Huida in extremis. La Alianza con Paolo.
Jonathan empezó a disparar como un loco, hiriendo al conductor del coche más cercano. Se desencadenó un tiroteo desde ambos extremos de la calle.
—¡Rápido, subamos al coche! —gritó Derek a Patrick, con la esperanza de que Sigrid y Tomaso, al otro lado, también lo oyeran.
La calle de Milán |
Tomaso ya había arrancado a correr para ponerse a cubierto al menos de una parte de los enemigos tras el vehículo, pero Sigrid permaneció en el suelo, aturdida. Patrick, que se encontraba prácticamente al lado de Derek, abrió la puerta trasera.
Sintió un pinchazo entre los ojos y su estómago se revolvió, sintiendo el vértigo existencial que ya había experimentado otras veces.
—¡No, Derek! —rugió—. ¡Hay que alejarse del coche! ¡Confía en mí!
Derek, que ya sabía de las corazonadas de Patrick y confiaba en ellas, se detuvo. "Pero... mierda", pensó, "el manuscrito de tapas negras está en el maletero". Se revolvió para pasar a la parte trasera sin salir del coche, mientras Patrick retrocedía, agachado.
Mientras Sally desenganchaba su coche y derrapaba para acercarse a sus amigos rápidamente y Theo Moss disparaba a discreción por la ventanilla, Sigrid se vio rodeada por una lluvia de disparos, que rompieron un hueso en su brazo derecho. La anticuaria soltó un aullido de dolor, pero consiguió revolverse, y rodando por el suelo, se acercó hacia la acera.
Con un movimiento de agilidad inusitada, Derek consiguió abrir uno de los asientos traseros y agarró una de las correas de la mochila que contenía el libro. Azuzado por los gritos de Patrick, que no dejaba de insistir en que debían alejarse del coche, salió desesperadamente por la puerta trasera que el profesor había dejado abierta, tan solo uno o dos segundos antes de que una fuerte explosión en el suelo lanzara el coche por los aires. La explosión fue extraña, no se pareció en nada a una bomba. "Es como si el suelo hubiera saltado hacia arriba", pensó Patrick; "incluso lo ha atravesado. Menos mal que tengo estas corazonadas". Derek dio un par de volteretas y llegó a la altura del profesor.
Tras la explosión, Tomaso se fijó mejor en los enemigos. "Unos esgrimen armas y otros hacen gestos, está claro quién es quién. Hechiceros". Una de ellos se tambaleó, claramente afectada por lo que acababa de hacer. El coche aterrizó tras uno segundos en un tejado cercano, mientras un relámpago caía del cielo dirigiéndose hacia Tomaso. Afortunadamente, consiguió moverse a tiempo para que el rayo lo dejara solamente un poco sordo y desconcertado, más aún por la nube de polvo y pequeños guijarros que caían del cielo.. Un chirrido fuerte y cercano lo devolvió a la realidad.
—¡¡Vamos, subid ya!! —bramó Sally. Con un trompo se había situado muy cerca del grupo, dándoles algo de cobertura—. ¡¡Vámonos!!
—Pero... —empezó a decir Derek, que no podía levantarse debido al fuego cruzado de todos los enemigos con subfusiles. Theo disparaba sin cesar; fue alcanzado en un hombro, pero no pareció enterarse. El coche estaba bajo una lluvia de fuego.
De repente, sonó un fuerte impacto. La camioneta que unos segundos antes había visto Derek a lo lejos había llegado por fin y, sin frenar, se había estrellado contra los vehículos de los enemigos de la parte este de la calle. Varios de ellos saltaron por los aires.
Rápidamente, el grupo se metió en el vehículo, con Sigrid aullando de dolor por su brazo inerte y Theo ejerciendo de muro de protección contra los disparos, mientras de la camioneta recién estrellada bajaban Camil y otros tres poseídos, que la emprendían a golpes (por lo poco que pudieron adivinar entre el polvo) con los matones y los hechiceros.
—¡Cuidado! —gritó Sigrid.
Entre el polvo, habían aparecido dos figuras enormes, de unos dos metros y medio de altura, que se movieron rápidamente hacia ellos.
—¡Son esos malditos Golems, o lo que coj...!
Tomaso no pudo acabar la frase. Sally había arrancado en cuanto pudo, pero una de las dos figuras había llegado a su altura y propinó una embestida al vehículo. Aquellos que la vieron no pudieron evitar un escalofrío cuando vieron que el engendro estaba hecho de una especie de alquitrán cambiante e iridiscente. La superficie parecía descortezarse y regenerarse continuamente. El golpe fue tremendo, y el vehículo salió despedido, girando lateralmente. Afortunadamente, la pericia al volante de Sally y la sobrenatural suerte de Derek entraron en juego: consiguieron que el coche no volcara, y que, tras impactar con uno de los vehículos que había embestido la camioneta de los poseídos, se quedaran en una posición óptima para salir por el callejón perpendicular. La periodista pisó a fondo el acelerador, y se giró:
—¡No responde! —gritó—. ¡El coche no responde! ¡¿Qué hacemos?!
—Tranquila, dame un segundo —respondió Patrick, cansado y concentrándose con la mirada perdida un par de segundos.
El profesor consiguió, con sus capacidades de alteración, hacer que el coche revirtiera al estado que había tenido unos momentos antes. Las abolladuras desaparecieron, las grietas de los cristales desaparecieron. Al gastar sus útimas energías, sintió cómo la cabeza le daba vueltas.
—¡Prueba ahora! —dijo, con una incipiente migraña.
Sally apretó a fondo, y, quemando algo de goma, el coche arrancó bruscamente. Se dirigieron hacia el callejón, mientras Derek y Tomaso veían a través de la luna trasera cómo una de las difusas figuras de los engendros de alquitrán corría tras ellos, y el otro se dirigía hacia el combate con los poseídos. La camioneta de estos últimos empezó a moverse también. Al llegar a la esquina, Jonathan saltó sobre el coche y consiguió unirse al grupo, solo con alguna herida menor.
A unos cincuenta metros de distancia de la escena, ya con el engendro desistiendo de la persecución, vieron una enorme explosión que se producía más o menos donde se había encontrado el grupo de coches arramblado por la camioneta.
—Menos mal que Paolo ha enviado a Camil y los demás, si no no lo contamos —dijo Tomaso, que se volvió para mirar a los demás. El aspecto del grupo era lamentable: todos llenos de polvo, rasguñados, Sigrid llorando por el dolor en el brazo y la posible pérdida definitiva de Ramiro, Patrick encogido por las costillas rotas y la migraña que le había provocado el uso de su habilidad, Theo sangrando por varias heridas y todos ellos agotados. Tomaso puso una mano en el hombro de la anticuaria, intentando reconfortarla.
Acto seguido, silenciando por pura fuerza de voluntad el amargo ardor de su pecho, cogió su teléfono; llamó a uno de sus contactos, que les proporcionó un apartamento seguro donde recuperarse y pasar la noche. Además, consiguió los servicios de un médico de confianza al margen del sistema sanitario oficial, que más tarde trataría las heridas del grupo y el brazo de Sigrid.
En el asiento de atrás, Derek y Patrick repararon en un pequeño objeto que había a sus pies: un cubo negro, liso, de unos diez centímetros de lado. Lo apartaron con cuidado con un pie, y a continuación decidieron guardarlo en una mochila.
Ya a salvo en el piso franco, Patrick hizo lo que pudo para consolar a Sigrid por la (presunta) pérdida de Ramiro y aliviar su desesperación. Tomaso telefoneó a Paolo con el manos libres:
—Hola, Paolo —dijo—. No sé si lo sabrás, pero finalmente hemos podido salir de la trampa que nos habían tendido gracias en parte a vuestra ayuda.
—Sí —contestó el que alguna vez había sido su hermano—, me ha llamado Camil hace unos minutos, bastante cabreado y mencionando una especie de Golems. Hemos sufrido dos bajas. Los dejasteis tirados.
—Siento oír eso —aseguró Tomaso.
—Lo sientes, pero no me parece bien que los dejarais allí a su suerte con más de una docena de enemigos y dos monstruos casi imparables.
—No estábamos en condiciones de luchar en ese momento —intervino Derek—. Patrick estaba inconsciente y Sigrid malherida. Si nos hubiéramos quedado, no sé si habríamos sobrevidido.
—No digo que lucharais, pero al menos —insistió Paolo— podríais haberles ayudado a escapar.
—Tienes razón —retomó la conversación Tomaso—, pero en ese momento no pudimos pensar más que en sobrevivir, egoístamente. Te pedimos perdón por eso.
Tras unos segundos de silencio sin obtener respuesta de Paolo, continuó:
—¿Os habéis ido ya de la villa?
—No, todavía no, pero lo haremos en breve, nuestras filas están reducidas y no quiero arriesgarme a que nos atrapen aquí. Aunque parece que tienen que "recargarse" de alguna forma y nos acabamos de enfrentar en Milán, mejor no arriesgarse.
—Nosotros nos deberíamos ir de Italia cuanto antes —propuso Patrick, con una voz apagada por la migraña.
—Ese no era el acuerdo —interrumpió Paolo—... ya os dije que dos de vosotros tienen que pasar a formar parte de nuestra... hermandad.
—Mañana volveremos a hablar, Paolo, ahora estamos agotados —y Tomaso colgó.
Acto seguido, pasaron a discutir la conveniencia de volver a la mansión Jacobsen, con reservas, pues aquello también implicaba peligros en forma de Illuminati. Aprovecharon para cumplir el protocolo de mensajes con Paula. Y Patrick, se opuso firmemente (todo lo firmemente que pudo, dadas las circunstancias) al retorno a la mansión, aunque también planteó dudas, porque era urgente que Jodorowski tratara su estado mental (si es que tenía las mismas habilidades que en la realidad anterior).
—Y no olvidemos nuestra cita pendiente con Taipán —dijo Tomaso, mirando de reojo a una ausente Sigrid.
—Uf, ahora Taipán es la menor de nuestras preocupaciones —zanjó el tema Derek.
—Estoy de acuerdo —Tomaso afirmó vehementemente con la cabeza—. Pasemos a cosas más importantes... tenemos que encontrar al Conde Saint Germain y hacerle recordar de alguna manera. Os recuerdo que vimos que la Orden de Hermes parecía operar con un epicentro situado en Suiza.
Ante la mención de Saint Germain, Sigrid pareció reaccionar levemente.
—Quizá —dijo en voz baja y temblorosa— si encontramos un mapa lo suficientemente antiguo en algún museo, pueda hacer algo al respecto —Patrick le puso la mano cariñosamente en la espalda, satisfecho al verla salir de la oscuridad—.
—Sí —acordó Derek—, podemos buscar uno, seguramente...
—¡Mirad esto! ¡Mirad! —les urgió Sally de repente, llamando su atención sobre el televisor.
Las noticias abrían con una espectacular imagen de un barrio arrasado. Los titulares y los locutores hablaban de que al menos una decena de manzanas habían sido arrasadas en un barrio periférico de Milán. Tomaso se quedó en shock cuando mencionaron el barrio donde habían estado pocas horas antes, y la cantidad de muertos y desaparecidos que había. Los enemigos se habían asegurado de que no quedaran testigos.
—Dios mío... —susurró el italiano—.
—Uffff, madre mía —Derek apretó fuerte los dientes—.
Tomaso se vio impelido por la rabia, y se metió al baño, donde se desfogó dando golpes en la pared.
Pasada la impresión por la hecatombe de Milán, procedieron a buscar un museo que se adaptara a las necesidades de Sigrid para localizar al Conde St. Germain. Finalmente, creyeron que el mejor lugar donde podrían encontrar un mapa lo suficientemente relevante, sería el museo de Marco Polo en Venecia. En el catálogo, Sigrid pudo ver que tenían un mapa dibujado de puño y letra por el famoso viajero.
El día siguiente, tras descansar todo lo que pudieron, salieron hacia Venecia en dos coches de alquiler. Tomaso recibió una llamada de Paolo.
—Tomaso, ¿vais a volver? —preguntó.
—No, no volveremos, necesitamos salir de aquí.
—Creía que teníamos un trato.
—Yo nunca aceptaría ese trato. Hablaré con los otros y en un rato te llamo —colgó.
Tomaso planteó el dilema al grupo, afirmando que, aunque Paolo tuviera a su hermana y sus sobrinos, nunca cambiaría sus vidas por las de otras dos personas aceptando el trato de su hermano.
—Yo estoy dispuesto a aceptar —dijo Jonathan de repente, sorprendiendo a todos.
—¿Cómo? —espetó Patrick.
—No me parece mala idea, seguro que puedo controlar al demonio que me intente poseer.
—No puedes estar seguro de eso, Jonathan...
—Yo también estoy dispuesta —interrumpió Sally. Tomaso la miró entre sorprendido e iracundo—. Creo que también podría mantener el control, y eso nos convertiría en activos mucho más valiosos para...
—No sigas, Sally —dijo Tomaso, horrorizado. Theo miraba a los otros dos, escandalizado—. Todo lo que ha dicho Paolo son palabras adornadas, y lo que quiere es controlaros.
—Claro que sí —ratificó Patrick.
Los siguientes minutos estalló una discusión entre el grupo; Sigrid apoyó la posición de Sally y Jonathan (y ella misma se planteaba prestarse a la posesión, buscando venganza de los asesinos de Ramiro), mientras Derek y Tomaso se oponían radicalmente, y Patrick trataba de mediar. Finalmente, dada la reacción radical de Tomaso y la oposición de la mayoría de los reunidos la cordura se impuso y decidieron no aceptar la oferta de posesión de Paolo y partir sin más hacia Venecia.
Cuando el Príncipe poseído llamó de nuevo, Tomaso decidió no contestar y dejar el teléfono en la mesa; fue Patrick quien descolgó y puso el manos libres. Al principio, Paolo se mostró hostil, pero el profesor consiguió reconducir la negociación hacia otros términos y, finalmente, establecer un acuerdo de colaboración con el fin de poder resistirse a los hechiceros de Hermes. Paolo exigió un "flujo de información total", ante lo que Patrick y el resto del grupo accedieron.
—Además —añadió el poseído—, en breve plazo tenemos que hablar de la posible "recreación". Tengo unos términos que establecer en ella.
—Está bien —contestó el profesor—, pero no tengo ni idea de cómo o cuándo se producirá eso.
—Bueno, el caso es que tenemos que hablar de ello... ¿qué vais a hacer ahora?
—Nos vamos de Italia.
—De acuerdo. No importa, mientras nos reunamos en algún punto en los próximos días.
—En principio, vamos a ir en dirección a Croacia —el profesor no quiso darle la información exacta sobre Venecia.
—¿Vais a ir en busca de Saint Germain?
—Vamos a intentar buscar más información, sí —confirmó Derek.
—¿Dónde?
—No dónde —intervino Sigrid—, sino cómo. Yo lo voy a intentar con mis capacidades. Hay un objeto en un museo de Venecia que seguramente nos dará alguna pista.
—Muy bien —Paolo pareció satisfecho con la información—. Si me decís dónde estáis, os proporcionaré una escolta.
Theo se opuso con vehementes gestos a revelar su localización, pero Derek susurró: "Theo, nos han salvado el culo ya dos veces, tenemos que empezar a colaborar con ellos". Así que aceptaron revelar su localización y empezar una colaboración sincera.
Media hora más tarde, mientras esperaban en sus vehículos, llegaba un SUV negro del que salieron dos tipos con gafas de sol. La habilidad de ver las auras de Patrick confirmó que estaban poseídos, cosa que se confirmó cuando vieron las deformaciones (dientes puntiagudos, lengua bífida) que lucía uno de ellos, al que Tomaso reconoció como miembro de la familia Cataldo. Tras unas breves palabras de presentación (los poseídos se presentaron como Lorenzo y Fiódor) partieron por fin hacia Venecia.
Ya en el museo, Sigrid identificó dos objetos que juzgó adecuados para la localización de St. Germain: un sextante que perteneció a Marco Polo, y un mapa dibujado por él mimo, como ya había visto en el catálogo. Por supuesto, ambos objetos estaban protegidos por vitrinas. Pero eso no fue obstáculo para Sigrid, que haciendo uso de la antiquimancia hizo que el director de los conservadores creyera firmemente que se encontraba escribiendo una tesis sobre Marco Polo, y necesitaba inspeccionar personalmente los dos objetos en cuestión.
Pocos minutos después, la anticuaria tenía el espectacular sextante en sus manos. Sintió el poder contenido en el objeto, y se concentró en Saint Germain. Acudió a ella claramente una sensación de dirección y de distancia. Triangulándolo todo con calma con ayuda de una brújula y una regla en otro momento del día, averiguaron que el vector atravesaba Italia hacia el noroeste, pasando por Suiza, Francia (cerca de París), Inglaterra, Gales... Pero por lo que había sentido, Sigrid dijo:
—Estoy segura de que no está más allá de París.
—Pues la línea pasa muy cerca de Zurich —dijo Derek—. Qué casualidad que atraviese Suiza...
—Sí —dijo Sigrid—. ¿Estará en la guarida de la Orden de Hermes?