El Edificio octogonal (II). Hacia el Foso.
Antes de ponerse a recorrer de nuevo el enorme edificio, el grupo discutió acerca de otros modos de localizar el orbe de Oltar. Daradoth puso en palabras sus pensamientos:
—¿No creéis posible que sea el propio orbe quien me está hablando en sueños? —preguntó, rascándose distraídamente la nuca; ahora que se fijaba, esa especie de picazón que había empezado a sentir al aproximarse al Aglannävyr y que era prácticamente igual que la que había sentido en Rheynald, había ido en aumento conforme se habían ido acercando al complejo central.
—Podría ser —contestó Symeon—, aunque no lo veo probable. Si el orbe es realmente un Arcángel, su manifestación debería ser más poderosa; aunque es posible que lo hayan sellado, o debilitado, o vete a saber qué.
—¿Y si —planteó Galad— hubieran ocultado el orbe en el cristal de ahí arriba y lo hubieran opacado para esconderlo?
—¿Tú crees? —dijo Yuria, escéptica—. No sé, por lo que habéis descrito y por lo que parece, la opacidad del cristal es provocada por la sombra...
—Pero quizás, solo quizás —insistió Galad—, el cristal responda a las órdenes de los elfos igual que lo hacen las estatuas del exterior.
—No perdemos nada con probar —se mostró de acuerdo Yuria.
Daradoth asintió con la cabeza, se acercó al enorme diamante y alzó sus brazos.
—Enciéndete —susurró en cántico, pero nada ocurrió. Lo probó de varias otras formas, pero ninguna tuvo efecto. Finalmente desistió, volviéndose hacia los demás—: Nada, no reacciona.
Yuria se había quedado callada durante todo ese rato, recorriendo la sala con la ayuda de la luz de Galad. Tras meditar unos segundos, dijo:
—¿Os habéis fijado? Hay exactamente ciento veintiún asientos en la sala.
—¿Y? —la invitó a seguir Galad.
—Ciento veintiunon son once veces once... once... otra vez ese número. Parece que la Sombra siempre manifiesta esas facetas... los once rostros de Korvegâr, las once vías de la Sombra, los once kaloriones con once apóstoles cada uno... ¿no os parece mucha casualidad?
—Desde luego —acordó Symeon, que se había acercado para oírla mejor—. Pero no creo que esta sala tuviera mucho que ver con la Sombra, por todo lo que hemos visto o soñado, más bien me inclino a creer que ese número debía de ser simbólico, representando la superioridad de la Luz.
Galad asintió vehementemente, Yuria también, pero no parecía tan convencida.
Tras unos segundos de reflexión, Daradoth cambió de tema:
—Creo que con las habilidades que me concedió Nassaröth podría localizar dónde se encuentra el poseedor de la voz que viene a mí en sueños, ¿creéis que debería intentarlo?
Todos se mostraron de acuerdo en que sí, que sería bueno que averiguaran de qué o de quién se trataba. Así que Daradoth se concentró mientras los demás hacían guardia, y la inspiración de Nassaröth le indicó una direcció y una distancia.
—Se encuentra a poco menos de trescientos metros hacia allá —anunció, señalando.
Galad, que tenía muy presente en la cabeza la distribución del complejo y las direcciones que habían tomado, calculó que Daradoth señalaba casi perfectamente hacia el norte.
—Señalas hacia el norte, Daradoth, hacia donde se encuentra la oscuridad impenetrable. Pero si la distancia es correcta, es la que más o menos nos separaría del foso.
Cogieron la impedimenta y se dirigieron hacia allá, aprovechando para registrar bien el lugar en busca de pasadizos o puertas que pasaran inadvertidas. Tras atravesar varias salas y pasillos, llegaron a la vista (la vista de Daradoth, el resto seguía sin ver nada más allá de los cinco metros que alumbraba la tiara de Symeon) de una de las entradas, efectivamente la del lado norte, protegida por uno de los rastrillos de fulgor plateado. Cuando accedieron al zaguán, Daradoth y Galad volvieron a sentir el profundo latido que procedía de la zona de oscuridad, aunque amortiguado, suponían que debido a encontrarse en el interior del edificio. Los susurros seguían sin escucharse.
—Ya veo el rastrillo —anunció Daradoth—. Hay movimiento en el exterior. No lo distingo bien, pero hay gente. Quedémonos a cubierto.
—Lo que parece claro —dijo Yuria— es que, por lo que hemos recorrido, el origen de la voz debe estar más o menos en el foso.
—¿Y cómo accedemos a él? Hay que salir —planteó Symeon.
—Pues tendremos que planear algo —dijo Galad.
Y así lo hicieron. Pasaron un largo rato discutiendo cómo hacer que Daradoth pudiera salir usando sus poderes para pasar inadvertido sin exponerse a los ataques de los muertos vivientes, los elfos dementes y los demonios. La conversación se vio interrumpida un par de veces por sendas campanadas de Sombra, mucho más amortiguadas de lo que se sentían en el exterior.
No obstante, decidieron que la salida al exterior la realizarían después del siguiente período de descanso. Así que dedicarían unas horas más a buscar en el edificio accesos a algún nivel subterráneo. Ya lo habían intentado antes sin éxito, pero vieron necesario insistir, porque les parecía raro que el edificio no tuviera cámaras o salas bajo el suelo.
De nuevo, tras varias horas, su búsqueda fue infructuosa; así que, agotados, se retiraron a descansar en una sala cercana a la salida norte. Cuando fue el turno de dormir de Daradoth, la voz no tardó en volver.
"Estáis tan cerca... tan cerca... hace tanto frío... necesito la Luz. Traedme la Luz, por favor, no la perdáis... no la perdáis...".
"Tengo que pedirte un favor", pensó Daradoth, "cuando te encuentre, no puedes quedarte con toda mi Luz, no puedes".
"Pero... pero... es que, hace tanto frío... yo... si tú me dejas... si me dejaras...".
Daradoth, aterrado, notó como la presencia intentaba tomar el control de su mente, desplazándolo a él, algo muy parecido a lo que había sentido en Tarkal cuando el presunto kalorion lo había poseído. "No... ¡no, no!". El cuerpo dormido de Daradoth empezó a agitarse levemente, alertando a Taheem y a Yuria, de momento no le dieron importancia. Pero pronto, a medida que iba viéndose desplazado, el terror de Daradoth iba yendo en aumento y su cuerpo moviéndose más claramente.
"Tranquilo... no... tranquilo", dijo la voz. "Solamente necesito... necesito... esto...".
Daradoth empezó a agitarse violentamente, como si estuviera viviendo una pesadilla vívida. Yuria y Taheem corrieron a intentar despertarlo, despertando a varios más con el escándalo.
Mientras tanto, Daradoth empezó a recordar.
Estaba en la sala de guerra del Templo de la Luz, con seis de los mejores generales elfos. La guerra no iba bien. Impartió las órdenes necesarias para las siguientes jornadas de combate. Corte. La espada casi resbalaba de su mano por la cantidad de sangre de engendros de la sombra que chorreaba de ella. Un enano de ojos rojizos, mucho más grande de lo normal y con una Daga Negra se abalanzó sobre él. Corte. Todo estaba perdido. La oleada de Sombra era imparable. Y esa herida en su costado... esa herida...¿humeaba?
Yuria le asestó una patada en las costillas, desesperada por los estertores de su amigo. Pero ni aun así despertó. En ese momento sonó una nueva campanada. "¡Noooooooo!...", dijo la voz, que pareció alejarse instantáneamente. Daradoth despertó, con un fuerte dolor en el costado, sin aliento y extremadamente agitado.
Cuando pudieron calmarlo, les contó lo que había pasado.
—He vuelto a hablar con ese ser que contacta conmigo. Me ha enseñado cosas, o no sé si me las ha enseñado, pero las he visto. Creo que no es el orbe, sino el que fuera en tiempos su portador. Cómo era el nombre que nos dijo Eraitan...
—Ecthërienn —dijo Yuria—. Según nos dijo, se suponía que él era el portador del Obre de Curassil.
—Pues creo que es él, por las cosas que he visto cuando me ha desplazado de mi propia mente —describió las visiones, o los recuerdos, que había tenido; no estaba seguro si eran una cosa o la otra.
—Quizá has podido acceder a su mente, y él a la tuya —sugirió Symeon.
—Puede ser... en cualquier caso, creo que es él.
—¿Y si de alguna manera su esencia, o su alma, permaneció de alguna manera en el orbe? —sugirió Galad.
—Pues... con suerte, lo averiguaremos pronto —zanjó Symeon—. Ahora, deberíamos dormir de nuevo, es demasiado pronto.
Y así lo hicieron, pues la mayoría de ellos no había dormido más que un par de horas.
Un calor agradable se abrió paso a través del frío reinante para conforta a Symeon en su sueño. Poco después, un toque en la frente, que le recordó al contacto de su madre cuando se encontraba en la cuna, conmovió todo su ser e hizo acudir lágrimas a sus ojos. "Despierta, hijo mío", escuchó. Abrió los ojos, para tras unos momentos de emoción, encontrarse en el Mundo Onírico. Alrededor, la Sombra y la Luz bailaban un baile interminable, con los jirones de una y de otra apreciendo y desapareciendo sin cesar sucesivamente. Delante de él, una anciana de rostro angelical y ojos muy claros, con un libro en las manos, lo miraba. "Ninaith".
—Mi señora, es un...
—No tengo mucho tiempo, hijo —dijo la anciana, con una voz que conmovió hasta la última brizna del ser de Symeon—. Solo quiero deciros que no debéis desfallecer, que estamos con vosotros. Vuestro destino es muy alto, la Luz está en vuestras manos, y no debéis abandonar a aquel que habéis perdido... —su voz se fue haciendo más débil... —. Es muy importante, y confío en ti más que en ningún otro... no me decepcionéis... la Luz... el mundo, está en vuestras manos... no lo abandonéis, no... —fue haciéndose más indefinida—... el cristal... ¡el cristal! ¡La Joya!, es la clave.... es la.... —desapareció.
Symeon despertó rápidamente, no quería estar ni un segundo más de lo necesario en el Mundo Onírico sin la protección de la diosa. Despertó a todos de nuevo, relatándoles el contacto con Ninaith.
—Me ha dicho que estamos destinados a lo más alto, y que la Luz está en nuestras manos. Y que no podemos abandonar a "aquel que hemos perdido" —informó—. Supongo que se refería a Eraitan. E insistió en que "el cristal", "la joya", era la clave. Eso no sé cómo interpretarlo.
Tras discutir durante unos minutos, completaron su descanso y despertaron a las pocas horas. Fue entonces cuando intentaron, haciendo uso de la Joya de Luz y de la tiara que llevaba Symeon, activar el gran cristal que flotaba a cinco metros sobre ellos. Pero no tuvieron éxito. "Si hubiérais podido decirme algo más, mi señora Ninaith...", se lamentó Symeon.
A continuación lo intentó Daradoth, también sin éxito. Aunque se fijaron en que, cuando la luz iluminaba algunos de los espejos que forraban la parte interior de la torre superior, estos se convertían en reflectantes durante unos minutos antes de volver a su estado opaco.
Tras muchos intentos y un rato de discusión, finalmente Galad decidió intentar canalizar algo de su poder ("del poder que Emmán me concede") hacia el enorme cristal. Así lo hizo; sin embargo, enseguida que trabó contacto con el objeto, notó un extraño frío a través del vínculo: sin lugar a dudas, un frío transmitido por la Sombra. Cortó la canalización al instante, sorprendido.
—Parece que, efectivamente, el cristal ha sido invadido por la Sombra —anunció—. Pero... no sé... tengo la sensación de que puedo hacerla retroceder de alguna manera...
—¿Crees que es seguro? —preguntó Symeon.
—Sí, creo que sí, siempre puedo romper el canal a tiempo, por lo que he visto.
—Entonces, deberías intentarlo.
Galad se aprestó a la segunda tentativa. Esta vez, se preparó para una transferencia mayor de su poder. Se concentró todo lo posible, y abrió un canal mucho más grande que el anterior. Pro supuesto, recibió un retroceso proporcional de Sombra. Pero el poder del paladín era mucho y su fe en Emmán inquebrantable, así que luchó con todas sus fuerzas. Perlas de sudor aparecieron en su frente, y su mandíbula se tensó cuando apretó los dientes. Pero la Sombra cedió, y finalmente alcanzó el objeto, continuando con su empuje.
—Mirad —susurró Symeon a los demás, que podían ver el diamante gracias a la luz que emitía su diadema—.
—Sí —dijo Daradoth—, una de las facetas está reflejando la luz.
—Sigue, Galad —animó Yuria al paladín.
Pero Galad no podía más. Guardando una brizna de su poder para no caer inconsciente por el agotamiento (o algo peor si la Sombra conseguía alcanzarlo a través del vínculo), cortó el canal, jadeando y casi hincando una rodilla en tierra.
La faceta que había señalado Symeon siguió reflejando la luz durante unos minutos, y todos se quedaron mirándola hasta que volvió a opacarse poco a poco. No obstante, ahora tenían la esperanza de poder recuperar el cristal de alguna manera.
—Sin embargo —dijo Galad, agotado—, hace falta una cantidad de poder inmenso, que no sé cómo vamos a poder obtener.
—Lo único que se me ocurre es conseguir el orbe, y que pueda ayudarnos de alguna manera —sugirió Symeon.
—De acuerdo, pero yo ahora... necesito descansar... —Galad estaba agotado, así que se tendió para descansar.
Una vez descansados, procedieron a ejecutar su plan para que Daradoth pudiera salir del edificio y llegar hasta el foso, donde se suponía que estaba la presencia que le hablaba durante sus sueños. Necesitaría toda la ayuda posible, así que Symeon le tendió la tiara que habían conseguido en el Aglannävyr, pero a Daradoth le fue imposible acceder a sus poderes. No obstante, cuando Galad le tendió la Joya de Luz de Eraitan, el elfo sí pudo ahondar en sus secretos, y descubrió una capacidad que hasta ahora les había pasado inadvertida; la Joya le permitiría crear una esfera de Luz pura que podría ayudarle a acabar con los engendros de la Sombra. La ciñó a su frente, ceremonioso.
Galad y Symeon utilizaron sus habilidades para despejar la salida, y Daradoth, tras desnudarse y quedarse vestido con lo imprescindible, invocó sus poderes para ocultarse a la vista.
—Cuidado, Daradoth —advirtió Galad—. Ahí fuera hay bastantes muertos vivientes. Por suerte, no parece haber demonios más acá del foso. Espera un momento.
Mientras Symeon invocaba los poderes de la tiara para distraer a los enemigos, Galad elevó una súplica a Emmán, en voz queda. Y su dios respondió. Un aura de vida pura emanó del paladín, que también ahuyentó a los muertos más cercanos. Daradoth aprovechó para abrir rápidamente el rastrillo, escabullirse al exterior, cerrar de nuevo, y desplazarse rápidamente hacia el foso. En línea recta, al final del camino de baldosas que llevaba a la puerta por la que acababa de salir, podía ver los restos de uno de los puentes que en otros tiempos habían dado acceso al edificio, con su correspondiente bastión interior y los restos calcinados del bastión exterior. Se estremeció cuando, al otro lado del foso, vio cómo miraban hacia él (pero, evidentemente, sin verlo) al menos dos docenas de demonios, entre ellos los dos que habían dirigido la marcha hacia el interior complejo y que, presumiblemente, se habían llevado a Eraitan hacia la oscuridad. Algunos de ellos empezaron a lanzar rayos de un fuego oscuro hacia el rastrillo que había dejado atrás. Pero lo que le inquietó más fue que, ya en el exterior del edificio, pudo sentir más claramente esa especie de latido que emitía el área de oscuridad, y que parecía haber acelerado su ritmo...