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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 31 de agosto de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 27

Retorno al Norte

Una vez descansados y respuestos de los traumas emocionales, decidieron volver hacia la mansión de lord Ginathân, en el distrito de Darsia del Pacto de los Seis. El lugar se encontraba a una distancia razonable (unas tres jornadas de viaje), y, además de informarse de cuál era la situación del noble y la rebelión, podrían reabastecerse para afrontar el viaje hacia el norte. El capitán Suras cedió de nuevo el mando de la nave a Yuria.

Eraitan (ya nadie usaba el nombre de Igrëithonn) pasó gran parte del viaje en silencio, mirando al horizonte por la borda del Empíreo. En las breves conversaciones que mantuvo con el grupo, les agradeció sinceramente su ayuda y les dejó claro que, aunque su lucha contra la voluntad de Dirnadel continuaba, parecía tenerlo mucho más controlado. Galad le devolvió la Joya de Luz, y le mostró el Orbe de Curassil.

—Parece que el arcángel ha sido de alguna manera sumergido en la Sombra —dijo el paladín—. La única manera de hacerlo reaccionar fue que Symeon hablara con él en el mundo onírico.

—Así es —confirmó el errante—. Fue durísimo, pero finalmente pareció apartar las sombras y acceder a nuestras peticiones. Eso nos permitió activar el gran diamante de la sala central, pero poco después, el Orbe volvió a mostrar ese aspecto sombrío.

Eraitan meditó durante unos instantes.

—Han sido muchos siglos de exposición, sí. No hay ser viviente, ni terrenal ni celestial, que pueda resistir algo así. No creo que vuestras habilidades en el mundo onírico —miró a Symeon— basten para recuperarlo definitivamente. Es posible que haya alguna solución, pero tendremos que comentárselo al gran consejo del Vigía.

Faewald y Symeon también aprovecharon el viaje para volver a estrechar sus lazos y volver a hablar sobre la conveniencia de volver a Esthalia y a reunirse con Valeryan. Faewald también profundizó en su nueva relación de empatía con Yuria; ambos se convirtieron en amigos y confidentes.


Tras una placentera travesía, llegaron a la mansión de Ginathân. 

—El estandarte de Ginathân sigue ahí, buena señal —dijo Galad.

Tras aterrizar les recibió la señora de la casa, Somara, y la hermana de Symeon, Violetha, que abrazó efusivamente a su hermano. Junto a ellas se encontraba el capitán de la guardia y algunos de sus miembros. La errante, que en teoría poseía sangre élfica, seguía tan candorosa y cálida como siempre. "La luz sigue fuerte en ella", pensó Daradoth. Cuando Somara, que los saludó uno por uno, tras inclinarse protocolariamente ante Eraitan se acercó a Daradoth, torció levemente el gesto al detectar la astilla de Sombra que era la herida en su muslo. De hecho, durante el viaje, Daradoth había desarrollado el hábito inconsciente de rozarla con su mano derecha cada poco tiempo. 

—¿Os atormenta mucho esa herida? —susurró la errante.

—Lo suficiente como para no olvidar que está ahí —respondió, adusto, Daradoth, pero como siempre, sobrecogido por su belleza y su encanto.

Una vez que fueron todos saludados convenientemente, pasaron al gran salón.

—Hace más o menos una semana que no recibimos noticias de Dársuma —les anunció Somara, preocupada. Como recordaban, Ginathân se había dirigido hacia la capital del distrito para intentar controlar la rebelión y que no se convirtiera en un  baño de sangre—. Estoy muy preocupada por mi señor Ginathân.

Intentaron tranquilizarla lo mejor que les fue posible, disculpándose por no poder desviarse de su camino en esos momentos; aunque sus palabras fueron un magro consuelo, fueron muy agradecidas.

—Pero disculpad mi egoísmo —continuó—, debéis de estar muy cansados, y hambrientos. Hace dos semaas que os marchasteis hacia ese lugar maldito, y lo primero de lo que os hablo es de mi esposo... y veo que algunos de vuestros compañeros no han vuelto. Contadme, por favor, contadme.

Ante un reconfortante refrigerio, el grupo procedió a resumirle la terrible experiencia por la que habían pasado, la pérdida de algunos de los miembros de su compañía, y el glorioso final gracias a la Luz. Somara sonrió, y como siempre, su sonrisa aceleró sus corazones.

—Impresionante odisea. —Se levantó—. ¡Brindemos por los héroes de Aredia! —el choque de copas resonó por todo el gran salón.

Pasadas unas horas, ya con las bodegas del Empíreo reaprovisionadas, procedieron a despedirse de Somara y Violetha. Prometieron volver lo antes posible, y Symeon les aseguró que visitaría diariamente el lugar a través del mundo onírico.

—Si surge alguna emergencia —dijo el errante a Somara— cambiad de lugar el pequeño joyero turquesa que tenéis en vuestros aposentos. —Previamente Symeon había comprobado que el objeto tenía, por algún motivo que no venía al caso, una representación onírica—. Así sabré que algo sucede y necesitáis ayuda.

—Muy bien, así lo hare, os lo agradezco de corazón. Tened cuidado en vuestro viaje.

Symeon aprovechó mientras Somara se despedía de los demás para hacer un aparte con Violetha.

—Durante nuestra estancia aquí he visto que el campamento errante ha crecido mucho.

—Sí —respondió ella—. Creo que nunca antes ha habido tantos errantes reunidos en ningún sitio.

—Entonces... ¿la has oído mencionar? —Symeon se refería a su esposa, la responsable del genocidio de los errantes en el Imperio Vestalense.

—La verdad es que no, aunque hace tiempo que no he salido del recinto de la mansión. En cuanto pueda, intentaré averiguar algo sobre ella o sobre nuestro hermano Sylas.

—Bien, pero ten mucho cuidado, hazlo solo si ves que es seguro.

Pocos minutos después, el Empíreo remontaba el vuelo bajo el mando firme de Yuria y Suras. Una navegación extraordinaria les permitió llegar a las tierras fronterizas del norte en apenas cinco días de viaje. Unas pocas horas más y llegaron al Valle del Exilio. Allí fueron recibidos con todos los honores, pues Eraitan reclamó para ellos toda la deferencia posible y que fueran tratados como verdaderos héroes. Los rumores sobre los "Elegidos de la Luz" pronto se extendieron por todo el valle.

Poco después se reunió el consejo, con el anciano Irainos a la cabeza, y también con Eyravëthil y Annagräenn, entre otros elfos, ástaros y enanos. Daradoth sospechaba que Eyravëthil y Annagräen debían ser casos análogos al de Eraitan, y que debía de tratarse de príncipes élficos de los tiempos antiguos con nombres impostados.

Tras llorar a los caídos, explicaron resumidamente su odisea a los reunidos, levantando así por doquier ceños de incredulidad y gestos de admiración y respeto (pues los elfos no podían ignorar que Eraitan corroboraba la historia). Concretamente, cuando mencionaron la zona de oscuridad impenetrable que se alzaba al norte del complejo central a donde los demonios habían llevado a Eraitan, algunos componentes del consejo rebulleron inquietos en sus asientos.

—No puede tratarse más que de un portal a Erebo, la dimensión de Sombra —dijo Eyravëthil.

—Si es así, habrá que tomar medidas en el futuro —afirmó Irainos.

Acto seguido, pasaron a exponer la problemática con el Orbe de Curassil. Symeon relató su conversación en el mundo onírico, y cómo Athnariel había mostrado su furia al creer que Oltar le había abandonado. Irainos tomó la palabra:

—Afortunadamente, por motivos que previamente a esta conversación no entendía pero que ahora empiezo a comprender, los Erakäunyr han permanecido inactivos durante las últimas tres semanas, así que no ha habido problemas mayores. Parece que Sombra ha estado muy ocupada en otro lugar —exhibió una ligerísima sonrisa—, cosa que nuestra gente os agradece. Aun así, supongo que volverán pronto, y si lo que decís de que Athnariel ha sido dominado por Sombra es cierto, solo se me ocurre una solución... —miró a Annagräenn.

—No queda más remedio que recurrir a los hidkas. Tendréis que viajar a Doranna, y rezar por que os reciban de buen grado.

Según explicó más tarde Daradoth, los hidkas eran una de las razas míticas que se habían retirado totalmente a Doranna durante la Gran Reclusión. De hecho, vivían en lo más profundo de la región, en las montañas junto a la cordillera de Matram, y, tratándose de seres extraños con una espiritualidad muy profunda, se relacionaban muy poco con el resto de pueblos de Doranna. De hecho, a lo largo de toda su vida, Daradoth solo había alcanzado a ver un hidka, vestido con capa y capucha, con lo que podía dar pocas explicaciones; eso sí, podía decirse que los hidkas eran la raza humanoide más extraña de todas, con un tercer ojo en la frente, piel azulada y colmillos sobresalientes. No obstante, según los rumores, tocados fuertemente por Luz.

Irainos aportó su opinión:

—¿No creéis que también prodríamos intentar recuperar a Athnariel en los Santuarios Ganrith? Creo haber oído que han tenido algo de éxito en el pasado en asuntos similares...

—Por lo que describe maese Symeon —respondió Annagräenn—, estoy convencido de que los hidkas son nuestra única opción.

Con la conversación zanjada, pasaron a evaluar cuál sería el mejor curso de acción para el viaje a Doranna. Atravesar la cordillera Matram con el Empíreo quedaba descartado, pues eran totalmente impenetrables. No quedaría más remedio que pilotarlo sobre alguno de los pasos más accesibles, o quizá desde el sur, sobre el mar Mirgaer. 

Hablando en un rudimentario estigio, el idioma que el grupo utilizaba para comunicarse, Arakariann expresó su deseo de seguir acompañando a Eraitan y al grupo de "elegidos de la Luz". Con sonrisas y gestos de asentimiento, aceptaron sin dudarlo.


lunes, 15 de agosto de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 26

Luz por fin

Salieron del Aglannävyr con Daradoth encabezando la marcha, Galad cubriendo la retaguardia, y Yuria ayudando con Eraitan, siempre teniendo cerca a Faewald. Symeon se quedó un momento atrás para cerrar la apertura de nuevo, pero en pocos segundos se incorporó al orden de marcha, dando ánimos con un gesto a Taheem y a Arakariann.

Superando el efecto de los susurros oscuros con la ayuda de los hechizos de protección de Galad, y dejando atrás los fuertes impactos que las enormes armaduras animadas estaban propinando al templo del otro lado del árbol, entraron de nuevo en el área de poblaciones más dispersas que rodeaba a la ciudadela central; todavía podían notar levemente los temblores de tierra provocados por la destrucción que las criaturas de Sombra debían de estar extendiendo allí.

Armadura Colosal

Al cabo de media hora, Daradoth pudo ver cómo la vegetación se abría dando lugar a una gran explanada, que daba acceso a un gran lago. El agua presentaba un color muy oscuro, prácticamente negro, y en el centro del lago se alzaba una isla con un gran templo que parecía más o menos intacto desde la distancia.

Una onda llamó la atención del elfo.

—Hay algo ahí dentro —dijo—. Mejor nos mantenemos apartados del agua.

Así lo hicieron, manteniendo una distancia prudencial entre ellos y el agua en tanto les fue posible. Pocos minutos más tarde, sin duda atraídos por la luz que emanaba de sus auras, hacía de nuevo acto de presencia la bandada de aquellos cuervos retorcidos, y se situaba sobre ellos, siguiéndolos de cerca.

—Era cuestión de tiempo que nos detectaran —dijo Yuria.

—Demasiado han tardado —añadió Galad.

—Por cierto, ¿os habéis fijado en la curva que hace el estanque? —preguntó la Ercestre—. Es una parábola perfecta —aunque el resto del grupo no entendió el concepto "parábola", nadie quiso preguntar—; sin duda es un lago artificial.

—Supongo —respondió Symeon— que lo crearían para honrar a alguno de los avatares del mar o del agua.

—En cualquier caso, hay algo ahí y prefiero dejarlo en paz —zanjó Daradoth.

Siguieron caminando durante aproximadamente una hora, dejando atrás edificios en ruinas y asentamientos de los que apenas había dejado rastro la vegetación y la oscuridad. Algunos elfos dementes y reanimados salieron a su encuentro, pero en la situación del grupo, potenciados por el poder de Luz, no fueron más que una molestia pasajera.

Durante ese tiempo, Daradoth recondujo la ruta del grupo para intentar llegar a la ruta por la que habían accedido al centro del complejo. Por fin, en un momento dado, llegaron a la vista de un templo más o menos conservado, que dominaba una amplia extensión rodeada por un muro cuyos buenos tiempos habían quedado ya muy atrás. 

—Creo que hemos llegado al templo donde tuvimos que huir de aquella especie de sirena animada —anunció Daradoth.

—Entonces, mejor no entrar de nuevo —sugirió Galad—. ¿No creéis?

—Sí, desde luego —concordó Symeon.

Así que, tras comer algo de carne seca y refrescarse con algo de agua (siempre con un ojo alerta hacia los cuervos que no dejaban de oír graznar) continuaron camino, rodeando el muro del templo por la parte sur. Accedieron a un antiguo camino, que a duras penas podía llamarse así ya, casi cubierto por matorrales negros y amenazadoras zarzas. Tras avanzar despejando la maleza unos cuantos centenares de metros, Yuria se detuvo, consternada por algo:

—Esperad un momento, parad —urgió; Galad dejó de golpear la maleza—. ¿No habéis notado eso en el suelo?

—Yo sí —dijo Symeon—. El suelo ha reverberado durantre un momento, y...

—Ahora lo noto —dijo Faewald.

—Y yo —dijo también Daradoth—. Galad, hay que darse prisa.

Daradoth se aprestó a despejar la maleza junto al paladín, acelerando la marcha. Avanzaron todo lo rápido que pudieron, siempre con los cuervos sombríos sobre ellos, y en el suelo ya se hizo ostensible el temblor, que se sentía a intervalos regulares cada pocos segundos.

—Seguro que son los constructos que estaban destruyendo el templo, suena como algo métalico —dijo Yuria—. Daradoth, Galad...

No pudo acabar la frase, pues el suelo se abrió a los pies de Daradoth. Su corazón se aceleró y, revolviéndose, desesperado, alargó los brazos en busca de algún asidero. Y por suerte, lo encontró en la bota izquierda de Galad, que se giró a tiempo para no caer en el agujero que se había abierto a escasos centímetros de sus pies.

Colgando de la bota de su amigo, Daradoth miró hacia abajo. Pudo ver una especie de bóveda subterránea totalmente colapsada por elfos de ojos totalmente blancos que le provocaron escalofríos. Segundos después sentía el tirón de Galad que lo ponía a salvo.

—¡Cuidado ahí atrás! —advirtió el elfo—. Ahí abajo está lleno de muertos, no os acerquéis; ¡vamos, Galad, rápido!

Finalmente, pudieron despejar el macizo de zarzas y acceder a una explanada. A unos cien metros se podía ver un antiguo templo, ya derruido, y alrededor de él, alrededor del grupo, un cementerio que se extendía varias hectáreas.

—¿Qué es esto? —se preguntó Galad—. ¿Un cementerio de elfos? ¿Tenéis cementerios, Daradoth?

—Bueno, somos inmortales, pero aunque no muramos de viejos, también morimos.

—Lo que sea —instó Yuria—, pero continuemos, porque no sé si oís el mismo ruido metálico que yo, pero esos monstruos ya deben de estar muy cerca.

Intentaron rodear el cementerio sin adentrarse mucho entre las tumbas, siempre por el límite exterior, que ahora estaba copado por las zarzas y la ponzoñosa vegetación oscura.

De repente, un chorro de energía de color extraño pasó muy cerca de Galad, desequilibrándolo y haciéndole notar una especie de pinchazo leve a su paso. Mientras echaba rodilla a tierra para no caer de bruces, sintió un vuelco en el corazón cuando el torrente de poder se estrelló contra Yuria.

La ercestre notó un leve pinchazo en su espalda y luego una fuerte descarga procedente del talismán de su cuello, que la dejó sin respiración durante unos segundos. Pero no hubo más efecto. Se giró para mirar a Galad, que sonrió al verla indemne.

El resto del grupo se giró, al oír el fuerte zumbido que había acompañado al haz de energía.

—¿Qué ha sido eso? —inquirió Symeon mientras Galad se ponía de nuevo en pie.

—No sé... algo... —balbuceó Yuria.

—Ha sido una especie de rayo potentísimo, ha alcanzado a Yuria pero parece que su talismán la ha protegido.

—Entonces no perdamos tiempo, ¡corred! —urgió Daradoth, que a su vez se quedó helado cuando a lo lejos vio, volando hacia ellos, a dos demonios enormes y con un aura de poder potentísima, mucho más intensa que la de cualquier demonio que hubieran visto antes en los santuarios—. ¡Nos siguen dos demonios que parecen poderosísimos! ¡Corred, vamos!

—¡Pasad delante de mí, intentaré protegeros! —ordenó Yuria, que pasó a cerrar el avance del grupo.

Un segundo haz de energía pasó cerca de la ercestre, pero esta vez no le acertó. Impactó muy cerca de Symeon y Taheem, provocando una fuerte explosión, abriendo un cráter y levantando una lluvia de cascotes. Afortunadamente, Symeon y el vestalense pudieron evitar ser derribados y siguieron con la carrera (penosa por otra parte, porque dos de ellos debían acarrear a Eraitan en todo momento). Llegaron por fin al extremo del cementerio, para ser detenidos de nuevo por la maleza. Daradoth se detuvo y se giró, mientras Yuria volvía a ser impactada por un tercer rayo, que la volvía a dejar sin respiración; nunca había sentido un efecto tan potente procedente de su artefacto nulificador.

El grupo se detuvo y se reagrupó alrededor del elfo, jadeantes. Daradoth no pudo contener un escalofrío.

—Los demonios están mas cerca, y detrás vienen nuestros amigos constructos —dijo, desenvainando a Sannarialáth.

—Vale, pues supongo que este sitio es tan bueno como cualquier otro —dijo Galad.

—Sí, podemos intentar que caigan en la bóveda subterránea.

—Intentaré detener sus hechizos con Sannarialáth, vosotros continuad —anunció Daradoth, y se lanzó hacia delante, uniéndose a Yuria para formar una barrera defensiva.

Los demonios lanzaron sendos hechizos a Daradoth y a Yuria. El primero consiguió contrarrestar el rayo con su espada, y la ercestre volvió a sentir la fuerte sacudida que la dejó sin aliento de nuevo, y esta vez, también aturdida durante unos cuantos segundos.

Una segunda andanada tuvo el mismo efecto.

—Daradoth, no creo que pueda aguantar mucho más —dijo Yuria.

Los demonios ya se encontraban a escasos metros de distancia. Daradoth decidió utilizar los poderes de Luz para atacarles, pero no pudo canalizar el poder a tiempo. Uno de los haces de energía impía golpeó brutalmente al elfo en el rostro. Yuria pudo ver cómo su aura de Luz se apagaba mientras salía despedido e inconsciente unos cuantos metros hacia atrás y revertía a su forma habitual.

—¡No! ¡Daradoooth! —gritó Yuria.

Galad y Symeon, que habían quedado a la espera en lugar de continuar como les había dicho Daradoth oyeron el chillido de la ercestre, con lo que decidieron precipitarse hacia el combate. Mientras tanto, los dos demonios se lanzaron rugiendo hacia ella. Y uno de ellos atravesó su pecho con su garra. Fue lanzada hacia atrás con un estallido luminoso, inconsciente y revirtiendo a su forma normal, como antes le había pasado a Daradoth. Los demonios rugieron.

Symeon y Galad llegaron a tiempo de ver cómo Yuria era abatida. Entendieron que en realidad no estaba muerta, pues Luz la había protegido al esfumarse de su ser. El paladín gritó, desatando su poder interior y recurriendo a sus habilidades intrínsecas contra las criaturas impías. Uno de los demonios fue obliterado, y el otro huyó presa del pánico ante el rostro vengador de Emmán.

Poco después llegaron al cementerio las enormes armaduras animadas. Symeon y Galad se quedaron congelados. Parecían mucho más grandes de lo que habían sido unas horas antes.

Por suerte, sus previsiones se demostraron correctas. Al poco de poner pie en el campo del cementerio, el suelo se hundió bajo los pies de los colosos, que cayeron al complejo de cúpulas subterráneas. El paladín y el errante aprovecharon para recoger a sus compañeros y salir corriendo a reunirse con el resto.

Unos minutos después, Yuria y Daradoth despertaron. Sintieron un vacío casi insoportable al no sentir la Luz en su interior. Tras una breve explicación, se pusieron de nuevo en marcha.

—Vámonos de aquí —urgió Daradoth—. Comienzo a odiar este sitio con toda mi alma.

Durante varias horas atravesaron más asentamientos y el área de los templos donde habían pernoctado las primeras jornadas. En un momento dado, volvieron a escuchar las retumbantes pisadas acercándose. Se apresuraron, turnándose en el acarreo de Eraitan, hasta llegar a la vista del sendero ascendente que les llevaría hasta el complejo laberíntico de la entrada. Comenzaron a remontar penosamente la pendiente. Daradoth se giró, y con su visión de la oscuridad pudo ver a sus perseguidores.

—Se acercan los constructos —dijo—. Y parecen... más grandes.

—Sí, eso nos había parecido ya allí, en el cementerio —confirmó Symeon.

—Pues a este paso —anunció Yuria—, nos alcanzarán antes de que lleguemos.

Galad y Symeon hicieron uso de los poderes que Luz les concedía para retrasar en la medida de lo posible a los colosos metálicos. Densificaron el aire, abrieron grietas, levantaron muros... nada parecía detenerlos, aunque los retrasaron lo suficiente para que Daradoth consiguiera llegar a lo alto. Allí se encontraban las dos estatuas que ya les habían librado de sus perseguidores al entrar. El elfo bramó en cántico.

—Se acercan dos enemigos por el lado interior. No les permitáis el paso —se sobresaltó un poco cuando las estatuas hicieron un gesto brusco para ponerse en guardia.

Poco después llegaba el resto del grupo. Agotados pero sin pausa, atravesaron el bastión interior, el patio intermedio y la construcción exterior, acabando con cuantos no muertos se encontraron, hasta atravesar el pórtico de salida y llegar de vuelta a los bosques.

Unos cientos de metros más allá se derrumbaron por fin, absolutamente exhaustos. Symeon y Galad velaron el sueño del resto, pero a las pocas horas, la Luz de su interior desapareció. Symeon sintió alejarse los secretos de la existencia, y Galad percibió cómo la divinidad y la propia presencia de Emmán se diluían, sintiendo un pinchazo en el corazón y la aparición del agotamiento más brutal. Derrotados, alcanzaron a poco más que despertar a un par de sus compañeros antes de caer en un sueño profundo.

Las siguientes tres jornadas fueron una penosa travesía a través de la oscuridad, la vegetación y algún que otro elfo demente. Fueron menos depresivas que las del viaje de ida, pues gozaban de más luz mágica gracias a la diadema de Symeon.

Tras la primera jornada de vuelta, Daradoth despertó a sus compañeros. Igrëithonn había despertado.

—¿Cómo os encontráis, príncipe? —inquirió Daradoth, ya demasiado cansado para andarse con la discreción de evitar el título y el verdadero nombre de su interlocutor. A este no pareció importarle esta vez.

Eraitan alargó su mano hacia Daradoth, con la mirada perdida, como meditando.

—Devuélvemela, por favor —se refería a su espada, a Dirnadel, el arcángel de Eryontar.

Daradoth se la alargó sin dudar. Eraitan la recibió con un visible estremecimiento y un gesto de esfuerzo interior. Colocó la hoja sobre su regazo y, tras unos segundos, su rostro se relajó.

—Ahora estamos completos —susurró, casi ininteligiblemente en alto cántico. Abrió los ojos, miró a Daradoth y añadió—: Creo que esta vez irá mejor.

—¿A qué os referís? ¿A la lucha contra la oscuridad?

—No, a la lucha contra... él... —se apoyó en la espada para levantarse con un leve gesto de contrariedad—. Supongo que algunas heridas nunca se curarán

—Sí —confirmó Galad—. Las heridas de vuestro torso, las que provocaron con las cadenas ígneas... conseguí que mejoraran, pero no las pude curar completamente.

—Bueno, que sirvan como recordatorio.

—Sufristeis muchísimo —dijo Daradoth.

—Un recuerdo que no conservo, por suerte. Contádmelo todo al calor del fuego, por favor —dijo, dirigiéndose a la lumbre, mientras Arakariann se unía a él interesándose por su estado.

Mientras comían algo, el grupo le narró todas sus peripecias desde que había sido poseído por Dirnadel. Eraitan se limitaba a realizar gestos de asentimiento, aunque en ocasiones, un leve gesto denotaba su sorpresa.

Tras unos minutos de silencio, el príncipe sentenció:

—En fin, supongo que tendré que convivir con el dolor además de con la locura. Pero si así lo quieren, así lo tendrán. —Con un gesto de camaradería, atrayendo a todos hacia sí, añadió—: Les infligiremos un dolor que no podrán soportar, se lo devolveré con creces.

Todos se sintieron un poco más unidos después de aquello. Daradoth pareció recordar algo:

—Además, conseguimos lo que vinimos a buscar —dijo.

—Sí, es verdad —coincidió Galad, que lo sacó de los pliegues de su capa y se lo ofreció. 

Tras observarlo unos momentos, Eraitan torció el gesto:

—Algo le pasa, esos jirones de sombra en su interior no son normales.

—Es verdad  —contestó Symeon—. El arcángel de su interior ha sido... corrompido... por la sombra. Debemos mostrarle de nuevo el camino hacia la Luz.

—Muy bien, así lo haremos —afirmó el príncipe—.

Un par de jornadas más tarde, llegaban a la zona de penumbra y al lugar acordado para su recogida en el Empíreo. Cuando vieron aparecer el dirigible sintieron una oleada de emoción, y al subir a cubierta y remontar el vuelo por encima de la oscuridad varios de ellos derramaron lágrimas no solo de emoción, sino de pura ansiedad física y mental. Necesitarían un buen descanso a todos los niveles para recuperarse de aquella experiencia.