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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 30 de diciembre de 2021

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 42

Monolitos y Demonios

Derek encabezó la marcha del grupo pasando la fuente y hasta el pie de las amplias escaleras que daban acceso al pórtico de columnas corintias donde se alzaba la estatua de Mercurio/Hermes. Una veintena de escalones se alzaban ante ellos.

Patrick se detuvo en seco. Además de sentir más intensamente la ya familiar comezón que le había invadido en Canadá y en el Orfeo de Nueva York y que, en su opinión, delataba la presencia de un monolito, se le erizó el vello, fue víctima de fuertes escalofríos e incluso sufrió leves calambres en las piernas que le hicieron tropezar y le forzaron a parar. El resto del grupo se detuvo con él.

—Hay algo muy inusual aquí, y peligroso —susurró el profesor—. Ahora mismo siento muchas cosas, y ninguna... ninguna buena —el profesor tartamudeaba—. Estoy asustado.

—Coincido contigo —dijo Tomaso—. Yo siento algo tremendamente impío en este lugar, pero —continuó, poniendo una mano en el hombro de Patrick— tenemos que sobreponernos y entrar si queremos salvar la existencia.

Las palabras de su amigo reconfortaron el corazón de Patrick y le hicieron sobreponerse a la oposición de su subconsciente a avanzar.

—¿Crees que puede haber un monolito dentro, Patrick? —preguntó Sigrid.

—Creo que sí... estoy convencido. La ventaja es que, si esto es como en Nueva York, mis habilidades estarán potenciadas.

Mientras conversaban, Derek se fijó en todos y cada uno de los detalles de la mansión. Y aunque esta se encontraba en un estado muy bueno, no pudo evitar fijarse en cuatro o cinco puntos donde el edificio había sufrido desperfectos. Provocados por alguna acción física... "¿quizá disparos, o una pelea?", pensó.

De repente, a todos les sorprendió empezar a oír un fuerte sonido, un sonido de aspas de helicóptero, que se acercaba por detrás. Se miraron, confundidos. Tomaso cogió a Sally de la mano y todos corrieron hacia un lateral del edificio para ocultarse.

Desde su parapeto, uno de los muchos entrantes y salientes de la construcción, Tomaso y Derek se asomaron para echar un vistazo. Sin embargo, a pesar de que el sonido era fuerte y claro y cada vez más alto, no se veía nada; solo la fuente varias docenas de metros más allá, y oscuridad. De repente, el presunto helicóptero pareció sufrir una malfunción, y se oyó lo que a Tomaso le pareció una explosión del motor, o quizá un impacto contra algún objeto. Unos zumbidos irregulares como si las hélices perdieran la estabilidad y a continuación varios impactos muy duros contra el suelo, muy cercanos, tanto que Derek y Tomaso se cubrieron con los brazos, temerosos de que algo les golpeara. Pero nada. Silencio.

—¿Pero qué coj...? —empezó Derek, susurrando—. ¿Qué ha sido eso?

—Eso era un helicóptero, seguro —contestó Tomaso—. Pero... ¿invisible? ¿En otra dimensión? No sé.

—Veamos... —Derek empezó a moverse, para asomarse a la parte frontal de las escaleras, seguido por Patrick.

Al asomarse, vieron como había aparecido una especie de agujero, de rastro en la nieve en el suelo, que podría haber sido provocado perfectamente por un accidente de helicóptero. Derek se giró hacia los demás, llamándolos. En cuestión de segundos llegaron a su altura, y miraron hacia donde el director de la CCSA señalaba.

—¿Qué quieres que veamos? —preguntó Sigrid, confundida.

—Pues... —Derek había vuelto a mirar hacia el punto donde había estado el agujero segundos antes. Ya no había nada.

—Yo sé que había un agujero, Derek —le confortó Patrick—, no te has vuelto loco. Ha desaparecido.

Sigrid, que se encontraba un poco apartada del resto, sacudió la cabeza, y no pudo evitar mirar hacia lo alto, hacia el pórtico. Desde allí, entre dos columnas, unos puntos rojos, como si fueran ojos, la miraban. La recorrió un escalofrío.

—Eh....¡eh! ¡Mirad ahí arriba! —increpó al resto.

Pero cuando Patrick miró hacia donde le decía, los ojos habían desaparecido.

—Había dos ojos rojos allí arriba, que nos miraban, estoy segura.

—Uffff —dijo Patrick—, te creo, te creo. Tendríamos que movernos.

—Rodeemos el edificio —dijo Tomaso.

Así lo hicieron. No consiguieron descubrir ninguna otra entrada secundaria, cosa extraña. Seguramente habrían cegado las puertas secundarias. En lo que sí se fijaron, para añadir más incomodidad, fue en que su rastro de huellas era inestable. En un momento dado desaparecían las huellas que iba dejando Patrick, mientras en otro lo hacían las de Derek o de Tomaso o de Sigrid o de Sally. 

Llegaron de nuevo a las escaleras frontales. Justo en el momento en que se volvió a oír el sonido del helicóptero. Y ahora que Derek se había acostumbrado un poco más, lo reconoció como el sonido de un helicóptero de combate. Derek decidió subir las escaleras para refugiarse en el pórtico, mientras Sigrid acompañaba a Tomaso hacia un lateral y Patrick corría tras Derek. De repente, el director de la CCSA se detuvo en seco, al ver varias figuras de sombras que le rodeaban, con demoníacos ojos ígneos.

—¿Qué haces, Derek? —Patrick había llegado a su altura, e intentó empujarlo hacia delante, aunque sin éxito—. Vamos, vamos.

Derek vio con horror cómo una de las figuras lanzaba unos zarcillos de sombras hacia él y otra lo hacía hacia Patrick. Este no parecía ver nada de eso. El sonido del helicóptero volvió a derivar en los zumbidos irregulares y las explosiones, y en los impactos contra el suelo. De repente, a Derek y a Patrick los invadió una ola de calor intenso y sintieron cómo cientos de guijarros invisibles impactaban contra su carne. Salieron despedidos hacia delante presas de un dolor intenso y cayeron sobre la mitad de la escalera, inconscientes.

Tomaso, que había perdido de vista a sus amigos, salió de nuevo a la parte frontal, donde había aparecido de nuevo el boquete. Vieron a sus dos compañeros tendidos en los escalones.

—Vamos, rápido —urgió Sigrid a Tomaso y a Sally.

Corrieron hacia arriba. Pero al entrar en las escaleras, Sigrid se sintió morir. El corazón se le desbocó hasta casi reventar, sus huesos se rompieron y sus músculos se desgarraron. Se derrumbó como un títere sin hilos. Tomaso sufrió el mismo destino. Sally fue presa de las naúsesas y los mareos provocados por la hinchazón de sus venas, pero aguantó consciente con un esfuerzo supremo.

—¡Tomaso! ¡Tomaso, por favor! —imploraba la voz de Sally.

Tomaso abrió los ojos, con un dolor intensísimo de cabeza. Su primer intento de hablar casi lo deja inconsciente de nuevo. Con un gesto de sufrimiento, pudo articular:

—¿Qué...? ¿Cuánto... cuánto tiempo...? —intentó preguntar.

—Bastante tiempo —contestó Sally rápidamente, entendiendo la pregunta—. Los demás necesitan ayuda.

Cuando miró a su alrededor, Tomaso pudo ver que Sally los había sacado a todos fuera de las escaleras (lo que debía de haberle costado horrores, porque tenía una pinta de agotamiento horrible).

—Tuve que sacaros de ahí —explicó—, porque en este tiempo ha habido como veinte o treinta repeticiones del sonido del helicóptero estrellandose. No se ve nada, pero sea lo que sea afecta físicamente a lo que está en el frontal de las escaleras. Ahora, vamos a ver si podemos ayudar a los demás.

—Sí... claro... sí.

Contra todo pronóstico, el cuerpo de Tomaso respondió a su orden de levantarse, y se acercó a los demás. Derek no tardó en despertar; a Sigrid, y sobre todo a Patrick, les costó más volver a la consciencia. Temblaban; el frío estaba haciéndoles mella.

—¿P...por qué te detuviste en... en las escaleras, Derek? —preguntó temblando Patrick.

—¿Eh? Ah, sí... me rodearon varias figuras demoníacas con ojos rojos.

—Qué raro....yo... yo no vi nada...

—Tenemos que entrar ya —urgió Tomaso, justo en el momento en el que se volvió a escuchar el sonido del helicóptero. De nuevo la malfunción y de nuevo el choque contra el suelo.

—Otra vez —dijo Sally—; es insoportable...

—No te p...preocupes Sally, es solo un bucle temporal, o algo así —la tranquilizó Patrick—. Ahora, ¡vamos!

Tomaso cogió de la mano a Sally y siguió a Patrick, seguidos de Derek y Sigrid. La anticuaria, que iba la más rezagada, pronto adelantó al resto de sus compañeros.

—¿Pero qué demonios...? —se giró hacia ellos. 

Todos estaban arrodillados, presa de vómitos y perdiendo extrañamente el equilibrio. De algún modo, habían creído que los escalones giraban a su alrededor y caían en una espiral descendente hacia el infinito. Sobre todo Derek y Sally parecían afectados por el vértigo. Patrick y Tomaso se recuperaron gracias a la ayuda de Sigrid. En ese momento, Tomaso vio cómo desde detrás de la estatua de Hermes, que ya se veía más o menos cercana, aparecían dos figuras sombrías que los señalaban y se reían. Se quedó congelado, señalando hacia allá.

Sigrid miró a su alrededor, viendo cómo estaba el grupo, y decidió que su única oportunidad era darles fuerza a través del vínculo kármico que los unía. Con un gran esfuerzo de voluntad, hizo reaccionar a Tomaso, a Derek y a Patrick, justo en el momento en que se empezaba a oír de nuevo el helicóptero. 

—¡Vamos, corred! —gritó la anticuaria.

Tomaso cogió a Sally de la cintura, ya que el vínculo kármico no la englobaba a ella, y corrieron hacia el pórtico. Sin embargo, a medida que iban subiendo se iban sintiendo más mareados, y en concreto Patrick iba sintiendo una comezón en la nuca más acusada. "Nos estamos acercando al monolito", pensó; "esto va a ser muy difícil... ya solo subir estas escaleras nos está costando la vida". Mientras pensaba esto, se fijó en otro hecho inquietante: la estatua de Hermes estaba girando su cabeza, siguiéndolos con la mirada.

—¿Veis eso? —señaló la estatua.

—Sí, nos está observando —confirmó Tomaso—. Tened cuidado, siento que aquí hay algo extremadamente maligno, casi no puedo aguantarlo.

Llegaron al final de las escaleras y entraron en el pórtico. De la estatua de Hermes emanaba una sensación tenebrosa que les encogía el alma. Pararon a recuperar el aliento con el corazón desbocado, cosa que a Tomaso le costó bastante, debido a la sensación de malignidad del lugar. 

—Mirad —Derek señaló el suelo. 

Multitud de sombras parecían danzar en el suelo del pórtico sin figura física que las proyectara.

—¡¿Pero qué...?! —exclamó Tomaso, que había sentido cómo uno de sus pies se dormía y no podía despegarse del suelo.

—Mierda, ¡¿qué pasa aquí?! —exclamó Sigrid casi al mismo tiempo. Había sentido lo mismo.

Cuando miraron hacia sus pies, vieron cómo varias de las sombras del suelo estaban agarradas a los pies de Tomaso y Sigrid, impidiéndoles moverse, y entumeciéndoles la extremidad. Por más que pateaban, no podían librarse de ellas.

—¡Aaaah! —gritó Sally—. ¡No, no, no! —Varias de las sombras la habían agarrado hasta la cintura, tirando de ella hacia abajo.

Derek, pensando durante un par de segundos buscó la puerta de la mansión. Donde antes debía de haber habido un portón bastante grande, ahora solo había una gran boca de oscuridad. El americano apretó los dientes, con un gesto de frustración.

Tomaso, desesperado, tiró con todas sus fuerzas sin éxito, viendo cómo Sally se hundía poco a poco hasta la cintura en las sombras del suelo. 

—¡No! ¡Nooooo! —rugió. Se estiró lo indecible hasta que pudo agarrar los brazos de la periodista, su amada. 

Un resplandor plateado pareció envolver al italiano cuando tiró de ella con todas sus fuerzas, ayudado por Derek que había corrido también para intentar sacarla de allí. Ambos gritaron por el esfuerzo, y tras varios segundos de indecible agonía, las sombras cedieron; Sally fue liberada con un brusco tirón y Tomaso cayó hacia atrás, con su propio pie todavía inmovilizado.

Patrick, viendo angustiado todo esto, decidió acabar con lo que creía que provocaba todo aquello. Recurrió a su habilidad de alterar la realidad, y, muy fácilmente (lo que para él confirmaba la presencia de un monolito) consiguió destruir el pedestal donde se alzaba la estatua de Hermes, que cayó a plomo y se rompió en varios pedazos. En ese momento, todas las sombras presentes en el pórtico liberaron sus presas y empezaron a correr hacia Patrick.

El profesor no tardó en darse cuenta del peligro que corría, pero sintió algo de alivio al ver a sus compañeros liberados. Les hizo un gesto para que corrieran hacia el interior de la mansión, y él mismo volvió a alterar la realidad para realizar un salto sobrenaturalmente horizontal y cruzar de una sola vez la veintena de metros que le separaban de la boca de oscuridad. Lo consiguió, atrayendo a todas las sombras consigo. Cuando cruzó el umbral, pareció chocar contra un aire mucho más denso, y algo frío lo envolvió y lo aplastó contra el suelo, provocando un doloroso impacto.

El resto aprovechó para correr hacia el acceso al interior de la mansión, pero ahora las sombras estaban agolpadas en la "puerta". Afortunadamente para Patrick, parecía que no podían entrar, pero suponían un obstáculo para el resto del grupo. Aun así, saltando y dando volteretas consiguieron todos atravesar el umbral sin que las sombras los atraparan.

Sobreponiéndose a lo que parecía una mayor densidad del aire, Tomaso se alzó en la penumbra, sosteniendo a Sally y con Sigrid al lado. 

—Joder —alcanzó a decir el italiano. En la penumbra pudo ver dos figuras compuestas de sombras parecidas a jirones de humo y con los ojos como tizones. Ambas parecían ser capaces de proyectar su propia esencia en zarcillos, y de hecho lo estaban haciendo ahora mismo, aplastando contra el suelo a Patrick y a Derek.

Los dos engendros miraron a los recién llegados y lanzaron más zarcillos de sombras contra ellos. Afortunadamente no los alcanzaron en primera instancia.

—¡Ayúdalos Tomaso, por favor! —Gritó Sigrid—. ¡Debes poder hacer algo!

Tomaso se armó de valor, y echó mano de su más profunda fe. Aquello era sin duda la quintaesencia del mal, lo que él más odiaba, y lo iba a erradicar. Empezó a rezar en voz alta, cada vez más alto, hasta que rugió las palabras.

Cuando Derek y Patrick, asfixiados, creían que no iban a poder aguantar más e iban a perder la consciencia, de repente la presión cesó y pudieron recuperar el aliento y ponerse en pie. Las sombras se habían retirado y solo veían a Tomaso envuelto en un aura argéntea mostrando en su mano el crucifijo de su pecho y declamando potentemente palabras en latín.

Mientras tanto, Sigrid se había fijado en su entorno. El vestíbulo de entrada parecía iluminado por pequeñas hogueras invisibles que hacían que danzaran sombras por doquier a su alrededor. Al fondo, donde debería haber habido una puerta, un gran hueco en la pared que parecía haber sido abierto a toda prisa, daba acceso a una gran sala al fondo de la cual la oscuridad se hacía más acusada. Fijándose un poco más, pudo ver que esa oscuridad correspondía a un enorme monolito cúbico de unos dos metros y medio de lado. "Qué raro...", pensó, "es como si hubieran quitado la puerta de entrada y también la puerta de esa sala para dejar pasar el monolito... las medidas coinciden... ¿lo trajeron hasta aquí? ¿Cómo demonios lo hicieron?".

Mirándose unos a otros, un simple gesto bastó para que todos iniciaran la marcha reverentemente hacia el monolito, protegidos de las sombras por la voluntad de Tomaso. A una distancia prudencial, ya en el interior de la sala posterior (una enorme sala que coincidía con la descripción que les había dado Klaus Jürgen), Sigrid se detuvo:

—No es necesario que nos acerquemos más. Desde aquí puedo intentar ya ver la escena —todos se detuvieron al punto, excepto Patrick que, como en trance y con la vista fija en el monolito, avanzó un poco más.

Sigrid se concentró y concretó sus pensamientos: "Muéstrame lo que sucedió durante el ritual orgiástico en el que estuvo presente Klaus Jürgen". En los siguientes minutos, Sigrid describió en voz alta a sus compañeros lo que pudo ver.

Durante cierto tiempo, la sala fue recibiendo gente. Gente de dinero y poderosa, y en su mayoría ya entrada en años. Pero todos ellos acompañados por un séquito de hombres y mujeres jóvenes (y no tan jóvenes, entre ellos Klaus)

Todos ellos, auspiciados por aproximadamente una docena de personas vestidas con túnicas ceremoniales y encapuchadas, se fueron desnudando poco a poco, entre cánticos (que Sigrid no podía oír) y gestos rituales. Varias mujeres y hombres desnudos, todos sumamente atractivos, iban de un sitio a otro con jarras de una bebida extraña de la que llenaban sus copas todos los presentes, muchos de los cuales ya caían presa de la embriaguez. Progresivamente, el ambiente fue subiendo de temperatura, y la ceremonia derivó en una intensa orgía. La orgía duró horas y horas, y durante ella se llevaron a cabo varios rituales, casi todos ellos relacionados con la recogida del semen y una consagración extraña del mismo. 

En un momento dado, entre mucha ceremonia y boato, hizo acto de presencia el que parecía el líder de toda aquella locura, con una túnica escarlata y negra, y con capucha echada sobre su cabeza. Se situó en el altar que habían habilitado donde en la actualidad estaba el monolito negro, y en ese momento Sigrid pudo ver su rostro: el rostro de un hombre de unos cuarenta años con perilla canosa y ojos profundamente azules. "Así que ese es el aspecto que tenías hace seis años", pensó la anticuaria, "y supongo que seguirás más o menos igual". 

El vello de Sigrid se erizó cuando vio que poco después, en la mesa que tenía ante sí el presunto Aleister Crowley, sus secuaces depositaban tres bebés que dormían plácidamente. Apenas pudo ver lo que siguió, pero haciendo de tripas corazón, con lágrimas en los ojos y fuertes náuseas, vio cómo con una sangre fría extrema, arrancaban los corazones de los pobres niños, para acto seguido, Crowley comerse uno y dos de sus secuaces el resto. Corazones de bebé crudos. "Bastardos", pensó con rabia Sigrid, "malditos bastardos".

Tomaso sintió una repulsión extrema cuando su amiga fue relatando la escena. Apretó fuerte los puños y juró en silencio que mataría a aquel  hombre con sus propias manos. "Lentamente, poco a poco, apretaré su cuello y..." Al darse cuenta del hilo de sus pensamientos, rezó en silencio, desesperadamente.

La gente aplaudió a rabiar el infame acto de Crowley y sus seguidores, Sigrid esperaba que debido al efecto de las drogas. La sangre de los recién nacidos se puso en unos cuencos que fueron pasando por toda la sala. Poco después, algunos de los presentes empezaron a vomitar. Y no solo a vomitar el contenido de sus estómagos, sino que, junto con las sustancias, empezaron a expulsar sombras. Pocas al principio, pero al cabo de unos minutos una pequeña multitud de gente expulsaba enormes jirones de oscuridad por sus bocas, con un gesto de indescriptible sufrimiento en sus rostros. Algunos empezaron a expulsar sangre, y no tardaron en empezar a morir los primeros ancianos.

Las sombras expulsadas no tardaron en expandirse hasta cubrir prácticamente la totalidad de la escena. La visión de Sigrid se dificultó, pero alcanzó a ver cómo algunos jirones de sombras tomaban forma de seres demoníacos que ya habían encontrado hacía un rato. Esos "jirones vivientes" reventaban el cuerpo de la persona que los expulsaba cuando salían de ella, con lo que la sala también tardó poco en ser un pequeño lago de sangre y vísceras. La gente que no estaba lo suficientemente drogada gritó de terror, pero la mayoría era víctima de los efectos de los alucinógenos y no alcanzó a reaccionar.

La gente que iba vestida con túnica fue azuzada por su líder y finalmente parecieron reaccionar. Movieron sus manos y recitaron letanías, creando y lanzando luz, relámpagos y fuego. Estalló una batalla campal, y varias de las sombras consiguieron apresar al líder, el presunto Crowley. No obstante, la oscuridad se hizo ya tan densa que Sigrid no pudo ver nada más.

Sigrid cayó de rodillas, agotada y profundamente asqueada por todo lo que había visto.

—Madre mía... —rebufó Patrick.

—¿Has... has acabado, Sigrid? —preguntó Tomaso, rechinando los dientes. En todo ese tiempo no había dejado de concentrarse para canalizar la energía divina y proteger a sus compañeros de la oscuridad—. No puedo aguantar mucho más...

—Si, démonos prisa —acordó Derek, ayudando a levantarse a Sigrid—. Sigrid, ¿crees que podrías ver cómo apareció el monolito aquí?

—No lo sé, lo puedo intentar.

—Haz todo lo que puedas —intervino Patrick—, es importante.

Sigrid volvió a concentrarse.

Alrededor de Sigrid apareció una penumbra que no llegaba a ser ni de lejos una oscuridad cerrada. Aun así, por todas partes se habían encendido luces para combatirla (eléctricas, de combustión y de todo tipo), cosa que no se había conseguido totalmente. La puerta principal de la mansión había desaparecido y en su lugar había un hueco abierto manualmente; la puerta que daba acceso a la sala principal había sufrido el mismo proceso. Varias figuras vestidas sobriamente entraron por el hueco principal, con los brazos extendidos y un gesto de concentración en sus caras. Tras ellos, aún más personas, también usando sus poderes (¡entre ellos Svanur Simonsson, el que los había traicionado en Viena!), y un contenedor industrial que parecía haber sufrido varios desperfectos. El contenedor levitó lenta, agónicamente, hasta la parte posterior de la sala, donde en la escena anterior se había situado el altar. Allí lo dejaron caer y otras personas procedieron a retirar las planchas de metal, dejando a la vista el monolito que había en la actualidad.

Entre las figuras presentes se encontraba el líder de la ceremonia orgiástica y autor del asesinato de los bebés, el presunto nuevo huésped de Aleister Crowley. Lucía varias cicatrices en la cara, que no había tenido en el momento del ritual. Y la imagen se esfumó.

—Vaya —dijo Patrick—, o sea, que el monolito entró aquí después de la ceremonia...

—¿No arrasaron hace poco el Orfeo de Milan? ¿No es posible que sea el monolito que hubiera allí? —hizo notar Tomaso, con el rostro perlado de sudor por el esfuerzo que ya le suponía canalizar su poder—. Sea lo que sea, larguémonos de aquí —cada vez más sombras se agolpaban en el límite de la luz del italiano—.

Patrick utilizó su poder para reventar un hueco en la pared posterior de la mansión. Poco después empezó a reconstruirse por sí misma. El profesor decidió entonces, en un arrebato, correr hacia el monolito y tocarlo. Tras un segundo, una multitud de miles de una especie de pequeñas arañas hechas de sombras empezó a trepar por su piel. No pudo reaccionar; en cuestión de un parpadeo, todo su brazo estuvo envuelto en sombras, y a continuación toda su persona. A ojos de Tomaso, que se alejaba de espaldas hacia la puerta protegiendo a todos los demás, fue como si el monolito se tragara a su amigo tras envolverlo en aquellas sombras vivientes.

En aquel instante, todos ellos a través de su vínculo kármico sintieron una oleada de terror y de angustia extremadamente brutal. Tomaso estuvo a punto de perder pie e incluso el conocimiento cuando sintió el salvaje sufrimiento de su amigo, igual que Sigrid y Derek, a cuyos ojos acudieron lágrimas de tristeza. Pero este último consiguió rehacer a los otros dos y sacarlos a rastras de allí, ya casi sin fuerzas para moverse. En el pórtico volvía a erguirse la estatua de Hermes como si no hubiera sucedido nada. Los últimos coletazos del poder de Tomaso los protegieron de las sombras hasta que llegaron al pie de las escaleras.

—Han... han arrastrado a Patrick... lo han arrastrado al Averno... —gimió Tomaso, todavía presa del shock, cayendo de rodillas al suelo con Derek. La cordura de los dos había cedido por fin.

Entre Sigrid y Sally consiguieron arrastrar a sus dos compañeros hacia donde se encontraban los demás, hacia el coche. Sally no podía evitar llorar, desesperada. Afortunadamente, cuando se alejaron lo suficiente de la mansión, el resto comenzó a moverse de nuevo.

—¿Qué, qué ha pasado? —preguntó Theo Moss, sorprendido por los cambios a su alrededor.

Sigrid se unió a Sally en su llanto desconsolado.

 


FIN DE LA TERCERA TEMPORADA

 



jueves, 16 de diciembre de 2021

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 41

Buscando la Mansión de la Golden Dusk

Klaus no pudo contener el llanto al recordar las escenas horribles de la "fiesta benéfica".

—Será mejor que lo llevemos a su casa —dijo Tomaso, que ante la situación había decidido acercarse a la mesa donde se había producido la conversación—. No creo que sea buena idea continuar con esto así.

—El problema —respondio Derek, haciendo un aparte con su amigo— es que ahora recuerda, y si ahora va a la policía puede perjudicarnos mucho...

—Claro —coincidió Sally—, la policía puede estar comprada o compinchada con Crowley y compañía.

—Quizá le podría hacer olvidar —anunció Sigrid.

—En cualquier caso, llevémoslo a casa para que esté más tranquilo —insistió Tomaso. Y así lo hicieron.

Al levantarse, Patrick aprovechó para meter en la mochila el cubo negro que había aparecido en la mesa al hacer uso de sus habilidades.

No obstante, finalmente el grupo prefirió no llevar a Klaus a su casa ante el peligro de que acudiera a la policía. Su mujer y su hija tendrían que esperarlo un poco más, y les pusieron una excusa peregrina por teléfono para justificar el retraso de su marido. Evitando también las preguntas de Franz Neumann acerca del "extraño cubo negro que había aparecido de la nada", decidieron llevarse con ellos a Klaus en busca de la mansión donde había tenido lugar la presunta fiesta benéfica. Se despidieron del traductor y se marcharon en busca del complejo, hacia Affoltern.

Decidieron empezar su búsqueda en el pequeño museo local sito en el pueblo de Zwillikon, al norte de la comuna. Allí les recibió una amable señora a punto de entrar en la tercera edad, que por suerte hablaba algo de inglés. Patrick, acompañado por Derek, tomó la palabra:

—Buenos días, estamos haciendo un viaje de "turismo arquitectónico" por la zona —el profesor puso la mejor de sus sonrisas—, viendo edificaciones antiguas, y nos gustaría saber si en los alrededores hay alguna mansión interesante de ver. No sé si tendría algún registro, o fotos antiguas de la zona que pudiéramos ver para poder visitar.

La mujer se quedó pensativa unos segundos.

—Es algo extraño lo que usted me pide —dijo—. Me temo que no tengo fotos así, aunque conozco dos o tres mansiones muy bonitas que quizá estaría usted interesado en visitar, Rauhenhaus, Baumannshaus, o también Schneiderhaus.

—Sí, estamos sobre todo interesados en edificios que fusionen arquitectura centroeuropea con neoclásica, que tengan elementos neoclásicos como por ejemplo, no sé... —disimuló— estatuas de dioses griegos, columnas corintias y demás.

—Bueno... solo conozco una villa que reúna unos requisitos parecidos... Baumannshaus. Esa seguro que les gustará, es muy bonita.

Tras tomar buena nota de la localización de la villa, hacer una pequeña donación y agradecerle a la señora su amabilidad, se marcharon rápidamente hacia allí. Desde un otero y con ayuda de unos prismáticos observaron la mansión. Efectivamente, lucía una docena de estatuas griegas en su parte frontal, pero tras unos minutos se convencieron de que el lugar no se correspondía con lo que había descrito Jürgen.

—¿Qué hacemos ahora? —se preguntó Patrick.

Discutieron qué hacer a continuación, totalmente atascados. Intentaron avanzar preguntando a varios taxistas sobre una mansión con las características que conocían, sin éxito. Por fin, Derek propuso acudir a preguntar a guías turísticos, que serían los que mejor conocían la región. El grupo acordó que sería el mejor curso de acción. Una rápida búsqueda reveló tres empresas de turismo en el distrito de Affoltern. Ya caía la noche cuando visitaron la primera, una empresa moderna, atendida por dos bellísimas jóvenes en el mostrador; desgraciadamente, no sacaron nada en claro, con lo que se retiraron a dormir a su casa.

Aprovecharon para tener una conversación con Klaus, al que habían dormido con barbitúricos durante las horas que habían pasado buscando la mansión. Consiguieron tranquilizarlo y, al menos, postergar su intención de acudir a la policía (Derek le insistió en que la policía estaría seguramente compinchada); acto seguido, lo llevaron a su casa donde se reunió con su mujer y su hija.

Esa noche, Derek se despertó con un fuerte escalofrío. Vio un cuervo en la ventana, un cuervo con unos extraños ojos brillantes. "Otra vez", pensó. "Nos están buscando otra vez". En pocos instantes, el cuervo levantaba el vuelo. 

Durante el desayuno, Derek no tardó en revelar el hecho:

—Nos están  volviendo a buscar, he vuelto a ver cuervos en sueños.

—Tendremos que movernos rápido entonces —dijo Tomaso, ante el asentimiento general.

Acabando rápidamente el desayuno, acudieron a la segunda de las empresas turísticas que habían seleccionado el día anterior.

La oficina tenía un aspecto más descuidado que la del día anterior. Se notaba que había vivido momentos mejores y se encontraba en un momento económicamente delicado. Una chica les recibió amablemente, hablando un correcto inglés.

—Buenos días, señores. ¿En qué puedo ayudarles?

—Buenos días —empezó Patrick—. Realmente, venimos a preguntar por algo muy concreto. Estamos de vacaciones por la zona, y unos amigos que estuvieron también por aquí hace unos años nos hablaron de un par de mansiones muy pintorescas... sobre todo de una que lucía una estatua del dios Mercurio sobre una fuente. Personalmente, soy muy aficionado a la arquitectura y al clasicismo, y me interesaría mucho ver esa mansión... ¿tiene usted alguna idea de cuál puede ser y dónde encontrarla?

—Una fuente... un dios romano... pues realmente no sé qué decirle... quizá se trate de la mansión Baumannhaus...

—No, esa ya la hemos visto y no es la misma, tiene...

En ese momento, un hombre entrado ya en años, con barba blanca, ojeras y sin pelo entró en la oficina.

—Guten Morgen, Olga —dijo en alemán—. Buenos días señores, siento interrumpir —continuó en inglés, espero que frau Olga les esté atendiendo bien.

—Sí muy bien —le respondió Patrick con una amplia sonrisa.

Herr Beck —dijo la chica—, estos señores están interesados en una mansión con mármol rosa porticado, con una fuente y sobre ella una estatua del dios Mercurio... ¿le suena a usted?

Beck se quedó pensativo unos segundos.

—Ummm... ¿no es Baumannshaus?

—No, no es esa, venimos de allí.

—Pues la verdad es que no caigo, no... —se dio la vuelta para marcharse, y abrió la puerta de sus despacho mientras Parick se disponía a leer su aura. De repente, se detuvo—: Bueno... ahora que lo pienso... quizá ustedes están buscando la mansión Hausenbach...

—Es posible —dijo Tomaso, con Patrick concentrado en ver el aura del viejo.

—Oh, hace tantos años —dijo el anciano. Su aura tenía alteraciones que salían de lo normal. "Más que alteraciones", pensó Patrick, "es que tiene un aura especial".

—¿Cómo es esa mansión? —insistió Tomaso—. ¿Y dónde se encuentra?

—Oh, hace mucho ya... yo era mucho más joven. Pero lo recuerdo, sí, la estatua de Hermes, bellísima, y la fuente también. Está entre Arni y Oberwil-Lieli. Les puedo llevar allí si quieren, si contratan un tour privado.

—Por supuesto —contestó enseguida Derek, disfrutando del desatasco en su investigación.

—¿Sabe si está habitada o abandonada? —preguntó Tomaso.

—La verdad es que no, hace muchos años que estuve, como les digo, ni siquiera recuerdo por qué. Pero como les digo, les puedo guiar hasta allí.

Y así, tras firmar unos papeles y entregar unos billetes, El grupo se encontró en el interior de un minibus conducido por el propio Beck hacia el noroeste. Los hombres de Paolo los seguirían en su propio vehículo.

Media hora después pasaban el pueblo de Arni y se adentraban en las carreteras secundarias que atravesaban el bosque. Pocos minutos después de dejar el pueblo atrás, la visibilidad del grupo se vio reducida por la aparición de niebla alrededor. La niebla se fue espesando rápidamente dificultando la conducción, y Beck tomó varias bifurcaciones, hasta que reconocío haberse equivocado. Tuvieron que volver hacia atrás un par de veces y dirigirse hacia otra dirección. 

—Claramente —susurró Sigrid, la más experimentada en salidas a la naturaleza, al resto de sus compañeros— el recorrido que estamos haciendo es demasiado extenso para el área que se ve en el mapa entre los dos pueblos. Algo raro pasa aquí.

Ante las palabras de su amiga, Patrick se esforzó por intentar detectar lo que fuera que sucediera en la zona, pero no pudo controlar sus habilidades (por otra parte prácticamente incontrolables) para servir a tales fines. Los móviles tampoco funcionaban desde hacía rato, y entre la niebla y la espesura apenas había luz, prácticamente el entorno era nocturno.

Finalmente, tras tomar una pista forestal bastante ancha y cuidada, llegaron a una explanada que se abría en medio del bosque. La niebla y la oscuridad impedían ver más allá de unos pocos metros, y desde hacía unos minutos, desde que se acercaban al claro, Patrick se rascaba compulsivamente la nuca, sintiendo la misma sensación que ya le había invadido en el Orfeo de Nueva York y en la catedral de Lucerna. Y no solamente Patrick; en esta ocasión, también Tomaso sintió una especie de comezón, de incomodidad. 

—Este lugar... —susurró el italiano— es... malsano. Hay algo impío aquí —se santiguó.

Sin alcanzar a escuchar las palabras de Tomaso, que las había pronunciado en un tono bajo para que solo las oyeran sus amigos, herr Beck dijo, mirando a su alrededor:

—Sí.... recuerdo esta explanada, y este ensanchamiento de la vía... sin duda, la mansión tiene que estar aquí. Deberíamos haber cruzado ya la verja de entrada. Qué extraño... es como si hubiera desaparecido.

Algunos de ellos bajaron del vehículo, entre ellos Sigrid, que recogió algunas ramas lo suficientemente secas como para prenderlas.

—Mirad —increpó la anticuaria, señalando un punto donde la nieve era más clara—. A partir de aquí no crece la hierba. Una línea recta perfecta. ¿Es posible que coincida con donde estaba el muro, o la valla de la propiedad?

—Sí... —dijo Beck, tras meditarlo rascándose la cabeza—, sí, es muy posible. Estoy perplejo, la verdad.

Se unieron con los poseídos de Paolo, Lorenzo y Fiódor, que habían dejado el vehículo atrás y habían recorrido el último tramo andando. Varios continuaron a pie, con Sigrid clavando ramas para que sirvieran de guía por si acaso, hasta que el minibus, que iba por delante de ellos, se paró. No hubo manera de arrancarlo de nuevo hasta que lo empujaron unos metros hacia atrás. Pudieron volverlo a arrancar así, lo que les sacó suspiros de alivio.

—Uf —profirió Patrick—. ¿Qué hacemos? Debemos tener cuidado...

—Tenemos que seguir —dijo Tomaso—. No podemos volver ahora.

*****

Derek encabezó la marcha, rodeado de los demás, y pocos pasos más adelante, el resto se paró. El norteamericano se giró, extrañado.

—¿Qué pasa? ¿Por qué os detenéis? —ninguno pareció reaccionar, así que Derek retrocedió hacia ellos.

Sintió un escalofrío cuando todos sus compañeros, inmóviles y sin expresión, se limitaron a mirarlo fijamente mientras se movía. Se acercó a Tomaso.

—¿Qué pasa, Tomaso? Contéstame —el italiano se limitó a mirarlo, sin expresión; igual que todos los demás. Al cabo de unos momentos de intentos infructuosos, el terror a la soledad de Derek se disparó, y se desesperó, gritando a todos para que reaccionaran.

*****

Mientras caminaba casi a la altura de Derek, Tomaso sobrepasó al resto. Se habían quedado parados e inmóviles, mirándolo fijamente. Por más que lo intentó, no pudo hacerlos reaccionar, y empezó a rezar quedamente, profundamente inquieto ante sus miradas fijas en él. Ni siquiera pudo hacer reccionar a Sally, por más que le rogó y la zarandeó. Lorenzo y Fiódor también estaban inmóviles, mirándolo.

*****

Patrick caminó también hasta que se dio cuenta de que se había quedado solo. Todos sus acompañantes se habían detenido y lo miraban fijamente en la oscuridad. Tras varios intentos de hacerlos reaccionar, observó sus auras. Ninguno de ellos tenía ni rastro de aura, lo que provocó un fuerte temblor en el profesor, pero se sobrepuso, pensando sin parar.

*****

Sigrid clavó una nueva rama marcando el paso, y al levantarse se dio cuenta de que todos estaban inmóviles y mirándola fijamente.Después de intentar comunicarse con ellos y no conseguirlo, salió del círculo irregular que habían formado alrededor de ella, y sintió pánico al ver que la seguían con la mirada, sin hacer absolutamente nada más.

*****

Sigrid y Patrick hicieron de tripas corazón y, asumiendo que aquellos que estaban a su alrededor no eran sus amigos, avanzaron un poco más. Tomaso y Derek decidieron hacer uso del vínculo kármico que les unía. En ese momento, todos ellos se dieron cuenta de que la niebla había desaparecido, y era de noche. Y no había ni una sola estrella en el cielo, que ahora estaba despejado. Les recordó mucho a cuando habían estado en Quebec, en otra vida.

Avanzando un poco más, sobreponiéndose a la noche, al vértigo y la falta de estrellas, alumbrados por una luminiscencia sobrenatural, vieron delante una plazoleta presidida por una fuente, y más allá una mansión con mármol rosa, con un frontis porticado y unas amplias escaleras. El frontis cobijaba un altar coronado por una bonita estatua del dios Hermes.

Invocando su vínculo con la pura fuerza de voluntad, Derek, Tomaso y los demás consiguieron contactar los unos con los otros  y sacarse de aquella anomalía en la que se encontraban inmersos. Así, Sigrid, Patrick, Sally y los propios Tomaso y Derek se reencontraron por fin en medio de la noche, ante la mansión y con el resto de sus acompañantes congelados y mirándolos fijamente. Se miraron unos a otros y, con un acuerdo tácito, se giraron hacia el edificio.

—Bueno, vamos a ver qué nos encontramos ahora —dijo Derek, iniciando la marcha.