El Arcángel de Oltar y el Diamante de Luz
—Tenemos que despertar a Daradoth en cuanto podamos —urgió Symeon mientras observaba el Orbe de Curassil, que había cogido cuando se le había caído al inconsciente elfo—; realmente me preocupa lo rápido que he notado ese pulso oscuro...
—Sí —coincidió Galad—, pero eso va a requerir su tiempo, no tenemos más remedio que esperar a que sane esa herida.
—Tiene muy mal aspecto —intervino Yuria.
—Pero mejorará, espero que en pocas horas. Descansemos mientras tanto.
Galad cogió el orbe, e intentó ahondar en él. Lo que sintió al hacerlo fue distinto a todo lo que había sentido anteriormente al intentar sintonizar con otros artefactos y objetos de poder, excepto quizá con la espada Églaras. Pudo sentir el núcleo de poder del objeto, pero lo notó como si estuviera enterrado debajo de capas externas de sombra pura. No sabía explicarlo bien, pero era como si tuviera que "bucear" en un "estanque de sombra" para poder alcanzar su objetivo. Lo intentó.
Yuria y Symeon se miraron, inquietos. Galad llevaba un par de minutos mirando fijamente el orbe en su mano, sin mover un músculo.
El paladín consiguió superar el último estrato de sombras.Y se encogió al sentir una fuerte presencia, que habló en su mente. Bueno, en realidad no habló, sino que le transmitió unas sensaciones que Galad intentó verbalizar para poder entender:
"¿Eh?", pareció reparar en él, "¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?".
"Soy Galad... ¿estás ahí?"
"¡¡¡Fuera!!!"
Galad sintió un fuerte dolor de cabeza durante un breve instante, y retrocedió súbitamente hasta "la superficie". El gesto de dolor que transmitió su rostro puso alerta a sus amigos.
—¿Estás bien, Galad? —preguntó Symeon.
—Ehh... sí, sí, estoy bien. Dentro del orbe hay una entidad, bastante fuerte por cierto, que me ha rechazado. Está... no sé, como cubierta por varias capas de sombras.
—¿Y crees que podrías volver a intentarlo?
—Supongo que sí, aunque me da un poco de... —dudó— respeto.
—Si puedes comunicarte con él —intervino Yuria—, deberías intentar convencerle de que somos enviados de la Luz y es nuestra única esperanza.
Galad lo volvió a intentar, y esta vez le costó menos llegar a la presencia.
"Soy yo de nuevo. ¿Recuerdas a alguien llamado Ecthërienn?", preguntó.
"¿Tú otra vez? Ecthërienn... mmmmhh... no. Mientes. Mientes como todos. ¡Mientes!".
Galad notó cómo la entidad, el arcángel, lo tocaba de alguna manera abstracta. Un frío intenso lo invadió. Y un impacto muy fuerte lo golpeó, proyectándolo hacia "atrás". Cayó hacia atrás también físicamente en el mundo real. Cuando se despejó, explicó lo que había pasado.
—Creo que lo mejor —sugirió— sería que fuera Daradoth quien trabara contacto, porque él puede oír a Ecthërienn y quizá pueda ponerlos en contacto.
—Mmmmh... no sé, ¿crees que Ecthërienn colaborará? —dudó Symeon.
—Tened en cuenta —añadió Yuria— que llevan muchísimos siglos abandonados en la oscuridad, invadidos por la sombra. No sé hasta qué punto estarán en sus cabales, ni uno ni otro.
Decidieron descansar mientras Daradoth se recuperaba de su herida (que presentaba aún un aspecto horripilante, en absoluto natural). Al cabo de unas tres horas, Galad notó un pequeño escalofrío, y Symeon también, aunque con una intensidad aún menor. Permanecerion alerta, pero no pasó de esa sensación puntual. El errante se asomó al exterior, y lo que pudo notar era que en ese momento ya no se percibía el pulso procedente de la oscuridad del norte, sino un zumbido continuo, bastante molesto por otra parte. Informó a sus compañeros, dando a entender que el tiempo apremiaba; Galad decidió volver a intentar conectar con el arcángel de Oltar, pero esta vez no fue capaz de atravesar las capas de sombras. Tendió el orbe a Symeon, para que lo intentara él, pero tampoco tuvo éxito.
Varias horas después, Daradoth despertó por fin. Todos se aproximaron a él.
—¡Por fin, Daradoth! —exclamó Symeon—. ¿Cómo te encuentras?
—Pues... —Daradoth movió la pierna bajo la manta con la que le habían tapado— noto algo de frío en la rodilla. —Retiró la cobija para poder observar la articulación—. Vaya...
La herida abierta se había curado por fin, pero la parte exterior de la rodilla hasta la mitad del muslo más o menos lucía un aspecto poco habitual. Toda la piel estaba cubierta de pequeños zarcillos negros, que iban difuminándose conforme más se alejaban del punto donde se había encontrado la herida original. Daradoth se tocó con cuidado, poniendo un leve gesto de dolor: la herida estaba sensible, tierna.
—¿Te duele mucho? —preguntó Yuria, preocupada.
—Mucho no, pero parece que no ha curado bien del todo... ¿Galad?
—Me temo que es todo lo que puedo hacer con el poder que tengo, Daradoth —contestó el paladín—. Lo siento.
—No te preocupes, podré vivir con ello, al menos de momento; esperemos que no tenga otros... efectos, o que vaya a peor —vendó la herida con una tira de tela.
A continuación, le contaron lo que había sucedido cuando habían intentado sintonizar con el orbe, y cómo Galad había contactado mediante sensaciones con el presunto arcángel.
—Creemos que tú podrías poner en contacto de alguna forma al arcángel y a Ecthërienn —dijo Yuria.
—Y además —añadió Symeon—, ahora el pulso de ahí fuera ha sido sustituido por un zumbido, con lo que supongo que no vamos bien de tiempo.
—¿Cómo? Vamos para afuera —demandó Daradoth.
En la estancia que daba acceso al rastrillo se vio abrumado por la sensación. El zumbido era bastante potente. No pudo evitar tensar su rostro.
—Es... intenso —dijo a sus amigos—. En el exterior debe de ser mucho peor. Volvamos adentro.
De nuevo en el interior, sobreponiéndose a la molestia de los restos de la herida, fue Daradoth quien intentó ahondar en el orbe para contactar con el arcángel. Tras atravesar las capas de sombra, por fin trabó contacto con él. Transmitía frío, pero a la vez calor, y una clara sensación de inestabilidad que por unos segundos confundió a Daradoth. Un fuerte impacto intentó expulsarlo del trance, pero el elfo consiguió resistir e intentar transmitir a la entidad la presencia de Ecthërienn y su afinidad a la Luz.
De repente, notó un fortísimo dolor en la herida de la rodilla y un nuevo impacto.
Yuria se sobresaltó al ver cómo Daradoth salía despedido hacia atrás, soltando el orbe. Tras unos segundos de aturdimiento, consiguió reaccionar y, entre jadeos, explicar algo de lo sucedido.
—He conseguido contactar con él, pero la comunicación parece extremadamente difícil, solamente he notado... sensaciones, ninguna palabra. No creo que así podamos hacer nada para poder contar con él.
Agotados Daradoth y Galad, y tras una fuerte discusión motivada por el estrés acerca de si Daradoth debería intentarlo o no de nuevo sin la ayuda de los demás, volvieron a descansar.
Solo habían pasado un par de horas cuando Galad se despertó debido a un fuerte escalofrío. Symeon también notó algo, un ligero picor en la nuca.
—¿Lo has notado, Symeon? Igual que ayer, pero un poco más fuerte...
—Sí, aunque parece ser que yo lo siento mucho más débilmente que tú. Ya sabes lo que pienso...
—Que se nos acaba el tiempo, sí.
Tras despertar a Daradoth y compartir las experiencias del contacto con el arcángel, decidieron volver a intentar acceder al poder del orbe. Pero esta vez, Daradoth "hablaría" primero con Ectheriënn. Cogió la redoma y se concentró; al relajar su mente, notó palpitar la herida en su pierna. Desvió su atención hacia allí y notó que, cuanto más se concentraba, más palpitaba la maldita. La apartó de su mente y se concentró en la redoma. Poco después, Ecthërienn se manifestaba en su mente:
"El calor.... el calor por fin... tras tanta oscuridad".
Tras una breve conversación, Daradoth probó a poner en contacto la redoma donde se encontraba el alma del príncipe elfo con el orbe.
"¡Quítamelo! ¡¡Quítamelo!! Frío... ¡Demasiado frío!".
Daradoth se apresuró a separar los objetos, consciente de que las sombras que se habían apoderado del orbe debían de estar ejerciendo un efecto adverso sobre Ecthërienn. Con una titánica fuerza de voluntad resistió de nuevo los intentos de este por invadir su mente.
—No ha habido suerte —informó a sus amigos—. Las sombras del orbe parecen incomodarlo demasiado.
Después de discutir largo tiempo qué podrían hacer, Symeon alumbró una idea, quizá inspirado por la luz de Ninaith:
—Si realmente el arcángel del orbe está desequilibrado o enajenado por la exposición a la Sombra de varios milenios, la única manera de hacerlo reaccionar sería entablando una conversación con él. Por lo que habéis contado, en el proceso de sintonización solo habéis sentido sensaciones...
—Así es —confirmó Galad.
—Pues la única posibilidad que veo es contactar con él en el mundo onírico.
—Pero, será muy peligroso... —objetó Yuria.
—No me importa, mientras pueda salvaros a todos —zanjó Symeon con adusta solemnidad.
Pocos minutos después, mientras los demás lo velaban, el errante dormía y entraba (con todas las protecciones de las que pudo proveerle Galad) al mundo onírico con un escalofrío y el orbe en la mano.
Le costó horrores ascender al mundo onírico, y tras mucho tiempo de esfuerzo se encontró en el entorno que ya había visto previamente cuando Ninaith lo había convocado. Las luces y las sombras luchaban denodadamente por prevalecer a su alrededor. Se estremeció cuando vio que estaba tocando la espalda de una enorme figura humanoide agachada ante él. Su figura era muy estable en contraste con el entorno, y de su espalda brotaban un par de alas envueltas ora en sombras, ora en luz.
La figura notó su presencia y se alzó, hasta una altura considerable. Se giró hacia él; sus ojos brillaban con un fulgor plateado, pero despedían retazos de humo negro. Symeon se encogió al oír su estentórea voz:
—¿Quién eres? —inquirió.
—Mi nombre es Symeon, y he venido para iluminar tu camino de vuelta...
—Mentira.
—En absoluto, cuando me conozcas más verás que no...
—¡¡Mentira!! —exclamó el arcángel, interrumpiéndole y lanzando un golpe con su marmóreo brazo.
Estalló un conflicto entre Symeon y la entidad divina, que el errante pudo aguantar gracias a sus capacidades oníricas (no sin recibir un severo castigo físico).
—¡Escucha! —Symeon intentaba hacerse escuchar
Otro golpe potencialmente mortal que lo lanzó hacia atrás, dejándolo sin respiración.
—¡Tú eres de Luz! ¡Escúchame, te traigo la Luz!
El arcángel pareció crecer, y las fumarolas de sus ojos refulgieron. Un nuevo golpe que Symeon esquivó por poco.
—¡Recuerda a Oltar! ¡Recuerda tu verdadero ser! ¡Y a Ecthërienn!
—¡NO! ¡Solo queréis hundirme en el infierno! ¡NOOO!
Lanzó su puño hacia Symeon, despidiendo una columna de luz y sombras, que, no sin esfuerzo, el errante detuvo con su pura fuerza de voluntad, alzando sus manos a modo de escudo.
—¡¿No lo comprendes?! ¡Te necesitamos! —rugió Symeon, prácticamente con lágrimas en los ojos debido al esfuerzo—. ¡Oltar nos envía! ¡¡Los erakäunyr han vuelto y eres nuestra única esperanza!!
El arcángel se detuvo.
—Oltar... Oltar me abandonó... me abandonó...
—No es cierto, Oltar quiere que vuelvas a su Luz, y nos envía para ello —los ojos del arcángel dejaron de desprender jirones de sombras.
—Mi amada señora... ¿no me abandonó? —sus alas se replegaron.
—No, nunca, pero perdió tu Luz durante un tiempo. Sígueme y te lo mostraré. Deja las sombras. —Symeon notó su cabeza casi explotar por el esfuerzo de mantener las sombras apartadas del arcángel. Estaba agotado.
Despertó.
Antes de volver a caer dormido del agotamiento, informó a sus compañeros de lo que había sucedido. Durante unos segundos el ser había parecido reaccionar.
—Es posible que ahora se muestre más receptivo, quizá lo pueda volver a intentar después de descansar.
—Sí, está bien —dijo Galad, preocupado por el aspecto de extrema fatiga de su amigo—. Descansa un rato.
Mientras Symeon (y también Galad) descansaba, Faewald se siguió quejando por el tiempo que estaban perdiendo, preocupado por lo que habían dicho que estaba sucediendo con el zumbido, aunque los demás consiguieron aplacar su ansiedad. "Realmente ha cambiado mucho", pensó Daradoth, "¿qúe ha pasado con el Faewald alegre y despreocupado? Tenemos que salir de aquí cuanto antes. Señor Nassaröth señora Ammarië, ayudadnos a conseguirlo", se llevó el dedo índice a la frente.
El segundo intento de Symeon resultó en más o menos la misma secuencia de acontecimientos, con el arcángel reaccionando a sus palabras poco más que unos segundos. Los demás le informaron de que habían visto las sombras que vibraban en el orbe desaparecer durante unos segundos, lo que debía de haber correspondido con esos instantes.
—Entonces, creo que tenemos una oportunidad —anunció Symeon—. Lo intentaré de nuevo, y en ese momento vosotros podéis proceder a acceder a su poder.
—No veo otra salida —coincidió Galad.
Tras descansar un rato más, se aprestaron a proceder con la maniobra. Efectivamente, transcurridos unos minutos de sueño de Symeon, las sombras danzantes bajo su superficie desaparecieron. Galad y Daradoth ahondaron en el objeto-entidad.
En el Mundo Onírico, Symeon había hecho uso de toda su elocuencia de un modo devastador, y el arcángel incluso le reveló su nombre: Athnariel. De improviso, cerca de ellos, apareció una cruz emmanita que brillaba con un fulgor plateado —"Galad"—, y una silueta etérea y grácil —"Daradoth", pensó Symeon sonriendo.
Gracias a las habilidades oníricas de Symeon, Daradoth consiguió articular una conversación mientras el errante mantenía las sombras a raya:
—Mi señor, necesitamos vuestra ayuda para que la Sombra no lo inunde todo. Sois la esperanza de la Luz, y necesitamos que nos concedáis la gracia de vuestro poder.
El arcángel, en un gesto inesperado, tendió su mano hacia el elfo. Daradoth tendío la suya, y Galad, sin saber muy bien cómo, también lo hizo. Notaron una oleada de calor y de poder, y a continuación, con Symeon ya totalmente agotado, las sombras los golpearon con fuerza, sacándolos de allí. El paladín y el elfo se miraron, sosteniendo ambos el orbe.
—¿Lo notas? —preguntó Daradoth a Galad, mientras el resto del grupo los miraban con impaciencia.
—Sí. El poder.
Podían notar que el poder completo del orbe los eludía, pero una parte de él era accesible. Galad vibraba, sus sentidos enaltecidos, pues el poder que Emmán le proporcionaba era potenciado en gran medida por el objeto.
—Creo que tú harás un uso de él más útil que yo —anunció Daradoth, soltando la esfera.
—¿Qué ha pasado? —inquirió Yuria.
Le explicaron de la mejor manera posible lo que habían conseguido, y Galad añadió:
—Es posible que ahora tenga el poder necesario para reactivar el diamante.
—Pues intentémoslo rápidamente —urgió Faewald.
Tras dos frustrantes intentos infructuosos y sendos períodos de descanso, lo intentaron por tercera vez. Se distribuyeron alrededor del diamante, más o menos uno de ellos por atril del estrado, y Galad se concentró durante unos segundos, elevando unas silenciosas oraciones a su señor Emmán.
El resto del grupo pronto sintió cómo las sombras retrocedían alrededor del paladín, y un sonido de fanfarrias se alzaba desde ningún lugar y desde todos a la vez, acompañado de una placentera sensación de templanza y confortación.
Galad sintió con claridad a su dios. Y su poder. ¡Oh, el poder! ¡Qué pequeño se sentía! ¡Qué fácil sería ahora caer en el olvido! ¡O destruirlo todo!
Sobreponiéndose a los pensamientos corruptores y autodestructivos derivados de la borrachera de potencia, se rehizo y lanzó el flujo celestial hacia el cristal suspendido en el aire. Los demás pudieron ver cómo se establecía un canal de luz que conectaba al paladín con el cristal, que cada vez se hacía más potente. El gesto de esfuerzo en su rostro era evidente; le costaba dominar tanto poder.
—¡Vamos Galad, por Emmán! —no pudo evitar exclamar Faewald, dando voz a los pensamientos de todos ellos.
Pasados unos agónicos segundos, varias facetas del diamante se empezaron a iluminar. Y más. Y aún más. Hasta que todas ellas se iluminaron, y la luz que emanaba de Galad fue refractada en todas direcciones. Los espejos de la torre comenzaron a iluminarse uno a uno, rápidamente. El calor fue en aumento, las sombras desaparecieron.
Y la Luz lo inundó todo, curándolo todo. Quemándolo todo. Arrasándolo todo.
Galad, Symeon, Yuria, Daradoth y los demás sintieron el calor abrasador en sus entrañas, notando que se derretían. Por fin; era la muerte. Pero una muerte agradable en grado sumo. Murieron. ¿Murieron? Sí, en una enorme explosión de poder. El diamante explotó en millones de esquirlas, que los atravesaron.
Pero no sufrieron ningún daño, por la gracia de la Luz. Renacieron. Eran Luz. La sala ya no estaba a oscuras, porque ellos mismos la iluminaban. Se miraron unos a otros en un gesto de reconocimiento mutuo. Sus rostros no habían cambiado, pero sus cuerpos estaban rodeados por maravillosas y etéreas armaduras de Luz dorada, y en sus manos, armas de Luz de un poder inmenso se habían materializado.
Campeón de Luz |
El orbe de Curassil volvía a estar envuelto en sombras, y el diamante se había destruido completamente. Galad reunió a sus compañeros.
—Vamos, acabemos de una vez con esto.