Extrayendo a Eraitan. Hacia el Exterior.
Yuria y Galad, cargando con Eraitan, que aunque se movía ligeramente no salía de su inconsciencia, atravesaron el puente de vuelta tan rápido como pudieron, seguidos de cerca por Symeon, Arakariann (de nuevo en su forma mortal) y Daradoth.
De improviso, un estallido frío y oscuro los azotó desde todas partes, apagando su luz durante un momento. Afortunadamente, la Luz era fuerte todavía en ellos, y no sufrieron daño alguno más allá de unos momentos de confusión. Los hechizos de los demonios de más allá del foso seguían estrellándose contra sus auras de poder, que lograron proteger efectivamente a Arakariann y Eraitan también. Finalmente llegaron a la puerta norte del complejo central, y la atravesaron para dirigirse a toda velocidad hasta la sala del diamante hecho añicos.
Allí aprovecharon para recuperar el aliento y recoger unos cuantos fragmentos del cristal sagrado que había permitido el acceso de Luz a esta realidad, imbuyéndolos de su poder. No pasó mucho tiempo hasta que Symeon hizo uso de sus habilidades y anunció:
—Taheem y Faewald no están lejos de aquí, deben de estar en el ala este.
Yuria y el errante se dirigieron rápidamente a buscar a sus amigos. Pasados unos pocos minutos moviéndose a la luz que proyectaban sus auras, empezaron a oir unos quedos sollozos. Se dirigieron rápidamente hacia su origen, y entraron a una sala que en tiempos debía de haber sido una biblioteca, largo tiempo olvidada ya.
—Oh, no —fue lo único que alcanzó a musitar Yuria.
Sobre un charco de sangre, Taheem se desangraba con una daga clavada en el abdomen. Faewald lo sostenía en sus brazos, llorando con la mirada perdida. Symeon se acercó a él con precaución, preocupado por su estado mental, y el esthalio se giró a mirarlo.
—No... no pude, Symeon —gimió—. No pude evitarlo... me lo dijo, me lo dijo... pero aun así... estaba oscuro, tan oscuro... oh, ¡Emmán salvadlo por favor!
Mientras Symeon levantaba a Faewald e intentaba consolarlo y tranquilizarlo, Yuria recurría a su conocmientos médicos y evaluaba el estado de Taheem. Suspiró cuando detectó su pulso, débil pero presente.
—Creo que puede salir de esta —afirmó—. Pero debemos darnos prisa, está en el límite.
—¿Ves, Faewald? —dijo Symeon a su hermano juramentado—, todo saldrá bien, tranquilo.
Tras unos segundos de incertidumbre y de muchísimos nervios, Yuria consiguió sacar la daga sin causar ningún efecto adverso en Taheem, que se agitó víctima de un intenso dolor.
—Necesitamos a Galad, Symeon —dijo Yuria—. Él podrá cerrar esta herida, es demasiado grave.
Symeon partió en busca del paladín, dejando a Yuria a cargo de Taheem.
—De verdad, Yuria, no pude evitarlo —susurró Faewald a su espalda—. Todo se volvió oscuro de repente, Taheem empezó a hablar en su idioma y escuché cómo desenvainaba su daga. Me temí lo peor, por el tono de su voz, pero no llegué a tiempo... aquello de allí fuera... ese engendro... no lo olvidaré nunca...
—No es necesario olvidarlo, Faewald —respondió ella—. De hecho, debemos recordarlo, y sacar fuerzas de donde no las tenemos para que no vuelvan nunca a este mundo.
Faewald guardó silencio unos momentos.
—Creo... creo que la Sombra ha acabado conmigo, Yuria. No... no soy el mismo de antes. No sé si volveré a sentir alegría...
—No digas eso. En todas las batallas de la vida siempre hay algo que te afecta, Faewald... y tienes que encontrar el modo de que te haga más fuerte, no más débil. Y sobre todo, luchar por todo lo bueno que tienes.
—Es fácil decir eso desde el poder que tienes... yo me he dado cuenta de que soy... insignificante.
—Si fueras insignificante no te habríamos venido a buscar, igual que Taheem. Eres (sois) sumamente importante para nosotros, Faewald. Ni se te ocurra pensar eso.
La expresión del rostro de Faewald mutó en una leve pero sincera sonrisa, que pasó desapercibida para Yuria, pues estaba ocupada atendiendo mientras tanto la herida de Taheem. Pero la ercestre notó que su amigo posaba una mano en su hombro.
—Gracias, Yuria —susurró Faewald, sintiendo que el afecto disipaba la oscuridad que se había adueñado de su interior.
En ese momento Symeon apareció acompañado de Galad, que recurrió a los poderes concedidos por Luz y por Emmán. Cerró la profunda herida y entre todos recuperaron parte del torrente sanguíneo del vestalense. El rostro de Taheem pasó de la contracción propia del sufriente al gesto sereno y casi relajado del durmiente. Symeon se extrañó, pero tambén se tranquilizó, al ver el cambio de actitud en el rostro y los gestos de Faewald.
Unos minutos después, Taheem despertaba y dejaba de ser un peso muerto. Pero su mente distaba de estar sanada, y pronto empezó a recordar entre gritos la visión del engendro de Sombras del Erebo. Afortunadamente, Symeon consiguió tranquilizarlo. Sin embargo, se notaba que, aunque no lo exteriorizaba, su mente no salía del bucle de terror que le habían provocado las criaturas extraterrenas. Fue Galad quien acabó de devolverle la normalidad mental mediante los poderes de Luz, limpiando cualquier resto de psicosis de su psique. Después de que Yuria le vendara bien el abdomen, se pusieron en marcha de vuelta a la sala central, con Faewald caminando cerca de la ercestre.
Mientras se dirigían hacia la sala, todo el edificio se vio sacudido por un violento temblor, como si se tratara de un terremoto, pero acompañado del sonido de un fuerte impacto. Mucho más fuerte que cualquiera de los que habían oído antes.
Cuando llegaron a la sala, un segundo impacto y el consiguiente estremecimiento casi les hace perder el equilibrio. Un trozo de techo se desprendió y cayó cerca de ellos. Algunas paredes empezaron a agrietarse.
—Debemos salir de aquí lo antes posible —dijo Daradoth.
—Desde luego —coincidió Symeon—. ¿Escucháis eso? ¿Son las campanas?
Efectivamente, cuando se callaron unos segundos pudieron oír el ya familiar sonido de las campanas del exterior, extremadamente amortiguado, pero ahí estaba.
—Están consiguiendo abrir brecha en el edificio —subrayó Galad.
—Vamos, pues, no perdamos el tiempo —instó Yuria—. Faewald, Taheem, Arakariann, vosotros en el centro.
Faewald y Arakariann cargaron a Eraitan, y Daradoth encabezó la marcha hacia el exterior mientras Galad cubría la retaguardia.
Llegaron al rastrillo de la salida sur del edificio, cuando notaron claramente varios impactos y el suelo volvió a temblar. A punto estuvieron de perder el equilibrio, y una parte de muralla se desplomó sobre ellos. Afortunadamente ninguno sufrió daños reseñables.
—No sé qué están haciendo, pero van a conseguir derrumbar el complejo —advirtió Yuria.
—Pues que no sea con nosotros dentro —contestó Daradoth que, con un gesto, levantó rápidamente el rastrillo y salió al exterior, indicando al resto que le siguiera lo más cerca posible.
Pocos segundos después de salir, la visión sobrenatural de Daradoth le permitió ver cómo, hacia la izquierda, las sombras ambientales parecían agruparse y convertirse en un descomunal jirón de oscuridad sobrenatura, que osciló, giró, y rápidamente se estrelló contra el suelo y parte del edificio. Esa parte no pudo resistir más, y un gran fragmento de muralla, junto con varias dependencias anexas, se derrumbó con estrépito. El elfo describió la escena a sus compañeros, y pocos segundos después, lo mismo se repetía en otro punto de la muralla. Se lanzaron a atravesar el foso rápidamente, y en poco tiempo se encontraron al otro lado, entre los edificios de la ciudadela principal.
Una vez que todos se pusieron en marcha de nuevo, Daradoth se tomó un respiro para mirar hacia atrás. Sintió un escalofrío cuando vio que todo alrededor del edificio que habían dejado, las sombras parecían adquirir vida y empezar a "bombardearlo" sin tregua. Poco después empezaba a derrumbarse. No obstante, eso no era lo peor; se quedó helado cuando vio que desde el norte avanzaban hacia el complejo cuatro engendros de Sombra (aquellos que Symeon había dicho que procedían de algo llamado "Erebo") mucho mayores que aquellos con los que se habían enfrentado cuando iban al rescate de Eraitan. Su corazón, encogido, dejó de latir durante unos instantes, pero Luz acudió de nuevo para darle la presencia de ánimo necesaria y hacerlo reaccionar.
—¡Vamos, rápido! —urgió a sus amigos—. ¡Sombra viene a por nosotros, no dejemos que nos atrape!
Se internaron en las irregulares calles de la ciudadela mientras escuchaban el estruendo del Santuario central derrumbándose. Galad se santiguó con el gesto habitual emmanita, y Daradoth se llevó el índice y el corazón a la frente, apenado por perder definitivamente el que había sido un ingente bastión élfico.
Libraron un par de encuentros con elfos dementes sin mayores problemas, y poco después una bandada de los pájaros de sombra comenzó a sobrevolarlos y a seguirlos a distancia prudencial. Y además, volvieron también los estresantes susurros. Afortunadamente, gracias a los hechizos de protección de Galad, Faewald y los demás pudieron resistir sus efectos.
Y llegaron a la muralla exterior, donde varios demonios hacían guardia cerca de cada campanario. Se precipitaron hacia la puerta, y el grupo al completo lanzó sendas descargas de Luz sagrada sobre ellos. Algunos demonios que protegían el acceso no tuvieron ninguna oportunidad, y fueron desterrados. Pero dos de ellos sobrevivieron y se lanzaron sobre el grupo empuñando sus hachas, que inmolaron en fuego infernal con su voluntad. Symeon salió a su encuentro, acabando con uno de ellos rápidamente, y el resto acabó con el segundo. Acto seguido, quitaron el bloqueo de la puerta (sin problemas gracias a su fuerza de campeones de Luz) y salieron al exterior.
Y en ese momento, sonaron de nuevo las campanas con toda su fuerza. Pero el grupo iba en formación cerrada, y las auras de protección tuvieron el efecto suficiente para evitar males irreparables. Faewald fue el más afectado, y cayó de rodillas, susurrando:
—Bendito Emmán, ¿por qué me estás abandonando?
Por suerte, Yuria y Symeon consiguieron hacerlo reaccionar, y continuaron el camino.
—Debemos ir hacia el Aglannävyr —dijo Symeon—. Allí podremos recuperarnos.
Y así lo hicieron. Los encuentros con los pocos enemigos que encontraron fueron solventados rápidamente, y en poco tiempo llegaban a la explanada que daba acceso al santuario por donde habían entrado previamente al enorme árbol. Se detuvieron cuando vieron que las dos enormes armaduras negras se encontraban ante el santuario, completamente inmóviles.
—Los constructos parecen totalmente inactivos —informó Daradoth.
—Confiemos en que no se activen cuando nos aproximemos —dijo Symeon—. Vamos para allá.
Se aproximaron con precaución, empuñando sus armas, siempre perseguidos por la bandada de pájaros inidentificables. Vieron que el santuario había sido bastante perjudicado por los colosos, pero podrían atravesar los escombros para acceder al interior. Las armaduras no se movieron.
Justo cuando se encontraban atravesando los escombros para acceder al interior, volvieron a sentir una nueva campanada, que no tuvo ningún efecto importante.
Y por fin, atravesando las salas del santuario que permanecían intactas y haciendo gestos de respeto hacia los sarcófagos de los elfos muertos, accedieron al interior del Aglannävyr, donde las sombras y los susurros desaparecieron en una paz ambiental más que bienvenida por el grupo.
—Después de descansar tendremos que buscar alguna otra salida —manifestó Galad.
—No sé si existirá alguna —contestó Daradoth, preocupado—. El Aglannävir es un ser vivo, y como veis, todas sus aberturas y estructuras han sido hechas crecer naturalmente. Seguramente cualquier otra salida que hubiera se debió cerrar hace siglos.
—De todas maneras, tendremos que intentarlo. No creo que podamos salir de nuevo por ahí.
Descansaron durante unas diez horas, haciendo turnos de guardia. Faewald aprovechó para mantener una conversación con Yuria, en la que le expresó su preocupación por haber perdido su alegría y optimismo habituales, y por que la última campanada parecía haberle afectado a él y a nadie más. La ercestre lo reconfortó con palabras sinceras, llegando a su ser más profundo, y el vínculo entre ambos se hizo aún más sólido.
Symeon, como los demás campeones, no necesitaba dormir. Así que procedió a meditar durante las horas de descanso. Y Ninaith (estaba seguro de que fue ella) le inspiró. Pudo verse a sí mismo ante los pliegues y la materia del enorme árbol, haciéndolo crecer y encogerse, dándole forma y entendiendo sus más íntimos secretos.
Ya refrescados, por "la mañana", Symeon compartió sus suposiciones con los demás:
—Creo que mi señora Ninaith me ha dado los medios para manipular la materia del árbol, y es posible que pueda abrir un nuevo acceso al exterior si encontramos el lugar adecuado.
—¿Estás seguro? —preguntó Yuria—. ¿Por qué no haces una prueba para asegurarnos?
—Sí —coincidió Daradoth—, quizá podrías "tallar" algo útil... como un cayado. Para el futuro.
Symeon permaneció en silencio unos segundos, evaluando la idea.
—De acuerdo —dijo finalmente—, lo intentaré.
Encontró un lugar despejado en el xilema del árbol y apoyó su mano sobre él. Concentrándose unos segundos, pudo notar sus tejidos y su estructura, e intuitivamente los alteró y los hizo cambiar según su voluntad. Pocos segundos después, en su mano tenía un cayado de dos metros de hermosa y nívea madera. Madera tocada por la luz y henchida de poder.
—Muy bien, Symeon —se congratuló Galad—. Pongámonos en marcha entonces —y cargó con Eraitan, que permanecía inconsciente, aunque por fortuna habían podido alimentarlo y darle de beber. En el exterior, los constructos habían reanudado sus embates contra el santuario, y, según vio Daradoth, un nuevo tipo de Demonios de Sombras habían hecho acto de presencia.
Iniciaron la exploración del nivel inferior del Aglannävyr, el más extenso, con cerca de un kilómetro de diámetro. Evitaron en la medida de lo posible subir para poder salir por otro punto del perímetro a nivel del suelo.
Tras un tiempo de exploración más o menos largo (más de una hora según la percepción de Symeon), reconocieron un nudo en la madera que debía dar al exterior y que seguramente había correspondido a algún antiguo acceso.
Symeon se concentró, apoyando su mano sobre el enorme nudo, y este se retrajo a ojos vista, dejando ver las sombras del exterior. Unos antiguos y extremadamente deformados escalones permitían bajar al nivel del suelo, entre las enormes raíces. Los susurros volvieron a ser audibles también.
—Bueno, aquí vamos otra vez —suspiró Yuria.