Viaje a Madrid. Llegada a Zurich.
Tras comentarlo durante unos minutos, decidieron finalmente que intentarían triangular lo máximo posible el punto donde parecía encontrarse el Conde St. Germain. Para ello deberían desplazarse un número considerable de kilómetros, hasta una ciudad con un museo que albergara una antigüedad lo suficientemente importante para que Sigrid pudiera utilizar su poder simbólico.
Finalmente, tras varias horas de búsqueda, Derek dijo:
—Mirad, en Madrid he encontrado esto: la Universalis Cosmographia Secundum Ptolomae Traditium, de Americo Vespucio. Es de 1507... ¿valdría, Sigrid?
—Pues sí —contestó la anticuaria—, supongo que sí.
Poco más tarde subían a un furgón de alquiler seguidos por los dos hombres de Paolo en su propio vehículo para realizar el viaje de veinte horas por carretera que los llevaría a Madrid. Tomaso avisó a su hermano para informarle de sus movimientos, y Patrick llamó a Jacobsen cumpliendo el protocolo habitual.
Mientras se desplazaban hacia la capital española, Sigrid descubrió otro objeto que seguramente sería más accesible que el que había encontrado Derek: un mapa de Juan de la Cosa en el Museo Naval de Madrid. Así que decidieron cambiar su objetivo.
Carta Universal de Juan de la Cosa |
Lo primero que hicieron fue descansar en un discreto hotel de un pueblo cercano a la ciudad. El día siguiente se dirigieron al Museo Naval, dejando para más tarde la visita a la tienda de Sigrid en la Puerta de Alcalá.
En el museo, Patrick intentó que les permitieran hablar con el director del museo, pero este se encontraba de viaje, así que los redirigieron al conservador jefe. Uno de los guardias acompañó a Patrick y a Sigrid a un recóndito despacho en los oscuros pasillos cerrados al público del vetusto edificio. Derek, Tomaso y los poseídos se quedaron rondando por el museo mientras Sally y Theo esperaban en los vehículos.
En el despacho una placa en la puerta mostraba la inscripción "Jorge Díez, Conservador Jefe". El guardia llamó, y alguien dio permiso desde el interior. Allí, un tipo alto, con el pelo descuidado y con unas pequeñas gafas redondas levantó la vista hacia ellos.
—Señor Díez —anunció el guarda—, aquí hay unas personas que quieren hablar con usted.
Díez despidió a dos estudiantes que estaban sentados al otro lado de la mesa y asintió con la cabeza. Patrick y Sigrid entraron, dando las gracias al guarda.
—Díganme —dijo el conservador seriamente.
—Buenos días, señor Díez —dijo Sigrid—. Queríamos comentarle que nos ha extrañado no ver expuesta en el museo la Carta Universal de Juan de la Cosa.
—No, claro —contestó Díez—. No todos los artículos están expuestos... pero... dígame... ¿usted no es Sigrid Olafson?
"Mierda", pensó Sigrid, "ha tenido que reconocerme... ¿por qué?".
—Eh... sí, cierto —respondió Sigrid.
—Ajá. ¿Y a qué debemos el honor de que una anticuaria de tanto renombre visite nuestro museo? —Patrick no supo identificar si el conservador estaba siendo sincero o cínico, pero sí que se había puesto a la defensiva, seguramente debido a la mala fama de Sigrid.
—La verdad es que tengo información de una pieza muy similar, y quería examinar el original, a ser posible.
—Bueno.... les puedo dar a rellenar el formulario de solicitud, y cuando el director...
—No, pero no es necesario —interrumpió Patrick—; no deseamos llevarnos el mapa, sino solamente verlo unos minutos. Mi jefa, la señora Olafson, necesita cotejar unos datos que nos han llegado de otra fuente y hacen referencia a este mapa, por lo que necesitamos asegurarnos antes de gastarnos una fuerte suma de dinero.
—Sí, sí, si yo comprendo su necesidad —contestó Díez—. Pero los cauces son los cauces, y el director debe aprobar...
—Sí, claro, el director ya lo aprobó, ¿no lo recuerda? —Sigrid cogió su estatuilla en el bolsillo, y utilizó la Antiquimancia para intentar implantar el recuerdo en su interlocutor.
Díez la miró fijamente durante unos segundos.
—No sé qué está haciendo usted, señora Olafson —dijo—. Pero le rogaría que no siguiera utilizando sus... "artes". Si son tan amables, les puedo dar el formulario o les puedo acompañar a la puerta.
"Mierda", pensaron a la vez Sigrid y Patrick.
—¿Cuánto tardaría en procesarse el formulario? —reaccionó el profesor—. Es que necesitamos verlo hoy, es urgente de verdad. Se lo rogamos, señor Díez, es realmente importante, y tiene que ver con... bueno, con lo que veo que usted ya sabe.
El conservador pensó durante unos segundos. Finalmente, se levantó y los invitó a seguirlo:
—Muy bien, vengan por aquí.
Los dirigió a través de los pasillos hacia otra sala. En el camino, Patrick aprovechó para llamar a Derek e informarle de lo que estaba pasando.
Entraron a una especie de biblioteca, donde Díez abrió unos archivadores deslizantes especiales. Sacó una enorme carpeta y la puso sobre la mesa de investigación.
—Aquí tienen un facsímil del mapa, que pueden estudiar en profundidad.
—Está bien, pero nos gustaría ver el original.
—No se preocupen, el director volverá en un par de días, y podrá aprobar su solicitud.
Patrick aprovechó para visualizar su aura, y esta reveló a Jorge Díez como algún tipo de adepto, seguramente un cliomante.
Sigrid disimuló durante unos minutos observando la copia, y al cabo de un rato se marcharon, dándole las gracias a Díez. Se reunieron con Derek y Tomaso. Conversaron en voz baja durante unos momentos, y finalmente decidieron que tenían que revelar a Díez parte de la verdad. Así que pidieron al guarda que los volviera a conducir ante el conservador; lo consiguieron sin demasiados problemas.
Díez se sorprendió al verlos otra vez, y aunque transigió de nuevo en conversar, solamente dejó que pasara Sigrid a su despacho.
—No me había dado cuenta de quién, o mejor dicho, qué eres, lo siento —empezó Sigrid.
—¿De lo que soy?
—Sí. Lo que eres y qué eres capaz de hacer. Adepto. Quiero ser totalmente sincera: necesito urgentemente poder tocar el mapa original. No sé si tienes noticias de lo que está sucendiendo en Europa con los bibliomantes, pero la situación es grave. Y necesito simplemente tocar el mapa para poder localizar a alguien. Espero que entiendas lo complicado de la situación y es mejor que el museo borre todo registro de mi visita —dirigió una mirada hacia el formulario— si no quieren exponerse a problemas mayores. Hay enemigos que nos superan a todos.
Díez se quedó callado un largo rato.
—Señora Olafson —dijo al fín—. Debe ser usted consciente de que no es una desconocida en nuestros círculos. Y se lo tengo que dejar muy claro: no me fío de usted. No sé si me va a robar o cualqueir otra cosa; ha venido usted con otras seis personas (que tenemos controladas), y no sé muy bien qué pretenden.
Sigrid abrió las manos, intentando parecer lo más sincera posible.
—Le aseguro que no tenemos ninguna intención oculta. me estoy abriendo a usted. Necesito simplemente tocar el mapa para sentir una dirección y...
—Tenía entendido que era usted una bibliomante, señora Olafson, esto no me cuadra.
—Ya no lo soy. Ahora tengo otras capacidades.
—Mmmmh... eso es algo extraordinario, no sé...
—Le aseguro que el mapa no sufrirá ningún desperfecto ni intentaré llevármelo, solo quiero entrar en contacto con él unos segundos. Puede hacer que me acompañe quien quiera.
—Bien.... agradecería algo más de información...
—Es demasiado peligroso, no sé si se ha enterado de lo que ocurre en Europa central, pero la cosa está muy difícil. Mejor evite problemas.
—Algún rumor he oído, y es verdad que son preocupantes; no quiero más problemas, así que... bien, acompáñeme.
Díez y Sigrid salieron. La anticuaria hizo un gesto al grupo para que esperaran tranquilos, y después un guardia de seguridad se reunió con ellos. Pocos minutos después, Sigrid tenía el mapa ante sí, después de que Díez hiciera salir de la sala a tres doctorandos y el guardia esperase en el exterior de la puerta.
La anticuaria entró en contacto con el mapa, y concentrándose en St. Germain, a los pocos segundos sintió una dirección y una gran distancia.
—¿Sería tan amable de proporcionarme una brújula y una regla, por favor? —preguntó a Díez.
Con la brújula y la regla, Sigrid apuntó el rumbo.
—Muchas gracias —dijo al fin—. Ya he acabado.
—¿Ya? Debo decir que estoy algo confundido, nunca...
—No se preocupe. Mire, aquí tiene mi teléfono, llámeme si ocurre cualquier cosa. Y mejor destruya el formulario. Muchas gracias otra vez.
Ya tranquilamente en los vehículos, triangularon la dirección, y efectivamente, la línea desde Madrid se cortaba con la línea desde Venecia al sureste de Zurich.
—Maldición —dijo Tomaso—. Otra vez nos tendremos que meter en la boca del lobo.
—Sí, necesitaremos apoyo —confirmó Sigrid—. Tendremos que hablar con Paolo y con Emil.
A continuación, el grupo se dirigió a la tienda. Uno de los coches pararon ante la puerta y otro más alejado. Sigrid, Patrick y Theo bajaron del vehículo y entraron en el negocio. Cuando Lucía vio a Sigrid, se abalanzó sobre ella y la abrazó.
—Dios mío Sigrid —dijo la dependienta—, estaba muy preocupada.
—Sí, han pasado muchas cosas, tranquila Lucía, ya te contaré. Esther y los demás están bien, ahora, cierra la tienda y acompáñame que tenemos prisa.
Se dirigieron rápidamente al interior, donde Sigrid procedió a seleccionar varias antigüedades con cargas para ejecutar sus habilidades en el futuro.
En el exterior, transcurrido un buen rato desde que Sigrid y los demás habían entrado a la tienda, Derek reparó en un figura que se encontraba entre las sombras de los árboles a unos cincuenta metros de distancia. Cuando un coche la iluminó con sus luces, el director de la CCSA sintió un escalofrío. "Es Simeon bar Yohai, ¿cómo puede ser?". Por descontado, avisó a los demás inmediatamente. Se pusieron alerta, pero el presunto Yohai no parecía tomar ninguna acción. Estaba completamente inmóvil, mirando hacia la tienda.
No tardaron en avisar a través del móvil a Patrick de que bar Yohai los estaba vigilando. El profesor sintió un escalofrío en la espalda, e instó a Sigrid para que marcharse rápidamente. Después de que esta se despidiera de Lucía y le encargara cerrar la tienda dos o tres días, salieron para reunirse con los demás.
—¿Dónde está, Derek? —preguntó Patrick, una vez en el vehículo.
—Allí, al otro lado de la rotonda —señaló Derek.
Patrick intentó ver el aura del judío, pero estaba demasiado lejos.
—Necesito ver su aura para ver si es el auténtico Simeon... —dijo—. Tomaso, Theo, ¿me acompañáis para ponernos un poco más cerca?
—Sí, vamos —acordó Tomaso.
A unos cincuenta metros de distancia, Patrick volvió a concentrarse. Pero por algún motivo, era incapaz de ver el aura del enorme judío. Lo que les llamó la atención fue que seguía mirando hacia la tienda, en lugar de fijar su atención en ellos o en el grupo que estaba en los vehículos.
—Nada, no puedo ver su aura —desistió Patrick—. Vámonos.
Se retiraron a descansar a un hotel alejado del bullicio de la capital, donde pudieron conciliar al fin el sueño. La mañana siguiente, durante el desayuno, Derek se unió a Sally en la habitual búsqueda de noticias para ver si mencionaban algún hecho extraño en Madrid o en Europa... pero se encontraron con algo totalmente inesperado.
Todos los periódicos, digitales o impresos, abrían con la misma noticia. La televisión estaba también copada por los mismos titulares. Más o menos, todos venían a decir lo siguiente:
"Rusia pierde el control sobre un presunto portal en Tunguska, y pide ayuda a Estados Unidos, China y Europa"
"El primer ministro ruso pide perdón por los años de ocultación"
En la televisión, un reportero explicaba que hacía siglos que existía un portal a no se sabía qué dimensión...
—Al parecer, todo el operativo que les había permitido controlarlo hasta ahora en secreto, se les vino abajo aproximadamente desde hace un mes y medio, desde el día de nochebuena. Y no han tenido más remedio que pedir perdón por el secretismo. Ahora dicen que el "portal" (así lo llaman) se ha salido de todo control posible...
—Gracias, Stefan —respondían desde el estudio—. Esperamos ansiosos la nueva conexión cuando llegues a Tunguska.
Se miraron, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
—Mierda —dijo Sigrid—. ¿Desde el día de nochebuena?
—Justo cuando se recreó todo —confirmó Tomaso.
—Joder —continuó Sigrid—. Entonces... ¿quiere eso decir que Paolo y los demonios sí triunfaron?
El resto permaneció en silencio, mientras en la televisión hablaban de horribles sombras que parecían salir como una exhalación de la oscuridad que se había expandido de repente en varios kilómetros a la redonda en el remoto paraje siberiano:
—Además —continuaba una reportera—, nos han hablado del testimonio balbuceante de uno de los soldados que estaban de guardia y que acabaron enajenados que asegura haber visto un enorme monolito negro como el basalto aparecer de la nada antes de que sucediera la presunta "explosión de oscuridad que los envolvió y los arrastró al infierno".
—Y según nos han contado —decía otro periodista—, esa oscuridad parece estar deformando la realidad a su alrededor, como si fuera un imán que deformara todo.
—Se habla también de varias expediciones enviadas por el Vaticano que intentaron sellar ese portal demoníaco, pero que no tuvieron éxito y han desaparecido en el intento.
Tras superar el impacto inicial y asimilar como buenamente pudieron la información, llamaron al padre Borkowski. Este manifestó también su sorpresa.
—Sabíamos que había algo en Tunguska —se sinceró—, pero no esperábamos algo tan brutal. Desde luego —bajó la voz—, algo sucedió en la recreación que no esperábamos...
El sacerdote les confirmó la desaparición de al menos una veintena de clérigos de la iglesia, y la falta de noticias de ellos. Quizá habían sido abducidos por la oscuridad, o se habían vuelto locos como los soldados, o los tenían los rusos.
Derek llamó a su vez al congresista Ackerman, que estaba ocupadísimo pero le atendió al poco tiempo. Ackerman le contó que estaba colapsado con las noticias desde Rusia, y cuando Derek le preguntó por alguna información confidencial, el congresista le dijo que nada, pero que si se enteraba de algo se lo diría en cuanto pudiera. El director de la CCSA aprovechó para ponerle al día de los enemigos a los que se estaban enfrentando en Europa.
—Está bien —se despidió el congresista—. Tened mucho cuidado, y espero que volváis pronto, que ya lleváis demasiado tiempo fuera.
—Philip, una última cosa... ¿tenemos algún contacto de confianza en Suiza? Si puede ser, de alto nivel.
—Pues... ahora mismo no sé decirte. Creo que no, ¿por?
—Porque nuestro siguiente paso nos lleva allí. No pasa nada, tranquilo, hablamos en breve.
Tras colgar, se quedaron en silencio unos instantes, observando más noticias sobre el tema.
—Necesitamos Polvo de Dios —dijo Patrick en un momento dado.
—Para ir a Tunguska tal vez —contestó Tomaso—; pero ahora mismo, nuestra prioridad es viajar a Zurich e intentar encontrar a Saint Germain para hacerlo recordar.
Una hora después, los dos vehículos se ponían en marcha en dirección a Suiza. Nada más arrancar, Tomaso llamó a Paolo para comentarle las noticias de Rusia.
—¿Has visto las noticias, Paolo?
—Pues no, hemos estado muy ocupados dejando la villa, ya no estamos allí.
—Bien, pues parece que lo de Tunguska tuvo consecuencias muy graves y los rusos han reportado una especie de portal demoníaco que se ha salido de control...
—Ah, eso en realidad ya lo sabía —contestó Paolo, dejando a Tomaso sorprendido.
—¿Ah, sí? —intervino Patrick a través del manos libres—. ¿Y sabes qué... "cosas" están saliendo de esa oscuridad?
—Sí claro, demonios. Es un portal al... infierno, por decirlo de alguna manera, a una dimensión más allá del Velo. No os niego que al principio me gustó, era lo que pretendía al recrear la existencia, pero se ha salido de control, y en realidad los demonios que salen de ahí no son... no sé cómo decirlo... "normales". Hay una especie de monolito raro que parece haber causado una ruptura demasiado grande en la realidad.
—Buf, realmente inquietante —dijo Patrick—. Nosotros hemos averiguado que el Conde St. Germain debe de encontrarse en algún lugar del sureste de Suiza, estamos yendo para allá. Nos vendría bien algo más de músculo por lo que podamos encontrarnos.
—Creemos —añadió Tomaso— que allí puede estar la sede de la Orden de Hermes.
—Pero tendréis que investigar algo más antes de intervenir o hacer nada, ¿no? Sed discretos.
—Sí, por supuesto, pero te avisamos ya para que sepas hacia dónde nos dirigimos y que seguro que necesitaremos refuerzos.
Después de otra agotadora jornada de conducción, llegaron cerca de Zurich. A instancia de Tomaso, Sally se encargó de encontrar una casa de campo en alquiler que serviría como su base de operaciones.
Lo primero que hizo Tomaso fue llevar a cabo una búsqueda exhaustiva en internet en busca de acontecimientos extraños en Suiza, preferiblemente en el sureste. Tras quemarse las pestañas durante horas, no encontró noticias sobre hechos fuera de lo normal, ni siquiera indicios.
—No es normal —anunció—. Estoy seguro de que esa gente se ha dedicado a eliminar de alguna forma todas las pistas que nos puedan conducir a ellos.
—Quizá podríamos recurrir a Omega Prime... ¿Sally?
—Podemos intentarlo, claro —contestó la periodista, que realizó la llamada.
El día siguiente, Sally recibía la contestación de los hackers. Según les dijo, estaban sorprendidos de haberse encontrado con unas dificultades fuera de lo normal para escarbar en la información. Algo estaba sucediendo, desde luego.
—Me dicen que con muchísimo esfuerzo apenas han encontrado dos cosas. La primera es un acontecimiento ocurrido hace diez años en la ciudad de Lucerna, donde parece ser que hubo un intento de incendiar la catedral, y luego un presunto conflicto entre dos grupos donde algún que otro testigo relató la aparición de una niebla extraña, de "grandes nubes" sobre la escena y la caída de repetidos rayos y relámpagos. La segunda son varias referencias a una fiesta benéfica realizada hace aproximadamente seis años en una mansión de Zurich donde se mencionaba una empresa llamada "Crepúsculo Dorado" (en inglés, "Golden Dusk") dedicada al bienestar de los ancianos, donde tuvieron lugar varios asesinatos de los que no han podido averiguar mucho más...
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