Shannon Miller, jefa de Gabinete de Philip Ackerman |
Patrick notaba a Sigrid diferente. Más resplandeciente, más activa, y podría decir que incluso ebria. El profesor sabía lo suficiente de las capacidades de los adeptos bibliotecarios para poder imaginarse lo que había ocurrido. De repente, Sigrid se volvió hacia él, recordando viejas enseñanzas de Emil Jacobsen y Paul Van Dorn:
—Tenemos que comprar un montón de libros rápidamente, Patrick —dijo con premura—. Siento titilar mi nuevo poder, y eso, según lo que decían mis maestros, es porque mi Biblioteca no posee los suficientes libros como para albergar lo que acabo de conseguir.
—¿Pero habrá alguna librería abierta a estas horas? —contestó el profesor, mirando su reloj—. Es la una de la madrugada.
—Pues esperemos que sí, porque necesito un par de miles de libros...
Patrick abrió mucho los ojos cuando su amiga dijo esta última frase; entonces, tendrían que encontrar una librería bastante grande y prácticamente llevarse uno de cada ejemplar. No tardaron mucho tiempo en dar con una librería abierta (al parecer, la única cadena de Manhattan que siempre lo estaba), llamada Spine & Cover que serviría para el propósito de Sigrid. Se dirigieron hacia allí acompañados por Jonathan y otros agente de las CCSA que tendrían que ayudarles si querían acabar con aquello antes del amanecer.
En la librería los recibió un frágil anciano, con perilla y pinta de comadreja, que los miró con ojos tristones sobre unas gafas estrechas, dándoles la bienvenida. La librería era un local de tres plantas con un empleado de guardia por cada planta. No parecieron sorprenderse mucho cuando los cinco clientes pidieron cada uno un carrito de compra y se lanzaron en las diferentes plantas a adquirir un ejemplar de cada libro en las estanterías.
Tras un par de horas recogiendo libros, Sigrid se fijó en que los dependientes, lejos de facilitar su labor, lo que hacían era entorpecerla; llamaban su atención sobre libros sin importancia, desplazaban los ejemplares de un sitio a otro, parecían vaciar los carritos por accidente... con la paciencia agotada, Sigrid encargó a Jonathan que mantuviera a los empleados a distancia de su "cargamento". Además, poco antes, Patrick se había acercado a ella discretamente y había hablado en voz baja:
—Acabo de oir al viejo del mostrador de la entrada hablando por teléfono —la informó—. Parecía hablar en hebreo con alguien, y con tono de urgencia. Igual estoy paranoico, pero claro, para cualquiera que esté un poco enterado de los asuntos del submundo ocultista, comprar tal cantidad de libros debe de ser un hecho evidente de bibliomancia...
Intentando tener bien vigilado al viejo a partir de entonces, continuaron acaparando ejemplares. Durante la noche, en la librería entraron varias personas: una joven estudiante, dos mujeres entradas en años, un par de chicos que parecían turistas, y una pareja que estuvo más rato del que parecía necesario.
Sobre las cinco y media de la mañana el anciano finalizó por fin un proceso exasperantemente lento de escaneo de códigos de barras, y anunció el total a Sigrid, que extendió un cheque por la cantidad.
—Lo siento, señora —dijo, parpadeando mientras miraba la firma de Sigrid—... pero me temo que no podemos aceptar cheques por la noche.
—Pero en ese cartel —respondió Sigrid, señalando la pared detrás del dependiente— pone que se admiten tarjetas y cheques, señor.
—Ya, pero por la noche... comprenda usted... no es que dude de usted señora Olafson, es usted una coleccionista famosa, pero...
Pasaron unos minutos eternos y exasperantes mientras el anciano ponía toda clase de problemas para efectuar el cobro de los libros. Casi en el mismo momento en el que se habían acercado al mostrador para pagar, Patrick había llamado a la CCSA para requerir la presencia de otros cuatro agentes, en previsión de lo que pudiera pasar; miraba suspicazmente a la pareja joven, los únicos clientes que quedaban en la tienda a esas horas, mientras al otro lado de la línea, Margaret le confirmaba que los cuatro agentes ya estaban en camino.
Finalmente, Jonathan, cansado de tanta cháchara sin sentido, enseñó su pistola al dependiente. Una pequeña amenaza bastó para que este callara y decidiera que no valía la pena seguir entorpeciendo la salida del grupo.
—Muy bien —dijo—, haré una excepción con usted por esta vez, señora Olafson, parece usted una persona de fiar.
Así que arrastraron los carros hasta la calle, donde en ese mismo momento hacía acto de aparición un todoterreno. Se relajaron cuando vieron que eran los cuatro agentes que Patrick había reclamado por teléfono. Metieron rápidamente el cargamento en el furgón con el que se habían desplazado hasta la librería y arrancaron en dirección al apartamento de Sigrid. Justo en ese momento, Patrick veía por el retrovisor cómo un par de vehículos negros frenaban estrepitosamente en la puerta de la librería y varios tipos a todas luces armados entraban en el comercio. Acelerando, llevó el furgón a través de varias calles secundarias y los agentes le siguieron en el todoterreno; a los pocos minutos, sin señales de helicópteros en el cielo ni de perseguidores, se relajaron por fin. En poco más de una hora, subían los libros al apartamento junto a Central Park, Sigrid los amontonaba como podía en su biblioteca realizando el acto simbólico de su adición, y por fin se echaban a dormir. Con varios agentes vigilando, por supuesto, porque en esos momentos, quien quiera que fuera el jefe del librero no tendría que investigar mucho para dar con la situación de la vivienda de la titular del cheque.
Mientras tanto, en Washington, Derek había llamado de madrugada a la CCSA para que Margaret y Stuart viajaran con un furgón a Washington y así llegaran a primera hora de la mañana. Si había que trasladar al congresista Ackerman, necesitarían un vehículo adecuado y discreto. Fruto de sus contactos, Tomaso había conseguido una ambulancia que les esperaría también en el parking del hospital, pero Derek prefería un vehículo que llamara menos la atención; la dejarían en la recámara, por si acaso. Además, en previsión de una posible huida con el político, Sally contactó con Omega Prime para indicarles que tendrían que borrar el expediente del congresista del sistema del hospital en cuanto recibieran el mensaje de que había que hacerlo.
Por la mañana, mientras desayunaban, la periodista recibió un mensaje al móvil que hizo que llamara la atención de Tomaso y Derek. Le pasó el móvil al primero. Explicó que era un mensaje de uno de sus colegas en el Washington Post, con quien compartía todo tipo de información. En él, la informaba de que había habido una filtración importante sobre un posible ingreso de Philip Ackerman en el hospital, aquejado de síntomas de posesión. Y según aseguraba, la filtración procedía de un miembro muy cercano del gabinete de Ackerman; no pudieron evitar pensar en Shannon Miller. "Esa mujer estaba deseando ocupar el puesto de Philip", pensó Derek. Si aquella filtración era confirmada en las próximas horas, podría significar el fin de la carrera política de Ackerman, y quizá también el fin de la CCSA, así que Derek instó a todos los demás a ponerse en marcha cuanto antes; se reunieron con las monjas y se trasladaron ipso facto al hospital.
Allí no tardaron en reunirse con Shannon Miller y varios miembros del gabinete, que se encontraban en la sala de espera ante la habitación privada de Ackerman. Estrecharon las manos de la propia Miller, del jefe de prensa, el jefe de imagen. y la secretaria del congresista, Amy Bowen. Preguntados acerca de la presencia de las monjas, Derek anunció que iban a pedir permiso al doctor encargado para realizar un exorcismo sin sacerdote.
Poco después llegaba el doctor Steiner. Shannon Miller pareció sorprendida al ver aparecer al joven y atractivo médico, que según dijo no era el doctor habitual encargado del congresista.
—Evidentemente no soy el doctor Johnson —dijo el facultativo—, pero es que él libra hoy; soy su sustituto.
Por suerte, el doctor no puso problemas a la celebración del exorcismo; eso sí, como hospital religioso que era aquel, la ceremonia debería realizarse en la capilla sita en la planta baja. Dicho y hecho, trasladaron discretamente al congresista hasta la capilla después de sedarlo adecuadamente, y en poco más de media hora, las hermanas habían preparado todo para la ceremonia; aproximadamente un centenar de velas consagradas rodeaban el lugar, y el congresista comenzó a gemir, incómodo. Tal y como había pasado en la ceremonia de la esposa de Patrick, se requirió la sola presencia de íntimos y de religiosos, así que en el interior de la capilla quedaron, además de las monjas, solamente Derek y Tomaso más un par de celadores por seguridad. Margaret y Stuart se quedarían haciendo guardia fuera, así como el resto de miembros del gabinete. Entre tanto, en las puertas del hospital se reunía ya una pequeña multitud de periodistas, siguiendo el chivatazo del ingreso del congresista; los guardias de seguridad los mantenían a una distancia prudencial por el momento.
Y el exorcismo dio comienzo. La hermana Mary y sus compañeras procedieron de forma muy parecida a lo que habían hecho con Helen, la esposa de Patrick. Pero al contrario de lo que sucedió con ella, pasados unos treinta minutos de rezos y exhortaciones en los que la luz del centenar de velas titiló varias veces, al salpicarlo con agua bendita, el conrgresista sí que reaccionó, gritando y forcejeando para librarse de sus ataduras con una voz de ultratumba que les puso a todos los pelos de punta. Las hermanas siguieron impasibles con el ritual, y tras otra media hora el demonio pareció comenzar a agotarse, pues aunque reaccionó a la segunda rociada de agua bendita, entró en una especie de letargo. La hermana Teresa se giró hacia Derek, asintiendo y esbozando una leve sonrisa; "lo van a conseguir", pensó Derek, esperanzado.
De repente, una fuerte detonación lo sacó de sus pensamientos. La hermana Mary tenía un gesto de asombro en su rostro, y no tardó en derrumbarse cuando un hilillo de sangre comenzó a asomar en algún punto de su torso. Derek se giró y vio a uno de los celadores empuñando un arma, apuntando hacia las hermanas, mientras el otro comenzaba el gesto de sacar su arma. Por suerte, Tomaso reaccionó como un rayo, con un fuerte golpe acorraló al segundo celador contra la pared y en pocos segundos lo dejaba inconsciente (o quizá algo peor) con un fuerte golpe en el cráneo. Derek se lanzó contra el que había disparado, y consiguió retenerlo hasta que Tomaso acudió en su ayuda y pudieron reducirlo. Durante el forcejeo, se habían comenzado a escuchar disparos fuera. Tras ver que la herida de Mary no suponía una gravedad inmediata, dieron instrucciones a las monjas para que la ayudaran y se aprestaron a salir. Por desgracia, la puerta estaba cerrada y no tenían tiempo de ponerse a buscar la llave, así que la echaron abajo con un par de potentes empellones. Una bala silbó cerca de Tomaso, y se apresuraron a ponerse a cubierto cuando vieron que Margaret había sido herida y Stuart mantenía un tiroteo con un par de celadores al otro lado del vestíbulo. Los miembros del gabinete habían huido.
Con el fuego de cobertura de Stuart, Tomaso y Derek pudieron abalanzarse sobre los celadores y dejarlos fuera de combate. El italiano ayudó a Margaret a moverse mientras esta presionaba la herida de su hombro, Stuart ayudó a las monjas con la hermana Mary y Derek sacó a toda prisa de la capilla al congresista sobre su camilla. Mientras cruzaban el vestíbulo hacia los ascensores, los periodistas, atraídos por los disparos, se agolpaban en las puertas, a punto de rebasar el cordón de los guardias de seguridad. Por suerte, uno de los ascensores se encontraba ya en la planta baja, porque por el rabillo del ojo Derek vio que por dos de los corredores que daban al vestíbulo aparecía más gente a todo correr, unos con batas blancas y otros sin ellas. Con varios disparos los consiguieron mantener a raya mientras las puertas del ascensor se cerraban y descendían al parking.
En el nivel inferior se precipitaron fuera del ascensor, y corrieron hacia el furgón que Margaret y Stuart habían traído desde Washington. Más allá estaba la ambulancia que esperaba a Tomaso, y este les hizo un gesto para que salieran antes que ellos e intentaran despistar así a sus posibles perseguidores. Mientras metían al congresista en el furgón, varios disparos silbaron a su alrededor; sus perseguidores habían conseguido bajar por el otro ascensor al parking y corrían hacia allí. Por suerte, la ambulancia se interpuso lo suficiente en su camino como para que pudieran entrar al vehículo y salir de allí chirriando ruedas. Más tarde, Sally acudiría al hospital para recoger el coche de Derek, pero antes dio la orden a Omega Prime de borrar el expediente de Ackerman.
Stuart trató lo mejor que pudo las heridas de Margaret y Mary, y aunque deberían acudir a un hospital al llegar a Nueva York, por suerte ninguna sería mortal. En la carretera interestatal, por fin pudieron relajarse un poco.
No habían llegado muy lejos cuando Derek recibió la llamada de Shannon Miller.
—¿Derek? —preguntó, azorada—. ¿Dónde estás? ¿Dónde está Philip? ¿Está bien? ¡Hemos huido cuando ha empezado a haber disparos alrededor! ¿Qué ha pasado?
—El congresista está bien, señora Miller —contestó Derek—. No se preocupe, me encargaré de que no le suceda nada.
—¿Pero dónde estáis? ¿Vais a Nueva York? ¿Cómo...? —Derek colgó.
Poco rato después, Derek recibía otra llamada, de un número desconocido. Lo ignoró las dos primeras veces, pero a la tercera descolgó. Resultó ser Amy Bowen, la secretaria personal de Ackerman.
—¿Señor Hansen? —empezó, preocupada—. Gracias a Dios que estaba usted aquí para proteger al señor Ackerman, en los últimos días nunca ha dejado de solicitar que lo llamaran a su presencia. —Tras una pausa, añadió con tono más grave—: Lo que la señora Miller le ha dicho no es cierto, señor Hansen. No es cierto que huyéramos cuando comenzaron los disparos; Miller nos avisó unos segundos antes de que empezara el tiroteo, estoy segura, aunque nadie parece acordarse.
—Si es así —respondió Derek—, desde luego que he hecho bien en sacarlo de allí. Muchas gracias por la información, señora Bowen. —A instancias de Tomaso, que le habló en un susurro, continuó—: Una pregunta, señora Bowen; ¿sabría decirme si el congresista se ha reunido en los últimos días con alguien... sospechoso? ¿Alguien... no sé... fuera de lugar?
—Pues tendrá que disculparme, pero con todo lo que ha pasado no sabría decirle, estoy muy nerviosa... de todas maneras, quiero que sepa, señor Hansen, que en cuanto pueda saldré del nido de víboras que es esta ciudad, y si le parece bien, iré a Nueva York para reunirme con usted y velar por Philip. Llevaré su agenda conmigo, así podrá usted inspeccionarla en detalle.
—Por supuesto, eso sería de gran ayuda; contacte conmigo en cuanto llegue. Y gracias otra vez.
Tras estas conversaciones, Derek llamó a la esposa de Ackerman, Mary Ann, para tranquilizarla. La mujer estaba muy nerviosa, enterada ya de los rumores que circulaban en torno a su marido. Pero el director de la CCSA la calmó, explicándole que Philip estaba bien y con él, que debía alejarse de lo focos unos días, y que no era seguro que hablara con ella por el momento. "Habrá que encargarse de sacar a Mary Ann y a su hermana de Washington", pensó Derek, que enseguida aprestó un par de agentes a la tarea.
A media tarde, con Ackerman aparentemente tranquilo e instalado en un sitio seguro, con Sally ya de vuelta y confirmando que Omega Prime había borrado expedientes y grabaciones de cámaras de seguridad, y con Patrick y Sigrid ya descansados, se reunieron todos de nuevo en la sede de la CCSA, protegidos por varios agentes. Jonathan aprovechó para hacer un aparte con Derek.
—Director —empezó, muy serio como era habitual en él—, quiero informarle del malestar que se está extendiendo entre los agentes.
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir, Jonathan? —inquirió Derek, sorprendido.
—Bueno... —Jonathan parecía estar buscando las palabras adecuadas— según se dice, algunos se quejan de que hemos pasado de ser una agencia de salud pública a ser los guardaespaldas de ese nuevo grupo que usted ha creado, señor. Yo no me quejo, porque sé que usted sabe lo que se hace, pero no es el caso de una parte de los agentes, que están aquí más que nada para tener un destino tranquilo.
"Vaya, tendré que encargarme de esto lo antes posible", pensó Derek.
—Supongo que no me darás algún nombre, ¿verdad, Jonathan?
—Por supuesto que no señor, disculpe, pero...
—Está bien, está bien, te entiendo —Derek esbozó una tenue sonrisa—. En fin, si tienes la oportunidad, difunde el rumor de que pronto convocaré una reunión para explicar nuestra nueva situación.
Poco después, ya en la sala de reuniones, pusieron toda la información en común. Derek y Tomaso informaron de que el congresista estaba en la sala contigua custodiado por dos agentes, y Patrick y Sigrid mostraron el libro escrito por Napoleón y expusieron su temor por la identificación de ambos, que a esas horas debía de correr ya como la pólvora por el Submundo ocultista. Sigrid, que no tenía los conocimientos de francés necesarios para leer el libro en tiempo real, anunció que se quedaría despierta toda la noche para intentar entender su significado. Así que el resto se retiró, y volvieron a reunirse por la mañana en la misma sala, donde Sigrid, cansada, había traducido casi la totalidad del manuscrito. Se sentaron, muy pendientes del contenido de aquel libro tan importante, por el que Patrick había sentido aquella angustia existencial cuando Novikov había estado a punto de hacerse con él.
El diario no era demasiado constante. En ciertos intervalos de fechas, Bonaparte había escrito en él a diario, pero también existían largos períodos de tiempo sin ninguna anotación. El manuscrito comenzaba con las primeras campañas de Napoleón como general en Italia, y mencionaba a sus buenos amigos y ayudantes Junot y Berthier, apreciando su "inestimable ayuda" en las victorias conseguidas. Más tarde, destacaba cómo había conocido durante la campaña italiana a un joven polaco llamado Joseph Sulkowski, que mostraba un talento sin igual para la estrategia y el trato con las tropas. Sulkowski presentó a Napoleon a un círculo de amigos (Muiron, Augereau, Serian, Legrand) que pronto devino en una especie de "hermandad esotérica" en la que el Gran General se metió de lleno.
Sulkowski y sus compañeros le hablaron de una lucha ancestral entre dos bandos enfrentados que controlaban el mundo, y sus sospechas de que Napoleón podría acabar con ese maniqueísmo oculto que regía los destinos de las naciones. Según ellos, uno de esos bandos estaba relacionado de alguna manera con el antiguo Imperio de Bizancio, y Sulkowski y Serian se mostraban convencidos de que aliarse con el bando contrario era la mejor de las opciones. Por algún motivo, la influencia de Sulkowski sobre el general pronto enemistó profundamente al polaco con los amigos del segundo, Junot y Berthier.
De esta manera, se iniciaba un fragmento del diario muy oscuro, donde Napoléon hablaba casi en acertijos, relatando lugares que habían visitado, gente que habían conocido y ceremonias que había realizado de una forma casi ininteligible, como si se encontrara bajo los efectos de alguna droga. Lo que sí parecía evidente para Sigrid por las descripciones era que tanto Napoleón como su nuevo círculo habían trabado estrechos contactos con demonios, o al menos algo muy parecido. Pero por otro lado, en estos fragmentos, el general mencionaba a un extraño hombre que habían conocido en la frontera con Italia, un hombre que parecía estar totalmente enajenado, pero que destilaba conocimiento por todos sus poros, y sobre todo por sus ojos, que eran capaces de dejarle a uno helado. Su descripción recordó vívidamente a Sigrid al Conde St. Germain que había conocido en otra realidad.
Tras este ínterin y el ascenso imparable de Bonaparte hacia el poder absoluto, se retomaba la narración con el inicio de la campaña en Egipto. Allí, el ejército francés se había enfrentado cruentamente con los ingleses, y curiosamente Napoleón mencionaba otro bando en discordia del que no se hacía referencia en las crónicas: los coptos, que parecían poseer "habilidades fuera de lo normal", y a los que Sulkowski intentó en todo momento ganar para su causa.
Un texto en concreto había llamado la atención de Sigrid, y lo leyó textualmente:
—Tenemos que comprar un montón de libros rápidamente, Patrick —dijo con premura—. Siento titilar mi nuevo poder, y eso, según lo que decían mis maestros, es porque mi Biblioteca no posee los suficientes libros como para albergar lo que acabo de conseguir.
—¿Pero habrá alguna librería abierta a estas horas? —contestó el profesor, mirando su reloj—. Es la una de la madrugada.
—Pues esperemos que sí, porque necesito un par de miles de libros...
Patrick abrió mucho los ojos cuando su amiga dijo esta última frase; entonces, tendrían que encontrar una librería bastante grande y prácticamente llevarse uno de cada ejemplar. No tardaron mucho tiempo en dar con una librería abierta (al parecer, la única cadena de Manhattan que siempre lo estaba), llamada Spine & Cover que serviría para el propósito de Sigrid. Se dirigieron hacia allí acompañados por Jonathan y otros agente de las CCSA que tendrían que ayudarles si querían acabar con aquello antes del amanecer.
En la librería los recibió un frágil anciano, con perilla y pinta de comadreja, que los miró con ojos tristones sobre unas gafas estrechas, dándoles la bienvenida. La librería era un local de tres plantas con un empleado de guardia por cada planta. No parecieron sorprenderse mucho cuando los cinco clientes pidieron cada uno un carrito de compra y se lanzaron en las diferentes plantas a adquirir un ejemplar de cada libro en las estanterías.
Tras un par de horas recogiendo libros, Sigrid se fijó en que los dependientes, lejos de facilitar su labor, lo que hacían era entorpecerla; llamaban su atención sobre libros sin importancia, desplazaban los ejemplares de un sitio a otro, parecían vaciar los carritos por accidente... con la paciencia agotada, Sigrid encargó a Jonathan que mantuviera a los empleados a distancia de su "cargamento". Además, poco antes, Patrick se había acercado a ella discretamente y había hablado en voz baja:
—Acabo de oir al viejo del mostrador de la entrada hablando por teléfono —la informó—. Parecía hablar en hebreo con alguien, y con tono de urgencia. Igual estoy paranoico, pero claro, para cualquiera que esté un poco enterado de los asuntos del submundo ocultista, comprar tal cantidad de libros debe de ser un hecho evidente de bibliomancia...
Intentando tener bien vigilado al viejo a partir de entonces, continuaron acaparando ejemplares. Durante la noche, en la librería entraron varias personas: una joven estudiante, dos mujeres entradas en años, un par de chicos que parecían turistas, y una pareja que estuvo más rato del que parecía necesario.
Sobre las cinco y media de la mañana el anciano finalizó por fin un proceso exasperantemente lento de escaneo de códigos de barras, y anunció el total a Sigrid, que extendió un cheque por la cantidad.
—Lo siento, señora —dijo, parpadeando mientras miraba la firma de Sigrid—... pero me temo que no podemos aceptar cheques por la noche.
—Pero en ese cartel —respondió Sigrid, señalando la pared detrás del dependiente— pone que se admiten tarjetas y cheques, señor.
—Ya, pero por la noche... comprenda usted... no es que dude de usted señora Olafson, es usted una coleccionista famosa, pero...
Pasaron unos minutos eternos y exasperantes mientras el anciano ponía toda clase de problemas para efectuar el cobro de los libros. Casi en el mismo momento en el que se habían acercado al mostrador para pagar, Patrick había llamado a la CCSA para requerir la presencia de otros cuatro agentes, en previsión de lo que pudiera pasar; miraba suspicazmente a la pareja joven, los únicos clientes que quedaban en la tienda a esas horas, mientras al otro lado de la línea, Margaret le confirmaba que los cuatro agentes ya estaban en camino.
Finalmente, Jonathan, cansado de tanta cháchara sin sentido, enseñó su pistola al dependiente. Una pequeña amenaza bastó para que este callara y decidiera que no valía la pena seguir entorpeciendo la salida del grupo.
—Muy bien —dijo—, haré una excepción con usted por esta vez, señora Olafson, parece usted una persona de fiar.
Así que arrastraron los carros hasta la calle, donde en ese mismo momento hacía acto de aparición un todoterreno. Se relajaron cuando vieron que eran los cuatro agentes que Patrick había reclamado por teléfono. Metieron rápidamente el cargamento en el furgón con el que se habían desplazado hasta la librería y arrancaron en dirección al apartamento de Sigrid. Justo en ese momento, Patrick veía por el retrovisor cómo un par de vehículos negros frenaban estrepitosamente en la puerta de la librería y varios tipos a todas luces armados entraban en el comercio. Acelerando, llevó el furgón a través de varias calles secundarias y los agentes le siguieron en el todoterreno; a los pocos minutos, sin señales de helicópteros en el cielo ni de perseguidores, se relajaron por fin. En poco más de una hora, subían los libros al apartamento junto a Central Park, Sigrid los amontonaba como podía en su biblioteca realizando el acto simbólico de su adición, y por fin se echaban a dormir. Con varios agentes vigilando, por supuesto, porque en esos momentos, quien quiera que fuera el jefe del librero no tendría que investigar mucho para dar con la situación de la vivienda de la titular del cheque.
Mientras tanto, en Washington, Derek había llamado de madrugada a la CCSA para que Margaret y Stuart viajaran con un furgón a Washington y así llegaran a primera hora de la mañana. Si había que trasladar al congresista Ackerman, necesitarían un vehículo adecuado y discreto. Fruto de sus contactos, Tomaso había conseguido una ambulancia que les esperaría también en el parking del hospital, pero Derek prefería un vehículo que llamara menos la atención; la dejarían en la recámara, por si acaso. Además, en previsión de una posible huida con el político, Sally contactó con Omega Prime para indicarles que tendrían que borrar el expediente del congresista del sistema del hospital en cuanto recibieran el mensaje de que había que hacerlo.
Por la mañana, mientras desayunaban, la periodista recibió un mensaje al móvil que hizo que llamara la atención de Tomaso y Derek. Le pasó el móvil al primero. Explicó que era un mensaje de uno de sus colegas en el Washington Post, con quien compartía todo tipo de información. En él, la informaba de que había habido una filtración importante sobre un posible ingreso de Philip Ackerman en el hospital, aquejado de síntomas de posesión. Y según aseguraba, la filtración procedía de un miembro muy cercano del gabinete de Ackerman; no pudieron evitar pensar en Shannon Miller. "Esa mujer estaba deseando ocupar el puesto de Philip", pensó Derek. Si aquella filtración era confirmada en las próximas horas, podría significar el fin de la carrera política de Ackerman, y quizá también el fin de la CCSA, así que Derek instó a todos los demás a ponerse en marcha cuanto antes; se reunieron con las monjas y se trasladaron ipso facto al hospital.
Allí no tardaron en reunirse con Shannon Miller y varios miembros del gabinete, que se encontraban en la sala de espera ante la habitación privada de Ackerman. Estrecharon las manos de la propia Miller, del jefe de prensa, el jefe de imagen. y la secretaria del congresista, Amy Bowen. Preguntados acerca de la presencia de las monjas, Derek anunció que iban a pedir permiso al doctor encargado para realizar un exorcismo sin sacerdote.
Poco después llegaba el doctor Steiner. Shannon Miller pareció sorprendida al ver aparecer al joven y atractivo médico, que según dijo no era el doctor habitual encargado del congresista.
—Evidentemente no soy el doctor Johnson —dijo el facultativo—, pero es que él libra hoy; soy su sustituto.
Por suerte, el doctor no puso problemas a la celebración del exorcismo; eso sí, como hospital religioso que era aquel, la ceremonia debería realizarse en la capilla sita en la planta baja. Dicho y hecho, trasladaron discretamente al congresista hasta la capilla después de sedarlo adecuadamente, y en poco más de media hora, las hermanas habían preparado todo para la ceremonia; aproximadamente un centenar de velas consagradas rodeaban el lugar, y el congresista comenzó a gemir, incómodo. Tal y como había pasado en la ceremonia de la esposa de Patrick, se requirió la sola presencia de íntimos y de religiosos, así que en el interior de la capilla quedaron, además de las monjas, solamente Derek y Tomaso más un par de celadores por seguridad. Margaret y Stuart se quedarían haciendo guardia fuera, así como el resto de miembros del gabinete. Entre tanto, en las puertas del hospital se reunía ya una pequeña multitud de periodistas, siguiendo el chivatazo del ingreso del congresista; los guardias de seguridad los mantenían a una distancia prudencial por el momento.
Y el exorcismo dio comienzo. La hermana Mary y sus compañeras procedieron de forma muy parecida a lo que habían hecho con Helen, la esposa de Patrick. Pero al contrario de lo que sucedió con ella, pasados unos treinta minutos de rezos y exhortaciones en los que la luz del centenar de velas titiló varias veces, al salpicarlo con agua bendita, el conrgresista sí que reaccionó, gritando y forcejeando para librarse de sus ataduras con una voz de ultratumba que les puso a todos los pelos de punta. Las hermanas siguieron impasibles con el ritual, y tras otra media hora el demonio pareció comenzar a agotarse, pues aunque reaccionó a la segunda rociada de agua bendita, entró en una especie de letargo. La hermana Teresa se giró hacia Derek, asintiendo y esbozando una leve sonrisa; "lo van a conseguir", pensó Derek, esperanzado.
De repente, una fuerte detonación lo sacó de sus pensamientos. La hermana Mary tenía un gesto de asombro en su rostro, y no tardó en derrumbarse cuando un hilillo de sangre comenzó a asomar en algún punto de su torso. Derek se giró y vio a uno de los celadores empuñando un arma, apuntando hacia las hermanas, mientras el otro comenzaba el gesto de sacar su arma. Por suerte, Tomaso reaccionó como un rayo, con un fuerte golpe acorraló al segundo celador contra la pared y en pocos segundos lo dejaba inconsciente (o quizá algo peor) con un fuerte golpe en el cráneo. Derek se lanzó contra el que había disparado, y consiguió retenerlo hasta que Tomaso acudió en su ayuda y pudieron reducirlo. Durante el forcejeo, se habían comenzado a escuchar disparos fuera. Tras ver que la herida de Mary no suponía una gravedad inmediata, dieron instrucciones a las monjas para que la ayudaran y se aprestaron a salir. Por desgracia, la puerta estaba cerrada y no tenían tiempo de ponerse a buscar la llave, así que la echaron abajo con un par de potentes empellones. Una bala silbó cerca de Tomaso, y se apresuraron a ponerse a cubierto cuando vieron que Margaret había sido herida y Stuart mantenía un tiroteo con un par de celadores al otro lado del vestíbulo. Los miembros del gabinete habían huido.
Con el fuego de cobertura de Stuart, Tomaso y Derek pudieron abalanzarse sobre los celadores y dejarlos fuera de combate. El italiano ayudó a Margaret a moverse mientras esta presionaba la herida de su hombro, Stuart ayudó a las monjas con la hermana Mary y Derek sacó a toda prisa de la capilla al congresista sobre su camilla. Mientras cruzaban el vestíbulo hacia los ascensores, los periodistas, atraídos por los disparos, se agolpaban en las puertas, a punto de rebasar el cordón de los guardias de seguridad. Por suerte, uno de los ascensores se encontraba ya en la planta baja, porque por el rabillo del ojo Derek vio que por dos de los corredores que daban al vestíbulo aparecía más gente a todo correr, unos con batas blancas y otros sin ellas. Con varios disparos los consiguieron mantener a raya mientras las puertas del ascensor se cerraban y descendían al parking.
En el nivel inferior se precipitaron fuera del ascensor, y corrieron hacia el furgón que Margaret y Stuart habían traído desde Washington. Más allá estaba la ambulancia que esperaba a Tomaso, y este les hizo un gesto para que salieran antes que ellos e intentaran despistar así a sus posibles perseguidores. Mientras metían al congresista en el furgón, varios disparos silbaron a su alrededor; sus perseguidores habían conseguido bajar por el otro ascensor al parking y corrían hacia allí. Por suerte, la ambulancia se interpuso lo suficiente en su camino como para que pudieran entrar al vehículo y salir de allí chirriando ruedas. Más tarde, Sally acudiría al hospital para recoger el coche de Derek, pero antes dio la orden a Omega Prime de borrar el expediente de Ackerman.
Stuart trató lo mejor que pudo las heridas de Margaret y Mary, y aunque deberían acudir a un hospital al llegar a Nueva York, por suerte ninguna sería mortal. En la carretera interestatal, por fin pudieron relajarse un poco.
No habían llegado muy lejos cuando Derek recibió la llamada de Shannon Miller.
—¿Derek? —preguntó, azorada—. ¿Dónde estás? ¿Dónde está Philip? ¿Está bien? ¡Hemos huido cuando ha empezado a haber disparos alrededor! ¿Qué ha pasado?
—El congresista está bien, señora Miller —contestó Derek—. No se preocupe, me encargaré de que no le suceda nada.
—¿Pero dónde estáis? ¿Vais a Nueva York? ¿Cómo...? —Derek colgó.
Poco rato después, Derek recibía otra llamada, de un número desconocido. Lo ignoró las dos primeras veces, pero a la tercera descolgó. Resultó ser Amy Bowen, la secretaria personal de Ackerman.
—¿Señor Hansen? —empezó, preocupada—. Gracias a Dios que estaba usted aquí para proteger al señor Ackerman, en los últimos días nunca ha dejado de solicitar que lo llamaran a su presencia. —Tras una pausa, añadió con tono más grave—: Lo que la señora Miller le ha dicho no es cierto, señor Hansen. No es cierto que huyéramos cuando comenzaron los disparos; Miller nos avisó unos segundos antes de que empezara el tiroteo, estoy segura, aunque nadie parece acordarse.
—Si es así —respondió Derek—, desde luego que he hecho bien en sacarlo de allí. Muchas gracias por la información, señora Bowen. —A instancias de Tomaso, que le habló en un susurro, continuó—: Una pregunta, señora Bowen; ¿sabría decirme si el congresista se ha reunido en los últimos días con alguien... sospechoso? ¿Alguien... no sé... fuera de lugar?
—Pues tendrá que disculparme, pero con todo lo que ha pasado no sabría decirle, estoy muy nerviosa... de todas maneras, quiero que sepa, señor Hansen, que en cuanto pueda saldré del nido de víboras que es esta ciudad, y si le parece bien, iré a Nueva York para reunirme con usted y velar por Philip. Llevaré su agenda conmigo, así podrá usted inspeccionarla en detalle.
—Por supuesto, eso sería de gran ayuda; contacte conmigo en cuanto llegue. Y gracias otra vez.
Tras estas conversaciones, Derek llamó a la esposa de Ackerman, Mary Ann, para tranquilizarla. La mujer estaba muy nerviosa, enterada ya de los rumores que circulaban en torno a su marido. Pero el director de la CCSA la calmó, explicándole que Philip estaba bien y con él, que debía alejarse de lo focos unos días, y que no era seguro que hablara con ella por el momento. "Habrá que encargarse de sacar a Mary Ann y a su hermana de Washington", pensó Derek, que enseguida aprestó un par de agentes a la tarea.
A media tarde, con Ackerman aparentemente tranquilo e instalado en un sitio seguro, con Sally ya de vuelta y confirmando que Omega Prime había borrado expedientes y grabaciones de cámaras de seguridad, y con Patrick y Sigrid ya descansados, se reunieron todos de nuevo en la sede de la CCSA, protegidos por varios agentes. Jonathan aprovechó para hacer un aparte con Derek.
—Director —empezó, muy serio como era habitual en él—, quiero informarle del malestar que se está extendiendo entre los agentes.
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir, Jonathan? —inquirió Derek, sorprendido.
—Bueno... —Jonathan parecía estar buscando las palabras adecuadas— según se dice, algunos se quejan de que hemos pasado de ser una agencia de salud pública a ser los guardaespaldas de ese nuevo grupo que usted ha creado, señor. Yo no me quejo, porque sé que usted sabe lo que se hace, pero no es el caso de una parte de los agentes, que están aquí más que nada para tener un destino tranquilo.
"Vaya, tendré que encargarme de esto lo antes posible", pensó Derek.
—Supongo que no me darás algún nombre, ¿verdad, Jonathan?
—Por supuesto que no señor, disculpe, pero...
—Está bien, está bien, te entiendo —Derek esbozó una tenue sonrisa—. En fin, si tienes la oportunidad, difunde el rumor de que pronto convocaré una reunión para explicar nuestra nueva situación.
Poco después, ya en la sala de reuniones, pusieron toda la información en común. Derek y Tomaso informaron de que el congresista estaba en la sala contigua custodiado por dos agentes, y Patrick y Sigrid mostraron el libro escrito por Napoleón y expusieron su temor por la identificación de ambos, que a esas horas debía de correr ya como la pólvora por el Submundo ocultista. Sigrid, que no tenía los conocimientos de francés necesarios para leer el libro en tiempo real, anunció que se quedaría despierta toda la noche para intentar entender su significado. Así que el resto se retiró, y volvieron a reunirse por la mañana en la misma sala, donde Sigrid, cansada, había traducido casi la totalidad del manuscrito. Se sentaron, muy pendientes del contenido de aquel libro tan importante, por el que Patrick había sentido aquella angustia existencial cuando Novikov había estado a punto de hacerse con él.
El diario no era demasiado constante. En ciertos intervalos de fechas, Bonaparte había escrito en él a diario, pero también existían largos períodos de tiempo sin ninguna anotación. El manuscrito comenzaba con las primeras campañas de Napoleón como general en Italia, y mencionaba a sus buenos amigos y ayudantes Junot y Berthier, apreciando su "inestimable ayuda" en las victorias conseguidas. Más tarde, destacaba cómo había conocido durante la campaña italiana a un joven polaco llamado Joseph Sulkowski, que mostraba un talento sin igual para la estrategia y el trato con las tropas. Sulkowski presentó a Napoleon a un círculo de amigos (Muiron, Augereau, Serian, Legrand) que pronto devino en una especie de "hermandad esotérica" en la que el Gran General se metió de lleno.
Sulkowski y sus compañeros le hablaron de una lucha ancestral entre dos bandos enfrentados que controlaban el mundo, y sus sospechas de que Napoleón podría acabar con ese maniqueísmo oculto que regía los destinos de las naciones. Según ellos, uno de esos bandos estaba relacionado de alguna manera con el antiguo Imperio de Bizancio, y Sulkowski y Serian se mostraban convencidos de que aliarse con el bando contrario era la mejor de las opciones. Por algún motivo, la influencia de Sulkowski sobre el general pronto enemistó profundamente al polaco con los amigos del segundo, Junot y Berthier.
De esta manera, se iniciaba un fragmento del diario muy oscuro, donde Napoléon hablaba casi en acertijos, relatando lugares que habían visitado, gente que habían conocido y ceremonias que había realizado de una forma casi ininteligible, como si se encontrara bajo los efectos de alguna droga. Lo que sí parecía evidente para Sigrid por las descripciones era que tanto Napoleón como su nuevo círculo habían trabado estrechos contactos con demonios, o al menos algo muy parecido. Pero por otro lado, en estos fragmentos, el general mencionaba a un extraño hombre que habían conocido en la frontera con Italia, un hombre que parecía estar totalmente enajenado, pero que destilaba conocimiento por todos sus poros, y sobre todo por sus ojos, que eran capaces de dejarle a uno helado. Su descripción recordó vívidamente a Sigrid al Conde St. Germain que había conocido en otra realidad.
Tras este ínterin y el ascenso imparable de Bonaparte hacia el poder absoluto, se retomaba la narración con el inicio de la campaña en Egipto. Allí, el ejército francés se había enfrentado cruentamente con los ingleses, y curiosamente Napoleón mencionaba otro bando en discordia del que no se hacía referencia en las crónicas: los coptos, que parecían poseer "habilidades fuera de lo normal", y a los que Sulkowski intentó en todo momento ganar para su causa.
Un texto en concreto había llamado la atención de Sigrid, y lo leyó textualmente:
El ritual en la Gran Pirámide no salió bien. La enorme columna de sombras que se alzó hacia el cielo acabó con la vida de Legrand y casi con la de todos nosotros; Sulkowski y Serian tuvieron que guardar cama durante una semana, y las cicatrices de sus cuerpos tienen un aspecto horrible. Desde que han despertado se han mostrado muy extraños.
Por si acaso, he anotado con detalle todos los rituales que me han enseñado en el segundo manuscrito de tapas negras, y lo he dejado a buen recaudo en El Cairo. Espero que Gamal cuide bien de él hasta que pueda recuperarlo.
Unas semanas más tarde:
Sabía que algo pasaba. Joseph me había traicionado, y doy gracias de que Berthier y Junot me hayan hecho ver la verdad. No sé qué le habrían prometido los ingleses, pero no era más que un demonio ambicioso, y aunque me siento culpable, me alegro de haberme liberado de su influjo. Sin embargo, no estoy del todo convencido de que ese cadáver que se arrojó a los perros fuera el suyo; temo que pueda volver y condenar mi espíritu con sus malas artes.
Después, el manuscrito saltaba al momento en que era coronado emperador, y en él confesaba que temía que él mismo no fuera más que un títere que servía a intereses mayores que los de Francia, en una guerra oculta de la que había sido testigo brevemente en Egipto. ¿Debería volver, recuperar el manuscrito de tapas negras e intentar llevar a cabo de nuevo el ritual en Guiza?
Más tarde pasaba a detallar la anexión de Portugal, y el comienzo de terribles pesadillas en las que parecía vivir vidas paralelas a la suya. Otra anotación un tiempo después:
Con la conquista de Portugal e Italia completo mi Sistema Continental. Su función pública es acabar con el comercio de los ingleses, pero la realidad es mucho más ominosa: sin duda el rey Jorge III pertenece a uno de esos bandos enfrentados que luchan por la dominación, y sé que sus barcos son importantes de algún modo para su poder; espero que con el bloqueo pueda hacerme con aquello que transportan, si es que eso es la clave.
Tras este texto solo había una entrada más, en la que Napoleón decía arrepentirse de no haber intentado aprovechar más la sabiduría de aquel hombre enajenado que había conocido junto a Sulkowski hacía unos años. Tras mucho investigar, el emperador sospechaba que el anciano había sido capturado por los ingleses y encerrado en Marshalsea, y era muy posible que estos se estuvieran aprovechando de sus conocimientos; así que a partir de entonces juraba poner todo su empeño en acabar con la ambiciones de aquellos bastardos en el continente.
Así, abruptamente, acababa el diario. Sin duda, el dato del "manuscrito de tapas negras" dejado en El Cairo era una pista a seguir, y la mención de la columna de sombras en las pirámides era otra referencia que no podían ignorar, además de los comentarios sobre el posible Conde de St. Germain.
—Uno de esos datos —dijo Patrick—, debe de ser el origen del desastre existencial que se desencadenará si Novikov se hace con el manuscrito. Debemos evitarlo a toda costa, y deberíamos...
—Mirad esto un momento —le interrumpió Tomaso, poniendo su móvil en el centro de la mesa. En él se mostraban varias pinturas y grabados de la época de Napoleón, en los que se representaba al tal Joseph Sulkowski—. ¿No os es familiar el tal Sulkowski?
Todos estuvieron de acuerdo en que el polaco guardaba un gran parecido con el hombre que conocían como Timofei Novikov. No podían asegurarlo al cien por cien, porque Novikov era mayor y lucía el peso de los años (además de varias cicatrices que quizá fueran las mismas que había mencionado Napoleón), pero si tuvieran que apostar a que eran la misma persona, sin duda lo harían.
—Como iba diciendo —continuó Patrick una vez que se sobrepusieron al hecho de que Sulkowski y Novikov podían ser la misma persona—, creo que deberíamos intentar encontrar ese "manuscrito de tapas negras" del que se habla en el diario.