El Exorcismo de Ackerman. Un día movido.
Por la mañana, Linda reclamó la atención de Derek, anunciando que había encontrado una mansión en Westchester (al norte del estado) grande pero bastante discreta, que creía que serviría perfectamente a los propósitos de la CCSA y cumplia con todas las indicaciones que le había dado hacía un par de días. Eso sí, la transacción implicaría un fuerte movimiento de dinero, y no podrían hacerlo sin el apoyo de Ackerman. Derek esperaba que ese asunto estuviera solucionado para la tarde o, como mucho, para el día siguiente, así que encargó a Linda avanzar en los trámites con toda la discreción que fuera posible.
Patrick ojeó algunos artículos y trabajos sobre posesiones, y obtuvo los nombres de tres expertos en la materia en la Universidad de Nueva York: Sam Walsh, Henry Watts y Kate Mccullough. Lo que parecía claro era que todos los estudios sobre las posesiones y los demonios adolecían de una sistemática falta de fondos y de medios por parte de las administraciones. El profesor se hizo el firme propósito de investigar todo lo que pudiera sobre el tema en un futuro próximo, si sus avatares le daban el tiempo para ello, claro.
No muy tarde, Derek envió a un equipo de tres a comprobar la situación en la Iglesia de San Patricio, y cuando le informaron de la normalidad de la situación, subieron a Ackerman a un furgón y los agentes de campo de la CCSA salieron en pleno hacia el templo. Tomaso, Patrick y las tres hermanas partieron en un coche, y Derek, Sigrid y los "guerreros" (así llamaban de momento a Frank Evans, Artem Yatsenko y Theo Moss) custodiando a Ackerman. Otros dos grupos de tres agentes les seguirían a cierta distancia.
No notaron nada raro hasta que llegaron al lugar. En ese momento, Patrick se apercibió de que dos coches habían llegado a la vez que ellos y habían parado a una distancia prudencial, y lo malo es que recordaba haber visto esos vehículos en un par de ocasiones durante el camino. Además, otro vehículo, un Chevrolet negro, discreto pero lujoso, se encontraba estacionado también al otro lado de la avenida, más adelante, y Tomaso no tardó en reconocerlo como uno de los coches habituales de la familia Leone.
—Esto no me gusta nada —anunció Tomaso.
—Desde luego —contestó Patrick—, no tiene buena pinta... tenemos que avisar a los demás.
Frank Evans |
Y así, mientras las hermanas encendían velas, alzaban sus oraciones y realizaban las ceremonias necesarias para iniciar el ritual, comenzó un día muy ajetreado. Haciendo uso de sendos prismáticos, Sigrid y Patrick se dedicaron a controlar la avenida que discurría por delante de la iglesia, en cuyo lado opuesto, en una vía de servicio, se encontraban estacionados los dos vehículos que parecían haberles seguido y el Chevrolet de los Leone.
Transcurrida una hora desde el inicio del exorcismo, Sigrid llamó la atención de Patrick: dos Cadillac negros y lujosos hacían acto de aparición.
—¿Ese coche no es el que vimos...? —empezó Sigrid, pero cortó la frase a mitad cuando su sospecha se confirmó al bajar del coche un hombre negro al que habían visto hacía poco en el entorno del convento: Alex Abel de nuevo.
Al multimillonario le acompañaba otro hombre, enorme y de pelo blanco, que sin duda era su guardaespaldas, Epónimo. Del segundo coche no bajó nadie. Abel se dirigió hacia el Chevrolet que según Tomaso pertenecía a los Leone. Este último dato también se vio confirmado cuando la puerta trasera se abrió y apareció Salvatore. Por la otra puerta trasera bajó del coche una figura alta, encapuchada y con gafas de sol que no alcanzaron a identificar por el momento; no obstante, como a lo largo del día lo verían varias veces bajando y accediendo al vehículo, finalmente lo reconocieron: no era otro que Dan Simmons, vestido de tal guisa para que no lo reconocieran. Los cuatro mantuvieron una conversación relativamente acalorada, y finalmente Abel volvió a su coche y se marchó, dejando al segundo vehículo allí. Unos tres cuartos de hora después, llegaron dos furgones que se situaron tras el vehículo que se había quedado allí, y del que habían salido tres tipos a fumar un pitillo y estirar las piernas.
En el interior de la iglesia, la hermana Theresa se acercó a Derek.
—Parece que la entidad con la que estamos tratando es bastante fuerte, director —susurró—. No es algo con lo que la hermana Rose no pueda lidiar, pero nos tememos que esto va a llevar más tiempo de lo esperado. Para no agotarse, Rose necesita debilitar al demonio con un ritual de poca intensidad, pero que va a requerir varias horas.
—Si esa es la vía con más garantías para liberar al congresista de la entidad, adelante hermana —respondió Derek.
La hermana Theresa asintió con la cabeza, y volvió a su puesto al lado de Rose. Así, comenzó un ritual de desgaste en el que los agentes presentes, Tomaso y Derek colaboraron activamente, sintiéndose cada vez más cansados; las hermanas parecían estar canalizando sus reservas de fe y de lealtad en el ritual.
Alrededor de las tres de la tarde, uno de los tipos que se encontraban alrededor de los coches que les habían seguido inicialmente (y de los que habían contado una media docena de hombres y mujeres), se separó del resto y cruzó el semáforo de la avenida en dirección a la iglesia. Patrick se movilizó de inmediato y bajó hacia la puerta principal, mientras Sigrid permanecía observando. El profesor bajó las escaleras todo lo rápido que pudo, y pasó junto a la nave donde se estaba realizando el exorcismo; no pudo evitar retrasarse unos segundos al sentir la oscuridad, la incomodidad y el frío que transmitía la escena. Así que solo llegó a tiempo de ver que el tipo se marchaba, alejándose de Theo Moss y Yatsenko, que eran los que le habían impedido el acceso a la iglesia.
Theo Moss |
—¿Qué quería ese tipo? —preguntó Patrick.
—Según noss ha dicho —contestó Yatsenko, con su arrastrar de palabras—, solo querhía rezarh un rhato.
—El muy imbécil —prosiguió Theo Moss— se ha fingido indignado y dice que llamará a la policía, que esto es muy raro. Como si él no lo fuera... ha habido un momento, no sé... diez segundos, en los que ha mirado hacia el la puerta de la iglesia y se le han quedado los ojos vidriosos, como si pudiera ver a través. Ahí es cuando nos hemos vuelto menos amistosos —dirigió una sonrisa cómplice a Yatsenko.
Patrick asintió, y se concentró para ver el aura del tipo que se alejaba. Con la experiencia que ya tenía, no le resultó difícil identificar que, sin lugar a dudas, estaba poseído por un demonio. Desde el campanario no había podido ver las auras de la pequeña multitud que se encontraba al otro lado de la avenida por estar demasiado lejos, pero ahora estaba convencido de que les iban a causar problemas.
—Perfecto, Theo —felicitó Patrick—. Vuelvo a subir al campanario a vigilar; vosotros tened cuidado, ese tipo está poseído por un demonio, y no uno débil precisamente.
Antes de que los guerreros tuvieran tiempo de preguntarle cómo era que sabía eso, Patrick se escabulló hacia el interior de la iglesia.
La amenaza del tipo resultó ser cierta cuando una hora después aparecía un coche de policía con una pareja de agentes que se dirigió hacia la puerta principal de la iglesia. Sin embargo, no supuso mayor obstáculo, porque el diácono se unió a Evans y los demás, y pareció convencer a los policías de que no había mayor problema y simplemente era que la iglesia estaba de reformas.
Derek se sorprendió cuando, al mirar por una de las ventanas, vio que ya estaba anocheciendo."Pero si hace apenas unos minutos que la hermana Theresa habló conmigo...", pensó, "¿o no?". El ritual se recrudeció en ese momento; la hermana Mary elevó la voz, que en el crucero de la iglesia se convirtió en un rugido atronador declamando frases en latín. Ackerman reaccionó entonces, con gemidos y rugidos, y comenzó a dirigirse a todos los presentes con las habituales puyas propias de los demonios.
"Tu hermano pronto hará que te reúnas con nostros, Tomaso"
"Derek, ¿cómo está tu familia? ¿Está bien? ¿Sí, eso crees?"
"Esta monja... hermana Mary... ¿por qué tomaste los votos? ¿no lo quieres contar, eh? ¿lo cuento yo? Jajajaja".
La hermana Mary dudó un momento cuando el demonio se dirigió a ella en estos términos, pero las otras dos monjas la ayudaron a concentrarse de nuevo.
En el exterior, ya pasado el crepúsculo, los seis hombres y mujeres que pululaban alrededor de los dos coches originales, se reunieron. Tras hacer una serie de gestos extraños y unos segundos en silencio, comenzaron a caminar de repente hacia la iglesia, cruzando una avenida en la que ya había muy poco tráfico y llegando al jardín de entrada. Patrick y Sigrid se apresuraron a bajar, pistola en mano. El profesor se dirigió hacia la puerta principal para reunirse con los guerreros y Sigrid hacia la nave principal, hacia el exorcismo.
En ese momento, el grupo y los capitanes oyeron cómo Jonathan hablaba por el pinganillo:
—Cuida... ¡urgh! —y a continuación, nada. O había muerto, o había quedado inconsciente.
Casi en el mismo instante, la hermana Mary atacó al demonio con todas sus reservas, y Tomaso rezó con ella con todas sus fuerzas. Un fogonazo de luz iluminó al italiano, y saltó de su cuerpo hacia Ackerman, que parecía retorcerse de dolor debido al agua bendita que las hermanas Theresa y Rose le rociaban. En cuanto la luz, de un color amarillo cálido, alcanzó al congresista, este se calmó en el acto, y cayó en una profunda inconsciencia. La hermana Mary y Tomaso cayeron de rodillas, agotados. Derek sintió cómo sus piernas también flaqueaban, pero conseguía mantenerse en pie.
—Tomaso, tenemos problemas —dijo, ayudando a levantarse a su amigo—. Jonathan ha caído.
Patrick y Yatsenko, que habían ido a investigar qué le había sucedido a Jonathan, informaron de que el capitán estaba inconsciente pero vivo. Encargaron al resto del equipo que vigilaba las puertas que lo sacaran de allí.
El grito de la hermana Rose les puso sobre aviso. Sobre el altar habían aparecido tres figuras envueltas en sombras, y una cuarta trepaba por una de las columnas hacia el techo, con un gesto horripilante y la cabeza vuelta hacia el suelo.
Sobre el altar se encontraba Helen, la esposa de Patrick, y Paolo, el hermano de Tomaso, ambos con algún rasgo demoníaco pero con aspecto eminentemente humano. La tercera figura estaba más deformada, lívida, con varios ojos extra y unas mandíbulas que daban a su rostro un aspecto arácnido espantoso. Este era el que había provocado el grito de terror de Rose. Derek gritó órdenes por el pinganillo a todos los equipos, y el equipo del coche acudió a reforzar la entrada.
Justo en ese momento, Sigrid hacía acto de aparición en la nave, y dirigió su mirada al altar, con un escalofrío. La anticuaria sintió que su corazón se detenía cuando en el rostro de aquel monstruo arácnido reconoció el de su hijo Daniel. Soltó un grito desgarrador que llamó la atención de Derek y Tomaso, se quedó congelada, cayó de rodillas y vomitó todo lo que había en su estómago mientras lloraba desconsolada. Entonces fue cuando aquellos reconocieron al hijo de Sigrid en aquella figura infernal.
Y comenzaron a disparar. Pronto se unieron a la escena Yatsenko y Patrick, que accedieron por la parte de atrás.
Paolo extendió sus brazos y procedió a proyectar sombras sobre los presentes, dejando inconscientes a una monja y a uno de los agentes que había colaborado en la ceremonia. Yatsenko abatió al hijo de Sigrid (pero pareció evidente que no lo había matado) mientras Helen, entre risotadas, creaba una especie de esfera de sombras y se disponía lanzarla sobre sus atacantes. Entonces Patrick recurrió a sus capacidades: concentrándose, hizo que la que había sido su esposa resbalara en los escalones del altar; de esa manera, la esfera de sombras salió despedida hacia arriba y engulló al cuarto demonio que ahora se movía por el techo dispuesto a caer sobre Derek. El engendro desapareció en el acto, con un sonido sordo y una onda expansiva que aturdió a varios. Theo Moss atravesó violentamente la puerta principal, afectado por algún potente impacto, y cayó sobre los bancos de las últimas filas. Frank Evans y varios agentes entraron tras él, disparando hacia el exterior.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Evans—. ¡¡¡Ya!!!
Contra todo pronóstico Theo Moss se puso en pie, aunque maltrecho y herido. Una gran bola de fuego explotó en la puerta principal. El grupo de agentes de reserva apareció por la parte derecha del crucero, y recogieron a Sigrid y a los heridos, mientras Yatsenko, Evans, Derek, Tomaso y el resto de agentes disparaban a discreción, en una tormenta de fuego que les permitió escabullirse hacia el interior del templo ante los sollozos del diácono Barrett, que no podía evitar los destrozos en su iglesia.
Salieron a al jardín posterior en la oscuridad de la noche, rodearon varios parterres y, amparados por los tupidos setos, rodearon la iglesia. En la parte posterior pudieron ver seis figuras giradas hacia el templo, envueltas por un velo de sombras que, emanando de ellas, parecía empezar a envolver la iglesia. Prefirieron no llamar su atención, y escabullirse todo lo discretamente que fue posible hasta los coches y el furgón. Durante el trayecto, Patrick notó una sensación aberrante: como si su corazón se encogiera y estuviera a punto de detenerse, mientras bombeaba una sangre más fría de lo normal. Estuvo a punto de desvanecerse, pero consiguió sobreponerse. Otro de los agentes cayó al suelo, y otro relataría más tarde que había sentido la misma sensación; sin duda, era lo que le había pasado a Jonathan; Paolo y Helen no debían de estar muy lejos de ellos.
Mientras montaban en los vehículos y ponían a salvo a Ackerman en el furgón, alguien soltó una exclamación de sorpresa:
—¡¿Pero qué coj...?! ¡Mirad eso!
Se volvieron hacia la iglesia, ya prácticamente envuelta en el halo de sombras que proyectaban los seis engendros de la parte posterior; el majestuoso edificio principal había empezado a derrumbarse en medio de un extraño silencio y un incómodo frío. En el jardín delantero todavía se podían ver y oir señales de intensa lucha. El diácono rompió en llanto, y los demás sintieron un escalofrío, pero eso no les impidió continuar su camino. Tomaso y Patrick ayudaron a Sigrid, que seguía en estado de shock, a subir al furgón, y la comitiva partió a toda prisa de allí, sin encender las luces durante un buen rato. Haciendo gala de sus habilidades psicológicas, Patrick consiguió liberar a Sigrid del trauma que había sufrido al ver a su hijo, y la recuperó lo suficiente para que fuera capaz de hablar y moverse normalmente; la anticuaria y el profesor se abrazaron, consolándose mutuamente, confortados por el calor de la amistad y el alivio de haber salido con vida de aquello.
Ya de vuelta en la CCSA, los médicos trataron las heridas de los agentes, en su mayoría leves, y Theo Moss por fin cayó inconsciente después de aguantar todo el trayecto como un titán. Una vez se hubieron establecido y organizado, Frank Evans acudió al grupo, muy cabreado.
—¡No sé qué ha pasado allí —rugió—, pero alguien se ha debido de ir mucho de la boca! ¡Si estamos seguros de que ningún agente lo ha hecho, deberíamos hablar con el diácono!
Efectivamente, un traumatizado diácono, lloroso por el desastre de la iglesia, admitió casi al instante:
—S... sí, sí, es así..., t..., t..., todos los diáconos informamos a don Salvatore de c.... cualquier cosa fuera de lo común que suceda en nuestras iglesias.
—¿Cómo? —requirió Derek, invadido por la furia—. ¿Los diáconos informáis a la mafia? ¿A los Leone?
—¿Eh? —el diácono le miró, sorprendido—, ¿mafia? N.. no... no... yo hablo de Salvatore Salvini, el coordinador de las organizaciones benéficas de la ciudad... Les informamos —tragó saliva— a cambio de una gratificación.
La indignación se apoderó de Tomaso, Derek y los demás, y notaban que Frank Evans se moría de ganas de golpear al religioso, pero ante su aparente inocencia y el berrinche que tenía encima, decidieron no tomar ninguna represalia con él. Tomaron buena nota para ser más cuidadosos en el futuro, eso sí. "Habrá que averiguar si el tal Salvini tiene algo que ver o incluso es la misma persona que Salvatore Leone", pensó Derek. Eso sí, el diácono permanecería en la CCSA indefinidamente.
Por fin se acostaron a descansar, totalmente agotados por los acontecimientos del día. Y Derek soñó, quizá debido a su sangre atlante.
Se encontraba mirando por la ventana a una calle muy parecida a la que en la vida real se mostraba desde la ventana de la CCSA, pero era una calle diferente. Como si hubiera retrocedido cincuenta o sesenta años en el tiempo, y aun así diferente. Varias farolas alumbraban la oscuridad con conos de luz muy definidos, como si estuviera dentro de una película de cine negro de los años cincuenta. Pero los edificios que rodeaban la oficina eran los de siempre. Aunque en blanco y negro.
De pronto, lentamente, amenazadoramente, varias figuras entraron a la vez en los conos de luz. Una de ellas era Helen, la esposa de Patrick, otro el hermano de Tomaso, Paolo, un tercero el hijo de Sigrid, Daniel, y aún aparecieron tres o cuatro más. Cada una en un cono de luz y envueltas en sombras. Se detuvieron en el centro de los conos, y levantaron la mirada hacia Derek. Aparte de la inquietud normal, cuando le miró Paolo, sintió una sensación de peligro que le erizó el vello y le provocó náuseas. Pero un conocimiento ancestral, quizá despertado por el instinto de supervivencia, le reveló que debería ser capaz de manipular su aura para rechazar a los intrusos. Y así lo hizo. Se concentró, poniendo toda su voluntad en rechazar a los extraños. Estos, que se habían vuelto a poner lentamente en movimiento y se encontraban a punto de abandonar los conos de luz acercándose hacia Derek, se detuvieron de repente; miraron alrededor, confundidos, y caminaron durante unos momentos en círculos, hasta que salieron de las áreas iluminadas por puntos al azar. "Eso debería detenerlos durante un tiempo", pensó Derek, y a continuación se acostó pora descansar de nuevo.
Por la mañana comentó todo el episodio con sus compañeros; la interpretación era evidente: los demonios trataban de localizarlos y sólo las especiales capacidades de Derek los mantendrían a salvo, al menos durante un tiempo.
Más tarde, las tres monjas se reunieron con Tomaso, intrigadas por ese fogonazo de Gracia divina que surgió de él y que liberó definitivamente al congresista de su poseedor. El italiano prefirió no decir nada, humilde y sonrojado, así que las hermanas mantendrían el secreto hasta que él diera su permiso, pero le transmitieron su deseo de permanecer junto a él, ahora que el convento había sido arrasado y se habían quedado sin hogar. Tomaso no tuvo los arrestos para rechazarlas, así que aceptó de momento.
Sigrid vio también que había recibido otro mensaje de Jacobsen convocando a sus "tropas" a Londres, llamó a Esther y Lucía, y comprobó que estaban bien, aunque cuando le preguntaron por Daniel y Esther le transmitió su preocupación por las noticias que se filtraban desde Nueva York, le costó guardar la compostura.
Después de desayunar y reponer fuerzas, el grupo se reunió con los tres "guerreros", dispuestos a sacarles toda la información que todavía no les habían revelado...
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