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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 20 de julio de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 25

Extrayendo a Eraitan. Hacia el Exterior.

Yuria y Galad, cargando con Eraitan, que aunque se movía ligeramente no salía de su inconsciencia, atravesaron el puente de vuelta tan rápido como pudieron, seguidos de cerca por Symeon, Arakariann (de nuevo en su forma mortal) y Daradoth.

De improviso, un estallido frío y oscuro los azotó desde todas partes, apagando su luz durante un momento. Afortunadamente, la Luz era fuerte todavía en ellos, y no sufrieron daño alguno más allá de unos momentos de confusión. Los hechizos de los demonios de más allá del foso seguían estrellándose contra sus auras de poder, que lograron proteger efectivamente a Arakariann y Eraitan también. Finalmente llegaron a la puerta norte del complejo central, y la atravesaron para dirigirse a toda velocidad hasta la sala del diamante hecho añicos. 

Allí aprovecharon para recuperar el aliento y recoger unos cuantos fragmentos del cristal sagrado que había permitido el acceso de Luz a esta realidad, imbuyéndolos de su poder. No pasó mucho tiempo hasta que Symeon hizo uso de sus habilidades y anunció:

—Taheem y Faewald no están lejos de aquí, deben de estar en el ala este.

Yuria y el errante se dirigieron rápidamente a buscar a sus amigos. Pasados unos pocos minutos moviéndose a la luz que proyectaban sus auras, empezaron a oir unos quedos sollozos. Se dirigieron rápidamente hacia su origen, y entraron a una sala que en tiempos debía de haber sido una biblioteca, largo tiempo olvidada ya.

—Oh, no —fue lo único que alcanzó a musitar Yuria.

Sobre un charco de sangre, Taheem se desangraba con una daga clavada en el abdomen. Faewald lo sostenía en sus brazos, llorando con la mirada perdida. Symeon se acercó a él con precaución, preocupado por su estado mental, y el esthalio se giró a mirarlo.

—No... no pude, Symeon —gimió—. No pude evitarlo... me lo dijo, me lo dijo... pero aun así... estaba oscuro, tan oscuro... oh, ¡Emmán salvadlo por favor!

Mientras Symeon levantaba a Faewald e intentaba consolarlo y tranquilizarlo, Yuria recurría a su conocmientos médicos y evaluaba el estado de Taheem. Suspiró cuando detectó su pulso, débil pero presente.

—Creo que puede salir de esta —afirmó—. Pero debemos darnos prisa, está en el límite.

—¿Ves, Faewald? —dijo Symeon a su hermano juramentado—, todo saldrá bien, tranquilo.

Tras unos segundos de incertidumbre y de muchísimos nervios, Yuria consiguió sacar la daga sin causar ningún efecto adverso en Taheem, que se agitó víctima de un intenso dolor. 

—Necesitamos a Galad, Symeon —dijo Yuria—. Él podrá cerrar esta herida, es demasiado grave.

Symeon partió en busca del paladín, dejando a Yuria a cargo de Taheem.

—De verdad, Yuria, no pude evitarlo —susurró Faewald a su espalda—. Todo se volvió oscuro de repente, Taheem empezó a hablar en su idioma y escuché cómo desenvainaba su daga. Me temí lo peor, por el tono de su voz, pero no llegué a tiempo... aquello de allí fuera... ese engendro... no lo olvidaré nunca...

—No es necesario olvidarlo, Faewald —respondió ella—. De hecho, debemos recordarlo, y sacar fuerzas de donde no las tenemos para que no vuelvan nunca a este mundo.

Faewald guardó silencio unos momentos.

—Creo... creo que la Sombra ha acabado conmigo, Yuria. No... no soy el mismo de antes. No sé si volveré a sentir alegría...

—No digas eso. En todas las batallas de la vida siempre hay algo que te afecta, Faewald... y tienes que encontrar el modo de que te haga más fuerte, no más débil. Y sobre todo, luchar por todo lo bueno que tienes.

—Es fácil decir eso desde el poder que tienes... yo me he dado cuenta de que soy... insignificante.

—Si fueras insignificante no te habríamos venido a buscar, igual que Taheem. Eres (sois) sumamente importante para nosotros, Faewald. Ni se te ocurra pensar eso.

La expresión del rostro de Faewald mutó en una leve pero sincera sonrisa, que pasó desapercibida para Yuria, pues estaba ocupada atendiendo mientras tanto la herida de Taheem. Pero la ercestre notó que su amigo posaba una mano en su hombro.

—Gracias, Yuria —susurró Faewald, sintiendo que el afecto disipaba la oscuridad que se había adueñado de su interior.

En ese momento Symeon apareció acompañado de Galad, que recurrió a los poderes concedidos por Luz y por Emmán. Cerró la profunda herida y entre todos recuperaron parte del torrente sanguíneo del vestalense. El rostro de Taheem pasó de la contracción propia del sufriente al gesto sereno y casi relajado del durmiente. Symeon se extrañó, pero tambén se tranquilizó, al ver el cambio de actitud en el rostro y los gestos de Faewald.

Unos minutos después, Taheem despertaba y dejaba de ser un peso muerto. Pero su mente distaba de estar sanada, y pronto empezó a recordar entre gritos la visión del engendro de Sombras del Erebo. Afortunadamente, Symeon consiguió tranquilizarlo. Sin embargo, se notaba que, aunque no lo exteriorizaba, su mente no salía del bucle de terror que le habían provocado las criaturas extraterrenas. Fue Galad quien acabó de devolverle la normalidad mental mediante los poderes de Luz, limpiando cualquier resto de psicosis de su psique. Después de que Yuria le vendara bien el abdomen, se pusieron en marcha de vuelta a la sala central, con Faewald caminando cerca de la ercestre.

Mientras se dirigían hacia la sala, todo el edificio se vio sacudido por un violento temblor, como si se tratara de un terremoto, pero acompañado del sonido de un fuerte impacto. Mucho más fuerte que cualquiera de los que habían oído antes.

Cuando llegaron a la sala, un segundo impacto y el consiguiente estremecimiento casi les hace perder el equilibrio. Un trozo de techo se desprendió y cayó cerca de ellos. Algunas paredes empezaron a agrietarse.

—Debemos salir de aquí lo antes posible —dijo Daradoth.

—Desde luego —coincidió Symeon—. ¿Escucháis eso? ¿Son las campanas?

Efectivamente, cuando se callaron unos segundos pudieron oír el ya familiar sonido de las campanas del exterior, extremadamente amortiguado, pero ahí estaba. 

—Están consiguiendo abrir brecha en el edificio —subrayó Galad.

—Vamos, pues, no perdamos el tiempo —instó Yuria—. Faewald, Taheem, Arakariann, vosotros en el centro. 

Faewald y Arakariann cargaron a Eraitan, y Daradoth encabezó la marcha hacia el exterior mientras Galad cubría la retaguardia.

Llegaron al rastrillo de la salida sur del edificio, cuando notaron claramente varios impactos y el suelo volvió a temblar. A punto estuvieron de perder el equilibrio, y una parte de muralla se desplomó sobre ellos. Afortunadamente ninguno sufrió daños reseñables.

—No sé qué están haciendo, pero van a conseguir derrumbar el complejo —advirtió Yuria.

—Pues que no sea con nosotros dentro —contestó Daradoth que, con un gesto, levantó rápidamente el rastrillo y salió al exterior, indicando al resto que le siguiera lo más cerca posible.

Pocos segundos después de salir, la visión sobrenatural de Daradoth le permitió ver cómo, hacia la izquierda, las sombras ambientales parecían agruparse y convertirse en un descomunal jirón de oscuridad sobrenatura, que osciló, giró, y rápidamente se estrelló contra el suelo y parte del edificio. Esa parte no pudo resistir más, y un gran fragmento de muralla, junto con varias dependencias anexas, se derrumbó con estrépito. El elfo describió la escena a sus compañeros, y pocos segundos después, lo mismo se repetía en otro punto de la muralla. Se lanzaron a atravesar el foso rápidamente, y en poco tiempo se encontraron al otro lado, entre los edificios de la ciudadela principal.

Una vez que todos se pusieron en marcha de nuevo, Daradoth se tomó un respiro para mirar hacia atrás. Sintió un escalofrío cuando vio que todo alrededor del edificio que habían dejado, las sombras parecían adquirir vida y empezar a "bombardearlo" sin tregua. Poco después empezaba a derrumbarse. No obstante, eso no era lo peor; se quedó helado cuando vio que desde el norte avanzaban hacia el complejo cuatro engendros de Sombra (aquellos que Symeon había dicho que procedían de algo llamado "Erebo") mucho mayores que aquellos con los que se habían enfrentado cuando iban al rescate de Eraitan. Su corazón, encogido, dejó de latir durante unos instantes, pero Luz acudió de nuevo para darle la presencia de ánimo necesaria y hacerlo reaccionar.

—¡Vamos, rápido! —urgió a sus amigos—. ¡Sombra viene a por nosotros, no dejemos que nos atrape!

Se internaron en las irregulares calles de la ciudadela mientras escuchaban el estruendo del Santuario central derrumbándose. Galad se santiguó con el gesto habitual emmanita, y Daradoth se llevó el índice y el corazón a la frente, apenado por perder definitivamente el que había sido un ingente bastión élfico.

Libraron un par de encuentros con elfos dementes sin mayores problemas, y poco después una bandada de los pájaros de sombra comenzó a sobrevolarlos y a seguirlos a distancia prudencial. Y además, volvieron también los estresantes susurros. Afortunadamente, gracias a los hechizos de protección de Galad, Faewald y los demás pudieron resistir sus efectos.

Y llegaron a la muralla exterior, donde varios demonios hacían guardia cerca de cada campanario. Se precipitaron hacia la puerta, y el grupo al completo lanzó sendas descargas de Luz sagrada sobre ellos. Algunos demonios que protegían el acceso no tuvieron ninguna oportunidad, y fueron desterrados. Pero dos de ellos sobrevivieron y se lanzaron sobre el grupo empuñando sus hachas, que inmolaron en fuego infernal con su voluntad. Symeon salió a su encuentro, acabando con uno de ellos rápidamente, y el resto acabó con el segundo. Acto seguido, quitaron el bloqueo de la puerta (sin problemas gracias a su fuerza de campeones de Luz) y salieron al exterior.

Y en ese momento, sonaron de nuevo las campanas con toda su fuerza. Pero el grupo iba en formación cerrada, y las auras de protección tuvieron el efecto suficiente para evitar males irreparables. Faewald fue el más afectado, y cayó de rodillas, susurrando:

—Bendito Emmán, ¿por qué me estás abandonando?

Por suerte, Yuria y Symeon consiguieron hacerlo reaccionar, y continuaron el camino.

—Debemos ir hacia el Aglannävyr —dijo Symeon—. Allí podremos recuperarnos.

Y así lo hicieron. Los encuentros con los pocos enemigos que encontraron fueron solventados rápidamente, y en poco tiempo llegaban a la explanada que daba acceso al santuario por donde habían entrado previamente al enorme árbol. Se detuvieron cuando vieron que las dos enormes armaduras negras se encontraban ante el santuario, completamente inmóviles.

—Los constructos parecen totalmente inactivos —informó Daradoth.

—Confiemos en que no se activen cuando nos aproximemos —dijo Symeon—. Vamos para allá.

Se aproximaron con precaución, empuñando sus armas, siempre perseguidos por la bandada de pájaros inidentificables. Vieron que el santuario había sido bastante perjudicado por los colosos, pero podrían atravesar los escombros para acceder al interior. Las armaduras no se movieron.

Justo cuando se encontraban atravesando los escombros para acceder al interior, volvieron a sentir una nueva campanada, que no tuvo ningún efecto importante.

Y por fin, atravesando las salas del santuario que permanecían intactas y haciendo gestos de respeto hacia los sarcófagos de los elfos muertos, accedieron al interior del Aglannävyr, donde las sombras y los susurros desaparecieron en una paz ambiental más que bienvenida por el grupo.

—Después de descansar tendremos que buscar alguna otra salida —manifestó Galad.

—No sé si existirá alguna —contestó Daradoth, preocupado—. El Aglannävir es un ser vivo, y como veis, todas sus aberturas y estructuras han sido hechas crecer naturalmente. Seguramente cualquier otra salida que hubiera se debió cerrar hace siglos.

—De todas maneras, tendremos que intentarlo. No creo que podamos salir de nuevo por ahí.

Descansaron durante unas diez horas, haciendo turnos de guardia. Faewald aprovechó para mantener una conversación con Yuria, en la que le expresó su preocupación por haber perdido su alegría y optimismo habituales, y por que la última campanada parecía haberle afectado a él y a nadie más. La ercestre lo reconfortó con palabras sinceras, llegando a su ser más profundo, y el vínculo entre ambos se hizo aún más sólido.

Symeon, como los demás campeones, no necesitaba dormir. Así que procedió a meditar durante las horas de descanso. Y Ninaith (estaba seguro de que fue ella) le inspiró. Pudo verse a sí mismo ante los pliegues y la materia del enorme árbol, haciéndolo crecer y encogerse, dándole forma y entendiendo sus más íntimos secretos.

Ya refrescados, por "la mañana", Symeon compartió sus suposiciones con los demás:

—Creo que mi señora Ninaith me ha dado los medios para manipular la materia del árbol, y es posible que pueda abrir un nuevo acceso al exterior si encontramos el lugar adecuado.

—¿Estás seguro? —preguntó Yuria—. ¿Por qué no haces una prueba para asegurarnos?

—Sí —coincidió Daradoth—, quizá podrías "tallar" algo útil... como un cayado. Para el futuro.

Symeon permaneció en silencio unos segundos, evaluando la idea.

—De acuerdo —dijo finalmente—, lo intentaré.

Encontró un lugar despejado en el xilema del árbol y apoyó su mano sobre él. Concentrándose unos segundos, pudo notar sus tejidos y su estructura, e intuitivamente los alteró y los hizo cambiar según su voluntad. Pocos segundos después, en su mano tenía un cayado de dos metros de hermosa y nívea madera. Madera tocada por la luz y henchida de poder.

—Muy bien, Symeon —se congratuló Galad—. Pongámonos en marcha entonces —y cargó con Eraitan, que permanecía inconsciente, aunque por fortuna habían podido alimentarlo y darle de beber. En el exterior, los constructos habían reanudado sus embates contra el santuario, y, según vio Daradoth, un nuevo tipo de Demonios de Sombras habían hecho acto de presencia.

Iniciaron la exploración del nivel inferior del Aglannävyr, el más extenso, con cerca de un kilómetro de diámetro. Evitaron en la medida de lo posible subir para poder salir por otro punto del perímetro a nivel del suelo. 

Tras un tiempo de exploración más o menos largo (más de una hora según la percepción de Symeon), reconocieron un nudo en la madera que debía dar al exterior y que seguramente había correspondido a algún antiguo acceso.

Symeon se concentró, apoyando su mano sobre el enorme nudo, y este se retrajo a ojos vista, dejando ver las sombras del exterior. Unos antiguos y extremadamente deformados escalones permitían bajar al nivel del suelo, entre las enormes raíces. Los susurros volvieron a ser audibles también.

—Bueno, aquí vamos otra vez —suspiró Yuria.


lunes, 4 de julio de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 24

Campeones de la Luz

Les llevó unos minutos acostumbrarse a su nueva condición y, sobre todo, a sus nuevas capacidades (que eran muchas). La Gracia de la Luz era ahora poderosa en ellos. No solo eso, sino que Luz formaba parte de ellos mismos, se había imbricado en su ser. "En nuestro pequeño jirón de la Vicisitud", pensó Symeon, sin plantearse de dónde venía aquel pensamiento.

Durante ese ínterin de asimilación, sintieron dos formidables impactos en la estructura del edificio. Incluso el suelo retumbó, y el segundo impacto fue tan potente que varios cascotes cayeron del techo.

—Algo ha cambiado ahí fuera —dijo Symeon—. Debemos apresurarnos.

 —Sí... pero espera un momento —dijo Galad, concentrándose. Al cabo de unos segundos añadió—: Por lo que puedo percibir, Eraitan no está demasiado lejos, unos pocos kilómetros a lo sumo, pero es presa de una gran agonía.

—Vamos, entonces —urgió Daradoth.

—Sí, adelante —zanjó Yuria. La ercestre era la más confundida del grupo. Su experiencia con los poderes sobrenaturales era con diferencia la menor de todos ellos, y mucho más desde que el talismán obraba en su poder. "¿Cómo puede ser que no haya anulado esto?", se preguntaba; "tendré que preguntarlo a alguno de los elfos del Vigía".

Salieron al exterior, con Daradoth encabezando la marcha, seguido de Symeon, Galad, Yuria y los demás. La luz que cada uno proyectaba y que deshacía las sombras, se potenciaba aún más cuando se encontraban lo suficientemente cerca unos de otros, con lo que, por fin, todos alcanzaban a ver a varias decenas de metros de distancia. Cuando el elfo abrió el rastrillo, fueron recibidos por varios muertos vivientes elfos y algunos elfos dementes. Al otro lado del foso se encontraba una gran multitud de demonios, y algo mucho peor. En la penumbra que alcanzaban a ver allá a lo lejos, al otro lado del agua, pudieron ver tres figuras enormes, de unos veinte metros de alto, aberrantes y aterradoras. Alrededor de ellas parecían danzar las sombras, tomando forma de zarcillos y tentáculos. Esos jirones de Sombra eran los que parecían estar impactando con fuerza contra el complejo.

Manifestación de Sombra

El terror se despertó en un rincón de sus mentes, ahora cuasidivinas. Pero Luz los protegió de caer en la desesperación; a todos excepto a Taheem y Faewald que, entrando en pánico huyeron hacia el interior del edificio. Ese momento de duda fue aprovechado por sus enemigos, que ya podían verlos claramente. Los tres engendros gigantescos y los demonios del otro lado lanzaron todo lo que tenían hacia ellos. Y la muralla exterior no pudo resistirlo, estallando en una gran explosión. Afortunadamente, el grupo no sufrió daños relevantes.

Y se lanzaron al ataque, enfrentándose a varios muertos vivientes y un par de los enanos Ojos Ígneos. No fueron rivales para los nuevos poderes del grupo, y parte de los enemigos del exterior también sucumbieron ante una lluvia de rayos de Luz invocada por Galad. Mientras tanto, el más cercano de los gigantes de sombras desapareció de la vista, pues se envolvió en un aura de Sombra pura que la luz proyectada por el grupo no era capaz (desde allí) de traspasar.

Una segunda oleada de dementes y muertos vivientes apareció al otro lado de los escombros, y cuando se aprestaban a enfrentarlos, varios tentáculos de sombra se abalanzaron sobre ellos desde la oscuridad que envolvía al engendro más cercano. Uno de ellos alcanzó a Yuria de forma brutal, lanzándola hacia atrás y provocándole un intenso dolor. Arakariann corrió hacia ella, preparando sus hechizos de curación, aunque finalmente no serían necesarios; a Yuria solo le haría falta pasar unos segundos la conmoción por el golpe.

Entre tanto, en el exterior, una multitud de rayos sagrados invocados por Daradoth y Symeon caían sobre sus enemigos. Varios zarcillos de sombras pasaron muy cerca del elfo, y dos de ellos impactaron sobre el errante, dejándolo fuera de combate unos segundos. Pero sus cuerpos de Luz eran muy fuertes, y se recuperó casi al instante. Una nueva descarga de Santa Luz se abatió sobre las criaturas de sombra, invocada por Daradoth y Galad, mientras Symeon curaba sus heridas. Poco después, Yuria se incorporaba al grupo, y la visión de los cuatro invocando los poderes de Luz fue gloriosa y terrible a la vez. Los engendros apenas podían oponérseles. Una vibración aplastante emanaba de ellos, haciendo languidecer a sus enemigos, que caían sin cesar destruidos por las columnas de Luz que se descargaban desde los cielos hasta ellos.

Mientras se sentían henchidos de poder y disfrutaban con la aniquilación de los engendros de Sombra a su alrededor, apareció en la escena el enano que empuñaba la Kothmorui, la Daga Negra de los kaloriones, entre varios de sus secuaces. Confiado, Galad lanzó su poder hacia él, mientras Daradoth volvía a descargar Luz sobre las enormes criaturas de Sombra, y Symeon y Yuria daban cuenta de los enemigos más cercanos. No obstante, el enano deformado fue más rápido que el paladín y lanzó la Daga hacia él, que se convirtió en un borrón de sombra. Un frío intenso, como un aguijón helado, entumeció su hombro y le provocó un dolor impío que lo aturdió y desequilibró. Afortunadamente la Luz le había proporcionado los medios para soportar tales sufrimientos, y en pocos segundos pudo recuperarse.

Justo en ese momento, Daradoth vio con inquietud cómo los gigantescos engendros de Sombra comenzaban a atravesar el foso, que hasta ahora los había protegido de ellos. Rugió con rabia y lanzó de nuevo el poder purificador de Luz sobre ellos. Uno de los tres monstruos desapareció con un estallido de luz, y un segundo se detuvo, prendido con fuego sagrado. Los demonios del otro lado del foso también fueron afectados y barridos por el enorme poder desatado por el elfo, que empuñó a Sannarialáth y se lanzó al combate con el tercer engendro, que había conseguido atravesar el foso.

Más atrás, la Daga Negra había aparecido de nuevo en la mano del enano sombrío. Pero no pudo reaccionar a la descarga de Luz Sagrada que Yuria abatió sobre él. El enano se evaporó en un remolino de Luz, y el resto de enemigos cercanos fueron eliminados por Symeon y Galad.

En la orilla del foso, el engendro descargó sus golpes sobre Daradoth, que no pudo evitarlo al tener que encargarse de los pocos demonios restantes que intentaban acabar con él. Una sucesión de impactos zarandeó al elfo, que sufrió un dolor insoportable al romperse varios huesos y sentir el frío calcinador; cayó al suelo, falto de aliento y presa de un sufrimiento indescriptible. Aun así, se puso en pie, listo para continuar la lucha mientras aliviaba su aturdimiento, listo para recibir un nuevo castigo.

Pero sendas descargas de Luz cayeron sobre los gigantes; uno de ellos, el más lejano, explotó en una gloriosa detonación radiante, abatido por la mano de Yuria, y el que se disponía a dar el golpe de gracia a Daradoth fue envuelto en llamas de Luz por el poder de Symeon. «Gracias, Luz, por tu poder y mis amigos», pensó el elfo, que ya tuvo tiempo de contraatacar. 

Sannarialáth se hundió profunda en las Sombras que componían el cuerpo del engendro, envuelta en Luz pura. No llegó a acabar con él, pero pareció dejarlo bastante malherido y hacerlo dudar. Sin embargo, no hubo lugar para la relajación. Por el rabillo del ojo y con ayuda de su Visión en la Oscuridad, Daradoth pudo ver que las Sombras alrededor de la zona de oscuridad impenetrable parecían danzar por unos segundos y al instante formaban un nuevo engendro gigantesco, que rugió con furia.

—¡Acaba de formarse otro de estos monstruos en el límite de la zona de oscuridad! —gritó, informando a los demás, cuya luz no alcanzaba a iluminar tan lejos—. ¡Cuidado! —Acto seguido, volvió a clavar salvajemente a Sannarialáth en la criatura, acabando con ella por fin. Y, como había pasado varias veces hasta ese momento, sintió cómo el vello de su nuca se erizaba cuando los hechizos lanzados por los demonios restantes al otro lado del foso se disipaban contra su aura de poder.

Todos, excepto uno, que pudo superar sus defensas. Algo se rompió en la mente de Daradoth, que cayó al suelo, inerme. Presa de una repentina catatonia.

El resto del grupo llegó por fin a la altura del elfo; al otro lado del foso se estaba reuniendo una nueva multitud de muertos vivientes y de dementes. Los demonios seguían lanzando hechizos que se deshacían contra sus auras de protección. Cargando a Daradoth, se refugiaron en el bastión que daba acceso al puente sobre el foso.

Por fortuna, la Luz también les había proporcionado los medios para evitar los daños de la mente. Arakariann restauró su cordura, y una sonrisa de confortación y reconocimiento acudió al rostro de Daradoth, que miró a su alrededor, agradeciendo de nuevo su fortuna a Luz.

De pronto, tras un pulso de poder procedente del norte, una potente voz, como un rugido, gritó algo al otro lado del foso, y llegó sobrenaturalmente fuerte a sus oídos:

—¡Khadaarkaleth erra'in azhami ghor! ¡Khadaar mar'kathalân ûsh gadhagh! ¡KHERDA UR'BATAL ERAITAN!

Tras unos momentos de silencio motivado por la sopresa, Symeon habló:

—Hablan en Raghaukar, lo que tambíen se conoce como Lengua Negra. Al parecer, mi señora Ninaith me ha concedido el don de entenderla. Dicen que salgamos y nos rindaoms, o matarán a Eraitan.

Como si estuviera rubricando sus palabras, un espeluznante y desgarrador grito de dolor con la voz de Eraitan les conmovió el corazón.

—Vosotros dos —dijo Symeon rápidamente, señalando a Galad y Daradoth— encargaos del engendro gigante, Yuria y yo iremos a por los que tengan retenido a Eraitan. Arakariann, apóyanos. De momento, finjamos que nos tienen en sus manos, así prodremos acercarnos.

Dicho y hecho, justo cuando un segundo aullido de sufrimento comenzaba, el grupo salió de los escombros por la parte del puente. La duda se apoderó de ellos cuando, al atravesar el foso, pudieron ver a dos demonios de más allá del Palio, empuñando ominosas hachas y sujetando a un Eraitan (poseído por Dirnadel) cargado de cadenas ígneas sobrenaturales; y más allá, no uno, sino dos gigantescas manifestaciones de Sombra, esperando. Mas en ellos, Luz no había perdido un ápice de fuerza, y la duda dejó paso casi instantáneamente a la resolución.

—Tenemos que acercarnos rápido —urgió Daradoth, susurrando—; Yuria, tú vienes conmigo, saltaré y tú atacas.

—Nosotros os cubrimos —coincidió Galad.

La pequeña multitud del otro lado del foso permaneció a la expectativa mientras el grupo se acercaba lentamente. Y, cuando Daradoth juzgó que se encontraban lo suficientemente cerca, justo cuando los demonios iban a seguir increpándolos en aquella lengua horrible, agarró a Yuria.

—Que la Luz nos proteja —susurró. Y saltó hacia delante.

Pero no llegó a donde pretendía. Su salto quedó corto por mucho, y profirió una maldición. Galad y Symeon lanzaron sendas andanadas de Luz sobre los enemigos, desatando el caos.

Pero no fue suficiente, pues, al ver lo que sucedía, uno de los poderosos demonios cortó la garganta de Eraitan con su hacha. Daradoth y Yuria apretaron los dientes.

—Tranquilo Daradoth —comenzó la ercestre—, aún tenemos la Tannagaeth, la flor... —no pudo continuar la frase. Varios tentáculos de Sombras se abatieron sobre ellos, lanzados por los engendros gigantes.

Por suerte, Daradoth saltó de nuevo casi al instante, y los zarcillos se estrellaron con estrépito allí donde se habían encontrado. La sangre del elfo ardió al ver desangrándose a Eraitan, ya revertido a su forma original, sobre el suelo. Y Yuria gritó con todas sus fuerzas, invocando el poder de Luz.

Una violenta descarga afectó a uno de los dos gigantes de Sombra. Daradoth la siguió de cerca, descargando Luz sobre los demás. Uno de los demonios tras el Palio desapareció, y el resto ardieron con llamas blancas.

El contraataque de la multitud de demonios se estrelló contra las auras de protección del grupo, así que estos aprovecharon para, liberando toda su furia y el poder de Luz, arrasar con todo a su alrededor. Luz disipó la oscuridad en varias decenas de metros a la redonda alrededor de ellos, y las criaturas fueron erradicadas.

Se detuvieron unos segundos para recuperar el aliento, pues el cansancio ya estaba empezando a aparecer.

—No nos detengamos —instó Yuria—. Cada segundo cuenta.

Corrieron hacia Eraitan, al que Arakariann no tardó en recuperar de sus heridas (en el proceso, el elfo agotó su poder y perdió el conocimiento, volviendo a adoptar su forma normal), y Yuria sacó de algún pliegue de sus ropas envueltas en el aura de Luz la Tannagaeth, la flor que habían conseguido hacía tanto tiempo en tierras vestalenses. Mientras se la colocaban en la boca, Symeon tuvo un escalofrío.

—Cuidado con esa oscuridad —dijo, solemne, observando fijamente hacia las tinieblas impenetrables, como en trance—. Es una puerta al Erebo. No os acerquéis.

Galad y Daradoth se pusieron en guardia ante las palabras de su amigo. El paladín y la ercestre cargaron con Eraitan, que pocos segundos después comenzó a moverse. Por su parte, Daradoth reparó en algo situado un poco más allá. «La espada de Eraitan». La cogió con cuidado, recordando los efectos que Dirnadel tenía en quien lo empuñaba, y se unió al resto, que ya había comenzado a cruzar el puente hacia el sur.