Retorno al Norte
Una vez descansados y respuestos de los traumas emocionales, decidieron volver hacia la mansión de lord Ginathân, en el distrito de Darsia del Pacto de los Seis. El lugar se encontraba a una distancia razonable (unas tres jornadas de viaje), y, además de informarse de cuál era la situación del noble y la rebelión, podrían reabastecerse para afrontar el viaje hacia el norte. El capitán Suras cedió de nuevo el mando de la nave a Yuria.
Eraitan (ya nadie usaba el nombre de Igrëithonn) pasó gran parte del viaje en silencio, mirando al horizonte por la borda del Empíreo. En las breves conversaciones que mantuvo con el grupo, les agradeció sinceramente su ayuda y les dejó claro que, aunque su lucha contra la voluntad de Dirnadel continuaba, parecía tenerlo mucho más controlado. Galad le devolvió la Joya de Luz, y le mostró el Orbe de Curassil.
—Parece que el arcángel ha sido de alguna manera sumergido en la Sombra —dijo el paladín—. La única manera de hacerlo reaccionar fue que Symeon hablara con él en el mundo onírico.
—Así es —confirmó el errante—. Fue durísimo, pero finalmente pareció apartar las sombras y acceder a nuestras peticiones. Eso nos permitió activar el gran diamante de la sala central, pero poco después, el Orbe volvió a mostrar ese aspecto sombrío.
Eraitan meditó durante unos instantes.
—Han sido muchos siglos de exposición, sí. No hay ser viviente, ni terrenal ni celestial, que pueda resistir algo así. No creo que vuestras habilidades en el mundo onírico —miró a Symeon— basten para recuperarlo definitivamente. Es posible que haya alguna solución, pero tendremos que comentárselo al gran consejo del Vigía.
Faewald y Symeon también aprovecharon el viaje para volver a estrechar sus lazos y volver a hablar sobre la conveniencia de volver a Esthalia y a reunirse con Valeryan. Faewald también profundizó en su nueva relación de empatía con Yuria; ambos se convirtieron en amigos y confidentes.
Tras una placentera travesía, llegaron a la mansión de Ginathân.
—El estandarte de Ginathân sigue ahí, buena señal —dijo Galad.
Tras aterrizar les recibió la señora de la casa, Somara, y la hermana de Symeon, Violetha, que abrazó efusivamente a su hermano. Junto a ellas se encontraba el capitán de la guardia y algunos de sus miembros. La errante, que en teoría poseía sangre élfica, seguía tan candorosa y cálida como siempre. "La luz sigue fuerte en ella", pensó Daradoth. Cuando Somara, que los saludó uno por uno, tras inclinarse protocolariamente ante Eraitan se acercó a Daradoth, torció levemente el gesto al detectar la astilla de Sombra que era la herida en su muslo. De hecho, durante el viaje, Daradoth había desarrollado el hábito inconsciente de rozarla con su mano derecha cada poco tiempo.
—¿Os atormenta mucho esa herida? —susurró la errante.
—Lo suficiente como para no olvidar que está ahí —respondió, adusto, Daradoth, pero como siempre, sobrecogido por su belleza y su encanto.
Una vez que fueron todos saludados convenientemente, pasaron al gran salón.
—Hace más o menos una semana que no recibimos noticias de Dársuma —les anunció Somara, preocupada. Como recordaban, Ginathân se había dirigido hacia la capital del distrito para intentar controlar la rebelión y que no se convirtiera en un baño de sangre—. Estoy muy preocupada por mi señor Ginathân.
Intentaron tranquilizarla lo mejor que les fue posible, disculpándose por no poder desviarse de su camino en esos momentos; aunque sus palabras fueron un magro consuelo, fueron muy agradecidas.
—Pero disculpad mi egoísmo —continuó—, debéis de estar muy cansados, y hambrientos. Hace dos semaas que os marchasteis hacia ese lugar maldito, y lo primero de lo que os hablo es de mi esposo... y veo que algunos de vuestros compañeros no han vuelto. Contadme, por favor, contadme.
Ante un reconfortante refrigerio, el grupo procedió a resumirle la terrible experiencia por la que habían pasado, la pérdida de algunos de los miembros de su compañía, y el glorioso final gracias a la Luz. Somara sonrió, y como siempre, su sonrisa aceleró sus corazones.
—Impresionante odisea. —Se levantó—. ¡Brindemos por los héroes de Aredia! —el choque de copas resonó por todo el gran salón.
Pasadas unas horas, ya con las bodegas del Empíreo reaprovisionadas, procedieron a despedirse de Somara y Violetha. Prometieron volver lo antes posible, y Symeon les aseguró que visitaría diariamente el lugar a través del mundo onírico.
—Si surge alguna emergencia —dijo el errante a Somara— cambiad de lugar el pequeño joyero turquesa que tenéis en vuestros aposentos. —Previamente Symeon había comprobado que el objeto tenía, por algún motivo que no venía al caso, una representación onírica—. Así sabré que algo sucede y necesitáis ayuda.
—Muy bien, así lo hare, os lo agradezco de corazón. Tened cuidado en vuestro viaje.
Symeon aprovechó mientras Somara se despedía de los demás para hacer un aparte con Violetha.
—Durante nuestra estancia aquí he visto que el campamento errante ha crecido mucho.
—Sí —respondió ella—. Creo que nunca antes ha habido tantos errantes reunidos en ningún sitio.
—Entonces... ¿la has oído mencionar? —Symeon se refería a su esposa, la responsable del genocidio de los errantes en el Imperio Vestalense.
—La verdad es que no, aunque hace tiempo que no he salido del recinto de la mansión. En cuanto pueda, intentaré averiguar algo sobre ella o sobre nuestro hermano Sylas.
—Bien, pero ten mucho cuidado, hazlo solo si ves que es seguro.
Pocos minutos después, el Empíreo remontaba el vuelo bajo el mando firme de Yuria y Suras. Una navegación extraordinaria les permitió llegar a las tierras fronterizas del norte en apenas cinco días de viaje. Unas pocas horas más y llegaron al Valle del Exilio. Allí fueron recibidos con todos los honores, pues Eraitan reclamó para ellos toda la deferencia posible y que fueran tratados como verdaderos héroes. Los rumores sobre los "Elegidos de la Luz" pronto se extendieron por todo el valle.
Poco después se reunió el consejo, con el anciano Irainos a la cabeza, y también con Eyravëthil y Annagräenn, entre otros elfos, ástaros y enanos. Daradoth sospechaba que Eyravëthil y Annagräen debían ser casos análogos al de Eraitan, y que debía de tratarse de príncipes élficos de los tiempos antiguos con nombres impostados.
Tras llorar a los caídos, explicaron resumidamente su odisea a los reunidos, levantando así por doquier ceños de incredulidad y gestos de admiración y respeto (pues los elfos no podían ignorar que Eraitan corroboraba la historia). Concretamente, cuando mencionaron la zona de oscuridad impenetrable que se alzaba al norte del complejo central a donde los demonios habían llevado a Eraitan, algunos componentes del consejo rebulleron inquietos en sus asientos.
—No puede tratarse más que de un portal a Erebo, la dimensión de Sombra —dijo Eyravëthil.
—Si es así, habrá que tomar medidas en el futuro —afirmó Irainos.
Acto seguido, pasaron a exponer la problemática con el Orbe de Curassil. Symeon relató su conversación en el mundo onírico, y cómo Athnariel había mostrado su furia al creer que Oltar le había abandonado. Irainos tomó la palabra:
—Afortunadamente, por motivos que previamente a esta conversación no entendía pero que ahora empiezo a comprender, los Erakäunyr han permanecido inactivos durante las últimas tres semanas, así que no ha habido problemas mayores. Parece que Sombra ha estado muy ocupada en otro lugar —exhibió una ligerísima sonrisa—, cosa que nuestra gente os agradece. Aun así, supongo que volverán pronto, y si lo que decís de que Athnariel ha sido dominado por Sombra es cierto, solo se me ocurre una solución... —miró a Annagräenn.
—No queda más remedio que recurrir a los hidkas. Tendréis que viajar a Doranna, y rezar por que os reciban de buen grado.
Según explicó más tarde Daradoth, los hidkas eran una de las razas míticas que se habían retirado totalmente a Doranna durante la Gran Reclusión. De hecho, vivían en lo más profundo de la región, en las montañas junto a la cordillera de Matram, y, tratándose de seres extraños con una espiritualidad muy profunda, se relacionaban muy poco con el resto de pueblos de Doranna. De hecho, a lo largo de toda su vida, Daradoth solo había alcanzado a ver un hidka, vestido con capa y capucha, con lo que podía dar pocas explicaciones; eso sí, podía decirse que los hidkas eran la raza humanoide más extraña de todas, con un tercer ojo en la frente, piel azulada y colmillos sobresalientes. No obstante, según los rumores, tocados fuertemente por Luz.
Irainos aportó su opinión:
—¿No creéis que también prodríamos intentar recuperar a Athnariel en los Santuarios Ganrith? Creo haber oído que han tenido algo de éxito en el pasado en asuntos similares...
—Por lo que describe maese Symeon —respondió Annagräenn—, estoy convencido de que los hidkas son nuestra única opción.
Con la conversación zanjada, pasaron a evaluar cuál sería el mejor curso de acción para el viaje a Doranna. Atravesar la cordillera Matram con el Empíreo quedaba descartado, pues eran totalmente impenetrables. No quedaría más remedio que pilotarlo sobre alguno de los pasos más accesibles, o quizá desde el sur, sobre el mar Mirgaer.
Hablando en un rudimentario estigio, el idioma que el grupo utilizaba para comunicarse, Arakariann expresó su deseo de seguir acompañando a Eraitan y al grupo de "elegidos de la Luz". Con sonrisas y gestos de asentimiento, aceptaron sin dudarlo.