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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 24 de febrero de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 19

El Complejo Central. Descubiertos.

La esfera de protección de Galad se percibía casi físicamente, una especie de barrera cristalina, etérea, flotando al borde de su visión y amortiguando tanto los susurros como los tañidos de las campanas (que se habían detenido hacía unos segundos). Sin embargo, los estentóreos gritos de Eraitan/Dirnadel no eran amortiguados en absoluto, y cada uno de ellos se sentía conmovido hasta las entrañas por el sufrimiento que transmitían. Daradoth dudó unos segundos, pero finalmente renunció a separarse del grupo y continuaron su camino como pudieron, cual almas en pena, con los gritos resonando en sus oídos. 

Las ramas iban siendo más delgadas e irregulares, lo que provocó que algunos componentes del grupo resbalaran en varias ocasiones. Por suerte nada fue más allá que unos pequeños sobresaltos.

Al cabo de un rato, los gritos dejaron de oírse de repente. El grupo se detuvo. Y de pronto, un rugido gutural y sobrenatural se alzó desde el suelo:

—¡¡Ruarrrrrrrggggghhhhhhhhhhhhhhh!! ¡¡Azîn elarrath kathros-zirralkân!! ¡¡Kathros-zirralkân, Daradoth!! ¡¡Raghatâsh akurnitekal elarrathor Galad eka Symeon eka Yuria Meristhenos-gadh!! ¡¡Kothêghtar Valaukamash....

Todos se miraron, confundidos. Habían escuchado sus nombres en un rugido demoníaco.

—Está hablando en Raghaukar, la que algunos llaman Lengua  Negra —anunció Symeon, haciéndose oír sobre el pavoroso rugido.

Al oír esto, Galad entonó una breve oración, reclamando el poder de Emmán para ayudarle a entender la lengua de sus enemigos. Emmán le concedió el don, y al punto traducía los horripilantes bramidos:

—Dicen... engendros de la Luz... Daradoth, Galad, salid de donde estáis o moriréis condenando vuestras almas... Yuria, Symeon... entregaos, o nos llevaremos al elfo... lo someteremos a los peores tormentos que podáis imaginar... sufrirá, y lo convertiremos... Salid, Daradoth... o lo convertiremos en una criatura de Sombra... salid y entregaos....

Poco después, los rugidos cesaban, y volvieron a escucharse los gritos de agonía de Eraitan. En un esfuerzo supremo de voluntad, el príncipe elfo, o más bien el arcángel que lo poseía, alcanzó a gritar en cántico:

—¡¡¡No salgáis, ni se os ocurra!!! ¡Os matarán! ¡Tenéis que seguir! ¡¡Seguiddaaaaaah aaaAAARRRRGGGHHH!!

Arakariann, con lágrimas en los ojos, dijo:

—Tenemos que rescatarlo, ¡no podemos dejarlo así Daradoth! 

El resto del grupo, incluyendo a Daradoth, se mostró de acuerdo en que era poco menos que un suicidio bajar a intentar el rescate del príncipe.

—Pero —insistió Arakariann—... ¿no deberíamos al menos intentar ver qué le están haciendo? Igual se nos ocurre algo.

—Podría hacerlo —acordó Daradoth, también con los ojos vidriosos—, pero más allá de ver, no creo que podamos hacer gran cosa. Además, lo importante es cumplir nuestra misión, demasiada gente depende de nosotros. Toda Aredia, de hecho. Hay que parar a esos Erakäunyr a toda costa.  De momento, sigamos adelante —puso una mano en el hombro de Arakarian—; con suerte, podré ver qué pasa con Igrëithonn cuando giremos un poco por el ramaje.

Continuaron, sin poder evitar sentirse culpables, algunos de ellos con el sufrimiento reflejado en sus rostros. Durante el camino, ahora se alternaban los aullidos de agonía con los rugidos amenazantes. No obstante, al cabo de un tiempo, tras superar un nudo de la rama, esta dio un giro a la derecha para situarse alineada hacia el complejo central, y el follaje permitió a Daradoth (gracias a su visión en la oscuridad) visualizar la escena allá abajo.

En la explanada que se extendía desde uno de los campanarios de la muralla hasta el Aglannävyr, más allá de la multitud congregada a la entrada del santuario (que los dos colosos de metal seguían golpeando sin descanso), dos enormes demonios del Palio miraban hacia el árbol. Ambos agarraban unas formidables cadenas que mantenían alrededor del cuerpo de Eraitan... "¿o quizá de Dirnadel?", pensó Daradoth, pues el físico del príncipe había sido alterado: era más grande, sus ojos brillaban con un fulgor dorado, y su piel era blanca como el mármol. Las cadenas refulgían con un resplandor ígneo que parecía infligir graves quemaduras al prisionero, que se retorcía de dolor. El resplandor parecía ser provocado por los propios demonios, ya que sus propias manos estaban envueltas en él, y cuando parecían apretar con más fuerza, se hacía más potente.

"Ammarië bendita, tiene que estar sufriendo muchísimo", pensó Daradoth, apretando los dientes. El resto del grupo lo miró, preocupado por la tensión que transmitía.

En un momento dado, los dos demonios se miraron y hablaron entre sí. Y al cabo de unos pocos segundos, la cadena restalló al rojo blanco, arrancando un último grito que se diría que rompió la garganta de Eraitan, que cayó inconsciente. Apagando el fulgor de la cadena, los demonios comenzaron a arrastrar sin miramientos al príncipe élfico hacia la colina, más allá del complejo central, hacia donde se encontraba la oscuridad que ni la visión de Daradoth podía penetrar...

—Se están llevando a Eraitan —advirtió al resto del grupo, con la voz temblorosa por la impresión que le había provocado el último grito del príncipe—. Se lo llevan más allá de la muralla, hacia la oscuridad insondable del otro lado.

Arakariann bajó la cabeza, apesadumbrado. Pero no dijo nada, consciente de la imposibilidad de la situacion. Tanto él como Daradoth elevaron una pequeña oración a los avatares por el alma de Eraitan, y tras ello, recomponiéndose, continuaron su camino.

Pero poco después empezaron de nuevo los problemas. Precedido por una conocida descarga en el cuello de Yuria, un potentísimo tañir de campanas les sacudió, mucho más que los que habían sentido hasta el momento. Primero el impacto, y luego una oleada de frío intenso, hizo que el corazón de Daradoth se encogiera y sintiera un fuerte dolor de cabeza, como si el cerebro se le congelara durante unos momentos. Cayó inconsciente.  Faewald, Arakariann, Taheem y Galad fueron afectados en una menor medida, no llegaron a caer inconscientes, pero durante unos minutos estuvieron afectados por náuseas y una fuerte jaqueca. 

Las siguientes campanadas no fueron tan potentes, y además Galad invocó la bendición de Emmán para proteger al grupo. Ambos factores permitieron que nadie más fuera afectado, y pudieron continuar su camino llevando a cuestas a su compañero elfo. Agotados y acosados por los susurros continuaron como pudieron.

 En su inconsciencia, Daradoth volvió a oír la voz del desconocido que había escuchado varias noches antes. "¿Hola?... ¿qué pasa?... estás perdiendo tu Luz. No pierdas la Luz, consérvala, es lo más preciado que hay, y la necesito, la necesito...".

Finalmente, Daradoth despertó pasados unos minutos. Todo el mundo se interesó por su estado, pero más allá de un fuerte dolor de cabeza que remitiría al cabo de un rato, no pudieron apreciar ningún cambio en él. El elfo no sabía explicar muy bien cómo le había afectado la campanada:

—Solo noto que hay algo distinto en mi interior. Nada grave, pero diferente. Eso sí, mientras estaba inconsciente ha vuelto la voz que me habla cuando duermo, y ha dicho que estoy perdiendo mi Luz... ¿alguna idea de qué quiere decir?

—Sí —afirmó Symeon, inspirado por Ninaith—. Casi todo en la Vicisitud se compone de una parte de Luz y una parte de Sombra, y es posible que la parte de Sombra se haya hecho más fuerte en ti.

—¿Y es posible que haya seres que se alimenten de esa parte de Luz? —Preguntó Daradoth—. Porque esa voz me ha dicho que la necesita...

—Es posible —respondió el errante, pensativo—. Sí, claro que es posible.

—Uf —resopló Galad, con el ceño fruncido por la concentración que le exigía la esfera de protección—. Si las campanadas tienen ese efecto, mejor démonos prisa.

Así que, sin más dilación, se pusieron de nuevo en marcha, con los susurros y las campanadas acallados por el poder que el paladín canalizaba.

Al cabo de un rato, Daradoth anunció:

—Vale, hemos llegado al cruce de ramas. La rama que se acerca hacia el complejo central está a unos veinticinco metros por debajo de nosotros.

Empalmando las dos cuerdas que les quedaban, consiguieron bajar sin más dificultades a la otra rama, y justo cuando descolgaban la cuerda para recuperarla una nueva campanada de gran potencia les afectó. Faewald y Galad fueron afectados, aunque sin llegar a caer en la inconsciencia. Fue Arakariann esta vez quien fue conmovido en su ser interno por el sobrenatural tañido, con un efecto parecido al que había sufrido antes Daradoth.

A pesar de todo continuaron su camino, asistidos por Yuria, cuyo talismán la seguía protegiendo de todo daño. 

Al cabo de unos minutos de camino por la  nueva rama, Symeon se detuvo de repente.

—Mirad esto —susurró, señalando algo—. Una espina.

—Sí, y ahora que me fijo, la rama está cambiando de color, se está haciendo más oscura —dijo Daradoth.

—Debemos de estar alejándonos de la influencia del santuario, o del tronco —supuso Yuria.

—Otra cosa de la que debemos tener cuidado —apostilló Galad, con la voz ronca por el cansancio.

Efectivamente, a medida que fueron avanzando, fueron apareciendo espinas en la rama, cada vez más grandes y retorcidas. La rama estaba convirtiéndose en algo parecido a lo que eran los demás Aglannävyr que habían visto. Presentaba bordes afilados y retorcidos, la corteza resbaladiza y quebradiza, y el avance se iba haciendo cada vez más penoso. De hecho, Yuria sufrió un resbalón que hizo que se clavara una de las espinas de la rama; la herida no fue grave, pero sintió como si la punta le inyectara un poco de frío en su interior. Se quedó un poco aterida, pero pronto se recuperó, asistida por Taheem y Symeon.

Por suerte, ya en ausencia de follaje, Daradoth anunció:

—Estamos cerca, casi estamos. Vamos, un último esfuerzo.

—Ojalá fuera el último —respondió Galad, respirando pesadamente—, pero me temo que esto está lejos de acabar...

Al cabo de unos minutos, Daradoth los increpó. Habían llegado al punto óptimo para bajar.

—Estamos justo encima de una de las torres campanario —anunció—. Tenemos que bajar ya, no habrá nada más cercano. En las murallas hay vigías, pero ellas son enormes y ellos pocos, creo que podremos bajar sin que nos vean, parecen todos mirar hacia el Aglannävyr.

—Aprovechemos ahora que han cesado de tañir las campanas —instó Yuria.

Campanario en la Sombra de Essel

Empezaron a preparar el descenso hacia el tejado de la torre, aprovechando hasta el último centímetro de cuerda y ramas. En un momento dado, a Daradoth le pareció ver movimiento por el rabillo del ojo.

—¡Quietos! —exclamó entre susurros—. ¡Agachaos y apagad la luz, viene algo!

Un enjambre de seres parecidos a murciélagos pero con una envergadura de al menos metro y medio apareció desde el otro lado del Aglannävyr, revoloteando por un área más o menos grande. El resto del grupo escuchó el aleteo, pero no pudo ver nada más. Afortunadamente, la bandada parecía estar peinando las ramas del enorme árbol y se desvió hacia otro punto, perdiéndose de la vista y el oído.

Esperaron de nuevo hasta que la zona estuvo despejada de vigías, y fue Daradoth quien, utilizando sus habilidades sobrenaturales, bajó con un salto. Caminando fácilmente por la pared inclinada y después por la vertical, se asomó al interior del campanario. No había nadie. Avisó al resto del grupo y todos comenzaron el descenso, que aunque Yuria instaba a hacerlo lo más rápidamente posible, fue mucho más lento y penoso de lo que había sido el del elfo. Afortunadamente no hubo más campanadas, y los sururros estaban en su mayoría acallados por la protección de Galad; el sonido más fuerte que se escuchaba era el de los colosos de armadura arremetiendo todavía contra el Santuario de Oltar.

No fueron lo suficientemente rápidos. Cuando se encontraban todavía sobre el tejado de la torre, una nueva campanada les sacudió. Galad sintió cómo un impacto presionaba contra la esfera de protección que mantenía, y a continuación sintieron el frío. Pero esta vez resistieron mucho mejor, y no tuvieron que lamentar ninguna pérdida de consciencia. 

Pocos minutos después, aparecieron de nuevo los seres voladores; afortunadamente, Daradoth dio la voz de alarma a tiempo de nuevo, y consiguieron pasar desapercibidos (en teoría, al menos).

Finalmente, Symeon y Daradoth accedieron al habitáculo de la campana, nerviosos. Un tañido allí sería la perdición para ellos. Instaron al resto a que se dieran prisa. Pero en ese momento, unos rugidos se alzaron desde el suelo. Daradoth se asomó para poder ver.

—¡Maldición! —profirió el elfo—. No sé cómo, pero nos han descubierto. ¡Un demonio está dirigiendo a los muertos y a los engendros hacia aquí! ¡Vamos, corred! —exclamó, levantando la vista hasta sus compañeros todavía colgados de la cuerda.

Un par de resbalones sin más consecuencia fue lo único que les retrasó un poco. Una vez todos dentro, corrieron hacia la escalera que empezaba a descender justo debajo de la campana. Se precipitaron hacia abajo, llegando en pocos momentos al nivel del suelo. Una puerta bastante grande parecía dar acceso al interior del complejo. Galad lanzó su oración para detectar enemigos cercanos, y percibió la zona despejada.

—No hay enemigos cerca —dijo—. Abrámosla.

Empujando entre todos, consiguieron abrir la puerta. Galad, Faewald y Daradoth resbalaron durante el proceso, agotados. No sabían cuánto tiempo llevaban sin dormir ni comer, pero no podían detenerse ahora. Daradoth se asomó, siendo como siempre el único que podía ver más allá de unos pocos metros. Vio que todas las construcciones a la vista estaban bastante deterioradas, pero se fijó en una que le pareció un poco más segura: unos antiguos establos al pie de la muralla, a la izquierda.

Algo se movió cerca, aleteando. Daradoth retrocedió dejando que el enjambre de criaturas voladoras pasara de largo de nuevo. En cuanto dejaron de escucharse, salieron y corrieron hacia los establos, con las luces mortecinas habituales. Atravesaron el edificio esquivando los escombros como pudieron y salieron por el otro lado, intentando desviarse lo máximo posible hasta la construcción central, la de la torre octogonal. Entraron en un edificio de utilidad ya olvidada cuando oyeron los rugidos de los demonios que accedían a través de la muralla.

Salieron a una calle donde una antigua fuente había reventado y de la que manaba un líquido que ya distaba de ser agua pura. La calle daba acceso a una pequeña plaza, llena de estatuas en estado ruinoso. Superaron un montón de trozos de esculturas, y enseguida Daradoth se detuvo. Sintió un escalofrío.

—Hay dos figuras pálidas al otro lado de la plaza —informó a sus compañeros, desenvainando su espada—. Y nos han visto.

Aterrado, el elfo vio cómo las dos figuras extendían un brazo hacia ellos. Reaccionó, invocando el poder de Nassaröth. Alzó su propio brazo, y un rayo de luz descendió sobre uno de ellos, incapacitándolo. Pero, por desgracia, el segundo pudo actuar. Daradoth sintió cómo algo se deslizaba en su mente...

—¡¡¿Pero, qué infiernos...?!! —exclamó Galad, cuando Daradoth salió corriendo de repente hacia delante, perdiéndose pronto en la oscuridad.

Symeon se sobrepuso a la sorpresa, y comprendiendo en un instante lo que había pasado, corrió rápidamente detrás de su amigo.


viernes, 11 de febrero de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 18

Caminando por las Ramas

Continuaron subiendo la escalera de caracol. Llamarla escalera de caracol era una simple manera de entenderse, porque no era ni mucho menos uniforme en su ascenso. Había momentos en los que ni siquiera se intuía la curva de la escalera porque se alargaba por la parte más ancha del tronco, otros en los que apenas se ascendía, y otros en los que se estrechaba e inclinaba mucho más. Se notaba que era una cosa "viva", que crecía alrededor desde el árbol. Y los siglos pasados sin el cuidado de los elfos la habían hecho aún más irregular y difícil de transitar.

Un Aglannävyr

 El ascenso, cargados con el equipo y las armas, pronto adquirió un ritmo cansino, agravado aún más por la irregularidad del entorno.

—Calculo que debemos de haber subido ya unos trescientos metros —dijo Symeon entre jadeos.

La mayoría de los pisos se identificaba gracias a un arco de acceso de medio punto bellamente trabajado, y casi desde el inicio de la ascensión identificaban aberturas en la materia del árbol realizadas aprovechando una especie de nudos que tenía la madera. Pero ninguna lo suficientemente adecuada para salir al exterior. Afortunadamente, el agua ya no era un problema, multitud de pequeños arroyos discurrían por el árbol, en un circuito que no llegaban a comprender del todo.

Por fin, tras varias horas de ascenso, Daradoth vio un hueco que podría darles acceso a una rama con una corta trepa. 

Symeon salió al exterior, sujetando una cuerda entre los dientes para atarla y facilitar el ascenso a sus compañeros, y al salir, los susurros enloquecedores volvieron con fuerza. Sintió un escalofrío, pero se sobrepuso y continuó avanzando hasta llegar a un lugar seguro, un pliegue, en la enorme rama cercana. Ató la cuerda a la tenue luz de su joya élfica, e instó a los demás a seguirle. Lo mismo le sucedió a Daradoth cuando siguió a su amigo al exterior. Sin embargo, cuando treparon hasta la parte superior de la descomunal rama, el elfo se quedó consternado. 

—No veo ni el complejo central ni la oscuridad que vi más allá por ningún lado, Symeon —anunció—. Creo que hemos salido por la parte opuesta.

—Bueno, qué le vamos a hacer —respondió el errante—, bajemos y sigamos intentándolo. Además...—Symeon se interrumpió cuando las brutales campanadas del complejo central reanudaron su tañido, por suerte amortiguadas por la mole del aglannävyr.

Se apresuraron a entrar de nuevo al complejo. Primero bajó Daradoth, y Symeon le fue a la zaga. El errante se asustó cuando le pareció oir tras él un aleteo, pero no se giró; "de todas formas", pensó, "no creo que vea nada con la poca luz que da la joya". Poco después se reunían con sus compañeros, y Symeon comentaba lo del aleteo.

—No creo que se tratara de una bestia alada —dijo—, el aleteo era como de un pájaron normal.

—Mejor no comprobarlo —contestó Galad.

—Sí —sentenció Yuria—, si esa rama no sale en la dirección correcta, lo mejor es que sigamos subiendo hasta que encontremos otra. Esperemos que haya más aberturas...

Así que continuaron la penosa y agotadora subida por las escaleras duarnte horas, sin encontrar ninguna abertura que les permitiera salir al ramaje exterior. Finalmente, tuvieron que detenerse a descansar.

Durante su sueño, la temblorosa y ya conocida voz volvió a hablar en la mente de Daradoth.

Te alejas... te alejas... ¿por qué te alejas? Trae la luz, por favor... ¡Trae la luz!

—Aguarda un poco más —contestó el elfo, sin saber cómo—, aguarda. Estamos intentando buscar un paso para ir a buscarte.

Date prisa, por favor, date prisa... hace tanto, tanto frío... tráela por favor, ¡necesito tu luz!

Por su parte, durante el descanso, Galad intentó buscar un sueño inspirador de Emmán. "Señor, muéstrame la fortaleza central antes de que fuera invadida por la oscuridad", se concentró.

La fortaleza era una construcción resplandeciente y majestuosa, en lo alto de una verde y paradisíaca colina. Galad la veía desde lo alto de otra de las colinas cercanas. Impresionantes murallas blancas y torreones equiespaciados con campanarios que emitían unas campanadas límpidas, cristalinas como el rocío de la mañana, capaces de sanar el espíritu de aquellos que las oyeran. Sin duda, ese sonido era Luz pura. Sobre la mole de la ciudadela, destacaba un edificio, el situado en el punto más alto; el edificio tenía forma de octógono y albergaba una torre magnífica, bellísima, de cuya cúspide brotaba un rayo de luz hacia los cielos. Los cuatro aglannävyr que rodeaban la ciudadela la refugiaban bajo su enorme ramaje. El único punto despejado de ramas y hojas sobre el complejo era el que se encontraba justo encima del edificio central, dejando que la luz los traspasara y llegara a las alturas. Todo rebosaba poder, un poder ancestral y euforizante. 

Y más allá del complejo central, aún otra maravilla, más impresionante si cabe que lo anterior, y que dejó a Galad sobrecogido y con la boca abierta. Una inmensa pirámide que resplandecía, reflejando la luz de las estrellas. "Pero... es de día... ¿la luz de las estrellas?". Y vibraba... vibraba con un poder inmenso, un poder... ¿divino? Sí, sin duda, sin duda... "siento a Emmán... y algo más...", pensó Galad, pero no le dio tiempo a recrearse con el sentimiento, pues la pirámide explotó de repente, brutalmente, arrasando con todo.

Galad despertó sobresaltado. Agotado, volvió a dormir, y, ya cuando hubieron descansado lo suficiente, compartió el sueño presuntamente inspirado por su dios. Symeon se quedó pensando unos instantes.

—Cuando estuvimos en Creä —dijo el errante—, yo vi en el Mundo Onírico los Santuarios como si fueran una pirámide. Dorada, de unos ciento cincuenta metros de alto con una especie de fulgor dorado difuso... ¿era parecida?

—En tamaño sí, pero en el resto creo que no —respondió Galad.

—Ahora que recuerdo —intervino Yuria—... ¿os acordáis del libro del alquimista que llevo meses tratando de descifrar? Pues en él aparecen varios diagramas con construcciones piramidales, y al parecer el autor fue un elfo, un tal Avaimas.

Intentaron encontrar algún nexo entre los tres datos proporcionados, pero como Yuria no llevaba el libro encima no pudieron deducir gran cosa. Arakariann tampoco parecía saber nada de ninguna pirámide, pues había nacido después de la Gran Reclusión. Así que, después de comer algo y reponer fuerzas, continuaron su ascensión. Mientras recogían, Daradoth también contó que la voz le había vuelto a hablar, y lo que le había dicho. Faewald se sorprendió al escucharlo:

—¿Dices que quiere tu luz, Daradoth? ¿Y te fías de ella? ¿No será acaso que quiere consumir la luz que haya en ti?

—No lo creo, Faewald —contestó el elfo—; estoy seguro de que es un ser de Luz atrapado aquí. A continuación, discutieron durante unos minutos, en los que Faewald y Symeon expresaron sus reservas ante el convencimiento de Daradoth.

—Si tenemos en cuenta la cantidad de tiempo que estas tierras han estado sumidas en la oscuridad —sentenció Galad—, dudo mucho de que haya algún ser de Luz sano aquí.

—Bueno, podéis estar tranquilos, que tendré todo el cuidado del mundo cuando llegue el momento —zanjó Daradoth.

Continuaron la ascensión, y a partir de un momento dado, comenzaron a caminar entre bonitas plantas luminiscentes. Sin embargo, un par o tres de horas después, se detuvieron. Al parecer, los tejidos y el xilema del árbol habían crecido sin control y era imposible continuar hacia arriba.

—No nos queda más remedio que buscar aberturas recorriendo los niveles del aglannävyr —susurró Daradoth, un poco descorazonado.

—Pues venga, lo mejor será que no perdamos el tiempo —animó Galad.

Y dicho y hecho, se adentraron en el último nivel accesible del ciclópeo árbol en busca de alguna abertura al exterior. Atravesaron multitud de salas, grandes y pequeñas, con el mobiliario y los objetos engullidos hacía tiempo por la propia materia del árbol. "Con tantos siglos de crecimiento, seguro que la mayoría de los huecos al exterior se habrán tapado", pensó Yuria, que iba marcando el camino con su cuchillo.

Tuvieron que comer un par de veces y descansar, y después de un número indeterminado de horas, por fin encontraron dos aberturas en la parte superior de un gran salón, a unos quince metros de altura y separadas una de otra por unos treinta metros. Aunque en el pasado parecían haber sido romboidales, ahora eran sumamente irregulares. Daradoth y Symeon treparon rápidamente y se asomaron, resistiendo de nuevo el embate de los susurros (las campanas estaban en silencio). El errante no pudo ver demasiado, pero Daradoth sí fue capaz de ver, en su límite de visión por la derecha, la sombra impenetrable que se alzaba donde debía de haber estado (o quizá estaba todavía) la pirámide que Galad había visto en su sueño. Varias ramas, todas ellas de un tamaño descomunal, estaban a una distancia alcanzable por el grupo.

—Creo que podemos salir por aquí e intentar llegar hasta el complejo —anunció el elfo.

Así que treparon todos y salieron al exterior. Cuando llegó el turno de Faewald, el esthalio se quedó durante unos momentos congelado, mirando asustado hacia la oscuridad. Volvió rápidamente sobre sus pasos y canceló el ascenso. No obstante, como ya lo tenían atado con la cuerda de seguridad, con la ayuda de Taheem y Arakariann pudieron reducirlo y evitar males mayores. Una vez todos de nuevo dentro del árbol, Galad lo tranquilizó con sus poderes; no solo eso, sino que decidió, con las habilidades que le había proporcionado Emmán, aliviar su estrés y su desequilibrio de una manera más potente. Faewald cayó en un reparador sueño durante unas horas para después alzarse, renovado. Como no tuvieron más remedio que descansar hasta que el esthalio despertara, el paladín aprovechó para reforzar también el estado mental de Arakariann.

A continuación, procedieron a escalar, esta vez sí, hasta la rama. No sin dificultades, pues volvieron a sufrir de falta de luz en el exterior. Pero Symeon se esforzó en ayudar a todos con su joya, y finalmente consiguieron por fin llegar a la parte superior de la rama, de no menos de cincuenta metros de ancho. Eso sí, siendo tan enorme, cualquier irregularidad se convertiría en un obstáculo formidable.

Así, empezaron una caminata muy diferente de la que habían llevado a cabo en el interior del aglannävyr, entre susurros y batir intermitente de campanas, con la amenaza siempre de la caída al vacío (porque por muy ancha que fuera la rama, habitualmente tenían que circular cerca del borde debido a los obstáculos bajo las tenues luces de Symeon y Galad). Daradoth enalteció su oído y permaneció en todo momento atento a cualquier movimiento o batir de alas en los alrededores.

En un momento dado, Daradoth vio en otra rama, a lo lejos, algo que le llamó la atención: una especie de construcción sobre ella, que parecía un convento (en ruinas, casi absorbido por el propio árbol).

Al cabo de un par de horas de penosa caminata, llegaron a un lugar donde la rama se trifurcaba. Una subrama seguía hacia arriba a la izquierda, y la otra hacia la derecha.

—Pues a la derecha vamos —dijo Yuria, y siguieron en aquella dirección, cambiando a un brote más delgado que aquel por el que habían transitado, y por tanto más peligroso.

De repente, volvió el tañir de las campanas, más alto que nunca. Un brutal impacto físico seguido de una ola de frío los dejó helados durante unos instantes. A todos menos a Yuria, que lo único que sintió fue el familiar latigazo en el cuello y un impacto parecido al que provocaría una explosión lejana. Symeon, Arakariann y Taheem cayeron inconscientes, y Daradoth sufrió unas intensas náuseas, igual que Faewald. Tuvieron que detenerse.

Y a los pocos minutos, otro campanazo. Aunque este fue más ligero, los conmovió tambíen por dentro, con un latigazo de frío. Galad tomó medidas, y utilizó su poder divino para evitar males mayores, permitiéndoles resistir los horripilantes tañidos, al menos durante un tiempo. Cuando Symeon y los demás recuperaron la consciencia y se encontraron lo suficientemente bien, siguieron la marcha lo más rápido que pudieron.

Llegaron a una nueva trifurcación, y se desviaron hacia la derecha, porque Daradoth vio que pasaba por encima de otra rama a la que creía que podrían descolgarse. Esta rama era aún más delgada que la anterior, y por tanto más peligrosa. 

Las campanadas se detuvieron, lo que agradecieron sobremanera. "Menos mal, estaba llegando al límite...", pensó Galad, que detuvo sus pensamientos.

Un grito de agonía horrible, estentóreo, los dejó helados de nuevo. Venía de abajo, y resonó en sus oídos, lo que daba idea de su potencia.

—Por Ammarië —dijo Daradoth—, es la voz de Eraitan...

—La de Dirnadel más bien —corrigió Symeon.

—¡Arrrrrgh! ¡¡Aaaaaaaaaaah!! ¡¡AAAAAGGHHH!! —el sonido era horrible.

Daradoth miró hacia abajo, pero el follaje bloqueaba su visión. Miró al grupo, detenido en torno a las débiles luces de Symeon y Galad, evaluando qué hacer.