Ahora que sabían donde se encontraba el Libro de Tapas Negras, solo les quedaba atar los cabos que quedaban sueltos para trasladarse lo más rápidamente posible a Escocia; para ello, tendrían que encargarse de liberar al congresista Ackerman del influjo del demonio que estaba poseyéndolo y conseguir unos pasaportes falsos lo suficientemente buenos, tarea en la que Tomaso no había tenido éxito hasta el momento. Ninguno de los falsificadores de Nueva York con los que había contactado en las últimas veinticuatro horas había aceptado trabajar para él, unos sin dar explicación, y otros alegando que no querían enemistarse con la familia Leone.
—No sé qué has hecho, Tomaso —le había dicho Samuel Strauss, uno de sus contactos—, pero no quiero problemas con los Leone, y tú deberías plantearte salir de la ciudad un tiempo.
Finalmente, esa mañana decidió traspasar los límites del estado y llamó a Fabrizio Martelli, que trabajaba para la familia Gambini de Nueva Jersey. El viejo italiano reaccionó de forma distinta a sus contrapartes de Nueva York, y decidió ayudar a Tomaso; este soltó un suspiro de alivio cuando Martelli le confirmó que solo tardaría unos cinco o seis días en tener preparados los pasaportes para Derek, Sigrid, Patrick, Jonathan, Sally y él mismo. Tomaso se apresuró a enviarle las fotos y material necesario para que empezara a trabajar.
Por su parte, Derek fue informado a primera hora de que los dos biólogos que habían entrado a la estación Grand Central cuando ellos se marchaban, no habían vuelto ni dado señales de vida, así que encargó a su secretaria presentar una denuncia en la policía.
También a primera hora de la mañana (y más veces a lo largo del día), Sigrid volvió a intentar contactar con Ramiro, sin que este contestara al teléfono ni a sus correos. La alegría de conocer el paredero del libro de Napoleón (una casa de campo en NewBridge, ligeramente al oeste de Edimburgo) se veía empañada por la preocupación que sentía por su marido desde hacía un par de días.
Por su parte, Derek fue informado a primera hora de que los dos biólogos que habían entrado a la estación Grand Central cuando ellos se marchaban, no habían vuelto ni dado señales de vida, así que encargó a su secretaria presentar una denuncia en la policía.
También a primera hora de la mañana (y más veces a lo largo del día), Sigrid volvió a intentar contactar con Ramiro, sin que este contestara al teléfono ni a sus correos. La alegría de conocer el paredero del libro de Napoleón (una casa de campo en NewBridge, ligeramente al oeste de Edimburgo) se veía empañada por la preocupación que sentía por su marido desde hacía un par de días.
Más tarde, Sigrid decidió arriesgarse a acudir de nuevo a la Biblioteca Pública para seguir investigando sobre la vida esotérica de Napoleón. Patrick y Jonathan la acompañaron. Haciendo gala de un exceso de confianza, la anticuaria supuso que no tendrían ningún problema, ya que a esas alturas, todos sus "enemigos" debían de suponer que estaban de viaje a Rusia. Así que llegaron en taxi hasta la plaza y las enormes escaleras que daban acceso al edificio, ambas atestadas de gente. Sigrid no tardó en percibir la presencia de tres grupos de personas que le parecieron sospechosos, pero Jonathan la calmó afirmando que, según su intuición, no había nada de lo que preocuparse.
Biblioteca Pública de Nueva York |
—¡Señora Olafson! ¡Sigrid Olafson! ¿Es usted? —Sigrid siguió caminando, sin hacer caso de la chica joven que se había levantado de una mesa y había salido tras ellos—. ¡Señora Olafson, por favor, unos segundos, soy una gran seguidora suya! ¡¿Señora Olafson?!
La chica, que debía de ser universitaria, se detuvo cuando Sigrid y los demás la igonraron repetidamente, y se quedó quieta, compungida y dudosa. Pero ya había llamado la atención lo suficiente para que el grupo del interior de la sala se movilizara y saliera tras ellos. En el vestíbulo se encontraban los componentes del primero de los grupos, separados entre la gente. Por fortuna, Sigrid y los demás se movieron lo suficientemente rápido como para evitar que reaccionaran a tiempo, salieron por los detectores de metales y se apresuraron a abordar un taxi. "No ha sido buena idea venir, mierda", pensó la anticuaria; "espero que no nos sigan".
De nuevo en la CCSA, Derek convocó una reunión integral del personal para el mediodía; no podía dejar madurar más tiempo el descontento de los agentes del que le había hablado Jonathan el día anterior. Mientras llegaba la hora del cónclave, Tomaso intentó llamar por teléfono a su primo el sacerdote Dominic, que a esas horas debía de haber llegado ya a Rusia. Sin embargo, tras un par de tonos, la llamada se cortó. Una media hora después, el italiano recibía un mensaje de Dominic donde le decía:
"No puedo hablar ahora. Me juego el cuello"
Tomaso desistió de intentar contactar con él, aunque mediante mensajes intentó pedirle permiso para usar su iglesia en el exorcismo del congresista Ackerman. Sin embargo, cuando lo consensuó con el resto del grupo, él mismo decidió que no sería buena idea exponer la parroquia de esa forma y dejó de insistir.
Así, llegaron las doce y tuvo lugar la reunión de todo el personal de la CCSA Nueva York. Los tres equipos de cuatro agentes de campo encabezados por sus respectivos capitanes (Jonathan, Samantha Owens y Margaret Jenkins), dos mecánicos, tres médicos, dos químicos y la bióloga restante después de la desaparición de los que habían quedado en Grand Central. Todos estos, unidos a tres administrativas (entre ellas la secretaria de Derek, Linda Thompson) y el propio grupo, completaban el personal de veintisiete personas (más dos ausentes) de la CCSA-NY. "Espero que Philip se recupere pronto", pensó Derek, "si no, va a ser imposible mantener esto mucho más tiempo".
Patrick se sentó al lado de Derek, dirigiéndose al resto de asistentes, lo que al principio fue visto con malos ojos por algunos de ellos, pero el extraordinario carisma del profesor y la extraordinaria capacidad para hablar en público de Derek pronto acallaron cualquier crítica que hubiera al respecto. El director comenzó su discurso sincerándose sobre el estado del congresista Ackerman, cuya presencia en el complejo solo era conocida por un par de agentes y el grupo. Les explicó lo de la posesión, y cómo sus enemigos estaban intentando usar esa información para desacreditarlo. También presentó formalmente a Patrick, Sigrid, Tomaso y Sally como los nuevos y valiosos colaboradores multidisciplinares de la CCSA. Esta primera parte limó mucho las reticencias y las actitudes críticas del personal, y Jonathan hizo un gesto cómplice a Derek y a Patrick, dando a entender que todo estaba yendo bien. Una vez explicada la situación, uno de los científicos lanzó una pregunta:
—¿Qué ha pasado con Adam y Benjamin? —se refería a los biólogos que habían desaparecido en Grand Central—. No hay noticias de ellos desde ayer, y eso no había sucedido nunca. Por lo que veo, esta nueva situación parece que implica un mayor peligro para nosotros, ¿no?
Patrick se sentó al lado de Derek, dirigiéndose al resto de asistentes, lo que al principio fue visto con malos ojos por algunos de ellos, pero el extraordinario carisma del profesor y la extraordinaria capacidad para hablar en público de Derek pronto acallaron cualquier crítica que hubiera al respecto. El director comenzó su discurso sincerándose sobre el estado del congresista Ackerman, cuya presencia en el complejo solo era conocida por un par de agentes y el grupo. Les explicó lo de la posesión, y cómo sus enemigos estaban intentando usar esa información para desacreditarlo. También presentó formalmente a Patrick, Sigrid, Tomaso y Sally como los nuevos y valiosos colaboradores multidisciplinares de la CCSA. Esta primera parte limó mucho las reticencias y las actitudes críticas del personal, y Jonathan hizo un gesto cómplice a Derek y a Patrick, dando a entender que todo estaba yendo bien. Una vez explicada la situación, uno de los científicos lanzó una pregunta:
—¿Qué ha pasado con Adam y Benjamin? —se refería a los biólogos que habían desaparecido en Grand Central—. No hay noticias de ellos desde ayer, y eso no había sucedido nunca. Por lo que veo, esta nueva situación parece que implica un mayor peligro para nosotros, ¿no?
Derek y Patrick aprovecharon la pregunta para explicar que, efectivamente, el objetivo para el que se había formado la CCSA, como muchos de ellos ya sabían, iba más allá que las simples labores sanitarias, y que desde hacía unos días, esas tareas habían ganado en intensidad. Así que todos debían estar preparados para ello, y si no era así, dijo, eran libres de dejar la CCSA para vivir vidas más seguras.
—Pero debéis saber —añadió Derek, acelerando los corazones de todos los presentes—, que vuestra labor aquí es de vital importancia para la humanidad, no podéis imaginar cuánto, y mientras permanezcamos unidos nada podrá detenernos.
—La unión es la clave —recalcó Patrick, con su voz grave—; sois libres de marcharos cuando quéráis, pero cada uno de vosotros es una pieza en el engranaje que permitirá salvar el mundo; y no estoy exagerando ni un ápice.
Todos los presentes se miraron, en un sepulcral silencio. Tras unos pocos segundos, la capitana Owens tomó la palabra.
—Creo que hablo por todos —dijo, solemne, dirigiéndose a Derek— cuando digo que nadie va a ser tan cobarde como para correr ahora a esconderse, señor. Delo por sentado.
—Así se habla —se regocijó Jonathan—.
El resto de los presentes, algunos sonriendo, otros más serios, murmuraron su aprobación y se iniciaron conversaciones por doquier.
—¿Y nuestras familias? —dijo otro de los científicos, calmando la exaltación de la sala—. ¿Corren también peligro?
—Es posible que sí, Michael —respondió Derek—. Pero ellos forman parte también de esta organizacion y del aparato necesario para llevar a cabo nuestros cometidos, así que se tomarán las medidas que sean necesarias para garantizar que no les suceda nada malo. Estoy seguro de que el congresista Ackerman estará de acuerdo en no escatimar en gastos cuando se recupere, lo que no debería llevar más de un par días.
El tal Michael se dio por convencido con la explicación, y Derek sonrió cuando vio que todos sus empleados salían de allí animados y con una sensación de mucha más unión que antes de la reunión. "Por favor, que el exorcismo salga bien, no quiero fallar a esta gente", pensó por un momento.
Al final de la reunión, los agentes destinados a vigilar la librería informaron de que todavía no había aparecido por allí ningún dependiente con el aspecto detallado por Derek. Este les dio las gracias, y los sustituyó en la vigilancia por otros dos agentes.
Alrededor de una hora después, con todo el personal de la CCSA dedicándose de nuevo a sus tareas habituales y las aguas calmadas, Tomaso y Derek salieron para encargarse de poner a salvo a Jimmy "el Sonriente", todavía refugiado en el piso de Brooklyn. Tras avisarle por teléfono para que fuera preparándose, se reunieron con la pareja de agentes encargada de su vigilancia y, dejándolos para que vigilaran el entorno y encargándoles que acercaran un coche, subieron al apartamento. Advirtieron a Jimmy de su presencia y entraron. El salón estaba algo desordenado, y Jimmy les llamó desde la habitación, para que le ayudaran a recoger unas cosas en la mochila; Tomaso fue para allá.
En cuestión de segundos, dos tipos encañonaban con sus armas a Tomaso y otros dos salían de la cocina y el baño para encañonar a Derek en el salón. Ambos levantaron las manos, valorando la posibilidad de salir con bien de aquello.
—Lo siento, Tomaso —dijo Jimmy mientras apuntaba a su vez con una pistola al italiano—, pero lo que sea que hayas hecho, ha acabado contigo. En serio que lo siento.
Un golpe en la nuca hizo que se pusiera todo negro para Tomaso, y lo mismo sucedió con Derek unos segundos después.
Afortunadamente, los dos agentes de la CCSA que habían permanecido vigilantes seguían en el exterior. Así, al cabo de unos minutos podían ver cómo un vehículo de gran volumen estacionaba en la puerta del edificio y acto seguido salía un grupo de maleantes con Tomaso y Derek a cuestas. Decidieron, con buen criterio, no encararse con los tipos y seguirlos discretamente mientras uno de ellos llamaba a la CCSA e informaba a Jonathan de lo que estaba sucediendo. Tras una media hora, el director de la agencia y el italiano fueron acarreados al interior del Albergue Orfeo.
En cuestión de minutos se reunían con carácter de urgencia Patrick, Sigrid, Sally, Jonathan y las otras dos jefas de equipo. Decidieron que Patrick y Sigrid intentarían entrar al Orfeo de manera amistosa, pero por si acaso tendrían un plan B: en caso de que los primeros fracasaran, un equipo de diez agentes entraría por el paso que habían abierto por las alcantarillas e intentaría llevar a cabo una extracción por la fuerza (con un poco de C4 que había en el almacén, según Jonathan). Para coordinarse, Patrick o Sigrid deberían enviar un mensaje cada quince minutos; cuando una serie de dos mensajes no llegara, el equipo se pondría en marcha.
Así que Sigrid procedió a llamar por teléfono a Salvatore Leone, gracias a la tarjeta que él mismo le había proporcionado en busca de una posible colaboración. El mafioso le cogió el teléfono con el manos libres, a todas luces mientras conducía.
—¡Señora Olafson! ¿En qué puedo ayudarla?
—Señor Leone —conestó Sigrid en tono grave—, me he enterado de que tiene usted dos nuevos... huéspedes, si me permite la expresión. El caso es que estoy particularmente interesada en garantizar su seguridad e integridad física.
—Ya veo —la voz de Salvatore se tensó visiblemente, guardando silencio unos segundos—. ¿Y puedo preguntarle cómo se ha enterado usted de esto, Sigrid? —no pidió permiso para usar su nombre de pila, ni lo necesitaba—.
Sigrid contestó diciéndole que algunos hombres habían seguido los pasos de Tomaso y Derek, y cuando Salvatore preguntó acerca de su relación con ellos, ella le aseguró que les unía una "relación estrictamente profesional"; Leone resopló ante estas últimas palabras, y detuvo el coche. El sonido se hizo más claro: había quitado el manos libres y salido del automóvil.
—La llamaré en un rato, señora Olafson —y colgó—.
Tomaso se despertó sobresaltado, cuando le echaron un vaso de agua helada a la cara. Allí, delante de la cama a cuyo cabezal estaba esposado, se encontraba Salvatore Leone sentado en una silla y fumando un cigarrillo, y a su lado, de pie, la elegante mujer de ojos azules y moño alto que se había acercado a Sigrid en la biblioteca. "Hmmm... ¿Rachel?...del bufete aquel...", su mente estaba embotada, y sentía un fuerte dolor en la nuca.
El interrogatorio fue bastante ligero, Salvatore se mostró más suave de lo que era habitual, seguramente teniendo en consideración las palabras de Sigrid. Preguntó a Tomaso por su relación con el tipo de la otra habitación, el tal Derek Hansen, y cómo es que ahora ejercía como agente federal. También le preguntó por su relación con Sigrid Olafson. Tomaso sostuvo que su relación con ambos era puramente profesional y solo mientras sirvieran a sus intereses, pero Salvatore sonreía: era evidente que no creía una palabra.Y Tomaso ya sabía cómo se las gastaban con los mentirosos...
—Es increíble, Tomaso —dijo Salvatore con un deje de amargura, en perfecto italiano—. Después de tanto tiempo colaborando, un enfermo mental por el que sientes un interés repentino que no comprendo te hace descubrir este sitio, y traicionas mi confianza. Estaba dispuesto a ofrecerte un lugar de responsabilidad en la familia, aunque sabía que no lo aceptarías, pero ahora ya no puedo confiar en ti; es una pena.
Salvatore hizo un gesto a sus hombres y se levantó. Tomaso no esperaba menos que un tiro en la cabeza, si el mafioso lo consideraba un traidor, así que cerró los ojos y rezó, esperando el perdón divino. Pero no pasó nada, la puerta se cerró cuando habían salido todos menos un hombre que quedó para vigilarle.
Un rato después, el interrogatorio de Derek tuvo un desarrollo parecido. Salvatore fue por el momento bastante suave, igual que lo había sido con Tomaso.
—Es sorprendente —dijo con extrañeza fingida— que el director de una agencia federal tenga relación con un arreglador mafioso y una marchante de libros con muy pocos escrúpulos.
Lo único que contestó Derek a todas sus preguntas era que estaba reteniendo a agentes oficiales de la CCSA y que estaba cometiendo un delito muy grave secuestrando y agrediendo a su director. Pero sus palabras no tenían fuerza: su embotamiento mental causado por el golpe en la cabeza y la novedad de la situación afectaban a su elocuencia. Y Sigrid solo era una agente más. Salvatore también se interesó por las razones por las que Derek había querido ayudar a escapar a Jimmy "el Sonriente"; este contestó que simplemente estaba ayudando a uno de sus empleados en el empeño. El mafioso también preguntó por el interés de la CCSA en un tarado mental que se habían llevado "al hospital militar de St. Martin" ("gracias por el dato, cabronazo", pensó Derek). El director de la CCSA contestó que era un expediente que había llegado a la agencia con un aviso de alerta sanitaria, y por eso lo habían estado siguiendo.
Salvatore no creyó nada de lo que dijo Derek tampoco, excepto quizá esto último, y lo dejó también esposado al cabezal de la cama vigilado por un tipo malcarado.
Sigrid, que esperaba junto al teléfono con los demás, recibió por fin la llamada de Salvatore. El mafioso la instaba a encontrarse con él en el Orfeo, en el reservado 1, diciendo que dejaría el aviso en recepción.
Así que todos se apresuraron a tomar posiciones. Jonathan se puso al frente del equipo de asalto en las alcantarillas con el equipo necesario y esperaba los mensajes de la pareja cada media hora, dispuesto para la incursión. Sigrid y Patrick llegaron al Albergue, donde, sin ni siquiera cachearles, pidieron amistosamente que Patrick dejara la pequeña pistola que llevaba encima. Pasaron por delante de recepción, donde las dos chicas presentes en ese momento les indicaron con amabilidad que pasaran hacia la cafetería. Allí, cuatro tipos enormes marcaban el camino hacia la puerta del reservado, donde Sigrid y Patrick tomaron asiento, algo atemorizados.
Mientras esperaban a Salvatore, Patrick informó a Jonathan del reservado donde se encontraban, iniciando así la tanda de mensajes de control, y Sigrid aprovechó para repasar sus mensajes. Los ojos de la anticuaria se abrieron mucho al leer un mensaje de Emil Jacobsen que rezaba:
Te necesito en Londres urgentemente. Lord Byron.
Sigrid explicó en susurros a Patrick que, según tenía entendido, esa firma solamente la utilizaba Jacobsen en casos de extrema urgencia para convocar a grupos de ocultistas. Algo grave debía de haber pasado. "Espero que Ramiro esté bien", pensó con un nudo en la garganta. En ese momento, la puerta del reservado se abrió y dio paso a Salvatore Leone, Rachel Stevens y dos tipos más.
—Sigrid, Patrick —dijo con una sonrisa socarrona—, me alegro de veros por aquí de nuevo.