Los Vástagos de Mitra. Ackerman despierta.
Los "guerreros" les hablaron de los demonios y sus poderes y de los tipos de demonios que alguien se había dedicado a clasificar.
—Vamos a ver... —dijo Frank Evans, enumerando con los dedos—, están los Ocultos, que son humanos poseídos por demonios de poder limitado, y que solo muestran algunos rasgos leves de posesion... están también los Manifestados, que son en los que más se notan los rasgos demoníacos porque tienen falta de control... los Etéreos son los que han atravesado el velo sin poseer entes físicos, y se parecen a lo que llamamos fantasmas... los Anormales son los que han poseído animales en lugar de humanos, la mayoría han enloquecido y son presa de horribles mutaciones... y luego están los más cabrones de todos, los Príncipes.
Príncipe Demoníaco |
—Sí —continuó Evans—, cuando se junta un demonio de gran poder con un humano especialmente taimado o hábil, se produce un Príncipe, que puede mostrar rasgos demoníacos a voluntad, y desarrolla unos poderes muy arriba en la escala.
—Entonces —tomó la palabra Tomaso— creo que está claro: mi hermano es un Príncipe, sin duda, y posiblemente la esposa de Patrick también lo sea.
Sobre esta última afirmación hubo varias dudas, aunque parecía bastante probable que Helen tuviera un nivel de poder comparable al de Paolo. Además, Patrick había detectado en su aura que estaba poseída por varias entidades, y eso, según le habían dicho, era bastante raro. Patrick suspiró, triste.
También les revelaron que incluso entre aquellos engendros de la oscuridad existían disensiones y facciones, aunque no pudieron darles más detalles sobre cuáles y cuántas.
—Perho no hay que olvidarh a loss Caídos, Frank —dijo en un momento dado Yatsenko.
—Es verdad —Evans afirmó con la cabeza—. Los Caídos hacen la guerra por su lado. No sabemos mucho de ellos, solo que son un grupo de Príncipes que en ocasiones se han enfrentado a sus propios congéneres. Se dice que son demonios que han conseguido poseer a humanos excepcionales con recuerdos de épocas antiguas; quizá atlantes, o lemuritas, o yo qué sé... el caso es que no dudarán en esclavizarnos, como todos los demás; por suerte, nosotros nos opondremos a ellos siempre.
—¡Siemprhe! —coreó Yatsenko.
En ese momento, Derek carraspeó, y aprovechó para preguntar:
—Y, cambiando de tema... ¿quiénes, concretamente, sois "vosotros"? —Yatsenko y Evans se miraron, y sonrieron.
—Nosotros, amigo mío —explicó Evans, mostrando las palmas de sus manos y levantando la voz poco a poco—, somos el único y mejor escudo de la humanidad contra los Engendros, somos los guerreros sagrados, los legionarios del cielo, el Culto a Sol Invictus... somos Los Vástagos de Mitra —acabó, con un rugido y secundado por Yatsenko.
—Entiendo —dijo Sigrid, cuya voz calmada contrastó con las últimas palabras estentóreas de Evans—; vosotros debéis, de alguna forma, ser los herederos del Culto a Mitra que se extendió por Europa en la antigüedad, ¿no? Según he leído, muchos guerreros romanos eran iniciados en sus misterios.
—Así es —contestó Yatsenko, ya más serio—; dessde aquellos tiempos nos hemos enfrhentado sin descanso a loss Engendrhos.
Continuaron explicando algunos detalles del culto a Mitra y su guerra contra los subyugadores de la humanidad, y revelaron que tanto Yatsenko como Moss tenían el rango de "Soldado", y que Evans había llegado al rango de "León", lo que lo convertía en el superior de los dos primeros. El rango más alto se llamaba "Padre", y ninguno de los tres conocía a quien lo ostentaba en ese momento.
El culto procedía de la antigua Persia y, efectivamente, como había dicho Sigrid, se había extendido rápidamente por el joven Imperio Romano. Por lo que explicaron, Jesús tenía muchas características muy similares a Mitra, tantas que incluso podrían haber sido la misma persona; desde luego (según los mitraistas) los cristianos debían de haber encontrado algo más que inspiración en la figura de Mitra; Tomaso torció el gesto ante tal afirmación.
Como gesto de buena voluntad, Patrick les reveló su capacidad para percibir las auras de las personas, y les explicó lo que pudo sobre ella. Sigrid también reveló su condición de bibliomante (cosa que los adeptos ya se olían). De la condición de atlante de Derek no revelaron ni una palabra, pero Evans y Yatsenko no pudieron dejar de preguntar:
—¿Y tú, Tomaso? También eres especial, ¿no? Aquel destello de poder divino que hubo en la iglesia no nos pasó desapercibido, y según las monjas, procedió de ti.
—Bueno —contestó Tomaso, algo arrebolado—, en realidad no estoy muy seguro... sí que es cierto que siempre me he sentido cercano al Señor, y que tengo la sensación de que en ocasiones mis plegarias son escuchadas. —Hizo una pausa, incómodo; reservado como era, no estaba acostumbrado a revelar tanta información sobre sí mismo, ni siquiera a sus amigos. No obstante, continuó—: Quizá las hermanas fueron capaces de canalizar a través de mí esa energía... o acceder a través de mí al lugar donde se encuentra... ni idea, la verdad.
Los mitraistas se dieron por satisfechos con la explicación de Tomaso a ojos vista, y se congratularon de estar al lado de un grupo tan... especial.
Más tarde, a instancias de Sigrid, Derek convocó una reunión general de la CCSA a la que acudieron prácticamente todos los miembros excepto los heridos. La intención era poner en común todas las piezas del puzzle de la jornada anterior. Con los testimonios de los distintos agentes hicieron un recuento de los enemigos: hicieron acto de presencia al menos seis demonios en el jardín delantero y seis demonios en la parte trasera (los que hundieron la iglesia en sombras), además de los cuatro demonios que habían entrado a la iglesia. En total, dieciséis demonios, seguramente con dos o tres Príncipes entre sus filas
—Tras lustros de combatir a los Engendros —dijo Frank Evans—, puedo decir que dieciséis demonios reunidos en un mismo lugar es un hecho extraordinario. Lo máximo que he visto yo ha sido un grupo de siete, quizá ocho, demonios. ¿Y tú, Artem?
—Lo missmo —contestó Yatsenko—; como mucho, puede que nuevhe aquella vezh en Lisboa. Y nunca, jamás máss de dos o trhes en terrheno sagrhado.
—¿Creéis que puede haber sucedido algo o darse una situación que lo haya permitido? —preguntó Patrick, ante lo que los dos Vástagos se encogieron de hombros y negaron con la cabeza.
Mientras estaban discutiendo sobre estos temas, Hayden Baxter, el agente más joven de la organización, pareció ir a decir algo interesante, pero se arrepintió en el último momento. Le insistieron mucho para que dijera lo que tuviera que decir, y finalmente lo convencieron. El motivo de su reticencia a hablar era que se había asustado ante aquel despliegue de poder, y había corrido en busca de refugio.
—Perdonadme, de verdad —se disculpó, casi con lágrimas en los ojos—. No quería fallaros, pero me vi superado por la situación.
—No te preocupes, tío ñoño —le dijo con una sonrisa Samantha Owens, su capitana, confortándolo—; eso le pasa al más pintado, ahora cuéntanos lo que ibas a decir.
Baxter reveló que mientras los Vástagos de Mitra y los demonios peleaban en el jardín frontal, pudo ver desde su refugio (tras un par de árboles que formaban una especie de "V") cómo llegaban a la escena al menos cinco figuras con profusos tatuajes tribales que parecían moverse sobre su piel. Aunque casi todas llevaban capuchas especialmente preparadas para ocultar sus rostros, algunas no las llevaban subidas, y sus manos se movían a la velocidad del rayo.
—Juro —dijo, vehemente— que vi cómo una bola de fuego salía de entre las manos de uno de ellos, después de que hiciera unos gestos imposibles y rapidísimos.
Además de ese grupo, hizo acto de presencia otra figura, grande, imponente y encapuchada, con una presencia física tremenda, que se enzarzó con uno de los demonios.
—Joder, saltaron chispas cuando empezó a darle puñetazos. Y es que durante la pelea se le desplazó la capucha, ¡y juraría que se trataba del alcalde!
Y eso no era todo; además, también pudo ver cómo desde el exterior del jardín, al menos tres tipos disparaban hacia el interior; pero no pudo distinguir sobre cuál de los grupos.
—Bueno —dijo Derek—, para mí es evidente que el exorcismo del congresista era lo suficientemente importante como para congregar a tres o cuatro facciones en el lugar. Y con dieciséis demonios presentes, nada menos. Así que tenemos que proteger a Philip, cueste lo que cueste.
—Estoy de acuerdo —secundó Evans.
Tras unos momentos de silencio y de afirmaciones silenciosas por parte de los agentes, Patrick continuó:
—Lo que me parece extraordinario es que hayamos salido de esta solamente con varios heridos leves. Después de todo lo que nos han lanzado, ¡eso dice mucho de todos vosotros! —algunas sonrisas asomaron en los rostros de los agentes, que se miraron entre sí, afirmando con la cabeza.
—Es cierto —interrumpió Samantha Owens—, lo habéis hecho todos muy bien. —Miró a su alrededor con una sonrisa sincera, algo poco frecuente en ella, pero enseguida volvió a su habitual gesto serio—: Pero también es cierto que la falta de bajas hay que agradecérsela a los nuevos incorporados, los amigos de Artem —tendió una mano hacia Evans y Yatsenko—; por desgracia, uno de ellos fue malherido y no puede estar aquí...
—Theo Moss, el único herido grave que hemos tenido —puntualizó Derek.
—Así es —retomó Owens—, y aun así, aguantó mucho más castigo de lo que yo considero humanamente posible. Y además (y estoy segura de que no fui solo yo) vi cosas que distan mucho de ser normales. Hubo un momento, cuando los demonios del jardín nos golpearon con todo y yo me convencí de que íbamos a morir, este señor —se levantó y señaló a Frank Evans— extendió su brazo, y todo lo que nos llegaba rebotó contra una barrera de fuerza invisible. Personalmente, me gustaría saber qué es lo que sois en realidad, Artem.
Todo el mundo dirigió su mirada hacia Evans y Yatsenko. Este, de sobra conocido por todos los presentes, y apreciado por muchos de ellos, contestó:
—Me gustarhía poderh contestarhte con todo el detalle posible, Sam. Perho hay cosas que todavía no esstamos autorhizados a desvelarh. Lo que debéis saberh es que estamos en el mismo bando, que haremos todo lo posible por derrhotar a nuestros enemigos y lucharhemos porh la CCSA, el directorh y el congrhesista con todas nuestrhas fuerhzas. Eso deberhía bastarh porh ahora.
Samantha se dio por satisfecha con la diatriba de Artem, al menos de momento, y tras unas palabras de agradecimiento, se dio por terminada la reunión. Patrick llamó a Derek y a Jonathan a un aparte. El había percibido pacientemente el aura de todos los presentes durante la reunión, y reveló que tanto él mismo como Jonathan lucían unas anomalías que parecían revelar que se habían hecho más susceptibles a las posesiones demoníacas. Incluso, ahora que se había fijado bien, sus efectos se notaban físicamente en cosas livianas: ojeras ligeramente más marcadas, tez levemente más blanquecina...
—Si notas algo raro, Jonathan —dijo Patrick—, avísanos enseguida por favor.
—Sí, claro, no te preocupes, así lo haré —contestó el capitán, tenso por la nueva revelación.
A los pocos minutos, alguien avisaba a Derek de que el congresista Ackerman había despertado. "Por fin", pensó, "ahora, esperemos que sea el mismo de siempre". Derek, Patrick, Sigrid, Tomaso, Frank Evans, Samantha Owens, Margaret Jenkins y Benjamin Rowland acudieron rápidamente a ver su estado.
El congresista estaba débil, con ojeras acusadas, tez blanquecina, bastantes más canas y algo más delgado. "Parece una versión acentuada de Jonathan y mía", pensó Patrick, que, viendo su aura, detectó las mismas anomalías que las que había detectado en él mismo y en Jonathan, pero mucho más evidentes.
El congresista sonrió al ver a tantos rostros amigos, pero pareció sonreír especialmente a Derek. "¿Le habrán contado algo sobre el episodio de Washington?", pensó Patrick, "¿O es que realmente Derek y él son tan cercanos?".
—Como me alegro de veros a todos —dijo el congresista con voz cansada, pasando su mirada por el nutrido grupo, y deteniéndose finalmente en Derek—; especialmente a ti, amigo mío; la doctora ya me ha contado algo de lo que pasó en Washington. Sabía que no me defraudarías.
En ese momento, también entró Amy Bowen, procedente del hotel cercano, y a quien habían llamado por teléfono. Tenía lágrimas en los ojos.
—Philip... menos mal —sollozó.
—Amy, fiel hasta el fin, menos mal que me hiciste caso y llamaste a Derek a tiempo... ven aquí, anda
La secretaria se acercó y lo abrazó. Derek se acercó y tocó su otro hombro, aliviado. A los pocos segundos, ella se apartó y Ackerman continuó:
—Veo que me tenéis que poner al día... Frank, ¿qué haces tú aquí en Nueva York? ¿Y a quién tengo el placer de conocer aquí? —añadió, mirando a Tomaso, Sigrid y Patrick.
Derek le presentó brevemente a sus compañeros y amigos, subrayando su importancia para sus objetivos, y le explicó en voz baja todo lo que había sucedido en las últimas jornadas. Evans también le explicó las razones de su traslado a Nueva York junto con Theo Moss. Ackerman les escuchó con los ojos cerrados, pacientemente.
—Vaya —dijo al fin—, parece que la CCSA es incluso más importante de lo que habíamos pensado en un principio... bien, bien, buen trabajo, y encantado de conoceros a todos. En especial a usted, señora Olafson —añadió sonriendo—, es una sorpresa tener en nuestras filas a una librera tan famosa —Sigrid rebulló, incómoda—.
Cuando le preguntaron por su propia vivencia, Ackerman aseguró que no recordaba nada de la última semana. Su último recuerdo era entrando al apartamento de Sannon Miller, donde la jefa de su gabinete le había invitado a cenar. Sí que recordaba los primeros estadios de la posesión, como una pesadilla, una continua lucha de voluntad contra la entidad que trataba de poseer su mente.
—Temo que todo esto sea cosa de mi propio círculo, y no sé dónde podrá llevarnos.
—Por suerte —dijo Amy—, el director Hansen pudo evitar que la prensa pudiera hacerse con cualquier tipo de prueba y lo puso a salvo enseguida.
—Sí, y por ello le estaré eternamente agradecido. —Su rostro pareció reflejar una determinación recién adquirida—: Por lo que habéis contado, es el momento entonces de cerrar todas las demás sedes de la CCSA (excepto quizá Chicago, ya veremos), y hacer que la organización pase a la clandestinidad.
—Efectivamente —contestó Derek, confortado al ver a Ackerman tomando decisiones—, ya estamos en ello, pero vamos a necesitar financiación, Philip.
El congresista pensó unos momentos, y continuó:
—No creo que eso sea problema si cerramos el resto de delegaciones y redirigimos los fondos a esta; supongo que incluso podremos aumentar el personal. Amy —se dirigió a su secretaria—, llama a Sanders y a Nicholson, que se encargue de todo; mañana daremos una rueda de prensa. Y vosotros, Derek, seguid con los procesos que tengáis abiertos, la financiación llegará en no más de una semana.
—Muy bien, Philip —respondió el director—, nos vendrá bien, porque precisamente...
—Creo que ya está bien por ahora —interrumpió Olivia Wells, la doctora, que irrumpió en tromba en la habitación—, el congresista debería descansar al menos hasta la noche. ¡Por favor, salgan todos!
Todo el mundo obedeció las órdenes de la doctora y salieron, dejando a Ackerman reposando. "Sí que le hace falta, se le ve débil", pensó Derek. Pero no tuvo mucho tiempo para la introspección, porque enseguida reclamó su atención Linda, su secretaria.
—He conseguido una cita con la comercial de la mansión esta misma mañana a las once y media, director, alguien debería reunirse con ella a esa hora.
Cuando Derek preguntó a Amy Bowen (que estaba inmersa en un torbellino de llamadas y cálculos) qué renta sugería gastar como máximo en el alquiler de la nueva sede, la secretaria de Ackerman sugirió un máximo de unos cien mil dólares.
Un poco más tarde de la hora acordada, el grupo llegaba a la mansión en cuestión. "Linda ha hecho un trabajo excelente, como siempre", pensó Derek, "un sitio discreto y protegido, y unas instalaciones que nos vienen como anillo al dedo". Se desesperaron un poco cuando la comercial les anunció el precio: doscientos mil dólares al mes. No obstante, fue ahí donde entró Tomaso, viendo la futilidad de las negociaciones que llevaban a cabo Derek y Patrick; no le costó demasiado seducir a la mujer, que a cambio de una cena, acordó negociar la renta a la baja para conseguir dejarla en ciento treinta mil dólares. Omega Prime se encargaría, a petición de Tomaso, de desviar los fondos desde la cuenta de Patrick (en posesión aún de los tres millones que le había pagado Novikov) a una cuenta a nombre de alguna de las empresas que usaba para sus negocios con la mafia y con Samantha, Jonathan, Margaret y Sally como titulares. En meses posteriores, harían lo mismo pero tomando el dinero de la cuenta de la CCSA.
Ya por la tarde, acudieron junto con las "titulares" de la cuenta a la oficina de la inmobiliaria, donde formalizaron el contrato en un tiempo récord. Poco después, las administrativas de la CCSA lo ponían todo en marcha para que una empresa de mudanzas empezara con el traslado en el más breve plazo posible.
Por la noche, Tomaso no tuvo más remedio que salir a cenar con la agente inmobiliaria, pero una droga suministrada hábilmente en la bebida impidió que la cita llegara a más sin frustraciones ni discusiones "y, sobre todo, sin engañar a Sally", pensó, alborozado.
Mientras Tomaso esquivaba a su cita, en la CCSA, Sigrid recibía la llamada de Jacobsen. El Bibliomante estaba enojado por la falta de respuesta a sus mensajes, y preguntó qué pasaba.
—Tranquilo Emil, es que he tenido bastante lío por aquí, no sé si has visto las noticias.
—Algo he visto —respondió bruscamente—, pero con lo que tengo entre manos, bastante tengo, ¿qué te retrasa?
—Bueno, están pasando cosas extrañas aquí, pero no te preocupes, porque estoy reuniendo un equipo para acudir a Londres lo antes posible —mintió.
—Eso espero, Sigrid, tenemos que reunir a todo el resto de la logia y a toda la ayuda que podamos reunir para ver qué ha pasado en Viena. No quiero que pase lo mismo en Londres. Por cierto —añadió como si hubiera estado a punto de olvidársele—, he puesto bajo mi protección a tu hija Esther y a tus amigos, Martha e Irving; no temas por ellos.
"Maldito bastardo", pensó Sigrid, "y me lo dice como si nada. ¿Cuándo pasarás a las amenazas directas, Emil?".
—Te lo agradezco, Emil —dijo, mintiendo lo mejor que pudo—. No te preocupes, pronto llegaremos.
—Tú asegúrate de que los que te acompañen sean gente de fiar, ¿eh? —y colgó.
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