El Libro de Tapas Negras
—Habéis oído eso, ¿no? —susurró Patrick. Derek y Moss asintieron con la cabeza, y se quedaron inmóviles. Mientras tanto, Sigrid corría hacia los árboles de enfrente, para vigilar que no llegara nadie por la retaguardia.
Mientras tanto, Tomaso ponía pie por fin en la balconada superior y desenfundaba su arma. En la pared de la fachada vio una puerta y dos ventanas que estaban cerradas con sendas contraventanas de madera. Después de una breve evaluación, decidió intentar entrar por la fuerza, y con dos empellones con el hombro (que hicieron bastante ruido), consiguió destrozar los listones de madera del postigo.
Abajo se oyó el ruido de la madera al quebrarse. Derek intentó subir para ayudar a Tomaso, pero cuando apenas llevaba unos dos metros de ascensión, resbaló y cayó al suelo, quedando un poco conmocionado. Justo en ese momento, Patrick y Moss notaron un movimiento. Con una patada, dos tipos abrieron la puerta junto a la que se encontraban y salieron disparando armas semiautomáticas.
La primera ráfaga fue bastante imprecisa, y se saldó con un roce en la ceja para Patrick y con Moss absorbiendo gracias a sus poderes todo el daño. Patrick hizo uso de sus habilidades para que una de las armas se encasquillara y eso, por suerte, les dio margen de maniobra para reaccionar. Se entabló un fuerte tiroteo cuando Sally, Sigrid y el propio Derek sacaron sus armas y se incorporaron al enfrentamiento. Detrás de los dos primeros tipos que ahora se habían refugiado tras la puerta, aparecieron otros dos.
En el piso superior, unos escasos segundos antes de que a ras de suelo empezaran los primeros disparos, Tomaso, que se había interesado por el estado de Derek al oír a este resbalar, se dirigió hacia la puerta de cristal. Enfocó el haz de luz de la linterna hacia dentro, y se llevó un sobresalto mayúsculo cuando un rostro de mujer apareció ante él al otro lado del cristal. Quiso apuntarle con su pistola pero, sin darle opción, casi simultáneamente al primer disparo que sonó en el piso de abajo, algo metálico rompió el cristal y se clavó en su pecho, provocándole un ardor insoportable en el pecho y haciendo que retrocediera un par de metros por el impacto; consiguió apoyarse en el balaustre y no caer al vacío por poco, y con un movimiento fluido consiguió saltar a un lado para ponerse a cubierto en la pared junto a la puerta. Algo pasó a gran velocidad con un zumbido metálico junto a su oído, fallando por poco, y un disparo hizo otro agujero en el cristal. Recuperando el aliento, se dio cuenta de que la quemazón en el pecho iba cada vez a peor. Abrió su chaqueta y vio que tenía clavado a la altura del esternón un pequeño escarabajo metálico y dorado, de aspecto egipcio. Con su propia pistola dio un golpe al maldito, que cayó al suelo; no obstante, aunque el ardor dejó de crecer, no disminuyó. Pero no tuvo tiempo de pensar en ello, porque al segundo siguiente un tipo salía al balcón destrozando lo que quedaba del cristal y empuñando un subfusil.
En la planta baja continuó el tiroteo, y tras unos cuantos disparos Patrick sintió un impacto en el pecho, un dolor insoportable y una dificultad en respirar que le hicieron refugiarse y sentarse dejándose resbalar por la pared. "Mierda", pensó, "me han dado bien". Derek lo miró con preocupación, y se decidió a prender el cóctel molotov que llevaba y arrojarlo a los enemigos. El fuego pronto se propagó por la sala interior, proporcionando algo de cobertura al grupo y haciendo retroceder ligeramente a los adversarios.
—¡Theo, ayuda a Patrick! —gritó Derek, mientras disparaba a la luz del fuego—. ¡Creo que está bastante mal!
—¡Sí, voy! —contestó Moss, que al ver a Patrick toser algo de sangre, se dirigió hacia él rápidamente.
En el balcón, Tomaso encajó una herida en el muslo para atacar a su oponente cuerpo a cuerpo y usarlo como cobertura. Con un fluido movimiento de artes marciales consiguió inmovilizarlo y ponerlo delante, mientras otro tipo disparaba desde el interior de la mansión. Afortunadamente, impactó completamente sobre su compañero, que Tomaso usaba como cobertura. Pero el italiano también vio que en el interior, la mujer que (aparentemente) había lanzado los escarabajos metálicos contra él, se encontraba con los brazos en alto, sosteniendo un ankh egipcio y concentrada en algún tipo de ritual. Un remolino se empezaba a formar delante de ella, y parecía como si surgiera del suelo arena del desierto. "Maldición", pensó, "no sé qué va a hacer, pero apesta a invocación... pues mejor nos vamos". Con un gesto brusco, tiró del tipo y se precipitaron sobre la barandilla del balcón, con Tomaso maniobrando para caer encima del individuo, malherido por los disparos de su compañero.
Moss intentó ayudar a incorporarse a Patrick, pero este le indicó con gestos que esperase. El profesor hizo acopio de toda su concentración, algo sumamente complicado cuando sentía el sudor resbalando por su frente y su espalda, y arcadas con sabor a sangre subiendo por su garganta. Incluso su vista se nubló por algunos segundos. "Joder, no te desmayes ahora Patrick", pensó para sí mismo, apretando los dientes e ignorando el dolor. Con un esfuerzo titánico de voluntad unió los fragmentos de su consciencia, que pugnaba por caer en un descanso reparador, y sintió cada uno de los átomos de su ser. Y como si fuera un tejedor, los reestructuró y los reconfiguró. El dolor disminuyó, y las arcadas desaparecieron; aunque notaba que seguía teniendo una fea herida, ahora era soportable. Con un gesto, indicó a Moss que lo levantara, mientras con un ruido sordo Tomaso aterrizaba encima del tipo con el que se había lanzado desde la balconada.
—¡Cuidado! —advirtió al resto—. ¡Ahí arriba hay una mujer invocando algo!
Aprovechando la cobertura del fuego del cóctel molotov y las descargas de antiquimancia de Sigrid, el grupo se precipitó al interior de la mansión, con Derek encabezando la marcha, disparando sin tregua y gritando a los enemigos que se rindieran. Patrick, al oír la advertencia de Tomaso, indicó a Moss que se detuviera, y se quedaron en la entrada. Tomaso se precipitó al interior esquivando los disparos que procedían de la balconada, y acto seguido un fuerte impacto los sobresaltó. Del balcón había caído una figura horrible, humanoide, pero seca, que recordaba en todos los sentidos a una momia, aunque mucho más grande. Theo sacó por fin su arma consagrada a Mitra, dejando a Patrick apoyado contra el quicio de la puerta. La visión del engendro provocó escalofríos en más de un miembro del grupo, no así en Patrick, que ya estaba encallecido en lo que respectaba a lo antinatural.
Procedente de arriba se empezó a oír una voz de mujer entonando alguna especie de cántico en un idioma desconocido (que Sigrid no pudo escuchar al estar dentro y en el tiroteo), y Moss gritó de repente:
—¡Viene más gente desde el exterior! ¡Cuidado! —su voz se ahogó cuando la "momia" se acercó rápidamente y le propinó un fuerte golpe en el pecho que lo dejó en el suelo y sin respiración. Afortunadamente, el mismo golpe que lo había dejado sin aire lo lanzó varios metros hacia atrás, metiéndolo en el interior de la mansión. Así que Patrick se concentró de nuevo, mirando fijamente un par de las columnas que sostenían el balcón de arriba. Pocos segundos después, la base de las columnas se resquebrajaba y la estructura, ya antigua, se vino abajo, enterrando a la presunta momia en una montaña de escombros, y arrastrando a quienquiera que estuviera arriba.
Una gran nube de polvo se levantó, oscureciendo su visión y dificultando su respiración, pero ahora ya no tenían que preocuparse por la gente del exterior.
Sigrid y Tomaso se precipitaron rápidamente rodeando el fuego del cóctel molotov, que ahora ardía con mucha fuerza por el suelo de madera y algunos cortinajes, y se encontraron con que los enemigos ya no estaban allí.
—¡No hay nadie aquí! —gritó Tomaso al resto del grupo—. ¡Vamos, aprovechemos ahora!
Y así lo hicieron. Moviéndose todo lo rápidamente que podían, con Derek ayudando a un renqueante Patrick, subieron sin más problemas al piso superior. Y se dirigieron directamente a la estancia donde se encontraba el clavicordio; precisamente, la misma en la que se había encontrado la mujer que había visto Tomaso. A través de la puerta del balcón se podía ver que este ya no existía, y al asomarse pudieron ver la pequeña montaña de escombros.
Sigrid se situó junto al clavicordio, sacó una de las antigüedades que había adquirido en la tienda y utilizó su poder. "Quiero ver lo que sucedió cuando escondieron el libro de Tapas Negras", pensó. Algo, no sabía muy bien qué, dificultó la ejecución de su hechizo, pero finalmente este tuvo efecto, y su visión del entorno cambió. Mientras ella parecía ausente, el resto del grupo se armó de paciencia y tomó posiciones, porque en el piso de abajo comenzaron a oírse potentes golpes, que supusieron que propinaba el monstruo contra una de las puertas cerradas.
El Manuscrito de Tapas Negras |
Un hombre entrado en años y vestido con ropas muy antiguas apareció sentado en el clavicordio a ojos de Sigrid. Lucía un largo bigote y perilla, y tenía en las manos un libro de tapas negras, que leía. De repente, pareció sufrir un fuerte dolor de cabeza y, cerrando el libro, se quitó los anteojos y apretó sus lagrimales con los dedos durante cerca de un par de minutos. Al levantar la cabeza, Sigrid habría jurado que su rostro había envejecido aún más. El caballero miró fijamente el libro, y luego la chimenea; se levantó y se dirigió con el ejemplar hacia ella. Pensó durante unos momentos, y luego negó en silencio, dirigiéndose de nuevo al clavicordio. Con aire de resignación y respirando hondo, pulsó varias teclas del instrumento. Una vez completada la secuencia, un hueco se abrió sobrenaturalmente en la pared. Sigrid no habría sabido explicarlo, pero la forma en que se abrió era evidente que no era mecánica, sino mágica. El hombre metió el libro en el hueco, y tecleó de nuevo la secuencia, pero a la inversa; el hueco se cerró.
—¡Vale, ya está! —anunció Sigrid, que se acercó al clavicordio rápidamente.
Con gesto de fruición, la anticuaria tocó las teclas del clavicordio en el orden exacto en que recordaba perfectamente que el hombre de su visión las había tocado.
Pero no sucedió nada.
—¿Pero qué demonios? —se quejó Sigrid—. ¡Esa es la combinación que he visto que tocaba el hombre en mi visión!
—¿Estás segura? —preguntó Tomaso.
—¡Absolutamente!
—Bueno, han pasado muchos años —dijo Patrick—. Es posible que haya un mecanismo roto, o que el clavicordio esté desafinado y eso influya en lo que tenga que hacer.
Tras un examen a conciencia del mecanismo del clavicordio, no vieron que nada estuviera roto, ni que diera signos de haber estado conectado a ningún mecanismo externo. Así que Sigrid se pudo manos a la obra para afinarlo con lo poco que sabía de instrumentos gracias a sus años de anticuaria. Mientras tanto, el ruido en el interior de la casa había ido en aumento, y Derek vio algo.
—Acabo de ver a alguien asomarse al otro extremo del pasillo —susurró—. Estad atentos —Sally, Tomaso y Moss aprestaron sus armas.
Al cabo de unos momentos, apareció la horripilante figura de la momia al otro lado del pasillo.
—¡Date prisa Sigrid! ¡Viene el monstruo! —la increpó Derek.
—¡Ya está, ya está! —dijo ella, que salió de la parte trasera del instrumento y se precipitó al teclado.
Tras pulsar precipitadamente la docena de notas, Sigrid suspiró aliviada cuando en lo alto de la pared tras el instrumento, se abrió sobrenaturalmente un hueco donde se encontraba un libro antiguo de tapas negras. Lo cogió con cuidado.
Moss realizó el primer disparo con su arma consagrada, y Patrick provocó un tropiezo en el monstruo, tras el cual venían refugiándose varios tipos.
—¡Ya lo tengo! ¡Vámonos, rápido! —urgió la anticuaria.
—Theo, cerremos la puerta —dijo Derek—. Pongamos el clavicordio detrás.
—¡Esperad —gritó Patrick—, no podemos dejar pistas de que hemos encontrado nada! ¡Hay que cerrar eso!
—Sí —acordó Sigrid—, esperad. —Aseguró el libro bajo su ropa, y tecleó la secuencia inversa, que cerró el hueco—.
Derek, Moss y Tomaso arrastraron el clavicordio y atrancaron la puerta. Acto seguido, se precipitaron a la balconada derruida, donde Sigrid, ducha en la escalada, los ayudó a encontrar un camino seguro entre los escombros. Llegaron al nivel del suelo en pocos segundos, y echaron a correr con toda su alma, ayudando entre todos a Tomaso y a Patrick, ambos con feas heridas en el pecho.
A unos treinta kilómetros de Edimburgo, derrengados, llenos de sangre, polvo y moratones, consiguieron por fin alojamiento en un discreto hotel. Por fin tenían el libro, que Sigrid no había soltado en todo el rato, y ese hecho provocaba un sobrenatural alivio en Patrick, que compartió con el resto del grupo. No obstante, tanto Patrick, con varias costillas rotas, como Tomaso, con una extraña herida en el tórax como si algo le hubiera hervido por dentro, necesitaban asistencia médica con urgencia.