Recuperar a Ecthërienn. Hacia el sur.
Tras la incómoda pregunta de Annagräenn, Symeon fue el primero en reaccionar:
—Cuando mencionáis la posibilidad de buscar un nuevo cuerpo, ¿os refería a uno vivo, o a uno recién fallecido?
—Sinceramente, no lo sé —respondió el sabio elfo, meditabundo—. Personalmente, no conozco el método, pero sé que alguno hay. Debe de ser extremadamente complicado, pero sé que lo hay. Si por el contrario decidimos acabar con el alma de Ecthërienn... por mi parte, lo conocí personalmente y no me veo capaz.
—Yo también lo conocí —rubricó Eyruvëthil (quien el grupo sabía que en realidad era Irvethil, otra princesa de tiempos antiguos)—. Si no podemos recurrir a los hidkas, quizá la mejor opción pasa por acudir a la Biblioteca de Tinthassir, para intentar recabar la ayuda de los eruditos que allí residen.
—Pero ya sabéis cuál es nuestra situación para entrar en Doranna, y más en la capital —la adversó Daradoth.
Tras unos segundos pensativos, Irainos retomó la conversación:
—He oído que existe una biblioteca en el sur que, según dicen, es enorme y es posible que rivalice incluso con la de Tinthassir.
—Sí, la biblioteca de Doedia, en el reino de Sermia —se apresuró a contestar Symeon, emocionado por la remota idea de volver a pisar las enormes salas llenas de volúmenes—. No sé cómo es la de Tinthassir, pero esta es magnífica.
—Aun así es una Biblioteca mortal, y no veo de qué manera puede albergar conocimientos que se encuentran en lo más profundo de Doranna —alegó Eyruvëthil.
Evaluando las distintas opciones, la conversación derivó a cómo era posible que el alma de Ecthërienn pudiera tener recuerdos y voluntad (quizá con el alma habría quedado atrapada una parte de su mente), y, más extraño aún, que hubiera sido capaz de intentar "apoderarse" de la mente y el cuerpo de Daradoth.
—Si lo que contáis es así —sugirió Annagräenn—, quizá podríamos encontrar algún voluntario para albergar a Ecthërienn.
Alrededor de la mesa, los enanos, los elfos más jóvenes y los humanos murmuraban. El agudo oído de Daradoth pudo detectar que algunos de ellos hablaban sobre la posibilidad de acabar con el alma contenida en la redoma, pero ninguno se atrevía (de momento) a sugerirlo en voz alta ante el consejo de altos elfos. Annagräenn continuó:
—¿Sabéis de alguien más que haya sufrido los mismos... efectos, al tocar la redoma aparte de vos, Daradoth?
—Creo que no.
—Yo la tuve en mis manos también, pero no sentí nada —afirmó Galad.
Annagräenn hizo una pausa para pensar durante unos instantes.
—Ya veo... y, en el caso de que el alma se liberara y entrara en vuestro cuerpo... ¿creéis que os anularía totalmente o podríais compartir "espacio" de alguna manera?
Solo pensar en esa circunstancia provocaba escalofríos en la espina dorsal de Daradoth, que recordaba muy claramente la experiencia de haber sido poseído por un kalorion en Tarkal.
—No estoy seguro, pero lo que sí sé es que en esos momentos, me sentía desplazado por Ecthërienn. No creo que hubiera consentido perder el control voluntariamente en caso de haber conseguido mi cuerpo o mi mente.
Annagräenn volvió a meditar. Uno de los enanos, Zarkhu, habló por fin en voz alta.
—En cualquier caso —dijo, con un fuerte acento rocoso— debemos encontrar una solución rápidamente. Llevamos dos semanas sin tener noticias de los Ozakhrûn (la palabra en akharêl para designar a los insectos demoníacos), y no tardarán en aparecer de nuevo. No es mi intención insultar ni ofender a nadie, pero la opción más sencilla es, sin ningún tipo de duda, otra.
—Pero el problema —le rebatió Galad—, es que no sabemos, si tomamos la decisión más drástica, a quién elegiría Oltar como nuevo Brazo. Si es que lo hiciera. Es posible que nos costara semanas, o meses, encontrarlo.
Se llegó a un punto muerto en la conversación, que giró en círculos varias veces. Galad preguntó por algún clérigo de Oltar en el Vigía para guiarlos en sus decisiones, pero no había ninguno presente en el valle con el poder necesario para ayudarlos.
Sorprendentemente, Arakariann tomó la palabra:
—En las islas Ganrith estuvimos en el Santuario de Oltar, un complejo enorme. Quizá podríamos pedirles esa guía. O incluso alguno de los clérigos quizá se ofreciera voluntario para el proceso.
—Pero ese "proceso" todavía no tenemos ni idea de en qué consiste, y tenemos la misma disyuntiva: acabar con una vida a cambio de otra —objetó Daradoth.
—Sinceramente, dudo que nadie se preste voluntario a tal fin —dijo Irainos—. Pero si se presta voluntario, en mi opinión no habría dilema moral.
Zarkhu volvió a intervenir:
—No debemos olvidar el hecho de que es muy probable que Ecthërienn esté desequilibrado por la exposición a Sombra.
—En ese caso —respondió Eliwör, uno de los sacerdotes élficos—, tendremos que confiar en nuestras capacidades para sanar su mente.
Eyruvëthil también plantó la posibilidad de que Ecthërienn ya no fuera en realidad el Brazo de Oltar, pues su exposición extrema a Sombra podría haber hecho que perdiera el favor de la Avatar. No obstante, como no tenían medio de comprobar tal hecho, decidieron asumir que el antiguo señor elfo seguía ostentando esa posición.
—Quizá la mejor opción sea la planteada por Arakariann —aseveró Daradoth—: acudir al Santuario de Oltar en Ganrith.
—Pero eso llevaría mucho tiempo —alegó Zarkhu.
—Es verdad —coincidió Irainos—. Y aunque los Erakäunyr no han vuelto a aparecer, los combates rugen por toda la frontera del Meltuan. El tiempo es importante.
Largo rato discutieron aún, evaluando distintas opciones. Varios probaron a entrar en contacto con Ecthërienn tocando la redoma, pero ninguno tuvo éxito. Para sorpresa de todos, solamente Arakariann pudo trabar contacto con él; pero según les relató el joven montaraz, solo había podido intercambiar unas pocas palabras sin sentido. Cuando Daradoth lo intentó, el elfo preso en el recipiente le habló sin esfuerzo, e incluso intentó apartarlo como ya lo había hecho en Essel. Aquello confirmaba que solamente Daradoth parecía estar "sintonizado" de alguna manera con él. Y Arakariann en menor medida, que también había pasado por la experiencia de Essel.
—Estos hechos descartan la voluntariedad —dijo Irainos—. Así que tendremos que evaluar las alternativas.
Por primera vez en varias horas, un joven elfo tomó la palabra:
—Normalmente, someteríamos este asunto a una votación del Consejo.
—Lo sabemos, joven Orcalionn —contestó Anagräenn, quizá poniendo algo de énfasis en la palabra "joven"—, pero este asunto tiene demasiadas implicaciones morales y personales para ser decidido de tal modo. Creo que es lo suficientemente importante como para no dar una resolución precipitada, así que si os parece bien continuaremos este cónclave mañana. Pero antes de retiraros, quería sacar a colación otro asunto.
» Hace unas semanas evaluamos la opción de que acudierais con vuestro vehículo volador a la Unión de Puertos Boreales, que conocéis más comúnmente como Confederación Corsaria, para pedirles ayuda y que sus barcos pudieran remontar el Meltuan. En aquella ocasión, mi señora Yura se negó debido al mal tiempo. Enviamos emisarios, y estos volvieron hace pocas jornadas con noticias. Al parecer, una flota del Cónclave del Dragón venció por primera vez en una refriega contra los navíos de la Unión. Según les explicaron, en la flota del Cónclave se habían incorporado unos enormes navíos negros, y según los rumores, a bordo de uno de ellos era muy posible que viajara un kalorion. —Hizo una pausa para que los presentes pudieran asimilar bien sus palabras—. Esto es un hecho muy grave, y que nos dice que Sombra está ganando poder en Aredia a pasos agigantados. ¿Creéis que podríamos prestarles ayuda de alguna manera?
—Podríamos intentar que lady Ilaith destinara algunos recursos —dijo Galad, sin pensar sus palabras, anhelante ante la perspectiva de volver a ver a Eudorya, y quizá también la espada Églaras.
—Lo intentaremos, pero no podemos prometeros nada —zanjó Yuria.
Con estas palabras, se retiraron a descansar. Galad pidió la iluminación de Emmán para soñar acerca del alma encerrada en la redoma, y Symeon entró en el mundo onírico para intentar entrar en contacto con Ecthërienn, el cual parecía tener algún tipo de manifestación accidental en ese plano. Pero el errante no tuvo éxito en su empeño.
Por su parte, Galad sí encontró inspiración en Emmán (o al menos eso creyó):
Se encontraba entre una multitud. Todos vestidos con armaduras y equipados con armas de corte élfico. Una figura se encontraba en lo alto de la loma en cuya pendiente se encontraban, envuelta por una luz que a duras penas podía resistir. Se dirigía a la multitud, con unas palabras que el paladín apenas entendió. Pero su corazón se agitó al oírlas, enervando su cuerpo y su mente. Todos a su alrededor levantaron el puño derecho y rugieron, apasionados, enardecidos. Él mismo gritó, gritó hasta quedar sin aliento, anticipando el embriagador combate.
***
Cargaba a la velocidad del rayo entre los retazos casi físicos de sombras. Notaba los músculos de su caballo tensándose entre sus piernas, bajo su cuerpo, mientras el dolor de multitud de heridas lo laceraba. Con lágrimas en los ojos, se dirigía a galope tendido hacia la figura que antes les había arengado, cuya luz disminuía a marchas forzadas. Mataba a un lado y a otro, embistiendo como una bestia salvaje. Pero no pudo llegar; perdió el equilibrio y cayó. El suelo se abrió a sus pies, y se desplomó hacia la oscuridad. Un golpe brutal lo destrozó por dentro. Varias figuras cayeron a su alrededor, entre ellas su líder, que quedó inmóvil, con una luz extremadamente tenue. Sin embargo, este fue capaz de levantarse con un esfuerzo titánico, tambaleante, y miró hacia arriba, desgarrado.
Por la mañana, después de que el Valle del Exilio sufriera los ya habituales ataques en el mundo onírico en cuya defensa participó Symeon, Galad les contó su experiencia, asumiendo que el de la redoma debía de ser sin duda, Ecthërienn. Pero la parte final arrojaba dudas sobre su actual estatus como Brazo.
—Sin embargo, yo pienso que sigue siendo el Brazo de Oltar.
Desayunando, Faewald volvió a manifestar su desacuerdo con los pasos del grupo, e insistió en volver a Esthalia a reunirse con Strawenn. Habían encontrado una Daga Negra, y podía ser extremadamente peligroso. Se abrió un debate sobre dividir el grupo, pero se descartó ante la dificultad de viajar sin el Empíreo. Aun así, Faewald, expresó unas incómodas dudas sobre la conexión de Oltar con la realidad y la posibilidad de que quizá no le importara mucho Aredia o de que incluso hubiera sido corrompida por Sombra.
Poco después se retomaba la conversación con el Consejo del Vigía. Volvieron a evaluar todas las opciones que tenían. Finalmente, tras mucha retórica y muchos turnos de palabra, se llegó a un consenso, que verbalizó Irainos:
—Por lo que vimos ayer, la voluntariedad ya carece de sentido, pues solo Daradoth y Arakariann parecen capacitados para ello. Intentaremos entonces restaurar el alma de Ecthërienn en el cuerpo de un recién fallecido sobre el que se aplicarán todos nuestros poderes de curación. Algún combatiente en la frontera podría ser el elegido, aunque este punto no está claro. Cuando su alma haya partido, su cuerpo y mente serán libres para que Ecthërienn los habite. Sin embargo, esto implica rituales y procesos más allá de nuestro conocimiento, así que será necesario viajar lo más rápido posible a un lugar que pueda proporcionarnos el saber necesario. La Biblioteca de Tinthassir es la opción más plausible.
—Ir a Doranna plantea demasiadas dificultades —objetó Yuria—. Hemos pensado que es mejor intentarlo primero en la Biblioteca de Doedia. Además, de esa manera podremos hacer una pequeña escala en Darsia para intentar que Somara, la... errante... casada con lord Ginathân intente entrar en contacto con el poder del Orbe. ¿La recordáis?
—Sí, es cierto que la luz parecía fuerte en ella —dijo Eyruvëthil.
—Sea, pues —sentenció Irainos—. Habéis demostrado de sobra que sois dignos de nuestra confianza, y por mi parte la tenéis incondicionalmente. Partid con todos nuestros mejores deseos. Estaremos en contacto a través de los Ebyrithë —finalizada la reunión, Annagräenn prestó a Daradoth uno de los artefactos del Vigía que potenciaba varias veces el poder del portador, y así pudieron enlazar los búhos de ébano para poder comunicarse a una distancia de más de cinco mil kilómetros.
Pocas horas después surcaban los cielos del norte a bordo del Empíreo con la tripulación y pasajeros habituales (excepto Eraitan, que se quedó para ayudar a defender la frontera). Al poco de salir, Yuria reunió al grupo, recordando su pasado.
—Acabo de recordar que hace unos años, en mis expediciones al norte, estuve en una región llamada Irza. Allí vi prodigios más allá de toda explicación. Ese pueblo, los irzos, tienen una especie de sacerdotes, que llaman druidas. Realizan sus rituales en el centro de unos círculos de enormes rocas talladas que llaman "menhires", y me pareció que eran extremadamente poderosos. Quizá sean otra opción en caso de fracaso en Doedia, antes que entrar en Doranna.
—Muy bien. Si no encontramos nada en Doedia, deberíamos viajar para allá.
En poco más de un par de jornadas, llegaban a la mansión de Ginathân, donde levantaron una terrible expectación y les recibió el senescal Aegerân. Cuando preguntaron por Somara, este se mostró confundido.
—Lady Somara no se encuentra en la mansión, mis señores, está en Dársuma. ¿No os habéis enterado? —preguntó con una sonrisa—. Lord Ginathân va a ser coronado rey de Darsia dentro de cuatro jornadas.