreso que hubiera implicado una cercanía a la muerte, y no habían revelado nada. De hecho, preguntó con cara de pocos amigos a Patrick por qué "ahora le venía con aquello", a lo que este contestó con evasivas.
Así que decidió acudir al Convento del Redentor, donde estaba ingresada Lupita, con la intención de encontrar algún exorcista con el que hablar. Allí le recibió la hermana Teresa, que intentó calmarlo, sin éxito. Patrick insistía en ver a un exorcista; según la monja, aquel no era el procedimiento, pero haría todo lo posible por ayudarlo; lo dejó esperando en una sala austera pero bien iluminada. Al cabo de una hora y media, la monja volvió, desolada; no había podido conseguir ningún exorcista. Estaban colapsados, como habitualmente pasaba, así que tendría que pedir cita, como todo el mundo. Frustrado, Patrick desestimó lo de la cita, pero pidió ver a Lupita. Por supuesto, lo condujeron hasta su celda. Allí, la niña presentaba su habitual aspecto enfadado y sombrío; mostraba cada vez menos su verdadero aspecto de niña adorable, y eso causaba un dolor indecible en el corazón de Patrick, que buscó inconscientemente la petaca en el bolsillo de su chaqueta; afortunadamente, no lo había traído. Su familia se había desmoronado..."¿Pero es mi familia?", pensó, "¿en serio?". Conforme pasaba el tiempo, los recuerdos de esta realidad se hacían más vívidos, y los de la anterior se difuminaban... "no voy a dejar que ocurra eso, ¡ni hablar!". Lupita, o más bien el ser que habitaba en su interior, pareció percibir la zozobra de Patrick, y esbozó una sonrisa malévola.
—Tu mujer pronto estará con nosotros —dijo con una voz rasposa, muy distinta de la voz que debería tener una niña de seis años—. Y no podrás hacer nada por evitarlo, malnacido.
Malnacido. Así lo había llamado su mujer el día anterior. Patrick apretó los dientes, mientras no podía evitar que las lágrimas acudieran a sus ojos.
—Sé que has probado el sexo anal, malnacido —prosiguió el monstruo—. Y sé también que te ha...
A un gesto suyo, los guardias cerraron el ventanuco de la celda de Lupita. Se marchó, compungido, y volvió al hospital, donde realizó una visita al bar y llamó a Tomaso, para ver si este conocía algún exorcista. El italiano contestó que había tenido contacto con dos; uno de ellos había muerto, y con el otro había perdido el contacto hacía tiempo, pero haría todo lo posible por localizarlo. Patrick se lo agradeció, y pronto se quedó dormido ante su vaso, agotado después de dos días sin apenas dormir.
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