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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 10 de mayo de 2021

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 29

De Vuelta en la Mansión

Plantearon la posibilidad de acercarse a Porton Down para intentar encontrar a Rebecca Clarkson y quizá incluso poder hablar con Robert. Detenidos en una estación de servicio, Derek telefoneó a John Atkinson para comentarle el atentado en Porton Down y ver si podía averiguar algo más que les decidiera a acudir allí.

—¿Ha visto en las noticias lo de Porton Down, señor? —preguntó.

—Sí, por supuesto, Hansen —respondió el Persa—. Es la comidilla del día en todos mis círculos.

—¿Tiene alguna idea de quién puede haber llevado a cabo el atentado? ¿O cómo lo han podido hacer?

Instalación militar de Porton Down

 —Pues la verdad es que no, no... desde luego, nadie se explica cómo ha podido suceder algo así. Porton Down tiene una seguridad fuera de serie. Pero, claro, usted y yo sabemos que la seguridad mundana no protege de todos los peligros que hay ahí fuera....

—Por supuesto —contestó Derek con una medio sonrisa—. Lo que realmente quería saber es si tiene usted algún contacto en aquella base a quien podamos acudir para completar la información.

—Mmmhh... normalmente, quizá fuera así, pero da la casualidad de que el comandante en jefe de Porton Down es el general Michael Reid, el que dio la orden de interceptaros a vuestra llegada a Inglaterra, así que es preferible no agitar el avispero, ni de Porton Down ni de ninguna base del sur del país. Ahora mismo no me fío de nadie allí. Hay Hermanos, pero no quiero ponerlos en peligro.

—Ya veo...

—Si estáis pensando en ir para allá —continuó el ex-embajador—, creo que deberíais replanteároslo seriamente. Si la seguridad allí es brutal de normal, ahora debe de estar reforzadísima.

—Bueno, estábamos planteándonos ir por ciertos temas que no vienen a cuento, pero tiene usted razón señor, será mejor no acercarse por allí en una temporada.

—¿O'Donnell y Williams llegaron al hospital? ¿Está bien Yatsenko?

—Sí, señor, muchas gracias por su ayuda, de momento están allí y sin novedad. Gracias por su ayuda, le mantendré informado.

—Muy bien, tengan mucho cuidado.

Tras esta conversación, el grupo desistió definitivamente de la posibilidad de hacer una visita a Porton Down, y tras evaluar brevemente si volver a Edimburgo o retornar a la mansión Jacobsen, optaron por esto último. Patrick arrancó de nuevo el vehículo y se puso en camino hacia Londres.

Y entonces, su estómago se volvió del revés y su cabeza pareció explotar. Una sensación que ya había experimentado cuando Novikov estuvo a punto de hacerse con el diario secreto de Napoleón. Pisó bruscamente el freno, y el coche salió al arcén, golpeando contra el quitamiedos de la carretera.

—¿¡Pero qué demonios...!? —exclamó Tomaso, sacudido a su vez por el vínculo kármico.

—Patrick, ¡¿estás bien?! —preguntó Sigrid, viendo que Patrick se echaba sobre el volante tosiendo y sufriendo arcadas.

—N... no... —tosió de nuevo—... bueno... parece que ya pasa... —respiró hondo, mientras Derek, de copiloto, lo incorporaba.

—¿Qué sucede amigo? —el rostro de Tomaso se había tornado en uno de sincera preocupación.

—Pues... ufff... parece que no es buena idea que acudamos a Londres ahora... es la misma sensacion que cuando el libro y Novikov —miró a Sigrid—, solo que mucho peor. Me parece que mejor volvemos a Edimburgo.

—Pues vamos allá —acordó Tomaso. Sally reemplazó a Patrick al volante y tomando el primer cambio de sentido, volvieron a viajar en dirección norte.

En el camino de vuelta a Edimburgo, Sigrid aprovechó para llamar a la mansión Jacobsen, y hablar directamente con Emil. Como había acordado con el resto del grupo, contó a Emil que habían sufrido un ataque y que Yatsenko estaba en el hospital, y pidió a Emil el favor de que intentara trasladar a Alejandro Jodorowsky a Londres, alegando que tanto ella como el resto necesitaban someterse a psicoterapia, y le habló más o menos (más bien menos) las habilidades que tenía el psicomago.

—¿Y qué tal por ahí? —añadió la anticuaria—. ¿Todo tranquilo?

—Pues por suerte sí —respondió Emil—. Supongo que ya os habréis enterado del atentado de Porton Down, ¿verdad?

—Sí, claro, precisamente esa es otra de las cosas que nos hemos planteado investigar. ¿Por?

—Bueno, lo hablábamos esta mañana Paula, Anaya y yo; los tres hemos llegado a la misma conclusión: estamos convencidos de que ese atentado nos ha venido de perlas para ganar tiempo. Ahora, Reid y los aliados de Crowley (si les podemos llamar así) tendrán que ocuparse de otras cosas, al menos durante unos días.

—¿Y sabes algo que no haya salido en prensa? ¿Quién ha podido hacerlo?

—Algo hemos averiguado, sí —contestó Jacobsen—. Al parecer es un hecho que han volado de una forma extremadamente quirúrgica una instalación científica donde se estaba desarrollando algún tipo de producto químico. Pero quién puede haber sido, de eso no tenemos ni idea. No se ha encontrado ni un solo resto ni de los atacantes ni de los explosivos utilizados.

—Vaya, interesante —Sigrid miró al resto del grupo, que lo había oído todo con el manos libres.

Sigrid también mencionó que en Edimburgo había visto en compañía de posibles enemigos a Thomas McKeefe, a lo cual Emil no supo muy bien qué decir. Thomas había colaborado con él en muchas ocasiones, pero hacía unos meses que no tenían contacto. Diciéndole que necesitarían unos días más para arreglar sus asuntos en Edimburgo e insistiéndole en que intentara hacerse con los servicios de Jodorowsky, se despidieron.

A pocos kilómetros de cruzar la frontera con Escocia, Tomaso miró por casualidad a los coches que venían en sentido contrario, y vio algo que le costó varios segundos asimilar. Se sobresaltó cuando su cerebro por fin identificó lo que había visto.

—¡Demonios! ¡No os habéis dado cuenta, ¿verdad?! ¡Os juro que acabo de ver a Taipán viajando en el asiento del copiloto en un coche del sentido contrario!

—¿Estás seguro, Tomaso? —preguntó Sigrid—. Solo la has visto en fotos..

—Absolutamente —respondió el italiano, cortante—. Era ella, sin duda ninguna.

—Joder, ¿vendrá de Edimburgo? —dijo Patrick—. ¿Habrá conseguido el libro? ¡No puede ser!

—Calma, calma —instó Tomaso—. Si hubiera conseguido el libro seguro que lo habrías sentido, igual que lo que te ha pasado en la carretera a Londres.

—Sí, es verdad —dijo Derek—. Y de aquí a que lleguemos a un cambio de sentido ya estará a kilómetros de distancia, así que Taipán tendrá que esperar a que volvamos.

—Ya veremos cuando volvamos a Londres —zanjó Sigrid—. Si volvemos.

 

Tras unos minutos de silencio, Tomaso lanzó una pregunta al aire:

—¿No os habéis planteado que Taipán podría ser el nuevo cuerpo de Crowley?

La pregunta dio origen a una breve discusión en la que se rechazó la premisa propuesta por Tomaso, y en la que se intercambiaron opiniones sobre por qué Crowley y sus secuaces se mostraban ahora tan activos. Según Derek, era posible que estuvieran a punto de encontrar "lo necesario para llevar a cabo algún tipo de ritual, o algo así". 

—Lo que me parece altamente improbable —dijo Patrick—, es que después de lo que pasó en Nueva York, Taipán sea el nuevo huésped de Crowley. No lo creo. 

—Yo tampoco —zanjó Sigrid.


De vuelta a Edimburgo, Sigrid pidió ayuda a Tomaso para buscar por Internet antigüedades interesantes en casas de subastas o tiendas directas que hubiera en las inmediaciones. La anticuaria necesitaba cargas para el uso de sus poderes, y necesitaba tener en su posesión las reliquias necesarias.Y la verdad es que tuvieron bastante suerte: en el listado de reliquias que le pasó Tomaso, Sigrid reconoció al menos un par que debían de ser lo suficientemente importantes para tener cargas intermedias. Los dos estaban en la web de una casa de subastas, y se iban a poner a la venta en un plazo de un par de días: un colgante de la Edad Media y un reloj de arena que se usaba en la navegación durante el Renacimiento.

Como faltaban un par de días para la subasta, Sigrid decidió acercarse a una de las tiendas de antigüedades más prestigiosas de Edimburgo y hacerse con otros objetos menores; además, en el catálogo de la tienda figuraba un mosquete de las guerras napoleónicas que seguramente sería útil para algún tipo de daño ofensivo. En la tienda les recibió un hombre entrado en años, con chaqueta de tweed y pajarita, muy amable y atento. Cuando Sigrid se interesó por el mosquete e intentó negociar, el hombre fue tajante:

—Como usted sabrá —dijo—, cuarenta mil libras por un mosquete napoleónico plenamente funcional es una ganga, me temo que no puedo bajar el precio de ninguna manera.

—Sí, eso lo sé —respondió ella—. ¿Pero me garantiza que funciona?

—Por supuesto que...

—¿Qué precio tendría si no funcionara? —interrumpió Derek, lanzando una mirada muy significativa a Sigrid y a Patrick.

—Bueno... supongo que en ese caso valdría sobre la mitad, pero les puedo asegurar que el mosquete funciona.

—Si decidimos comprarlo, ¿podría hacernos una demostración? —preguntó Sigrid.

—Sí, por supuesto, hay un campo de tiro donde podríamos cerrar el negocio.

—Muy bien, lo concretaremos más tarde por teléfono. Ahora, si no le importa enseñarme aquellos objetos de allí...

Mientras Sigrid elegía varias antigüedades asequibles y con cargas que le supondrían un desembolso de alrededor de mil doscientas libras, Patrick hacía uso de sus habilidades de alteración en el mosquete. Esbozó una medio sonrisa, prácticamente seguro de que el arma  no funcionaría si decidían llevar a cabo la demostración. "Es verdad que igual estoy jugando con el pan de los hijos de este hombre", pensó, "pero, ¿qué más da? ¡Esta no es nuestra realidad!". Poco después, se marchaban de la tienda.

—Tengo varios objetos con cargas —anunció Sigrid—, pero las del mosquete son mejores, no estaría mal hacerse con él.

—Bueno, ya me he encargado de ello —respondió Patrick, con una sonrisa cómplice—. Le llamamos y tras la demostración lo podremos comprar.

—De acuerdo... ¿llamo ahora mismo?

—No veo por qué no —añadió Derek. Y en cuestión de pocos minutos, Sigrid se puso de acuerdo con el anticuario para realizar la demostración el día siguiente.

 

Desde la tienda, se acercaron de nuevo a la mansión. Lo primero que les llamó la atención fue una furgoneta aparcada en la puerta exterior que lucía el rótulo "Sistemas de Seguridad Starkle".

—Vaya —dijo Patrick, mientras Sally conducía el vehículo sin detenerse—, era lógico. Deberíamos entrar esta misma noche, antes de que hayan puesto en marcha el sistema de seguridad.

—Sí, no nos queda otra —acordó Tomaso.

El resto de la tarde-noche lo pasaron descansando en el hotel, a la espera de salir hacia la mansión. Patrick aprovechó para comprar unas linternas de alta intensidad, y Derek se sintió reconfortado cuando, buscando noticias sobre Estados Unidos y Ackerman, vio que el plan que habían encargado a Omega Prime ya estaba dando frutos. Las fake news sobre Shannon Miller ya habían saltado a la prensa, y ya se anunciaba que se preparaban cargos contra ella por acoso, malversación y tráfico de influencias. "Esto será el espaldarazo definitivo para que Philip se haga con el control del partido", pensó. Llamó a Ackerman, como hacía habitualmente, para comentar la situación y mantenerlo informado; el congresista se mostró aliviado por todas las noticias y todavía se preguntaba cómo Shannon había podido ser tan estúpida como para caer en todos esos chanchullos. Derek se limitó a callar y sonreír para sí.

Ya bien entrada la noche se desplazaron a la mansión, con Sally y tras recoger a Moss. Detuvieron el coche un poco alejado del portón de entrada para evitar las posibles cámaras que pudieran haber instalado y se acercarían a pie la última cincuentena de metros, equipados con pasamontañas.

—Esta vez no me quedaré en el coche —anunció Sally—. Dadme un arma, y os acompañaré.

Recordando la conversación con Sally en la que la periodista le contó sus dudas y preocupaciones, Tomaso no se opuso a la decisión. Le alargó un arma y, con un leve gesto de cariño, salieron del vehículo.

Tomaso fue el primero que trepó a lo alto del muro. Vio que las ventanas de la mansión volvían a estar cerradas y no se veía ninguna luz. No vio ninguna cámara. Así que informó al grupo de que todo estaba despejado, y se descolgó, alumbrando a su alrededor con la linterna.

A los pocos segundos, el italiano empezó a oír los ladridos de al menos un par de perros.

—Atrás, atrás —susurró—. ¡Hay perros!

Derek, que ya estaba en lo alto del muro, pudo ver cómo Tomaso resbalaba en su primer intento de volver a trepar, y ya se oían claramente los ladridos de dos grandes perros.

—Vamos, Tomaso —dijo—, ¡coge mi mano!

Con las linternas apagadas no pudieron ver claramente a los sabuesos, pero Derek intuyó las siluetas de un par de rottweilers. Afortunadamente, con su ayuda, Tomaso pudo trepar sin más problemas, y se reunieron en el exterior con el resto del grupo. Durante unos momentos discutieron qué hacer, mientras oían los ladridos al otro lado del muro. Decidieron alejarse, acercándose al coche.

Poco después, refugiados entre los árboles del margen de la carretera, vieron cómo dos figuras, un hombre y una mujer, salían por el portón de la mansión con sendas linternas y sendos perros sujetos con correas. Comenzaron a caminar hacia el punto donde el grupo había estado junto al muro. No tardaron en ver el vehículo del grupo, el único estacionado en la carretera. Se pararon y soltaron a los perros, que salieron como una exhalación hacia ellos, ladrando y gruñendo.

—Bueno, aquí se acaban las tonterías —dijo Derek.

—Sí —Patrick encendió su linterna, enfocando con ella a uno de los perros y aturdiéndolo. 

Derek y Tomaso encendieron también sus linternas y apuntaron a los animales con sus armas, mientras los dos adversarios apagaban las suyas. Sus disparos abatieron a uno de los sabuesos, aprovechando el aturdimiento del otro, y no tardaron en hacer que el segundo huyera por sus heridas. A continuación, apuntaron con las linternas al punto donde se habían encontrado los enemigos, pero ya no había nadie allí.

—Vamos, rápido, ahora o nunca —urgió Tomaso, corriendo hacia el muro.

El grupo al completo corrió tras Tomaso, y con más o menos dificultades, treparon y se descolgaron al jardín interior. Las luces de la casa empezaron a encenderse. "Esto es una locura", pensó Patrick, "nos hemos vuelto locos". Utilizando la vegetación como cobertura y debido a la diferencia de velocidades, se dividieron en dos grupos que se aproximaron al lateral de la mansión intentando no hacer ruido. No hubo pocos tropiezos, debido a la oscuridad (aunque intentaban alumbrar discretamente su camino) y la exuberancia de los arbustos y setos, pero finalmente llegaron a la terraza lateral del edificio, donde una puerta doble daba acceso a la casa. Patrick trató de utilizar su ya habitual maniobra de alteración, pero a pesar de estar convencido de haber tenido éxito, no consiguió abrirla.

Moviéndose con su habitual agilidad y potencia, Tomaso comenzó a trepar con el fin de alcanzar el balcón del piso superior, mientras el resto del grupo tomaba posiciones en la terraza, bajo él.

—Esperad, callad —susurró Patrick al resto—. ¿No oís eso?

—Sí, yo también lo he oído —confirmó Sigrid—; alguien estaba hablando al otro lado de la puerta. Voy a los árboles para controlar que no nos rodeen.

Tomaso siguió ascendiendo, echando mano ya a la barandilla del balcón, cuando Derek, Patrick y los demás comenzaron a oír ruidos procedentes del otro lado de la puerta, que no sabían muy bien como calificar. Pero era evidente que estaban manipulando la puerta de alguna manera. Se apartaron a los lados, mientras Tomaso daba una patada a una cámara de vigilancia que se encontró en la ascensión.

Sonó un golpe un poco más fuerte en la puerta, y a continuación se hizo el silencio.


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